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La Marca de_____ [Joe&'Tú](Erotico/Romantica)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: La Marca de_____ [Joe&'Tú](Erotico/Romantica)
Perdón por no pasarme antes, pero aqui estoy!!!!!! \o/
bueno, ainda estoy pelo cap 2 :/
pero se ve muy buena la nove!!!
sigue muy pronto porfaa!!!
si? por mi? :)
te quiero, besos xoxo
bueno, ainda estoy pelo cap 2 :/
pero se ve muy buena la nove!!!
sigue muy pronto porfaa!!!
si? por mi? :)
te quiero, besos xoxo
*Stephanie*
Re: La Marca de_____ [Joe&'Tú](Erotico/Romantica)
Hola! antes que nada, espero que no me maten :wut: pero esta semana ha sido muy pesada, ha sido de exámenes y bueno tengo una maqueta que entregar de la "Casa de mi sueños" y bueno no he tenido tiempo de estar acá aparte he de confesar que cof me he entrenido leyendo libros Im sorry :fiu: pero tengo una buena noticia! hoy subiré lo que resta del capitulo uno y tres capítulos más para recompensarlas por mi ausencia así que espero que los disfruten y gracias por comentar...las quiero! :hug:
Capitulo Uno Continuación
—Puedo y lo haría si ella dejara de luchar contra mí como un pequeño gato montés. —La alzaron y separaron sus pies del suelo cuando la oscura voz masculina se hizo más profunda—. ¿Tienes una reclamación sobre ella, Jacobs? Pienso que me gustaría quedármela.
¿Quedársela? ¿Qué demonios, ahora era un trofeo? Ella gruñó mientras trataba de darle un codazo otra vez, luchando para hacerlo perder el equilibrio.
—Sácala de allí. Si quieres arriesgarte un segundo, es tu cabeza. Estamos en camino.
—Suéltame. —La satisfacción la llenó cuando finalmente logró conseguir un golpe que hizo que él tensara, su presa se debilitó lo bastante para que se apartase y le hiciese frente.
Los ojos ámbar oscuro la miraron fijamente, intensificándose en color en la sombreada extensión de la caverna.
Calma. Esto se abrigó alrededor de ella, sosegando el borde desigual de sus propios nervios cuando eso la obligó a centrarse.
—Si vas a disparar, apresúrate y hazlo. —Un gruñido pareció mantenerse en su voz mientras unos dientes blancos brillaban en una cara oscurecida por el sol—. Si no, vamos a ser carne de hamburguesa si no llegamos a mi Raider antes de que ellos lleguen hasta nosotros.
Ahora podía oír las voces fuera de la caverna. Obviamente más de una, y acercándose más.
Bajó su arma, respirando con dificultad mientras recobraba lentamente el control.
—No creo que me gustes —espetó ella cuando él se dio la vuelta y comenzó a mostrarle el camino por una oscura grieta casi escondida en la pared de roca, del tipo de las que a menudo se formaban cuando uno de los afluentes de agua se rajaba por las partes más débiles de las cavernas. Era apenas lo bastante amplia como para pasar, profunda y oscura, sofocantemente caliente. Sus límites la envolvieron con el olor de hombre alrededor de ella en vez del de la muerte.
Y oh muchacho, él olía bien. Oscuro y masculino, y como la tierra misma, caliente y duro y rico como la vida. Le gustó ese olor. Demasiado. Porque de repente no era el peligro tras de ellos lo que la llenaba; sino que era el olor del hombre delante de ella y las punzadas sensuales de la sensación que esto envió a toda velocidad por su cuerpo. Él la hacía pensar en sexo.
—Bueno. El conflicto sólo hace la vida más interesante.
Era una locura. Ella lo adoraba. Podía sentir los latidos de su corazón acelerarse con el peligro, la adrenalina aumentando sus sentidos, ondulando por ella con un punto culminante natural que casi le dio vértigo.
Ellos se movieron rápidamente, y en unos minutos los hilos delgados de la luz del sol comenzaron a iluminar su camino.
—Estamos fuera —anunció Joseph cuando ellos se movieron por la entrada y corrieron a su Raider aparcado sólo delante de ellos.
—Estamos en camino —contestó Joseph —. Sácala de ahí…
—¡No! —Ella se volvió a la criatura corpulenta y salvaje que brincó en el lado del conductor del Raider mientras se volvía en el asiento del pasajero.
Por alguna razón ya no podía sentir la rabia, la necesidad de matar, el terror y el miedo que habían resonado en el valle. Con la llegada de este hombre, la calma pareció extenderse de él como un escudo que bloqueaba aquellas emociones discordantes, y ella estaba centrada otra vez.
—Puedo hacerlo. —Ella tenía que luchar. Para demostrarse a sí misma que podía—. No podemos permitirnos dejarles escapar. Ellos mataron, y me esperaban. Tenemos que saber por qué.
Él se dio la vuelta, sus ojos coloreados de una manera rara reflejaron una aprobación divertida mientras una sonrisa torcida curvaba sus labios duros y sensuales.
—Vamos a cogerlos entonces…
—Infiernos no —casi gritó entonces Lance—. Mal/dito seas, Joseph, sácala de allí.
Ella siguió mirando a Joseph mientras él ataba una tira de cuero alrededor de su largo pelo, castaño dorado, y lo anudaba en su nuca.
—________ Fields. —Ella tendió su mano mientras la excitación se vertía por ella.
—Joseph Arness. —Su apretón era fuerte y firme. Esto envió un pulso de energía por su brazo, resonando a lo largo de su cuerpo. Pero no había ninguna de las emociones desencadenadas proviniendo de él que ella sentía de otros. Las emociones que normalmente la dejaban drenada, incapaz de pensar claramente. Ella sintió los restos de la disipación de la violencia más temprana, el horror de muerte aliviado, como si la calma que él proyectaba se ampliase a aquellos a su alrededor.
—Joseph, ella no es lo suficiente experimentada. Retórnala al Control —pidió Lance otra vez—. Podemos manejar esto.
Los ojos de Joseph se estrecharon cuando él la miró. Despreocupadamente desconectó la recepción tirando del micro mientras sus ojos miraban fijamente a los suyos.
—¿Te gusta vivir peligrosamente? —Sus párpados bajaron, una expresión hambrienta, casi sexual, cruzó su cara.
Una sonrisa tembló en sus labios cuando ella tiró también su micro hacia atrás.
—Vivo para ello.
Joseph se dio la vuelta en su asiento, aceleró el poderoso motor del Raider y salió. Ningún cinturón de seguridad, ninguna palabra de advertencia cuando él giró las ruedas bruscamente, enviando al Raider patinando a lo largo de la tierra arenosa mientras este se dirigía de regreso hacia el interior del barranco.
—Enciende los protectores y el escudo antibalas. —Ella activó los ajustes de seguridad antes de comprobar su arma y bajar la ventana de su lado.
Las balas atravesarían la seguridad sin problemas, pero cualquier disparo en ellos explotaría inocuamente antes de tocar el vehículo. La mayor parte del tiempo, al menos.
—Arma incorrecta.
________ se dio la vuelta, sus ojos se desorbitaron cuando Joseph alcanzó hacia el entarimado entre los asientos de cubo y sacó un avanzado rifle automático, dirigido por láser.
—Inténtalo con ésta.
Ilegal al máximo.
Ella la adoró.
Ella abrió su mente a la calma que se extendía desde él, centrándose en ella, dejándole combinarse con sus propios escudos frágiles y descubriendo que era más fácil de lo que podía haberse imaginado mientras probaba el peso del arma que le había dado.
La línea era nítida, el rifle dirigido por láser totalmente automático disparaba una ráfaga exacta y mortal que dejaba un agujero en un hombre del tamaño del Gran Cañón.
Como con el hombre, hasta las armas que poseía no llevaban ningún residuo de violencia o rabia. Eran instrumentos, nada más.
—Los muertos no responden a los disparos, amor —le recordó él cuando ella le echó una mirada punzante.
—Lance nos pegará un tiro a los dos. —Ella gimió de placer.
—Sí, pero sus balas no matan —gruñó Él —. Mie/rda de cuestión de policía mal/dita. ¿Qué les pasó a los buenos días?
Ella se dio la vuelta. Apoyando el tambor del rifle en la ventana mientras se apresuraban alrededor de la curva del barranco donde estaba su propio Raider. El disparo del rifle estalló contra sus escudos.
—A las tres en punto —gritó él la posición—. Dale a las tres en punto, infiernos.
Su dedo se apretó en el gatillo mientras ella apoyaba aún más el rifle contra su hombro, permitiendo al arma palpitar contra ella cuando apretó el gatillo y cortó una ráfaga de muerte por la pared de barranco.
Las balas rebotaron en el escudo cuando pasaron, un segundo antes de que ella viera la caída del primer cuerpo.
—Uno abajo. —Ella dejó ir el gatillo, lanzándose contra el asiento cuando Joseph lanzó el vehículo en otra vuelta para el segundo pase.
—El segundo está corriendo. Ahí está. —En vez de tirar el radar termo dirigido en el parabrisas, señaló a donde una sombra se movía a lo largo de una grieta en lo alto de la pared—. ¿Vas a herir o a limpiar? Muerte o captura.
—Herir. Quiero respuestas. —Ella desenfundó su arma—. Vamos a bailar.
La euforia bombeó por ella mientras los neumáticos mordían en la tierra y el vehículo salió disparado hacia abajo por la extensión del barranco.
Ella apuntó, mirando la mira láser del arma con cuidado.
—Saca tus ojos de esa mal/dita luz —gruñó Joseph—. Usa tus tripas. Déjalas decirte cuándo disparar. Esas guías láser son para mar/icas.
Ella se lamió los labios resecos nerviosamente, respiró hondo y miró al atacante mientras corría. Levantó el arma un poco más alto de lo que la mira requería, dejando a sus sentidos explotar, tendiendo la mano al arma como su abuelo Navajo le había enseñado en vez de depender de las miras como le había enseñado su formación.
Capitulo Uno Continuación
—Puedo y lo haría si ella dejara de luchar contra mí como un pequeño gato montés. —La alzaron y separaron sus pies del suelo cuando la oscura voz masculina se hizo más profunda—. ¿Tienes una reclamación sobre ella, Jacobs? Pienso que me gustaría quedármela.
¿Quedársela? ¿Qué demonios, ahora era un trofeo? Ella gruñó mientras trataba de darle un codazo otra vez, luchando para hacerlo perder el equilibrio.
—Sácala de allí. Si quieres arriesgarte un segundo, es tu cabeza. Estamos en camino.
—Suéltame. —La satisfacción la llenó cuando finalmente logró conseguir un golpe que hizo que él tensara, su presa se debilitó lo bastante para que se apartase y le hiciese frente.
Los ojos ámbar oscuro la miraron fijamente, intensificándose en color en la sombreada extensión de la caverna.
Calma. Esto se abrigó alrededor de ella, sosegando el borde desigual de sus propios nervios cuando eso la obligó a centrarse.
—Si vas a disparar, apresúrate y hazlo. —Un gruñido pareció mantenerse en su voz mientras unos dientes blancos brillaban en una cara oscurecida por el sol—. Si no, vamos a ser carne de hamburguesa si no llegamos a mi Raider antes de que ellos lleguen hasta nosotros.
Ahora podía oír las voces fuera de la caverna. Obviamente más de una, y acercándose más.
Bajó su arma, respirando con dificultad mientras recobraba lentamente el control.
—No creo que me gustes —espetó ella cuando él se dio la vuelta y comenzó a mostrarle el camino por una oscura grieta casi escondida en la pared de roca, del tipo de las que a menudo se formaban cuando uno de los afluentes de agua se rajaba por las partes más débiles de las cavernas. Era apenas lo bastante amplia como para pasar, profunda y oscura, sofocantemente caliente. Sus límites la envolvieron con el olor de hombre alrededor de ella en vez del de la muerte.
Y oh muchacho, él olía bien. Oscuro y masculino, y como la tierra misma, caliente y duro y rico como la vida. Le gustó ese olor. Demasiado. Porque de repente no era el peligro tras de ellos lo que la llenaba; sino que era el olor del hombre delante de ella y las punzadas sensuales de la sensación que esto envió a toda velocidad por su cuerpo. Él la hacía pensar en sexo.
—Bueno. El conflicto sólo hace la vida más interesante.
Era una locura. Ella lo adoraba. Podía sentir los latidos de su corazón acelerarse con el peligro, la adrenalina aumentando sus sentidos, ondulando por ella con un punto culminante natural que casi le dio vértigo.
Ellos se movieron rápidamente, y en unos minutos los hilos delgados de la luz del sol comenzaron a iluminar su camino.
—Estamos fuera —anunció Joseph cuando ellos se movieron por la entrada y corrieron a su Raider aparcado sólo delante de ellos.
—Estamos en camino —contestó Joseph —. Sácala de ahí…
—¡No! —Ella se volvió a la criatura corpulenta y salvaje que brincó en el lado del conductor del Raider mientras se volvía en el asiento del pasajero.
Por alguna razón ya no podía sentir la rabia, la necesidad de matar, el terror y el miedo que habían resonado en el valle. Con la llegada de este hombre, la calma pareció extenderse de él como un escudo que bloqueaba aquellas emociones discordantes, y ella estaba centrada otra vez.
—Puedo hacerlo. —Ella tenía que luchar. Para demostrarse a sí misma que podía—. No podemos permitirnos dejarles escapar. Ellos mataron, y me esperaban. Tenemos que saber por qué.
Él se dio la vuelta, sus ojos coloreados de una manera rara reflejaron una aprobación divertida mientras una sonrisa torcida curvaba sus labios duros y sensuales.
—Vamos a cogerlos entonces…
—Infiernos no —casi gritó entonces Lance—. Mal/dito seas, Joseph, sácala de allí.
Ella siguió mirando a Joseph mientras él ataba una tira de cuero alrededor de su largo pelo, castaño dorado, y lo anudaba en su nuca.
—________ Fields. —Ella tendió su mano mientras la excitación se vertía por ella.
—Joseph Arness. —Su apretón era fuerte y firme. Esto envió un pulso de energía por su brazo, resonando a lo largo de su cuerpo. Pero no había ninguna de las emociones desencadenadas proviniendo de él que ella sentía de otros. Las emociones que normalmente la dejaban drenada, incapaz de pensar claramente. Ella sintió los restos de la disipación de la violencia más temprana, el horror de muerte aliviado, como si la calma que él proyectaba se ampliase a aquellos a su alrededor.
—Joseph, ella no es lo suficiente experimentada. Retórnala al Control —pidió Lance otra vez—. Podemos manejar esto.
Los ojos de Joseph se estrecharon cuando él la miró. Despreocupadamente desconectó la recepción tirando del micro mientras sus ojos miraban fijamente a los suyos.
—¿Te gusta vivir peligrosamente? —Sus párpados bajaron, una expresión hambrienta, casi sexual, cruzó su cara.
Una sonrisa tembló en sus labios cuando ella tiró también su micro hacia atrás.
—Vivo para ello.
Joseph se dio la vuelta en su asiento, aceleró el poderoso motor del Raider y salió. Ningún cinturón de seguridad, ninguna palabra de advertencia cuando él giró las ruedas bruscamente, enviando al Raider patinando a lo largo de la tierra arenosa mientras este se dirigía de regreso hacia el interior del barranco.
—Enciende los protectores y el escudo antibalas. —Ella activó los ajustes de seguridad antes de comprobar su arma y bajar la ventana de su lado.
Las balas atravesarían la seguridad sin problemas, pero cualquier disparo en ellos explotaría inocuamente antes de tocar el vehículo. La mayor parte del tiempo, al menos.
—Arma incorrecta.
________ se dio la vuelta, sus ojos se desorbitaron cuando Joseph alcanzó hacia el entarimado entre los asientos de cubo y sacó un avanzado rifle automático, dirigido por láser.
—Inténtalo con ésta.
Ilegal al máximo.
Ella la adoró.
Ella abrió su mente a la calma que se extendía desde él, centrándose en ella, dejándole combinarse con sus propios escudos frágiles y descubriendo que era más fácil de lo que podía haberse imaginado mientras probaba el peso del arma que le había dado.
La línea era nítida, el rifle dirigido por láser totalmente automático disparaba una ráfaga exacta y mortal que dejaba un agujero en un hombre del tamaño del Gran Cañón.
Como con el hombre, hasta las armas que poseía no llevaban ningún residuo de violencia o rabia. Eran instrumentos, nada más.
—Los muertos no responden a los disparos, amor —le recordó él cuando ella le echó una mirada punzante.
—Lance nos pegará un tiro a los dos. —Ella gimió de placer.
—Sí, pero sus balas no matan —gruñó Él —. Mie/rda de cuestión de policía mal/dita. ¿Qué les pasó a los buenos días?
Ella se dio la vuelta. Apoyando el tambor del rifle en la ventana mientras se apresuraban alrededor de la curva del barranco donde estaba su propio Raider. El disparo del rifle estalló contra sus escudos.
—A las tres en punto —gritó él la posición—. Dale a las tres en punto, infiernos.
Su dedo se apretó en el gatillo mientras ella apoyaba aún más el rifle contra su hombro, permitiendo al arma palpitar contra ella cuando apretó el gatillo y cortó una ráfaga de muerte por la pared de barranco.
Las balas rebotaron en el escudo cuando pasaron, un segundo antes de que ella viera la caída del primer cuerpo.
—Uno abajo. —Ella dejó ir el gatillo, lanzándose contra el asiento cuando Joseph lanzó el vehículo en otra vuelta para el segundo pase.
—El segundo está corriendo. Ahí está. —En vez de tirar el radar termo dirigido en el parabrisas, señaló a donde una sombra se movía a lo largo de una grieta en lo alto de la pared—. ¿Vas a herir o a limpiar? Muerte o captura.
—Herir. Quiero respuestas. —Ella desenfundó su arma—. Vamos a bailar.
La euforia bombeó por ella mientras los neumáticos mordían en la tierra y el vehículo salió disparado hacia abajo por la extensión del barranco.
Ella apuntó, mirando la mira láser del arma con cuidado.
—Saca tus ojos de esa mal/dita luz —gruñó Joseph—. Usa tus tripas. Déjalas decirte cuándo disparar. Esas guías láser son para mar/icas.
Ella se lamió los labios resecos nerviosamente, respiró hondo y miró al atacante mientras corría. Levantó el arma un poco más alto de lo que la mira requería, dejando a sus sentidos explotar, tendiendo la mano al arma como su abuelo Navajo le había enseñado en vez de depender de las miras como le había enseñado su formación.
heyitsnicktanii
Re: La Marca de_____ [Joe&'Tú](Erotico/Romantica)
Ella disparó el primer tiro, maldiciendo silenciosamente mientras la bala acertaba inocuamente lejos por encima de la cabeza de su objetivo.
