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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
O W N :: Archivos :: Canceladas
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Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
CAPÍTULO 5
Los alumnos, reunidos en corros demasiado apretados para que pudiera entrar un recién llegado, volvieron rápidamente sus vivos ojos oscuros hacia mí. Fue como si incluso pudieran sentir el aleteo aterrado de mi corazón. Todos me parecían igual, no de una manera clara y precisa, sino por la perfección que compartían. A todas las chicas les brillaba el pelo, ya lo llevaran suelto sobre los hombros o recogido en un pulcro moño. Todos los chicos parecían seguros de sí mismos y vigorosos, con sonrisas que les servían de máscaras. Todo el mundo vestía el uniforme: jerséis, faldas, chaquetas y pantalones en todas las variaciones posibles: grises, rojas, a cuadros, negros. Todos llevaban el escudo del cuervo bordado y lo lucían como si fuera el blasón de su familia. Todos derrochaban seguridad, superioridad y desdén. Sentí el calor que desprendía allí de pie, en la periferia de la estancia, cambiando de un pie a otro, incómoda.
Nadie me saludó.
El murmullo general volvió a imponerse de inmediato. Por lo visto, las chicas nuevas desgarbadas no merecían más que unos instantes de atención. Tenía las mejillas encendidas por la vergüenza, porque era obvio que ya había hecho algo mal, aunque no conseguía imaginar qué podría ser. ¿O acaso habían sentido, igual que yo, que en realidad no iba a encajar allí?
Me pregunté dónde estaría Harry. Alargué el cuello, buscándolo entre la multitud. Creía poder enfrentarme a todo aquello si Harry estaba a mi lado. Tal vez era una tontería albergar ese tipo de sentimientos hacia un chico a quien apenas conocía, pero me daba igual. Harry tenía que estar por alguna parte, aunque no consiguiera encontrarlo. Me sentía completamente sola en medio de toda esa gente.
A medida que iba bordeando la estancia hacia un rincón, empecé a fijarme en que había otros alumnos en la misma situación que yo o, al menos, que también eran nuevos. Un chico moreno llevaba la ropa tan arrugada que daba la impresión de haber dormido con ella puesta, aunque precisamente allí no parecía que ir superinformal fuera a hacerte ganar puntos. Debajo de la chaqueta, aunque encima del jersey, llevaba abierta una camisa hawaiana de colores tan chillones que se desgañitaban en la penumbra de Medianoche. También había una chica de cabello muy oscuro y cortito, tan corto que parecía un chico. El corte de pelo no era desenfadado y juvenil, sino que daba la impresión de habérselo hecho con una navaja de afeitar como mejor le había parecido. El uniforme, dos tallas más grande, le colgaba de los hombros. Era como si la gente se apartara de ella, como si los repeliera un campo de energía. Como si fuera invisible. Le habían colgado el sambenito de insignificante incluso antes de la primera clase.
¿Que cómo podía estar tan segura? Pues porque también me había ocurrido a mí. Estaba atrapada en la periferia de la multitud, apabullada por el barullo, intimidada por el vestíbulo de piedra y tan perdida como pudiera estarse.
—¡Atención!
La voz retumbante quebró el bullicio y lo redujo a silencio. Todos nos volvimos a la vez hacia el extremo del gran vestíbulo, donde la señora Bethany, la directora, había subido al estrado.
Era una mujer alta, de abundante cabello oscuro que llevaba recogido en el cogote, como las mujeres de la época victoriana. Me resultó imposible adivinar su edad. Llevaba una blusa de puntilla que se cerraba con un broche dorado en el cuello. Si consideras que la severidad es sinónimo de belleza, no habría nadie más atractivo que ella. La había conocido cuando mis padres y yo nos instalamos en los alojamientos del profesorado, y ya entonces me había intimidado un poco, aunque me obligué a recordar que apenas la conocía.
En cualquier caso, en esos momentos parecía más imponente aún. Al ver con qué inmediatez y facilidad imponía el orden en aquella sala llena de gente —la misma que me había excluido de mutuo y tácito acuerdo antes de darme la oportunidad de que se me ocurriera algo que decir—, comprendí por primera vez que la señora Bethany tenía poder. Y no se trataba del poder que acompaña de manera inherente al cargo de directora, sino al poder real, al innato.
—Bienvenidos a Medianoche —dijo, abriendo las manos en un gesto de acogida. Tenía las uñas largas y traslúcidas—. Algunos de ustedes ya han estado aquí antes. Otros habrán oído hablar acerca de la Academia Medianoche durante años, tal vez a sus familias, y se habrán preguntado si alguna vez entrarían en nuestra escuela. Este año, además, también contamos con un nuevo tipo de estudiantes, resultado de un cambio en la política de admisión. Creemos que ha llegado el momento de que nuestros alumnos conozcan un mayor abanico de gente de orígenes variopintos y, de este modo, prepararlos mejor para el mundo que les espera al otro lado de las paredes de nuestra institución. Todos tenemos mucho que aprender de estos otros estudiantes, y estoy segura de que los tratarán con el respeto que se merecen.
Para el caso, ya podría haber pintado con aerosol en gigantescas letras rojas: ALGUNOS DE VOSOTROS NO ENCAJÁIS AQUÍ. La «nueva política de admisiones» era sin duda la responsable de la presencia del surfista y la chica del pelo corto. Por lo visto, ni siquiera se los consideraba «verdaderos» alumnos de Medianoche, sino que únicamente representaban una experiencia educativa para los alumnos «legítimos».
Yo no formaba parte de la nueva política. Si no hubiera sido por mis padres, no habría estado allí. En otras palabras: ni siquiera era lo bastante diferente a ellos para que me consideraran uno de los marginados.
—En Medianoche no tratamos a nuestros alumnos como si fueran niños. —La señora Bethany no se dirigía a nadie en concreto, sino que parecía limitarse a otear por encima de todos con una especie de mirada distante que, sin embargo, abarcaba todo lo que entraba dentro de su campo de visión—. Han venido aquí a aprender a manejarse como adultos del siglo XXI, y así es como se espera que se comporten. Sin embargo, eso no significa que Medianoche carezca de normas. La posición que ocupamos nos exige mantener la más estricta de las disciplinas. Esperamos mucho de ustedes.
No comentó cuáles serían las repercusiones en el caso de saltarse las normas, pero mucho me temía que los castigos solo serían el aperitivo. Me sudaban las manos. Estaba cada vez más sonrojada y tenía la impresión de que llamaba la atención como una bengala. Me había prometido ser fuerte y no permitir que la gente me intimidara, pero laspalabras se las lleva el viento. Los altos techos y las paredes del gran vestíbulo parecían cerrarse sobre mí. Incluso sentí que empezaba a quedarme sin aire. Mi madre se las arregló para llamar mi atención sin hacerme ningún gesto ni llamarme por mi nombre, como suelen hacer las madres. Mis padres estaban en uno de los extremos de la hilera de profesores esperando a que los presentaran y ambos me sonrieron con confianza. Querían verme disfrutar del momento. Esa esperanza infundada fue lo que colmó el vaso. Ya era bastante duro tener que combatir el miedo para encima verme obligada a enfrentarme a su decepción.
—Las clases empezarán mañana —concluyó la señora Bethany—. Por hoy, instálense en sus habitaciones, preséntense a sus compañeros, paséense por las instalaciones. Contamos con que estén preparados. Es un placer tenerles aquí y esperamos que sepan aprovechar su estancia en Medianoche.
La sala estalló en aplausos y la señora Bethany los agradeció con una leve sonrisa y una caída de ojos, un parpadeo lento y satisfecho como el de un gato bien alimentado. A continuación, el murmullo generalizado volvió a imponerse en la habitación, más bullicioso que antes. Solo había una persona con la que me apeteciera hablar y estaba claro que esa podría ser la única persona a la que tal vez le interesara hablar conmigo. Rodeé toda la sala manteniendo la espalda siempre pegada a la pared. Lo busqué entre la multitud con desesperación, anhelando atisbar un destello del cabello castaño dorado de Harry, sus anchas espaldas o esos ojos verdes. Si yo lo buscaba y él me buscaba a mí, tarde o temprano teníamos que encontrarnos. A pesar del pánico que me provocaban las masificaciones de gente, y de mi tendencia a exagerarlas, sabía que solo había unos doscientos alumnos en aquel lugar.
Me dije que Harry sobresaldría, que no era como los demás: frío, pedante y vanidoso. Sin embargo, enseguida comprendí lo equivocada que estaba. Harry no era pedante, pero compartía el mismo aspecto: rasgos bellos y definidos, el mismo cuerpo de perfectas proporciones y la misma... en fin, la misma perfección. No destacaría demasiado en medio de aquellas personas tan perfectas porque en realidad formaba parte de ellas.
A diferencia de mí.
A medida que profesores y alumnos se dispersaban, el gentío fue menguando poco a poco. Me quedé deambulando por allí hasta que casi fui la única que quedó en el gran vestíbulo. Estaba convencida de que Harry vendría a buscarme. El sabía lo asustada que estaba y se sentía responsable por haberme asustado aún más. ¿Es que ni siquiera querría saludarme?
Sin embargo, no apareció. Al final tuve que aceptar que lo había juzgado mal y eso significaba que no me quedaba más remedio que ir a conocer a mi compañera de habitación.
Subí los escalones de piedra lentamente. Mis zapatos nuevos de suelas duras repiqueteaban contra el suelo y mis pasos resonaban con gran escándalo. Lo que me hubiera apetecido era seguir subiendo hasta la última planta y dirigirme derecha al alojamiento para el profesorado de mis padres, pero sabía que me enviarían escalera abajo de inmediato en cuanto abriera la puerta. Tenía tiempo de sobra para recoger mis cosas y mudarme definitivamente después de comer. Por el momento, la primera prioridad era «instalarme».
Intenté mirarlo por el lado positivo. Tal vez la escuela intimidara a mi compañera de habitación tanto como a mí. Seguramente las cosas serían más sencillas si me tocara convivir con otra «marginada». Iba a ser una tortura tener que vivir con una extraña, verme obligada a compartir el mismo espacio con alguien a quien no conocía, incluso de noche, aunque esperaba que se me acabara pasando. Ni en mis mejores sueños imaginaba hacer amistad con nadie.
En el impreso ponía «Patrice Devereaux». Intenté relacionar el nombre con la chica que recordaba, pero no le pegaba, aunque, ¿quién podía saberlo?
Abrí la puerta y descubrí, con el alma en los pies, que el nombre de mi compañera le iba como anillo al dedo. No era ninguna marginada. En realidad era la mismísima personificación del prototipo Medianoche.
El cutis de Patrice tenía la tonalidad de un río al amanecer, una piel exquisitamente tostada y suave, y llevaba el cabello rizado recogido en un moño flojo que dejaba a la vista sus pendientes de perla y un esbelto cuello. Estaba sentada delante del tocador y me miró mientras ordenaba cuidadosamente sus botes de laca de uñas.
—Así que tú eres _____ —dijo. Ni apretones de manos, ni abrazos, solo el tintineo de los botes de laca de uñas contra el tocador: rosa pálido, coral, melón, blanco—. No eres como esperaba.
Miles de gracias.
—Lo mismo digo.
Patrice ladeó la cabeza y me escudriñó con la mirada. Me pregunté si ya nos odiábamos. Alzó una mano con una manicura perfecta y empezó a dejar claros varios puntos contando con los dedos.
—Puedes ponerte mi perfume, pero no las joyas ni la ropa. —No mencionó el caso contrario, pero era bastante evidente que en la vida se le pasaría por la cabeza—. En principio estudiaré casi siempre en la biblioteca, pero si quieres trabajar aquí, dímelo y hablaré con mis amigas en otro lugar. Si me ayudas en las asignaturas que se te den bien, haré lo mismo por mi parte. Estoy segura de que ambas podemos aprender muchas cosas la una de la otra. ¿Alguna objeción?
