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La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
ah pobre de mi Nick
Callo arriba de cactus que horrible
Siguela!!
Callo arriba de cactus que horrible
Siguela!!
aranzhitha
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhh
todo ibaaa biiieeennnn!!!!
jajajajajajajajajajajajajajajajajajajaj
pobre de niiiccckkk y del traseroo de niiiccckkk!!!!!!
jajajajajajajajajajajajajaja
todo ibaaa biiieeennnn!!!!
jajajajajajajajajajajajajajajajajajajaj
pobre de niiiccckkk y del traseroo de niiiccckkk!!!!!!
jajajajajajajajajajajajajaja
chelis
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
Capítulo 27
En ese momento, llegó la lluvia, mejor dicho, el diluvio. Caía con ruidosa fuerza sobre sus cabezas, como si alguien acabara de abrir un grifo gigante en el cielo. En cuestión de segundos, los dos estaban empapados y tosiendo, y el sombrero de _________ que, al contrario que el de Nick, no estaba pensado para so¬portar el mal tiempo, había empezado a marchitarse como un barco de papel en una fuente.
—Tú, desde luego, no la tienes —gritó Nick, y le quitó el sombrero de la cabeza—. Oye, ¿por qué no sigues tú sola? Sabes cómo volver al rancho desde aquí, ¿no? Monta en la yegua y vete. Te veré...
—¿Estás loco? —gritó _________ a través de la cortina de lluvia, sin pensar que quizá no debería hablarle así a su marido—. ¿Crees que me iría y te dejaría aquí solo?
162
La seducción de una princesa
—¿Crees que soy un inútil? —balbució Nick, como un mulo obstinado—.Vamos, ¡vete de aquí!
—Por supuesto que no te considero un inútil. Y yo no me disuelvo con el agua. No es más que un poco de lluvia. Así que iremos andando a casa. No puede estar muy lejos.
Nick le lanzó una mirada furibunda. La lluvia em¬pezaba a amainar un poco, así que no tenía que gri¬tarle tanto como antes.
—¿Sabes que, para ser una princesa, eres endia¬bladamente terca?
—Sí —dijo _________, luciendo los hoyuelos—, supon¬go que sí —y se sorprendió, porque era la primera vez en todo el día que recordaba que era una prin¬cesa.
—¡Maldita sea! —exclamó Nick con voz lúgu¬bre—. Debí imaginarlo —volvió a pulsar el interrup¬tor, con idéntico resultado. Se habían quedado otra vez sin luz.
—No está tan oscuro —dijo _________, pasando junto a él—. Se puede ver bastante bien. Todavía quedan algunas horas hasta que caiga la noche. Para enton¬ces, quizá vuelva la luz.
Nick emitió un sonido ambiguo mientras cerra¬ba la puerta tras él. Después, permaneció inmóvil un momento y la observó con recelo en la penumbra reinante. No sabía qué pensar de aquella nueva _________, ni siquiera sabía determinar en qué sentido era nueva. Seguramente era su aplomo, aunque esa vir¬tud tampoco era una novedad en ella. No había care¬cido de arrojo en Tamir. Pero aquello, fuera lo que fuera, no se parecía al descaro y la osadía que la habían hecho parecer tan joven y que le habían resul¬tado tan atrayentes en el ambiente de cuento de ha¬das de su país. No sabía por qué, pero aquello era di¬ferente. Y le generaba un nudo vibrante de energía en el centro de su cuerpo, como una dinamo en mi¬niatura que, lanzándole impulsos eléctricos por los nervios, le mantenía los sentidos cargados y sintoni¬zados con la longitud de onda de _________.
Aquella vibración de sentidos lo volvía irritable.
—Pues no será fácil ver si quiero sacarme las malditas espinas de cactus —gruñó y, encogiendo los hombros, se dirigió a la cocina como un hombre que estuviera pisando huevos. _________ giró cuando pasó a su lado y lo siguió.
—¿Y cómo piensas hacerlo?
—¿El qué, quitarme las espinas? —estaba hurgan¬do en el cajón donde guardaba las linternas y otros útiles y no la estaba mirando, aunque podría haber calibrado la distancia a la que se encontraba con la misma precisión que si llevara su propio GPS—. Con unas pinzas. Como éstas de aquí —habiéndolas loca¬lizado en el cajón, se las enseñó.
—No, me refería a la operación en sí —lo miraba con serenidad, en todos los tonos de negros y grises en la penumbra—. Las espinas las tienes detrás, ¿no? Necesitarás ayuda para quitártelas —y le quitó las pinzas de la mano antes de que pudiera detenerla. Y le habría quitado la linterna, pero él la retuvo como un niño obstinado.
—No —gimió—. Ni hablar. Me las arreglaré solo. Usaré... usaré un espejo.
—¿Y quién sostendrá la linterna? —Nick estaba convencido de oír risa en su voz—. ¿Tienes tres ma¬nos? —Nick emitió un gruñido gutural mientras se dirigía al cuarto de baño. A su paso, oyó un pequeño suspiro paciente—. Nick, por favor, no seas obstina¬do. Sabes que no puedes hacerlo solo. Déjame que te ayude.
Nick permaneció en el umbral del cuarto de baño, forcejeando con la idea, tratando de idear una razón en contra.
—¿Tan difícil te resulta dejar que una mujer te cuide? Quizá no lo entienda. ¿Es que eso no lo permi¬ten en Norteamérica, en Texas? ¿No es de...? ¿Cómo es esa palabra que he oído? ¿De machos? —sonrió desvergonzadamente, sabiendo que, aunque Nick no pudiera verle los hoyuelos en la penumbra, los oiría en su voz.
Debió de hacerlo, porque el sonido que emitió no fue más que un resoplido. A continuación, sin embargo, emitió un gemido de dolor. Se había desa¬brochado la camisa e intentaba desembarazarse de ella. La linterna se lo impedía y a _________ le pareció una pequeña victoria que no objetara a que se la quitara de las manos. La encendió y le iluminó la es¬palda.
—¿Es grave? —Nick estiraba el cuello para mirar¬se la espalda. _________ apagó rápidamente la luz.
—No tanto como esperaba —fue su mentira pia¬dosa—. Te las quitaré en un pispas. Pero, primero, hay que aplicarte antiséptico. Habrá algo en la casa, un botiquín, ¿no?
—Sí, en la avioneta —masculló—.Y por aquí ha¬brá algo, seguramente, pero no sé dónde.
—No importa, me parece haber visto algo... —la voz de _________, al mismo tiempo jadeante y tranquila, había retrocedido a la cocina—. Sí, aquí está. Esto servirá, creo.
Curioso por ver lo que había encontrado, con te¬mor a saberlo ya, Nick salió a su encuentro. Cómo no, había suficiente luz para distinguir la botella que llevaba en la mano.
—Eh —dijo con voz entrecortada por la indigna¬ción—. Eso es bourbon del bueno.
—Sí. Es alcohol, ¿no? —vio cómo desenroscaba la tapa y olisqueaba un poco, contrajo la mandíbula y la boca empezó a hacérsele agua—. Mmm...Y huele bien. Mucho mejor que si fuera medicina. Ven —le hizo un gesto con la botella imperiosamente—. Será mejor que te tumbes.
Nick la siguió dócilmente al dormitorio que _________ había escogido, el que tenía sus cosas. El corazón le latía con fuerza y la dinamo de energía que tenía dentro trabajaba con frenesí.
—Primero —dijo _________, de pie junto a la cama, y Nick detectó un temblor en su voz—, será necesario que te bajes los pantalones.
Y Nick sintió un inesperado y trémulo deseo de reír cuando ella se dio la vuelta bruscamente y ce¬rró los ojos. ¡Qué típico de ella, su princesa vir¬gen...!
—Creo —dijo con voz ahogada— que no podría hacer nada más. Me duele mucho al agacharme...
_________ abrió los ojos y se dio la vuelta, y tuvo la sen¬sación de que el corazón se le había subido a la gar¬ganta. Nick estaba tumbado boca abajo sobre la cama, larguirucho y poco airoso con los pies colgan¬do por el borde. Tenía los pantalones apiñados en torno a las botas. Salvo por eso, y por una franja de tela blanca en los glúteos, estaba desnudo.
_________ dejó la botella de bourbon, las pinzas y la linterna sobre la cama y tomó aire.
—Bueno —dijo alegremente—, ya te dije que ne¬cesitarías mi ayuda.
Tomando aliento, tiró de una bota hasta que cayó al suelo con un golpe seco. Complacida con aquel pequeño triunfo, tomó la otra e hizo lo mismo. Des¬pués, tiró de las dos perneras de los vaqueros, se los sacó y los dejó caer sobre las botas. Para entonces, le temblaban tanto las piernas que fue un alivio sentar¬se en la cama.
Excepto que, cuando lo hizo, oyó que Nick inspi¬raba con brusquedad.
—¿Qué? —susurró, temerosa de haberle hecho daño. Ni siquiera había empezado a sacarle las espi¬nas.
—Estás empapada —balbució Nick—. Pillarás un resfriado.
Así era. Resultaba extraño, pero no se había para¬do a pensar en su ropa mojada. _________ sabía que no se resfriaría, nunca enfermaba, pero era evidente que no podía continuar con aquella delicada operación vestida como estaba.
Sólo podía hacer una cosa. Desnudarse.
—Sólo será un momento —susurró y, al ver que Nick se incorporaba sobre los codos para intentar mirar lo que hacía, añadió—. No, no debes moverte. Y... cierra los ojos.
