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La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
aranzhitha escribió:Aww no te preocupes esta tan bien me gusta,CariitoJonas15 escribió:aranzhitha escribió:me encanta
Siguela!!!
Perdon por cambiar de noveee!! esq tube un problema con la otra asi q decidi subir esta :D
lei la de La estacion del arcoiris y creeme llore como nunca era muy linda
Siguela!!!
Siii por esoo queria subir la segunda parte!! bueno apenas puedoo la suboo :D tu subee dominada por el deseoo pliis 9.9 me encanta :love:
CariitoJonas15
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
¿quien es kitty?
ahhh
siguelaaa
q stara tramando joe????
siguelaaaaaaaaaaaaa
ahhh
siguelaaa
q stara tramando joe????
siguelaaaaaaaaaaaaa
jamileth
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
gracias x responder mi pregunta :D
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
jamileth
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
Capitulo 3
_________ se aburría. Hacía más de tres horas que transcurría el banquete de boda y no había indicios de que acabara pronto. El desfile de camareros por¬tando bandejas cargadas con una increíble variedad de exquisiteces parecía interminable, aunque _________, como casi todos los invitados, ya estaba repleta. Afor¬tunadamente, se había visto obligada a llevar el airo¬so pero holgado traje tradicional femenino de Tamir. Al menos, no tenía que meter tripa.
También había bebido mucho más vino del que es¬taba acostumbrada y, en consecuencia, se sentía soño¬lienta y malhumorada. Por no decir frustrada. Era una noche tan hermosa... las estrellas brillaban en el despe¬jado cielo primaveral sobre el gran patio del palacio.
El banquete o walima se estaba celebrando en el exterior para dar cabida a un gran número de invita¬dos ya que, como ordenaba la tradición, todo el mun¬do de los alrededores estaba invitado al banquete de boda, tanto pobres como ricos. Con azulejos de in¬trincados dibujos geométricos y flanqueado por co¬lumnatas, el gran patio era un rectángulo formal que se extendía desde el palacio hasta los riscos, donde unos arcos enmarcaban una vista espectacular del mar. Se habían colocado mesas con manteles de hilo a ambos lados de la hilera de fuentes y de estanques que dividían el patio por la mitad y reflejaban las es¬trellas y las cientos de antorchas titilantes. Una suave brisa marina arrastraba el aroma del jazmín. Era una hermosa noche. También podría haber sido, debería haber sido, una noche muy romántica.
Salvo que _________ se había pasado la velada inten¬tando llamar la atención del hombre con el que le habría gustado compartir la cena, el hombre al que había visto aquella mañana en el jardín, el norteame¬ricano del traje gris y sombrero texano. Por desgra¬cia, estaba sentado a una mesa situada al otro lado de la hilera central de fuentes. Aquella noche había prescindido del sombrero y, como muchos de los hombres invitados, en especial los de Montebello y Norteamérica, llevaba traje de etiqueta. Aunque, en opinión de _________, nadie estaba tan apuesto y seduc¬tor como él, ni tenía unos hombros tan anchos y po¬derosos. Por fin se daba cuenta de que su pelo era grueso y ondulado, de un vibrante tono café oscu-ro. Relucía como oro a la luz oscilante de las antor¬chas. Le gustaría saber de qué color eran sus ojos, pero los tenía hundidos en su rostro adusto camufla¬do por las sombras.
«Si, al menos, pudiéramos bailar como los nortea¬mericanos», pensó con melancolía mientras obser¬vaba a una hilera de bailarinas profesionales ejecu¬tar los bailes tradicionales tamiríes, con los rostros ocultos tras los velos y los torsos astutamente es¬condidos, sorteando las mesas siguiendo el ritmo de las flautas. Las joyas destellaban en sus tobillos, mu¬ñecas y pelo mientras realizaban los intrincados movimientos de mano y seguían el ritmo de la mú¬sica con minúsculos timbales de dedo. Como la ma¬yoría de las jóvenes de su país, _________ había aprendi¬do de niña a realizar aquellos bailes aunque, por supuesto, no habría sido apropiado para una prince¬sa bailar ante nadie, salvo, tal vez, ante su marido, en la intimidad de sus habitaciones. «Si alguna vez ten¬go marido», pensó enfurruñada, al tiempo que, sin darse cuenta, empezaba a moverse al ritmo de la música.