—Todo perfecto.
—De acuerdo. Nos llevaremos bien.
Creo que me habría dejado mucho más patidifusa si Patrice hubiera fingido una falsa amistad de buenas a primeras. Por decirlo finamente, me quedó bastante claro que a Patrice no le gustaba andarse por las ramas.
—Me alegro —dije—. Sé que somos... diferentes.
Ni siquiera se molestó en protestar.
—Tus padres son profesores de la escuela, ¿no?
—Sí, ya veo que las noticias vuelan.
—Te irá bien. Cuidarán de ti.
Intenté agradecérselo con una sonrisa, rezando para que tuviera razón.
—¿Ya has estado antes en Medianoche?
—No, es la primera vez —contestó Patrice, como si cambiar por completo de vida fuera para ella tan sencillo como calzarse un par de zapatos de diseño recién comprados—. Es preciosa, ¿no crees?
Me guardé mi opinión sobre el estilo arquitectónico del edificio.
—Pero has dicho que tenías amigas aquí.
—Sí, claro. —Su sonrisa era tan etérea como todo lo relacionado con ella, desde el brillo amelocotonado de sus labios hasta el perfume y los botes de laca de uñas cuidadosamente ordenados en el tocador—. Courtney y yo nos conocimos en Suiza el invierno pasado. Con Vidette hice amistad cuando estuve en París. Y Genevieve y yo pasamos un verano juntas en el Caribe. ¿Fue en Santo Tomás? Igual fue en Jamaica. No lo recuerdo bien.
Mi pueblo de mala muerte me pareció más soso que nunca.
—Ah, entonces vosotros... soléis moveros en los mismos círculos.
—Más o menos. —Un poco tarde, Patrice pareció darse cuenta de lo incómoda que me sentía—. También acabarán siendo los tuyos.
—Ojalá estuviera tan segura como tú.
—Ya lo verás. —Patrice vivía en un mundo en que los veranos interminables en los trópicos estaban al alcance de todos. Me fue imposible imaginar que algún día formara parte de aquello—. ¿Conoces a alguien de aquí? Además de a tus padres, claro.
—Solo a la gente que he conocido esta mañana.
Lo que sumaba la apabullante cantidad de dos personas: Harry y Patrice.
—Tendremos mucho tiempo para hacer amistades —aseguró Patrice con decisión, siguiendo con la distribución de sus cosas: pañuelos de seda de color marfil, medias de tonalidad marrón o gris paloma. ¿Dónde pensaba lucir esas cosas tan elegantes? Tal vez para Patrice era inimaginable viajar sin ellas—. Me han dicho que Medianoche es el lugar perfecto donde conocer hombres.
—¿Conocer hombres?
—¿Sales con alguien?
Iba a hablarle de Harry, pero me detuve. No sé qué había ocurrido entre nosotros en el bosque, pero estaba segura de que significaba algo; sin embargo, lo que sentía me resultaba demasiado nuevo para compartirlo.
Nuevo cap! Ya que me aburro, subo! Besos y gracias por leer y comentar <3
Los alumnos, reunidos en corros demasiado apretados para que pudiera entrar un recién llegado, volvieron rápidamente sus vivos ojos oscuros hacia mí. Fue como si incluso pudieran sentir el aleteo aterrado de mi corazón. Todos me parecían igual, no de una manera clara y precisa, sino por la perfección que compartían. A todas las chicas les brillaba el pelo, ya lo llevaran suelto sobre los hombros o recogido en un pulcro moño. Todos los chicos parecían seguros de sí mismos y vigorosos, con sonrisas que les servían de máscaras. Todo el mundo vestía el uniforme: jerséis, faldas, chaquetas y pantalones en todas las variaciones posibles: grises, rojas, a cuadros, negros. Todos llevaban el escudo del cuervo bordado y lo lucían como si fuera el blasón de su familia. Todos derrochaban seguridad, superioridad y desdén. Sentí el calor que desprendía allí de pie, en la periferia de la estancia, cambiando de un pie a otro, incómoda.
Nadie me saludó.
El murmullo general volvió a imponerse de inmediato. Por lo visto, las chicas nuevas desgarbadas no merecían más que unos instantes de atención. Tenía las mejillas encendidas por la vergüenza, porque era obvio que ya había hecho algo mal, aunque no conseguía imaginar qué podría ser. ¿O acaso habían sentido, igual que yo, que en realidad no iba a encajar allí?
Me pregunté dónde estaría Harry. Alargué el cuello, buscándolo entre la multitud. Creía poder enfrentarme a todo aquello si Harry estaba a mi lado. Tal vez era una tontería albergar ese tipo de sentimientos hacia un chico a quien apenas conocía, pero me daba igual. Harry tenía que estar por alguna parte, aunque no consiguiera encontrarlo. Me sentía completamente sola en medio de toda esa gente.
A medida que iba bordeando la estancia hacia un rincón, empecé a fijarme en que había otros alumnos en la misma situación que yo o, al menos, que también eran nuevos. Un chico moreno llevaba la ropa tan arrugada que daba la impresión de haber dormido con ella puesta, aunque precisamente allí no parecía que ir superinformal fuera a hacerte ganar puntos. Debajo de la chaqueta, aunque encima del jersey, llevaba abierta una camisa hawaiana de colores tan chillones que se desgañitaban en la penumbra de Medianoche. También había una chica de cabello muy oscuro y cortito, tan corto que parecía un chico. El corte de pelo no era desenfadado y juvenil, sino que daba la impresión de habérselo hecho con una navaja de afeitar como mejor le había parecido. El uniforme, dos tallas más grande, le colgaba de los hombros. Era como si la gente se apartara de ella, como si los repeliera un campo de energía. Como si fuera invisible. Le habían colgado el sambenito de insignificante incluso antes de la primera clase.
¿Que cómo podía estar tan segura? Pues porque también me había ocurrido a mí. Estaba atrapada en la periferia de la multitud, apabullada por el barullo, intimidada por el vestíbulo de piedra y tan perdida como pudiera estarse.
—¡Atención!
La voz retumbante quebró el bullicio y lo redujo a silencio. Todos nos volvimos a la vez hacia el extremo del gran vestíbulo, donde la señora Bethany, la directora, había subido al estrado.
Era una mujer alta, de abundante cabello oscuro que llevaba recogido en el cogote, como las mujeres de la época victoriana. Me resultó imposible adivinar su edad. Llevaba una blusa de puntilla que se cerraba con un broche dorado en el cuello. Si consideras que la severidad es sinónimo de belleza, no habría nadie más atractivo que ella. La había conocido cuando mis padres y yo nos instalamos en los alojamientos del profesorado, y ya entonces me había intimidado un poco, aunque me obligué a recordar que apenas la conocía.
En cualquier caso, en esos momentos parecía más imponente aún. Al ver con qué inmediatez y facilidad imponía el orden en aquella sala llena de gente —la misma que me había excluido de mutuo y tácito acuerdo antes de darme la oportunidad de que se me ocurriera algo que decir—, comprendí por primera vez que la señora Bethany tenía poder. Y no se trataba del poder que acompaña de manera inherente al cargo de directora, sino al poder real, al innato.
—Bienvenidos a Medianoche —dijo, abriendo las manos en un gesto de acogida. Tenía las uñas largas y traslúcidas—. Algunos de ustedes ya han estado aquí antes. Otros habrán oído hablar acerca de la Academia Medianoche durante años, tal vez a sus familias, y se habrán preguntado si alguna vez entrarían en nuestra escuela. Este año, además, también contamos con un nuevo tipo de estudiantes, resultado de un cambio en la política de admisión. Creemos que ha llegado el momento de que nuestros alumnos conozcan un mayor abanico de gente de orígenes variopintos y, de este modo, prepararlos mejor para el mundo que les espera al otro lado de las paredes de nuestra institución. Todos tenemos mucho que aprender de estos otros estudiantes, y estoy segura de que los tratarán con el respeto que se merecen.
Para el caso, ya podría haber pintado con aerosol en gigantescas letras rojas: ALGUNOS DE VOSOTROS NO ENCAJÁIS AQUÍ. La «nueva política de admisiones» era sin duda la responsable de la presencia del surfista y la chica del pelo corto. Por lo visto, ni siquiera se los consideraba «verdaderos» alumnos de Medianoche, sino que únicamente representaban una experiencia educativa para los alumnos «legítimos».
Yo no formaba parte de la nueva política. Si no hubiera sido por mis padres, no habría estado allí. En otras palabras: ni siquiera era lo bastante diferente a ellos para que me consideraran uno de los marginados.
—En Medianoche no tratamos a nuestros alumnos como si fueran niños. —La señora Bethany no se dirigía a nadie en concreto, sino que parecía limitarse a otear por encima de todos con una especie de mirada distante que, sin embargo, abarcaba todo lo que entraba dentro de su campo de visión—. Han venido aquí a aprender a manejarse como adultos del siglo XXI, y así es como se espera que se comporten. Sin embargo, eso no significa que Medianoche carezca de normas. La posición que ocupamos nos exige mantener la más estricta de las disciplinas. Esperamos mucho de ustedes.
No comentó cuáles serían las repercusiones en el caso de saltarse las normas, pero mucho me temía que los castigos solo serían el aperitivo. Me sudaban las manos. Estaba cada vez más sonrojada y tenía la impresión de que llamaba la atención como una bengala. Me había prometido ser fuerte y no permitir que la gente me intimidara, pero laspalabras se las lleva el viento. Los altos techos y las paredes del gran vestíbulo parecían cerrarse sobre mí. Incluso sentí que empezaba a quedarme sin aire. Mi madre se las arregló para llamar mi atención sin hacerme ningún gesto ni llamarme por mi nombre, como suelen hacer las madres. Mis padres estaban en uno de los extremos de la hilera de profesores esperando a que los presentaran y ambos me sonrieron con confianza. Querían verme disfrutar del momento. Esa esperanza infundada fue lo que colmó el vaso. Ya era bastante duro tener que combatir el miedo para encima verme obligada a enfrentarme a su decepción.
—Las clases empezarán mañana —concluyó la señora Bethany—. Por hoy, instálense en sus habitaciones, preséntense a sus compañeros, paséense por las instalaciones. Contamos con que estén preparados. Es un placer tenerles aquí y esperamos que sepan aprovechar su estancia en Medianoche.
La sala estalló en aplausos y la señora Bethany los agradeció con una leve sonrisa y una caída de ojos, un parpadeo lento y satisfecho como el de un gato bien alimentado. A continuación, el murmullo generalizado volvió a imponerse en la habitación, más bullicioso que antes. Solo había una persona con la que me apeteciera hablar y estaba claro que esa podría ser la única persona a la que tal vez le interesara hablar conmigo. Rodeé toda la sala manteniendo la espalda siempre pegada a la pared. Lo busqué entre la multitud con desesperación, anhelando atisbar un destello del cabello castaño dorado de Harry, sus anchas espaldas o esos ojos verdes. Si yo lo buscaba y él me buscaba a mí, tarde o temprano teníamos que encontrarnos. A pesar del pánico que me provocaban las masificaciones de gente, y de mi tendencia a exagerarlas, sabía que solo había unos doscientos alumnos en aquel lugar.
Me dije que Harry sobresaldría, que no era como los demás: frío, pedante y vanidoso. Sin embargo, enseguida comprendí lo equivocada que estaba. Harry no era pedante, pero compartía el mismo aspecto: rasgos bellos y definidos, el mismo cuerpo de perfectas proporciones y la misma... en fin, la misma perfección. No destacaría demasiado en medio de aquellas personas tan perfectas porque en realidad formaba parte de ellas.
A diferencia de mí.
A medida que profesores y alumnos se dispersaban, el gentío fue menguando poco a poco. Me quedé deambulando por allí hasta que casi fui la única que quedó en el gran vestíbulo. Estaba convencida de que Harry vendría a buscarme. El sabía lo asustada que estaba y se sentía responsable por haberme asustado aún más. ¿Es que ni siquiera querría saludarme?