Después, con la mayor rapidez posible, se quitó la blusa y los pantalones de montar y los dejó caer al suelo junto al resto de la ropa mojada.
Se le puso la piel de gallina mientras se sentaba una vez más en la cama, con cuidado en aquella oca¬sión de no dejar que su piel húmeda tocara la de Nick. Sentía los senos duros como el mármol y dolo¬ridos allí donde le rozaba el sujetador. Volvió a inspirar hondo... ¿por qué tenía la sensación de que le fal¬taba el aire?
—Estoy lista —susurró. La única respuesta de Nick fue un murmullo ininteligible.
Tomando la linterna, la encendió, se mordió el labio inferior y espiró con cuidado por la nariz. Ha¬bía visto cuerpos masculinos desnudos en fotogra¬fías, por supuesto, y en el Museo Británico había visto estatuas. Pero existía una gran diferencia entre unos cuadros planos y el frío bronce o piedra y un cuerpo tibio y vivo. Lo que más la sorprendía era un deseo casi abrumador de tocar. Aquel pequeño valle del final de la espalda, justo por encima de la cintu¬ra de los calzoncillos, oscurecida por el vello casta¬ño dorado... El anhelo de enterrar la nariz y la boca en ese valle, de sentir la suavidad del vello de Nick en el rostro, fue tan intenso que incluso se mareó. Y haría realidad ese anhelo, se prometió en silencio. Pero primero debía resolver el problema de las espinas.
No era gran cosa, sólo un puñado de pinchos en los hombros, codos y muslos, algunos en la parte baja de la espalda y otros en el algodón blanco que le cubría los glúteos. A _________ le tembló la mano al es¬grimir las pinzas. Las dejó en la cama y tomó en cambio la botella de bourbon.
—¿Y bien? —dijo Nick con voz ahogada—. ¿Qué te retiene? Acabemos con esto de una vez.
—No te muevas —le ordenó _________. Tenía la voz áspera y extraña. Sujetando la linterna en el regazo, destapó la botella. Con cuidado, vertió una minúscu¬la cantidad de líquido en el nido dorado de vello.
Nick contrajo los músculos y arqueó la espalda. Masculló algo que ella no pudo oír.
—¿Qué? —sin resuello, sostuvo la botella en el aire.
—He dicho que es un desperdicio de bourbon.
—¿Eso crees? —_________ ladeó la cabeza y contem¬pló la botella pensativamente. Después, volvió a olis¬quearla. Sí, olía bien.Tal vez... —se llevó la botella a los labios y bebió un trago muy largo.
¿Qué diablos...? Nick se incorporó sobre un codo para mirar a _________ que, de repente, había empe¬zado a toser y a estornudar como si se estuviera mu¬riendo. Tardó medio segundo en comprender que había ingerido un buen trago de bourbon. Sacó una mano y rescató tanto la botella como la linterna mientras esperaba a que ella recuperara el aliento.
—¡Pero si sabe horrible! — graznó cuando pudo hablar otra vez, lanzándole una mirada acusadora, como si fuera culpa de Nick—. ¿Cómo puedes be¬ber esto?
—Se le va tomando el gusto —dijo y, automática¬mente, a causa de su padre, matizó—. Demasiado, si te descuidas —pero no estaba pensando en el bour¬bon, ni en las palabras que salían de su boca.
Porque acababa de reparar en lo que estaba vien¬do, iluminado por el círculo amarillo de la linterna. Algo con lo que, hasta aquel momento, sólo había soñado. _________... con unas braguitas y un sujetador blanco de encaje y nada más. Era una visión digna de llenar los sueños de un hombre... muslos de atle¬ta, tersos y lustrosos, curvas maduras de mujer. La cintura que había sostenido entre sus manos en la co¬lina parecía aún más esbelta en contraste con la exu¬berante feminidad que quedaba por encima y por de¬bajo. Y sus senos...Tuvo que contenerse para no alargar los brazos y bajarle los tirantes.
En ese momento, llegó la lluvia, mejor dicho, el diluvio. Caía con ruidosa fuerza sobre sus cabezas, como si alguien acabara de abrir un grifo gigante en el cielo. En cuestión de segundos, los dos estaban empapados y tosiendo, y el sombrero de _________ que, al contrario que el de Nick, no estaba pensado para so¬portar el mal tiempo, había empezado a marchitarse como un barco de papel en una fuente.
—Tú, desde luego, no la tienes —gritó Nick, y le quitó el sombrero de la cabeza—. Oye, ¿por qué no sigues tú sola? Sabes cómo volver al rancho desde aquí, ¿no? Monta en la yegua y vete. Te veré...
—¿Estás loco? —gritó _________ a través de la cortina de lluvia, sin pensar que quizá no debería hablarle así a su marido—. ¿Crees que me iría y te dejaría aquí solo?
162
La seducción de una princesa
—¿Crees que soy un inútil? —balbució Nick, como un mulo obstinado—.Vamos, ¡vete de aquí!
—Por supuesto que no te considero un inútil. Y yo no me disuelvo con el agua. No es más que un poco de lluvia. Así que iremos andando a casa. No puede estar muy lejos.
Nick le lanzó una mirada furibunda. La lluvia em¬pezaba a amainar un poco, así que no tenía que gri¬tarle tanto como antes.
—¿Sabes que, para ser una princesa, eres endia¬bladamente terca?
—Sí —dijo _________, luciendo los hoyuelos—, supon¬go que sí —y se sorprendió, porque era la primera vez en todo el día que recordaba que era una prin¬cesa.
—¡Maldita sea! —exclamó Nick con voz lúgu¬bre—. Debí imaginarlo —volvió a pulsar el interrup¬tor, con idéntico resultado. Se habían quedado otra vez sin luz.
—No está tan oscuro —dijo _________, pasando junto a él—. Se puede ver bastante bien. Todavía quedan algunas horas hasta que caiga la noche. Para enton¬ces, quizá vuelva la luz.
Nick emitió un sonido ambiguo mientras cerra¬ba la puerta tras él. Después, permaneció inmóvil un momento y la observó con recelo en la penumbra reinante. No sabía qué pensar de aquella nueva _________, ni siquiera sabía determinar en qué sentido era nueva. Seguramente era su aplomo, aunque esa vir¬tud tampoco era una novedad en ella. No había care¬cido de arrojo en Tamir. Pero aquello, fuera lo que fuera, no se parecía al descaro y la osadía que la habían hecho parecer tan joven y que le habían resul¬tado tan atrayentes en el ambiente de cuento de ha¬das de su país. No sabía por qué, pero aquello era di¬ferente. Y le generaba un nudo vibrante de energía en el centro de su cuerpo, como una dinamo en mi¬niatura que, lanzándole impulsos eléctricos por los nervios, le mantenía los sentidos cargados y sintoni¬zados con la longitud de onda de _________.
Aquella vibración de sentidos lo volvía irritable.
—Pues no será fácil ver si quiero sacarme las malditas espinas de cactus —gruñó y, encogiendo los hombros, se dirigió a la cocina como un hombre que estuviera pisando huevos. _________ giró cuando pasó a su lado y lo siguió.
—¿Y cómo piensas hacerlo?
—¿El qué, quitarme las espinas? —estaba hurgan¬do en el cajón donde guardaba las linternas y otros útiles y no la estaba mirando, aunque podría haber calibrado la distancia a la que se encontraba con la misma precisión que si llevara su propio GPS—. Con unas pinzas. Como éstas de aquí —habiéndolas loca¬lizado en el cajón, se las enseñó.
—No, me refería a la operación en sí —lo miraba con serenidad, en todos los tonos de negros y grises en la penumbra—. Las espinas las tienes detrás, ¿no? Necesitarás ayuda para quitártelas —y le quitó las pinzas de la mano antes de que pudiera detenerla. Y le habría quitado la linterna, pero él la retuvo como un niño obstinado.
—No —gimió—. Ni hablar. Me las arreglaré solo. Usaré... usaré un espejo.
—¿Y quién sostendrá la linterna? —Nick estaba convencido de oír risa en su voz—. ¿Tienes tres ma¬nos? —Nick emitió un gruñido gutural mientras se dirigía al cuarto de baño. A su paso, oyó un pequeño suspiro paciente—. Nick, por favor, no seas obstina¬do. Sabes que no puedes hacerlo solo. Déjame que te ayude.
Nick permaneció en el umbral del cuarto de baño, forcejeando con la idea, tratando de idear una razón en contra.
—¿Tan difícil te resulta dejar que una mujer te cuide? Quizá no lo entienda. ¿Es que eso no lo permi¬ten en Norteamérica, en Texas? ¿No es de...? ¿Cómo es esa palabra que he oído? ¿De machos? —sonrió desvergonzadamente, sabiendo que, aunque Nick no pudiera verle los hoyuelos en la penumbra, los oiría en su voz.
Debió de hacerlo, porque el sonido que emitió no fue más que un resoplido. A continuación, sin embargo, emitió un gemido de dolor. Se había desa¬brochado la camisa e intentaba desembarazarse de ella. La linterna se lo impedía y a _________ le pareció una pequeña victoria que no objetara a que se la quitara de las manos. La encendió y le iluminó la es¬palda.
—¿Es grave? —Nick estiraba el cuello para mirar¬se la espalda. _________ apagó rápidamente la luz.
—No tanto como esperaba —fue su mentira pia¬dosa—. Te las quitaré en un pispas. Pero, primero, hay que aplicarte antiséptico. Habrá algo en la casa, un botiquín, ¿no?