A su derecha, Sandra le dio un codazo y siseó.
—_________, ya basta. Podrían verte.
_________ puso los ojos en blanco. «¿Y qué?», quería decir. No habría sido la primera vez. Muchas perso¬nas la habían visto bailar en Suiza y en Inglaterra, y no se había acabado el mundo. En el internado suizo había aprendido a moverse al ritmo del rock-and-roll, y en Inglaterra había bailado con chicos como hacían los occidentales, tocándose. Y tampoco había ocurrido ninguna desgracia. Seguía siendo virgen, y todo apuntaba a que permanecería así durante el fu¬turo más inmediato.
—Me aburro —susurró—. He comido demasiado y quiero echarme. ¿Cuándo acabará esto?
—Calla —la regañó Samira—. Es la noche de Has-san y de Elena. Compórtate.
—Ojalá pudiéramos mezclarnos con los invita¬dos, hablar con ellos —dijo _________, contemplando con anhelo al hombre de pelo castaño del otro lado del estanque. Pero tenía la cabeza inclinada mientras es¬cuchaba, en apariencia con claro interés, a la mujer de pelo electrizado que estaba sentada a su lado. _________ suspiró. Y, antes de que pudiera contenerse, se le abrió la boca con un patente y enorme bostezo.
—¿Cómo dices? —Nick bajó educadamente la cabeza para oír lo que su acompañante decía entre los lamentos discordantes que aquellas personas lla¬maban música.
Kitty repitió con una voz sonora y alta:
—He dicho que aquella joven del otro lado lleva toda la noche intentando llamar tu atención. Creo que le gustaría tontear contigo.
Nick levantó la vista automáticamente.
—¿Ah, sí? ¿Cuál? —cualquier cosa, pensó, para suavizar el tedio. No estaba acostumbrado a pasarse tres horas cenando.
—Esa tan bonita del vestido de color turquesa... la de larga melena negra con adornos de oro. Parece que hubiera salido de Las mil y una noches. ¿La ves?
Nick miró.Ya se había fijado en ella, pues era be¬llísima y él, humano. En aquellos momentos, sin em¬bargo, sintió un estremecimiento de risa.
—¿Te refieres a ésa que está a punto de devorar¬se a sí misma?
Su regocijo dio paso a una sonrisa desinhibida cuando la mirada brillante e inquieta de la joven chocó repentinamente con la de él. Ella abrió los ojos con horror y se cubrió la boca con la mano en un tardío y fútil intento de tapar el bostezo. A conti¬nuación Nick observó, fascinado, cómo una hilera de expresiones bailaban por su rostro como perso¬najes de una obra: desolación, pesar, vejación, arro¬gancia, orgullo, ironía... y, finalmente, para deleite de Nick, una radiante sonrisa con hoyuelos.
Kitty profirió un gritito de triunfo.
—¿Lo ves? Te dije que estaba coqueteando conti¬go.
—Es un poco joven, ¿no crees? Por no hablar de que, si no me equivoco —añadió, al comprender el significado del círculo de medallas doradas que lle¬vaba en el pelo—, es una princesa.
—¿En serio? —exclamó Kitty pero, acto seguido, resopló con altivez—. Bueno, ¿y qué? Hassan es prín¬cipe. Eso no detuvo a Elena —profirió un gritito de emoción—. ¡Ay!, acabo de darme cuenta de que es la cuñada de Elena, ¿no? Apuesto a que podría pre¬sentártela.
—Yo no contaría con ello —dijo Nick con iro¬nía—.A mí me parece que a esas princesas las guar¬dan bajo llave.
Fingiendo desinterés, observó por el rabillo del ojo cómo una mujer madura flanqueada por un sé¬quito de criadas aparecía junto a la mesa de las prin¬cesas. A aquella mujer la conocía, era la primera dama de Tamir. Alima Kamal, quien, según le habían dicho, prefería no usar su título real, llevaba el mis¬mo traje holgado que sus hijas, colorido como un pavo real y profusamente adornado de oro. Como sus hijas, llevaba un círculo de medallitas de oro en su pelo oscuro, que refulgieron cuando inclinó la ca¬beza. Sin decir palabra, todas las ocupantes de la mesa de las princesas se pusieron en pie y, engullidas por el séquito real, se alejaron hacia el palacio, con los velos ondeando al viento, como una banda¬da de pájaros de vivos colores.