Sin embargo, no apareció. Al final tuve que aceptar que lo había juzgado mal y eso significaba que no me quedaba más remedio que ir a conocer a mi compañera de habitación.
Subí los escalones de piedra lentamente. Mis zapatos nuevos de suelas duras repiqueteaban contra el suelo y mis pasos resonaban con gran escándalo. Lo que me hubiera apetecido era seguir subiendo hasta la última planta y dirigirme derecha al alojamiento para el profesorado de mis padres, pero sabía que me enviarían escalera abajo de inmediato en cuanto abriera la puerta. Tenía tiempo de sobra para recoger mis cosas y mudarme definitivamente después de comer. Por el momento, la primera prioridad era «instalarme».
Intenté mirarlo por el lado positivo. Tal vez la escuela intimidara a mi compañera de habitación tanto como a mí. Seguramente las cosas serían más sencillas si me tocara convivir con otra «marginada». Iba a ser una tortura tener que vivir con una extraña, verme obligada a compartir el mismo espacio con alguien a quien no conocía, incluso de noche, aunque esperaba que se me acabara pasando. Ni en mis mejores sueños imaginaba hacer amistad con nadie.
En el impreso ponía «Patrice Devereaux». Intenté relacionar el nombre con la chica que recordaba, pero no le pegaba, aunque, ¿quién podía saberlo?
Abrí la puerta y descubrí, con el alma en los pies, que el nombre de mi compañera le iba como anillo al dedo. No era ninguna marginada. En realidad era la mismísima personificación del prototipo Medianoche.
El cutis de Patrice tenía la tonalidad de un río al amanecer, una piel exquisitamente tostada y suave, y llevaba el cabello rizado recogido en un moño flojo que dejaba a la vista sus pendientes de perla y un esbelto cuello. Estaba sentada delante del tocador y me miró mientras ordenaba cuidadosamente sus botes de laca de uñas.
—Así que tú eres _____ —dijo. Ni apretones de manos, ni abrazos, solo el tintineo de los botes de laca de uñas contra el tocador: rosa pálido, coral, melón, blanco—. No eres como esperaba.
Miles de gracias.
—Lo mismo digo.
Patrice ladeó la cabeza y me escudriñó con la mirada. Me pregunté si ya nos odiábamos. Alzó una mano con una manicura perfecta y empezó a dejar claros varios puntos contando con los dedos.
—Puedes ponerte mi perfume, pero no las joyas ni la ropa. —No mencionó el caso contrario, pero era bastante evidente que en la vida se le pasaría por la cabeza—. En principio estudiaré casi siempre en la biblioteca, pero si quieres trabajar aquí, dímelo y hablaré con mis amigas en otro lugar. Si me ayudas en las asignaturas que se te den bien, haré lo mismo por mi parte. Estoy segura de que ambas podemos aprender muchas cosas la una de la otra. ¿Alguna objeción?
—Todo perfecto.
—De acuerdo. Nos llevaremos bien.
Creo que me habría dejado mucho más patidifusa si Patrice hubiera fingido una falsa amistad de buenas a primeras. Por decirlo finamente, me quedó bastante claro que a Patrice no le gustaba andarse por las ramas.
—Me alegro —dije—. Sé que somos... diferentes.
Ni siquiera se molestó en protestar.
—Tus padres son profesores de la escuela, ¿no?
—Sí, ya veo que las noticias vuelan.
—Te irá bien. Cuidarán de ti.
Intenté agradecérselo con una sonrisa, rezando para que tuviera razón.
—¿Ya has estado antes en Medianoche?
—No, es la primera vez —contestó Patrice, como si cambiar por completo de vida fuera para ella tan sencillo como calzarse un par de zapatos de diseño recién comprados—. Es preciosa, ¿no crees?
Me guardé mi opinión sobre el estilo arquitectónico del edificio.
—Pero has dicho que tenías amigas aquí.
—Sí, claro. —Su sonrisa era tan etérea como todo lo relacionado con ella, desde el brillo amelocotonado de sus labios hasta el perfume y los botes de laca de uñas cuidadosamente ordenados en el tocador—. Courtney y yo nos conocimos en Suiza el invierno pasado. Con Vidette hice amistad cuando estuve en París. Y Genevieve y yo pasamos un verano juntas en el Caribe. ¿Fue en Santo Tomás? Igual fue en Jamaica. No lo recuerdo bien.
Mi pueblo de mala muerte me pareció más soso que nunca.
—Ah, entonces vosotros... soléis moveros en los mismos círculos.
—Más o menos. —Un poco tarde, Patrice pareció darse cuenta de lo incómoda que me sentía—. También acabarán siendo los tuyos.
—Ojalá estuviera tan segura como tú.
—Ya lo verás. —Patrice vivía en un mundo en que los veranos interminables en los trópicos estaban al alcance de todos. Me fue imposible imaginar que algún día formara parte de aquello—. ¿Conoces a alguien de aquí? Además de a tus padres, claro.
—Solo a la gente que he conocido esta mañana.
Lo que sumaba la apabullante cantidad de dos personas: Harry y Patrice.
—Tendremos mucho tiempo para hacer amistades —aseguró Patrice con decisión, siguiendo con la distribución de sus cosas: pañuelos de seda de color marfil, medias de tonalidad marrón o gris paloma. ¿Dónde pensaba lucir esas cosas tan elegantes? Tal vez para Patrice era inimaginable viajar sin ellas—. Me han dicho que Medianoche es el lugar perfecto donde conocer hombres.
—¿Conocer hombres?
—¿Sales con alguien?
Iba a hablarle de Harry, pero me detuve. No sé qué había ocurrido entre nosotros en el bosque, pero estaba segura de que significaba algo; sin embargo, lo que sentía me resultaba demasiado nuevo para compartirlo.
Nuevo cap! Ya que me aburro, subo! Besos y gracias por leer y comentar <3
Iry.
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
:( SÉ QUE LEEIS, PERO POR QUE NO COMENTAIS?
Tengo mucha ilusion en la nove, y varios capitulos! Pero no comentais y la tendré que cancelar :( Le falta algo? NO se, podeis decirmelo y la intentaré hacer mejor.. besos <3
Tengo mucha ilusion en la nove, y varios capitulos! Pero no comentais y la tendré que cancelar :( Le falta algo? NO se, podeis decirmelo y la intentaré hacer mejor.. besos <3
Iry.
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
[quote="irenemcfly"]:( SÉ QUE LEEIS, PERO POR QUE NO COMENTAIS?
Tengo mucha ilusion en la nove, y varios capitulos! Pero no comentais y la tendré que cancelar :( Le falta algo? NO se, podeis decirmelo y la intentaré hacer mejor.. besos <3[/quote]
NOOOOOO!!! por lo que mas quieras
te doy mi apoyo no lo se si quieres la recomiendo
pero nooo!!!!!*llorando*
porfavor no la canceles lo recomendare hasta el fin!!!!
(acuerdate nesecitas chica para lou aqui estoy)
no la canceles porfavor solo espera
y cree
solo cree
BESOS
ATTE: Cami TomlinsonHoranStyles
Tengo mucha ilusion en la nove, y varios capitulos! Pero no comentais y la tendré que cancelar :( Le falta algo? NO se, podeis decirmelo y la intentaré hacer mejor.. besos <3[/quote]
NOOOOOO!!! por lo que mas quieras
te doy mi apoyo no lo se si quieres la recomiendo
pero nooo!!!!!*llorando*
porfavor no la canceles lo recomendare hasta el fin!!!!
(acuerdate nesecitas chica para lou aqui estoy)
no la canceles porfavor solo espera
y cree
solo cree
BESOS
ATTE: Cami TomlinsonHoranStyles
Invitado
Invitado
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
Cami TomlinsonHoranStyles escribió:irenemcfly escribió::( SÉ QUE LEEIS, PERO POR QUE NO COMENTAIS?
Tengo mucha ilusion en la nove, y varios capitulos! Pero no comentais y la tendré que cancelar :( Le falta algo? NO se, podeis decirmelo y la intentaré hacer mejor.. besos <3
NOOOOOO!!! por lo que mas quieras
te doy mi apoyo no lo se si quieres la recomiendo
pero nooo!!!!!*llorando*
porfavor no la canceles lo recomendare hasta el fin!!!!
(acuerdate nesecitas chica para lou aqui estoy)
no la canceles porfavor solo espera
y cree
solo cree
BESOS
ATTE: Cami TomlinsonHoranStyles
Gracias de verdad! Yo no la quiero cancelar, pero si ndie me comenta pues me pongo triste y eso... La recomendarias? Muchas gracias :) Si no fuera por ti y por An, esta novela ya estaria cancelada... Voy a dar un poco mas de tiempo, pero si veo que continua igual, tendré que cancelarla tristemente :(
Besos guapa <3
Iry.
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
CAPÍTULO 6
—No dejé ningún novio en mi pueblo —me limité a responder.
Conocía a todos los chicos del instituto desde que era pequeña y todavía los recordaba con sus juegos de construcciones o emplastándome plastilina en el pelo, el tipo de cosas que conseguía impedirle a una tener alguna mínima inclinación romántica por alguno de ellos.
—Novio... —repitió Patrice, sonriendo sin poder evitarlo, como si la palabra le hubiera sorprendido por su candidez.
No obstante, no se estaba burlando de mí. Desde su punto de vista, yo era demasiado joven e inexperta como para tomarme en serio.
—¿Patrice? Soy Courtney. —La chica llamó a la puerta al mismo tiempo que la abría, convencida de que sería bienvenida.
Era incluso más guapa que Patrice: cabello rubio que casi le llegaba a la cintura y esos labios carnosos que yo solo había visto en las jóvenes aspirantes a estrella de la televisión que podían permitirse cosas como el colágeno. La misma falda que a mí me colgaba hasta las rodillas sin gracia alguna, hacía que sus piernas parecieran kilométricas.
—Oh, tu habitación es mucho mejor que la mía. ¡Me encanta!
Todas las habitaciones venían siendo prácticamente iguales: un dormitorio lo bastante grande para dar cabida a dos personas, camas blancas de hierro colado y tocadores de madera tallada a cada lado. Nuestra ventana daba justo a uno de los árboles que crecían cerca de Medianoche, pero por lo demás, no conseguí adivinar qué tenía nuestra habitación de especial. Hasta que caí en la cuenta de algo.
—Estamos más cerca de los lavabos —dije.
Courtney y Patrice me miraron fijamente, como si hubiera dicho una grosería. ¿Acaso eran demasiado finas para admitir que necesitábamos lavabos?
—Eh... Nunca he compartido el baño —me excusé, incómoda—. Es decir, con mis padres sí, pero no con... No sé, seremos como doce o así por cada baño, ¿no? Esto será una locura por las mañanas.
Les había llegado el turno de darme la razón y quejarse, solidarizándose conmigo; sin embargo, Courtney siguió mirándome con curiosidad, concentrada. Me dije que era normal que me mirara con extrañeza, pero hubiera preferido que dijera algo. Sus ojos entrecerrados parecían amenazadores, bastante más que los de la mayoría de los extraños.
—Esta noche vamos a salir a los prados —dijo, dirigiéndose a Patrice, no a mí—. A cenar. Podría decirse que en plan picnic.
Se suponía que los alumnos debían comer en sus dormitorios. Estaba visto que se trataba de una «tradición», era como se hacía antaño, antes de que se hubieran inventado los comedores, y las familias enviaban paquetes con que complementar la asignación espartana de verduras que recibía cada dormitorio semanalmente. Eso significaba que tendría que aprender a cocinar en el microondas que mis padres me habían comprado. Era obvio que Patrice estaba muy por encima de esos problemas tan mundanos.
—No suena mal. ¿Qué te parece, ________?
Courtney la fulminó con la mirada. Por lo visto no se trataba de una invitación abierta.