—Sí, en la avioneta —masculló—.Y por aquí ha¬brá algo, seguramente, pero no sé dónde.
—No importa, me parece haber visto algo... —la voz de _________, al mismo tiempo jadeante y tranquila, había retrocedido a la cocina—. Sí, aquí está. Esto servirá, creo.
Curioso por ver lo que había encontrado, con te¬mor a saberlo ya, Nick salió a su encuentro. Cómo no, había suficiente luz para distinguir la botella que llevaba en la mano.
—Eh —dijo con voz entrecortada por la indigna¬ción—. Eso es bourbon del bueno.
—Sí. Es alcohol, ¿no? —vio cómo desenroscaba la tapa y olisqueaba un poco, contrajo la mandíbula y la boca empezó a hacérsele agua—. Mmm...Y huele bien. Mucho mejor que si fuera medicina. Ven —le hizo un gesto con la botella imperiosamente—. Será mejor que te tumbes.
Nick la siguió dócilmente al dormitorio que _________ había escogido, el que tenía sus cosas. El corazón le latía con fuerza y la dinamo de energía que tenía dentro trabajaba con frenesí.
—Primero —dijo _________, de pie junto a la cama, y Nick detectó un temblor en su voz—, será necesario que te bajes los pantalones.
Y Nick sintió un inesperado y trémulo deseo de reír cuando ella se dio la vuelta bruscamente y ce¬rró los ojos. ¡Qué típico de ella, su princesa vir¬gen...!
—Creo —dijo con voz ahogada— que no podría hacer nada más. Me duele mucho al agacharme...
_________ abrió los ojos y se dio la vuelta, y tuvo la sen¬sación de que el corazón se le había subido a la gar¬ganta. Nick estaba tumbado boca abajo sobre la cama, larguirucho y poco airoso con los pies colgan¬do por el borde. Tenía los pantalones apiñados en torno a las botas. Salvo por eso, y por una franja de tela blanca en los glúteos, estaba desnudo.
_________ dejó la botella de bourbon, las pinzas y la linterna sobre la cama y tomó aire.
—Bueno —dijo alegremente—, ya te dije que ne¬cesitarías mi ayuda.
Tomando aliento, tiró de una bota hasta que cayó al suelo con un golpe seco. Complacida con aquel pequeño triunfo, tomó la otra e hizo lo mismo. Des¬pués, tiró de las dos perneras de los vaqueros, se los sacó y los dejó caer sobre las botas. Para entonces, le temblaban tanto las piernas que fue un alivio sentar¬se en la cama.
Excepto que, cuando lo hizo, oyó que Nick inspi¬raba con brusquedad.
—¿Qué? —susurró, temerosa de haberle hecho daño. Ni siquiera había empezado a sacarle las espi¬nas.
—Estás empapada —balbució Nick—. Pillarás un resfriado.
Así era. Resultaba extraño, pero no se había para¬do a pensar en su ropa mojada. _________ sabía que no se resfriaría, nunca enfermaba, pero era evidente que no podía continuar con aquella delicada operación vestida como estaba.
Sólo podía hacer una cosa. Desnudarse.
—Sólo será un momento —susurró y, al ver que Nick se incorporaba sobre los codos para intentar mirar lo que hacía, añadió—. No, no debes moverte. Y... cierra los ojos.
Después, con la mayor rapidez posible, se quitó la blusa y los pantalones de montar y los dejó caer al suelo junto al resto de la ropa mojada.
Se le puso la piel de gallina mientras se sentaba una vez más en la cama, con cuidado en aquella oca¬sión de no dejar que su piel húmeda tocara la de Nick. Sentía los senos duros como el mármol y dolo¬ridos allí donde le rozaba el sujetador. Volvió a inspirar hondo... ¿por qué tenía la sensación de que le fal¬taba el aire?
—Estoy lista —susurró. La única respuesta de Nick fue un murmullo ininteligible.
Tomando la linterna, la encendió, se mordió el labio inferior y espiró con cuidado por la nariz. Ha¬bía visto cuerpos masculinos desnudos en fotogra¬fías, por supuesto, y en el Museo Británico había visto estatuas. Pero existía una gran diferencia entre unos cuadros planos y el frío bronce o piedra y un cuerpo tibio y vivo. Lo que más la sorprendía era un deseo casi abrumador de tocar. Aquel pequeño valle del final de la espalda, justo por encima de la cintu¬ra de los calzoncillos, oscurecida por el vello casta¬ño dorado... El anhelo de enterrar la nariz y la boca en ese valle, de sentir la suavidad del vello de Nick en el rostro, fue tan intenso que incluso se mareó. Y haría realidad ese anhelo, se prometió en silencio. Pero primero debía resolver el problema de las espinas.
No era gran cosa, sólo un puñado de pinchos en los hombros, codos y muslos, algunos en la parte baja de la espalda y otros en el algodón blanco que le cubría los glúteos. A _________ le tembló la mano al es¬grimir las pinzas. Las dejó en la cama y tomó en cambio la botella de bourbon.
—¿Y bien? —dijo Nick con voz ahogada—. ¿Qué te retiene? Acabemos con esto de una vez.
—No te muevas —le ordenó _________. Tenía la voz áspera y extraña. Sujetando la linterna en el regazo, destapó la botella. Con cuidado, vertió una minúscu¬la cantidad de líquido en el nido dorado de vello.
Nick contrajo los músculos y arqueó la espalda. Masculló algo que ella no pudo oír.
—¿Qué? —sin resuello, sostuvo la botella en el aire.
—He dicho que es un desperdicio de bourbon.
—¿Eso crees? —_________ ladeó la cabeza y contem¬pló la botella pensativamente. Después, volvió a olis¬quearla. Sí, olía bien.Tal vez... —se llevó la botella a los labios y bebió un trago muy largo.
¿Qué diablos...? Nick se incorporó sobre un codo para mirar a _________ que, de repente, había empe¬zado a toser y a estornudar como si se estuviera mu¬riendo. Tardó medio segundo en comprender que había ingerido un buen trago de bourbon. Sacó una mano y rescató tanto la botella como la linterna mientras esperaba a que ella recuperara el aliento.
—¡Pero si sabe horrible! — graznó cuando pudo hablar otra vez, lanzándole una mirada acusadora, como si fuera culpa de Nick—. ¿Cómo puedes be¬ber esto?
—Se le va tomando el gusto —dijo y, automática¬mente, a causa de su padre, matizó—. Demasiado, si te descuidas —pero no estaba pensando en el bour¬bon, ni en las palabras que salían de su boca.
Porque acababa de reparar en lo que estaba vien¬do, iluminado por el círculo amarillo de la linterna. Algo con lo que, hasta aquel momento, sólo había soñado. _________... con unas braguitas y un sujetador blanco de encaje y nada más. Era una visión digna de llenar los sueños de un hombre... muslos de atle¬ta, tersos y lustrosos, curvas maduras de mujer. La cintura que había sostenido entre sus manos en la co¬lina parecía aún más esbelta en contraste con la exu¬berante feminidad que quedaba por encima y por de¬bajo. Y sus senos...Tuvo que contenerse para no alargar los brazos y bajarle los tirantes.
CariitoJonas15
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
awww Nick me encanta
Es todo un machote segun el
La rayiz me mata de risa
Siguela!!
Es todo un machote segun el
La rayiz me mata de risa
Siguela!!
aranzhitha
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!!
POBREEEE DEEEE NIIICCCKKK!!!!!
TODOO LO QUE TIENE QUE PAAASAAAARRR!!!!!!
JAJAJAJAJAJA
PERO... AJAM ESTAMOOSS PARAAAAA AAAYUUUDAAAARRR!!!!
AAAII SIGUELA PORFIISSS
POBREEEE DEEEE NIIICCCKKK!!!!!
TODOO LO QUE TIENE QUE PAAASAAAARRR!!!!!!
JAJAJAJAJAJA
PERO... AJAM ESTAMOOSS PARAAAAA AAAYUUUDAAAARRR!!!!
AAAII SIGUELA PORFIISSS
chelis
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
Capítulo 28
Por un momento, se preguntó si habría adivinado sus pensamientos, porque _________ se llevó una mano al pecho y pareció sonrojarse allí. Pero comprendió que se estaba acariciando, no escondiendo, y emi¬tiendo un pequeño sonido de placer, como el ronro-neo de un gato.
—Mmm... —murmuró—. Sí, ya veo lo que quie¬res decir. Parece muy agradable. Agradable y cálido, dentro de mí —se retorció—. Bueno, es una pena que algo que huele tan bien y sienta tan bien sepa tan terriblemente mal. Pero quizá sea lo mejor, por-que dudo que sea bueno para uno —le quitó la bo¬tella y la linterna a Nick de las manos—.Ahora, túm¬bate y déjame que termine —dijo, y le lanzó una mirada severa que tuvo el efecto opuesto al que ella, seguramente, pretendía.
Nick obedeció con un gemido, intentando aca¬llar el impulso que acababa de tener de mandar al diablo las espinas, tumbar a _________ bajo su cuerpo y besarla hasta la locura.
No sabía cómo, pero sobrevivió a la siguiente hora, que fue, seguramente, el placer más intenso y la agonía más exquisita imaginables. Y las espinas del cactus tenían poco que ver con ello.
