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Alicia en su país de las Maravillas.
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Alicia en su país de las Maravillas.
¡Bienvenidos a los Mundos de Alicia!
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...Sobre mí...
Primero que nada para los que deseen tratarme, me pueden llamar Aly. En persona soy algo introvertida y extremadamente aislada. Aún así soy muy alegre (eso creo) pero siempre ando en mi mundo aparte. No se si se deba a que soy escorpiana o a que cargo con alguna anomalía genética mutable en mi organismo. Pero cuando se trata de escribir no hay quién me detenga. Siendo de esperarse cuando son la escritura, la lectura y el dibujo cosas que me apasionan profundamente. Debido a esto, ya algunos por ahí me han dado por loca. Lamentablemente los pobres no entiende que es que me aburre el mundo normal y ordinario (muggle) en el que viven. En el cual, en verdad no se como solo pueden vivir para respirar, comer y dormir. Yo mientras tanto prefiero acudir a Mi Mundo, según lo denominan, para escapar de esa agobiante y para nada interesante rutina diaria. Y es de este irreal lugar de donde extraígo las mejores ideas que el inframundo que tengo por imaginacion es capaz de producir. Esperando así poder compartirlo en esta páagina a todo aquel que le sirva de interés.
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...Películas Favoritas...
La milla verde. Gran Torino. Spirit. La vida es bella, Mr. Nobody, Amelie, El viaje de Chihiro, Réquiem for a dream, Fantasía ; [[Tom Hanks, Clint Eastwood, Morgan Freeman, James Franco Kaya Scodelario, Leighton Meester, Emma Watson, ]], Saga HP, Hunger Games y miles más. Normalmente cine independiente.
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...Música Favorita...
30 seconds to mars. Boy & Bear. Delorean. Gold Panda. A Day To Remember. Guns and Roses. Extremoduro. Vetusta Morla. Avenged Sevendfold. Russian Red. Pendulum. Skrillex. Placebo. Nero. Love of Lesbian. deadmau5. MGMT. Yann Tiersen. One Direction. The Pretty Reckless. Coldplay.
Call me Aly.
Re: Alicia en su país de las Maravillas.
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Alenka Sawicki llegó temprano a trabajar ese día, estaba contenta pues todo aquello que podía haber salido mal para que ella llegara tarde, ese día no había sucedido. Primero había logrado tomar al autobús doscientos quince cinco minutos después de las seis de la mañana; esto le había garantizado llegar a tiempo a la estación del metro de Moorgate para tomar la línea roja en dirección a Nothing Hill Gate, donde caminaría por unos escasos cinco minutos antes de llegar a su destino final. De haber sabido Alenka lo que encontraría al llegar, hubiera preferido no ser la primera en abrir la puerta.
De familia emigrante polaca, Alenka se había dedicado a la limpieza doméstica desde que era una adolescente. Su poco dominio del inglés le había impedido conseguir un mejor trabajo, pero con el tiempo había llegado a aceptar que posiblemente eso de las labores domésticas era algo para lo que estaba hecha. Trabajaba para cinco familias diferentes pero ahora le tocaba ayudar a la familia de doctores. De todas las familias a las qu ayudaba a Alenka le parecía que ellos eran los más agradables. Eso sí, estrictos con la limpieza pero Alenka era lo suficientemente hábil como para evitar que se le llame la atención. De hecho, recordaba solo una vez haber sido reprendida y eso había sido una distracción que no había llevado a futuras represarias salvo una promesa a tener más cuidado la siguiente vez. Incluso podía decir que les tenía un poco de cariño, sobre todo luego del nacimiento de su pequeña hija. Es por eso pues que encontrar una escena tan despiadada al abrir la puerta, le rompió el corazón.
Alenka había llamado a la policía apenas había recobrado la cordura. Un par de detectives se presentaron apenas minutos después de haber realizado la llamada y le hicieron muchas preguntas que Alenka apenas pudo responder en parte por el shock de una escena tan sangrienta y por otra parte debido a su poca habilidad con el idioma nativo del país en el que vivía. A los quince minutos después de las ocho, se encontraba de nuevo montada en la línea roja del metro esperando trasbordar en alguna otra estación para llegar a London Bridge.
-Un desastre total,- dijo uno de los detectives en la escena del crimen.
-Parece ser que han perdido el tacto.
El primer hombre miró a su compañero con represalia, evidentemente era superior a él en el cargo o por lo menos tenía más años de experiencia.
-¿Cuándo han tenido tacto antes?
El segundo negó con la cabeza y continuó revisando la escena sin hacer más comentarios.
-Dos mujeres y un hombre,- señaló el superior,- una de ellas tiene alrededor de cincuenta años, la otra, no más de treinta. Posiblemente hija de la primera.
-¿En serio?- replicó el otro que se encontraba observando al hombre en el charco de sangre.
-Mira, el parecido es innegable.
El detective más joven asintió antes de hablar.
-Éste de acá también tiene alrededor de treinta años, según la mucama es el esposo de la mujer joven. Ambos son médicos.
-Psicólogos,- aclaró el hombre mayor,- mira eso, Shacklebolt. Esos deben ser sus títulos.
El joven de piel oscura y amplios ojos negros se acercó a la pared de donde colgaban los cuadros que su compañero le había señalado y luego pasó la mirada a la repisa de la chimenea donde vio varias fotografías.
-¿Muggles?
-Eso parece.
-¿Pero por qué atacar Muggles?
-Aun no lo sabemos… ese Snape se ha vuelto cada vez más cobarde y casi no nos pasa información. Desde el asesinato de los Longbottom, el asunto se ha vuelto fuera de control. A veces no sé si Dumbledore es muy idiota o si Snape es buen engaño…
-O tal vez es honesto,- finalizó Shacklebolt.
Su superior no dijo nada más, siempre le molestaba abordar el tema del supuesto doble agente de Dumbledore. Había algo en él y en la manera en que el caso Longbottom se había manejado que nunca le había gustado. Luego de deshacerse de cualquier indicio de magia o de seres sobrenaturales, desocuparon la sala para dar paso a los policías muggles que no tardaban en llegar.
Cuando los policías muggles llegaron a la escena del crimen reportaron homicidio calificado en primer grado. Intentaron encontrar huellas dactilares pero descubrieron asombrados que no había nada con qué trabajar. Luego que los forenses terminaron de recoger las pocas muestras que tenía, se dispusieron a limpiar la escena del crimen. No fue hasta entonces que alguien se percató de que algo extraño sucedía. Inconsciente y dentro de la rejilla de la chimenea estaba el cuerpo de una niña de dos años. Su piel se veía oscura y llena de hollín.
-¿Está muerta?- quiso saber la detective temiendo que el hollín fuera más bien el cuerpo calcinado de la infante.
El otro extrajo la rejilla y sacó el cuerpo del orificio. Buscó su pulso y comprobó aliviado que la niña solo estaba inconsciente pero seguía con vida ¿Cómo había llegado ahí? ¿Acaso se había escondido o la habían escondido antes del ataque?
-Niña lista,- le dijo la detective acariciando su cabeza.
El informe médico señaló que estaba bien y al día siguiente fue puesta en manos de una trabajadora social hasta que se encontrara algún familiar que pudiera acogerla. Para su desgracia, todos los parientes que tenía en la vida habían muerto la noche anterior y el gobierno no tuvo más remedio que colocarla en una casa hogar en espera de una familia adoptiva.
Nunca se enteró Albus Dumbledore que la niña seguía con vida cuando los Aurores llegaron. Simplemente había optado por creer que había sido secuestrada por mortífagos o posiblemente algo peor le había pasado ya que al aparecer su nombre en la lista de gente mágica y siendo hija de muggles, se había convertido en blanco principal de ese tipo de ataques ya que Alina Gray no había sido la única niña cuya familia había sido asesinada por procrear sangres sucias. Al igual que los suyos, los Clearwater habían muerto meses antes y luego de ellos los Creevey con su pequeño bebé Collin. El mundo mágico se había puesto de cabeza pues todo aquel que tuviera un historial impuro corría peligro y todos actuaron con afán de ponerse a salvo. Nadie podía pararse a pensar si había sobrevivido o no una niña en el hogar Gray. O qué sería de ella ahora que no le quedaba ningún familiar en el mundo.
Alina Gray se había convertido, en efecto, en la niña que vivió. Pero no había nada heroico en eso. Nadie habría de recordar su nombre o pensar en hazañas al escuchar su nombre. Alina se había condenado a una vida muggle, lejos de los que eran como ella o de cualquier fuente de cariño al crecer.
Ahora empezaba su historia.
Click en el título para acceder a la novela
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Alenka Sawicki llegó temprano a trabajar ese día, estaba contenta pues todo aquello que podía haber salido mal para que ella llegara tarde, ese día no había sucedido. Primero había logrado tomar al autobús doscientos quince cinco minutos después de las seis de la mañana; esto le había garantizado llegar a tiempo a la estación del metro de Moorgate para tomar la línea roja en dirección a Nothing Hill Gate, donde caminaría por unos escasos cinco minutos antes de llegar a su destino final. De haber sabido Alenka lo que encontraría al llegar, hubiera preferido no ser la primera en abrir la puerta.
De familia emigrante polaca, Alenka se había dedicado a la limpieza doméstica desde que era una adolescente. Su poco dominio del inglés le había impedido conseguir un mejor trabajo, pero con el tiempo había llegado a aceptar que posiblemente eso de las labores domésticas era algo para lo que estaba hecha. Trabajaba para cinco familias diferentes pero ahora le tocaba ayudar a la familia de doctores. De todas las familias a las qu ayudaba a Alenka le parecía que ellos eran los más agradables. Eso sí, estrictos con la limpieza pero Alenka era lo suficientemente hábil como para evitar que se le llame la atención. De hecho, recordaba solo una vez haber sido reprendida y eso había sido una distracción que no había llevado a futuras represarias salvo una promesa a tener más cuidado la siguiente vez. Incluso podía decir que les tenía un poco de cariño, sobre todo luego del nacimiento de su pequeña hija. Es por eso pues que encontrar una escena tan despiadada al abrir la puerta, le rompió el corazón.
Alenka había llamado a la policía apenas había recobrado la cordura. Un par de detectives se presentaron apenas minutos después de haber realizado la llamada y le hicieron muchas preguntas que Alenka apenas pudo responder en parte por el shock de una escena tan sangrienta y por otra parte debido a su poca habilidad con el idioma nativo del país en el que vivía. A los quince minutos después de las ocho, se encontraba de nuevo montada en la línea roja del metro esperando trasbordar en alguna otra estación para llegar a London Bridge.
-Un desastre total,- dijo uno de los detectives en la escena del crimen.
-Parece ser que han perdido el tacto.
El primer hombre miró a su compañero con represalia, evidentemente era superior a él en el cargo o por lo menos tenía más años de experiencia.
