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Y el domingo, a la leche de la cena.

soy una persona muy mala y cada vez que alguien que no soy yo o su mamá carga al joaquín, al joaquín, vos sabés Leche., mi premoh', que cada vez que alguien lo cargA yo me muERO DE LA ENVIDIA DE QUE EL INFELIZ BEBÉ SE RÍA Y CELEBRE ESTAR EN OTROS BRAZOS Y ACEPTE QUE LE DEN LA LECHE Y LA PAPILLA OTRAS MANOS, OTRA GENTE Y OTROS PRIMOS QUE NO SOY YO JOAQuín qué te ocurre [Tienes que estar [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] para ver esa imagen]
Total que la única conclusión que saco de esto es que soy una persona mala [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] [Tienes que estar [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] para ver esa imagen]

la autopista del sur {colectiva.

capítulo uno.

>>Hugo Alexandre Duras, Zoé Emilie Duras, Julianna Belze y Anthony I. Duras.

Anthony va descalzo. Está echo un ovillo en el asiento de enfrente, con el cinturón de seguridad que le obligaron a ponerse, enredado entre sus piernas y sus brazos furiosos. Tiene la mata de pelo castaño cubierto en un gorro que si bien le sostiene todo el cabello a que no le caiga en la cara, está haciendo un horno para el poco cerebro que ha logrado sacar adelante en los últimos dieciséis años. Se le va a derretir. Anthony incluso puede sentir su crepitar de ideas y neuronas interno y quien supiera lo que está pasando en ese momento y conociera al niño, diría que no le importa demasiado. Es más, hasta se mira cómodo en esa posición de abandono a la dignidad y satisfacción con el mundo que lo rodea que ha tenido desde que el auto salió de casa.
Pero ¿quién conoce realmente a Anthony Duras? Por supuesto que se carga esa cara adonde quiera que va de ni siquiera he notado que llevo tres suéteres puestos en un día en donde el Sol decidió hacer más protagonismo del habitual, lo cual jamás signfica que esté de acuerdo. En su familia se acostumbra a colocar una expresión de cara en particular (que por lo general es de indiferencia y superioridad) mientras en el interior el verdadero ser se arrastra y retuerce con la boca amordazada.
Por ejemplo Hugo, su hermano, el mayor, el que tiene el pelo largo agarrado en un nudo pequeño encima de la cabeza y una cara de estrés y rabia que en verdad está sintiendo; cada dos minutos le echa una mirada a los pies de Anthony, luego a la cara de Anthony, después se gira para ver a Zoé dormida en el asiento de atrás o gastándose la batería del celular en algún juego que la entretenga para no abrir la boca, y se vuelve a dar la vuelta para acomodarse en el asiento del conductor y poner de nuevo su cara de estrés y rabia. A pesar que ya llevan más de diez minutos estancados en el tráfico y Hugo ya ha apagado el carro y bajado todas las ventanas, no le ha preguntado a Anthony en dónde diablos están sus zapatos. Es probable que es lo único que el menor quiere, que alguien se interese por sus pies en cortas calcetas blancas para poder explicar que los zapatos se le olvidaron de lo rápido que se subió al auto, todo por querer ganarle el asiento del copiloto a Zoé, que raramente no estaba para quejarse y se subió a la última fila sin pelear.
Anthony se siente decepcionado. La fila ha durado siglos, siglos, siglos. Ninguno de sus hermanos parece percatarse que está descalzo y con el cráneo hirviendo y, allá en casa, es probable que su mamá ya haya agarrado los zapatos que en un principio iba a llevarse y los haya “ordenado y guardado”. Sinónimo de dos palabras que quieren decir “perdidos para siempre”. Además, aunque tenga zapatos en casa de papá, se sienten diferentes cuando se los pone ahí. No es como ponerse los zapatos en su cama de siempre, frente a la ventana oscura por la cortina negra de todos los días, o con su madre en la puerta llamándolo “mi amor, cielo, vida” con ese delantal sucio puesto que ya todo el barrio se conoce, y esa cola en la cabeza enredada que ella se hace todas las mañanas con prisa para poder hacerle el desayuno a Anthony y que salga temprano a la escuela. El chico no puede evitar odiarla.
Tiene una sensación de tres segundos en donde siente que el auto de enfrente se movió un poquito, pero de alguna manera no sucede y Anthony culpa a algún movimiento en falso del Sol sobre el vidrio trasero del auto de enfrente.
Zoé se mueve un poco atrás, seguramente ya se acabó toda la batería del único celular que tiene y, Anthony mira el reloj sobre la radio apagada, en tres minutos se suponía que ya estarían donde papá. Se hunde deplorablemente en el asiento caliente un poco más y se ajusta el gorro a la cabeza, de seguro ya tiene el cerebelo y la médula espinal en fuego (es de lo único que se acuerda) y todos los archivos y cuartos de memoria que Anthony solía pensar que ahí habitaban, ya están dañados. El chico está tan cansado y sus hermanos despiden un aire de mediocridad y fracaso tan respirable que se duerme incluso bajo el miedo que los archivos pornográficos se hayan perdido.