Tumbado boca abajo, con la mente llena de la úl¬tima imagen de _________, carne exuberante y curvilínea y tentadoras franjas de encaje blanco, primero sentía una pequeña punzada de dolor, después, la dulce quemazón del bourbon y, por último, la tibieza aún más dulce de la boca de _________... presión y calor suave y, a veces, cuando olvidaba retirárselo, el fresco beso sedoso de su pelo. De vez en cuando, le cantaba con voz suave y dulce en un idioma que Nick descono¬cía. Y cuando ya había retirado las espinas de una zona, amplia, se vertía un poco más de bourbon en las manos y se lo restregaba, acariciando, masajean¬do, quitando el dolor. Ése era el placer.
La agonía tenía lugar en otra parte. En la entre¬pierna, por supuesto, pero también en el vientre, y en los músculos de brazos y piernas, cuello y mandí¬bulas. El deseo se había adueñado de su cuerpo; era un estallido candente en su cerebro. Lo estaba con¬sumiendo. Sabía que, tarde o temprano, tendría que hacer algo al respecto y, cuando lo hiciera, temía no poder controlar al monstruo que lo estaba devoran¬do vivo.
Y sabía que lo peor aún estaba por llegar. Cuan¬do sintió que _________ deslizaba los dedos por debajo del elástico de sus calzoncillos, emitió un sonido que era mitad sollozo y mitad gemido e intentó dar¬se la vuelta.
—Ño, no —dijo con suavidad—, debes dejarme terminar —con suavidad, pero con firmeza, lo aplas¬tó contra la cama. Aún con más suavidad le retiró los calzoncillos y los arrojó lejos.
Nick jamás se había sentido tan vulnerable. El aire fresco acariciándole la piel desnuda, el hormigueo frío y húmedo del alcohol entre las piernas y por los costados y, después... la boca de _________. Sí, incluso allí, lamiendo, acariciando, suavizando el dolor. Oía sus rá¬pidos jadeos por encima del estruendo de su cora¬zón... Sin saber por qué, ella había dejado de cantar.
Supo cuándo había quitado la última espina. La oyó inspirar y exhalar con suavidad. Notó su movi¬miento cuando dejó la botella de bourbon sobre la mesilla. Después, el peso blando de sus senos al in¬clinarse sobre él. El alivio y la alarma lo sacudieron y el corazón le dejó de latir. «No ¿Habría hablado? ¿Qué importaba? La adrenalina lo hacía estremecerse cuando la sujetó por la cintu¬ra. En menos de un instante, la inmovilizó sobre el colchón.
La linterna rodó, pero seguía derramando suficien¬te luz sobre la cama para distinguir el rostro de _________, el enigma oscuro de sus ojos, desprovistos de temor, sólo minúsculas arrugas de perplejidad entre ellos.
Sintió los senos de _________ elevándose bajo su bra¬zo mientras ella susurraba: —¿No deseas que continúe? —No —en aquella ocasión, supo que había habla¬do, pero con una voz que no reconocía. Y no se trata de desear. Es que no puedo dejar que lo hagas. —¿Por qué? No lo entiendo. ¿No te gusta? Desviando la vista hacia la pared, Nick emitió una suave carcajada. Después, volvió a mirar a _________, y levantó una mano para tocarle la cara. Con suavi¬dad, con dedos maravillados, recorrió la línea negra de su ceja, la curva limpia y pura de su mejilla y mandíbula.
—¿No lo sabes? —encogió un hombro—. Eres virgen —añadió con dolorosa sencillez.
_________ no dijo nada durante varios segundos, mien¬tras el corazón le latía con fuerza contra la barricada del brazo de Nick, como un pájaro cautivo impa¬ciente por liberarse. Después, emitió un sonido, un pequeño suspiro de perplejidad e impaciencia.
—En mi cultura —susurró, y su ceño se intensifi¬có mientras escrutaba el rostro de Nick—, para los hombres, la virginidad de una mujer es un tesoro... un regalo. Creo que para ti no es así. Para ti... no es más que una carga.
—No tanto una carga... —reflexionó Nick, con voz rasposa y suave a la vez— como una responsabi¬lidad.
—Pero ¿por qué? —_________ exhaló otro suspiro de desolación—. No lo entiendo.
De nuevo, Nick escrutó las sombras de la habita¬ción para reunir valor. _________ no podía saber lo mu¬cho que le costaba hablar de aquellas cuestiones ín¬timas.
—Ahora mismo estoy demasiado... duro, demasia¬do excitado —tomó aire, pero no le llegaban las pa¬labras—. No soportaría —susurró por fin con voz entrecortada— hacerte daño.
—Ah —exclamó _________—, ¿no es más que eso? —su ansiosa inocencia estuvo a punto de desarmarlo. Ce¬rró los dedos en torno a la muñeca de Nick y acercó los labios a su palma como si fuera un pájaro acurru¬cándose en el nido—. Pensaba... Pensaba que era por¬que no me deseabas.
Nick estaba en una situación precaria; no se atre¬vía a reír. Con un suave gemido, bajó la frente hasta tocar la de ella.
—¿Porque no te deseaba? No, no, es que te deseo demasiado.
_________ retiró los dedos de la muñeca de Nick y se los hundió en el pelo. Ladeó el rostro y empezó a besarlo... en la barbilla, en el borde de la mandíbula, en la comisura de los labios.
—Pero ¡si soy tu esposa! ¿Cómo es posible... de¬sear demasiado... a una esposa?
«Tu esposa» Nick reprodujo las palabras en su ca¬beza y su corazón se estremeció como si hubiera su¬frido una colisión. En cierto sentido, lo era, una coli¬sión entre cabeza y corazón, entre razón y emoción. «Si haces esto», le recordaba la lógica, «no podrás deshacerlo» «¡No me importa!», le respondía el cora¬zón.
Rindiéndose despacio, acercó los labios a los de ella, tocándola apenas, fundiendo su aliento con el de _________. Sintió que ella se quedaba inmóvil de asom¬bro y abría los labios con una sonrisa gozosa antes de establecer el contacto, atormentando despiadada-mente unas terminaciones nerviosas ya hipersensibles. Nick sentía la caricia en las sienes y en el ester¬nón, en las plantas de los pies y en las corvas, en la boca del estómago... y en la entrepierna, con una agonía honda y candente.
«Si la beso ahora», pensó con absoluta certeza, «no podré parar»
—No pasa nada —murmuró _________, como si le hu¬biera leído el pensamiento—. Me han dicho que es normal que haya dolor la primera vez. No me impor¬ta.
Con un movimiento rápido y violento, Nick le atrapó la muñeca y se la sujetó contra la colcha mientras se apartaba para mirarla. Los senos de _________ se elevaban y caían con ritmo irregular, rozándole el brazo.
—¿Quién te ha dicho eso? —fuera quien fuera, pensaba dejarlo por mentiroso.
—Salma. Fue mi niñera y, ahora, es mi querida amiga. Y me dio algo para aliviar el dolor, una receta especial de hierbas y aceites. Dijo que era de su abuela.
¿Hierbas y aceites? Nick volvía a sumergirse en Las mil y una noches. Con cuidado, intentando no sonreír, dijo:
—¿Y has traído esa sustancia mágica contigo?
—Por supuesto. La tengo aquí mismo, en la bolsa —y ágil como una nutria se retorció y se tumbó boca abajo al tiempo que estiraba el brazo para al¬canzar la bolsa de viaje. Mientras hurgaba en el con¬tenido, Nick, apoyándose en un codo, contemplaba su cuerpo, la forma pálida y curvilínea que se recor¬taba contra la colcha... más pálida aún la franja que apenas cubría los montículos redondos de su trase¬ro—. ¡Aquí está! —exclamó _________, triunfante, y sostuvo en alto el frasco, de silueta airosa y color iridis¬cente. Pero antes de que ella pudiera darse la vuelta, Nick gruñó:
—No tan deprisa —y, poniéndole una mano en los ríñones, la inmovilizó boca abajo. Enseguida, se colocó a horcajadas sobre los muslos de _________ e incli¬nándose le susurró al oído—.Ahora me toca a mí.
Aunque la agonía del deseo y la presión de su erección eran tan crueles como antes, en aquellos momentos, su mente, al menos, pensaba con niti¬dez. Volvía a sentirse dueño de las circunstancias. La confianza corría como una droga por sus venas. Se sentía mareado del poder que ejercía sobre ella y, al mismo tiempo, temblaba por dentro de ternu¬ra.
Con mucha suavidad, porque sabía por experien¬cia lo indefensa y vulnerable que se sentía, retiró la melena sedosa de pelo de su rostro y cuello y empe¬zó a acariciarle, con una delicadeza que no había creído poseer, el lóbulo de la oreja. La oyó exhalar mientras le acariciaba la mejilla con el dorso de los dedos, y sintió el hormigueo de sus pestañas mien¬tras cerraba los ojos.
Nick se enderezó entonces y, después de soltar hábilmente el broche del sujetador, deslizó los pul¬gares por la espalda de _________ hacia abajo, para fami¬liarizarla con su roce. Ella tenía la piel caliente y lisa, como si tuviera fiebre.
Le quitó el frasco de las manos y lo abrió; después, se lo acercó a la nariz. La fragancia era exótica, miste¬riosa, embriagadora... como _________. Le llenaba la cabeza de imágenes, de impresiones, de recuerdos... de jardi¬nes bañados por el sol y cargados del aroma de las ro¬sas, de fuentes burbujeantes y pájaros de alegres colores, y de una princesa morena con una cautivadora sonrisa con hoyuelos.
Dejando a un lado el tapón, vertió un poco de lí¬quido en el valle de entre sus omóplatos y empezó a extenderlo por su cuerpo, trabajando como un maes¬tro escultor, masajeando y moldeando, a veces con los dedos, a veces con toda la mano, absorto en la perfección de su cuerpo, de sus músculos, de la be¬lleza con que se disponían sobre sus huesos. La inge¬niosa simetría de su columna...