-¿Cuándo han tenido tacto antes?
El segundo negó con la cabeza y continuó revisando la escena sin hacer más comentarios.
-Dos mujeres y un hombre,- señaló el superior,- una de ellas tiene alrededor de cincuenta años, la otra, no más de treinta. Posiblemente hija de la primera.
-¿En serio?- replicó el otro que se encontraba observando al hombre en el charco de sangre.
-Mira, el parecido es innegable.
El detective más joven asintió antes de hablar.
-Éste de acá también tiene alrededor de treinta años, según la mucama es el esposo de la mujer joven. Ambos son médicos.
-Psicólogos,- aclaró el hombre mayor,- mira eso, Shacklebolt. Esos deben ser sus títulos.
El joven de piel oscura y amplios ojos negros se acercó a la pared de donde colgaban los cuadros que su compañero le había señalado y luego pasó la mirada a la repisa de la chimenea donde vio varias fotografías.
-¿Muggles?
-Eso parece.
-¿Pero por qué atacar Muggles?
-Aun no lo sabemos… ese Snape se ha vuelto cada vez más cobarde y casi no nos pasa información. Desde el asesinato de los Longbottom, el asunto se ha vuelto fuera de control. A veces no sé si Dumbledore es muy idiota o si Snape es buen engaño…
-O tal vez es honesto,- finalizó Shacklebolt.
Su superior no dijo nada más, siempre le molestaba abordar el tema del supuesto doble agente de Dumbledore. Había algo en él y en la manera en que el caso Longbottom se había manejado que nunca le había gustado. Luego de deshacerse de cualquier indicio de magia o de seres sobrenaturales, desocuparon la sala para dar paso a los policías muggles que no tardaban en llegar.
Cuando los policías muggles llegaron a la escena del crimen reportaron homicidio calificado en primer grado. Intentaron encontrar huellas dactilares pero descubrieron asombrados que no había nada con qué trabajar. Luego que los forenses terminaron de recoger las pocas muestras que tenía, se dispusieron a limpiar la escena del crimen. No fue hasta entonces que alguien se percató de que algo extraño sucedía. Inconsciente y dentro de la rejilla de la chimenea estaba el cuerpo de una niña de dos años. Su piel se veía oscura y llena de hollín.
-¿Está muerta?- quiso saber la detective temiendo que el hollín fuera más bien el cuerpo calcinado de la infante.
El otro extrajo la rejilla y sacó el cuerpo del orificio. Buscó su pulso y comprobó aliviado que la niña solo estaba inconsciente pero seguía con vida ¿Cómo había llegado ahí? ¿Acaso se había escondido o la habían escondido antes del ataque?
-Niña lista,- le dijo la detective acariciando su cabeza.
El informe médico señaló que estaba bien y al día siguiente fue puesta en manos de una trabajadora social hasta que se encontrara algún familiar que pudiera acogerla. Para su desgracia, todos los parientes que tenía en la vida habían muerto la noche anterior y el gobierno no tuvo más remedio que colocarla en una casa hogar en espera de una familia adoptiva.
Nunca se enteró Albus Dumbledore que la niña seguía con vida cuando los Aurores llegaron. Simplemente había optado por creer que había sido secuestrada por mortífagos o posiblemente algo peor le había pasado ya que al aparecer su nombre en la lista de gente mágica y siendo hija de muggles, se había convertido en blanco principal de ese tipo de ataques ya que Alina Gray no había sido la única niña cuya familia había sido asesinada por procrear sangres sucias. Al igual que los suyos, los Clearwater habían muerto meses antes y luego de ellos los Creevey con su pequeño bebé Collin. El mundo mágico se había puesto de cabeza pues todo aquel que tuviera un historial impuro corría peligro y todos actuaron con afán de ponerse a salvo. Nadie podía pararse a pensar si había sobrevivido o no una niña en el hogar Gray. O qué sería de ella ahora que no le quedaba ningún familiar en el mundo.
Alina Gray se había convertido, en efecto, en la niña que vivió. Pero no había nada heroico en eso. Nadie habría de recordar su nombre o pensar en hazañas al escuchar su nombre. Alina se había condenado a una vida muggle, lejos de los que eran como ella o de cualquier fuente de cariño al crecer.
Ahora empezaba su historia.
Call me Aly.
Re: Alicia en su país de las Maravillas.
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Una de mis primeras novelas y de las que menos orgullosa me siento. Demasiado Marisue, debo advertir.
Miraba por la ventana, a través de su reflejo. Aún no había partido el tren, pero ya llevaba rato instalada en aquel rincón del compartimiento, desconociendo a las dos personas que la acompañaban. Una de las niñas era morena, como ella, pero con el pelo más corto y delgada; la otra niña era también morena, pero era más corpulenta, con una espalda bastante ancha.
—Hola, ¿puedo sentarme?
La voz de una chica les llamó la atención y, al no recibir respuesta, se sentó junto a la chica que estaba sola.
—Me llamo Hermione Granger y este año empiezo el primer curso. ¿Cómo te llamas? —Se había inclinado hacia la chica que miraba por la ventana, intentando conectar sus miradas.
—¿Granger? No me suena el apellido. ¿De qué familia vienes? —Había sido la morena delgada la que le había preguntado.
La chica de la ventana se centró un poco en las otras tres, mirando ahora a la que tenía frente a ella.
—Mis padres son muggles —contestó la chica de pelo castaño y ojos del mismo color, Hermione—. ¿Quién eres tú?
—Yo, soy Pansy Parkinson, descendiente de una larga rama de magos importantes. —El tono altivo que usó fue el causante de que la nariz de Hermione se arrugase—. Ella es Millecent Bulstrode y las dos entraremos en la mejor casa de todas, en Slytherin. ¿A qué casa pertenecerás tú? ¿A la de los estúpidos Hufflepuff? ¿A los insignificantes sabelotodo de Ravenclaw? ¿O a la de los cabeza huecas de Gryffindor?
Pansy seguía mirando a la castaña, con sus malas intenciones en los ojos.
—Yo diría a Gryffindor —propuso Millecent imitando el mismo tono de superioridad que su amiga.
Las dos chicas se rieron, recreándose en su burla.
—Yo soy Jade Prince, encantada —la saludó la chica de la ventana, que se había sentado en dirección a ella, ignorando a las dos morenas.
Hermione pasó a mirar a la chica de ojos verdes, que hasta ahora no había hablado, y sonrió. Jade se había dado cuenta de quien merecía atención y quien no, y Parkinson y Bulstrode no formaban parte de la primera opción.
Bajó del tren sin compañía, pues Hermione se había ido del compartimiento casi al final del trayecto. Miró en derredor buscando alguna indicación de a donde debía dirigirse y vio, entre todas las cabezas de los alumnos, a un hombre que medía como mínimo dos metros y medio. El hombre guiaba a los de primer año hacia el otro extremo de la estación, lejos de los otros alumnos.
Se subieron a unos botes y cruzaron un lago, el Lago Negro que le había nombrado su padre alguna vez, acercándose al gran castillo. Hogwarts estaba sobre un peñasco que ocultaba una cueva, a donde se dirigían los botes. Aquella imagen superaba cualquier otra que pudiera haber impresionado a la chica. Y aumentó cuando pasaron por debajo de la roca para atracar los botes en un muelle.
Se sentía la humedad, pero los nervios y la excitación de estar justamente debajo de Hogwarts y a punto de ser seleccionados hacían que no se notase. Subieron unas escaleras detrás de una profesora y llegaron a la entrada del castillo.
Después de recibir una charla por parte de la profesora McGonagall (así se llamaba), pasaron al Gran Comedor, el cual estaba abarrotado de alumnos repartidos en cuatro mesas muy largas. Caminaron hasta la mesa de los profesores y se amontonaron lo más cerca posible del taburete que contenía un sombrero.
La subdirectora ya había empezado a decir nombres, llamando la atención de Jade al escuchar Hermione Granger. La chica se separó del grupo y se sentó donde le indicó la profesora. El Sombrero Seleccionador se estuvo pensando un poco la respuesta, hasta que al fin exclamó:
—¡Gryffindor!
Hermione salió corriendo con una sonrisa enorme hacia la mesa que había en su izquierda, pegada a la pared.
—Oh no —musitó Jade. Era posible que la pusieran en otra casa totalmente diferente.
Después de varios alumnos que se fueron a sus respectivas mesas, le tocó el turno a Harry Potter, el niño que sobrevivió. Toda la sala se quedó en silencio y esperaron las palabras del sombrero.
—¿Ése es Harry Potter? —Se escucharon varios murmullos, pero fueron acallados por una voz que decía:
—¡Gryffindor! —La mesa de Hermione se alegró mucho de tener a Harry Potter en su casa, pues eran los que más se escuchaban. Jade sonrió al ver que se sentaba al lado de Hermione y ésta se alegraba mucho, pero entonces…
—Prince, Jade. —La chica se sobresaltó y subió rápidamente mirando hacia la mesa de los profesores. Todos la observaban y subió con cierto miedo. Le pusieron el Sombrero en la cabeza y se puso más nerviosa aún. Casi un segundo después el Sombrero anunciaba:
—¡Slytherin!
Corrió medio contenta hacia la mesa de la izquierda y vio que también estaba Malfoy. Se sentó a su lado y miró hacia la mesa de Hermione que le sonreía aunque notaba su desilusión.
Cuando acabó la ceremonia, apareció comida en las mesas por arte de magia y con el estómago vacío empezaron a comer.
Mientras Jade cenaba le tocaron el hombro y cuando se giró tenía unos ojos grises justo delante.
—Hola, soy Malfoy, Draco Malfoy. —El chico le ofreció la mano y también se la dio.
—Encantada, yo soy Jade Prince.
—Que bien que estemos juntos ¿no? —Lo decía enserio y eso la hizo sonreír.
—Sí —fue lo único que dijo.
Era el primer día de clases, Jade se había despertado muy temprano, casi no había podido dormir, así que bajó y se fue a dar una vuelta por el castillo antes de ir a desayunar.
La primera asignatura del curso era Defensa Contra las Artes Oscuras, por suerte la morena la tenía junto con Gryffindor, así que llegó y Hermione le hizo señas para que se sentara con ella. Había decidido juntarse más con la castaña Gryffindor, antes que pasar dos segundos junto a la cara perro de Parkinson y su amiga.
La clase pasó sin ninguna novedad; el profesor Quirrell era bastante aburrido y las chicas atendían por obligación.
Como la siguiente clase era Pociones y también iba con Gryffindor, se fueron juntas hacia las mazmorras. Se volvieron a sentar juntas y Jade vio a Harry Potter sentarse con un pelirrojo en la mesa de al lado. En ese momento entró el profesor Snape con cara seria. La verdad es que siempre tenía la misma cara.