Ajustando rápidamente, disparó otra vez, dos veces, una tras otra, y miró con un sentimiento de satisfacción cuando el francotirador que le disparaba caía.
—Prepárate. —El Raider giró, haciendo pararse de golpe, y Joseph disparó desde el vehículo para asegurarlo.
—Maldición, esto es juego sucio. —____ corrió fuera detrás de él—. Yo lo derribé, yo lo golpeo.
Un rugido explotó de la garganta de Joseph mientras luchaba con el atacante, que gruñía con salvaje intensidad. Ella se quedó parada por la sorpresa, horrorizada mientras miraba el destello de colmillos curvos en el lado de la boca del atacante un segundo antes de que se hundieran en el hombro de Joseph.
El puño de Joseph golpeó en el lado de su cabeza, un rugido furioso que abandonó su pecho mientras los malignos y largos colmillos se revelaban por el gruñido animal en sus labios.
Ambos eran Castas.
De repente, el hombre que había sido su co-conspirador en la aventura era una amenaza primitiva y desconocida. Sin contar el hecho que Joseph parecía conocer a Lance, ella no podía estar segura de que incluso su primo conociese al hombre al que afrontaba ahora.
El shock la traspasó mientras retrocedía, con los ojos amplios y el arma levantada. El puño de Joseph conectó con en el bajo vientre indefenso del pistolero, arrebatándole el aliento antes de que Joseph le conectase otro duro golpe a la cara y luego le asestara un golpe en el vulnerable cuello que le dejó incapacitado.
Era lo bastante poderoso como para dejar al otro hombre inconsciente. Lo bastante poderoso como para enviar un pulso de terror palpitando por ella cuando sacó su micro. Ella reactivó el receptor en su oído mientras apuntaba su arma contra Joseph. Él era lo bastante poderoso como para que el siguiente golpe para el que estaba retrocediendo muy bien pudiese matar a la única cosa viva capaz de decirle lo que había pasado aquí.
—Apártate de él —pidió ella, levantando su voz por encima del gruñido de animal que retumbaba en su pecho. Habría sido atractivo si no pareciera tan condenadamente peligroso—. Ahora.
Ella no podía permitirse confiar en él. No podía sentir a Joseph, no podía leerlo como podía con otros. Y, de repente, no estaba tan segura de que él no fuera también el enemigo.
—¿____? ¿____? ¿Eres tú? ¡Gracias a Dios!, —gritaba Lance en su oído—. Nos dirigimos a tu posición en un helicóptero privado, ETA cinco minutos. ¿Cuál es tu situación?
Ella no hizo caso de sus frenéticas preguntas.
—Pensaba que te gustaba vivir peligrosamente. —Los colmillos brillaron otra vez mientras un gruñido retumbaba en el pecho de Joseph y él comenzaba a andar hacia ella.
_____ disparó a sus pies, haciéndolo pararse mientras él la miraba fijamente a su vez con sorpresa. Su ceja se levantó en tono burlón.
—Yo no me acercaría más en tu lugar —le advirtió ella firmemente.
Él activó su comunicador.
—Lance, tu chica no quiere creer soy uno de los tipos buenos. Tranquilízala, ¿eh?
Joseph se reía. El hijo de perra la miraba y se reía. Ninguna cólera, ninguna rabia, ningún deseo de venganza contra ella.
—Rápido antes de que ella haga un agujero en el dedo de mi pie. —Ella apuntó más alto—. O en algún sitio más importante.
Ella sintió su diversión. Esta se derramó a su alrededor como una caricia mientras ella aspiraba profundamente, obligándose a liberar el borde de calma que ella se había permitido utilizar. Su calma.
—¿Vosotros dos creéis que este es momento de juegos y diversión?, — gritaba Lance mientras el sonido del helicóptero podía oírse en la distancia. —____, si le pegas un tiro, curtiré tu piel seguro. Nunca saldrás de la reserva. ¿Me oyes? Retírate, maldita sea.
Ella mantuvo su arma apuntada contra él. Bueno, Lance confiaba en él pero, ¿sabía su primo con quién y qué trataban aquí?
—La situación aquí está contenida —informó ella—. Pero pienso que me aseguraré y mantendré al Gatito con Botas a la vista hasta que llegues aquí.
Los ojos de Joseph se estrecharon ante el apodo mientras el silencio llenaba el receptor, confirmando su sospecha de que él era en efecto una casta de León. Los colmillos de coyote tenían una curva dura; los de las castas de León eran rectos. Él podía no ser el enemigo, pero no era tampoco exactamente seguro.
Lance gimió un segundo más tarde.
—_____, amor, te estás cavando un agujero aquí del que no serás capaz salir.
Si el modo en el que el chico gato la miraba era alguna indicación, ella ya lo tenía. La cólera se arremolinaba en las profundidades doradas de sus ojos cuando él desactivó el micro y cruzó sus brazos sobre su impresionante y amplio pecho.
Aunque ella no sentía cólera. Esta volaba en su cabeza, triturando sus nervios. Estaba contenida dentro de él. Maldito, realmente podía haberle gustado. Tal vez.
—Entonces te gusta realmente vivir peligrosamente. —El timbre áspero de su voz envió escalofríos por su columna—. La próxima vez, te dejaré enredar con los coyotes y encontraré un lugar agradable para sentarme y mirar.
—Sí, hazlo. —Ella rechazó dejar al arma vacilar ni una pulgada.
Ella podía sentir la tensión en el aire, a pesar de su postura aparentemente ocasional. Él esperaba una apertura, mirándola en busca de una debilidad. Y ella podía sentirlo, sentir su preparación consumirla, palpitando por su sangre.
Era emocionante más que doloroso. Alegría cuando debería haber sido aterrador.
Él sacudió su cabeza con tristeza fingida, la postura ilusoriamente perezosa de su cuerpo poderoso casi la engaña en la relajación de su guardia. Los vaqueros moldeaban sueltamente sus muslos poderosos, una camiseta gris abrazaba su amplio pecho. Él era una máquina sexual ambulante y el brillo de sus ojos extraños le mostró que él lo sabía.
—Hacíamos un gran equipo —suspiró él cuando el sonido del helicóptero se hizo más fuerte—. Está muy mal, _____. Yo comenzaba finalmente a divertirme.
Él brincó hacia ella. Maldito. Ninguna advertencia, ningún pensamiento, ninguna impresión de lo que él iba a hacer antes de que lo hiciera. Él sólo lo hizo.
El arma voló de su mano cuando ella golpeó la tierra, el aliento salió de su cuerpo cuando su longitud más pesada la cubrió y la calentó.
—Más tarde, cariño. —Él pellizcó su oído antes de brincar en pie e ir para su Raider. Un segundo más tarde el polvo la envolvió cuando él se apresuró por el barranco y desapareció alrededor de una curva. El sonido del helicóptero se hizo más cercano.
¿Mierda, podía empeorar este día mucho más?
Washington D.C.
El senador Macken Cooley frunció el ceño con disgusto cuando el teléfono móvil vibró en el bolsillo de su chaqueta, obligándolo a apartar su atención de los estatutos de la Ley de la Casta que examinaba en este momento. Los mandatos que gobernaban las nuevas especies y les daban derechos especiales eran una espina en su costado. Eran criaturas. No eran animales o humanos; no merecían ningún derecho.
Cuando el teléfono móvil especial y seguro siguió vibrando, lo sacó de un tirón del bolsillo de su chaqueta con una mueca que se convirtió en una mirada de interés cuando vio el número en el identificador de llamadas.
—¿Sí?
—Arness estaba allí —habló una voz baja en el teléfono—. _____ Fields ha derribado a uno de los cazadores y ha capturado al otro.
Joseph Arness se convertía en el problema que él había predicho al Consejo de Genética. Sonrió con satisfacción ante la ira de la voz en el teléfono, deseando que supiera quién era su contacto; le encantaba imaginar la expresión que iba con la voz en este momento. Él no parecía contento.
—Le advertí que no sería tan fácil. —No podía menos que regodearse—. Ella no se esconde en aquel desierto porque no sepa lo que hace.
Había tratado de advertir el Consejo de Genética de esto cuando decidieron tomar el asunto de sus manos.
No conocían a la muchacha o a su familia como él. Sus poderes psíquicos especiales harían prácticamente imposible el tenderle una emboscada a uno de ellos, sobre todo a ____ Fields. Sus capacidades empáticas eran más fuertes que la mayoría, más difíciles de controlar, pero definitivamente impresionantes.
—Le entregamos dos unidades, Senador —raspó la voz—. Son ex marines y dedicados a nuestra causa. No estropeados. No trataremos de cubrirle si le atrapan. Estará solo.
—¿Y si tengo éxito? —Podía sentir su miembro endurecerse ante el pensamiento del control que pronto tendría sobre la pequeña y delicada ____.
—Si tiene éxito avanzará a la siguiente posición —prometió la voz—. Si falla, morirá.
Él no fallaría. Y el progreso dentro de la Sociedad de Genética era su objetivo último. Ansiaba el poder que vendría con la posición de un líder de sección. Uno de los pocos que mandaban sus propias unidades de soldados Coyote. Los espías vendrían a él entonces, sus vidas estarían bajo su control. El pensamiento del poder era casi orgásmico.
Cuando la unión telefónica se cortó, permitió que la anticipación comenzara a aumentar dentro de él.
No veía a las Castas como humanos o como animales; eran criaturas. Instrumentos para ser usados y nada más. Y ____, por pura suerte, se convertiría nada más que en una prenda a sus esfuerzos para ver a las criaturas colocadas otra vez donde pertenecían, dentro del cautiverio.
Aunque él jugaría primero con _____ un poco, para ver si era tan buena como su padre siempre afirmaba que era. Podía matarla en cualquier momento, pero quería verla luchar. Quería verla asustada. Y quería que el condenadamente arrogante Jonas Wyatt advirtiese que las Castas no eran nada comparadas con el Consejo. Nada comparadas con el Senador Macken Cooley. Wyatt era siempre tan arrogante, tan seguro de sí mismo y de su poder. Mac le mostraría de una vez para siempre la realidad del poder verdadero.
Por supuesto, Wyatt intentaría salvar a ___. Podía hasta llevarla al Santuario. Eso no importaría. No importa donde fuese, Mac sabía que su gente podía atraparla. Quiso que también Wyatt lo supiera.
Y tal vez, sólo tal vez, antes de que matara a la pequeña _____, le diría por qué la había marcado para la muerte. No es que ella recordase al principio. Él la conocía. Sabía cómo trabajaban sus poderes. David Fields, su padre, a menudo confiaba en Mac mientras se preocupaba por su hija y su incapacidad para tratar las señales empáticas que recibía.
No, ella no recordaría esa noche; no antes de que él tomase su vida. Él la tendría y luego la mataría. Pero mientras tanto podía jugar, sólo un poquito. El pensamiento lo hizo sonreír mientras volvía de regreso a su investigación, su dedicación renovada, su determinación de encontrar un modo de destruir aquellas malditas castas. Él tendría éxito.
Ajustando rápidamente, disparó otra vez, dos veces, una tras otra, y miró con un sentimiento de satisfacción cuando el francotirador que le disparaba caía.
—Prepárate. —El Raider giró, haciendo pararse de golpe, y Joseph disparó desde el vehículo para asegurarlo.
—Maldición, esto es juego sucio. —____ corrió fuera detrás de él—. Yo lo derribé, yo lo golpeo.
Un rugido explotó de la garganta de Joseph mientras luchaba con el atacante, que gruñía con salvaje intensidad. Ella se quedó parada por la sorpresa, horrorizada mientras miraba el destello de colmillos curvos en el lado de la boca del atacante un segundo antes de que se hundieran en el hombro de Joseph.
El puño de Joseph golpeó en el lado de su cabeza, un rugido furioso que abandonó su pecho mientras los malignos y largos colmillos se revelaban por el gruñido animal en sus labios.
Ambos eran Castas.
De repente, el hombre que había sido su co-conspirador en la aventura era una amenaza primitiva y desconocida. Sin contar el hecho que Joseph parecía conocer a Lance, ella no podía estar segura de que incluso su primo conociese al hombre al que afrontaba ahora.
El shock la traspasó mientras retrocedía, con los ojos amplios y el arma levantada. El puño de Joseph conectó con en el bajo vientre indefenso del pistolero, arrebatándole el aliento antes de que Joseph le conectase otro duro golpe a la cara y luego le asestara un golpe en el vulnerable cuello que le dejó incapacitado.
Era lo bastante poderoso como para dejar al otro hombre inconsciente. Lo bastante poderoso como para enviar un pulso de terror palpitando por ella cuando sacó su micro. Ella reactivó el receptor en su oído mientras apuntaba su arma contra Joseph. Él era lo bastante poderoso como para que el siguiente golpe para el que estaba retrocediendo muy bien pudiese matar a la única cosa viva capaz de decirle lo que había pasado aquí.
—Apártate de él —pidió ella, levantando su voz por encima del gruñido de animal que retumbaba en su pecho. Habría sido atractivo si no pareciera tan condenadamente peligroso—. Ahora.
Ella no podía permitirse confiar en él. No podía sentir a Joseph, no podía leerlo como podía con otros. Y, de repente, no estaba tan segura de que él no fuera también el enemigo.
—¿____? ¿____? ¿Eres tú? ¡Gracias a Dios!, —gritaba Lance en su oído—. Nos dirigimos a tu posición en un helicóptero privado, ETA cinco minutos. ¿Cuál es tu situación?
Ella no hizo caso de sus frenéticas preguntas.
—Pensaba que te gustaba vivir peligrosamente. —Los colmillos brillaron otra vez mientras un gruñido retumbaba en el pecho de Joseph y él comenzaba a andar hacia ella.
_____ disparó a sus pies, haciéndolo pararse mientras él la miraba fijamente a su vez con sorpresa. Su ceja se levantó en tono burlón.
—Yo no me acercaría más en tu lugar —le advirtió ella firmemente.
Él activó su comunicador.
—Lance, tu chica no quiere creer soy uno de los tipos buenos. Tranquilízala, ¿eh?
Joseph se reía. El hijo de perra la miraba y se reía. Ninguna cólera, ninguna rabia, ningún deseo de venganza contra ella.
—Rápido antes de que ella haga un agujero en el dedo de mi pie. —Ella apuntó más alto—. O en algún sitio más importante.
Ella sintió su diversión. Esta se derramó a su alrededor como una caricia mientras ella aspiraba profundamente, obligándose a liberar el borde de calma que ella se había permitido utilizar. Su calma.
—¿Vosotros dos creéis que este es momento de juegos y diversión?, — gritaba Lance mientras el sonido del helicóptero podía oírse en la distancia. —____, si le pegas un tiro, curtiré tu piel seguro. Nunca saldrás de la reserva. ¿Me oyes? Retírate, maldita sea.
Ella mantuvo su arma apuntada contra él. Bueno, Lance confiaba en él pero, ¿sabía su primo con quién y qué trataban aquí?
—La situación aquí está contenida —informó ella—. Pero pienso que me aseguraré y mantendré al Gatito con Botas a la vista hasta que llegues aquí.
Los ojos de Joseph se estrecharon ante el apodo mientras el silencio llenaba el receptor, confirmando su sospecha de que él era en efecto una casta de León. Los colmillos de coyote tenían una curva dura; los de las castas de León eran rectos. Él podía no ser el enemigo, pero no era tampoco exactamente seguro.
Lance gimió un segundo más tarde.
—_____, amor, te estás cavando un agujero aquí del que no serás capaz salir.
Si el modo en el que el chico gato la miraba era alguna indicación, ella ya lo tenía. La cólera se arremolinaba en las profundidades doradas de sus ojos cuando él desactivó el micro y cruzó sus brazos sobre su impresionante y amplio pecho.
Aunque ella no sentía cólera. Esta volaba en su cabeza, triturando sus nervios. Estaba contenida dentro de él. Maldito, realmente podía haberle gustado. Tal vez.
—Entonces te gusta realmente vivir peligrosamente. —El timbre áspero de su voz envió escalofríos por su columna—. La próxima vez, te dejaré enredar con los coyotes y encontraré un lugar agradable para sentarme y mirar.
—Sí, hazlo. —Ella rechazó dejar al arma vacilar ni una pulgada.
Ella podía sentir la tensión en el aire, a pesar de su postura aparentemente ocasional. Él esperaba una apertura, mirándola en busca de una debilidad. Y ella podía sentirlo, sentir su preparación consumirla, palpitando por su sangre.
Era emocionante más que doloroso. Alegría cuando debería haber sido aterrador.
Él sacudió su cabeza con tristeza fingida, la postura ilusoriamente perezosa de su cuerpo poderoso casi la engaña en la relajación de su guardia. Los vaqueros moldeaban sueltamente sus muslos poderosos, una camiseta gris abrazaba su amplio pecho. Él era una máquina sexual ambulante y el brillo de sus ojos extraños le mostró que él lo sabía.
—Hacíamos un gran equipo —suspiró él cuando el sonido del helicóptero se hizo más fuerte—. Está muy mal, _____. Yo comenzaba finalmente a divertirme.
Él brincó hacia ella. Maldito. Ninguna advertencia, ningún pensamiento, ninguna impresión de lo que él iba a hacer antes de que lo hiciera. Él sólo lo hizo.
El arma voló de su mano cuando ella golpeó la tierra, el aliento salió de su cuerpo cuando su longitud más pesada la cubrió y la calentó.
—Más tarde, cariño. —Él pellizcó su oído antes de brincar en pie e ir para su Raider. Un segundo más tarde el polvo la envolvió cuando él se apresuró por el barranco y desapareció alrededor de una curva. El sonido del helicóptero se hizo más cercano.
¿Mierda, podía empeorar este día mucho más?
Washington D.C.
El senador Macken Cooley frunció el ceño con disgusto cuando el teléfono móvil vibró en el bolsillo de su chaqueta, obligándolo a apartar su atención de los estatutos de la Ley de la Casta que examinaba en este momento. Los mandatos que gobernaban las nuevas especies y les daban derechos especiales eran una espina en su costado. Eran criaturas. No eran animales o humanos; no merecían ningún derecho.
Cuando el teléfono móvil especial y seguro siguió vibrando, lo sacó de un tirón del bolsillo de su chaqueta con una mueca que se convirtió en una mirada de interés cuando vio el número en el identificador de llamadas.
—¿Sí?
—Arness estaba allí —habló una voz baja en el teléfono—. _____ Fields ha derribado a uno de los cazadores y ha capturado al otro.
Joseph Arness se convertía en el problema que él había predicho al Consejo de Genética. Sonrió con satisfacción ante la ira de la voz en el teléfono, deseando que supiera quién era su contacto; le encantaba imaginar la expresión que iba con la voz en este momento. Él no parecía contento.