_________ no estaba tan relajada como parecía. Se mo¬vió cuando él se inclinó hacia atrás y deslizó los de¬dos por debajo de la banda de encaje de las braguitas.
—Es lo justo —susurró Nick mientras tiraba de ellas despacio sobre la elevación de sus glúteos, y se olvidó de respirar al contemplar, fascinado, aquel úl¬timo descubrimiento de su desnudez. Se colocó a su lado para retirarle las braguitas, y sintió cómo ella contraía la espalda cuando se inclinó para besar el juego de hoyuelos de la base de la espalda.
Con sumo cuidado, Nick vertió aceite en el sua¬ve valle de la cintura de _________. Después, empezó a ex¬tendérselo hacia arriba... por los costados... por los suaves montículos de las nalgas hasta la parte poste¬rior de los muslos. Vertió más aceite y con él deslizó los dedos en la rendija de entre sus glúteos, calibran¬do a cada momento su reacción a la primera inva¬sión de los lugares más íntimos de su cuerpo.
Ella empezó a respirar con rapidez. Volvió a mo¬verse, y fue el instinto, quizá, lo que la hizo separar un poco las piernas. Nick se tumbó junto a ella en aquel momento, estirando el cuerpo e incorporán¬dose sobre un codo para poder murmurar palabras tranquilizadoras mientras la acariciaba. _________ intentó volver el rostro hacia él, buscando, indagando, pero él apretó el rostro contra su mejilla para mantenerla inmóvil y le besó el oído, después el cuello. Ella ja¬deó y se acurrucó aún más contra él, pero no inten¬tó otra vez darse la vuelta.
Entonces, Nick la tranquilizó con besos y soni¬dos mientras le introducía los dedos aceitosos entre los muslos y penetraba por primera vez su virginal suavidad.
Estaba tensa, tan tensa... La oía respirar con pe¬queños jadeos y gemidos, pero sabía que no era por el dolor. Suavemente, retiró los dedos, y volvió a penetrarla una y otra vez, cada vez introducién¬dose un poco más en su cuerpo. El aceite y la hu¬medad de _________ facilitaban la tarea. Tenía la piel can¬dente, el pelo húmedo de sudor e impregnado de su fragancia exótica. A Nick le palpitaba salvaje¬mente el corazón cuando abrió la boca junto a la nuca de _________ y se sumergió en el calor y el olor de ella... mientras seguía moviendo los dedos dentro de su cuerpo. Y cuando la hubo penetrado por en¬tero, la oyó proferir un pequeño gemido, más de sorpresa que de susto, y sintió que su carne se con¬traía y latía en torno a su dedo. La sostuvo con sua¬vidad, acogiéndola en su mano, empapándose de su calor, y su propio cuerpo experimentó oleadas de placer, y de otras emociones aún más chocan¬tes.
Por fin, cuando el cuerpo de _________ se hubo tran¬quilizado, ella volvió el rostro, no hacia él, sino hacia abajo, como si quisiera esconderse de Nick. Con los brazos cruzados bajo su cuerpo, habló con voz aho¬gada junto a la colcha.
CariitoJonas15
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
POOOOOORRRFIIIINNNN!!!!!!
JAJAJAJAJAJAJAJA
JAJAJAJAJAJAJAJA
chelis
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
Ay dios mio!!!. Tienes que seguirla
me quede picada!! :D
me quede picada!! :D
MeliGarcia
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
po fin Nick hasta que te decidiste
Siguela!!!!
Siguela!!!!
aranzhitha
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
Capítulo 29
—Nick, lo siento. No quería que pasara eso... No sé por qué... No he podido evitarlo. Nunca me había ocurrido nada igual.
Con cuidadosa gravedad, Nick dijo: —No, seguramente, no. Lo que has sentido, prin-cesa, ha sido un orgasmo —hizo una pausa y dejó que una sonrisa impregnara su voz—. Uno peque¬ño.
_________ levantó la cabeza para mirarlo fijamente, con medio rostro oculto por la cortina azabache de su pelo.
—¿De verdad? ¿Es cierto? No imaginaba que sería así. He leído sobre esto en algunos libros pero nun¬ca...
—¿En algunos libros? —¡suponía tanto alivio reír...!— ¿Dónde has conseguido libros sobre sexo?
—En el internado, una de mis compañeras tenía uno. Creo que era francesa. Solíamos verlo de no¬che, bajo las mantas, con una linterna —bajó la vista, mordiéndose el labio y enseñando los hoyuelos al recordar la picardía. Después, volvió a mirarlo a los ojos—. Pero es imposible saber lo que se siente le¬yendo un libro.
Nick levantó una mano, la deslizó por debajo de los cabellos de _________ y le rodeó la mejilla con suavi¬dad.
—Yo tampoco sé lo que tú sientes —dijo con suavidad—. Sólo lo que siento yo.
—Pues debe de ser muy bueno para ti...
—Ya lo creo —las palabras vibraron bajo su es¬ternón como el rugido de un tigre.
Los labios de _________ temblaron, en aquella ocasión, con una sonrisa que se extinguió antes de alcanzar los hoyuelos.
—Quiero que sientas eso —dijo con voz ronca mientras se le cerraban los ojos junto a la palma de Nick.
—Descuida, lo sentiré —de nuevo, le sentaba bien reír.
—Y... no debes temer hacerme daño.
Pero Nick sabía que ella no estaba preparada para él, no si quería mantener la promesa que le hizo a continuación con un fiero gruñido:
—No voy a hacerte daño, princesa.
Ella exhaló un suspiro paciente de aceptación. Nick permitió entonces que se tumbara de espal¬das, y sus ojos devoraron el banquete de belleza fe¬menina que sólo había visto, antes de aquella noche, camuflado en la ropa modestamente elegante que acostumbraba a llevar. En la penumbra, pudo vislum¬brar curvas cremosas y valles sombríos, pezones sonrosados y un triángulo de suave azabache en la unión de los muslos. Hambriento de más, estaba echando mano a la linterna cuando ella habló, incor¬porándose sobre los codos.
—Me gustaría verte —dijo _________.
Él la besó en cambio, y murmuró junto a sus labios:
—Lo harás... Pero no ahora.
—¿Por qué?
Volvió a besarla, una y otra vez, hasta que, abru¬mada, se dejó caer sobre la colcha y lo buscó con avidez, jadeando y arqueando el cuerpo hacia él mientras hundía los dedos en los cabellos de Nick. Él se apartó en aquel momento y se quedó mirando aquellos ojos aturdidos de azabache.
—Tienes que confiar en mí —dijo.
¿Qué opción tenía?, pensó _________. Estaba perdida en un mundo de sentidos y sensaciones, algo tan exquisito y encantador que quería alcanzarlas y soste¬nerlas entre las manos. Era tan abrumador que esta¬ba admirada y empequeñecida por su poder, como una persona en el borde de una cascada. Estaba per¬dida y, sí, también asustada. Pero había una excita¬ción deliciosa en ese temor. Porque estaba Nick.
Sí, confiaba en él. Era así de sencillo y sorpren¬dente. Confiaba en él por completo. Su cuerpo ya no era de ella, sino de él, era arcilla en las manos del al¬farero.
¿De un alfarero? No. Aunque no tenía escala con la que comparar, a ella le parecía un artista... un maes¬tro. Sus manos, su boca... la consumían, controlaban y exigían. Pero nunca, nunca, le producían dolor. Sólo el gozo más exquisito y el placer más inimaginable.
En otras dos ocasiones sintió las extrañas y mara¬villosas sensaciones en que su cuerpo parecía hacer¬se enorme y candente como el sol para luego venirse abajo en una cascada de mil estrellas palpitantes, una vez cuando le separó los muslos con las manos y la besó... la besó como la besaba en la boca, profunda¬mente, con la lengua, justo allí, donde ya estaba tan ardiente, henchida y sensible al más leve roce. La sensación entonces fue tan intensa que gritó, arqueó la espalda y tembló en las manos de Nick, sin saber si se apartaba o buscaba aquellas sensaciones aterra¬doras, sólo convencida de que no podía soportarlo más y que moriría si lo hacía.
Y de pronto... Nick la sujetó con fuerza mientras ella se precipitaba por el abismo, gimiendo, jadean¬do, dando sacudidas, y por fin comprendió lo que Nick había querido decir con «uno pequeño»
Confiaba en él. Por entero.Y cuando por fin le se¬paró las piernas y se arrodilló con cuidado entre ellas... cuando tomó el frasco de aceite de Salma, vertió un poco en sus manos y la acarició con suavi¬dad entre las piernas y muy, muy dentro de ella... cuando se inclinó apoyándose en las manos y la miró con una pregunta y una promesa en los ojos... ella lo contempló a través de unos párpados entre¬cerrados demasiado pesados para abrirlos... y son¬rió.
Confiaba en él. Pero profirió una exclamación cuando notó que se acomodaba dentro de ella; no pudo evitarlo. Y profirió otra cuando experimentó la primera invasión intensa y creciente. Y, al instante, él estaba allí, tomándole el rostro entre las manos y acariciándole las mejillas, los párpados, las sienes con los pulgares, adueñándose de su conciencia, susurrándole junto a la boca:
—Quédate conmigo... Relájate, cariño... No te pongas tensa ahora.