—Él es Severus Snape, dicen que siempre quiso el puesto de Quirrell pero que nunca se lo dieron —le susurró Hermione a la morena mientras éste entraba.
—Lo sé —le contestó.
Las primeras semanas pasaron y cada vez Hermione y Jade se hacían más amigas, aunque no estuvieran en la misma casa, siempre se veían en la biblioteca y en los jardines de Hogwarts.
Pasaron los días y casi sin darse cuenta llegó Halloween, y todo Hogwarts estaba decorado para la ocasión. Los alumnos caminaban alegres hacia el Gran Comedor y se sorprendían al ver toda esa comida de día especial.
Jade acababa de bajar por unas escaleras que la guiaban a un largo pasillo donde se escuchaban voces al final de éste, pero le llamó la atención un llanto. Se asomó por una puerta entre dos columnas y vio a alguien que se escondía allí. Era el baño de las chicas y una de ellas se había encerrado para llorar.
—¿Hola? ¿Quién eres? —La morena se agachó un poco para mirar por debajo de las puertas y consiguió ver unos pies—. ¿Estás bien?
—¿Ja… Jade? —preguntó Hermione entre sollozos.
—Hermione, ¿qué te pasa? —decía la chica mientras observaba a su amiga acercarse a ella. Jade la abrazó cuando la castaña lo hacía y ésta siguió llorando.
Después de que Hermione le contara el suceso con Ron (donde éste la había insultado), estaban sentadas en el suelo del baño cuando oyeron unos ruidos extraños fuera y se levantaron de un salto. Jade se dio cuenta de que se habían dejado las varitas en las habitaciones, por lo que empezó a asustarse. En ese momento vieron aparecer un troll enorme que entraba al baño, éste las miró y se acercó a ellas con intención de dañarlas.
—¡Jade, cuidado! —gritó Hermione al ver que el bate que llevaba el troll se movía hacia la chica.
Las dos se agacharon y, mientras la morena se escondía en los baños, Hermione lo distraía para que no atacara a su amiga. Intentó darle con el bate, pero lo esquivó y con una voltereta se coló por debajo de sus piernas poniéndose así detrás de él. Pero éste se quedó mirando a Jade y rompió todas las puertas con un golpe. Ahora, cambió de posición y se centró en la Gryffindor, alzando su arma conforme se le acercaba. Jade intentó tirarle trozos de madera que había por el suelo para distraerle, pero en ese momento no lo vio venir y el bate le dio en un costado haciendo que se estampara contra la pared y quedara inconsciente.
Tras varias horas, Jade despertó y vio a tres personas junto a ella. Se sentó como pudo y los miró.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está el troll? ¿Estás bien Hermione? ¿Y vosotros qué hacéis aquí? —preguntó extrañada al ver a Harry Potter a su lado.
—Vale, vale, más despacio que no podemos responderte todas de golpe —le dijo un divertido Ron Weasley. No sabía mucho de él pero parecía un buen chico, además sabía que tenía muchos hermanos y que su padre trabajaba en el Ministerio.
—Gracias a Harry y a Ron estamos bien —dijo Hermione, pero antes de continuar entraron Dumbledore y Snape, y se acercaron a la camilla.
—¿Qué tal está señorita Prince? No creo que sin varita consiguiera acabar con un troll, por mucho que quisiera. —El director sonrió—. Aunque, se merece cinco puntos para Slytherin por intentar ayudar a la señorita Granger, ¿no le parece profesor Snape? —dijo mirando al hombre que tenía a su lado con cara divertida.
—Supongo que sí, aunque no sé que hacían solas cuando deberían estar en el comedor —contestó mirando fijamente a Jade.
—Vamos Severus… Por cierto, Harry, Ron y Hermione también fueron muy valientes, pues ningún alumno de primero se había enfrentado a un troll sin salir dañado, así que cinco puntos para Gryffindor por cada uno. —Dicho esto se fue seguido de un Snape nada satisfecho.
—Bueno, y ¿cómo te llamas? —preguntó el pelirrojo.
—Jade Prince —dijo ésta cuando volvió a mirar a los chicos.
—Yo soy Ron Weasley, encantado. Y él es Harry Po…
—Potter, Harry Potter, lo sé.
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Una de mis primeras novelas y de las que menos orgullosa me siento. Demasiado Marisue, debo advertir.
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Miraba por la ventana, a través de su reflejo. Aún no había partido el tren, pero ya llevaba rato instalada en aquel rincón del compartimiento, desconociendo a las dos personas que la acompañaban. Una de las niñas era morena, como ella, pero con el pelo más corto y delgada; la otra niña era también morena, pero era más corpulenta, con una espalda bastante ancha.
—Hola, ¿puedo sentarme?
La voz de una chica les llamó la atención y, al no recibir respuesta, se sentó junto a la chica que estaba sola.
—Me llamo Hermione Granger y este año empiezo el primer curso. ¿Cómo te llamas? —Se había inclinado hacia la chica que miraba por la ventana, intentando conectar sus miradas.
—¿Granger? No me suena el apellido. ¿De qué familia vienes? —Había sido la morena delgada la que le había preguntado.
La chica de la ventana se centró un poco en las otras tres, mirando ahora a la que tenía frente a ella.
—Mis padres son muggles —contestó la chica de pelo castaño y ojos del mismo color, Hermione—. ¿Quién eres tú?
—Yo, soy Pansy Parkinson, descendiente de una larga rama de magos importantes. —El tono altivo que usó fue el causante de que la nariz de Hermione se arrugase—. Ella es Millecent Bulstrode y las dos entraremos en la mejor casa de todas, en Slytherin. ¿A qué casa pertenecerás tú? ¿A la de los estúpidos Hufflepuff? ¿A los insignificantes sabelotodo de Ravenclaw? ¿O a la de los cabeza huecas de Gryffindor?
Pansy seguía mirando a la castaña, con sus malas intenciones en los ojos.
—Yo diría a Gryffindor —propuso Millecent imitando el mismo tono de superioridad que su amiga.
Las dos chicas se rieron, recreándose en su burla.
—Yo soy Jade Prince, encantada —la saludó la chica de la ventana, que se había sentado en dirección a ella, ignorando a las dos morenas.
Hermione pasó a mirar a la chica de ojos verdes, que hasta ahora no había hablado, y sonrió. Jade se había dado cuenta de quien merecía atención y quien no, y Parkinson y Bulstrode no formaban parte de la primera opción.
Bajó del tren sin compañía, pues Hermione se había ido del compartimiento casi al final del trayecto. Miró en derredor buscando alguna indicación de a donde debía dirigirse y vio, entre todas las cabezas de los alumnos, a un hombre que medía como mínimo dos metros y medio. El hombre guiaba a los de primer año hacia el otro extremo de la estación, lejos de los otros alumnos.
Se subieron a unos botes y cruzaron un lago, el Lago Negro que le había nombrado su padre alguna vez, acercándose al gran castillo. Hogwarts estaba sobre un peñasco que ocultaba una cueva, a donde se dirigían los botes. Aquella imagen superaba cualquier otra que pudiera haber impresionado a la chica. Y aumentó cuando pasaron por debajo de la roca para atracar los botes en un muelle.
Se sentía la humedad, pero los nervios y la excitación de estar justamente debajo de Hogwarts y a punto de ser seleccionados hacían que no se notase. Subieron unas escaleras detrás de una profesora y llegaron a la entrada del castillo.
Después de recibir una charla por parte de la profesora McGonagall (así se llamaba), pasaron al Gran Comedor, el cual estaba abarrotado de alumnos repartidos en cuatro mesas muy largas. Caminaron hasta la mesa de los profesores y se amontonaron lo más cerca posible del taburete que contenía un sombrero.
La subdirectora ya había empezado a decir nombres, llamando la atención de Jade al escuchar Hermione Granger. La chica se separó del grupo y se sentó donde le indicó la profesora. El Sombrero Seleccionador se estuvo pensando un poco la respuesta, hasta que al fin exclamó:
—¡Gryffindor!
Hermione salió corriendo con una sonrisa enorme hacia la mesa que había en su izquierda, pegada a la pared.
—Oh no —musitó Jade. Era posible que la pusieran en otra casa totalmente diferente.
Después de varios alumnos que se fueron a sus respectivas mesas, le tocó el turno a Harry Potter, el niño que sobrevivió. Toda la sala se quedó en silencio y esperaron las palabras del sombrero.
—¿Ése es Harry Potter? —Se escucharon varios murmullos, pero fueron acallados por una voz que decía:
—¡Gryffindor! —La mesa de Hermione se alegró mucho de tener a Harry Potter en su casa, pues eran los que más se escuchaban. Jade sonrió al ver que se sentaba al lado de Hermione y ésta se alegraba mucho, pero entonces…
—Prince, Jade. —La chica se sobresaltó y subió rápidamente mirando hacia la mesa de los profesores. Todos la observaban y subió con cierto miedo. Le pusieron el Sombrero en la cabeza y se puso más nerviosa aún. Casi un segundo después el Sombrero anunciaba:
—¡Slytherin!
Corrió medio contenta hacia la mesa de la izquierda y vio que también estaba Malfoy. Se sentó a su lado y miró hacia la mesa de Hermione que le sonreía aunque notaba su desilusión.
Cuando acabó la ceremonia, apareció comida en las mesas por arte de magia y con el estómago vacío empezaron a comer.
Mientras Jade cenaba le tocaron el hombro y cuando se giró tenía unos ojos grises justo delante.
—Hola, soy Malfoy, Draco Malfoy. —El chico le ofreció la mano y también se la dio.
—Encantada, yo soy Jade Prince.
—Que bien que estemos juntos ¿no? —Lo decía enserio y eso la hizo sonreír.
—Sí —fue lo único que dijo.
Era el primer día de clases, Jade se había despertado muy temprano, casi no había podido dormir, así que bajó y se fue a dar una vuelta por el castillo antes de ir a desayunar.
La primera asignatura del curso era Defensa Contra las Artes Oscuras, por suerte la morena la tenía junto con Gryffindor, así que llegó y Hermione le hizo señas para que se sentara con ella. Había decidido juntarse más con la castaña Gryffindor, antes que pasar dos segundos junto a la cara perro de Parkinson y su amiga.
La clase pasó sin ninguna novedad; el profesor Quirrell era bastante aburrido y las chicas atendían por obligación.
Como la siguiente clase era Pociones y también iba con Gryffindor, se fueron juntas hacia las mazmorras. Se volvieron a sentar juntas y Jade vio a Harry Potter sentarse con un pelirrojo en la mesa de al lado. En ese momento entró el profesor Snape con cara seria. La verdad es que siempre tenía la misma cara.
—Él es Severus Snape, dicen que siempre quiso el puesto de Quirrell pero que nunca se lo dieron —le susurró Hermione a la morena mientras éste entraba.
—Lo sé —le contestó.