—Le advertí que no sería tan fácil. —No podía menos que regodearse—. Ella no se esconde en aquel desierto porque no sepa lo que hace.
Había tratado de advertir el Consejo de Genética de esto cuando decidieron tomar el asunto de sus manos.
No conocían a la muchacha o a su familia como él. Sus poderes psíquicos especiales harían prácticamente imposible el tenderle una emboscada a uno de ellos, sobre todo a ____ Fields. Sus capacidades empáticas eran más fuertes que la mayoría, más difíciles de controlar, pero definitivamente impresionantes.
—Le entregamos dos unidades, Senador —raspó la voz—. Son ex marines y dedicados a nuestra causa. No estropeados. No trataremos de cubrirle si le atrapan. Estará solo.
—¿Y si tengo éxito? —Podía sentir su miembro endurecerse ante el pensamiento del control que pronto tendría sobre la pequeña y delicada ____.
—Si tiene éxito avanzará a la siguiente posición —prometió la voz—. Si falla, morirá.
Él no fallaría. Y el progreso dentro de la Sociedad de Genética era su objetivo último. Ansiaba el poder que vendría con la posición de un líder de sección. Uno de los pocos que mandaban sus propias unidades de soldados Coyote. Los espías vendrían a él entonces, sus vidas estarían bajo su control. El pensamiento del poder era casi orgásmico.
Cuando la unión telefónica se cortó, permitió que la anticipación comenzara a aumentar dentro de él.
No veía a las Castas como humanos o como animales; eran criaturas. Instrumentos para ser usados y nada más. Y ____, por pura suerte, se convertiría nada más que en una prenda a sus esfuerzos para ver a las criaturas colocadas otra vez donde pertenecían, dentro del cautiverio.
Aunque él jugaría primero con _____ un poco, para ver si era tan buena como su padre siempre afirmaba que era. Podía matarla en cualquier momento, pero quería verla luchar. Quería verla asustada. Y quería que el condenadamente arrogante Jonas Wyatt advirtiese que las Castas no eran nada comparadas con el Consejo. Nada comparadas con el Senador Macken Cooley. Wyatt era siempre tan arrogante, tan seguro de sí mismo y de su poder. Mac le mostraría de una vez para siempre la realidad del poder verdadero.
Por supuesto, Wyatt intentaría salvar a ___. Podía hasta llevarla al Santuario. Eso no importaría. No importa donde fuese, Mac sabía que su gente podía atraparla. Quiso que también Wyatt lo supiera.
Y tal vez, sólo tal vez, antes de que matara a la pequeña _____, le diría por qué la había marcado para la muerte. No es que ella recordase al principio. Él la conocía. Sabía cómo trabajaban sus poderes. David Fields, su padre, a menudo confiaba en Mac mientras se preocupaba por su hija y su incapacidad para tratar las señales empáticas que recibía.
No, ella no recordaría esa noche; no antes de que él tomase su vida. Él la tendría y luego la mataría. Pero mientras tanto podía jugar, sólo un poquito. El pensamiento lo hizo sonreír mientras volvía de regreso a su investigación, su dedicación renovada, su determinación de encontrar un modo de destruir aquellas malditas castas. Él tendría éxito.
heyitsnicktanii
Re: La Marca de_____ [Joe&'Tú](Erotico/Romantica)
Capitulos Dos
Maldición, ella lo ponía duro. Ese fue el primer pensamiento que reventó en la mente de Joseph la mañana siguiente cuando ____ entró en la oficina de su primo y lo contempló con sospecha inmediata.
Ella estaba vestida con unos vaqueros apretados y atractivos metidos en unas botas de media caña. Una camisa caqui estaba abrochada sólo hasta el borde de sus pechos; un amplio cinturón apretaba su cintura y sostenía la pistolera para sus asuntos de policía colocada apenas detrás de su cadera izquierda.
Una película fina de transpiración punteaba su ceja mientras sus ojos azules oscuros brillaban con diversión y una chispa de amenaza. Ella no sería una mujer fácil de controlar, pero él ya lo había adivinado.
Y estaba excitada. Fue su segundo pensamiento. Esto se cernió de golpe sobre él cuando el olor sutil e inequívoco del calor femenino alcanzó sus sensibles fosas nasales. Se enderezó en el asiento ante el olor, estrechando sus ojos para poder saborearlo a placer completamente.
¿Aunque quién la había excitado? El pinchazo a su orgullo masculino de repente lo hizo mirarla ceñudo. Ella levantó su ceja, su expresión era de burla.
Él contuvo una risita, así como contuvo la necesidad de replicar a su desafío. Una cosa era segura: no pasaría mucho antes de que le quitara aquellos pantalones de su trasero y su miembro se asentara cómodamente en aquel pequeño y cálido sexo.
—¿Querías verme? —apuntó ____ a su primo con un levantamiento burlón de su ceja mientras cerraba la puerta detrás de ella.
Joseph giró su mirada de regreso a Lance, arqueando la ceja cuando atrapó la expresión menos que contenta del otro hombre. A Lance no le había conmovido la orden proveniente de sus superiores, ni la información que Joseph le había dado en el interrogatorio del Coyote la noche anterior. No es que hubiera resultado nada de esto.
—Toma asiento, ____ —suspiró Lance.
Sentado hacia atrás en su silla con los hombros caídos, con el tobillo apoyado en su rodilla, Joseph giró su cabeza otra vez para mirar su paseo a través de la oficina. Ella se movía como una lluvia de primavera, lisa y sedosa. Y maldito si su olor no le hacía la boca agua.
—Bien, así que aquí estoy. —Ella se paró en el escritorio, observando la silla al lado de Joseph no sin una pequeña cantidad de sospecha y un destello de humor cuando controló rápidamente una sonrisa—. No quiero sentarme a su lado. Muerde.
Ella cruzó los brazos sobre sus pechos, pequeños pechos agradables y compactos con la plenitud justa para tentarlo. Su fingido ceño fruncido lo informó de que la pequeña aventura de ayer realmente no la había enfadado. Aquellas cejas negras bajaron sobre ojos azules océano que parecían lo bastante profundos para ahogar a un hombre y desafiarlo al mismo tiempo. Él adoraba un desafío.
—Ella dispara. —Él mantuvo su sonrisa cuando se volvió a Lance e hizo un gesto en su dirección—. Necesitaré alguna clase de defensa.
Lance no estaba divertido. Él se pasó la mano por la cara y murmuró algo sobre "malditas mujeres obstinadas".
Joseph estaba completamente de acuerdo con él.
—¿Por qué está él aquí? ¿No tenemos bastantes problemas con los que tratar? —preguntó ella.
—Siéntate, ____ —refunfuñó Lance, obviamente no de humor para esta pequeña reunión—. Incluso si eso significa mover la silla.
Ella lo hizo. Joseph se rió de ella despacio, aterradoramente, mientras miraba un rubor ligero colorear su carne bronceada. La información que él tenía de ____ había sido tan clara, concisa y bien hecha como Joseph había llegado a esperar de Jonas.
Su relación con su primo había sido parte del informe. Parecía que ella y Lance habían estado disparándose el uno en el otro durante meses debido a la insistencia de ella en tomar las patrullas de desierto en vez de las asignaciones seguras en la ciudad. Pero ellos estaban más cerca que la mayoría de los hermanos y hermanas, sin mencionar primos.
—Realmente hoy tengo trabajo que hacer —indicó finalmente ella con un poco de impaciencia cuando ninguno de ellos habló.
—No, no lo tienes. —Lance se sentó entonces hacia delante, apoyando los brazos en su escritorio mientras se oscurecía su ceño fruncido—. Estás a punto de conseguir exactamente lo que has estado queriendo durante los dos últimos años. Felicidades. —Él no estaba contento, pero Joseph era consciente ya de aquel hecho. Lance estaba más furioso que el infierno, no sólo con Joseph y la Oficina de Asuntos de la Casta. Sino también con Megan.
—¿Realmente? —Ella arrastró las palabras con burlona diversión—. Esto es interesante. ¿Entonces, esta misteriosa misión mía incluye un arma? —Claramente era una discusión que no había logrado ganar contra su primo. Ella odiaba la cuestión de del aturdidor y había estado acosándolo para requisar un arma más poderosa para ella.
—Usa una de las tuyas —dijo groseramente Lance con sarcasmo—. Tienes bastantes de ellas, y ya que ya no estás en trabajo oficial, no puedo pararte. O usa una suya. Ayer pareces haberlo hecho bien.
_____ le echó a Joseph una mirada por el rabillo del ojo.
Joseph le ofreció una sonrisa pagada de sí misma, satisfecha, mientras su mirada fija se movía totalmente a ella. Finalmente ella se volvió a su primo en vez de expresar la réplica burlona que él sintió que estaba en la punta de su muy bonita lengua.
—¿Vas a decirme en qué me estoy metiendo? Tengo muchas necesidades, sabes. ¿O vas a dejar al Sr. Arness hablar por ti?
Picante. Esto es lo que era ella. Picante como infierno. Él lo adoró.
Él levantó el pie de su rodilla y lo puso despacio en el suelo antes de enderezarse en su silla. Nunca apartó sus ojos de ella, mirándola fija y atentamente, amando como ella encontraba su mirada y escondía el nerviosismo que podía sentir crecer en su interior.
A veces el ADN animal que poseía era condenadamente práctico. Las capacidades empáticas naturales fácilmente recogían las emociones de aquellos alrededor de él, las filtraban y cruzaban sin el impacto emocional en su propia psique que experimentaría una persona normal. Él sabía lo que ella sentía, pero él mismo no lo sentía.
Él gruñó, una vibración deliberada y áspera que retumbó peligrosamente en su pecho cuando él bajó sus párpados y dejó que su mirada la recorriera.
El calor enrojecía su cara, y maldito si el olor suave, sazonado y dulce de su sexo no lo tenía listo para brincar sobre ella en el mismo momento. Se preguntó si ella habría vislumbrado su dura erección. Era malditamente difícil no percibirlo si su mirada se deslizaba hacia abajo sólo una pulgada más.
—Amenaza —refunfuñó ella, claramente no intimidada mientras se volvía a Lance—. ¿Por qué está él aquí otra vez? Aún no me lo has explicado, Lance.
—Está haciendo de mi vida un infierno —se quejó Lance mientras le echaba una mirada irritada.
Joseph inclinó su cabeza con burlón reconocimiento.
—Vale, él puede hacer de tu vida un infierno y yo puedo marcharme. —____ se movió para levantarse de la silla.
—Siéntate, ___*. —Su primo suspiró entonces—. Esto te implica, también. Demasiado. Joseph, como sabes, es una Casta Felina. Un león, para ser exacto. Su asignación aquí es un poco complicada.
—¿Y eso cómo me implica?
Antes de que Lance pudiese hablar, Joseph forzó la entrada.
—El hecho de que las Castas que mataste en aquel barranco te buscaban a ti. Porque eran coyotes. ¿Querrías explicarlo? —Él inclinó su cabeza, mirándola estrechamente, sintiendo su confusión.
—¿A mí? —Ella sacudió la cabeza, mirándolo perpleja—. ¿Por qué me buscarían ellos?
—Yo esperaba que pudieras contestarlo.
—¿Lance, qué pasa aquí? —preguntó ella. Un olor sutil casi de miedo se extendió hacia él, haciéndole querer escudarla y protegerla.
—Nuestro interrogatorio del coyote que heriste ayer reveló que ellos debían matar aquí a Mark y Aimee… y a ti. Ellos debían asesinarlos en tu área, donde serías atraída hacia ellos…—Su elección de palabras tenía que ser un error—. Una vez allí, ellos debían matarte, _____.
Ella se lamió los labios nerviosamente mientras sacudía su cabeza en negación.
—Pero yo no los conocía. Nunca he estado en contacto con castas o con nadie del Consejo. ¿Por qué me apuntan? ¿Por qué me querrían muerta?
___ contempló a Joseph con el pesado peso del miedo en su pecho. Ella no podía imaginar por qué el Consejo la querría muerta, o por qué dos castas habrían estado buscándola. Ella no había formado parte de los rescates de las castas, ni de las investigaciones que habían derribado varios Laboratorios. Ella había abandonado la Academia de policía y había venido directamente a casa, a su trabajo dentro de la oficina de Lance.
—Yo esperaba que pudieras decírmelo. — Joseph se recostó entonces en su silla, mirándola con ojos hipnotizantes y que parecían ver demasiado y demasiado fácilmente.
—No lo sé. —Ella sacudió la cabeza. Estaba aturdida. Esto no podía tener nada que ver con sus capacidades empáticas. Tenía que ser algo más.
—Debo averiguar aquí por qué, entonces. —Su voz se endureció, como lo hizo el brillo ámbar de sus ojos—. He sido ubicado con el departamento del sheriff para averiguar los motivos por qué nuestras castas mueren aquí y lo que el Consejo quiere de ti. Para hacerlo, tienen que tomarse ciertas medidas.
¿Por qué tenía ella el sentimiento de que aquí venía el golpe? Ella podía verlo en sus ojos, oírlo en su voz. Y si eso no era bastante, su estómago se amotinaba, un signo seguro de que a no iba a gustarle lo que estaba a punto de venir.
—¿Como?
—Un representante. —La satisfacción llenó su voz—. Se requiere que yo viva y trabaje con un representante del departamento de policía local. Uno consciente de qué soy, pero que no se lo dirá a nadie más. Ya que eres también parte de la investigación, ha sido decidido por el sheriff y por la Oficina de Asuntos de Casta que tú serás ese representante.
¿Ah, fue decidido? ¿Como si ella no tuviera ninguna opinión? ¿Ninguna voz en cómo había sido manipulada?
—Oh, creo que no. —Ella salió de su asiento, rechazando al instante aquella idea. No había una posibilidad en el infierno.
—Tenemos grandes moteles aquí. Infierno, Lance vive solo. Quédate con él.
Joseph se puso despacio en pie, y ella no pudo evitarlo. No pudo menos que comprobar esas poderosas y largas piernas, encerradas en el dril de algodón descolorido y oscuras botas de cuero arañadas. Ella sacudió su mirada de regreso a la suya, su cara ardiendo ante la sonrisa satisfecha sabedora en sus labios. Sin mencionar el bulto más que impresionante entre sus muslos.
—Lance no es una opción —arrastró él las palabras—. Tú eres la razón por la que ellos están aquí. Ellos no se pararán hasta que te maten, ___.
—Mierda —gruñó ella—. Si quisieran matarme podían haberlo hecho en cualquier momento. Tu Coyote te miente, Joseph. ¿Has pensado en ello?
—Lo pensé. —Él asintió despacio, con la condenada sonrisa todavía en su lugar—. Prefiero equivocarme en un exceso de precaución. Así que, compañera, ¿cuándo nos vamos a casa?
____ se dio la vuelta la despacio hacia Lance. Su primo había estado mirando la discusión silenciosamente, sin parecer él. La mirada en su cara no era consoladora.
—Haz algo —le espetó ella.
—Lo he hecho. —Él suspiró, su mirada decidida y determinada—. Lo aprobé.
Y un infierno.
—Entonces puedes desaprobarlo. —Ella podía sentirse sacudida, y sabía que estaba haciendo un lío de esta reunión y no podía evitarlo—. No puedes hacerme dejarle vivir en mi casa, Lance.
Su respuesta a Joseph Arness era demasiado fuerte, era demasiado profunda. Cada célula en su cuerpo estaba sintonizada con él, y no le gustaba. Ella no lo quería.
—____, siéntate. —Lance suspiró cansadamente mientras alzaba la vista hacia ella, sus ojos eran casi del mismo azul que los suyos y oscurecidos por la preocupación.
—No quiero sentarme —explicó ella con paciencia fingida—. Y definitivamente no quiero al Neanderthal colmilludo como compañero de habitación.
Ella ignoró el pequeño gruñido, sutil y de advertencia, que vino de Joseph. Como trató de ignorar los fuegos que el sonido puso en su cuerpo.
—Tu prima tiene una pequeña lengua aguda, Lance. —El estruendo de la voz de Joseph se hacía más profundo—. Ella va a encontrar pronto a alguien capaz de desafilarla.
—Ya sería hora —gruñó Lance, pareciendo menos que contento con la advertencia sutil.
—Lance. —____ se inclinó hacia delante, apoyando sus manos en su escritorio mientras encontraba su mirada fija—. No lo conocemos. Él mismo podía estar detrás de todo esto. —Por supuesto, ella sabía que no lo estaba. Podía sentirlo—. ¿Cómo puedes confiar en él lo bastante como para ordenar que yo le deje permanecer en mi casa?
—Porque aquellos coyotes tratan de matarte, ____. —Lance se apoyó hacia delante, su voz era gutural y llena de cólera—. Porque me maldecirán antes de que me quede quieto y te vea caminar a una puñetera emboscada. Así que acostúmbrate a ello. Puedes cooperar en esto o me pondré en contacto con la familia y nos mudaremos todos contigo. ¿Cómo te suena eso?
Ella se sacudió sorprendida. ¿Ponerse en contacto con la familia? Sus ojos se ensancharon ante la amenaza, luego se estrecharon furiosamente. Esto no ayudaba y ella podía decir que Joseph disfrutaba de cada momento de la confrontación.
—Y un infierno. —Ella trató de mantener su voz razonable cuando echó a Joseph una mirada acusadora. Definitivamente iba a culparlo por esto.
Ella no había vivido con nadie desde que había abandonado la Academia. Ella no podía manejar las emociones que vibraban entre las paredes de otros, la resonancia de pesadillas, sueños, esperanzas y miedos. Y Dios sabía que Joseph tenía que tener muchas pesadillas. Y estaba el hecho de que él la ponía nerviosa. Bien, tal vez nerviosa era la palabra incorrecta. Nerviosa, insegura, incómoda en su propia piel. Pensar en él era bastante para excitarla, y el recuerdo de aquel pequeño pellizco en su oído era bastante como para provocar llamaradas de sensación corriendo por su sexo.
—¿____, qué demonios va mal contigo? —Ella podía decir que Lance estaba tan aturdido por sus arrebatos como lo estaba ella—. Sabes que no estás segura.
Ella le dirigió una mirada severa. Él sabía lo que iba mal con ella.
—No puedo hacerlo —replicó ella, recordándole los problemas que tenía para vivir con otros, tratando con sus miedos y sus emociones—. Tú sabes que no puedo.
Su expresión se endureció.
—No tienes elección.
Ella se dio la vuelta sobre sus talones y caminó con paso majestuoso hacia la puerta, rechazando argumentar el tema, rechazándolo y punto.
—____, maldita seas, vuelve aquí. —La cólera de Lance pareció como una fusta picando su mente sensible. Ella sacudió su cabeza mientras agarraba el picaporte, echando un vistazo hacia atrás desdeñosamente a los dos hombres.