_________ asintió, exhaló el aire y se abrió a él.
Muy despacio, lo dejó entrar en su cuerpo y acep¬tó la creciente presión con algo parecido al triunfo. ¿Aquello era dolor? No lo sabía y, de todas formas, si lo hubiera sido no se lo habría dicho. No le importa¬ba, porque aquél era su marido y desde aquel mo-mento siempre formaría parte de ella. Jamás podría haber imaginado un gozo tan fiero y abrasador.
Ah, pero a medida que crecía la presión dentro de su cuerpo hasta el límite de lo soportable, tam¬bién aumentaba otro tipo de presión. Lo veía venir, sentía cómo le llenaba la garganta, le hacía temblar el pecho, le entrecortaba la respiración y le llenaba de lágrimas los ojos. Intentó contenerse, pero le so¬brevino de todas formas, como ese otro tumulto que su cuerpo no pudo controlar.
—Lo siento —jadeó, y su pecho ascendía, con voz aguda y rota por el pánico—. No pretendía llo¬rar. No quiero... No significa... Por favor, no pienses que me estás haciendo daño. No sé por qué, no pue¬do contenerme.
—Calla... No pasa nada —susurró Nick, antes de besarle y acariciarle los párpados humedecidos—. No son más que emociones. Adelante, llora si quieres.
Después, por extraño que pareciera, _________ empe¬zó a reír. Pero era una risa singular, porque estaba mezclada con las lágrimas. Milagrosamente, Nick pa¬reció comprenderlo también, y le besó las lágrimas, después los labios, una y otra vez, mezclando su risa con la de ella.
—No hace falta que pares —murmuró _________, asombrada y saciada sintiéndolo dentro de ella.
—Sí, en realidad, sí —dijo Nick con una extraña carcajada jadeante. Bajó la cabeza para plantarle un minúsculo beso en la punta de la nariz—. No puedo ir más lejos... en más de un sentido —volvió a besar¬la, en la boca en aquella ocasión. _________ veía la tensión que vibraba en sus brazos, la oía en su voz, como si tuviera las mandíbulas apretadas—.Temo que... he aguantado todo lo que he podido. Me siento dema¬siado bien dentro de ti, cariño. Creo que... vas a te¬ner que dejarme experimentar esa sensación ahora.
Antes de que ella pudiera comprenderlo y prepa¬rarse, notó cómo reunía sus fuerzas, cómo se eleva¬ba y la penetraba con una rotundidad que le robó el aire de los pulmones. Aturdida y un poco asustada, estaba demasiado absorta y abrumada por la fuerza y poderío de su virilidad. Por primera vez, compren¬dió lo intenso que era su control, lo profunda que era su contención, el precio de su suavidad.
Aquél era Nick, su marido, imponente, magnífico y poderoso. La invadió una oleada de esa extraña ter¬nura protectora que había sentido por él en medio de la lluvia. Sólo en aquel momento comprendió lo que era.
«Pero... Esto sólo puede ser amor, pensó, admira¬da. Sí, lo es. Es cierto. Lo amo»
La recorrió otra oleada de emoción, aquélla fría y terrible, llena de anhelo, que la hizo aferrarse a él con una especie de fiera desesperación mientras el cuerpo fuerte de Nick la penetraba y se vaciaba dentro de ella.
«¡Nick, te quiero!», exclamó su corazón, pero no podía decirlo en voz alta. Lo quería. Por fin lo sabía. Y eso hacía aún más terrible que él no la amara.
Hacía rato que la tarde había dado paso a la no¬che y que la luz de la linterna se había extinguido. _________ respiraba con suavidad en una oscuridad densa cuando Nick se levantó de la cama y se dirigió, con una seguridad nacida de la práctica, al cuarto de baño. Con la puerta cerrada, buscó con la mano las cerillas de encima del depósito del retrete y encen¬dió la vela que había dejado allí hacía unas horas, embutida en un tazón de café, con la cera derretida. A _________ le había encantado.
Cerró los ojos y se aferró al borde del lavabo con las dos manos mientras las imágenes lo inundaban... recuerdos tan recientes, tan nítidos y claros que po¬día verla en aquellos momentos, metiéndose en la bañera, haciendo una pequeña mueca cuando sus partes suavemente femeninas entraban en contacto con las burbujas apenas tibias. Nick había experimentado una gran angustia, y había pensado en fruta aplastada y pétalos de flores arrugados pero, des¬pués, ella lo había mirado a los ojos y había desple¬gado esa irresistible sonrisa con hoyuelos. Acto se¬guido, Nick se había sumergido en la bañera y lo que pretendía ser el eco de algo maravilloso se ha¬bía convertido en el comienzo de algo aún mejor.
Incluso en aquellos momentos, agotado y vacío más allá de lo soportable, sólo de recordar el tacto de su trasero resbaladizo encajándose entre sus pier¬nas, y él mismo resbalando sobre las de ella... Sí, los dos al mismo tiempo, ella arqueando el cuerpo y él llenándose las manos con el dulce peso ardiente de sus senos... Incluso en aquellos momentos, al recor¬darlo, se le contraía la entrepierna y se le llenaba la cabeza de deseo. ¿Cómo podía ser de otra manera?
Levantó la cabeza y se miró en el espejo del ar¬mario de las medicinas. La luz de la vela le afilaba el rostro, le ensombrecía la mirada. Un marido tras una noche como aquélla debía considerarse el hombre más feliz y afortunado del mundo. O eso o, teniendo en cuenta sus circunstancias, debía estar tirándose de los pelos. En realidad, no sentía ni una cosa ni la otra. No tenía ni idea de lo que sentía.
Así que le había hecho el amor a su esposa. Ha¬bía consumado el matrimonio, aun sabiendo lo que significaría para los dos. ¡Vaya con su fuerza de vo¬luntad! Y había sido el placer más intenso y aluci¬nante de su vida.
Pero, al margen de que lo comprometía a seguir casado, le gustara o no, ¿qué había cambiado? La mu¬jer que dormía en su cama seguía siendo, en casi to¬dos los sentidos, una desconocida para él. Provenía de una cultura tan diferente de la suya que parecia de otro planeta. La mujer que había sostenido en sus brazos, en la que se había sumergido hasta el punto de no saber dónde acababa él y empezaba ella... la mujer en la que, que Dios lo ayudara, había vertido sus genes, seguía siendo _________ Kamal, princesa deTamir.
Entonces, ¿por qué sentía los brazos vacíos sin ella? ¿Por qué seguía deseándola? Y, lo más asombro¬so de todo, ¿qué era aquella terrible ternura que des¬pertaba en él?
Como no tenía respuestas, entró en el dormitorio en que había dejado su bolsa de viaje, sacó unos cal¬zoncillos limpios y se los puso. Después, salió al por¬che y, sentándose en los peldaños, vio amanecer.
Al menos, sí sabía lo que sentía en aquellos mo¬mentos. Estaba anonadado, atónito, perplejo. Y muer¬to de miedo.
_________ se despertó sintiendo una deliciosa rigidez en todos los músculos y articulaciones, y se estiró placenteramente, como un enorme gato perezoso. También sentía una misteriosa molestia dilatada en¬tre las piernas que registraba su pulso con pequeños golpecitos de placer, minúsculos ecos de lo que ha¬bía ocurrido allí no hacía mucho. Bajo las mantas, abrazó su desnudez al sentir un estremecimiento de... ¿qué? ¿Temor? ¿Felicidad? «Tal vez», pensó _________, «como me siento es temerosamente feliz»
No se sorprendió al encontrarse sola en la cama que había compartido con Nick, aunque la decep¬cionó. ¿Cuándo, se preguntó, conocería la dicha de despertarse por la mañana junto a su marido?
Pero jamás se lo reprocharía a Nick. No debía dar demasiadas cosas por hecho. A fin de cuentas, el que fuera su marido, el que le hubiera hecho el amor, no significaba que la amara. No era tan ingenua como para pensar que era lo mismo.Y, en aquellos momen¬tos, se sentía demasiado vulnerable para querer co¬nocer la verdad de lo que Nick sentía por ella.
Su cuerpo era, y siempre sería, de Nick. Lo mis¬mo que su corazón. Pero ése era su secreto y, de mo¬mento, debía enterrarlo en el fondo de su alma.
Se levantó y se vistió rápidamente, poniéndose unos pantalones de vestir y una blusa de manga lar¬ga. Tras una breve parada en el cuarto de baño, fue en busca de su marido. No estaba en la casa y, duran¬te un instante, experimentó las punzadas de un pá¬nico irracional... Era absurdo, por supuesto. ¿Acaso pensaba que Nick la dejaría allí? Por la ventana del salón lo vio en el porche delantero.
Estaba apoyado en un poste y mirando por en¬cima de la barandilla, fumando uno de sus delga¬dos puros marrones y sosteniendo un tazón con unos símbolos que, según le había dicho, eran mar¬cas de ganaderías. Aunque no parecía el típico cowboy aquella mañana, con los vaqueros azules, un polo blanco y gafas de sol, estaba fresco y lim¬pio como la lluvia, delgado y relajado... y del todo inaccesible.
Nick se volvió cuando ella salió al porche. Tenía el semblante compuesto mientras levantaba el tazón a modo de saludo y decía:
—Buenos días.
—Buenos días —respondió _________. Deseaba poder verle los ojos. Que le sonriera, sólo una vez, con aquella alegría desinhibida que había visto en el jar¬dín del palacio. Sólo una vez. Así lo sabría, pensó.
—¿Quieres café? Todavía queda mucho...