—Lo siento, tengo que ir a cenar con mis padres —me disculpé—. De todos modos, gracias por preguntar.
Los exuberantes labios de Courtney adoptaron una mueca casi perversa al fruncirlos en una sonrisita.
—¿Todavía te gusta pasar el rato con mami y papi? ¿Es que te dan el biberón?
—¡Courtney! —la reprendió Patrice, aunque estaba segura de que también le había hecho gracia.
—Tienes que ver la habitación de Gwen. —Courtney empezó a empujar a Patrice hacia la puerta—. Es oscura y espantosa. Dice que para el caso podrían haberle dado unas mazmorras.
Salieron juntas y el frágil vínculo que pudiera haberse establecido entre Patrice y yo quedó truncado en un abrir y cerrar de ojos. Sus risas resonaron en el pasillo. Con las mejillas encendidas, abandoné mi dormitorio de inmediato, salí al vestíbulo de la residencia y subí corriendo al apartamento y refugio de mis padres.
Para mi sorpresa, me dejaron entrar sin armarme un escándalo. Ni siquiera me preguntaron por qué llegaba tan pronto. Al contrario, mi madre me dio un fuerte abrazo y mi padre me dijo:
—Ve a echarle un vistazo al equipaje que te hemos hecho, ¿de acuerdo? Todavía te quedan cosas por recoger, pero hemos adelantado trabajo.
Les estaba tan agradecida que me habría echado a llorar. Entré en mi habitación, ansiosa por encontrar un poco de paz y tranquilidad en un lugar seguro.
Solo quedaban unas cuantas prendas de abrigo colgadas en el armario. Todo lo demás lo habían embutido en el viejo baúl de cuero de mi padre. Le eché un rápido vistazo a mi neceser y vi maquillaje, pasadores para el pelo, champú y todo lo demás cuidadosamente colocado. La mayoría de mis libros se quedarían allí, tenía demasiados para las escasas estanterías de nuestro dormitorio. Sin embargo, había separado mis preferidos para meterlos en la maleta: Jane Eyre, Cumbres borrascosas y mis libros de astronomía. En una de las almohadas, sobre la cama hecha, había varias cosas con que decorar las paredes de mi nuevo dormitorio, como postales que mis amigos me habían enviado a lo largo de los años y algunos mapas estelares que tenía colgados en nuestra antigua casa. Sin embargo, también había algo nuevo en la habitación, algo con lo que mis padres pretendían asegurarme que este también seguía siendo mi hogar: una pequeña lámina enmarcada de El beso, de Klimt. Hacía unos meses la había visto en un escaparate y les había dicho lo mucho que me gustaba. Por lo visto me la habían comprado para entregármela a modo de regalo sorpresa el primer día de escuela.
Al principio simplemente me sentí agradecida por el regalo, pero luego no pude dejar de mirar la lámina ni sacudirme de encima la sensación de que nunca me había detenido a mirarla de veras.
El beso era una de mis obras preferidas. Klimt siempre me había gustado desde que mi madre me enseñó por primera vez sus libros de arte. Era sorprendente cómo conseguía los dorados de los segmentos y las líneas, y me gustaba la belleza de esos rostros pálidos que asomaban en las imágenes caleidoscópicas que creaba. Sin embargo, de repente la lámina había cobrado otro significado. Nunca había prestado demasiada atención al modo en que la pareja se abrazaba: el hombre se inclinaba hacia ella, desde lo alto, como si una fuerza inexorable lo empujara hacia la mujer. Ella tenía la cabeza echada hacia atrás, como en un desvanecimiento, abandonándose a la fuerza de la gravedad. Los labios resaltaban sobre la palidez de la piel ruborizada. No obstante, lo más bello de todo era que el fondo rutilante había dejado de parecer algo ajeno al hombre y la mujer, era como si se tratara de una cálida y densa bruma que su amor hacía visible y que convertía en oro el mundo que los rodeaba.
El cabello del hombre era más oscuro que el de Harry, pero de todos modos estaba intentando imaginarlo en el cuadro. Sentí las mejillas encendidas, había vuelto a ruborizarme, aunque con un rubor distinto.
Regresé a la realidad de golpe: era como si me hubiera quedado dormida y hubiera empezado a soñar. Me arreglé el pelo rápidamente y respiré hondo un par de veces. En ese momento oí el String of Pearls de Glenn Miller en el equipo de música. Cuando sonaba jazz era señal de que mi padre estaba de buen humor. Sonreí a mi pesar. Al menos a uno de nosotros le gustaba la Academia Medianoche.
Ya casi era hora de comer cuando por fin acabé de hacer la maleta y salí al comedor, donde todavía sonaba la música. Me encontré a mis padres bailando abrazados, haciendo el tonto: mi padre fruncía los labios en una mueca que supuestamente debía hacerle parecer seductor y mi madre se sujetaba el borde de la falda negra con una mano. Mi padre la hizo girar entre sus brazos y luego la inclinó hacia atrás. Mi madre ladeó la cabeza casi hasta el suelo, sonriendo y me vio.
—Ya estás aquí, corazón —dijo, todavía boca abajo. Mi padre la enderezó —. ¿Ya has acabado de hacer la maleta?
—Sí. Gracias por echarme una mano. Y por la lámina, es preciosa.
Se sonrieron, aliviados de haberme hecho al menos un poquitito feliz.
—Menudo festín que te ha preparado tu madre. —Mi padre hizo un gesto con la cabeza en dirección a la mesa—. Esta vez se ha superado.
Mi madre no solía cocinar grandes platos, por lo que era evidente que se trataba de una ocasión especial. Había preparado mis favoritos, más de lo que podría comer nunca de una sentada. Me había saltado la comida, así que descubrí que estaba muriéndome de hambre, razón por la que mis padres tuvieron que entretenerse el uno al otro durante la primera parte de la cena. El apetito voraz me impidió colar ni una sola palabra con la boca tan llena.
—La señora Bethany dijo que por fin habían acabado de reacondicionar los laboratorios —dijo mi padre entre sorbo y sorbo—. Espero encontrar el momento de echarles un vistazo antes que los alumnos, no fuera a ser que el equipo sea tan moderno que no sepa utilizarlo.
—Por eso enseño historia —contestó mi madre—. El pasado no cambia, solo se alarga.
—¿Os tendré de profesores? —pregunté, con la boca llena.
—Con la boca llena no se habla —me reprendió mi padre de manera automática—. Tendrás que esperar a mañana, como los demás.
—Ah, vale.
No era propio de él cortarme de esa manera y me quedé un poco desconcertada.
—Tenemos que acostumbrarnos a no darte demasiada información extra —se explicó mi madre con delicadeza—. Cuantas más cosas tengas en común con el resto de los alumnos, tanto mejor.
No lo dijo con mala fe, pero me sentí herida.
—¿Y con quién se supone que he de tener cosas en común de todos lo que estudian aquí? ¿Con los chicos de Medianoche cuyas familias estudian en esta escuela desde hace siglos? ¿Con los marginados que encajan aquí aún menos que yo? ¿A qué grupo se supone que debo parecerme?
—_______, sé razonable —dijo mi padre, con un suspiro—. No vale la pena volver a discutirlo.
Ya era demasiado tarde para soltarlo, pero no pude remediarlo.
—Sí, ya lo sé, hemos venido aquí «por mi propio bien». ¿Se puede saber qué bien va a hacerme abandonar mi hogar y a mis amigos? Vuelve a explicármelo porque no acabo de entenderlo.
Mi madre cubrió mi mano con la suya.
—Es bueno para ti porque puede decirse que nunca has salido de Arrowwood, porque apenas te alejabas del barrio si no te obligábamos nosotros y porque los cuatro amigos que tenías no iban a durarte toda la vida.
Tenía razón y yo lo sabía.
Mi padre se quitó las gafas.
—Debes aprender a adaptarte a los cambios y hacerte más independiente. Tal vez sea lo más importante que tu madre y yo podamos enseñarte. No puedes seguir siendo nuestra niñita para siempre, _______, por mucho que nos pese. Creemos que esta es la mejor manera que hay de prepararte para la persona en que vas a convertirte.
—¿Queréis dejar de fingir que todo esto tiene que ver con madurar? — protesté—. No es por eso y lo sabéis. Se trata de lo que vosotros queréis para mí y estáis decididos a saliros con la vuestra tanto si me gusta como si no.
Me levanté y me aparté de la mesa. En vez de meterme en mi habitación en busca de mi sudadera, cogí la chaqueta de punto de mi madre que había colgada en el perchero y me la puse. A pesar de que apenas estábamos en otoño, en los terrenos de la escuela hacía frío cuando se ponía el sol.
Mis padres no me preguntaron a dónde iba. Era una vieja norma: aquel que estuviera a punto de enfadarse tenía que hacer una pausa en medio de la discusión, salir a dar una vuelta y luego volver y decir lo que tuviera que decir. Por muy disgustados que estuviéramos, el paseo siempre funcionaba.
De hecho, fui yo quien creó la regla. Se me ocurrió con nueve años, por eso sabía que el tema de la madurez no era el verdadero problema.
Aqui esta el capitulo 6! Lo subo y haber si alguien más se anima a comentar! Insisto que al principio es un poco aburrida, pero con el paso del tiempo y se conozcan los secretos se hará más interesante y estoy segura de que os gustara! Muchos besos <3
—No dejé ningún novio en mi pueblo —me limité a responder.
Conocía a todos los chicos del instituto desde que era pequeña y todavía los recordaba con sus juegos de construcciones o emplastándome plastilina en el pelo, el tipo de cosas que conseguía impedirle a una tener alguna mínima inclinación romántica por alguno de ellos.
—Novio... —repitió Patrice, sonriendo sin poder evitarlo, como si la palabra le hubiera sorprendido por su candidez.
No obstante, no se estaba burlando de mí. Desde su punto de vista, yo era demasiado joven e inexperta como para tomarme en serio.
—¿Patrice? Soy Courtney. —La chica llamó a la puerta al mismo tiempo que la abría, convencida de que sería bienvenida.
Era incluso más guapa que Patrice: cabello rubio que casi le llegaba a la cintura y esos labios carnosos que yo solo había visto en las jóvenes aspirantes a estrella de la televisión que podían permitirse cosas como el colágeno. La misma falda que a mí me colgaba hasta las rodillas sin gracia alguna, hacía que sus piernas parecieran kilométricas.
—Oh, tu habitación es mucho mejor que la mía. ¡Me encanta!
Todas las habitaciones venían siendo prácticamente iguales: un dormitorio lo bastante grande para dar cabida a dos personas, camas blancas de hierro colado y tocadores de madera tallada a cada lado. Nuestra ventana daba justo a uno de los árboles que crecían cerca de Medianoche, pero por lo demás, no conseguí adivinar qué tenía nuestra habitación de especial. Hasta que caí en la cuenta de algo.
—Estamos más cerca de los lavabos —dije.
Courtney y Patrice me miraron fijamente, como si hubiera dicho una grosería. ¿Acaso eran demasiado finas para admitir que necesitábamos lavabos?
—Eh... Nunca he compartido el baño —me excusé, incómoda—. Es decir, con mis padres sí, pero no con... No sé, seremos como doce o así por cada baño, ¿no? Esto será una locura por las mañanas.
Les había llegado el turno de darme la razón y quejarse, solidarizándose conmigo; sin embargo, Courtney siguió mirándome con curiosidad, concentrada. Me dije que era normal que me mirara con extrañeza, pero hubiera preferido que dijera algo. Sus ojos entrecerrados parecían amenazadores, bastante más que los de la mayoría de los extraños.
—Esta noche vamos a salir a los prados —dijo, dirigiéndose a Patrice, no a mí—. A cenar. Podría decirse que en plan picnic.