—Creo que no. —Ella sonrió con frialdad—. Encuéntrale otra cama. No tengo ninguna libre —les informó con una calma que no sentía antes de abrir la puerta y huir de la habitación.
Maldición, ella lo ponía duro. Ese fue el primer pensamiento que reventó en la mente de Joseph la mañana siguiente cuando ____ entró en la oficina de su primo y lo contempló con sospecha inmediata.
Ella estaba vestida con unos vaqueros apretados y atractivos metidos en unas botas de media caña. Una camisa caqui estaba abrochada sólo hasta el borde de sus pechos; un amplio cinturón apretaba su cintura y sostenía la pistolera para sus asuntos de policía colocada apenas detrás de su cadera izquierda.
Una película fina de transpiración punteaba su ceja mientras sus ojos azules oscuros brillaban con diversión y una chispa de amenaza. Ella no sería una mujer fácil de controlar, pero él ya lo había adivinado.
Y estaba excitada. Fue su segundo pensamiento. Esto se cernió de golpe sobre él cuando el olor sutil e inequívoco del calor femenino alcanzó sus sensibles fosas nasales. Se enderezó en el asiento ante el olor, estrechando sus ojos para poder saborearlo a placer completamente.
¿Aunque quién la había excitado? El pinchazo a su orgullo masculino de repente lo hizo mirarla ceñudo. Ella levantó su ceja, su expresión era de burla.
Él contuvo una risita, así como contuvo la necesidad de replicar a su desafío. Una cosa era segura: no pasaría mucho antes de que le quitara aquellos pantalones de su trasero y su miembro se asentara cómodamente en aquel pequeño y cálido sexo.
—¿Querías verme? —apuntó ____ a su primo con un levantamiento burlón de su ceja mientras cerraba la puerta detrás de ella.
Joseph giró su mirada de regreso a Lance, arqueando la ceja cuando atrapó la expresión menos que contenta del otro hombre. A Lance no le había conmovido la orden proveniente de sus superiores, ni la información que Joseph le había dado en el interrogatorio del Coyote la noche anterior. No es que hubiera resultado nada de esto.
—Toma asiento, ____ —suspiró Lance.
Sentado hacia atrás en su silla con los hombros caídos, con el tobillo apoyado en su rodilla, Joseph giró su cabeza otra vez para mirar su paseo a través de la oficina. Ella se movía como una lluvia de primavera, lisa y sedosa. Y maldito si su olor no le hacía la boca agua.
—Bien, así que aquí estoy. —Ella se paró en el escritorio, observando la silla al lado de Joseph no sin una pequeña cantidad de sospecha y un destello de humor cuando controló rápidamente una sonrisa—. No quiero sentarme a su lado. Muerde.
Ella cruzó los brazos sobre sus pechos, pequeños pechos agradables y compactos con la plenitud justa para tentarlo. Su fingido ceño fruncido lo informó de que la pequeña aventura de ayer realmente no la había enfadado. Aquellas cejas negras bajaron sobre ojos azules océano que parecían lo bastante profundos para ahogar a un hombre y desafiarlo al mismo tiempo. Él adoraba un desafío.
—Ella dispara. —Él mantuvo su sonrisa cuando se volvió a Lance e hizo un gesto en su dirección—. Necesitaré alguna clase de defensa.
Lance no estaba divertido. Él se pasó la mano por la cara y murmuró algo sobre "malditas mujeres obstinadas".
Joseph estaba completamente de acuerdo con él.
—¿Por qué está él aquí? ¿No tenemos bastantes problemas con los que tratar? —preguntó ella.
—Siéntate, ____ —refunfuñó Lance, obviamente no de humor para esta pequeña reunión—. Incluso si eso significa mover la silla.
Ella lo hizo. Joseph se rió de ella despacio, aterradoramente, mientras miraba un rubor ligero colorear su carne bronceada. La información que él tenía de ____ había sido tan clara, concisa y bien hecha como Joseph había llegado a esperar de Jonas.
Su relación con su primo había sido parte del informe. Parecía que ella y Lance habían estado disparándose el uno en el otro durante meses debido a la insistencia de ella en tomar las patrullas de desierto en vez de las asignaciones seguras en la ciudad. Pero ellos estaban más cerca que la mayoría de los hermanos y hermanas, sin mencionar primos.
—Realmente hoy tengo trabajo que hacer —indicó finalmente ella con un poco de impaciencia cuando ninguno de ellos habló.
—No, no lo tienes. —Lance se sentó entonces hacia delante, apoyando los brazos en su escritorio mientras se oscurecía su ceño fruncido—. Estás a punto de conseguir exactamente lo que has estado queriendo durante los dos últimos años. Felicidades. —Él no estaba contento, pero Joseph era consciente ya de aquel hecho. Lance estaba más furioso que el infierno, no sólo con Joseph y la Oficina de Asuntos de la Casta. Sino también con Megan.
—¿Realmente? —Ella arrastró las palabras con burlona diversión—. Esto es interesante. ¿Entonces, esta misteriosa misión mía incluye un arma? —Claramente era una discusión que no había logrado ganar contra su primo. Ella odiaba la cuestión de del aturdidor y había estado acosándolo para requisar un arma más poderosa para ella.
—Usa una de las tuyas —dijo groseramente Lance con sarcasmo—. Tienes bastantes de ellas, y ya que ya no estás en trabajo oficial, no puedo pararte. O usa una suya. Ayer pareces haberlo hecho bien.
_____ le echó a Joseph una mirada por el rabillo del ojo.
Joseph le ofreció una sonrisa pagada de sí misma, satisfecha, mientras su mirada fija se movía totalmente a ella. Finalmente ella se volvió a su primo en vez de expresar la réplica burlona que él sintió que estaba en la punta de su muy bonita lengua.
—¿Vas a decirme en qué me estoy metiendo? Tengo muchas necesidades, sabes. ¿O vas a dejar al Sr. Arness hablar por ti?
Picante. Esto es lo que era ella. Picante como infierno. Él lo adoró.
Él levantó el pie de su rodilla y lo puso despacio en el suelo antes de enderezarse en su silla. Nunca apartó sus ojos de ella, mirándola fija y atentamente, amando como ella encontraba su mirada y escondía el nerviosismo que podía sentir crecer en su interior.
A veces el ADN animal que poseía era condenadamente práctico. Las capacidades empáticas naturales fácilmente recogían las emociones de aquellos alrededor de él, las filtraban y cruzaban sin el impacto emocional en su propia psique que experimentaría una persona normal. Él sabía lo que ella sentía, pero él mismo no lo sentía.
Él gruñó, una vibración deliberada y áspera que retumbó peligrosamente en su pecho cuando él bajó sus párpados y dejó que su mirada la recorriera.
El calor enrojecía su cara, y maldito si el olor suave, sazonado y dulce de su sexo no lo tenía listo para brincar sobre ella en el mismo momento. Se preguntó si ella habría vislumbrado su dura erección. Era malditamente difícil no percibirlo si su mirada se deslizaba hacia abajo sólo una pulgada más.
—Amenaza —refunfuñó ella, claramente no intimidada mientras se volvía a Lance—. ¿Por qué está él aquí otra vez? Aún no me lo has explicado, Lance.
—Está haciendo de mi vida un infierno —se quejó Lance mientras le echaba una mirada irritada.
Joseph inclinó su cabeza con burlón reconocimiento.
—Vale, él puede hacer de tu vida un infierno y yo puedo marcharme. —____ se movió para levantarse de la silla.
—Siéntate, ___*. —Su primo suspiró entonces—. Esto te implica, también. Demasiado. Joseph, como sabes, es una Casta Felina. Un león, para ser exacto. Su asignación aquí es un poco complicada.
—¿Y eso cómo me implica?
Antes de que Lance pudiese hablar, Joseph forzó la entrada.
—El hecho de que las Castas que mataste en aquel barranco te buscaban a ti. Porque eran coyotes. ¿Querrías explicarlo? —Él inclinó su cabeza, mirándola estrechamente, sintiendo su confusión.
—¿A mí? —Ella sacudió la cabeza, mirándolo perpleja—. ¿Por qué me buscarían ellos?
—Yo esperaba que pudieras contestarlo.
—¿Lance, qué pasa aquí? —preguntó ella. Un olor sutil casi de miedo se extendió hacia él, haciéndole querer escudarla y protegerla.
—Nuestro interrogatorio del coyote que heriste ayer reveló que ellos debían matar aquí a Mark y Aimee… y a ti. Ellos debían asesinarlos en tu área, donde serías atraída hacia ellos…—Su elección de palabras tenía que ser un error—. Una vez allí, ellos debían matarte, _____.
Ella se lamió los labios nerviosamente mientras sacudía su cabeza en negación.
—Pero yo no los conocía. Nunca he estado en contacto con castas o con nadie del Consejo. ¿Por qué me apuntan? ¿Por qué me querrían muerta?
___ contempló a Joseph con el pesado peso del miedo en su pecho. Ella no podía imaginar por qué el Consejo la querría muerta, o por qué dos castas habrían estado buscándola. Ella no había formado parte de los rescates de las castas, ni de las investigaciones que habían derribado varios Laboratorios. Ella había abandonado la Academia de policía y había venido directamente a casa, a su trabajo dentro de la oficina de Lance.
—Yo esperaba que pudieras decírmelo. — Joseph se recostó entonces en su silla, mirándola con ojos hipnotizantes y que parecían ver demasiado y demasiado fácilmente.
—No lo sé. —Ella sacudió la cabeza. Estaba aturdida. Esto no podía tener nada que ver con sus capacidades empáticas. Tenía que ser algo más.
—Debo averiguar aquí por qué, entonces. —Su voz se endureció, como lo hizo el brillo ámbar de sus ojos—. He sido ubicado con el departamento del sheriff para averiguar los motivos por qué nuestras castas mueren aquí y lo que el Consejo quiere de ti. Para hacerlo, tienen que tomarse ciertas medidas.
¿Por qué tenía ella el sentimiento de que aquí venía el golpe? Ella podía verlo en sus ojos, oírlo en su voz. Y si eso no era bastante, su estómago se amotinaba, un signo seguro de que a no iba a gustarle lo que estaba a punto de venir.
—¿Como?
—Un representante. —La satisfacción llenó su voz—. Se requiere que yo viva y trabaje con un representante del departamento de policía local. Uno consciente de qué soy, pero que no se lo dirá a nadie más. Ya que eres también parte de la investigación, ha sido decidido por el sheriff y por la Oficina de Asuntos de Casta que tú serás ese representante.
¿Ah, fue decidido? ¿Como si ella no tuviera ninguna opinión? ¿Ninguna voz en cómo había sido manipulada?
—Oh, creo que no. —Ella salió de su asiento, rechazando al instante aquella idea. No había una posibilidad en el infierno.
—Tenemos grandes moteles aquí. Infierno, Lance vive solo. Quédate con él.
Joseph se puso despacio en pie, y ella no pudo evitarlo. No pudo menos que comprobar esas poderosas y largas piernas, encerradas en el dril de algodón descolorido y oscuras botas de cuero arañadas. Ella sacudió su mirada de regreso a la suya, su cara ardiendo ante la sonrisa satisfecha sabedora en sus labios. Sin mencionar el bulto más que impresionante entre sus muslos.
—Lance no es una opción —arrastró él las palabras—. Tú eres la razón por la que ellos están aquí. Ellos no se pararán hasta que te maten, ___.
—Mierda —gruñó ella—. Si quisieran matarme podían haberlo hecho en cualquier momento. Tu Coyote te miente, Joseph. ¿Has pensado en ello?
—Lo pensé. —Él asintió despacio, con la condenada sonrisa todavía en su lugar—. Prefiero equivocarme en un exceso de precaución. Así que, compañera, ¿cuándo nos vamos a casa?
____ se dio la vuelta la despacio hacia Lance. Su primo había estado mirando la discusión silenciosamente, sin parecer él. La mirada en su cara no era consoladora.
—Haz algo —le espetó ella.
—Lo he hecho. —Él suspiró, su mirada decidida y determinada—. Lo aprobé.
Y un infierno.
—Entonces puedes desaprobarlo. —Ella podía sentirse sacudida, y sabía que estaba haciendo un lío de esta reunión y no podía evitarlo—. No puedes hacerme dejarle vivir en mi casa, Lance.
Su respuesta a Joseph Arness era demasiado fuerte, era demasiado profunda. Cada célula en su cuerpo estaba sintonizada con él, y no le gustaba. Ella no lo quería.
—____, siéntate. —Lance suspiró cansadamente mientras alzaba la vista hacia ella, sus ojos eran casi del mismo azul que los suyos y oscurecidos por la preocupación.
—No quiero sentarme —explicó ella con paciencia fingida—. Y definitivamente no quiero al Neanderthal colmilludo como compañero de habitación.
Ella ignoró el pequeño gruñido, sutil y de advertencia, que vino de Joseph. Como trató de ignorar los fuegos que el sonido puso en su cuerpo.
—Tu prima tiene una pequeña lengua aguda, Lance. —El estruendo de la voz de Joseph se hacía más profundo—. Ella va a encontrar pronto a alguien capaz de desafilarla.
—Ya sería hora —gruñó Lance, pareciendo menos que contento con la advertencia sutil.
—Lance. —____ se inclinó hacia delante, apoyando sus manos en su escritorio mientras encontraba su mirada fija—. No lo conocemos. Él mismo podía estar detrás de todo esto. —Por supuesto, ella sabía que no lo estaba. Podía sentirlo—. ¿Cómo puedes confiar en él lo bastante como para ordenar que yo le deje permanecer en mi casa?
—Porque aquellos coyotes tratan de matarte, ____. —Lance se apoyó hacia delante, su voz era gutural y llena de cólera—. Porque me maldecirán antes de que me quede quieto y te vea caminar a una puñetera emboscada. Así que acostúmbrate a ello. Puedes cooperar en esto o me pondré en contacto con la familia y nos mudaremos todos contigo. ¿Cómo te suena eso?
Ella se sacudió sorprendida. ¿Ponerse en contacto con la familia? Sus ojos se ensancharon ante la amenaza, luego se estrecharon furiosamente. Esto no ayudaba y ella podía decir que Joseph disfrutaba de cada momento de la confrontación.
—Y un infierno. —Ella trató de mantener su voz razonable cuando echó a Joseph una mirada acusadora. Definitivamente iba a culparlo por esto.
Ella no había vivido con nadie desde que había abandonado la Academia. Ella no podía manejar las emociones que vibraban entre las paredes de otros, la resonancia de pesadillas, sueños, esperanzas y miedos. Y Dios sabía que Joseph tenía que tener muchas pesadillas. Y estaba el hecho de que él la ponía nerviosa. Bien, tal vez nerviosa era la palabra incorrecta. Nerviosa, insegura, incómoda en su propia piel. Pensar en él era bastante para excitarla, y el recuerdo de aquel pequeño pellizco en su oído era bastante como para provocar llamaradas de sensación corriendo por su sexo.
—¿____, qué demonios va mal contigo? —Ella podía decir que Lance estaba tan aturdido por sus arrebatos como lo estaba ella—. Sabes que no estás segura.
Ella le dirigió una mirada severa. Él sabía lo que iba mal con ella.
—No puedo hacerlo —replicó ella, recordándole los problemas que tenía para vivir con otros, tratando con sus miedos y sus emociones—. Tú sabes que no puedo.
Su expresión se endureció.
—No tienes elección.
Ella se dio la vuelta sobre sus talones y caminó con paso majestuoso hacia la puerta, rechazando argumentar el tema, rechazándolo y punto.
—____, maldita seas, vuelve aquí. —La cólera de Lance pareció como una fusta picando su mente sensible. Ella sacudió su cabeza mientras agarraba el picaporte, echando un vistazo hacia atrás desdeñosamente a los dos hombres.
—Creo que no. —Ella sonrió con frialdad—. Encuéntrale otra cama. No tengo ninguna libre —les informó con una calma que no sentía antes de abrir la puerta y huir de la habitación.
heyitsnicktanii
Re: La Marca de_____ [Joe&'Tú](Erotico/Romantica)
Ella caminó furiosa la corta distancia a su propia oficina, determinada a reunir lo que necesitaba antes de dirigirse al desierto. La patrulla era sobre todo aburrida como el infierno, pero al menos allí tenía posibilidad de calmar su mente, de pensar lógicamente. Y realmente tenía que pensar lógicamente ahora mismo.
Cuando entró en su oficina, sin advertencia, fue empujada contra la pared mientras la puerta se cerraba de golpe y un distintivo gruñido de advertencia sonaba del pecho contra el que en estos momentos su cara estaba presionada.
Luchar no ayudó. Ella trató de darle una patada, de morder, de abofetear, y fue bloqueada en cada movimiento hasta que se quedó inmóvil, silenciosa, luchando para no hacer caso de la ardiente excitación instintiva que comenzaba a llamear en las profundidades hambrientas de su sexo.
Hijo de perra. Lo quería. Ella miró arriba hacia él ante la revelación, sintiendo un rubor de placer puro corriendo sobre su carne mientras él la sostenía. ¿Había sentido esto alguna vez? ¿Alguna vez había conocido tal intensidad de sensación por tan poco?
—¿Has terminado ahora? —La voz de Joseph era tranquila, enfurecedoramente divertida, pero teñida de un hambre oscura.
Ella rechazó contestar. Él se movió hacia atrás lo bastante para hacerle apartar la vista. Megan rechazó hablar. Si lo hiciera, haría algo estúpido. Algo irracional. Algo garantizado para meterla en líos. Y…
Él tenía una erección.
Sus ojos se desorbitaron por la sorpresa cuando sintió la cuña gruesa de carne apretando contra la parte inferior de su estómago, caliente y dura y, si no estaba confundida, más impresionante que el bulto que había vislumbrado el día anterior.
—Suéltame. —Ella forzó la palabra desde en medio sus dientes apretados mientras su clítoris gritaba en protesta. Ella quiso rozarse contra él, sentir sus pezones rozar su pecho, lo que sólo la puso más furiosa.
—No vas a ganar. —Él sostuvo sus brazos detrás de su espalda con una amplia mano, rechazando liberarla cuando él la arqueó más cerca. La otra mano agarró su trenza para retirar su cabeza.
Sus ojos eran dorado oscuros, haciendo apartar la vista en ella con una sensualidad latente que hacía su matriz contraerse y a su sexo humedecerse furiosamente.
Sí, ella lo odiaba. Lo hacía. Lo odiaba tanto.
—No apuestes por ello. —Ella estrechó sus ojos, levantando la mirada hacia él irasciblemente justo mientras su cuerpo gritaba por el placer de estar tan cerca de él—. No te quiero o necesito. Y la próxima vez que me maltrates, voy a pegarte un tiro.
Sus labios se curvaron con diversión.