_________ volvió la cabeza hacia la casa; después, se encogió de hombros y dijo:
—Sí, gracias. Ahora me sirvo un poco —vaciló—. ¿Llevas mucho tiempo levantado? —añadió con na¬turalidad, con desenfado, sin dar demasiadas cosas por hecho.
Nick tomó un sorbo de café y dio una calada al puro.
—Un rato —respondió, y expulsó una bocanada de humo—. ¿Y tú? ¿Has dormido bien?
—Sí, gracias. Muy bien.
«Parecemos dos desconocidos», pensó _________ con ánimo lúgubre. ¡Cómo deseaba poder acercarse a él y rodearle la cintura con los brazos con la confianza que debería ser natural entre marido y mujer, apoyar el rostro en su pecho y decirle alegremente que aquella mañana era hermosísima porque él estaba en ella!
En cambio, se acercó a la barandilla, a cierta dis¬tancia de él y, apoyándose en ella, contempló la ma¬ñana que cada vez resultaba menos hermosa.
—Huele a limpio después de la lluvia —dijo, lle¬nándose los pulmones con un aire que le resultaba denso y con unos olores que no reconocía—. ¿Crees que hará un buen día?
—Es difícil saberlo —Nick se movió con intran¬quilidad y arrojó el puro—. Es época de tormentas. No se sabe cuándo pueden estallar.
—¿Saldremos a pasear a caballo otra vez hoy?
Nick le lanzó una mirada de sorpresa. Después de lo de anoche, ¿cómo podía _________ sugerir algo así? O no estaba pensando con claridad o había cuidado mejor de ella de lo que había creído. Esbozó una me¬dia sonrisa. Los recuerdos volvieron ronca su voz.
—Nick, lo siento. No quería que pasara eso... No sé por qué... No he podido evitarlo. Nunca me había ocurrido nada igual.
Con cuidadosa gravedad, Nick dijo: —No, seguramente, no. Lo que has sentido, prin-cesa, ha sido un orgasmo —hizo una pausa y dejó que una sonrisa impregnara su voz—. Uno peque¬ño.
_________ levantó la cabeza para mirarlo fijamente, con medio rostro oculto por la cortina azabache de su pelo.
—¿De verdad? ¿Es cierto? No imaginaba que sería así. He leído sobre esto en algunos libros pero nun¬ca...
—¿En algunos libros? —¡suponía tanto alivio reír...!— ¿Dónde has conseguido libros sobre sexo?
—En el internado, una de mis compañeras tenía uno. Creo que era francesa. Solíamos verlo de no¬che, bajo las mantas, con una linterna —bajó la vista, mordiéndose el labio y enseñando los hoyuelos al recordar la picardía. Después, volvió a mirarlo a los ojos—. Pero es imposible saber lo que se siente le¬yendo un libro.
Nick levantó una mano, la deslizó por debajo de los cabellos de _________ y le rodeó la mejilla con suavi¬dad.
—Yo tampoco sé lo que tú sientes —dijo con suavidad—. Sólo lo que siento yo.
—Pues debe de ser muy bueno para ti...
—Ya lo creo —las palabras vibraron bajo su es¬ternón como el rugido de un tigre.
Los labios de _________ temblaron, en aquella ocasión, con una sonrisa que se extinguió antes de alcanzar los hoyuelos.
—Quiero que sientas eso —dijo con voz ronca mientras se le cerraban los ojos junto a la palma de Nick.
—Descuida, lo sentiré —de nuevo, le sentaba bien reír.
—Y... no debes temer hacerme daño.
Pero Nick sabía que ella no estaba preparada para él, no si quería mantener la promesa que le hizo a continuación con un fiero gruñido:
—No voy a hacerte daño, princesa.
Ella exhaló un suspiro paciente de aceptación. Nick permitió entonces que se tumbara de espal¬das, y sus ojos devoraron el banquete de belleza fe¬menina que sólo había visto, antes de aquella noche, camuflado en la ropa modestamente elegante que acostumbraba a llevar. En la penumbra, pudo vislum¬brar curvas cremosas y valles sombríos, pezones sonrosados y un triángulo de suave azabache en la unión de los muslos. Hambriento de más, estaba echando mano a la linterna cuando ella habló, incor¬porándose sobre los codos.
—Me gustaría verte —dijo _________.
Él la besó en cambio, y murmuró junto a sus labios:
—Lo harás... Pero no ahora.
—¿Por qué?
Volvió a besarla, una y otra vez, hasta que, abru¬mada, se dejó caer sobre la colcha y lo buscó con avidez, jadeando y arqueando el cuerpo hacia él mientras hundía los dedos en los cabellos de Nick. Él se apartó en aquel momento y se quedó mirando aquellos ojos aturdidos de azabache.
—Tienes que confiar en mí —dijo.
¿Qué opción tenía?, pensó _________. Estaba perdida en un mundo de sentidos y sensaciones, algo tan exquisito y encantador que quería alcanzarlas y soste¬nerlas entre las manos. Era tan abrumador que esta¬ba admirada y empequeñecida por su poder, como una persona en el borde de una cascada. Estaba per¬dida y, sí, también asustada. Pero había una excita¬ción deliciosa en ese temor. Porque estaba Nick.
Sí, confiaba en él. Era así de sencillo y sorpren¬dente. Confiaba en él por completo. Su cuerpo ya no era de ella, sino de él, era arcilla en las manos del al¬farero.
¿De un alfarero? No. Aunque no tenía escala con la que comparar, a ella le parecía un artista... un maes¬tro. Sus manos, su boca... la consumían, controlaban y exigían. Pero nunca, nunca, le producían dolor. Sólo el gozo más exquisito y el placer más inimaginable.
En otras dos ocasiones sintió las extrañas y mara¬villosas sensaciones en que su cuerpo parecía hacer¬se enorme y candente como el sol para luego venirse abajo en una cascada de mil estrellas palpitantes, una vez cuando le separó los muslos con las manos y la besó... la besó como la besaba en la boca, profunda¬mente, con la lengua, justo allí, donde ya estaba tan ardiente, henchida y sensible al más leve roce. La sensación entonces fue tan intensa que gritó, arqueó la espalda y tembló en las manos de Nick, sin saber si se apartaba o buscaba aquellas sensaciones aterra¬doras, sólo convencida de que no podía soportarlo más y que moriría si lo hacía.
Y de pronto... Nick la sujetó con fuerza mientras ella se precipitaba por el abismo, gimiendo, jadean¬do, dando sacudidas, y por fin comprendió lo que Nick había querido decir con «uno pequeño»
Confiaba en él. Por entero.Y cuando por fin le se¬paró las piernas y se arrodilló con cuidado entre ellas... cuando tomó el frasco de aceite de Salma, vertió un poco en sus manos y la acarició con suavi¬dad entre las piernas y muy, muy dentro de ella... cuando se inclinó apoyándose en las manos y la miró con una pregunta y una promesa en los ojos... ella lo contempló a través de unos párpados entre¬cerrados demasiado pesados para abrirlos... y son¬rió.
Confiaba en él. Pero profirió una exclamación cuando notó que se acomodaba dentro de ella; no pudo evitarlo. Y profirió otra cuando experimentó la primera invasión intensa y creciente. Y, al instante, él estaba allí, tomándole el rostro entre las manos y acariciándole las mejillas, los párpados, las sienes con los pulgares, adueñándose de su conciencia, susurrándole junto a la boca:
—Quédate conmigo... Relájate, cariño... No te pongas tensa ahora.
_________ asintió, exhaló el aire y se abrió a él.
Muy despacio, lo dejó entrar en su cuerpo y acep¬tó la creciente presión con algo parecido al triunfo. ¿Aquello era dolor? No lo sabía y, de todas formas, si lo hubiera sido no se lo habría dicho. No le importa¬ba, porque aquél era su marido y desde aquel mo-mento siempre formaría parte de ella. Jamás podría haber imaginado un gozo tan fiero y abrasador.
Ah, pero a medida que crecía la presión dentro de su cuerpo hasta el límite de lo soportable, tam¬bién aumentaba otro tipo de presión. Lo veía venir, sentía cómo le llenaba la garganta, le hacía temblar el pecho, le entrecortaba la respiración y le llenaba de lágrimas los ojos. Intentó contenerse, pero le so¬brevino de todas formas, como ese otro tumulto que su cuerpo no pudo controlar.
—Lo siento —jadeó, y su pecho ascendía, con voz aguda y rota por el pánico—. No pretendía llo¬rar. No quiero... No significa... Por favor, no pienses que me estás haciendo daño. No sé por qué, no pue¬do contenerme.
—Calla... No pasa nada —susurró Nick, antes de besarle y acariciarle los párpados humedecidos—. No son más que emociones. Adelante, llora si quieres.
Después, por extraño que pareciera, _________ empe¬zó a reír. Pero era una risa singular, porque estaba mezclada con las lágrimas. Milagrosamente, Nick pa¬reció comprenderlo también, y le besó las lágrimas, después los labios, una y otra vez, mezclando su risa con la de ella.
—No hace falta que pares —murmuró _________, asombrada y saciada sintiéndolo dentro de ella.
—Sí, en realidad, sí —dijo Nick con una extraña carcajada jadeante. Bajó la cabeza para plantarle un minúsculo beso en la punta de la nariz—. No puedo ir más lejos... en más de un sentido —volvió a besar¬la, en la boca en aquella ocasión. _________ veía la tensión que vibraba en sus brazos, la oía en su voz, como si tuviera las mandíbulas apretadas—.Temo que... he aguantado todo lo que he podido. Me siento dema¬siado bien dentro de ti, cariño. Creo que... vas a te¬ner que dejarme experimentar esa sensación ahora.