Las primeras semanas pasaron y cada vez Hermione y Jade se hacían más amigas, aunque no estuvieran en la misma casa, siempre se veían en la biblioteca y en los jardines de Hogwarts.
Pasaron los días y casi sin darse cuenta llegó Halloween, y todo Hogwarts estaba decorado para la ocasión. Los alumnos caminaban alegres hacia el Gran Comedor y se sorprendían al ver toda esa comida de día especial.
Jade acababa de bajar por unas escaleras que la guiaban a un largo pasillo donde se escuchaban voces al final de éste, pero le llamó la atención un llanto. Se asomó por una puerta entre dos columnas y vio a alguien que se escondía allí. Era el baño de las chicas y una de ellas se había encerrado para llorar.
—¿Hola? ¿Quién eres? —La morena se agachó un poco para mirar por debajo de las puertas y consiguió ver unos pies—. ¿Estás bien?
—¿Ja… Jade? —preguntó Hermione entre sollozos.
—Hermione, ¿qué te pasa? —decía la chica mientras observaba a su amiga acercarse a ella. Jade la abrazó cuando la castaña lo hacía y ésta siguió llorando.
Después de que Hermione le contara el suceso con Ron (donde éste la había insultado), estaban sentadas en el suelo del baño cuando oyeron unos ruidos extraños fuera y se levantaron de un salto. Jade se dio cuenta de que se habían dejado las varitas en las habitaciones, por lo que empezó a asustarse. En ese momento vieron aparecer un troll enorme que entraba al baño, éste las miró y se acercó a ellas con intención de dañarlas.
—¡Jade, cuidado! —gritó Hermione al ver que el bate que llevaba el troll se movía hacia la chica.
Las dos se agacharon y, mientras la morena se escondía en los baños, Hermione lo distraía para que no atacara a su amiga. Intentó darle con el bate, pero lo esquivó y con una voltereta se coló por debajo de sus piernas poniéndose así detrás de él. Pero éste se quedó mirando a Jade y rompió todas las puertas con un golpe. Ahora, cambió de posición y se centró en la Gryffindor, alzando su arma conforme se le acercaba. Jade intentó tirarle trozos de madera que había por el suelo para distraerle, pero en ese momento no lo vio venir y el bate le dio en un costado haciendo que se estampara contra la pared y quedara inconsciente.
Tras varias horas, Jade despertó y vio a tres personas junto a ella. Se sentó como pudo y los miró.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está el troll? ¿Estás bien Hermione? ¿Y vosotros qué hacéis aquí? —preguntó extrañada al ver a Harry Potter a su lado.
—Vale, vale, más despacio que no podemos responderte todas de golpe —le dijo un divertido Ron Weasley. No sabía mucho de él pero parecía un buen chico, además sabía que tenía muchos hermanos y que su padre trabajaba en el Ministerio.
—Gracias a Harry y a Ron estamos bien —dijo Hermione, pero antes de continuar entraron Dumbledore y Snape, y se acercaron a la camilla.
—¿Qué tal está señorita Prince? No creo que sin varita consiguiera acabar con un troll, por mucho que quisiera. —El director sonrió—. Aunque, se merece cinco puntos para Slytherin por intentar ayudar a la señorita Granger, ¿no le parece profesor Snape? —dijo mirando al hombre que tenía a su lado con cara divertida.
—Supongo que sí, aunque no sé que hacían solas cuando deberían estar en el comedor —contestó mirando fijamente a Jade.
—Vamos Severus… Por cierto, Harry, Ron y Hermione también fueron muy valientes, pues ningún alumno de primero se había enfrentado a un troll sin salir dañado, así que cinco puntos para Gryffindor por cada uno. —Dicho esto se fue seguido de un Snape nada satisfecho.
—Bueno, y ¿cómo te llamas? —preguntó el pelirrojo.
—Jade Prince —dijo ésta cuando volvió a mirar a los chicos.
—Yo soy Ron Weasley, encantado. Y él es Harry Po…
—Potter, Harry Potter, lo sé.
Call me Aly.
Re: Alicia en su país de las Maravillas.
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Si hubiera sabido que su madre pensaba humillarla de nuevo como siempre lo había hecho, jamás habría tomado aquel avión para pasar el fin de semana de las costas de Cataluña, en España, donde el prometido de su hermana había alquilado una casa sólo para resultar más ostentoso a ojos de sus, según él, futuros suegros.
¿Cómo había podido ser tan estúpida para pensar que podía pasar un fin de semana tranquila con su madre y su hermana? Apagó el motor del coche y abrió la puerta para salir a la calle aún mojada por la tormenta, cerrándola con más fuerza de la que hubiera sido necesaria. Bordeó el coche y abrió el maletero para sacar la pequeña maleta de piel negra que había llevado al viaje y el maletín negro donde llevaba su ordenador portátil. Cerró el maletero con más fuerza que la puerta y tanteó en su bolso de mano en busca de las llaves. ¿En qué momento se le había ocurrido pensar que podría ser un buen fin de semana?
Frunció el ceño. Se habían pasado todo el fin de semana criticándola… si se ponía pantalones, no era demasiado femenina pero si se ponía un vestido, estaba intentando atraer la atención de algún hombre que, según su madre, era lo más lógico dado que estaba a punto de cumplir veinticinco años y su relación más larga había sido una de cinco meses. Luego estaba el peinado. Cabello rizado y largo, pero su hermana había insistido en que para su boda debería llevarlo liso como todas las damas de honor para no destacar entre nadie, algo a lo que ella se había negado por supuesto. Podían vestirla como una barbie de azúcar de color rosa, podían ponerle zapatos de tacón alto que le destrozaría los pies a la media hora de llevarlos puestos e incluso podían buscarle una cita con el padrino de Marcus, pero no iban a cambiarle el pelo para una estúpida boda aunque fuera la de su hermana.
Subió los tres escalones del edificio en el que vivía encontrando las llaves y maldiciendo cuando la luz de la farola que alumbraba directamente la puerta se fundió… otra vez por décima vez en las últimas dos semanas… ¿por qué en lugar de cambiar la bombilla no cambiaban la farola? Sus impuestos tenían que servir para algo como eso ¿no?
¿En qué estaba pensando? En su familia, sí… bueno, si es que a eso se le podía llamar familia… definitivamente lo había sido mientras su padre estaba vivo… pero… luego las cosas se habían complicado y estaba segura de que, pese a que su madre dijera que no le importaba, el momento en que ella, su hija mayor le había dicho que en lugar de ser dentista, prefería ser pediatra, había sido el momento en que Martha ______ había decidido que Rebecca iba a ser su hija predilecta, después de todo, ella sí quería ser dentista.
Ella había pasado a un segundo plano. Abrió la puerta del portal y entró dentro agradecida de poder refugiarse del frío invierno de Londres a aquellas horas de la madrugada. Atravesó el vestíbulo y apretó el botón del ascensor que parpadeó ligeramente en rojo antes de apagarse. ______ maldijo por lo bajo mientras apoyaba la frente contra el frío metal de la puerta del elevador.
-Genial… simplemente genial…
Suspiró y volvió a cruzar el pasillo hasta las escaleras, tendría que subir hasta el quinto piso andando; miró las escaleras y resoplando, se sentó en los primeros escalones, se quitó los zapatos que recogió con una mano, aferró su maleta con la otra y se aseguró que el maletín con el ordenador estuviera bien colgado de su hombro, junto a su bolso.
Seguro que a su madre le hubiera encantado estar allí para reírse de ella, por supuesto de forma disimulada, pero reírse, después de todo.
Para su madre ella nunca hacía las cosas bien. Si pasaba mucho tiempo en casa era una aburrida que nunca encontraría un hombre, si salía demasiado era una descarada que cualquier día iba a despertar en la cama de algún hombre indeseable; si sonreía mucho le preguntaba si no pensaba en todos los problemas que tenía y si sonreía poco le decía que alegrara la cara si quería que alguien se fijara en ella.
La había criticado cuando dejó su prestigioso empleo en uno de los hospitales más importantes de Londres para dedicarse a la pediatría en un hospital del barrio de clase media, St Mary's, donde el personal era escaso y hacían todo lo que podían para salvar la vida a los que llegaban con, principalmente, heridas de bala o de arma blanca; un lugar donde no había habido pediatra hasta que ella había llegado. No le había importado. Ella adoraba su trabajo; se sentía bien poder ayudar a la gente, adoraba ver los rostros de los niños sin lágrimas cuando ella les curaba o cuando les aseguraba que todo estaría bien. Pero por supuesto su madre no lo había entendido.
Sonrió de forma sarcástica mientras continuaba subiendo las escaleras; ella podría haber sido la médico particular del mismo presidente de Estados Unidos y seguro que su madre le habría encontrado pegas igualmente.
¿El motivo? No estaba casada. No tenía novio a la vista y definitivamente, no entraba en sus planes involucrarse en la vida de nadie y mucho menos dejar que nadie se involucrara en la suya. El concepto de su madre para una mujer era fácil: podía trabajar, por supuesto, después de todo, Martha era dentista y era una mujer trabajadora, pero junto al trabajo tenía que tener una vida estable y para Martha ______, una vida estable era sinónimo de casarse, tener una casa y tres niños a los que criar y cuidar.
______ ladeó la cabeza pensativa.
No le importaba tener tres niños a los que cuidar y criar, pero lo que menos le hacía falta en aquellos momentos a su vida era un hombre al que cuidar también. Su vida ya era demasiado complicada para añadir algo más. Ni siquiera sabía como había tenido tiempo de viajar hasta España con todo el trabajo que tenía encima… Suspiró cuando llegó al rellano del quinto piso.
Lo que le apetecía en aquellos momentos era darse una buena ducha relajante… mientras atravesaba los últimos metros, decidió que más que una ducha, sería un baño; un buen baño de espuma… Era tarde, esperaba que a Amanda no le importara, por poco ruido que quisiera hacer, siempre haría alguno.
Se detuvo frente a la puerta e introdujo la llave en la cerradura; frunció el ceño al notar que la cerradura cedía con demasiada facilidad.
Conocía a Amanda perfectamente. Habían estudiado juntas en la Universidad, ella para médico, Amanda para enfermera; y había sido una suerte que a ambas les hubiera tocado hacer las prácticas juntas porque con lo bien que se conocían formaban un equipo perfecto en los pasillos del hospital; antes de que ______ pidiera algo, Amanda ya había ido a buscarlo y cuando Amanda buscaba un médico urgente para algo, ______ siempre estaba allí.
Un trueno se escuchó retumbar en las paredes y ______ se estremeció. Miró enfadada hacia la ventana del descansillo del piso frunciendo el ceño, echándole la culpa de que se hubiera asustado a la maldita tormenta que parecía que aún no quería disiparse. Resopló y miró de nuevo la cerradura.