—Tú prueba a pegarme un tiro y yo tendré morderte otra vez. —Sus ojos se desorbitaron por la sorpresa cuando su cabeza bajó, sus labios se colocaron en el maltratado lóbulo de su oído para hacerlo entrar en su boca y lamerlo.
Ella sacudió su cabeza de un lado al otro, tratando golpearlo con ella.
Moviéndose hacia atrás, él se rió entre dientes, un sonido áspero y caliente cuando él le hizo apartar la vista otra vez.
—Guárdate esos malditos dientes de vampiro para ti —le espetó ella—. Y déjame ir o voy a poner el grito en el cielo. Esto se llama acoso, sabes. Acoso sexual.
—Hmm, esto no es acoso sexual, cariño. Cuando decida ponerme sexual, confía en mí, lo sabrás. —Aunque él le dejó realmente ir. Despacio. Demasiado malditamente despacio—. Ahora siéntate y hablaremos abiertamente de esto. —La advertencia latente en su tono hizo que se tensara.
—Háblalo abiertamente. —Ella se preparó rígidamente, mirándolo fijamente con indignación mientras el impulso de gritar se hacía casi aplastante. Él tenía que ser el hombre más enfurecedor y obstinado con el que se había encontrado nunca en su vida—. Voy a desayunar. Un desayuno tranquilo y agradable. Sin ti. Entonces continuaré la patrulla. Sin ti. No necesito tu ayuda. No la quiero. ¿Lo entiendes? —Maldición con lo condenadamente lento que era el hombre, probablemente no la había oído ni siquiera.
—Veremos si podemos reinicializar tu lista mientras estamos en ello. Por el momento, todas las patrullas se han acabado. Lance lo renegoció por hoy, pero pensé que te gustaría hacer alguna aportación el resto de la semana.
La sorpresa se estremeció por ella. ¿Él la ignoraba, pero aún peor, él reinicializaba su lista?
—Puedes reinicializar lo que infiernos quieras. —Ella gruñó, sacudida, al borde de una violencia de la que nunca se había imaginado capaz. No podía creerse que él la avasallara así, o que Lance lo permitiera. Esta era su vida, maldición. Ella tenía los suficientes problemas tratando con la maldición contra la que luchaba diariamente. No necesitaba esto—. He terminado contigo y con mi Joseph Arnold de primo. Vete a dormir a su cama, porque ninguna de las mías está libre.
Antes de que él pudiera pararla, ella abrió la puerta y caminó hacia abajo por el pasillo. ¿Reinicializar su lista, verdad? ¿Anular su patrulla, verdad? Que se joda. Había siempre algo que hacer, aun si esto significase irse a casa. Maldito si iba a quedarse allí de pie y a rendirse con su actitud arbitraria. Sin importar lo que su cuerpo quisiera hacer.
Cuando entró en su oficina, sin advertencia, fue empujada contra la pared mientras la puerta se cerraba de golpe y un distintivo gruñido de advertencia sonaba del pecho contra el que en estos momentos su cara estaba presionada.
Luchar no ayudó. Ella trató de darle una patada, de morder, de abofetear, y fue bloqueada en cada movimiento hasta que se quedó inmóvil, silenciosa, luchando para no hacer caso de la ardiente excitación instintiva que comenzaba a llamear en las profundidades hambrientas de su sexo.
Hijo de perra. Lo quería. Ella miró arriba hacia él ante la revelación, sintiendo un rubor de placer puro corriendo sobre su carne mientras él la sostenía. ¿Había sentido esto alguna vez? ¿Alguna vez había conocido tal intensidad de sensación por tan poco?
—¿Has terminado ahora? —La voz de Joseph era tranquila, enfurecedoramente divertida, pero teñida de un hambre oscura.
Ella rechazó contestar. Él se movió hacia atrás lo bastante para hacerle apartar la vista. Megan rechazó hablar. Si lo hiciera, haría algo estúpido. Algo irracional. Algo garantizado para meterla en líos. Y…
Él tenía una erección.
Sus ojos se desorbitaron por la sorpresa cuando sintió la cuña gruesa de carne apretando contra la parte inferior de su estómago, caliente y dura y, si no estaba confundida, más impresionante que el bulto que había vislumbrado el día anterior.
—Suéltame. —Ella forzó la palabra desde en medio sus dientes apretados mientras su clítoris gritaba en protesta. Ella quiso rozarse contra él, sentir sus pezones rozar su pecho, lo que sólo la puso más furiosa.
—No vas a ganar. —Él sostuvo sus brazos detrás de su espalda con una amplia mano, rechazando liberarla cuando él la arqueó más cerca. La otra mano agarró su trenza para retirar su cabeza.
Sus ojos eran dorado oscuros, haciendo apartar la vista en ella con una sensualidad latente que hacía su matriz contraerse y a su sexo humedecerse furiosamente.
Sí, ella lo odiaba. Lo hacía. Lo odiaba tanto.
—No apuestes por ello. —Ella estrechó sus ojos, levantando la mirada hacia él irasciblemente justo mientras su cuerpo gritaba por el placer de estar tan cerca de él—. No te quiero o necesito. Y la próxima vez que me maltrates, voy a pegarte un tiro.
Sus labios se curvaron con diversión.
—Tú prueba a pegarme un tiro y yo tendré morderte otra vez. —Sus ojos se desorbitaron por la sorpresa cuando su cabeza bajó, sus labios se colocaron en el maltratado lóbulo de su oído para hacerlo entrar en su boca y lamerlo.
Ella sacudió su cabeza de un lado al otro, tratando golpearlo con ella.
Moviéndose hacia atrás, él se rió entre dientes, un sonido áspero y caliente cuando él le hizo apartar la vista otra vez.
—Guárdate esos malditos dientes de vampiro para ti —le espetó ella—. Y déjame ir o voy a poner el grito en el cielo. Esto se llama acoso, sabes. Acoso sexual.
—Hmm, esto no es acoso sexual, cariño. Cuando decida ponerme sexual, confía en mí, lo sabrás. —Aunque él le dejó realmente ir. Despacio. Demasiado malditamente despacio—. Ahora siéntate y hablaremos abiertamente de esto. —La advertencia latente en su tono hizo que se tensara.
—Háblalo abiertamente. —Ella se preparó rígidamente, mirándolo fijamente con indignación mientras el impulso de gritar se hacía casi aplastante. Él tenía que ser el hombre más enfurecedor y obstinado con el que se había encontrado nunca en su vida—. Voy a desayunar. Un desayuno tranquilo y agradable. Sin ti. Entonces continuaré la patrulla. Sin ti. No necesito tu ayuda. No la quiero. ¿Lo entiendes? —Maldición con lo condenadamente lento que era el hombre, probablemente no la había oído ni siquiera.
—Veremos si podemos reinicializar tu lista mientras estamos en ello. Por el momento, todas las patrullas se han acabado. Lance lo renegoció por hoy, pero pensé que te gustaría hacer alguna aportación el resto de la semana.
La sorpresa se estremeció por ella. ¿Él la ignoraba, pero aún peor, él reinicializaba su lista?
—Puedes reinicializar lo que infiernos quieras. —Ella gruñó, sacudida, al borde de una violencia de la que nunca se había imaginado capaz. No podía creerse que él la avasallara así, o que Lance lo permitiera. Esta era su vida, maldición. Ella tenía los suficientes problemas tratando con la maldición contra la que luchaba diariamente. No necesitaba esto—. He terminado contigo y con mi Joseph Arnold de primo. Vete a dormir a su cama, porque ninguna de las mías está libre.
Antes de que él pudiera pararla, ella abrió la puerta y caminó hacia abajo por el pasillo. ¿Reinicializar su lista, verdad? ¿Anular su patrulla, verdad? Que se joda. Había siempre algo que hacer, aun si esto significase irse a casa. Maldito si iba a quedarse allí de pie y a rendirse con su actitud arbitraria. Sin importar lo que su cuerpo quisiera hacer.
heyitsnicktanii
Re: La Marca de_____ [Joe&'Tú](Erotico/Romantica)
Capitulo Tres
______ sabía que estaba en problemas. No era estúpida; no era obstinada sólo por serlo. Estaba aterrorizada, y ese miedo no iba dirigido a donde debería haber ido. No era el Consejo o de sus bestias de guerra lo que la aterrorizaba. Era su respuesta a una casta arrogante y demasiado segura de sí misma.
Ella lo quería. Y no tenía sentido. Había desistido hace años de los placeres físicos, prefiriendo no hacerlo antes que sufrir los pensamientos y emociones que manaban de sus compañeros durante el sexo. La tensión de ello por sí sola era lo bastante como para retirar a una mujer de cualquier orgasmo al que pudiera acercarse en ese momento.
Sin embargo su corazón corría, su carne se calentaba, los pliegues suaves entre sus muslos estaban sensibles, sensibles e hinchados por la necesidad. Y ella estaba mojada. Y no sólo del agua caliente que la cubría mientras entraba en el agua humeante de su bañera.
Su oído zumbaba, ardía. ____ tiró del lóbulo ofensor cuando ella se relajó en la bañera de enormes pies de garra, echando humo sobre la completa arrogancia de Joseph.
Ella odiaba a los hombres arrogantes. Y odiaba lo fácilmente que su cuerpo la traicionaba cuando Joseph estaba cerca. Un día. Ella lo conocía desde hacía un puñetero día, y su cuerpo pedía su toque a gritos.
Que el bastardo intentase moverse sobre ella. Ella le mostraría exactamente a qué velocidad podía disparar. Ella haría volar sus pelotas en el polvo.
El vapor del agua caliente la envolvió, empapando su carne para aliviar los dolores y malestares de las numerosas contusiones que lastimaban la parte superior de su cuerpo. Sus costillas parecían adornos de Navidad, raspones rojos, contusiones profundamente azules y rasguños múltiples que ardían como el infierno por la batalla de ayer.
Ella estaba muy furiosa y preocupada. La parte preocupada iba a mantenerla despierta un rato, lo sabía.
—Woof —El resuello suave de la mezcla de pastor/chow era una comodidad calmante. Esto también ayudó a separar sus pensamientos de una cierta Casta de León y volver al presente.
Mo-Jo había rechazado permitir que ella lo tocara cuando entró en el pórtico. Otra vez. Como si ayer no hubiera sido bastante. El olor de la Casta había sido una afrenta a su orgullo canino. O algo así.
Él había inhalado una vez y le había gruñido como si fuera el enemigo y fuera su trabajo eliminarla. Exponiendo los dientes malignos, agudos y absolutamente blancos de su boca, él le había hecho maravillarse de por qué ella incluso lo mantenía a su alrededor cuando le gruñó en respuesta. Ella se había ganado una mofa del perro cuando abrió la puerta y él empujó por delante de ella. Él se dejó caer en la abertura de aire acondicionado mientras ella se preparaba un bocado. Bien, le preparaba a él un bocado que él le permitía compartir.
Ahora él estaba en la puerta de cuarto de baño, mirándola con aquella confusa expresión perruna mientras ella despotricaba y rabiaba sobre las Castas de León durante los últimos treinta minutos. Era un buen perro cuando quería serlo.
—Mo-Jo, ve y tráeme una cerveza. —Suspiró caprichosamente mientras le echaba un vistazo, deseando que fuera un poco menos temperamental y obstinado. Si no lo hubiera sido, aquella escuela para mascotas obstinadas podía haber funcionado para él. Él habría sabido ir a buscarle una cerveza fría al instante.
En cambio, inclinó su cabeza y levantó su nariz desdeñosamente, como si ella le hubiera pedido hacer algo desagradable.
Ella se recordó no compartir la siguiente cerveza con él.
—Debe ser una cosa animal —refunfuñó ella, pensando en la expresión de Joseph cuando ella se había referido burlonamente el día antes a él como Gato con Botas. Esto trajo una sonrisa a su cara. El ultraje masculino puro se había reflejado en su expresión.
Un tanto para el agente femenino; ella anotó mentalmente en el marcador invisible de la vida. Ella se merecía aquella señal después de la sorpresa que él había intentado darle hoy.
¿Mudarse aquí con ella? Ella no lo creía.
Mo-Jo dio un suspiro cuando ella le echó un vistazo, sus ojos marrones grandes y soñolientos mientras disfrutaba de la frescura controlada del clima de la casa. La temperatura fuera había alcanzado cien, y aunque él sobreviviera bien en las temperaturas más altas todavía lo prefería estar dentro.
—¿Estás en la abertura otra vez, Mo-Jo? —preguntó, bastante malditamente soñolienta ahora cuando notó la posición de su cuerpo.
Él le dio un gruñido desinteresado.
—Un día de éstos, voy a entregarte como parte del pago para un caniche —bostezó ella.
O un león. Ella gruñó ante la imagen que de repente apareció en su imaginación. Seis con cuatro. Él tenía que ser de seis con cuatro.
La altura era su debilidad en un hombre. La altura y aquellos hombros amplios y fuertes, y el pelo castaño dorado grueso y largo. Amplias manos. Botas. Él había llevado puestas botas y vaqueros y una camiseta negra que se estiraba a través de aquel pecho extraordinariamente amplio como el material se estiraba alrededor de los bíceps protuberantes de sus brazos.
Los vaqueros cómodos habían abrazado aquellas piernas poderosas y largas, acunando un bulto impresionante que ella se había asegurado de comprobar cuando pretendió apuntarle allí ayer en la comisaría de policía. Había sido impresionante hoy.
No es que ella hubiera disparado. No allí, de todos modos. Algunas cosas era un delito destruirlas, y si aquel bulto era alguna indicación, esa era carne masculina de primera.
El pensamiento le hizo la boca agua y un gemido tembló en sus labios. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que realmente había tenido sexo?
—Él estaba bien, Mo-Jo —suspiró ella entonces—. Realmente bien, y él lo sabía. Maldito gato.
Eso era un asco.
No es que ella tuviera algo personal contra las castas. Infiernos, incluso había hecho campaña a favor de la ley de derechos Humano-casta cuando esta se había presentado el año anterior. No tenía prejuicios. Sólo era cautelosa. Eso era todo.
Él era salvaje e indómito. Ella podía verlo en su sonrisa despreocupada y en la brillantez de sus ojos de ámbar oscuros. Él era un heroinómano de la adrenalina, no del tipo hogareño, o la casta de "felizmente por siempre y jamás". Él podía, si ella le dejaba, romperle el corazón.
Pero él le había dejado luchar. Por una vez en su vida ella había sido capaz de unirse a la acción. Ella había combatido personalmente a los tipos malos y había ganado.
El torrente de placer que la bañó ante aquel pensamiento era casi sexual. Ella se había entrenado para este trabajo la mayor parte de su vida. Había luchado por ello sólo para hacer que su maldición sacara su fea cabeza.
Sus capacidades empáticas se habían mostrado durante su último año de la escuela secundaria, y sólo se habían hecho constantemente peores.
Hasta el punto de que el trabajo de campo con el que había soñado ahora le era negado. Ella era un riesgo para un equipo. Y para sí misma. Contra más fuerte fueran las emociones de las personas a su alrededor, peor parecían afectarla.
—Tal vez debería haber trabajado en una guardería —suspiró ella con una mueca antes de gemir con derrota. El trabajo diurno no habría significado nada en absoluto.
Ella se movió en el agua, suspirando mientras el líquido caliente acariciaba su cuerpo sensible.
—Woof —Su cabeza se sacudió alrededor cuando Mo-Jo se puso rápidamente en pie, dándose la vuelta hacia la puerta mientras la miraba con recelo.
Él podía haber suspendido en cortesía en aquella cara escuela canina, pero había tenido una nota excelente en la formación defensiva/protectora. Y lo que él mostraba ahora era una agresión masculina pura. Su territorio estaba siendo invadido.
La parte más aterradora era que ella no podía sentirlo. Cuando trató de sentir una presencia, todo que sintió fue frío, un espacio muerto.
Castas de coyote. Tenían que serlo. Podía no ser capaz de sentir las emociones de Joseph, pero habría reconocido su calor y comodidad tendiéndole la mano. El único momento en que no había sentido nada, ni siquiera ecos de conciencia, había sido ayer cuando ella miró fijamente en aquellos ojos de la casta de coyote. Ella los había sentido justo antes de que atacaran. El mal y la malevolencia.
Mierda. Mierda. No necesitaba esto. No podía permitirse que Joseph tuviese razón. Maldición.
____ salió silenciosamente del agua, agarrando la larga y delgada bata de seda que colgaba en la pared y poniéndosela rápidamente. Después vino el arma que había dejado tirada en la superficie de la cómoda. Una pistola Glock del calibre 22 era un poco pesada en su mano, pero cómoda y segura. La Glock era un poco anticuada, pero fiable. Le gustaba lo fiable.
Y el cargador estaba lleno y listo para disparar.
Mo-Jo estaba en la posición de acecho en la puerta, su cuerpo tenso por la necesidad de atacar a quien invadía su autoproclamado territorio.
Una cosa que la escuela canina le había enseñado era como defender a ____ y su casa. Una de las razones por las que ella mantenía al saco peludo de malas pulgas. Esto, y el hecho de que en secreto lo adoraba. Sobre todo ahora.
Siguiendo sus señales corporales, ella agarró el picaporte y abrió la puerta despacio, permitiéndole moverse por la entrada delante mientras lo seguía silenciosamente. Ella mantuvo el arma apoyada en su hombro, su mano de enfrente agarrando la muñeca que lo sostenía mientras se movió a su dormitorio.
Mo-Jo estaba en la puerta ahora, silencioso, casi temblando.
Ella giró el picaporte con cuidado, abriéndolo despacio mientras Mo-Jo comenzó a obligarla a abrirla más para permitir más libertad a su cuerpo.
____ era más cautelosa. Ella echó una ojeada alrededor del umbral de la puerta, bajando el arma y tirando del seguro mientras contemplaba el vestíbulo silencioso. Mo-Jo, en la escalera, se puso en cuclillas, preparado, esperándola.
Ella se movía silenciosamente hacia él cuando él de repente se volvió, con una mirada de cálculo canino en su cara cuando miró fijamente hacia atrás. Ella no podía oír nada, ni el chillido de un entarimado o un susurro. Pero lo sintió.
Malicia. Mal. Como había sucedido en el barranco. Como si la energía destructiva de los Coyotes fuera a la deriva en el mismo aire.
Estas no eran emociones. Ningún miedo, esperanzas o sueños. Sólo una intención fría y mortal en vez de un espacio muerto. Esto la envolvió, apretándose en su garganta y su pecho hasta que la obligó a regular su respiración y sellar el miedo. Ellos estaban más cerca, en su casa, moviéndose dentro para el asesinato. Ella lo sintió, como lo había sentido en el barranco.
Ella dio marcha atrás, mirando cuando el perro la siguió. Si Mo-Jo no quería abordar a quien estuviese abajo, maldito si ella iba a hacerlo.