Antes de que ella pudiera comprenderlo y prepa¬rarse, notó cómo reunía sus fuerzas, cómo se eleva¬ba y la penetraba con una rotundidad que le robó el aire de los pulmones. Aturdida y un poco asustada, estaba demasiado absorta y abrumada por la fuerza y poderío de su virilidad. Por primera vez, compren¬dió lo intenso que era su control, lo profunda que era su contención, el precio de su suavidad.
Aquél era Nick, su marido, imponente, magnífico y poderoso. La invadió una oleada de esa extraña ter¬nura protectora que había sentido por él en medio de la lluvia. Sólo en aquel momento comprendió lo que era.
«Pero... Esto sólo puede ser amor, pensó, admira¬da. Sí, lo es. Es cierto. Lo amo»
La recorrió otra oleada de emoción, aquélla fría y terrible, llena de anhelo, que la hizo aferrarse a él con una especie de fiera desesperación mientras el cuerpo fuerte de Nick la penetraba y se vaciaba dentro de ella.
«¡Nick, te quiero!», exclamó su corazón, pero no podía decirlo en voz alta. Lo quería. Por fin lo sabía. Y eso hacía aún más terrible que él no la amara.
Hacía rato que la tarde había dado paso a la no¬che y que la luz de la linterna se había extinguido. _________ respiraba con suavidad en una oscuridad densa cuando Nick se levantó de la cama y se dirigió, con una seguridad nacida de la práctica, al cuarto de baño. Con la puerta cerrada, buscó con la mano las cerillas de encima del depósito del retrete y encen¬dió la vela que había dejado allí hacía unas horas, embutida en un tazón de café, con la cera derretida. A _________ le había encantado.
Cerró los ojos y se aferró al borde del lavabo con las dos manos mientras las imágenes lo inundaban... recuerdos tan recientes, tan nítidos y claros que po¬día verla en aquellos momentos, metiéndose en la bañera, haciendo una pequeña mueca cuando sus partes suavemente femeninas entraban en contacto con las burbujas apenas tibias. Nick había experimentado una gran angustia, y había pensado en fruta aplastada y pétalos de flores arrugados pero, des¬pués, ella lo había mirado a los ojos y había desple¬gado esa irresistible sonrisa con hoyuelos. Acto se¬guido, Nick se había sumergido en la bañera y lo que pretendía ser el eco de algo maravilloso se ha¬bía convertido en el comienzo de algo aún mejor.
Incluso en aquellos momentos, agotado y vacío más allá de lo soportable, sólo de recordar el tacto de su trasero resbaladizo encajándose entre sus pier¬nas, y él mismo resbalando sobre las de ella... Sí, los dos al mismo tiempo, ella arqueando el cuerpo y él llenándose las manos con el dulce peso ardiente de sus senos... Incluso en aquellos momentos, al recor¬darlo, se le contraía la entrepierna y se le llenaba la cabeza de deseo. ¿Cómo podía ser de otra manera?
Levantó la cabeza y se miró en el espejo del ar¬mario de las medicinas. La luz de la vela le afilaba el rostro, le ensombrecía la mirada. Un marido tras una noche como aquélla debía considerarse el hombre más feliz y afortunado del mundo. O eso o, teniendo en cuenta sus circunstancias, debía estar tirándose de los pelos. En realidad, no sentía ni una cosa ni la otra. No tenía ni idea de lo que sentía.
Así que le había hecho el amor a su esposa. Ha¬bía consumado el matrimonio, aun sabiendo lo que significaría para los dos. ¡Vaya con su fuerza de vo¬luntad! Y había sido el placer más intenso y aluci¬nante de su vida.
Pero, al margen de que lo comprometía a seguir casado, le gustara o no, ¿qué había cambiado? La mu¬jer que dormía en su cama seguía siendo, en casi to¬dos los sentidos, una desconocida para él. Provenía de una cultura tan diferente de la suya que parecia de otro planeta. La mujer que había sostenido en sus brazos, en la que se había sumergido hasta el punto de no saber dónde acababa él y empezaba ella... la mujer en la que, que Dios lo ayudara, había vertido sus genes, seguía siendo _________ Kamal, princesa deTamir.
Entonces, ¿por qué sentía los brazos vacíos sin ella? ¿Por qué seguía deseándola? Y, lo más asombro¬so de todo, ¿qué era aquella terrible ternura que des¬pertaba en él?
Como no tenía respuestas, entró en el dormitorio en que había dejado su bolsa de viaje, sacó unos cal¬zoncillos limpios y se los puso. Después, salió al por¬che y, sentándose en los peldaños, vio amanecer.
Al menos, sí sabía lo que sentía en aquellos mo¬mentos. Estaba anonadado, atónito, perplejo. Y muer¬to de miedo.
_________ se despertó sintiendo una deliciosa rigidez en todos los músculos y articulaciones, y se estiró placenteramente, como un enorme gato perezoso. También sentía una misteriosa molestia dilatada en¬tre las piernas que registraba su pulso con pequeños golpecitos de placer, minúsculos ecos de lo que ha¬bía ocurrido allí no hacía mucho. Bajo las mantas, abrazó su desnudez al sentir un estremecimiento de... ¿qué? ¿Temor? ¿Felicidad? «Tal vez», pensó _________, «como me siento es temerosamente feliz»
No se sorprendió al encontrarse sola en la cama que había compartido con Nick, aunque la decep¬cionó. ¿Cuándo, se preguntó, conocería la dicha de despertarse por la mañana junto a su marido?
Pero jamás se lo reprocharía a Nick. No debía dar demasiadas cosas por hecho. A fin de cuentas, el que fuera su marido, el que le hubiera hecho el amor, no significaba que la amara. No era tan ingenua como para pensar que era lo mismo.Y, en aquellos momen¬tos, se sentía demasiado vulnerable para querer co¬nocer la verdad de lo que Nick sentía por ella.
Su cuerpo era, y siempre sería, de Nick. Lo mis¬mo que su corazón. Pero ése era su secreto y, de mo¬mento, debía enterrarlo en el fondo de su alma.
Se levantó y se vistió rápidamente, poniéndose unos pantalones de vestir y una blusa de manga lar¬ga. Tras una breve parada en el cuarto de baño, fue en busca de su marido. No estaba en la casa y, duran¬te un instante, experimentó las punzadas de un pá¬nico irracional... Era absurdo, por supuesto. ¿Acaso pensaba que Nick la dejaría allí? Por la ventana del salón lo vio en el porche delantero.
Estaba apoyado en un poste y mirando por en¬cima de la barandilla, fumando uno de sus delga¬dos puros marrones y sosteniendo un tazón con unos símbolos que, según le había dicho, eran mar¬cas de ganaderías. Aunque no parecía el típico cowboy aquella mañana, con los vaqueros azules, un polo blanco y gafas de sol, estaba fresco y lim¬pio como la lluvia, delgado y relajado... y del todo inaccesible.
Nick se volvió cuando ella salió al porche. Tenía el semblante compuesto mientras levantaba el tazón a modo de saludo y decía:
—Buenos días.
—Buenos días —respondió _________. Deseaba poder verle los ojos. Que le sonriera, sólo una vez, con aquella alegría desinhibida que había visto en el jar¬dín del palacio. Sólo una vez. Así lo sabría, pensó.
—¿Quieres café? Todavía queda mucho...
_________ volvió la cabeza hacia la casa; después, se encogió de hombros y dijo:
—Sí, gracias. Ahora me sirvo un poco —vaciló—. ¿Llevas mucho tiempo levantado? —añadió con na¬turalidad, con desenfado, sin dar demasiadas cosas por hecho.
Nick tomó un sorbo de café y dio una calada al puro.
—Un rato —respondió, y expulsó una bocanada de humo—. ¿Y tú? ¿Has dormido bien?
—Sí, gracias. Muy bien.
«Parecemos dos desconocidos», pensó _________ con ánimo lúgubre. ¡Cómo deseaba poder acercarse a él y rodearle la cintura con los brazos con la confianza que debería ser natural entre marido y mujer, apoyar el rostro en su pecho y decirle alegremente que aquella mañana era hermosísima porque él estaba en ella!
En cambio, se acercó a la barandilla, a cierta dis¬tancia de él y, apoyándose en ella, contempló la ma¬ñana que cada vez resultaba menos hermosa.
—Huele a limpio después de la lluvia —dijo, lle¬nándose los pulmones con un aire que le resultaba denso y con unos olores que no reconocía—. ¿Crees que hará un buen día?
—Es difícil saberlo —Nick se movió con intran¬quilidad y arrojó el puro—. Es época de tormentas. No se sabe cuándo pueden estallar.
—¿Saldremos a pasear a caballo otra vez hoy?
Nick le lanzó una mirada de sorpresa. Después de lo de anoche, ¿cómo podía _________ sugerir algo así? O no estaba pensando con claridad o había cuidado mejor de ella de lo que había creído. Esbozó una me¬dia sonrisa. Los recuerdos volvieron ronca su voz.
CariitoJonas15
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
awwww me encanto
Nick es tan lindo
Como la cuida y la quiere
Aunque parecen dos desconocidos cuando es de dia
Siguela!!
Nick es tan lindo
Como la cuida y la quiere
Aunque parecen dos desconocidos cuando es de dia
Siguela!!
aranzhitha
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
[color=olive][/PORFINN!!!! Ayyy! :D
Que hermoso capitulo, continua!.color]
Que hermoso capitulo, continua!.color]
MeliGarcia
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