Se suponía que los alumnos debían comer en sus dormitorios. Estaba visto que se trataba de una «tradición», era como se hacía antaño, antes de que se hubieran inventado los comedores, y las familias enviaban paquetes con que complementar la asignación espartana de verduras que recibía cada dormitorio semanalmente. Eso significaba que tendría que aprender a cocinar en el microondas que mis padres me habían comprado. Era obvio que Patrice estaba muy por encima de esos problemas tan mundanos.
—No suena mal. ¿Qué te parece, ________?
Courtney la fulminó con la mirada. Por lo visto no se trataba de una invitación abierta.
—Lo siento, tengo que ir a cenar con mis padres —me disculpé—. De todos modos, gracias por preguntar.
Los exuberantes labios de Courtney adoptaron una mueca casi perversa al fruncirlos en una sonrisita.
—¿Todavía te gusta pasar el rato con mami y papi? ¿Es que te dan el biberón?
—¡Courtney! —la reprendió Patrice, aunque estaba segura de que también le había hecho gracia.
—Tienes que ver la habitación de Gwen. —Courtney empezó a empujar a Patrice hacia la puerta—. Es oscura y espantosa. Dice que para el caso podrían haberle dado unas mazmorras.
Salieron juntas y el frágil vínculo que pudiera haberse establecido entre Patrice y yo quedó truncado en un abrir y cerrar de ojos. Sus risas resonaron en el pasillo. Con las mejillas encendidas, abandoné mi dormitorio de inmediato, salí al vestíbulo de la residencia y subí corriendo al apartamento y refugio de mis padres.
Para mi sorpresa, me dejaron entrar sin armarme un escándalo. Ni siquiera me preguntaron por qué llegaba tan pronto. Al contrario, mi madre me dio un fuerte abrazo y mi padre me dijo:
—Ve a echarle un vistazo al equipaje que te hemos hecho, ¿de acuerdo? Todavía te quedan cosas por recoger, pero hemos adelantado trabajo.
Les estaba tan agradecida que me habría echado a llorar. Entré en mi habitación, ansiosa por encontrar un poco de paz y tranquilidad en un lugar seguro.
Solo quedaban unas cuantas prendas de abrigo colgadas en el armario. Todo lo demás lo habían embutido en el viejo baúl de cuero de mi padre. Le eché un rápido vistazo a mi neceser y vi maquillaje, pasadores para el pelo, champú y todo lo demás cuidadosamente colocado. La mayoría de mis libros se quedarían allí, tenía demasiados para las escasas estanterías de nuestro dormitorio. Sin embargo, había separado mis preferidos para meterlos en la maleta: Jane Eyre, Cumbres borrascosas y mis libros de astronomía. En una de las almohadas, sobre la cama hecha, había varias cosas con que decorar las paredes de mi nuevo dormitorio, como postales que mis amigos me habían enviado a lo largo de los años y algunos mapas estelares que tenía colgados en nuestra antigua casa. Sin embargo, también había algo nuevo en la habitación, algo con lo que mis padres pretendían asegurarme que este también seguía siendo mi hogar: una pequeña lámina enmarcada de El beso, de Klimt. Hacía unos meses la había visto en un escaparate y les había dicho lo mucho que me gustaba. Por lo visto me la habían comprado para entregármela a modo de regalo sorpresa el primer día de escuela.
Al principio simplemente me sentí agradecida por el regalo, pero luego no pude dejar de mirar la lámina ni sacudirme de encima la sensación de que nunca me había detenido a mirarla de veras.
El beso era una de mis obras preferidas. Klimt siempre me había gustado desde que mi madre me enseñó por primera vez sus libros de arte. Era sorprendente cómo conseguía los dorados de los segmentos y las líneas, y me gustaba la belleza de esos rostros pálidos que asomaban en las imágenes caleidoscópicas que creaba. Sin embargo, de repente la lámina había cobrado otro significado. Nunca había prestado demasiada atención al modo en que la pareja se abrazaba: el hombre se inclinaba hacia ella, desde lo alto, como si una fuerza inexorable lo empujara hacia la mujer. Ella tenía la cabeza echada hacia atrás, como en un desvanecimiento, abandonándose a la fuerza de la gravedad. Los labios resaltaban sobre la palidez de la piel ruborizada. No obstante, lo más bello de todo era que el fondo rutilante había dejado de parecer algo ajeno al hombre y la mujer, era como si se tratara de una cálida y densa bruma que su amor hacía visible y que convertía en oro el mundo que los rodeaba.
El cabello del hombre era más oscuro que el de Harry, pero de todos modos estaba intentando imaginarlo en el cuadro. Sentí las mejillas encendidas, había vuelto a ruborizarme, aunque con un rubor distinto.
Regresé a la realidad de golpe: era como si me hubiera quedado dormida y hubiera empezado a soñar. Me arreglé el pelo rápidamente y respiré hondo un par de veces. En ese momento oí el String of Pearls de Glenn Miller en el equipo de música. Cuando sonaba jazz era señal de que mi padre estaba de buen humor. Sonreí a mi pesar. Al menos a uno de nosotros le gustaba la Academia Medianoche.
Ya casi era hora de comer cuando por fin acabé de hacer la maleta y salí al comedor, donde todavía sonaba la música. Me encontré a mis padres bailando abrazados, haciendo el tonto: mi padre fruncía los labios en una mueca que supuestamente debía hacerle parecer seductor y mi madre se sujetaba el borde de la falda negra con una mano. Mi padre la hizo girar entre sus brazos y luego la inclinó hacia atrás. Mi madre ladeó la cabeza casi hasta el suelo, sonriendo y me vio.
—Ya estás aquí, corazón —dijo, todavía boca abajo. Mi padre la enderezó —. ¿Ya has acabado de hacer la maleta?
—Sí. Gracias por echarme una mano. Y por la lámina, es preciosa.
Se sonrieron, aliviados de haberme hecho al menos un poquitito feliz.
—Menudo festín que te ha preparado tu madre. —Mi padre hizo un gesto con la cabeza en dirección a la mesa—. Esta vez se ha superado.
Mi madre no solía cocinar grandes platos, por lo que era evidente que se trataba de una ocasión especial. Había preparado mis favoritos, más de lo que podría comer nunca de una sentada. Me había saltado la comida, así que descubrí que estaba muriéndome de hambre, razón por la que mis padres tuvieron que entretenerse el uno al otro durante la primera parte de la cena. El apetito voraz me impidió colar ni una sola palabra con la boca tan llena.
—La señora Bethany dijo que por fin habían acabado de reacondicionar los laboratorios —dijo mi padre entre sorbo y sorbo—. Espero encontrar el momento de echarles un vistazo antes que los alumnos, no fuera a ser que el equipo sea tan moderno que no sepa utilizarlo.
—Por eso enseño historia —contestó mi madre—. El pasado no cambia, solo se alarga.
—¿Os tendré de profesores? —pregunté, con la boca llena.
—Con la boca llena no se habla —me reprendió mi padre de manera automática—. Tendrás que esperar a mañana, como los demás.
—Ah, vale.
No era propio de él cortarme de esa manera y me quedé un poco desconcertada.
—Tenemos que acostumbrarnos a no darte demasiada información extra —se explicó mi madre con delicadeza—. Cuantas más cosas tengas en común con el resto de los alumnos, tanto mejor.
No lo dijo con mala fe, pero me sentí herida.
—¿Y con quién se supone que he de tener cosas en común de todos lo que estudian aquí? ¿Con los chicos de Medianoche cuyas familias estudian en esta escuela desde hace siglos? ¿Con los marginados que encajan aquí aún menos que yo? ¿A qué grupo se supone que debo parecerme?
—_______, sé razonable —dijo mi padre, con un suspiro—. No vale la pena volver a discutirlo.
Ya era demasiado tarde para soltarlo, pero no pude remediarlo.
—Sí, ya lo sé, hemos venido aquí «por mi propio bien». ¿Se puede saber qué bien va a hacerme abandonar mi hogar y a mis amigos? Vuelve a explicármelo porque no acabo de entenderlo.
Mi madre cubrió mi mano con la suya.
—Es bueno para ti porque puede decirse que nunca has salido de Arrowwood, porque apenas te alejabas del barrio si no te obligábamos nosotros y porque los cuatro amigos que tenías no iban a durarte toda la vida.
Tenía razón y yo lo sabía.
Mi padre se quitó las gafas.
—Debes aprender a adaptarte a los cambios y hacerte más independiente. Tal vez sea lo más importante que tu madre y yo podamos enseñarte. No puedes seguir siendo nuestra niñita para siempre, _______, por mucho que nos pese. Creemos que esta es la mejor manera que hay de prepararte para la persona en que vas a convertirte.
—¿Queréis dejar de fingir que todo esto tiene que ver con madurar? — protesté—. No es por eso y lo sabéis. Se trata de lo que vosotros queréis para mí y estáis decididos a saliros con la vuestra tanto si me gusta como si no.
Me levanté y me aparté de la mesa. En vez de meterme en mi habitación en busca de mi sudadera, cogí la chaqueta de punto de mi madre que había colgada en el perchero y me la puse. A pesar de que apenas estábamos en otoño, en los terrenos de la escuela hacía frío cuando se ponía el sol.
Mis padres no me preguntaron a dónde iba. Era una vieja norma: aquel que estuviera a punto de enfadarse tenía que hacer una pausa en medio de la discusión, salir a dar una vuelta y luego volver y decir lo que tuviera que decir. Por muy disgustados que estuviéramos, el paseo siempre funcionaba.
De hecho, fui yo quien creó la regla. Se me ocurrió con nueve años, por eso sabía que el tema de la madurez no era el verdadero problema.
Aqui esta el capitulo 6! Lo subo y haber si alguien más se anima a comentar! Insisto que al principio es un poco aburrida, pero con el paso del tiempo y se conozcan los secretos se hará más interesante y estoy segura de que os gustara! Muchos besos <3
Iry.
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
IRENE!
NI SE TE OCURRA CANCELAR !!!!!!!porque tienes 2 LECTORAS QUE AMAN LA NOVE!
SE VA PONIENDO INTERESANTE Y SE ME GUSTAte QUE SI NECESITAS CHICAGO ( es gracioso decir ESo) para alguno de Los CHICOS AQUI me tienes vivita y coleante!
BESOTE A MI s.P
Andy
NI SE TE OCURRA CANCELAR !!!!!!!porque tienes 2 LECTORAS QUE AMAN LA NOVE!
SE VA PONIENDO INTERESANTE Y SE ME GUSTAte QUE SI NECESITAS CHICAGO ( es gracioso decir ESo) para alguno de Los CHICOS AQUI me tienes vivita y coleante!
BESOTE A MI s.P
Andy
Potterhead
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
DirectionerBelieber escribió:IRENE!
NI SE TE OCURRA CANCELAR !!!!!!!porque tienes 2 LECTORAS QUE AMAN LA NOVE!
SE VA PONIENDO INTERESANTE Y SE ME GUSTAte QUE SI NECESITAS CHICAGO ( es gracioso decir ESo) para alguno de Los CHICOS AQUI me tienes vivita y coleante!
BESOTE A MI s.P
Andy
AN! Muchas gracias si no fuera por vosotras dos, ya la cancelaria, pero nose por que no comentan y me pongo triste
Me alegra de que te guste! Ya verás que luego es muy interesante! No necesito chicas, pero en el caso de necesitar, yo te aviso! BESOS MI AN <3
TU S.P.
Iry.
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
Wow me encanta!, Síguela no nos puedes dejar así
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!NO OLVIDES PASARTE POR MIS NOVELAS!
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maripemsil
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
maripemsil escribió:Wow me encanta!, Síguela no nos puedes dejar así
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GRACIAS! MAÑANA LA SIGO! BESOS ! <3
Iry.
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
SORRY MY GIRLS POR NO CONTINUAR! Pero es que en el pc donde tengo la novela está arreglandose :S Y ahora me voy de viaje a Londres, por mi birthday y hasta la semana que viene no podré seguir! PERO PROMETO HACER MARATÓN!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Muchos besos y gracias <3
Iry.