—Caramba —susurró Kitty—. Desde luego, pare¬ce una escena de Las mil y una noches. ¿Crees que las tendrán en un harén?
Nick profirió una carcajada.
—Estoy seguro de que no. Para empezar, el jeque sólo tiene una esposa y, además, aquí están bastante occidentalizados. Todos estos trajes del país, los tur¬bantes y los velos... Seguro que no es más que una tradición.
Kitty se mordía pensativamente el labio.
—Bueno, sigo pensando que Elena podría pre¬sentarte a esa bonita cuñada suya, si se lo pidieras.
—No, gracias.
—¿Por qué no? Es muy bonita, y está claramente interesada en ti, Nick.
—Por nada del mundo —la sonrisa de Nick se torció con lúgubre ironía. Aunque fuera una belleza, no era su tipo, y le parecía demasiado joven. Ade¬más, lo último que necesitaba era enredarse con una princesita consentida, cuando lo que en realidad es¬peraba era hacer negocios con su padre, el jeque.
Ocho caballos galopaban en formación por una llanura de hierba en lo que parecía ser el camino ha¬cia el desastre. Los mazos de empuñadura larga re¬fulgían al brillante sol de la mañana, acompañados de gemidos guturales, gruñidos de esfuerzo y silbi¬dos estridentes e imperiosos, mientras a un lado del campo, a la sombra de unos olivos de aspecto bíbli¬co, Nick observaba el juego con un interés que po¬día describirse como ambiguo.
No era aficionado al polo...A decir verdad, no sa¬bía casi nada del juego. Lo consideraba un deporte de ricos y, aunque había algunos que lo colocarían en esa categoría, nunca se había considerado un ri¬cachón. En su opinión, no era más que un hombre de negocios trabajador que había ganado mucho di¬nero, lo cual lo incluía en una categoría completa¬mente distinta a la de aquellos que no tenían mejo¬res cosas que hacer con su tiempo que galopar forcejeando los unos con los otros por la oportunidad de golpear una bola pequeña con un enorme mazo.
—Esnob —dijo Elena en tono bromista cuando Nick le expresó su opinión—. Lo sabía. Nick, eres un esnob de la clase trabajadora. Vamos... El polo es el deporte de la realeza.
—Sigo pensando lo mismo —dijo Nick sin qui¬tarse el puro de la boca.
—Y es uno de los deportes más antiguos, quizá el primero que se inventó —Elena le lanzó una mira¬da burlona y penetrante—. ¿Qué prejuicios tienes contra la realeza? Ahora yo pertenezco a ella.
—¿Prejuicios, yo? —replicó con burlona indigna¬ción—. Si no conozco a ningún miembro de ningu¬na casa real. Salvo a Hassan, tal vez.
—Así son los prejuicios —dijo Elena con sufi¬ciencia—. Formas una opinión sin conocimiento personal —dirigió la mirada a los jinetes, buscando y fijándose en uno en particular—. De todas formas, has conocido a unos cuantos en los últimos días. Los padres de Hassan... ¿Qué piensas de ellos? —hablaba con naturalidad, pero Nick oía la verdadera pregun¬ta que estaba formulando: «¿Te agrada Hassan, mi marido? Por favor, di que sí»
Bajó la mirada a la mujer a la que llevaba conside¬rando su hermana casi toda la vida e indiscutible¬mente, la única familia que le quedaba. Dijo con voz ronca:
—Tuve dudas sobre tu marido al principio. Ya lo sabes —su voz se suavizó—. Pero mientras te haga feliz, me basta —hizo una pausa—. Dime, ¿eres fe¬liz?
Elena inspiró hondo y exhaló el aire despacio; después, le dedicó una sonrisa radiante, y Nick
pudo leer la respuesta en sus brillantes ojos ver¬des.
—Sí, Nick... Lo soy.
Nick dio una rápida calada a su cigarro, sorpren¬dido nuevamente por el fiero dolor de envidia.
—Entonces, eso es lo que cuenta.