●●●

Zoé lo despierta con una manada en la cara, y Hugo asume el papel del padre irritado y sensible que separa la pelea con un grito de amenaza.
Anthony se sienta derecho. Admira tanto a su hermano que ni siquiera le importa que éste o Zoé se den cuenta que le asusta. Pero Anthony prefiere llamarlo respeto.
Por el retrovisor, el cielo ya oscureció sobre los techos de los demás autos. Debe de haber dormido todo el calor, porque ahora no puede encontrar el gorro que seguramente Zoé le botó al suelo y con las ventanas abiertas ya está empezando a necesitarlo. De repente los tres suéteres parecen una buena idea e incluso piensa que aún tiene otros dos en el maletero del coche, entre su ropa de dormir y los dos calzoncillos de lo que nadie puede estar seguro si están limpios o usados.
Alguien como Anthony no se asusta de que ya lleven más de dos horas parados en el mismo lugar, junto a la misma gente dentro de sus mismos autos y todavía con el vehículo de enfrente que da la impresión de estar moviéndose hacia adelante. El chico entrecierra los ojos y por los vidrios levemente iluminados por lo que parece la luz de un celular del auto de enfrente, divisa que graciosamente está lleno de personas. Todas altas y casi parece que pegando sus cabezas para ver algo que está entre las manos de alguien, aunque Anthony no puede decir.
Siempre ha querido un VolskwagenT1 así, en donde pueda acostarse entre los asientos, en el suelo, y pueda enredar las manos en el volante y pintar las puertas de colores y tener excusa válida porque es un auto hippie. Todo menos este auto que tiembla si se aprieta el embargue demasiado o que no puede ir a una velocidad más rápida que la de alguien que corre para hacer volar una cometa.
Anthony exagera, pero está enojado. No es de las personas que se asusten después de un embotellamiento de dos horas ni de las que se pregunten que está pasando alrededor, sino de las que se molestan y se cruzan de brazos esperando a que un repartidor de comida rápida esté por aquí también.
—Esas cosas pueden tener una cocina dentro —Zoé asoma la cabeza entre la de Hugo y la de Anthony desde los asientos traseros, tiene las uñas de esmalte con brillitos apoyadas en los hombros de ambos. Se refiere al auto—. ¿Cuánto gano si les apuesto que los infelices de enfrente traen comida?
Anthony se sacude la mano pálida de su hermana de la ropa con brusquedad y se muerde los labios.
Hugo resopla.
—No ganas nada, basta —y él también se sacude su mano—. Lo que menos necesito ahora es que trates de entablar amistad con la gente alrededor, son desconocidos.
—No sería al pie de la letra una amistad —se burla ella tirándose de nuevo hacia atrás, junto a su maleta— si atracas el auto de toda provisión y eliminas a los viajeros con el bate de béisbol de Anthony.
Hugo deja escapar la primera sonrisa de lamentación (y posible contemplación) del día mientras niega con la cabeza y quita casi avergonzado las manos del volante, como si estuviera realmente manejando.
A Anthony le caería bien su hermana, en serio. Es brusca y astuta y visualiza y planea las peores cosas con la misma capacidad y experiencia que él mismo, pero… pero es simplemente una chica si aparta todas esas cualidades. Y a él las chicas no le van de ninguna manera.
Le dedicaría más tiempo al pensamiento de por qué la odia tanto pero la chica del auto de atrás acaba de bajarse. El retrovisor de Anthony es mágico. Y por lo que se ve, el de Hugo también, pues cuando la chica de atrás vuelve a meter medio torso dentro de su auto, buscando algo y levanta levemente el trasero por encima de la puerta con una escasa atención de si los hermanos Duras la están viendo o no, Hugo pone una cara extraña.
A Anthony ni siquiera le da tiempo de preguntarle qué clase de todas las caras que tiene es ésa porque de un momento a otro, tienen a la muchacha junto a ellos, en la ventana del piloto, apoyada en la puerta, con su celular siendo útil como linterna y con las cejas rubias fruncidas, tratando de ver en la oscuridad de las cinco de la tarde.
—Hola, hola, disculpen —la chica les sonríe a los tres emocionada, que la miran desde el interior del auto como si fuera la aparición de su abuela fallecida—. Qué tal, soy Julianna Belze. Mi auto es el Dauphine de atrás. Sólo quería saber si ustedes no tienen alguna información sobre lo que ha pasado más adelante, me he gastado la batería del celular en CandyCrush y el tres por ciento que le queda no es suficiente para sacar llamadas a nadie, jo. Aunque no es que alguien que no sea mi madre quiera realmente llamarme, pero pensé que ya que ustedes son más… quizás sepan algo, quizá.
La cara de Zoé es de desagrado y confusión, vuelve a apoyarse en los hombros de los chicos.
Anthony se ríe de lo idiota que se mira Hugo con ese color rojo en la piel y las manos extendidas y temblándole en los muslos.
—Eh, eh, eh, no —consigue articular el mayor de lo extrañado que está de la cercanía que utiliza esa chica para hablar con desconocidos, y de la sonrisa tan cálida como si estar atascados en el tráfico los volviera parte de una misma comunidad, casi amigos—. No tenemos idea de qué sucedió porque… ehm, tampoco tenemos celular y, ugh… sí.
El apretón de Zoé se hace más fuerte en los hombros de sus hermanos y su sonrisa socarrona es visible incluso con Anthony viéndola de reojo.
La chica les vuelve a sonreír amable a los Duras antes de despegarse de la puerta del auto y arreglarse la blusa blanca que le queda enorme y despedirse de una manera que los tres, en silencio y sin hacer ninguna mueca que compruebe que están pensando lo mismo, interpretan a la vez como una de las muchas pequeñas conversaciones que van a tener con la muchacha del Dauphine en lo que queda de la noche.