Chasqueó sus dedos a la puerta de dormitorio, mandando al animal seguirla. Ellos se movieron rápidamente de regreso al cuarto. Cerrando silenciosamente con llave la puerta corrió a la ventana, la abrió y resbaló sobre el alféizar a la azotea del pórtico.
Mo-Jo la siguió cuando ella cerró la ventana y se movió hacia atrás un instante antes de que el fuego que arruinaba la puerta de su dormitorio y el sonido de madera astillándose hiciese saltar a Mo-Jo de la azotea del pórtico al cajón de arena densamente acolchado que ella mantenía para él.
____ lo siguió rápidamente, aterrizando con fuerza y maldiciendo silenciosamente ante el impacto de la tierra en su cuerpo magullado.
—Voy a matarlos —refunfuñó ella mientras se ponía en pie y corría al frente de la casa, detrás de su furioso perro cuando él corrió a la puerta principal abierta. No había ningún vehículo en el paseo; la cerradura había sido abierta con láser. Quien estuviese allí sabía condenadamente bien lo que hacía.
Ella se deslizó en la cocina mientras Mo-Jo se movía para colocarse en la entrada al vestíbulo corto que conducía a la escalera. Cuando él se movía, ella se movía, hasta que estuvieron bajo la escalera, silenciosos y esperando.
—La hembra estaba aquí. El agua está todavía caliente. Ella salió por la ventana.
Ella se puso de cuclillas cerca de Mo-Jo.
—Todo que huelo es a ese perro apestoso —gruñó otra voz—. La gente debería aprender a bañar a sus puñeteros animales.
Ellos estaban en lo alto de la escalera. ____ estrechó sus ojos, sus dedos apretaron la gorguera de Mo-Jo mientras esperaba.
Sí, su olor de perro mestizo no siempre era fácil, pero él estaba a punto de mostrarles exactamente a estos bastardos por qué se había rendido con ello.
Ellos bajaban. Sus dedos se apretaron. Esperando. Todo lo que tenía que hacer era esperar. Mo-Jo los sorprendería y ella se los cargaría. Simple. Fácil.
—Fuera. —El gruñido animal hizo que los pelos de la nuca se erizaran por la alarma—. Ella está a un paso. La agarraremos.
Ellos bajaron la escalera, casi silenciosos en su búsqueda de ella. Ella liberó la gorguera de Mo-Jo y esperó que él hiciera el primer movimiento.
Cuando lo hizo salió gruñendo cuando ellos aterrizaron, mientras ____ rodaba a través del suelo, tumbándose y disparando. Ella se cargó al primer intruso con un golpe mortal en el pecho mientras Mo-Jo derribaba al otro hombre. Poniéndose en pie precipitadamente, corrió a la pelea para dar una patada al arma del atacante a través del suelo.
—Jo. ¡Muévete!, —gritó ella cuando vio el destello de un cuchillo dirigirse hacia el vientre expuesto del perro. Ella no podía conseguir un tiro claro, pero no tuvo que hacerlo. Giró la cabeza cuando los colmillos malignos y agudos rasgaron la garganta del Coyote apenas nada más que un aliento antes de que el cuchillo tocara la carne vulnerable.
Mo-Jo no era un animal ordenado. La sangre salpicó alrededor de ella cuando él sacudió el cuello del atacante brutalmente antes de dejarle ir y brincar protectoramente.
Ella cayó en un montón sorprendido, rodando sobre su estómago y levantándose con su arma apuntada a la puerta. El perro hizo una ronda de gruñidos. Ladró furiosamente cuando Lance y Joseph se detuvieron sobresaltados en la entrada.
—¡Joder! —Lance contempló la escena, su expresión estaba en blanco cuando él parpadeó ante la vista.
—¿De dónde has salido?, —le espetó ella parpadeando con sorpresa.
—Llegamos cuando sonaron los disparos. —Lance sacudió su cabeza mientras Mo-Jo gruñía en advertencia.
—Abajo, Mo-Jo. —_____ se dejó caer a sus pies, con un gemido de dolor cuando su cuerpo de repente comenzó a protestar por el abuso adicional—. Abajo.
Los dos hombres contemplaron los cadáveres en el pie de la escalera. Lance sacudió su cabeza con asombro cuando Joseph se volvió para contemplarla, sus cejas se levantaban indagadoras.
______ sabía que estaba en problemas. No era estúpida; no era obstinada sólo por serlo. Estaba aterrorizada, y ese miedo no iba dirigido a donde debería haber ido. No era el Consejo o de sus bestias de guerra lo que la aterrorizaba. Era su respuesta a una casta arrogante y demasiado segura de sí misma.
Ella lo quería. Y no tenía sentido. Había desistido hace años de los placeres físicos, prefiriendo no hacerlo antes que sufrir los pensamientos y emociones que manaban de sus compañeros durante el sexo. La tensión de ello por sí sola era lo bastante como para retirar a una mujer de cualquier orgasmo al que pudiera acercarse en ese momento.
Sin embargo su corazón corría, su carne se calentaba, los pliegues suaves entre sus muslos estaban sensibles, sensibles e hinchados por la necesidad. Y ella estaba mojada. Y no sólo del agua caliente que la cubría mientras entraba en el agua humeante de su bañera.
Su oído zumbaba, ardía. ____ tiró del lóbulo ofensor cuando ella se relajó en la bañera de enormes pies de garra, echando humo sobre la completa arrogancia de Joseph.
Ella odiaba a los hombres arrogantes. Y odiaba lo fácilmente que su cuerpo la traicionaba cuando Joseph estaba cerca. Un día. Ella lo conocía desde hacía un puñetero día, y su cuerpo pedía su toque a gritos.
Que el bastardo intentase moverse sobre ella. Ella le mostraría exactamente a qué velocidad podía disparar. Ella haría volar sus pelotas en el polvo.
El vapor del agua caliente la envolvió, empapando su carne para aliviar los dolores y malestares de las numerosas contusiones que lastimaban la parte superior de su cuerpo. Sus costillas parecían adornos de Navidad, raspones rojos, contusiones profundamente azules y rasguños múltiples que ardían como el infierno por la batalla de ayer.
Ella estaba muy furiosa y preocupada. La parte preocupada iba a mantenerla despierta un rato, lo sabía.
—Woof —El resuello suave de la mezcla de pastor/chow era una comodidad calmante. Esto también ayudó a separar sus pensamientos de una cierta Casta de León y volver al presente.
Mo-Jo había rechazado permitir que ella lo tocara cuando entró en el pórtico. Otra vez. Como si ayer no hubiera sido bastante. El olor de la Casta había sido una afrenta a su orgullo canino. O algo así.
Él había inhalado una vez y le había gruñido como si fuera el enemigo y fuera su trabajo eliminarla. Exponiendo los dientes malignos, agudos y absolutamente blancos de su boca, él le había hecho maravillarse de por qué ella incluso lo mantenía a su alrededor cuando le gruñó en respuesta. Ella se había ganado una mofa del perro cuando abrió la puerta y él empujó por delante de ella. Él se dejó caer en la abertura de aire acondicionado mientras ella se preparaba un bocado. Bien, le preparaba a él un bocado que él le permitía compartir.
Ahora él estaba en la puerta de cuarto de baño, mirándola con aquella confusa expresión perruna mientras ella despotricaba y rabiaba sobre las Castas de León durante los últimos treinta minutos. Era un buen perro cuando quería serlo.
—Mo-Jo, ve y tráeme una cerveza. —Suspiró caprichosamente mientras le echaba un vistazo, deseando que fuera un poco menos temperamental y obstinado. Si no lo hubiera sido, aquella escuela para mascotas obstinadas podía haber funcionado para él. Él habría sabido ir a buscarle una cerveza fría al instante.
En cambio, inclinó su cabeza y levantó su nariz desdeñosamente, como si ella le hubiera pedido hacer algo desagradable.
Ella se recordó no compartir la siguiente cerveza con él.
—Debe ser una cosa animal —refunfuñó ella, pensando en la expresión de Joseph cuando ella se había referido burlonamente el día antes a él como Gato con Botas. Esto trajo una sonrisa a su cara. El ultraje masculino puro se había reflejado en su expresión.
Un tanto para el agente femenino; ella anotó mentalmente en el marcador invisible de la vida. Ella se merecía aquella señal después de la sorpresa que él había intentado darle hoy.
¿Mudarse aquí con ella? Ella no lo creía.
Mo-Jo dio un suspiro cuando ella le echó un vistazo, sus ojos marrones grandes y soñolientos mientras disfrutaba de la frescura controlada del clima de la casa. La temperatura fuera había alcanzado cien, y aunque él sobreviviera bien en las temperaturas más altas todavía lo prefería estar dentro.
—¿Estás en la abertura otra vez, Mo-Jo? —preguntó, bastante malditamente soñolienta ahora cuando notó la posición de su cuerpo.
Él le dio un gruñido desinteresado.
—Un día de éstos, voy a entregarte como parte del pago para un caniche —bostezó ella.
O un león. Ella gruñó ante la imagen que de repente apareció en su imaginación. Seis con cuatro. Él tenía que ser de seis con cuatro.
La altura era su debilidad en un hombre. La altura y aquellos hombros amplios y fuertes, y el pelo castaño dorado grueso y largo. Amplias manos. Botas. Él había llevado puestas botas y vaqueros y una camiseta negra que se estiraba a través de aquel pecho extraordinariamente amplio como el material se estiraba alrededor de los bíceps protuberantes de sus brazos.
Los vaqueros cómodos habían abrazado aquellas piernas poderosas y largas, acunando un bulto impresionante que ella se había asegurado de comprobar cuando pretendió apuntarle allí ayer en la comisaría de policía. Había sido impresionante hoy.
No es que ella hubiera disparado. No allí, de todos modos. Algunas cosas era un delito destruirlas, y si aquel bulto era alguna indicación, esa era carne masculina de primera.
El pensamiento le hizo la boca agua y un gemido tembló en sus labios. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que realmente había tenido sexo?
—Él estaba bien, Mo-Jo —suspiró ella entonces—. Realmente bien, y él lo sabía. Maldito gato.
Eso era un asco.
No es que ella tuviera algo personal contra las castas. Infiernos, incluso había hecho campaña a favor de la ley de derechos Humano-casta cuando esta se había presentado el año anterior. No tenía prejuicios. Sólo era cautelosa. Eso era todo.
Él era salvaje e indómito. Ella podía verlo en su sonrisa despreocupada y en la brillantez de sus ojos de ámbar oscuros. Él era un heroinómano de la adrenalina, no del tipo hogareño, o la casta de "felizmente por siempre y jamás". Él podía, si ella le dejaba, romperle el corazón.
Pero él le había dejado luchar. Por una vez en su vida ella había sido capaz de unirse a la acción. Ella había combatido personalmente a los tipos malos y había ganado.
El torrente de placer que la bañó ante aquel pensamiento era casi sexual. Ella se había entrenado para este trabajo la mayor parte de su vida. Había luchado por ello sólo para hacer que su maldición sacara su fea cabeza.
Sus capacidades empáticas se habían mostrado durante su último año de la escuela secundaria, y sólo se habían hecho constantemente peores.
Hasta el punto de que el trabajo de campo con el que había soñado ahora le era negado. Ella era un riesgo para un equipo. Y para sí misma. Contra más fuerte fueran las emociones de las personas a su alrededor, peor parecían afectarla.
—Tal vez debería haber trabajado en una guardería —suspiró ella con una mueca antes de gemir con derrota. El trabajo diurno no habría significado nada en absoluto.
Ella se movió en el agua, suspirando mientras el líquido caliente acariciaba su cuerpo sensible.
—Woof —Su cabeza se sacudió alrededor cuando Mo-Jo se puso rápidamente en pie, dándose la vuelta hacia la puerta mientras la miraba con recelo.
Él podía haber suspendido en cortesía en aquella cara escuela canina, pero había tenido una nota excelente en la formación defensiva/protectora. Y lo que él mostraba ahora era una agresión masculina pura. Su territorio estaba siendo invadido.
La parte más aterradora era que ella no podía sentirlo. Cuando trató de sentir una presencia, todo que sintió fue frío, un espacio muerto.
Castas de coyote. Tenían que serlo. Podía no ser capaz de sentir las emociones de Joseph, pero habría reconocido su calor y comodidad tendiéndole la mano. El único momento en que no había sentido nada, ni siquiera ecos de conciencia, había sido ayer cuando ella miró fijamente en aquellos ojos de la casta de coyote. Ella los había sentido justo antes de que atacaran. El mal y la malevolencia.
Mierda. Mierda. No necesitaba esto. No podía permitirse que Joseph tuviese razón. Maldición.
____ salió silenciosamente del agua, agarrando la larga y delgada bata de seda que colgaba en la pared y poniéndosela rápidamente. Después vino el arma que había dejado tirada en la superficie de la cómoda. Una pistola Glock del calibre 22 era un poco pesada en su mano, pero cómoda y segura. La Glock era un poco anticuada, pero fiable. Le gustaba lo fiable.
Y el cargador estaba lleno y listo para disparar.
Mo-Jo estaba en la posición de acecho en la puerta, su cuerpo tenso por la necesidad de atacar a quien invadía su autoproclamado territorio.
Una cosa que la escuela canina le había enseñado era como defender a ____ y su casa. Una de las razones por las que ella mantenía al saco peludo de malas pulgas. Esto, y el hecho de que en secreto lo adoraba. Sobre todo ahora.
Siguiendo sus señales corporales, ella agarró el picaporte y abrió la puerta despacio, permitiéndole moverse por la entrada delante mientras lo seguía silenciosamente. Ella mantuvo el arma apoyada en su hombro, su mano de enfrente agarrando la muñeca que lo sostenía mientras se movió a su dormitorio.
Mo-Jo estaba en la puerta ahora, silencioso, casi temblando.
Ella giró el picaporte con cuidado, abriéndolo despacio mientras Mo-Jo comenzó a obligarla a abrirla más para permitir más libertad a su cuerpo.
____ era más cautelosa. Ella echó una ojeada alrededor del umbral de la puerta, bajando el arma y tirando del seguro mientras contemplaba el vestíbulo silencioso. Mo-Jo, en la escalera, se puso en cuclillas, preparado, esperándola.
Ella se movía silenciosamente hacia él cuando él de repente se volvió, con una mirada de cálculo canino en su cara cuando miró fijamente hacia atrás. Ella no podía oír nada, ni el chillido de un entarimado o un susurro. Pero lo sintió.
Malicia. Mal. Como había sucedido en el barranco. Como si la energía destructiva de los Coyotes fuera a la deriva en el mismo aire.
Estas no eran emociones. Ningún miedo, esperanzas o sueños. Sólo una intención fría y mortal en vez de un espacio muerto. Esto la envolvió, apretándose en su garganta y su pecho hasta que la obligó a regular su respiración y sellar el miedo. Ellos estaban más cerca, en su casa, moviéndose dentro para el asesinato. Ella lo sintió, como lo había sentido en el barranco.
Ella dio marcha atrás, mirando cuando el perro la siguió. Si Mo-Jo no quería abordar a quien estuviese abajo, maldito si ella iba a hacerlo.
Chasqueó sus dedos a la puerta de dormitorio, mandando al animal seguirla. Ellos se movieron rápidamente de regreso al cuarto. Cerrando silenciosamente con llave la puerta corrió a la ventana, la abrió y resbaló sobre el alféizar a la azotea del pórtico.
Mo-Jo la siguió cuando ella cerró la ventana y se movió hacia atrás un instante antes de que el fuego que arruinaba la puerta de su dormitorio y el sonido de madera astillándose hiciese saltar a Mo-Jo de la azotea del pórtico al cajón de arena densamente acolchado que ella mantenía para él.
____ lo siguió rápidamente, aterrizando con fuerza y maldiciendo silenciosamente ante el impacto de la tierra en su cuerpo magullado.
—Voy a matarlos —refunfuñó ella mientras se ponía en pie y corría al frente de la casa, detrás de su furioso perro cuando él corrió a la puerta principal abierta. No había ningún vehículo en el paseo; la cerradura había sido abierta con láser. Quien estuviese allí sabía condenadamente bien lo que hacía.
Ella se deslizó en la cocina mientras Mo-Jo se movía para colocarse en la entrada al vestíbulo corto que conducía a la escalera. Cuando él se movía, ella se movía, hasta que estuvieron bajo la escalera, silenciosos y esperando.
—La hembra estaba aquí. El agua está todavía caliente. Ella salió por la ventana.
Ella se puso de cuclillas cerca de Mo-Jo.
—Todo que huelo es a ese perro apestoso —gruñó otra voz—. La gente debería aprender a bañar a sus puñeteros animales.
Ellos estaban en lo alto de la escalera. ____ estrechó sus ojos, sus dedos apretaron la gorguera de Mo-Jo mientras esperaba.
Sí, su olor de perro mestizo no siempre era fácil, pero él estaba a punto de mostrarles exactamente a estos bastardos por qué se había rendido con ello.
Ellos bajaban. Sus dedos se apretaron. Esperando. Todo lo que tenía que hacer era esperar. Mo-Jo los sorprendería y ella se los cargaría. Simple. Fácil.
—Fuera. —El gruñido animal hizo que los pelos de la nuca se erizaran por la alarma—. Ella está a un paso. La agarraremos.
Ellos bajaron la escalera, casi silenciosos en su búsqueda de ella. Ella liberó la gorguera de Mo-Jo y esperó que él hiciera el primer movimiento.
Cuando lo hizo salió gruñendo cuando ellos aterrizaron, mientras ____ rodaba a través del suelo, tumbándose y disparando. Ella se cargó al primer intruso con un golpe mortal en el pecho mientras Mo-Jo derribaba al otro hombre. Poniéndose en pie precipitadamente, corrió a la pelea para dar una patada al arma del atacante a través del suelo.
—Jo. ¡Muévete!, —gritó ella cuando vio el destello de un cuchillo dirigirse hacia el vientre expuesto del perro. Ella no podía conseguir un tiro claro, pero no tuvo que hacerlo. Giró la cabeza cuando los colmillos malignos y agudos rasgaron la garganta del Coyote apenas nada más que un aliento antes de que el cuchillo tocara la carne vulnerable.
Mo-Jo no era un animal ordenado. La sangre salpicó alrededor de ella cuando él sacudió el cuello del atacante brutalmente antes de dejarle ir y brincar protectoramente.
Ella cayó en un montón sorprendido, rodando sobre su estómago y levantándose con su arma apuntada a la puerta. El perro hizo una ronda de gruñidos. Ladró furiosamente cuando Lance y Joseph se detuvieron sobresaltados en la entrada.
—¡Joder! —Lance contempló la escena, su expresión estaba en blanco cuando él parpadeó ante la vista.
—¿De dónde has salido?, —le espetó ella parpadeando con sorpresa.