Clavó la mirada en el campo justo cuando varios jinetes pasaban cerca del borde, haciendo temblar el suelo, a sólo unos metros de donde Elena y él per¬manecían de pie. Los espectadores profirieron una exclamación colectiva, seguida de gritos, en su ma¬yoría de triunfo, entremezclados con unos pocos ge¬midos de desolación. Al parecer, el equipo tamirí, fá¬cilmente reconocible por su traje dorado y negro, acababa de adelantarse en el marcador a los monte-bellanos, vestidos de escarlata.
Distraído por la celebración en el campo de jue¬go, Nick tardó varios segundos en fijarse en la mujer que corría, no, que bailaba por el lateral, siguiendo el paso de los caballos que galopaban a menos de un metro de distancia de la valla de madera. Tenía una esbeltez y una gracia tan desinhibidas como las de una niña, una vitalidad tan voluptuosa y exuberante como la Madre Tierra misma. Aquella insólita combi¬nación abrió sus sentidos... y algo más, una reserva de emociones que, hasta aquel momento, estaba es¬condida muy dentro de él.
Iba vestida en tonos terrosos: botas de lustroso cuero marrón hasta la rodilla, una falda pantalón de ante de color beige que se ceñía a sus caderas re¬dondeadas como guantes de cabritilla y una blusa de seda de color crema, con mangas largas y ondu¬lantes ceñidas en las muñecas. A modo de cinturón llevaba un pañuelo de seda de los colores del equipo tamirí: amarillo y negro. El sombrero con que se resguardaba del abrasador sol mediterráneo era de ante, como la falda, de ala ancha y copa plana, como los que llevaban los gauchos argentinos. Un cordel colgaba con holgura por debajo de la barbi¬lla para impedir que el sombrero saliera volando con la impredecible brisa marina. Por debajo del sombrero, en la nuca, se había recogido el pelo de color azabache, limpiamente retirado de unos pó¬mulos altos.
Embelesado, Nick pensó: «¿Quién será?» Y, a con¬tinuación, claramente, se dijo: «La deseo»
Reconoció el pensamiento sin bochorno pero con una irónica sonrisa interior. Era un hombre he¬cho y derecho, y hacía años que sabía que desear no necesariamente implicaba conseguir.
Entonces... contuvo el aliento. Mientras la joven se movía directamente delante de él, una ráfaga de viento le levantó el sombrero. Ella profirió un gritito de desolación y alargó las manos para retenerlo, pero ya estaba rodando por la hierba del campo, en la trayectoria de los caballos que se avecinaban. Nick se inclinó involuntariamente hacia delante, an¬tes de que el pensamiento se hubiera formado si¬quiera en su mente. «¡Es tan endiabladamente impul¬siva! Dios mío, ¿estará lo bastante loca para ir por él?»
Como si hubiera oído su pensamiento, la joven se interrumpió bruscamente y se dio la vuelta, deli¬ciosamente avergonzada, como una niña pequeña que, situada en el borde de la acera, quisiera asegu¬rar: «No iba a cruzar la calle, de verdad»
Quizá liberada por el movimiento, su melena se desenredó como una criatura viviente. Mientras le caía por la espalda como una gloriosa cascada ne¬gra, su mirada se cruzó con la de Nick. Atrapándose el labio inferior entre los dientes, desplegó una cau¬tivadora sonrisa con hoyuelos.
El reconocimiento estalló en el cerebro de Nick al tiempo que el deseo le atenazaba la entrepierna. La doble reacción lo tomó por sorpresa. Vació los pulmones como si le hubieran asestado un puñeta¬zo.
—Ni se te ocurra.
Nick se volvió con brusquedad hacia la voz sua¬ve, dispuesto a negarlo automáticamente. Le bastó mirar el rostro de Elena para saber que su protesta era absurda, así que se rió y movió la cabeza con iro¬nía.
—Déjame adivinarlo... Una de las princesas, ¿ver¬dad?
Elena asintió. Sonreía, pero tenía la mirada seria.
—_________, la más pequeña. Lo digo en serio, Nick. Si el jeque te sorprende poniéndole un solo dedo enci¬ma, despídete. La vigila como un halcón.