●●●

Tres minutos después Hugo sale del auto con el, según él, creíble pretexto de que necesita estirar las piernas. Claro que necesita estirar las piernas, todos necesitan estirar las piernas, pero él es justamente el primero en decir que la calle a esas horas y con esa oscuridad está propensa a ser cubierta por ladrones.
—Como si los ladrones tuvieran la energía para robarle a alguien en este momento —fue la respuesta que casi escupió Zoé cuando, una hora atrás, el mayor no la había dejado ni sacar los pies.
—Como si hubiera algo que robar de estos autos pobres —atacó también Anthony casi al instante y los dos se quedaron tranquilos con el castañeo molesto de dientes que Hugo dejó escapar.
—Bueno, ¡como si hubieran ladrones, no! —Fue lo que dijo el mayor hace tres minutos mientras abría su puerta y salía del auto casi que para no morirse. Respiró el aire de afuera con tanta fuerza que Anthony entrecerró los ojos.
Su hermano ha tenido la ventana abierta junto a su cabeza desde que entraron a la autopista, con el mismo exacto aire que está respirando allá afuera, sólo que parado.
Anthony gira la cabeza y la saca por la ventana, levemente pero lo suficiente para que, aproximadamente cinco carros más allá, mire a un chico caminando con su moto de un carril al siguiente, a fin de encontrar un lugar mejor para colocarse. Anthony vuelve a achinar los ojos y a poner en su boca un mohín de no entender una mierda. El chico tiene una moto que puede pasar entre los autos y aún así decide quedarse detrás de un Chevrolet Camaro.
Maldición, si Anthony se queja de que nadie realmente lo conoce, claro está que él no tiene una idea de los demás. En especial cuando vuelve a meter la cabeza en el auto y desde la ventanilla abierta ve cómo Hugo prende el primer cigarro.

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