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
YO TE ESPERARE!
Hasty que vuelvas!!PASALA SUPER DUPER RECONTRA HIPER MEGA BUEN EN LONDRES!
Te quiero y cuidate
BESOTE
AN
Hasty que vuelvas!!PASALA SUPER DUPER RECONTRA HIPER MEGA BUEN EN LONDRES!
Te quiero y cuidate
BESOTE
AN
Potterhead
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
DirectionerBelieber escribió:YO TE ESPERARE!
Hasty que vuelvas!!PASALA SUPER DUPER RECONTRA HIPER MEGA BUEN EN LONDRES!
Te quiero y cuidate
BESOTE
AN
Graciaaaaaaaaaas, me lo pasaré bien por ti!
te quiero!
Besos <3
S.P.
Iry.
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
Ahora subiré maratón de 3 capítulos, espero que les gusten.
Besssos <3
Besssos <3
Iry.
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
MARATÓN 1/3
CAPÍTULO 7
El desasosiego que me producía el mundo que me envolvía, el profundo convencimiento de que no existía un lugar para mí, no tenía nada que ver con ser adolescente. Formaba parte de mí y así había sido siempre. Tal vez siempre sería así.
Mientras paseaba por los alrededores, eché un vistazo en torno a mí, preguntándome si volvería a ver a Harry en el bosque. Era una idea tonta, ¿por qué iba a pasarse todo el tiempo fuera?, pero me sentía sola y fui a comprobarlo. No estaba. A mis espaldas, la intimidante Academia Medianoche parecía antes un castillo que un internado. Era fácil imaginar princesas encerradas en sus celdas, príncipes luchando con dragones en las sombras y brujas malvadas sellando las puertas con conjuros. Nunca antes le había encontrado menos sentido a los cuentos de hadas.
El viento cambió de dirección y trajo consigo una ráfaga entramada de voces. Las risas procedían del oeste, cerca del cenador del prado occidental. Estaba claro que se trataba de los que estaban celebrando la comida campestre. Me arrebujé aun más en la chaqueta de punto y me adentré en el bosque, aunque no tomé el camino que se dirigía hacia el este, hacia la carretera, el mismo camino que había hecho esa mañana, sino el del pequeño lago que quedaba al norte.
Era muy tarde y todo estaba demasiado oscuro para ver algo, pero disfrutaba con el susurro del viento entre los árboles, el aroma vigorizante de los pinos y el ulular de los búhos, cerca de allí. Llené los pulmones de aire y dejé de pensar en los que estaban de picnic, en Medianoche y en todo lo demás. Me abandoné al momento.
Segundos después, oí unos pasos cerca de mí que me sobresaltaron. Pensé que sería Harry, pero se trataba de mi padre, que se acercaba tranquilamente con las manos en los bolsillos por el mismo camino que yo había tomado. Sabía dónde encontrarme.
—Esa lechuza está cerca. Qué raro, tendríamos que haberla asustado.
—Seguramente huele una presa. No se irá si cree que puede caerle algo.
Como si quisiera darme la razón, un aleteo veloz estremeció las ramas por encima de nuestras cabezas y la silueta oscura de una lechuza se lanzó en picado hacia el suelo. Unos chillidos espantosos nos convencieron de que un ratoncito o una pequeña ardilla acababa de convertirse en su cena. La lechuza remontó el vuelo demasiado rápido para poder verla. Mi padre y yo nos quedamos mirando. Sabía que debía admirar las dotes de cazadora de la lechuza, pero no pude evitar sentir lástima por el ratón.
—Siento si te he parecido demasiado brusco —se disculpó mi padre—. Eres una joven muy madura y no debería haber sugerido lo contrario.
—No pasa nada. Además, yo también he perdido los estribos. Ya sé que no vale la pena discutir lo de venirnos aquí. Al menos a estas alturas.
Mi padre me sonrió cariñosamente.
—________, ya sabes que tu madre y yo jamás creímos posible que pudiéramos tenerte.
—Ya lo sé.
Por favor, otra vez la charla sobre la «niña milagro» no.
—En cuanto apareciste en nuestras vidas, empezamos a dedicarnos a ti en cuerpo y alma. Tal vez demasiado. Y eso es culpa nuestra, no tuya.
—Papá, por favor. —Adoraba a mi familia, solo nosotros tres ante el mundo—. Te ruego que no hables de ello como si fuera algo malo.
—No, no es eso. —Parecía triste, y por primera vez me pregunté si en realidad a él le gustaba este lugar—. Pero todo cambia, corazón, y cuanto antes lo aceptes, mejor que mejor.
—Lo sé... y lo siento, es que todavía estoy haciéndome a la idea. —Me rugieron las tripas y arrugué la nariz—. ¿Puedo volver a calentarme la cena? —pregunté, esperanzada.
—Tengo la ligera sospecha de que tu madre puede haberse encargado ya de eso.
Efectivamente. Pasamos una velada agradable. Decidí que más me valía pasármelo bien mientras pudiera. Tommy Dorsey sustituyó a Glenn Miller y luego le llegó el turno a Ella Fitzgerald. Charlamos y bromeamos sobre cosas sin importancia: películas, programas de televisión y todo eso en lo que mis padres no perderían ni un minuto si no fuera por mí, aunque intentaron bromear sobre la escuela en un par de ocasiones.
—Vas a conocer a gente maravillosa —me prometió mi madre.
Sacudí la cabeza pensando en Courtney. Apenas habían pasado unas horas y ya era una de las personas menos maravillosas que había conocido en toda mi vida.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé.
—¿Cómo? ¿Ahora ves el futuro? —me burlé.
—Cariño, no me lo habías dicho. ¿Y qué otras cosas predice la adivina? —preguntó mi padre, levantándose para cambiar el disco. El hombre seguía conservando su colección en vinilo—. Me gustaría oírlo.
Mi madre le siguió el juego y se llevó los dedos a las sienes como una gitana prediciendo el futuro.
—Creo que _________ conocerá... chicos.
El rostro de Harry apareció en mi mente y se me aceleró el pulso. Mis padres intercambiaron una mirada. ¿Es que mis latidos se oían desde la otra punta de la habitación? Tal vez era eso.
—Pues espero que sean guapos —bromeé.
—Pues yo espero que no demasiado —dijo mi padre, y todos nos echamos a reír: mis padres con ganas, yo tratando de ocultar las mariposillas que revoloteaban en mi estómago.
Me sentía extraña por no hablarles de Harry. Siempre les contaba todo lo que sucedía en mi vida. Sin embargo, Harry era diferente y hablar de él habría roto el hechizo. Quería que Harry siguiera siendo un secreto por el momento, así podía guardármelo para mí sola.
Quería que Harry me perteneciera solo a mí.
CAPÍTULO 7
El desasosiego que me producía el mundo que me envolvía, el profundo convencimiento de que no existía un lugar para mí, no tenía nada que ver con ser adolescente. Formaba parte de mí y así había sido siempre. Tal vez siempre sería así.
Mientras paseaba por los alrededores, eché un vistazo en torno a mí, preguntándome si volvería a ver a Harry en el bosque. Era una idea tonta, ¿por qué iba a pasarse todo el tiempo fuera?, pero me sentía sola y fui a comprobarlo. No estaba. A mis espaldas, la intimidante Academia Medianoche parecía antes un castillo que un internado. Era fácil imaginar princesas encerradas en sus celdas, príncipes luchando con dragones en las sombras y brujas malvadas sellando las puertas con conjuros. Nunca antes le había encontrado menos sentido a los cuentos de hadas.
El viento cambió de dirección y trajo consigo una ráfaga entramada de voces. Las risas procedían del oeste, cerca del cenador del prado occidental. Estaba claro que se trataba de los que estaban celebrando la comida campestre. Me arrebujé aun más en la chaqueta de punto y me adentré en el bosque, aunque no tomé el camino que se dirigía hacia el este, hacia la carretera, el mismo camino que había hecho esa mañana, sino el del pequeño lago que quedaba al norte.
Era muy tarde y todo estaba demasiado oscuro para ver algo, pero disfrutaba con el susurro del viento entre los árboles, el aroma vigorizante de los pinos y el ulular de los búhos, cerca de allí. Llené los pulmones de aire y dejé de pensar en los que estaban de picnic, en Medianoche y en todo lo demás. Me abandoné al momento.
Segundos después, oí unos pasos cerca de mí que me sobresaltaron. Pensé que sería Harry, pero se trataba de mi padre, que se acercaba tranquilamente con las manos en los bolsillos por el mismo camino que yo había tomado. Sabía dónde encontrarme.
—Esa lechuza está cerca. Qué raro, tendríamos que haberla asustado.
—Seguramente huele una presa. No se irá si cree que puede caerle algo.
Como si quisiera darme la razón, un aleteo veloz estremeció las ramas por encima de nuestras cabezas y la silueta oscura de una lechuza se lanzó en picado hacia el suelo. Unos chillidos espantosos nos convencieron de que un ratoncito o una pequeña ardilla acababa de convertirse en su cena. La lechuza remontó el vuelo demasiado rápido para poder verla. Mi padre y yo nos quedamos mirando. Sabía que debía admirar las dotes de cazadora de la lechuza, pero no pude evitar sentir lástima por el ratón.
—Siento si te he parecido demasiado brusco —se disculpó mi padre—. Eres una joven muy madura y no debería haber sugerido lo contrario.
—No pasa nada. Además, yo también he perdido los estribos. Ya sé que no vale la pena discutir lo de venirnos aquí. Al menos a estas alturas.
Mi padre me sonrió cariñosamente.
—________, ya sabes que tu madre y yo jamás creímos posible que pudiéramos tenerte.
—Ya lo sé.
Por favor, otra vez la charla sobre la «niña milagro» no.
—En cuanto apareciste en nuestras vidas, empezamos a dedicarnos a ti en cuerpo y alma. Tal vez demasiado. Y eso es culpa nuestra, no tuya.
—Papá, por favor. —Adoraba a mi familia, solo nosotros tres ante el mundo—. Te ruego que no hables de ello como si fuera algo malo.
—No, no es eso. —Parecía triste, y por primera vez me pregunté si en realidad a él le gustaba este lugar—. Pero todo cambia, corazón, y cuanto antes lo aceptes, mejor que mejor.
—Lo sé... y lo siento, es que todavía estoy haciéndome a la idea. —Me rugieron las tripas y arrugué la nariz—. ¿Puedo volver a calentarme la cena? —pregunté, esperanzada.
—Tengo la ligera sospecha de que tu madre puede haberse encargado ya de eso.
Efectivamente. Pasamos una velada agradable. Decidí que más me valía pasármelo bien mientras pudiera. Tommy Dorsey sustituyó a Glenn Miller y luego le llegó el turno a Ella Fitzgerald. Charlamos y bromeamos sobre cosas sin importancia: películas, programas de televisión y todo eso en lo que mis padres no perderían ni un minuto si no fuera por mí, aunque intentaron bromear sobre la escuela en un par de ocasiones.
—Vas a conocer a gente maravillosa —me prometió mi madre.
Sacudí la cabeza pensando en Courtney. Apenas habían pasado unas horas y ya era una de las personas menos maravillosas que había conocido en toda mi vida.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé.
—¿Cómo? ¿Ahora ves el futuro? —me burlé.
—Cariño, no me lo habías dicho. ¿Y qué otras cosas predice la adivina? —preguntó mi padre, levantándose para cambiar el disco. El hombre seguía conservando su colección en vinilo—. Me gustaría oírlo.
Mi madre le siguió el juego y se llevó los dedos a las sienes como una gitana prediciendo el futuro.
—Creo que _________ conocerá... chicos.
El rostro de Harry apareció en mi mente y se me aceleró el pulso. Mis padres intercambiaron una mirada. ¿Es que mis latidos se oían desde la otra punta de la habitación? Tal vez era eso.
—Pues espero que sean guapos —bromeé.