—Es evidente que hoy no —murmuró por la co¬misura de los labios mientras la princesa se acercaba a ellos, subiendo airosamente la suave pendiente ha¬cia la sombra de los viejos olivos. Tendiéndole la mano a Elena y, de momento, haciendo caso omiso de Nick por completo, exclamó con claro deleite:
—Elena... ¡Hola! —y arrugó con pesar su expresi¬vo rostro—. ¿Has visto lo que me ha pasado? —tenía un acento encantador, más pronunciado que el de Hassan, resultado, dedujo Nick, de haber tenido mu¬cho menos contacto con los occidentales. Poseía una voz grave y musical cuya cualidad ronca acari¬ciaba los nervios auditivos de Nick.
—Sí —dijo Elena con un gemido de conmisera¬ción femenina—. Lo siento mucho. Era un sombrero tan bonito...
La princesa frunció los labios, haciendo puche¬ros fugaz pero cautivadoramente; después, sonrió y se encogió levemente de hombros.
—C'est la vie.
Se volvió hacia Nick finalmente, y sus ojos emer¬gieron por debajo de gruesas pestañas negras como niños traviesos asomándose por detrás de una corti¬na.
—Hola, soy _________ Kamal —la forma en que le ten¬día la mano lo hizo preguntarse si esperaba que se la besara.
Seguramente por eso por el mero propósito de llevarle la contraria, le dio un buen apretón al esti¬lo norteamericano, Un momento después, se pre¬guntó si no habría sido un error. Tenía la mano más pequeña y, al mismo tiempo, más firme de lo que esperaba. Dejaba una impresión en sus sentidos de fuerza y vulnerabilidad al mismo tiempo, y se sor¬prendió sosteniéndola más tiempo del convenien¬te, mientras la mente se le llenaba de imágenes y urgencias que nada tenían que ver con la conve¬niencia.
—Éste es Nick —dijo Elena—. Nick Jonas... mi amigo y, eh... tutor.
—Por supuesto —las pestañas se elevaron, los ojos lo miraron, a un tiempo negros y brillantes, misteriosos como lagos iluminados por la luna. Nick tuvo la repentina sensación de estar perdien¬do un poco el equilibrio—.Y también tu hermano... aunque no de sangre —los hoyuelos se le marcaron fugazmente—. De lo cual me alegro, porque si de verdad fuera el hermano de Elena, como ahora ella es mi hermana, usted también lo sería —su risa era grave, como agua borboteando sobre unos guija¬rros—.Y no necesito más hermanos. ¡Con dos me basta!
Nick se sorprendió moviéndose por territorio desconocido, al menos, en el trato con una mujer hermosa. No se consideraba zalamero, ni mucho me¬nos, pero nunca se había quedado sin saber qué de¬cir. Al menos, desde séptimo curso. Estaba mascu¬llando algo ininteligible cuando una discreta tos de Elena lo hizo recordar que todavía estaba sostenien¬do la mano de la princesa. La soltó, rió, y se sintió tan torpe y avergonzado como el Nick de doce años que recordaba.
—¿Le gusta el juego, señor Jonas? Emocio¬nante, ¿no le parece? Sobre todo porque gana Tamir —sus ojos irradiaban un brillo alegre.
Nick pensó de repente que se sentía tan joven sencillamente porque ella lo era, y la idea lo ayudó a recobrar la cordura. Eso y la calada que dio al puro.
—Mucho —dijo, mirando por encima de la cabe¬za de la princesa hacia donde la acción estaba te¬niendo lugar en aquellos momentos, en el extremo más alejado del campo—. Sobre todo, los caballos. Ese semental gris de Rashid...
—Ah, pero son todos caballos de Rashid. Los cría en una de las islas. Siraj. Está al sur de Tamir. Quizá quiera...
—Nick también cría caballos —intervino Ele¬na—.De raza árabe.
—¿En serio? ¡Eso es maravilloso! —con su entu¬siasmo, parecía casi incorpórea, como un pajarillo a punto de emprender el vuelo—. Cómo me gustaría poder ver sus caballos, señor Jonas.
—Quizá algún día lo haga —murmuró Nick, y sintió un extraño estremecimiento por el cuerpo... una especie de advertencia primitiva. Tosió y lanzó una mirada a Elena—. Cuando venga a Texas a visitar a su hermano.
Y vio la luz apagarse en los ojos de la joven como si alguien hubiese pulsado un interruptor. _________ bajó las pestañas y la sonrisa desapareció. Se que¬dó inmóvil.