Conocía a Amanda lo suficiente para saber que siempre cerraba la puerta con llave y si podía poner el cerrojo y la cadena también lo hacía; le daba miedo quedarse sola en casa por eso lo hacía; incluso más de una vez, ______ había tenido que aporrear literalmente la puerta para que la pelirroja le abriese ya que había cerrado con tantas barreras que era imposible entrar sin que los bomberos tiraran la puerta abajo con sus hachas.
Era extraño que la puerta estuviera abierta. Entró llamándola.
-¿Amanda?
Un leve ruido al final del pasillo la hizo entrecerrar los ojos.
Dejó los zapatos y la pequeña maleta a un lado de la puerta, asegurándose de dejar el maletín con el ordenador portátil debajo de la mesita auxiliar, donde siempre lo dejaba meticulosamente; había aprendido hacia mucho que cada cosa tiene su lugar y que hay un lugar para cada cosa… si quieres encontrarlas cuando las buscas, por supuesto.
-¿Amanda? –volvió a tantear-. Amanda, soy yo cariño –la llamó de forma cariñosa-, ¿estás bien? Has dejado la puerta abierta.
Se detuvo en el dintel de la puerta que comunicaba el pasillo con el salón.
-¿Amanda? –volvió a preguntar extrañada.
Un ruido seco, una maldición y unos gemidos lastimeros, semejantes a los de un animal agonizante. Lo había escuchado muchas veces en el hospital para no saber reconocerlo.
______ caminó descalza por el pasillo; la puerta de la habitación de su compañera y amiga estaba entornada ligeramente; se acercó con el ceño fruncido, un ruido y un sollozo ahogado.
-Amanda, ¿estás bien? –preguntó de nuevo.
El ruido cesó; un lamento seco y cortante, cortado de forma rápida y definitiva.
______ suspiró y abrió la puerta despacio, como si temiera lo que pudiera encontrar allí dentro. Dio un grito. Sus ojos se abrieron. No estaba preparada para ver aquello.
La cama estaba deshecha, la mesita había sido corrida y la lámpara tirada; la ropa a medio meter en una maleta estaba aún a los pies del armario abierto de par en par mostrando sus tripas llenas de cajones y cajoncitos.
El escritorio de la enfermera, normalmente cuidado y ordenado estaba oculto bajo un montón de papeles y documentos, carpetas volcadas y estuches de CD's volcados, algunos de ellos rotos, como roto estaba el portátil que Amanda utilizaba para su trabajo.
Las cortinas habían sido arrancadas de su lugar y estaban teñidas de color rojo, el color de la sangre, igual que la moqueta amarilla pálido que Amanda había insistido en comprar cuando se habían ido a vivir juntas, allí donde una mano aún estaba abierta en un gesto silencioso de súplica.
Siguió la mano abierta y el brazo pálido apareció pronto. Había visto cadáveres en su vida de médico, algunos incluso habían muerto delante de ella… pero jamás se había tenido que enfrentar al hecho de ver el cadáver de alguien conocido, de alguien querido… Sintió que las lágrimas se precipitaban a sus ojos cuando descubrió la cabellera rojiza de su amiga, siempre pulcramente peinada, desordenada y desparramada por la moqueta, tintada del rojo de la moqueta allí donde el cabello rozaba el suelo.
Los ojos de Amanda, ya inerte, la miraban desde el suelo con el rostro lleno de sangre; ahogó un grito llevándose las manos a la boca mientras las palabras quedaban congeladas en su garganta y sentía ganas de vomitar ante aquella escena.
-Mátala también –escuchó.
Se giró hacia la derecha; un hombre de aspecto robusto trajeado que estaba limpiando la hoja de un puñal en un pañuelo blanco de lo que parecía ser delicada seda la miró. Ojos pequeños, boca grotesca y nariz sonrojada y con forma de patata; rapado al cero y con cejas espesas y barba de dos días que le daba un aspecto amenazante si es que un tipo de metro noventa y complexión robusta con más de noventa kilos podía necesitar un aire más amenazante que su propia presencia.
Un hombre más pequeño, el que había hablado, estaba a su lado, no le vio bien el rostro, la lámpara de la mesita de Amanda estaba volcada en el suelo como si la pelirroja hubiera intentado arrojarla lejos defendiéndose, seguramente, y la luz de la bombilla proyectaba una sombra sobre ese hombre.
______ no lo pensó; salió de la habitación corriendo todo lo que podía, atravesó el pasillo consciente de que aquel hombre la seguía con grandes zancadas, se encerró en el baño y trabó la puerta con el taburete y el seguro. Miró la puerta que en aquellos momentos le parecía increíblemente delgada y se insultó mentalmente por haberse encerrado a sí misma.
Un golpe se escuchó en el otro lado de la puerta al tiempo que un trueno estremecía el cristal de la pequeña ventana. ______ se sintió perdida. ¿Quiénes eran esos hombres?, ¿Por qué habían matado a Amanda?, ¿Qué querían? Un nuevo golpe y esta vez un disparo. Gritó de frustración y el cristal de la ventana tembló.
La ventana, era la única salida de la prisión a la que ella misma se había confinado. Abrió la ventana y se subió al inodoro ignorando deliberadamente otro disparo hecho, seguramente para atemorizarla.
Pero ______ no iba a dejarse matar tan fácilmente. Se había criado escuchando a su padre hablar de que debía luchar siempre, fueran cuales fueran las circunstancias, siempre había una posibilidad por pequeña que fuera de seguir adelante; si la vida te tira al suelo, vuelve a levantarte y enfréntate a ella tantas veces como el viento te empuje de nuevo.
La ventana era pequeña, pero cabía perfectamente, quizá tuviera problemas con sus caderas… siempre había sido ancha de caderas, otra cosa más por la que su madre la había humillado en infinitud de veces. Rodó los ojos. ¿En qué estaba pensando?
Por suerte sus caderas pasaron sin ningún problema más que un ligero raspón en el muslo derecho al rozar con las bisagras de la ventana. Se agazapó en la pequeña repisa tirando la maceta que había allí y su vista siguió irremediablemente la caída del tiesto hasta el suelo, cuatro pisos de altura. Se obligó a mirar hacia delante y suspiró aliviada; la escalera de incendio estaba a medio metro de la ventana. Ladeó la cabeza sopesando las posibilidades de llegar hasta allí. Nunca había sido buena en clases de educación física, por supuesto luego había cambiado, desde que había empezado a los doce años a entrenarse por las mañanas con su padre, pero… no estaba segura de poder llegar hasta allí.
No tuvo tiempo para pensar más. Un sonoro ¡crack! hizo que girara la cabeza para ver como aquel gigante entraba en el pequeño cuarto de baño con el puñal amenazadoramente dirigido a ella. No pensó. Su padre siempre le decía que a veces es mejor actuar y vivir que morir pensando. Saltó.
Escuchó una maldición cuando su cuerpo se estrelló contra la vieja escalera de incendio que daba a la parte trasera del piso, un callejón oscuro y mojado pero que en aquellos momentos a ______ le parecía un paraíso alejado del terror que estaba sufriendo en su propia casa.
Un disparo. Un silbido pasó cerca de su oído derecho. ¡Le estaban disparando! Se balanceó inclinándose hacía la derecha, haciendo que con su peso la escalera girara y luego, con las manos entumecidas por el frío y por el metal, apoyó sus pies desnudos en uno de los escalones sintiendo como se cortaba en la planta del pie izquierdo, seguramente con algún trozo de hierro, e hizo fuerza hacia abajo, cerrando los ojos al notar como la escalera descendía rápidamente varios metros hasta apoyarse en una plataforma de metal negro.
Suspiró. Estaba más cerca del suelo que de su casa. Quizá podría salir de allí. Otro disparo que le rozó el hombro. Maldijo en voz baja a la gente que vivía allí por no querer saber nada de nadie cuando escuchaban disparos, maldiciones y gritos porque estaba segura de que Amanda había gritado y también de que nadie había avisado a la policía.
Miró la herida del hombro. No parecía serio, un rasguño, la bala sólo la había rozado y por suerte no le había tocado ningún músculo ni tendón; rasgó parte de la falda que llevaba y presionó la tela contra su hombro, tomando un extremo con los dientes y envolviéndose la herida con la otra mano para anudarlo con la ayuda de la boca, haciendo una mueca al apretar ligeramente.
La escalera a la que aún seguía aferrada se tambaleó. Miró hacia arriba. El gigante también había saltado. ______ rodeó la plataforma y bajó las otras dos escaleras con toda la rapidez que pudo; cuando faltaban dos metros decidió, después de que otra bala la rozada, que era mejor saltar de golpe que dar otra vuelta a la escalera. Lo hizo. Saltó de la plataforma hasta el frío suelo y cayó acuclillada, levantándose con rapidez y corriendo por el callejón con la esperanza de llegar a la calle principal, ignorando el corte del pie y la herida del hombro, intentando borrar de su cabeza el rostro de Amanda y sus grandes ojos mirándola como si de algún modo, le estuviera pidiendo perdón por todo aquello.
Un disparo; pasos corriendo. Dos balas más silbando en el viento. ______ ni siquiera quería mirar atrás.
-¡Alto, deténgase!
¡Y un cuerno! Corrió más deprisa.
Los pasos detrás de ella se aceleraron. Una mano se cernió alrededor de su muñeca y un tirón hizo que trastabillara hacia atrás y de echo, se hubiera caído si no hubiera sido porque había topado con un pecho amplio y firme que la había detenido. Aún así, ella se revolvió, pese a que era consciente de que esa mano la tenía bien sujeta.
-¡Estése quieta! –bramó una voz masculina.
Si se suponía que aquello debía tranquilizarla, tuvo más bien el efecto contrario. ______ se revolvió aún más y soltando una grosería que quedó oculta entre los dientes, el hombre dio un par de pasos arrastrándola hasta que logró dejarla contra la pared, inmovilizada con su propio cuerpo e impidiendo que gritara colocando una mano sobre su boca. Ella abrió la boca y le mordió la mano con saña.
-¡Maldita sea! –gritó él entonces -¡Soy policía, estése quieta, por todos los diablos!
______ le vio sacar una cartera desde el bolsillo trasero del pantalón y la puso frente sus ojos para que la pudiera ver bien. Una placa que lo identificaba como agente del FBI brilló en la oscuridad del callejón bajo la opaca luz de una farola oxidada.
______ dejó de moverse, consciente de que aquel no era el tipo que le había disparado y que había intentado matarla segundos antes. ______ dejó de patalear. Incluso creyó que podría dejar de respirar en aquel mismo momento. No por la placa, no por lo que acababa de ver en su piso… y es que la misma luz opaca que había rebelado la placa brillante, había dejado ver algo más; los ojos grises más increíbles que ella jamás hubiera visto en nadie.
Luego, no recordó nada más que oscuridad.