—Pues yo espero que no demasiado —dijo mi padre, y todos nos echamos a reír: mis padres con ganas, yo tratando de ocultar las mariposillas que revoloteaban en mi estómago.
Me sentía extraña por no hablarles de Harry. Siempre les contaba todo lo que sucedía en mi vida. Sin embargo, Harry era diferente y hablar de él habría roto el hechizo. Quería que Harry siguiera siendo un secreto por el momento, así podía guardármelo para mí sola.
Quería que Harry me perteneciera solo a mí.
Iry.
Re: Siempre juntos y jóvenes eternamente (Harry Styles y tú)(CANCELADA)
MARATÓN 2/3
CAPÍTULO 8
-No te han hecho el uniforme a medida, ¿verdad? —comentó Patrice, alisándose la falda mientras nos preparábamos para el primer día de clase.
¿Cómo no me había dado cuenta antes? Las alumnas «legítimas» de Medianoche habían enviado sus uniformes a un sastre para que les metiera a las camisas por aquí o a las faldas por allá y conseguir que quedaran elegantes y favorecedores en vez de ramplones y asexuales. Como el mío.
—No, no se me ocurrió.
—Pues nunca lo olvides —dijo Patrice—. La ropa a medida es un mundo a parte. Ninguna mujer debería descuidar su aspecto.
Ya me había dado cuenta de lo mucho que le gustaba dar consejos y demostrar lo sofisticada e inteligente que era, algo que me habría fastidiado bastante de no ser porque tenía toda la razón del mundo. Lancé un suspiro y seguí con lo mío: intentar que el cabello no me quedara abultado detrás de la cinta. Tarde o temprano vería a Harry y quería tener el mejor aspecto posible, o al menos el mejor posible con aquella piltrafa de uniforme.
Después de hacer una larga cola en el gran vestíbulo, recogimos el listado de las asignaturas que nos habían asignado. Nos iban entregando una hoja de papel de uno en uno, tal como se había hecho durante cientos de años. Los alumnos que iban acercándose armaban bastante menos escándalo que los de mi antigua escuela en su misma situación. Parecía que todo el mundo conocía el funcionamiento.
Aunque tal vez lo del silencio solo fueran imaginaciones mías. Era como si mi ansiedad engullera el sonido y lo enmudeciera todo, hasta tal punto que empecé a preguntarme si alguien me oiría en el caso de ponerme a gritar.
Patrice no se separó de mí la primera hora, pero solo porque íbamos juntas a la primera clase, la asignatura de Historia que impartía mi madre, el único pariente que tendría por profesor. En vez de la clase de Biología de mi padre, un tal profesor Iwerebon sería el encargado de darme Química. Me sentía incómoda caminando junto a Patrice sin saber qué decir, aunque tampoco tenía nada mejor que hacer... hasta que vi a Harry. La luz que se colaba a través del cristal escarchado de los pasillos bañaba de bronce su cabello castaño dorado. Al principio creí que nos había visto, pero siguió caminando sin perder paso. Esbocé una sonrisa.
—Nos vemos luego, ¿vale? —le dije a Patrice, alejándome de ella. Patrice se encogió de hombros mientras buscaba otras amigas con quienes pasear—. Harry —lo llamé.
Ni siquiera pareció oírme. No quería ponerme a gritar, así que apreté el paso para darle alcance. Iba en dirección contraria a la mía —por lo visto no estaría en la clase de mi madre—, pero estaba dispuesta a correr el riesgo de llegar tarde.
—¡Harry! —insistí, esta vez más alto.
Se volvió lo justo para ver quién lo llamaba y luego miró a su alrededor, como si le preocupara que alguien nos oyera.
—Eh, ¿qué tal?
¿Dónde estaba mi protector del bosque? El chico que tenía delante no se comportaba como si se preocupara por mí, sino como si no me conociera. Aunque en realidad no me conocía, ¿verdad? Habíamos hablado una sola vez y en el bosque, cuando había intentado salvarme la vida y yo se lo había agradecido haciéndole callar. Solo porque yo creyera que eso era el inicio de algo no significaba que lo fuera.
De hecho, daba la impresión de que no me conocía de absolutamente nada. Harry volvió la cabeza un segundo, me saludó fugazmente con la mano y un gesto de cabeza, como cuando alguien saluda a un conocido cualquiera, y siguió caminando hasta que desapareció entre la multitud.
Ahí estaba, me acababan de dar calabazas. Me pregunté cómo era posible que entendiera a los chicos aún menos de lo que creía.
El lavabo de las chicas de esa planta estaba cerca, así que me colé en uno de los compartimentos y me rehice como pude en vez de echarme a llorar. ¿Qué había hecho mal? A pesar de lo extraño que había sido nuestro primer encuentro, Harry y yo habíamos acabado manteniendo una conversación tan íntima como las que tenía con mis mejores amigas. Tal vez no supiera mucho de chicos, pero estaba convencida de que habíamos conectado. Me había equivocado. Volvía a estar sola en Medianoche y me sentía mucho peor que antes.
Cuando por fin me hube calmado, salí corriendo hacia la clase de mi madre, a la que por poco llego tarde. Ella me fulminó con la mirada y yo me encogí de hombros y me apoltroné en uno de los pupitres de la última fila. Entonces pasó de inmediato del modo madre al modo profesora.
—Veamos, ¿quién sabría decirme algo sobre la guerra de la Independencia? —Juntó las manos y miró expectante a sus alumnos. Me arrellané en el asiento, aunque sabía que no me preguntaría en la primera clase. Únicamente quería que supiera cómo me sentía al respecto. Un chico que se sentaba a mi lado levantó la mano para alivio de todos los demás. Mi madre sonrió levemente—. ¿Y usted es el señor...?
- Horan. Niall Horan.
Lo primero que debería saberse de él es que tenía el aspecto de alguien que podía llevar el nombre de «Niall» sin que nadie se burlara. Le quedaba bien. Parecía muy tranquilo por lo que mi madre pudiera preguntarle, pero sin la insolencia de la mayoría de los chicos de la clase; solo parecía seguro de sí mismo.
—Bien, señor Horan, si tuviera que resumir las causas de la guerra de la Independencia, ¿qué diría?
—Que las cargas impositivas establecidas por el Parlamento británico fueron la gota que colmó el vaso. —Hablaba con facilidad, sin prisas. Niall. Su postura convertía la incomodidad en elegancia, como si prefiriera mil veces estar repantingado que sentarse derecho—. Aunque a la gente también le preocupaba la libertad política y de religión, por descontado.
Mi madre enarcó una ceja.
—De modo que, Dios y la política son poderosos pero, como siempre, el dinero es el motor del mundo. —Se oyeron tímidas risitas por toda la clase —. Hace cincuenta años, ningún profesor de instituto estadounidense habría mencionado los impuestos. Hace un siglo, la conversación habría girado en torno a la religión. Hace ciento cincuenta años, la respuesta habría dependido del lugar de residencia. En el norte, os habrían hablado de la libertad política. En el sur, os habrían enseñado sobre la libertad económica, la cual, claro está, era impensable sin la esclavitud. —A Patrice se le escapó un bufido desdeñoso—. Y por descontado, en Gran Bretaña habría quien hubiera descrito a Estados Unidos como un estrambótico experimento intelectual condenado al fracaso. Risas de nuevo: comprendí que mi madre se había ganado a toda la clase. Incluso Niall esbozó una sonrisa, tan encantadora que casi consiguió hacerme olvidar a Harry. De acuerdo, no. Pero esa sonrisa zalamera le hacía ganar muchos puntos.
—Y eso, más que cualquier otra cosa, es lo que quisiera que aprendierais sobre la historia. —Mi madre se remangó la chaqueta de punto y escribió en la pizarra: «Interpretaciones evolutivas»—. La idea que la gente tiene del pasado cambia tanto como lo hace el presente. La imagen en el retrovisor cambia a cada instante. Para comprender la historia, no es suficiente con conocer los nombres, las fechas y los lugares. Estoy convencida de que muchos de vosotros ya os los sabéis. Sin embargo, debéis aprender a distinguir las distintas interpretaciones que se le han dado a los acontecimientos históricos a lo largo de los siglos. Ese es el único modo de tener una perspectiva que resista el paso del tiempo, y es en eso en lo que este año centraremos gran parte de nuestros esfuerzos.
La gente se inclinó hacia delante, abrió sus libros y miró a mi madre completamente fascinada. En ese momento, comprendí que más me valía ponerme a tomar apuntes, como todos los demás. Puede que me quisiera más que a nadie, pero no dudaría en catearme la primera si tenía que hacerlo. La hora pasó volando. Los alumnos no dejaban de hacerle preguntas para ponerla a prueba y las respuestas les convencieron. Mientras tomaban apuntes, sus plumas se movían a una velocidad que nunca hubiera creído posible y, en más de una ocasión, sentí que me entraba rampa en los dedos. Hasta ese momento no había caído en lo competitivos que iban a ser mis compañeros. No, no es del todo cierto, era evidente que eran competitivos en cuanto a la ropa, las posesiones y las pretensiones amorosas. Esa voracidad pendía en el aire que los envolvía. En lo que no había caído era que también iban a serlo en clase. Daba igual de lo que se tratara, en Medianoche todo el mundo quería ser el mejor en todo.
—Tu madre es fantástica —me dijo Patrice, emocionada, en el pasillo, después de clase—. Tiene una visión global, ¿sabes a qué me refiero? Que no es nada estrecha de miras. La verdad, hay muy poca gente así.
—Sí, bueno... Espero parecerme a ella. Algún día.
En ese momento Courtney dobló la esquina. Llevaba el cabello rubio recogido en una coleta muy tirante que le hacía arquear las cejas con un aire aún más desdeñoso. Patrice se puso tensa. Por lo visto, aceptarme a su lado no implicaba tener que defenderme delante de Courtney, así que me preparé para recibir su arrogante comentario de turno. Sin embargo, podría decirse que me sonrió, aunque era evidente que Courtney pensaba que estaba siendo mucho más atenta conmigo de lo que me merecía.
—Este finde, fiesta —dijo—. El sábado. Junto al lago. Dejaremos pasar una hora después del toque de queda.
—Perfecto.
Patrice encogió un solo hombro, como si le importara tres pimientos que la invitaran a la que probablemente sería la mejor fiesta de Medianoche de ese semestre, al menos hasta el Baile de otoño. ¿O los bailes formales no molaban? Mis padres me lo habían pintado como el mayor acontecimiento del año, aunque ya había quedado claro que sus opiniones acerca de Medianoche y las mías distaban bastante.
La duda que me asaltó sobre los bailes me había impedido responder a Courtney, quien no me quitaba ojo, claramente molesta por no haberme deshecho en agradecimientos.
—¿Y bien?
Si hubiera sido un poco más atrevida, le habría dicho que era una pedante y una pelmaza y que tenía mejores cosas que hacer que ir a su fiesta.
—Esto... Sí, genial, será genial —fue lo único que conseguí decir, en cambio.
Patrice me dio un ligero codazo mientras Courtney se alejaba por el pasillo muy digna, al compás del balanceo de su coleta rubia.
—¿Lo ves? Te lo dije. La gente te aceptará porque eres... Bueno, porque eres su hija.
¿Qué tipo de desgracia humana había que ser para ascender en el ranking de popularidad del instituto gracias a tus padres? Sin embargo, tampoco podía permitirme despreciar la aceptación que me ganara, viniera de donde viniera.
—Por cierto, ¿de qué tipo de fiesta se trata? Es decir, ¿se va a hacer en los alrededores? ¿Y de noche?
—Tú ya has ido a alguna fiesta antes, ¿verdad?
A veces Patrice no se diferenciaba tanto de Courtney.
—Claro —contesté, pensando en las fiestas de cumpleaños de cuando era pequeña, aunque Patrice no tenía por qué saberlo—. Solo me preguntaba si... Iba a haber bebida.