—Sí —dijo con suavidad—.Tal vez... —se dio la vuelta y se llevó la mano a la frente—.Ay, veo que ha terminado el juego. Se ha caído alguien. Ahora pue¬do recuperar el sombrero. Discúlpeme, por favor...
Quizá fuera aquel semblante triste... Nick carecía de otra explicación racional para justificar lo que iba a hacer. Alargó la mano y la sujetó por el brazo. El tacto de su piel a través de la tela de seda de la blusa le produjo hormigueos por los dedos mientras decía a regañadientes:
—Espere. Yo iré por él.
Acto seguido, la adelantó ladera abajo, pasó por encima de la barrera y recogió lo que quedaba del sombrero pisoteado. Lo sacudió contra el muslo y regresó hasta los olivos, donde lo aguardaban Elena y la princesa.
—Aquí tiene —dijo, alargando el sombrero a su dueña—. Está un poco aplastado.
—No es más que un sombrero —repuso _________, sonriendo pero sin rastro del brillo que había ilumi¬nado antes sus ojos. Nick era consciente de una vaga decepción, como ver un ocaso sin colores—. Pero no importa. Ha sido muy amable al recogerlo.
Gracias. Bueno... —miró rápidamente, casi con cul¬pa, a su alrededor—. Debo irme ya. Alguien andará buscándome. Elena, me alegro tanto de haber tenido la oportunidad de hablar contigo...Y, señor Jonas, ha sido un placer conocerlo. Gracias...Adiós —Nick la vio desaparecer entre el gentío como a un cervatillo en la espesura del bosque.
—Nick —dijo Elena en tono de advertencia—. Lo digo en serio. Prohibido acercarte a ella.
Él apartó la mirada de _________, camuflando el es¬fuerzo que le costaba hacerlo con un resoplido y una sonrisa irónica.
—Oye, es demasiado joven para mí. Además —aña¬dió tras un momento en que se quedó mirando el ex¬tremo del cigarro—... En realidad, no es mi tipo.
Elena profirió un aullido burlón, en absoluto fe¬menino, pero cien por cien texano.
—Sí, ya sé cuál es tu tipo. ¿Qué fue de esa anima¬dora de los Cowboys de Dallas, por cierto?
—Era agradable —dijo Nick con una pequeña sonrisa soñadora—. Queríamos cosas diferentes, nada más. Ella soñaba con campanas de boda y con cochecitos de bebé mientras que yo...
—Ya sé con lo que tú soñabas —lo interrumpió Elena con ironía—. Con lo mismo que ahora, lo cual queda descartado. Prométemelo, Nick.
Riendo, levantó las dos manos en señal de rendi¬ción.
—Oye, no tienes de qué preocuparte. Como te he dicho antes y le dije a tu amiga Kitty anoche... ¿Dónde está, por cierto? No la he visto en toda la mañana —miró alrededor furtivamente, medio espe¬rando reconocer una melena castaña electrizada.
Elena sonrió.
—Creo que ayer se pasó un poco con la comida. Esta mañana pensaba tomárselo con calma y descan¬sar para los festejos de esta noche.
Nick emitió un sonido que era mitad gemido mi¬tad suspiro.
CariitoJonas15
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
jejeje nick parece q ya sta interesado en la rayis!!
siguelaaaaa
siguelaaaaa
jamileth
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
yyy le gusta la rayiz :twisted:
Y a ella tambien yeii
Ya quiero que pase algo entre ellos :twisted:
Siguela!!!
Y a ella tambien yeii
Ya quiero que pase algo entre ellos :twisted:
Siguela!!!
aranzhitha
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
Oh siquela esta muy buena :3 por cierto soy nueva lectora besos y abrazos :o
MissKeynes96
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
Oh siquela esta muy buena :3 por cierto soy nueva lectora besos y abrazos :o
MissKeynes96
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
NUUUEEVAAA LECTOOORAAAAAA!!!!!!
PORFIIIISSS ISGUELAAA
PORFIIIISSS ISGUELAAA
chelis
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
Capitulo 4
_________ atravesaba el patio corriendo, sintiendo los baldosines lisos y tibios bajo sus pies desnudos. Se había quitado las botas en sus habitaciones, porque le había resultado imposible permanecer en ellas. Se sentía demasiado agitada, demasiado inquieta para permanecer dentro... lo cual no era raro en _________.