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Si hubiera sabido que su madre pensaba humillarla de nuevo como siempre lo había hecho, jamás habría tomado aquel avión para pasar el fin de semana de las costas de Cataluña, en España, donde el prometido de su hermana había alquilado una casa sólo para resultar más ostentoso a ojos de sus, según él, futuros suegros.
¿Cómo había podido ser tan estúpida para pensar que podía pasar un fin de semana tranquila con su madre y su hermana? Apagó el motor del coche y abrió la puerta para salir a la calle aún mojada por la tormenta, cerrándola con más fuerza de la que hubiera sido necesaria. Bordeó el coche y abrió el maletero para sacar la pequeña maleta de piel negra que había llevado al viaje y el maletín negro donde llevaba su ordenador portátil. Cerró el maletero con más fuerza que la puerta y tanteó en su bolso de mano en busca de las llaves. ¿En qué momento se le había ocurrido pensar que podría ser un buen fin de semana?
Frunció el ceño. Se habían pasado todo el fin de semana criticándola… si se ponía pantalones, no era demasiado femenina pero si se ponía un vestido, estaba intentando atraer la atención de algún hombre que, según su madre, era lo más lógico dado que estaba a punto de cumplir veinticinco años y su relación más larga había sido una de cinco meses. Luego estaba el peinado. Cabello rizado y largo, pero su hermana había insistido en que para su boda debería llevarlo liso como todas las damas de honor para no destacar entre nadie, algo a lo que ella se había negado por supuesto. Podían vestirla como una barbie de azúcar de color rosa, podían ponerle zapatos de tacón alto que le destrozaría los pies a la media hora de llevarlos puestos e incluso podían buscarle una cita con el padrino de Marcus, pero no iban a cambiarle el pelo para una estúpida boda aunque fuera la de su hermana.
Subió los tres escalones del edificio en el que vivía encontrando las llaves y maldiciendo cuando la luz de la farola que alumbraba directamente la puerta se fundió… otra vez por décima vez en las últimas dos semanas… ¿por qué en lugar de cambiar la bombilla no cambiaban la farola? Sus impuestos tenían que servir para algo como eso ¿no?
¿En qué estaba pensando? En su familia, sí… bueno, si es que a eso se le podía llamar familia… definitivamente lo había sido mientras su padre estaba vivo… pero… luego las cosas se habían complicado y estaba segura de que, pese a que su madre dijera que no le importaba, el momento en que ella, su hija mayor le había dicho que en lugar de ser dentista, prefería ser pediatra, había sido el momento en que Martha ______ había decidido que Rebecca iba a ser su hija predilecta, después de todo, ella sí quería ser dentista.
Ella había pasado a un segundo plano. Abrió la puerta del portal y entró dentro agradecida de poder refugiarse del frío invierno de Londres a aquellas horas de la madrugada. Atravesó el vestíbulo y apretó el botón del ascensor que parpadeó ligeramente en rojo antes de apagarse. ______ maldijo por lo bajo mientras apoyaba la frente contra el frío metal de la puerta del elevador.
-Genial… simplemente genial…
Suspiró y volvió a cruzar el pasillo hasta las escaleras, tendría que subir hasta el quinto piso andando; miró las escaleras y resoplando, se sentó en los primeros escalones, se quitó los zapatos que recogió con una mano, aferró su maleta con la otra y se aseguró que el maletín con el ordenador estuviera bien colgado de su hombro, junto a su bolso.
Seguro que a su madre le hubiera encantado estar allí para reírse de ella, por supuesto de forma disimulada, pero reírse, después de todo.
Para su madre ella nunca hacía las cosas bien. Si pasaba mucho tiempo en casa era una aburrida que nunca encontraría un hombre, si salía demasiado era una descarada que cualquier día iba a despertar en la cama de algún hombre indeseable; si sonreía mucho le preguntaba si no pensaba en todos los problemas que tenía y si sonreía poco le decía que alegrara la cara si quería que alguien se fijara en ella.
La había criticado cuando dejó su prestigioso empleo en uno de los hospitales más importantes de Londres para dedicarse a la pediatría en un hospital del barrio de clase media, St Mary's, donde el personal era escaso y hacían todo lo que podían para salvar la vida a los que llegaban con, principalmente, heridas de bala o de arma blanca; un lugar donde no había habido pediatra hasta que ella había llegado. No le había importado. Ella adoraba su trabajo; se sentía bien poder ayudar a la gente, adoraba ver los rostros de los niños sin lágrimas cuando ella les curaba o cuando les aseguraba que todo estaría bien. Pero por supuesto su madre no lo había entendido.
Sonrió de forma sarcástica mientras continuaba subiendo las escaleras; ella podría haber sido la médico particular del mismo presidente de Estados Unidos y seguro que su madre le habría encontrado pegas igualmente.
¿El motivo? No estaba casada. No tenía novio a la vista y definitivamente, no entraba en sus planes involucrarse en la vida de nadie y mucho menos dejar que nadie se involucrara en la suya. El concepto de su madre para una mujer era fácil: podía trabajar, por supuesto, después de todo, Martha era dentista y era una mujer trabajadora, pero junto al trabajo tenía que tener una vida estable y para Martha ______, una vida estable era sinónimo de casarse, tener una casa y tres niños a los que criar y cuidar.
______ ladeó la cabeza pensativa.
No le importaba tener tres niños a los que cuidar y criar, pero lo que menos le hacía falta en aquellos momentos a su vida era un hombre al que cuidar también. Su vida ya era demasiado complicada para añadir algo más. Ni siquiera sabía como había tenido tiempo de viajar hasta España con todo el trabajo que tenía encima… Suspiró cuando llegó al rellano del quinto piso.
Lo que le apetecía en aquellos momentos era darse una buena ducha relajante… mientras atravesaba los últimos metros, decidió que más que una ducha, sería un baño; un buen baño de espuma… Era tarde, esperaba que a Amanda no le importara, por poco ruido que quisiera hacer, siempre haría alguno.
Se detuvo frente a la puerta e introdujo la llave en la cerradura; frunció el ceño al notar que la cerradura cedía con demasiada facilidad.
Conocía a Amanda perfectamente. Habían estudiado juntas en la Universidad, ella para médico, Amanda para enfermera; y había sido una suerte que a ambas les hubiera tocado hacer las prácticas juntas porque con lo bien que se conocían formaban un equipo perfecto en los pasillos del hospital; antes de que ______ pidiera algo, Amanda ya había ido a buscarlo y cuando Amanda buscaba un médico urgente para algo, ______ siempre estaba allí.
Un trueno se escuchó retumbar en las paredes y ______ se estremeció. Miró enfadada hacia la ventana del descansillo del piso frunciendo el ceño, echándole la culpa de que se hubiera asustado a la maldita tormenta que parecía que aún no quería disiparse. Resopló y miró de nuevo la cerradura.
Conocía a Amanda lo suficiente para saber que siempre cerraba la puerta con llave y si podía poner el cerrojo y la cadena también lo hacía; le daba miedo quedarse sola en casa por eso lo hacía; incluso más de una vez, ______ había tenido que aporrear literalmente la puerta para que la pelirroja le abriese ya que había cerrado con tantas barreras que era imposible entrar sin que los bomberos tiraran la puerta abajo con sus hachas.
Era extraño que la puerta estuviera abierta. Entró llamándola.
-¿Amanda?
Un leve ruido al final del pasillo la hizo entrecerrar los ojos.
Dejó los zapatos y la pequeña maleta a un lado de la puerta, asegurándose de dejar el maletín con el ordenador portátil debajo de la mesita auxiliar, donde siempre lo dejaba meticulosamente; había aprendido hacia mucho que cada cosa tiene su lugar y que hay un lugar para cada cosa… si quieres encontrarlas cuando las buscas, por supuesto.
-¿Amanda? –volvió a tantear-. Amanda, soy yo cariño –la llamó de forma cariñosa-, ¿estás bien? Has dejado la puerta abierta.
Se detuvo en el dintel de la puerta que comunicaba el pasillo con el salón.
-¿Amanda? –volvió a preguntar extrañada.
Un ruido seco, una maldición y unos gemidos lastimeros, semejantes a los de un animal agonizante. Lo había escuchado muchas veces en el hospital para no saber reconocerlo.
______ caminó descalza por el pasillo; la puerta de la habitación de su compañera y amiga estaba entornada ligeramente; se acercó con el ceño fruncido, un ruido y un sollozo ahogado.
-Amanda, ¿estás bien? –preguntó de nuevo.
El ruido cesó; un lamento seco y cortante, cortado de forma rápida y definitiva.
______ suspiró y abrió la puerta despacio, como si temiera lo que pudiera encontrar allí dentro. Dio un grito. Sus ojos se abrieron. No estaba preparada para ver aquello.
La cama estaba deshecha, la mesita había sido corrida y la lámpara tirada; la ropa a medio meter en una maleta estaba aún a los pies del armario abierto de par en par mostrando sus tripas llenas de cajones y cajoncitos.
El escritorio de la enfermera, normalmente cuidado y ordenado estaba oculto bajo un montón de papeles y documentos, carpetas volcadas y estuches de CD's volcados, algunos de ellos rotos, como roto estaba el portátil que Amanda utilizaba para su trabajo.
Las cortinas habían sido arrancadas de su lugar y estaban teñidas de color rojo, el color de la sangre, igual que la moqueta amarilla pálido que Amanda había insistido en comprar cuando se habían ido a vivir juntas, allí donde una mano aún estaba abierta en un gesto silencioso de súplica.
Siguió la mano abierta y el brazo pálido apareció pronto. Había visto cadáveres en su vida de médico, algunos incluso habían muerto delante de ella… pero jamás se había tenido que enfrentar al hecho de ver el cadáver de alguien conocido, de alguien querido… Sintió que las lágrimas se precipitaban a sus ojos cuando descubrió la cabellera rojiza de su amiga, siempre pulcramente peinada, desordenada y desparramada por la moqueta, tintada del rojo de la moqueta allí donde el cabello rozaba el suelo.
Los ojos de Amanda, ya inerte, la miraban desde el suelo con el rostro lleno de sangre; ahogó un grito llevándose las manos a la boca mientras las palabras quedaban congeladas en su garganta y sentía ganas de vomitar ante aquella escena.
-Mátala también –escuchó.
Se giró hacia la derecha; un hombre de aspecto robusto trajeado que estaba limpiando la hoja de un puñal en un pañuelo blanco de lo que parecía ser delicada seda la miró. Ojos pequeños, boca grotesca y nariz sonrojada y con forma de patata; rapado al cero y con cejas espesas y barba de dos días que le daba un aspecto amenazante si es que un tipo de metro noventa y complexión robusta con más de noventa kilos podía necesitar un aire más amenazante que su propia presencia.
Un hombre más pequeño, el que había hablado, estaba a su lado, no le vio bien el rostro, la lámpara de la mesita de Amanda estaba volcada en el suelo como si la pelirroja hubiera intentado arrojarla lejos defendiéndose, seguramente, y la luz de la bombilla proyectaba una sombra sobre ese hombre.