Patrice se echó a reír como si hubiera dicho algo gracioso.
—Por favor, _______, madura.
Echó a andar hacia la biblioteca y me dio la impresión de que no quería que la siguiera, así que me volví sola a nuestro dormitorio. No sabía cómo, pero todos pensaban que mis padres molaban. ¿Es que eso se saltaba una generación?
CAPÍTULO 8
-No te han hecho el uniforme a medida, ¿verdad? —comentó Patrice, alisándose la falda mientras nos preparábamos para el primer día de clase.
¿Cómo no me había dado cuenta antes? Las alumnas «legítimas» de Medianoche habían enviado sus uniformes a un sastre para que les metiera a las camisas por aquí o a las faldas por allá y conseguir que quedaran elegantes y favorecedores en vez de ramplones y asexuales. Como el mío.
—No, no se me ocurrió.
—Pues nunca lo olvides —dijo Patrice—. La ropa a medida es un mundo a parte. Ninguna mujer debería descuidar su aspecto.
Ya me había dado cuenta de lo mucho que le gustaba dar consejos y demostrar lo sofisticada e inteligente que era, algo que me habría fastidiado bastante de no ser porque tenía toda la razón del mundo. Lancé un suspiro y seguí con lo mío: intentar que el cabello no me quedara abultado detrás de la cinta. Tarde o temprano vería a Harry y quería tener el mejor aspecto posible, o al menos el mejor posible con aquella piltrafa de uniforme.
Después de hacer una larga cola en el gran vestíbulo, recogimos el listado de las asignaturas que nos habían asignado. Nos iban entregando una hoja de papel de uno en uno, tal como se había hecho durante cientos de años. Los alumnos que iban acercándose armaban bastante menos escándalo que los de mi antigua escuela en su misma situación. Parecía que todo el mundo conocía el funcionamiento.
Aunque tal vez lo del silencio solo fueran imaginaciones mías. Era como si mi ansiedad engullera el sonido y lo enmudeciera todo, hasta tal punto que empecé a preguntarme si alguien me oiría en el caso de ponerme a gritar.
Patrice no se separó de mí la primera hora, pero solo porque íbamos juntas a la primera clase, la asignatura de Historia que impartía mi madre, el único pariente que tendría por profesor. En vez de la clase de Biología de mi padre, un tal profesor Iwerebon sería el encargado de darme Química. Me sentía incómoda caminando junto a Patrice sin saber qué decir, aunque tampoco tenía nada mejor que hacer... hasta que vi a Harry. La luz que se colaba a través del cristal escarchado de los pasillos bañaba de bronce su cabello castaño dorado. Al principio creí que nos había visto, pero siguió caminando sin perder paso. Esbocé una sonrisa.
—Nos vemos luego, ¿vale? —le dije a Patrice, alejándome de ella. Patrice se encogió de hombros mientras buscaba otras amigas con quienes pasear—. Harry —lo llamé.
Ni siquiera pareció oírme. No quería ponerme a gritar, así que apreté el paso para darle alcance. Iba en dirección contraria a la mía —por lo visto no estaría en la clase de mi madre—, pero estaba dispuesta a correr el riesgo de llegar tarde.
—¡Harry! —insistí, esta vez más alto.
Se volvió lo justo para ver quién lo llamaba y luego miró a su alrededor, como si le preocupara que alguien nos oyera.
—Eh, ¿qué tal?
¿Dónde estaba mi protector del bosque? El chico que tenía delante no se comportaba como si se preocupara por mí, sino como si no me conociera. Aunque en realidad no me conocía, ¿verdad? Habíamos hablado una sola vez y en el bosque, cuando había intentado salvarme la vida y yo se lo había agradecido haciéndole callar. Solo porque yo creyera que eso era el inicio de algo no significaba que lo fuera.
De hecho, daba la impresión de que no me conocía de absolutamente nada. Harry volvió la cabeza un segundo, me saludó fugazmente con la mano y un gesto de cabeza, como cuando alguien saluda a un conocido cualquiera, y siguió caminando hasta que desapareció entre la multitud.
Ahí estaba, me acababan de dar calabazas. Me pregunté cómo era posible que entendiera a los chicos aún menos de lo que creía.
El lavabo de las chicas de esa planta estaba cerca, así que me colé en uno de los compartimentos y me rehice como pude en vez de echarme a llorar. ¿Qué había hecho mal? A pesar de lo extraño que había sido nuestro primer encuentro, Harry y yo habíamos acabado manteniendo una conversación tan íntima como las que tenía con mis mejores amigas. Tal vez no supiera mucho de chicos, pero estaba convencida de que habíamos conectado. Me había equivocado. Volvía a estar sola en Medianoche y me sentía mucho peor que antes.
Cuando por fin me hube calmado, salí corriendo hacia la clase de mi madre, a la que por poco llego tarde. Ella me fulminó con la mirada y yo me encogí de hombros y me apoltroné en uno de los pupitres de la última fila. Entonces pasó de inmediato del modo madre al modo profesora.
—Veamos, ¿quién sabría decirme algo sobre la guerra de la Independencia? —Juntó las manos y miró expectante a sus alumnos. Me arrellané en el asiento, aunque sabía que no me preguntaría en la primera clase. Únicamente quería que supiera cómo me sentía al respecto. Un chico que se sentaba a mi lado levantó la mano para alivio de todos los demás. Mi madre sonrió levemente—. ¿Y usted es el señor...?
- Horan. Niall Horan.
Lo primero que debería saberse de él es que tenía el aspecto de alguien que podía llevar el nombre de «Niall» sin que nadie se burlara. Le quedaba bien. Parecía muy tranquilo por lo que mi madre pudiera preguntarle, pero sin la insolencia de la mayoría de los chicos de la clase; solo parecía seguro de sí mismo.
—Bien, señor Horan, si tuviera que resumir las causas de la guerra de la Independencia, ¿qué diría?
—Que las cargas impositivas establecidas por el Parlamento británico fueron la gota que colmó el vaso. —Hablaba con facilidad, sin prisas. Niall. Su postura convertía la incomodidad en elegancia, como si prefiriera mil veces estar repantingado que sentarse derecho—. Aunque a la gente también le preocupaba la libertad política y de religión, por descontado.
Mi madre enarcó una ceja.
—De modo que, Dios y la política son poderosos pero, como siempre, el dinero es el motor del mundo. —Se oyeron tímidas risitas por toda la clase —. Hace cincuenta años, ningún profesor de instituto estadounidense habría mencionado los impuestos. Hace un siglo, la conversación habría girado en torno a la religión. Hace ciento cincuenta años, la respuesta habría dependido del lugar de residencia. En el norte, os habrían hablado de la libertad política. En el sur, os habrían enseñado sobre la libertad económica, la cual, claro está, era impensable sin la esclavitud. —A Patrice se le escapó un bufido desdeñoso—. Y por descontado, en Gran Bretaña habría quien hubiera descrito a Estados Unidos como un estrambótico experimento intelectual condenado al fracaso. Risas de nuevo: comprendí que mi madre se había ganado a toda la clase. Incluso Niall esbozó una sonrisa, tan encantadora que casi consiguió hacerme olvidar a Harry. De acuerdo, no. Pero esa sonrisa zalamera le hacía ganar muchos puntos.
—Y eso, más que cualquier otra cosa, es lo que quisiera que aprendierais sobre la historia. —Mi madre se remangó la chaqueta de punto y escribió en la pizarra: «Interpretaciones evolutivas»—. La idea que la gente tiene del pasado cambia tanto como lo hace el presente. La imagen en el retrovisor cambia a cada instante. Para comprender la historia, no es suficiente con conocer los nombres, las fechas y los lugares. Estoy convencida de que muchos de vosotros ya os los sabéis. Sin embargo, debéis aprender a distinguir las distintas interpretaciones que se le han dado a los acontecimientos históricos a lo largo de los siglos. Ese es el único modo de tener una perspectiva que resista el paso del tiempo, y es en eso en lo que este año centraremos gran parte de nuestros esfuerzos.
La gente se inclinó hacia delante, abrió sus libros y miró a mi madre completamente fascinada. En ese momento, comprendí que más me valía ponerme a tomar apuntes, como todos los demás. Puede que me quisiera más que a nadie, pero no dudaría en catearme la primera si tenía que hacerlo. La hora pasó volando. Los alumnos no dejaban de hacerle preguntas para ponerla a prueba y las respuestas les convencieron. Mientras tomaban apuntes, sus plumas se movían a una velocidad que nunca hubiera creído posible y, en más de una ocasión, sentí que me entraba rampa en los dedos. Hasta ese momento no había caído en lo competitivos que iban a ser mis compañeros. No, no es del todo cierto, era evidente que eran competitivos en cuanto a la ropa, las posesiones y las pretensiones amorosas. Esa voracidad pendía en el aire que los envolvía. En lo que no había caído era que también iban a serlo en clase. Daba igual de lo que se tratara, en Medianoche todo el mundo quería ser el mejor en todo.
—Tu madre es fantástica —me dijo Patrice, emocionada, en el pasillo, después de clase—. Tiene una visión global, ¿sabes a qué me refiero? Que no es nada estrecha de miras. La verdad, hay muy poca gente así.
—Sí, bueno... Espero parecerme a ella. Algún día.
En ese momento Courtney dobló la esquina. Llevaba el cabello rubio recogido en una coleta muy tirante que le hacía arquear las cejas con un aire aún más desdeñoso. Patrice se puso tensa. Por lo visto, aceptarme a su lado no implicaba tener que defenderme delante de Courtney, así que me preparé para recibir su arrogante comentario de turno. Sin embargo, podría decirse que me sonrió, aunque era evidente que Courtney pensaba que estaba siendo mucho más atenta conmigo de lo que me merecía.
—Este finde, fiesta —dijo—. El sábado. Junto al lago. Dejaremos pasar una hora después del toque de queda.
—Perfecto.
Patrice encogió un solo hombro, como si le importara tres pimientos que la invitaran a la que probablemente sería la mejor fiesta de Medianoche de ese semestre, al menos hasta el Baile de otoño. ¿O los bailes formales no molaban? Mis padres me lo habían pintado como el mayor acontecimiento del año, aunque ya había quedado claro que sus opiniones acerca de Medianoche y las mías distaban bastante.
La duda que me asaltó sobre los bailes me había impedido responder a Courtney, quien no me quitaba ojo, claramente molesta por no haberme deshecho en agradecimientos.
—¿Y bien?
Si hubiera sido un poco más atrevida, le habría dicho que era una pedante y una pelmaza y que tenía mejores cosas que hacer que ir a su fiesta.
—Esto... Sí, genial, será genial —fue lo único que conseguí decir, en cambio.
Patrice me dio un ligero codazo mientras Courtney se alejaba por el pasillo muy digna, al compás del balanceo de su coleta rubia.
—¿Lo ves? Te lo dije. La gente te aceptará porque eres... Bueno, porque eres su hija.
¿Qué tipo de desgracia humana había que ser para ascender en el ranking de popularidad del instituto gracias a tus padres? Sin embargo, tampoco podía permitirme despreciar la aceptación que me ganara, viniera de donde viniera.
—Por cierto, ¿de qué tipo de fiesta se trata? Es decir, ¿se va a hacer en los alrededores? ¿Y de noche?
—Tú ya has ido a alguna fiesta antes, ¿verdad?
A veces Patrice no se diferenciaba tanto de Courtney.
—Claro —contesté, pensando en las fiestas de cumpleaños de cuando era pequeña, aunque Patrice no tenía por qué saberlo—. Solo me preguntaba si... Iba a haber bebida.
Patrice se echó a reír como si hubiera dicho algo gracioso.
—Por favor, _______, madura.
Echó a andar hacia la biblioteca y me dio la impresión de que no quería que la siguiera, así que me volví sola a nuestro dormitorio. No sabía cómo, pero todos pensaban que mis padres molaban. ¿Es que eso se saltaba una generación?
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