Pero aquello era diferente. Aquel día los latidos de su corazón no eran más que un eco del brami¬do de los cascos de los caballos. La brisa del mar le agitaba suavemente el pelo, pero ansiaba sentir el viento azotándolo mientras corría libremente por campos sin límites. Aquel día, cada flor, árbol y arbusto de los jardines, cada fuente, arco y colum¬na, parecían los barrotes de una prisión. Una pri¬sión muy hermosa, cierto, pero prisión de todas formas.
Los jardines eran inmensos, y _________ conocía cada centímetro de ellos, incluidos los rincones ocultos en los que a veces buscaba refugio de pensamientos turbulentos como aquéllos. Aquel día, sin embargo, no era refugio lo que buscaba. Tras lo ocurrido aque¬lla mañana, necesitaba afrontar aquellos pensamien¬tos inquietantes y, después, si era posible, decidir qué hacer al respecto. Para ello había escogido un lugar que, con toda probabilidad, estaría vacío a esa hora: la terraza privada contigua a los aposentos de la familia, donde a veces desayunaba con sus herma¬nas, o con su madre y la fiel criada de ésta, Salma. La terraza daba al nordeste y tenía vistas al mar. A me¬diodía estaría en sombra, con una agradable brisa marina que le refrescaría las mejillas sonrojadas mientras el suave murmullo de la fuente y el aroma embriagador de las rosas la ayudarían, como ansiaba desesperadamente, a calmar sus pensamientos enar¬decidos.
Jamás había deseado tanto estar a solas con sus pensamientos. Por eso, sintió una profunda desola¬ción al descubrir, justo cuando atravesaba el arco que daba a su refugio, que alguien se le había ade¬lantado.
Peor aún, una extranjera. Una mujer de pelo cas¬taño muy rizado, que leía un libro sentada junto a la fuente. _________ ya se había internado un poco en la te¬rraza cuando se dio cuenta de que no estaba vacía. Se detuvo en seco, con el cuerpo inclinado hacia de¬lante y los brazos abiertos, y masculló una suave ex¬clamación de contrariedad.
La mujer dejó el libro rápidamente a un lado, una novela romántica, a juzgar por la portada. Sonrió y _________ la reconoció en aquel momento: era la mujer que había estado hablando con Nick Jonas du¬rante el banquete de la noche anterior. Sintió una sa¬cudida de emoción y después, una alarmante punza¬da de celos. Pero fue fugaz. La mujer no era muy bonita y, además, se dijo _________ con un chasquido mental, era mayor.Tenía al menos cuarenta años.
—Lo siento —dijo la mujer, y _________ advirtió que tenía el mismo acento que Elena—. Caramba, espero no estar donde no debo. Buscaba un lugar fresco y tranquilo y... En fin, las rosas olían tan bien...
—No, no pasa nada —a _________ le habían enseñado a ser educada. Avanzó tendiéndole la mano—. Soy _________ Kamal. Por favor, no se levante.
A pesar de la petición de _________, la mujer se incor¬poró a medias y, al mismo tiempo, logró realizar una torpe reverencia.
—Yo soy Kitty, amiga de Elena.
—Sí, la vi anoche, en el banquete. Estaba charlan¬do con el señor Jonas —_________ hablaba despacio, distraídamente. Una idea empezaba a cobrar forma en su cabeza.
—¡Eso es! —a Kitty se la veía absolutamente complacida, quizás halagada por que _________ se hubie¬ra fijado en ella y la recordara. Después, su placer se convirtió en preocupación—. Cielos, está sonroja¬da. ¿Le gustaría beber algo frío? Aquí hay mucho más de lo que puedo tomar —señaló una jarra cu¬bierta de gotas de condensación y varias copas que descansaban en una bandeja sobre una mesa de cristal—. Creo que es zumo... he probado un poco. No está tan rico como el té dulce, pero es bastante bueno.
—Gracias —dijo _________ con un suspiro ausente, y se sirvió una copa de la mezcla de zumo de granada y de uva. Después, lanzó una mirada a la mujer fin¬giendo sólo tenue interés—.Y dígame, ¿conoce bien a ese tal señor Jonas?