______ no lo pensó; salió de la habitación corriendo todo lo que podía, atravesó el pasillo consciente de que aquel hombre la seguía con grandes zancadas, se encerró en el baño y trabó la puerta con el taburete y el seguro. Miró la puerta que en aquellos momentos le parecía increíblemente delgada y se insultó mentalmente por haberse encerrado a sí misma.
Un golpe se escuchó en el otro lado de la puerta al tiempo que un trueno estremecía el cristal de la pequeña ventana. ______ se sintió perdida. ¿Quiénes eran esos hombres?, ¿Por qué habían matado a Amanda?, ¿Qué querían? Un nuevo golpe y esta vez un disparo. Gritó de frustración y el cristal de la ventana tembló.
La ventana, era la única salida de la prisión a la que ella misma se había confinado. Abrió la ventana y se subió al inodoro ignorando deliberadamente otro disparo hecho, seguramente para atemorizarla.
Pero ______ no iba a dejarse matar tan fácilmente. Se había criado escuchando a su padre hablar de que debía luchar siempre, fueran cuales fueran las circunstancias, siempre había una posibilidad por pequeña que fuera de seguir adelante; si la vida te tira al suelo, vuelve a levantarte y enfréntate a ella tantas veces como el viento te empuje de nuevo.
La ventana era pequeña, pero cabía perfectamente, quizá tuviera problemas con sus caderas… siempre había sido ancha de caderas, otra cosa más por la que su madre la había humillado en infinitud de veces. Rodó los ojos. ¿En qué estaba pensando?
Por suerte sus caderas pasaron sin ningún problema más que un ligero raspón en el muslo derecho al rozar con las bisagras de la ventana. Se agazapó en la pequeña repisa tirando la maceta que había allí y su vista siguió irremediablemente la caída del tiesto hasta el suelo, cuatro pisos de altura. Se obligó a mirar hacia delante y suspiró aliviada; la escalera de incendio estaba a medio metro de la ventana. Ladeó la cabeza sopesando las posibilidades de llegar hasta allí. Nunca había sido buena en clases de educación física, por supuesto luego había cambiado, desde que había empezado a los doce años a entrenarse por las mañanas con su padre, pero… no estaba segura de poder llegar hasta allí.
No tuvo tiempo para pensar más. Un sonoro ¡crack! hizo que girara la cabeza para ver como aquel gigante entraba en el pequeño cuarto de baño con el puñal amenazadoramente dirigido a ella. No pensó. Su padre siempre le decía que a veces es mejor actuar y vivir que morir pensando. Saltó.
Escuchó una maldición cuando su cuerpo se estrelló contra la vieja escalera de incendio que daba a la parte trasera del piso, un callejón oscuro y mojado pero que en aquellos momentos a ______ le parecía un paraíso alejado del terror que estaba sufriendo en su propia casa.
Un disparo. Un silbido pasó cerca de su oído derecho. ¡Le estaban disparando! Se balanceó inclinándose hacía la derecha, haciendo que con su peso la escalera girara y luego, con las manos entumecidas por el frío y por el metal, apoyó sus pies desnudos en uno de los escalones sintiendo como se cortaba en la planta del pie izquierdo, seguramente con algún trozo de hierro, e hizo fuerza hacia abajo, cerrando los ojos al notar como la escalera descendía rápidamente varios metros hasta apoyarse en una plataforma de metal negro.
Suspiró. Estaba más cerca del suelo que de su casa. Quizá podría salir de allí. Otro disparo que le rozó el hombro. Maldijo en voz baja a la gente que vivía allí por no querer saber nada de nadie cuando escuchaban disparos, maldiciones y gritos porque estaba segura de que Amanda había gritado y también de que nadie había avisado a la policía.
Miró la herida del hombro. No parecía serio, un rasguño, la bala sólo la había rozado y por suerte no le había tocado ningún músculo ni tendón; rasgó parte de la falda que llevaba y presionó la tela contra su hombro, tomando un extremo con los dientes y envolviéndose la herida con la otra mano para anudarlo con la ayuda de la boca, haciendo una mueca al apretar ligeramente.
La escalera a la que aún seguía aferrada se tambaleó. Miró hacia arriba. El gigante también había saltado. ______ rodeó la plataforma y bajó las otras dos escaleras con toda la rapidez que pudo; cuando faltaban dos metros decidió, después de que otra bala la rozada, que era mejor saltar de golpe que dar otra vuelta a la escalera. Lo hizo. Saltó de la plataforma hasta el frío suelo y cayó acuclillada, levantándose con rapidez y corriendo por el callejón con la esperanza de llegar a la calle principal, ignorando el corte del pie y la herida del hombro, intentando borrar de su cabeza el rostro de Amanda y sus grandes ojos mirándola como si de algún modo, le estuviera pidiendo perdón por todo aquello.
Un disparo; pasos corriendo. Dos balas más silbando en el viento. ______ ni siquiera quería mirar atrás.
-¡Alto, deténgase!
¡Y un cuerno! Corrió más deprisa.
Los pasos detrás de ella se aceleraron. Una mano se cernió alrededor de su muñeca y un tirón hizo que trastabillara hacia atrás y de echo, se hubiera caído si no hubiera sido porque había topado con un pecho amplio y firme que la había detenido. Aún así, ella se revolvió, pese a que era consciente de que esa mano la tenía bien sujeta.
-¡Estése quieta! –bramó una voz masculina.
Si se suponía que aquello debía tranquilizarla, tuvo más bien el efecto contrario. ______ se revolvió aún más y soltando una grosería que quedó oculta entre los dientes, el hombre dio un par de pasos arrastrándola hasta que logró dejarla contra la pared, inmovilizada con su propio cuerpo e impidiendo que gritara colocando una mano sobre su boca. Ella abrió la boca y le mordió la mano con saña.
-¡Maldita sea! –gritó él entonces -¡Soy policía, estése quieta, por todos los diablos!
______ le vio sacar una cartera desde el bolsillo trasero del pantalón y la puso frente sus ojos para que la pudiera ver bien. Una placa que lo identificaba como agente del FBI brilló en la oscuridad del callejón bajo la opaca luz de una farola oxidada.
______ dejó de moverse, consciente de que aquel no era el tipo que le había disparado y que había intentado matarla segundos antes. ______ dejó de patalear. Incluso creyó que podría dejar de respirar en aquel mismo momento. No por la placa, no por lo que acababa de ver en su piso… y es que la misma luz opaca que había rebelado la placa brillante, había dejado ver algo más; los ojos grises más increíbles que ella jamás hubiera visto en nadie.
Luego, no recordó nada más que oscuridad.
Call me Aly.
Re: Alicia en su país de las Maravillas.
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Cierras la puerta de la casa sigilosamente, aún a sabiendas de que es inútil: los habitantes de la casa se percatarían de tu intrusión igualmente. A pesar de tu miedo inicial sigues adelante, deseando por enésima vez que la electricidad del edificio no hubiese sido nunca cortada… aunque nadie vive aquí desde hacía, al menos, tres generaciones. Tienes una linterna en la mano pero sabes de sobras que no te servirá de nada porque, pese a poder ver lo que tienes delante gracias al pequeño foco, esa luz no te otorga la protección que necesitas. Además, te dices, no es la primera vez que vengo aquí; y conozco esta casa tan bien como la mía propia.
Mientras tomas aire profunda pero silenciosamente, te acercas a las escaleras, ignorando a la espectro llorosa que lamenta la ausencia de su amado, el cuál nunca regresará. Ya has intentado hablar con ellos, con los fantasmas que merodean la casa, pero no has tenido éxito alguno; algunos te ven, pero ninguno puede comunicarse contigo. Era, después de todo, por eso mismo por lo que volvías allí casi cada noche: para encontrar la clave que un día resolvería el misterio de tu familia.
Avanzas por las escaleras sintiendo el camino gracias al pasamano de este edificio antiguo, de un estilo nada moderno, sino mas bien, de una extraña mezcla entre el estilo victoriano y las mansiones americanas de principio de siglo. Llegas al primer piso, tus rodillas tiemblan tan violentamente como la primera vez que hiciste este recorrido, tu pulso a mil por hora y tus ojos desorbitados intentando estudiar todo lo que te rodea, intentando ver algo que no fuera tragado por esa espesa oscuridad, ocultando y tragando sus atributos.
Tampoco era la primera vez que deseas tener a tu lado a Adam o a Chris, pero como tantas otras veces: estas sola y saldrás de ésta, también sola. Tiras la linterna apagada por las escaleras, recordando en el último instante, cuando ya es demasiado tarde, que así sólo lograrás alertar a los fantasmas más violentos; el mal, por eso, ya estaba hecho y oyes el tan conocido alarido del espectro más brutal que has conocido durante tus misiones como cazafantasmas o detective espiritual. Bufas tratando de controlar tus nervios, recordándote a tí misma que hasta el momento ninguno te ha atacado, o al menos, ninguno había hecho más que gritar cerca de tu oído, haciendo que te asustaras y salieras lo más rápidamente posible de la casa sin dejar de correr hasta llegar a la habitación de tu hermano, hundiéndote entre sus sábanas, sobresaltándolo, y luego él te daría una reprimenda por asustarse tanto por una pesadilla (real, pero eso él eso no lo sabe) aunque siempre eres bienvenida a dormir con él. Aún así, noche tras noche, te armas de valor, sales de tu casa y entras en la otra. Y el proceso se volvía a repetir. Chris te había hecho beber té para calmarte y durmieras sin pesadillas, su padre le había dado unas pastillas que no necesitaban receta, y su madre te había dicho que, si quería, podrían ir a hablar con un especialista sobre el tema.
Aún no sabes cómo lo has hecho, pero has aguantado todas las vacaciones saliéndote con la tuya, sin hierbas, sin pastillas y sin loqueros.
Con una débil sonrisa, avanzas hasta llegar a una habitación que sientes como si fuera la tuya propia. No puedes identificar el color de las cosas pues siempre que entras son pasadas medianoche y ni una vez has encendido la linterna que traes contigo siempre. La habitación es grande y espaciosa, y contiene una cama enorme, como la de eus padres, o puede que incluso más grande, de metal, como los lechos que ves en las películas de televisión donde las mujeres que vivían rodeadas de lujos iban y venían en carruajes con sus voluminosas faldas y apretados corsés, su cabello cubierto por una gran peluca blanca. La cama esta hecha y contiene numerosas muñecas de porcelana que te devuelven la mirada con sus ojos abiertos de vidrio, inquietándote. Nunca te has sentado en la cama, nunca has tenido el valor de hacerlo. De las paredes cuelgan imágenes en blanco y negro de tus abuelos, Albert Donalder, Defensor del Amor y Emilia Donalder, Arte Silencioso. Los dos tienen una mirada sombría que difiere mucho de la mirada cálida de tu madre o la mirada viva de tu tía Verónica; las dos hijas de los elegantes señores que posan para la foto. La ventana está tapada por barrotes de madera y éstos están fijos por clavos negros, oxidados, portadores probablemente de mil infecciones, tal y como le había dicho Chris a Adam una vez por algo que ni recuerdas. Hay un armario negro que imaginas, estaré repleto de esos preciosos vestidos de seda de primera calidad, pero por el mismo motivo por el que no te atreves a sentarte en esa cama, no te atreves a abrir el pomo del armario para saber qué hay dentro, aunque fuera ropa, y de la que a todas las adolescentes de tu edad vuelven locas.