—Llegamos cuando sonaron los disparos. —Lance sacudió su cabeza mientras Mo-Jo gruñía en advertencia.
—Abajo, Mo-Jo. —_____ se dejó caer a sus pies, con un gemido de dolor cuando su cuerpo de repente comenzó a protestar por el abuso adicional—. Abajo.
Los dos hombres contemplaron los cadáveres en el pie de la escalera. Lance sacudió su cabeza con asombro cuando Joseph se volvió para contemplarla, sus cejas se levantaban indagadoras.
heyitsnicktanii
Re: La Marca de_____ [Joe&'Tú](Erotico/Romantica)
—Espero que tengas un buen servicio de la limpieza. — Joseph arrastró las palabras cuando se apoyó contra el umbral de la puerta—. La sangre mancha la vieja madera muy rápido, ____. Podrías querer adelantarte y llamarlos.
Un estallido agudo de risa salió sus labios, no histérica, pero no exactamente calmada, cuando ella contempló el lío.
La sangre se acumulaba alrededor de los cuerpos, el hedor de muerte era casi aplastante en el área cerrada de la casa.
—Este apesta. —Ella sintió sus rodillas doblándose cuando se levantó y se movió rápidamente a los peldaños—. Son castas.
Ella se sentó.
—Coyotes. ¡Dios, maldición, ____! Te lo advertimos. ¿No te lo advertimos?
La furia de Lance llenó de golpe el aire alrededor de ella, pero esta vez esto no la tocó, no asaltó su mente. En cambio, esa aura de estabilidad tranquila se extendió de Joseph y la envolvió.
Ella miró a Joseph. Él se apartó despacio del umbral de la puerta, con cuidado de evitar la sangre mientras se inclinaba al lado del hombre al que ella había pegado un tiro y levantaba un labio con cautela.
—Coyote —estuvo de acuerdo él.
Joseph hizo lo mismo con el otro antes de sacar el teléfono móvil de su cinturón y presionar un botón rápidamente.
—Tenemos dos más. Área Cuatro B, residencia de ____ Fields. Mueve el culo hasta aquí.
____ se volvió a Lance con entumecida confusión.
—¿Vas a llamar por esto?
Él la miró fijamente, su expresión era lívida.
—¡Infiernos no!, —espetó él —. Pueden quedarse con esto también. No necesitamos noticias como esta golpeando las calles de la ciudad. —Él limpió las manos sobre su cara antes de contemplarla preocupadamente—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —suspiró ella antes de levantar sus ojos para contemplar el perro. Él gemía en la entrada, tumbado, mirándola con ojos marrones miserables. No se movió.
—Mo-Jo, ven aquí.
Él no intentó moverse, sólo gimió miserablemente.
—¡Oh no! —Ella luchó para ponerse de pie mientras Joseph se giraba hacia el animal—. No lo toques, te arrancará la cara —le advirtió a la casta cuando él se movió para comprobar al animal—. Lance, llama a Papá. El coyote tenía un cuchillo.
Evidentemente el atacante había logrado conseguir un golpe después de todo.
—¿Estás loca? —Lance se puso rígido con rechazo—. Nos encargaremos de él. Si el Tío David lo ve, Megan, te sacudirá tan rápido que nuestras cabezas darán vueltas.
—Sólo tienes miedo de que te golpee —disparó ella.
—Sigue pensando eso —gruñó él con frustración.
Ella le dirigió una mirada furiosa mientras descolgaba el teléfono de la pared y se arrodillaba al lado de Mo-Jo. Apretó el marcado rápido.
—___*. Papá y el Abuelo están en camino. ¿Estás bien? —La voz de su madre estaba frenética mientras ____ inspeccionaba el tajo profundo a lo largo del bajo vientre de Mo-Jo.
Su madre, bendito fuera su corazón, siempre sabía cuando sus niños estaban en problemas aun cuando sus capacidades empáticas no eran tan fuertes como las de su hija.
—Estoy bien, Mamá. Sólo le han hecho daño a Jo. —Ella se levantó, sacando un paño para los platos del armario para aplicar presión a la herida.
Inclinándose cerca del animal, acunó su cabeza cuando el bajón de adrenalina comenzó a dejarla débil.
—Estará bien hasta que ellos lleguen aquí.
—¿Estás segura? —No engañó a su madre. Ella había estado esperando la llamada de ___*, prueba de que su padre y abuelo habían dejado la casa a toda velocidad.
Su abuelo habría sabido también que algo iba mal. Él decía que los vientos le hablaban de ella. Ella sacudió su cabeza ante el pensamiento. La empatía corría en el lado de su abuela. Ella nunca había estado segura de lo que corría por el de su abuelo, pero ____ sabía que era tan poderoso como los talentos que ella poseía, si no más.
—Estoy segura, Mamá. Te quiero pero ahora me tengo que ir.
Ella desconectó el teléfono antes de alzar la vista a Joseph.
Él la miraba con preocupación, y ella advirtió que definitivamente iba a tenerlo que aguantar. Lance no dejaría a este pequeño giro de los acontecimientos sin tener un golpe, o al menos sin llamar la maldita familia entera.
—Sabes Joseph, realmente no vamos a llevarnos bien. De hecho, no creo ni que vayas a gustarme.
Ella se dio la vuelta y se alejó de él antes de que él pudiera hablar, el sonido de un vehículo entrando en el paseo llamó su atención. Ella se movió a la puerta trasera, dando un suspiro de alivio cuando su padre y abuelo salieron rápidamente del camión y se dirigieron hacia la casa.
—¿Estás bien, ___*? —Su padre la abrazó con fuerza.
—Estoy bien. Aunque Mo-Jo ha caído. Recibió una cuchillada en su bajo vientre. —Ella temblaba, tratando de evitar la mirada de su padre y la preocupación que siempre la hacía sentirse sofocada.
Su padre estaba vestido en sus acostumbrados vaqueros, pero llevaba puesta una camisa de etiqueta y el lazo de cuerda de plata, indicando que había estado disponiéndose a salir esa tarde. Su grueso pelo negro estaba salpicado de color gris, sus ojos oscuros con fuerza y sondeando mientras se movía por la cocina a la entrada de pasillo y le echaba un vistazo a Lance.
—Parece bastante profundo, Papá —suspiró ella, contemplando a su abuelo con derrota cuando ella le dejó ayudarle y conducirla a una silla de cocina.
—Tío Dave, te presento a Joseph Arness. —Ella oyó el murmullo de Lance en el pasillo.
Ella era consciente de que Joseph la miraba, su cabeza estaba inclinada, fijándose en cada movimiento, cada expresión, mientras miraba la escena ante él. Pero había más, esa calma que era tan parte de él la envolvía también, abrigándola. Una chica podría acostumbrarse a esto. Acostumbrarse demasiado. Sería un asco cuando se fuese otra vez.
Sus ojos preguntaban, casi aturdidos, cuando su abuelo, encorvado por la edad y agitando sus articulaciones tiesas la acarició en el hombro.
—Quédate quieta, pequeña guerrera. Te prepararé té. —Su voz estaba llena de preocupación, su expresión lindaba con la inquietud.
—Café.
—Té — hablaron firmemente su padre y abuelo.
Ella hizo una mueca. El té no tendría ni cafeína.
A pesar de su calma ella sintió el miedo. No lo apreció, por suerte. Pero lo sintió espesando el aire a su alrededor.
—¿Qué pasó aquí, Lance? —Su padre estaba inclinado sobre Mo-Jo, un pequeño bolso médico negro a su lado mientras comprobaba la herida.
—¿Por qué se lo preguntas? Él no estaba aquí. —Ella odió el cuidado protector que podía sentir abrigarse a su alrededor. ¿Por qué no acabar trayéndose a su madre junto con ellos? Esto habría acabado de envolverla entre algodones satisfactoriamente.
Su padre le echó un vistazo, y durante un segundo ella vislumbró una furia y un miedo que sabía que no debería haberla impresionado. Sin embargo esto lo hizo, porque ella sólo lo sintió, no lo apreció. Esto se extendía sobre ella en cegadoras ondas o tomaba su aliento. Ella también notó que Joseph se le había acercado, haciendo más fácil para ella extender aquel escudo a su alrededor.
—Porque atiendo una herida de tu animal que podía haberte sido infligida a ti. —Él no intentó hablar bruscamente, pero ella podía sentir la cólera que vibraba de él—. No sé si mis nervios pueden soportar oír un informe de ti, hija.
Sus hombros se inclinaron. Maldición ¿Cómo combatías esa clase del amor?
—No sé lo que pasó, Tío — contestó finalmente Lance—. Yo traía a Joseph Arness aquí para hablar con ella. Entramos cuando Mo-Jo arrancaba una garganta.
—¿Y qué hay de ayer?, —preguntó su abuelo entonces—. Los vientos soplaron por la tierra con una advertencia, su nombre resonaba en la brisa.
___ quiso gemir.
—Vosotros me sofocáis.
Joseph no se apoyó contra la pared, mirando todo esto, nunca hablando. Atractivo y silencioso. Bien, entonces había unas cosas que iban por él.
—Acostúmbrate a ello. —La voz de su padre no toleraba ninguna respuesta negativa—. Hasta que yo deje este mundo, tú eres todavía mi hija y todavía bajo mi protección.
—Protege a Lance. —Ella agitó su mano hacia su primo que sonreía con satisfacción—. Él está en más peligro que yo si me sigue cabreando. Comparte el amor, Papá.
Su padre sólo resopló mientras aplicaba una gruesa capa de reparador de piel al bajo vientre Mo-Jo.
—El perro estará bien. —Él cerró la botella del látex simulador de piel y la devolvió a su bolso—. La herida no era demasiado profunda; sólo es un rasguño grande. —Él acarició la cabeza del perro antes de llenar una jeringuilla e inyectarla en el músculo del hombro grueso—. Ahí va, algo para aliviar el dolor. Estará como nuevo en unos días. Lo llevaremos a la clínica y le pondremos algunos antibióticos para estar seguros.
Al mismo tiempo, su abuelo puso el té y galletas de jengibre delante de ella. Ella todavía podía oler la muerte a su alrededor. No había ningún modo en que pudiese comer.
—Tu azúcar en sangre está bajo, Nieta. Come también. —Él caminó arrastrando los pies alrededor de la mesa y, por supuesto, puso el café para todos los demás. A veces, ella lamentaba no fumar. Si alguna situación requería un cigarrillo, era ésta.
—Tiempo de explicaciones. —Su padre se levantó, su amplio cuerpo tenso, su cara bruscamente tallada que emparejaba la cólera en sus ojos cuando se encontraron con la mirada fija de Joseph. —¿Quién demonios es usted y qué tiene que ver con esto?
Joseph se puso rígido.
—Basta, David. —Su abuelo vino al rescate. Ella esperó—. Venga, todos vosotros, sentaos en la mesa de ____ y hablad con respeto en su presencia. Ella se ha defendido bien hoy. Ha hecho lo que ningún hombre podía haber hecho por ella, y ha satisfecho su alma de guerrero en su propia protección. Es el momento de celebrar, no de reprobarla a ella o aquellos que la defienden.
El orgullo de su abuelo por ella nunca fracasaba en llenarla de calor.
Su padre le dirigió una mirada descontenta.
—David… marido de mi hija —suspiró él—. Siento tu preocupación como si fuera la mía. Pero te lo he advertido, su destino no es como tú lo querrías.
Tiempo de discusiones. ____ sabía que si no cambiaba de tema rápidamente entonces su padre y su abuelo terminarían por luchar otra vez.
—Alguien tiene que limpiar el lío —suspiró ella, apartando las galletas y el té—. ¿Os habéis olvidado todos de los dos cuerpos en mi vestíbulo?, —les preguntó ella a todos ellos con un toque de incredulidad—. Están manchando mis suelos de madera. Preguntádselo, él sabe todo sobre ello. —Ella señaló a donde Joseph todavía estaba en pie silenciosa y vigilantemente.
Demasiados hombres se apiñaban a su alrededor. Ella llevaba puesta solamente una bata y la reacción comenzaba a hacerla temblar mientras toda la testosterona comenzaba a prepararse en una caldera furiosa. No quería estar aquí para la lucha.
—Mi gente viene de camino. — Joseph se movió en la cocina y antes de que ella pudiera jadear o alguien más pudiera protestar la levantó en sus brazos y salió a zancadas del cuarto.
Dios, él era cálido y seguro. Sus brazos agarraron sus hombros en respuesta instintiva mientras luchaba contra la necesidad de acercarse más, de absorber más del escudo natural que la envolvía también.
—No soy una blandengue —trató ella de espetarle a pesar del deseo repentino de curvarse contra él.
—No, no lo eres. Pero el suelo está ensangrentado y no llevas puestos zapatos. —Él la dejó en la escalera—. A veces ves las manchas de sangre cuando menos lo esperas. —Él la miró fijamente, sus ojos de oro eran solemnes—. Ve. Vístete. Mi gente estará aquí y habrá un choque de caracteres con el que no quieres tratar medio desnuda. —Su voz bajó—. Y seguro como el infierno que no quiero a nadie más viendo esos pezones perfectos brillando por esa tela húmeda como lo están ahora.
Su cara ardió cuando bajó su mirada horrorizada. Sus pezones estaban endurecidos. Endurecidos en puntos, apretando contra la seda de su bata como señales.
Su cabeza se levantó mientras excitación y vergüenza corrían por ella. No era él, se aseguró ella. Él no la encendía. Ni siquiera lo conocía y no quería conocerlo.
Ella olió desdeñosamente, rechazando intentar hasta explicar o protestar por la respuesta de su cuerpo.
*********
Joseph miró su camino a su cuarto, su pecho apretado, su corazón corriendo. Dios, él quería envolverla tanto como los tres hombres detrás de él lo hacían. La visión de ella en aquella silla, pareciendo tan abandonada, había sido casi más de lo que él podía aguantar. Él la había recogido y la había movido a la escalera por su propio bienestar mental. El pensamiento de ella caminando alrededor de la muerte en aquel vestíbulo y que podía haber sido ella la que estuviera tendida allí en vez de los dos Coyotes hacía que sus tripas se apretaran de furia.
Él no se había dado cuenta de lo pequeña que era, lo ligera, hasta que la recogió en sus brazos y sintió la debilidad de su cuerpo.
¿Cómo diablos había logrado ella combatir a dos coyotes y sobrevivir?
Los ojos azules de medianoche oscuros, casi negros, habían parecido enormes en su cara pálida, llena de excitación y un borde de confusión. Pero no había ningún miedo. Ella estaba furiosa. Bajando rápidamente del subidón de adrenalina y dolorida por las demandas que había impuesto a su cuerpo en los dos últimos días.
Pero no estaba asustada.
Y él no podía envolverla. No podía abrigarla del peligro. Sólo podía estar de pie detrás de ella y rezar por poder ayudarle. El mundo no era un patio lleno de risas y juegos. Al menos, su mundo no lo era. Estaba bañado en sangre y crueldad y sólo el más fuerte sobrevivía. Ella estaba siendo lanzada en medio de su mundo por la razón que fuera y él no podía comprenderlo. Él no podía protegerla de esto. Sólo podía guiarla.
—Ella es una guerrera. —El anciano, su abuelo, habló detrás de él.
—Ella es una mujer —espetó el padre furiosamente—. Maldición, Lance, ¿qué demonios pasa?
—Ella está loca, es lo que pasa —discutió Lance—. Condujo directamente hasta una escena de asesinato ayer por la tarde conmigo gritándole que se echase atrás. La mujer se busca problemas. Esta vez, estos la encontraron.
—Ella busca la justicia… —murmuró Jason.
Y todos ellos buscaban un modo de protegerla. Su necesidad de abrigarla la sofocaba despacio. Joseph podía sentirlo, podía verlo en su cara. Ella tenía que luchar, y ahora no tenía ninguna otra opción, sólo hacerlo.
—No. —Él se dio la vuelta para afrontarlos a todos ellos—. Ella es una luchadora y una superviviente, y si va a sobrevivir a esto de algún modo entonces tendrán que dejarla luchar. Hasta que averigüemos por qué el Consejo de Genética la marcó, tenemos que dejarle luchar o ustedes la perderán del todo.
El silencio, las ondas de la furia, confusión y el conocimiento de un anciano parecieron fluir alrededor de él. Él encontró la mirada anciana y aguda del viejo Navajo que lo miró fijamente, sus trenzas grises enmarcando su expresión cuadrada, dura.
—Ella es una guerrera —dijo el anciano, levantando su cabeza con orgullo—. Pero cuidado, mi joven León, es también una mujer. Y a menudo es la mayor debilidad de cada macho. Incluso la tuya propia.
Como sabía el anciano quién y qué era él, Joseph no sabía y no le importó. Ahora, como antes, la confusión lo hundió. Las castas, excepto unas pocas muy escogidas, no tenían niños. Ningunas madres, ningunos padres, tíos o primos.
Fueron creados en un Laboratorio, entrenados en vez de criados, y ahora luchaban diariamente por la supervivencia en un mundo que no estaba seguro exactamente de qué hacer con esta nueva especie.
Joseph nunca había experimentado la emoción, la pura furia protectora y la determinación de proteger a la familia de alguien.
Él podía ver fácilmente a los tres hombres que despacio sofocaban el espíritu de lucha de la mujer por su amor.
—Deberías planear algo antes de que ella regrese aquí abajo —silbó Lance cuando él contempló a su tío y abuelo—. No la voy a despedir. Ella nunca me perdonaría. Además, sólo me ignora cuando lo intento.
—Te dije que lo hicieras hace tres meses —David, el padre, gruñó furiosamente—. El mismo día él… —él sacudió su pulgar hacia el anciano —oyó su nombre en los vientos. Pero no, espera, Tío… —él se burló del hombre más joven.
—No le hagas daño. Ella dejará Broken Butte.
—O me pegará un tiro —espetó Lance—. Maldición, Tío, ella ha tenido tres ofertas de las ciudades más grandes, pero se queda aquí en cambio. Empújala demasiado lejos y se marchará.
—No lo permitiré.
—Tú no puedes pararlo, hijo mío…—dijo el anciano.
—Infierno sangriento, ella va a encontrar problemas no importa donde vaya… —discutió Lance.
Joseph amartilló su cabeza, mirando como los tres discutían. Que interesante. Personalmente, él pensaba que iba con un poco de retraso y definitivamente era el momento incorrecto para acusaciones, pero interesante a pesar de todo.
Los tres machos obviamente estaban bien acostumbrados a la discusión de como proteger mejor a una mujer que no quería nada más que ser quién era, luchar cuando fue necesaria. Esto desafiaba la lógica. Las mujeres eran feroces y a menudo menos misericordiosas que cualquier hombre. Ellas eran luchadoras excelentes cuando creían en la batalla en la que estaban implicadas o en aquellos para los que luchaban. Y ____ era toda una mujer. Él lo decidió en aquel momento, ella era también su mujer.