—Bueno, no muy bien... Sobre todo, por lo que Elena me ha contado de él —pero después, desple¬gó una pequeña sonrisa y movió los hombros mien¬tras se acomodaba en la silla—. Pero es muy atracti¬vo, ¿no cree?
—Es apuesto —dijo _________ en tono reflexivo; des¬pués, hizo un gesto despectivo con la mano antes de tomar la copa—. Pero un hombre tan apuesto debe de estar casado.
Kitty negó con la cabeza.
—No, no lo está.
—¿En serio? —_________ la miró, sorprendida—. En¬tonces, tendrá pareja. ¿Una novia?
—No que yo sepa —la expresión de Kitty le re¬cordaba a _________ a los gatos de palacio... sólo le falta¬ba ronronear—. Muchas chicas, imagino, pero no, na¬die en particular. Elena me lo habría dicho.
—Pues resulta muy raro —dijo _________ frunciendo el ceño—. ¿Cuál cree que puede ser la razón? Tiene que haber un motivo por el que un hombre de su edad... ¿Cuántos años tiene? ¿Treinta?
—Treinta y seis —le comunicó Kitty al instan¬te—. Lo sé porque Elena me dijo que tenía seis años más que ella.
«Treinta y seis... Diez años más que yo. Pero eso es bueno...»
Sobresaltada por el pensamiento, _________ lo apartó de su mente.
—Tal vez —dijo _________ con un resoplido—, no sea un buen hombre.
—¿Nick? —la amiga de Elena la miró con sorpre¬sa, incluso levemente ofendida. Después rió entre dientes—. No sé qué quiere decir con eso, cielo, pero si por bueno se refiere a honrado y decente, se¬guramente no hay hombre mejor que él. Nick Jonas es tan honorable que da miedo. Sí, tengo en¬tendido que es implacable en los negocios pero, a juzgar por la manera en que trata a Elena... —se inte¬rrumpió para inclinarse hacia delante como una conspiradora—. Sus padres murieron, como los de Elena, y los dos son la única familia el uno para el otro —se recostó con un pequeño ademán—. En cualquier caso, que yo sepa, tiene el corazón como algodón de azúcar.
—¿Algodón... de azúcar? —la palabra no era co¬nocida para _________. Kitty rió.
—Es una especie de dulce muy suave.
¿Dulce? _________ se mordió el labio inferior con in-certidumbre. Nunca antes había oído aplicar esa pa¬labra a un hombre. Desde luego, no a uno tan adusto como Nick Jonas.
—Bueno —dijo Kitty con aire concluyente—. Sé que Elena lo tiene en un pedestal... y eso me basta. Pero, si quiere que le dé mi opinión —continuó Kitty, todavía absorta en su reflexión acerca de Nick—, ese hombre está demasiado volcado en el trabajo. Sí una mujer quisiera llamar su atención, tendría que ser un poco lanzada.
—¿Lanzada? —_________ frunció el ceño. No sabía muy bien lo que eso significaba. Las imágenes que evocaba la palabra no le agradaban mucho.
—Ya sabe —dijo Kitty, encogiendo levemente un hombro—. Debe empujarlo un poco en la dirección correcta.
—Ah —dijo _________, sintiéndose como si se le hu¬biera encendido una bombilla en la cabeza—. Se re¬fiere a hacerle una insinuación. ¿Y eso está permiti¬do en Norteamérica?
—No sé si en toda Norteamérica, pero en Texas,
sí.
_________ dejó la copa sobre la mesa y se dispuso a le¬vantarse, tomada ya una decisión. En el último momen¬to, se acordó de sus modales y dijo automáticamente:
—Ha sido muy agradable hablar con usted. Espe¬ro verla esta noche en la recepción.
—Cuente con ello —dijo Kitty, con expresión so¬lemne.
Mientras se daba la vuelta, _________ vio que la mujer recogía el libro que había dejado a un lado a su lle¬gada. Pensó que no debía de ser una novela románti¬ca, como había creído, sino más bien cómica por¬que, mientras encontraba la página y retomaba la lectura, Kitty reía para sí, y la sonrisa de su rostro crecía de oreja a oreja.
CariitoJonas15
Re: La seducción de una princesa (Nick y tu) TERMINADA
u.u no s q comentar XD
no se ma ocurre nada..
solo
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
no se ma ocurre nada..
solo
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
jamileth
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