Pero algo te dice que es hora de abrir las puertas de ese armario. El espejo que esta incrustado en la tabla plana tiene una grieta más, como si alguien lo hubiera golpeado durante el día cuando tú no estuviste presente. Y sabes, como sabe uno que está perdido que no debe aventurarse por el bosque sino quedarse quieto hasta que le encuentren, que debes abrir esas puertas. Tragas saliva y te dices a ti misma que eres una tonta, que nadie te ha dicho nada, que no tienes por qué abrir ese armario ni mirar dentro, que es mejor que te fueras a investigar a otra parte, como la cocina. Pero antes de darte cuenta siquiera, tu mano ya está sobre el pomo del armario, girándolo, y como si una fuerza sobrenatural la guiara más que tu propia voluntad, abres la puerta.
Una caja. Hay una caja muy vieja reposando en una esquina, del tamaño de una caja de zapatos actual. La coges muy suavemente porque el cartón es muy, muy viejo, y sacas la caja fuera. Te reprendes tal y como lo hace Adam cuando es torpe y se tuerce la muñeca jugando a Volleyball o cuando se corta mientras cocina.
Te llamas tonta por no haberte atrevido a abrir esa puerta cuanto antes, esa puerta y otras muchas selladas también no por un pomo, sino por el miedo irracional que te invade nada más verlas.
Tienes miedo y tiemblas un poco, pero como otras muchas veces, respiras hondo y reunes fuerzas para tomar una decisión sabia.
Decides llevarte la caja consito y leer su contenido (la has abierto y has averiguado que hay cartas) y que, antes de que empezara el nuevo curso en tres días, sacarías todo lo que esa casa te ofrecía y resolverías definitivamente el misterio con la ayuda de tu tía Verónica, un misterio al que no se había arrojado ninguna luz hasta ahora, el momento que decides abrir las demás puertas, todas las puertas, todas las que hagan falta para logar tu objetivo.
Tan contenta estás con tu descubrimiento y todo lo que haríaa con ello que casi olvidas dónde estás y qué clase de secretos oculta esta casa, llena de entes nada amables y que no toleran tu curiosidad.
Así que te sobresaltas cuando oyes un grito agudo provenir de la puerta de la misma habitación en la que te encuentras, siguiendo tus instintos, decides contener el grito que estaba a punto de escapar tu garganta y salir de ahí con tu tesoro cuanto antes. Pasas por el lado del espectro que te ha gritado, la misma que siempre llora vestida con un camisón tradicional, y bajas por las escaleras sin necesidad de guiarte por el pasamanos y corres lo más rápido que puedes hasta la puerta principal, esta vez entreabierta y con alguien, también vestida tradicionalmente, que te hace gestos apremiantes para que salgas de ahí.
Cruzas el comedor para llegar hasta la puerta, la figura cada vez más clara y más fácil de distinguir, su cabello azul y ojos lilosos impactádote, dejándote sin aliento, pero no tanto como el ruido que oyes encima de ella.
Detienes tu carrera. Te duelen las piernas y escuchas tu corazón bombeando violentamente. Alzas la mirada.
El peor error que pudiste nunca cometer.
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Cierras la puerta de la casa sigilosamente, aún a sabiendas de que es inútil: los habitantes de la casa se percatarían de tu intrusión igualmente. A pesar de tu miedo inicial sigues adelante, deseando por enésima vez que la electricidad del edificio no hubiese sido nunca cortada… aunque nadie vive aquí desde hacía, al menos, tres generaciones. Tienes una linterna en la mano pero sabes de sobras que no te servirá de nada porque, pese a poder ver lo que tienes delante gracias al pequeño foco, esa luz no te otorga la protección que necesitas. Además, te dices, no es la primera vez que vengo aquí; y conozco esta casa tan bien como la mía propia.
Mientras tomas aire profunda pero silenciosamente, te acercas a las escaleras, ignorando a la espectro llorosa que lamenta la ausencia de su amado, el cuál nunca regresará. Ya has intentado hablar con ellos, con los fantasmas que merodean la casa, pero no has tenido éxito alguno; algunos te ven, pero ninguno puede comunicarse contigo. Era, después de todo, por eso mismo por lo que volvías allí casi cada noche: para encontrar la clave que un día resolvería el misterio de tu familia.
Avanzas por las escaleras sintiendo el camino gracias al pasamano de este edificio antiguo, de un estilo nada moderno, sino mas bien, de una extraña mezcla entre el estilo victoriano y las mansiones americanas de principio de siglo. Llegas al primer piso, tus rodillas tiemblan tan violentamente como la primera vez que hiciste este recorrido, tu pulso a mil por hora y tus ojos desorbitados intentando estudiar todo lo que te rodea, intentando ver algo que no fuera tragado por esa espesa oscuridad, ocultando y tragando sus atributos.
Tampoco era la primera vez que deseas tener a tu lado a Adam o a Chris, pero como tantas otras veces: estas sola y saldrás de ésta, también sola. Tiras la linterna apagada por las escaleras, recordando en el último instante, cuando ya es demasiado tarde, que así sólo lograrás alertar a los fantasmas más violentos; el mal, por eso, ya estaba hecho y oyes el tan conocido alarido del espectro más brutal que has conocido durante tus misiones como cazafantasmas o detective espiritual. Bufas tratando de controlar tus nervios, recordándote a tí misma que hasta el momento ninguno te ha atacado, o al menos, ninguno había hecho más que gritar cerca de tu oído, haciendo que te asustaras y salieras lo más rápidamente posible de la casa sin dejar de correr hasta llegar a la habitación de tu hermano, hundiéndote entre sus sábanas, sobresaltándolo, y luego él te daría una reprimenda por asustarse tanto por una pesadilla (real, pero eso él eso no lo sabe) aunque siempre eres bienvenida a dormir con él. Aún así, noche tras noche, te armas de valor, sales de tu casa y entras en la otra. Y el proceso se volvía a repetir. Chris te había hecho beber té para calmarte y durmieras sin pesadillas, su padre le había dado unas pastillas que no necesitaban receta, y su madre te había dicho que, si quería, podrían ir a hablar con un especialista sobre el tema.
Aún no sabes cómo lo has hecho, pero has aguantado todas las vacaciones saliéndote con la tuya, sin hierbas, sin pastillas y sin loqueros.
Con una débil sonrisa, avanzas hasta llegar a una habitación que sientes como si fuera la tuya propia. No puedes identificar el color de las cosas pues siempre que entras son pasadas medianoche y ni una vez has encendido la linterna que traes contigo siempre. La habitación es grande y espaciosa, y contiene una cama enorme, como la de eus padres, o puede que incluso más grande, de metal, como los lechos que ves en las películas de televisión donde las mujeres que vivían rodeadas de lujos iban y venían en carruajes con sus voluminosas faldas y apretados corsés, su cabello cubierto por una gran peluca blanca. La cama esta hecha y contiene numerosas muñecas de porcelana que te devuelven la mirada con sus ojos abiertos de vidrio, inquietándote. Nunca te has sentado en la cama, nunca has tenido el valor de hacerlo. De las paredes cuelgan imágenes en blanco y negro de tus abuelos, Albert Donalder, Defensor del Amor y Emilia Donalder, Arte Silencioso. Los dos tienen una mirada sombría que difiere mucho de la mirada cálida de tu madre o la mirada viva de tu tía Verónica; las dos hijas de los elegantes señores que posan para la foto. La ventana está tapada por barrotes de madera y éstos están fijos por clavos negros, oxidados, portadores probablemente de mil infecciones, tal y como le había dicho Chris a Adam una vez por algo que ni recuerdas. Hay un armario negro que imaginas, estaré repleto de esos preciosos vestidos de seda de primera calidad, pero por el mismo motivo por el que no te atreves a sentarte en esa cama, no te atreves a abrir el pomo del armario para saber qué hay dentro, aunque fuera ropa, y de la que a todas las adolescentes de tu edad vuelven locas.
Pero algo te dice que es hora de abrir las puertas de ese armario. El espejo que esta incrustado en la tabla plana tiene una grieta más, como si alguien lo hubiera golpeado durante el día cuando tú no estuviste presente. Y sabes, como sabe uno que está perdido que no debe aventurarse por el bosque sino quedarse quieto hasta que le encuentren, que debes abrir esas puertas. Tragas saliva y te dices a ti misma que eres una tonta, que nadie te ha dicho nada, que no tienes por qué abrir ese armario ni mirar dentro, que es mejor que te fueras a investigar a otra parte, como la cocina. Pero antes de darte cuenta siquiera, tu mano ya está sobre el pomo del armario, girándolo, y como si una fuerza sobrenatural la guiara más que tu propia voluntad, abres la puerta.
Una caja. Hay una caja muy vieja reposando en una esquina, del tamaño de una caja de zapatos actual. La coges muy suavemente porque el cartón es muy, muy viejo, y sacas la caja fuera. Te reprendes tal y como lo hace Adam cuando es torpe y se tuerce la muñeca jugando a Volleyball o cuando se corta mientras cocina.
Te llamas tonta por no haberte atrevido a abrir esa puerta cuanto antes, esa puerta y otras muchas selladas también no por un pomo, sino por el miedo irracional que te invade nada más verlas.
Tienes miedo y tiemblas un poco, pero como otras muchas veces, respiras hondo y reunes fuerzas para tomar una decisión sabia.
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Tan contenta estás con tu descubrimiento y todo lo que haríaa con ello que casi olvidas dónde estás y qué clase de secretos oculta esta casa, llena de entes nada amables y que no toleran tu curiosidad.
Así que te sobresaltas cuando oyes un grito agudo provenir de la puerta de la misma habitación en la que te encuentras, siguiendo tus instintos, decides contener el grito que estaba a punto de escapar tu garganta y salir de ahí con tu tesoro cuanto antes. Pasas por el lado del espectro que te ha gritado, la misma que siempre llora vestida con un camisón tradicional, y bajas por las escaleras sin necesidad de guiarte por el pasamanos y corres lo más rápido que puedes hasta la puerta principal, esta vez entreabierta y con alguien, también vestida tradicionalmente, que te hace gestos apremiantes para que salgas de ahí.
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