Bueno creo que mejor hasta ahi, que este capitulo esta demaciado largo HAHA espero que es este gustando, que les parece Joseph Quiero un casta! ok ya, bueno nos leemos el martes lo prometo si veo muchos comentarios vere si les pongo dos capitlos vale?, gracias por leer un beso :hug:
Un estallido agudo de risa salió sus labios, no histérica, pero no exactamente calmada, cuando ella contempló el lío.
La sangre se acumulaba alrededor de los cuerpos, el hedor de muerte era casi aplastante en el área cerrada de la casa.
—Este apesta. —Ella sintió sus rodillas doblándose cuando se levantó y se movió rápidamente a los peldaños—. Son castas.
Ella se sentó.
—Coyotes. ¡Dios, maldición, ____! Te lo advertimos. ¿No te lo advertimos?
La furia de Lance llenó de golpe el aire alrededor de ella, pero esta vez esto no la tocó, no asaltó su mente. En cambio, esa aura de estabilidad tranquila se extendió de Joseph y la envolvió.
Ella miró a Joseph. Él se apartó despacio del umbral de la puerta, con cuidado de evitar la sangre mientras se inclinaba al lado del hombre al que ella había pegado un tiro y levantaba un labio con cautela.
—Coyote —estuvo de acuerdo él.
Joseph hizo lo mismo con el otro antes de sacar el teléfono móvil de su cinturón y presionar un botón rápidamente.
—Tenemos dos más. Área Cuatro B, residencia de ____ Fields. Mueve el culo hasta aquí.
____ se volvió a Lance con entumecida confusión.
—¿Vas a llamar por esto?
Él la miró fijamente, su expresión era lívida.
—¡Infiernos no!, —espetó él —. Pueden quedarse con esto también. No necesitamos noticias como esta golpeando las calles de la ciudad. —Él limpió las manos sobre su cara antes de contemplarla preocupadamente—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —suspiró ella antes de levantar sus ojos para contemplar el perro. Él gemía en la entrada, tumbado, mirándola con ojos marrones miserables. No se movió.
—Mo-Jo, ven aquí.
Él no intentó moverse, sólo gimió miserablemente.
—¡Oh no! —Ella luchó para ponerse de pie mientras Joseph se giraba hacia el animal—. No lo toques, te arrancará la cara —le advirtió a la casta cuando él se movió para comprobar al animal—. Lance, llama a Papá. El coyote tenía un cuchillo.
Evidentemente el atacante había logrado conseguir un golpe después de todo.
—¿Estás loca? —Lance se puso rígido con rechazo—. Nos encargaremos de él. Si el Tío David lo ve, Megan, te sacudirá tan rápido que nuestras cabezas darán vueltas.
—Sólo tienes miedo de que te golpee —disparó ella.
—Sigue pensando eso —gruñó él con frustración.
Ella le dirigió una mirada furiosa mientras descolgaba el teléfono de la pared y se arrodillaba al lado de Mo-Jo. Apretó el marcado rápido.
—___*. Papá y el Abuelo están en camino. ¿Estás bien? —La voz de su madre estaba frenética mientras ____ inspeccionaba el tajo profundo a lo largo del bajo vientre de Mo-Jo.
Su madre, bendito fuera su corazón, siempre sabía cuando sus niños estaban en problemas aun cuando sus capacidades empáticas no eran tan fuertes como las de su hija.
—Estoy bien, Mamá. Sólo le han hecho daño a Jo. —Ella se levantó, sacando un paño para los platos del armario para aplicar presión a la herida.
Inclinándose cerca del animal, acunó su cabeza cuando el bajón de adrenalina comenzó a dejarla débil.
—Estará bien hasta que ellos lleguen aquí.
—¿Estás segura? —No engañó a su madre. Ella había estado esperando la llamada de ___*, prueba de que su padre y abuelo habían dejado la casa a toda velocidad.
Su abuelo habría sabido también que algo iba mal. Él decía que los vientos le hablaban de ella. Ella sacudió su cabeza ante el pensamiento. La empatía corría en el lado de su abuela. Ella nunca había estado segura de lo que corría por el de su abuelo, pero ____ sabía que era tan poderoso como los talentos que ella poseía, si no más.
—Estoy segura, Mamá. Te quiero pero ahora me tengo que ir.
Ella desconectó el teléfono antes de alzar la vista a Joseph.
Él la miraba con preocupación, y ella advirtió que definitivamente iba a tenerlo que aguantar. Lance no dejaría a este pequeño giro de los acontecimientos sin tener un golpe, o al menos sin llamar la maldita familia entera.
—Sabes Joseph, realmente no vamos a llevarnos bien. De hecho, no creo ni que vayas a gustarme.
Ella se dio la vuelta y se alejó de él antes de que él pudiera hablar, el sonido de un vehículo entrando en el paseo llamó su atención. Ella se movió a la puerta trasera, dando un suspiro de alivio cuando su padre y abuelo salieron rápidamente del camión y se dirigieron hacia la casa.
—¿Estás bien, ___*? —Su padre la abrazó con fuerza.
—Estoy bien. Aunque Mo-Jo ha caído. Recibió una cuchillada en su bajo vientre. —Ella temblaba, tratando de evitar la mirada de su padre y la preocupación que siempre la hacía sentirse sofocada.
Su padre estaba vestido en sus acostumbrados vaqueros, pero llevaba puesta una camisa de etiqueta y el lazo de cuerda de plata, indicando que había estado disponiéndose a salir esa tarde. Su grueso pelo negro estaba salpicado de color gris, sus ojos oscuros con fuerza y sondeando mientras se movía por la cocina a la entrada de pasillo y le echaba un vistazo a Lance.
—Parece bastante profundo, Papá —suspiró ella, contemplando a su abuelo con derrota cuando ella le dejó ayudarle y conducirla a una silla de cocina.
—Tío Dave, te presento a Joseph Arness. —Ella oyó el murmullo de Lance en el pasillo.
Ella era consciente de que Joseph la miraba, su cabeza estaba inclinada, fijándose en cada movimiento, cada expresión, mientras miraba la escena ante él. Pero había más, esa calma que era tan parte de él la envolvía también, abrigándola. Una chica podría acostumbrarse a esto. Acostumbrarse demasiado. Sería un asco cuando se fuese otra vez.
Sus ojos preguntaban, casi aturdidos, cuando su abuelo, encorvado por la edad y agitando sus articulaciones tiesas la acarició en el hombro.
—Quédate quieta, pequeña guerrera. Te prepararé té. —Su voz estaba llena de preocupación, su expresión lindaba con la inquietud.
—Café.
—Té — hablaron firmemente su padre y abuelo.
Ella hizo una mueca. El té no tendría ni cafeína.
A pesar de su calma ella sintió el miedo. No lo apreció, por suerte. Pero lo sintió espesando el aire a su alrededor.
—¿Qué pasó aquí, Lance? —Su padre estaba inclinado sobre Mo-Jo, un pequeño bolso médico negro a su lado mientras comprobaba la herida.
—¿Por qué se lo preguntas? Él no estaba aquí. —Ella odió el cuidado protector que podía sentir abrigarse a su alrededor. ¿Por qué no acabar trayéndose a su madre junto con ellos? Esto habría acabado de envolverla entre algodones satisfactoriamente.
Su padre le echó un vistazo, y durante un segundo ella vislumbró una furia y un miedo que sabía que no debería haberla impresionado. Sin embargo esto lo hizo, porque ella sólo lo sintió, no lo apreció. Esto se extendía sobre ella en cegadoras ondas o tomaba su aliento. Ella también notó que Joseph se le había acercado, haciendo más fácil para ella extender aquel escudo a su alrededor.
—Porque atiendo una herida de tu animal que podía haberte sido infligida a ti. —Él no intentó hablar bruscamente, pero ella podía sentir la cólera que vibraba de él—. No sé si mis nervios pueden soportar oír un informe de ti, hija.
Sus hombros se inclinaron. Maldición ¿Cómo combatías esa clase del amor?
—No sé lo que pasó, Tío — contestó finalmente Lance—. Yo traía a Joseph Arness aquí para hablar con ella. Entramos cuando Mo-Jo arrancaba una garganta.
—¿Y qué hay de ayer?, —preguntó su abuelo entonces—. Los vientos soplaron por la tierra con una advertencia, su nombre resonaba en la brisa.
___ quiso gemir.
—Vosotros me sofocáis.
Joseph no se apoyó contra la pared, mirando todo esto, nunca hablando. Atractivo y silencioso. Bien, entonces había unas cosas que iban por él.
—Acostúmbrate a ello. —La voz de su padre no toleraba ninguna respuesta negativa—. Hasta que yo deje este mundo, tú eres todavía mi hija y todavía bajo mi protección.
—Protege a Lance. —Ella agitó su mano hacia su primo que sonreía con satisfacción—. Él está en más peligro que yo si me sigue cabreando. Comparte el amor, Papá.
Su padre sólo resopló mientras aplicaba una gruesa capa de reparador de piel al bajo vientre Mo-Jo.
—El perro estará bien. —Él cerró la botella del látex simulador de piel y la devolvió a su bolso—. La herida no era demasiado profunda; sólo es un rasguño grande. —Él acarició la cabeza del perro antes de llenar una jeringuilla e inyectarla en el músculo del hombro grueso—. Ahí va, algo para aliviar el dolor. Estará como nuevo en unos días. Lo llevaremos a la clínica y le pondremos algunos antibióticos para estar seguros.
Al mismo tiempo, su abuelo puso el té y galletas de jengibre delante de ella. Ella todavía podía oler la muerte a su alrededor. No había ningún modo en que pudiese comer.
—Tu azúcar en sangre está bajo, Nieta. Come también. —Él caminó arrastrando los pies alrededor de la mesa y, por supuesto, puso el café para todos los demás. A veces, ella lamentaba no fumar. Si alguna situación requería un cigarrillo, era ésta.
—Tiempo de explicaciones. —Su padre se levantó, su amplio cuerpo tenso, su cara bruscamente tallada que emparejaba la cólera en sus ojos cuando se encontraron con la mirada fija de Joseph. —¿Quién demonios es usted y qué tiene que ver con esto?
Joseph se puso rígido.
—Basta, David. —Su abuelo vino al rescate. Ella esperó—. Venga, todos vosotros, sentaos en la mesa de ____ y hablad con respeto en su presencia. Ella se ha defendido bien hoy. Ha hecho lo que ningún hombre podía haber hecho por ella, y ha satisfecho su alma de guerrero en su propia protección. Es el momento de celebrar, no de reprobarla a ella o aquellos que la defienden.
El orgullo de su abuelo por ella nunca fracasaba en llenarla de calor.
Su padre le dirigió una mirada descontenta.
—David… marido de mi hija —suspiró él—. Siento tu preocupación como si fuera la mía. Pero te lo he advertido, su destino no es como tú lo querrías.
Tiempo de discusiones. ____ sabía que si no cambiaba de tema rápidamente entonces su padre y su abuelo terminarían por luchar otra vez.
—Alguien tiene que limpiar el lío —suspiró ella, apartando las galletas y el té—. ¿Os habéis olvidado todos de los dos cuerpos en mi vestíbulo?, —les preguntó ella a todos ellos con un toque de incredulidad—. Están manchando mis suelos de madera. Preguntádselo, él sabe todo sobre ello. —Ella señaló a donde Joseph todavía estaba en pie silenciosa y vigilantemente.
Demasiados hombres se apiñaban a su alrededor. Ella llevaba puesta solamente una bata y la reacción comenzaba a hacerla temblar mientras toda la testosterona comenzaba a prepararse en una caldera furiosa. No quería estar aquí para la lucha.
—Mi gente viene de camino. — Joseph se movió en la cocina y antes de que ella pudiera jadear o alguien más pudiera protestar la levantó en sus brazos y salió a zancadas del cuarto.
Dios, él era cálido y seguro. Sus brazos agarraron sus hombros en respuesta instintiva mientras luchaba contra la necesidad de acercarse más, de absorber más del escudo natural que la envolvía también.
—No soy una blandengue —trató ella de espetarle a pesar del deseo repentino de curvarse contra él.
—No, no lo eres. Pero el suelo está ensangrentado y no llevas puestos zapatos. —Él la dejó en la escalera—. A veces ves las manchas de sangre cuando menos lo esperas. —Él la miró fijamente, sus ojos de oro eran solemnes—. Ve. Vístete. Mi gente estará aquí y habrá un choque de caracteres con el que no quieres tratar medio desnuda. —Su voz bajó—. Y seguro como el infierno que no quiero a nadie más viendo esos pezones perfectos brillando por esa tela húmeda como lo están ahora.
Su cara ardió cuando bajó su mirada horrorizada. Sus pezones estaban endurecidos. Endurecidos en puntos, apretando contra la seda de su bata como señales.
Su cabeza se levantó mientras excitación y vergüenza corrían por ella. No era él, se aseguró ella. Él no la encendía. Ni siquiera lo conocía y no quería conocerlo.
Ella olió desdeñosamente, rechazando intentar hasta explicar o protestar por la respuesta de su cuerpo.
*********
Joseph miró su camino a su cuarto, su pecho apretado, su corazón corriendo. Dios, él quería envolverla tanto como los tres hombres detrás de él lo hacían. La visión de ella en aquella silla, pareciendo tan abandonada, había sido casi más de lo que él podía aguantar. Él la había recogido y la había movido a la escalera por su propio bienestar mental. El pensamiento de ella caminando alrededor de la muerte en aquel vestíbulo y que podía haber sido ella la que estuviera tendida allí en vez de los dos Coyotes hacía que sus tripas se apretaran de furia.
Él no se había dado cuenta de lo pequeña que era, lo ligera, hasta que la recogió en sus brazos y sintió la debilidad de su cuerpo.
¿Cómo diablos había logrado ella combatir a dos coyotes y sobrevivir?
Los ojos azules de medianoche oscuros, casi negros, habían parecido enormes en su cara pálida, llena de excitación y un borde de confusión. Pero no había ningún miedo. Ella estaba furiosa. Bajando rápidamente del subidón de adrenalina y dolorida por las demandas que había impuesto a su cuerpo en los dos últimos días.
Pero no estaba asustada.
Y él no podía envolverla. No podía abrigarla del peligro. Sólo podía estar de pie detrás de ella y rezar por poder ayudarle. El mundo no era un patio lleno de risas y juegos. Al menos, su mundo no lo era. Estaba bañado en sangre y crueldad y sólo el más fuerte sobrevivía. Ella estaba siendo lanzada en medio de su mundo por la razón que fuera y él no podía comprenderlo. Él no podía protegerla de esto. Sólo podía guiarla.
—Ella es una guerrera. —El anciano, su abuelo, habló detrás de él.
—Ella es una mujer —espetó el padre furiosamente—. Maldición, Lance, ¿qué demonios pasa?
—Ella está loca, es lo que pasa —discutió Lance—. Condujo directamente hasta una escena de asesinato ayer por la tarde conmigo gritándole que se echase atrás. La mujer se busca problemas. Esta vez, estos la encontraron.
—Ella busca la justicia… —murmuró Jason.
Y todos ellos buscaban un modo de protegerla. Su necesidad de abrigarla la sofocaba despacio. Joseph podía sentirlo, podía verlo en su cara. Ella tenía que luchar, y ahora no tenía ninguna otra opción, sólo hacerlo.
—No. —Él se dio la vuelta para afrontarlos a todos ellos—. Ella es una luchadora y una superviviente, y si va a sobrevivir a esto de algún modo entonces tendrán que dejarla luchar. Hasta que averigüemos por qué el Consejo de Genética la marcó, tenemos que dejarle luchar o ustedes la perderán del todo.
El silencio, las ondas de la furia, confusión y el conocimiento de un anciano parecieron fluir alrededor de él. Él encontró la mirada anciana y aguda del viejo Navajo que lo miró fijamente, sus trenzas grises enmarcando su expresión cuadrada, dura.
—Ella es una guerrera —dijo el anciano, levantando su cabeza con orgullo—. Pero cuidado, mi joven León, es también una mujer. Y a menudo es la mayor debilidad de cada macho. Incluso la tuya propia.
Como sabía el anciano quién y qué era él, Joseph no sabía y no le importó. Ahora, como antes, la confusión lo hundió. Las castas, excepto unas pocas muy escogidas, no tenían niños. Ningunas madres, ningunos padres, tíos o primos.
Fueron creados en un Laboratorio, entrenados en vez de criados, y ahora luchaban diariamente por la supervivencia en un mundo que no estaba seguro exactamente de qué hacer con esta nueva especie.
Joseph nunca había experimentado la emoción, la pura furia protectora y la determinación de proteger a la familia de alguien.
Él podía ver fácilmente a los tres hombres que despacio sofocaban el espíritu de lucha de la mujer por su amor.
—Deberías planear algo antes de que ella regrese aquí abajo —silbó Lance cuando él contempló a su tío y abuelo—. No la voy a despedir. Ella nunca me perdonaría. Además, sólo me ignora cuando lo intento.
—Te dije que lo hicieras hace tres meses —David, el padre, gruñó furiosamente—. El mismo día él… —él sacudió su pulgar hacia el anciano —oyó su nombre en los vientos. Pero no, espera, Tío… —él se burló del hombre más joven.
—No le hagas daño. Ella dejará Broken Butte.
—O me pegará un tiro —espetó Lance—. Maldición, Tío, ella ha tenido tres ofertas de las ciudades más grandes, pero se queda aquí en cambio. Empújala demasiado lejos y se marchará.
—No lo permitiré.
—Tú no puedes pararlo, hijo mío…—dijo el anciano.
—Infierno sangriento, ella va a encontrar problemas no importa donde vaya… —discutió Lance.
Joseph amartilló su cabeza, mirando como los tres discutían. Que interesante. Personalmente, él pensaba que iba con un poco de retraso y definitivamente era el momento incorrecto para acusaciones, pero interesante a pesar de todo.
Los tres machos obviamente estaban bien acostumbrados a la discusión de como proteger mejor a una mujer que no quería nada más que ser quién era, luchar cuando fue necesaria. Esto desafiaba la lógica. Las mujeres eran feroces y a menudo menos misericordiosas que cualquier hombre. Ellas eran luchadoras excelentes cuando creían en la batalla en la que estaban implicadas o en aquellos para los que luchaban. Y ____ era toda una mujer. Él lo decidió en aquel momento, ella era también su mujer.
Bueno creo que mejor hasta ahi, que este capitulo esta demaciado largo HAHA espero que es este gustando, que les parece Joseph Quiero un casta! ok ya, bueno nos leemos el martes lo prometo si veo muchos comentarios vere si les pongo dos capitlos vale?, gracias por leer un beso :hug:
heyitsnicktanii
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