¡Mira quién habla!

No hay nada mejor que relajarte en un buen y gran sofá y disfrutar de un zumo de arándanos con el cual puedes deleitarte todo lo que quieras. Miro y cambio de canal como un zombie, sin nada que hacer en el día y a decir verdad, hasta a mí me causa risa esta imagen mía.
— ¿Podrás moverte? O al menos, ¿Levantarte? — Pregunta sardónicamente Matthew, mi tonto hermano.
— ¡Pero mira quién habla! El que ha pasado toda la noche de fiesta con todas sus amiguitas y amiguitos.
— ¿Y? ¿Qué problema hay con eso?
— Terminaras en la cárcel, y no me haré cargo de ello — Niego con la cabeza, rotundamente.
— Tengo la mayoría de edad, ¿No? Ya basta con eso — Se dirige hasta la cocina y lanza un chillido, el cual no demasiado “masculino” que digamos —. ¡Ya no hay leche!
— Pues, quizá tu novia se la acabo toda cuando… — La amenazadora mirada de mi hermano es tan intensa como un rayo láser, aunque no me intimida y logra se me escape un risita.
— Ve a comprar o… — Toca su barbilla, pensativo y yo elevo mis cejas, expectante de su otra opción —. Te mataré con mi fuerza de power ranger.
— ¡Oh Por el amor de Dios, Matthew! Deja de mirar tantos dibujos, eres ya un tonto grande para jueguitos.
— ¡Ay, caramba!
— ¿Y ahora qué te pasa? — Paseo mis manos sobre mi cara, exasperada.
— Me he cortado con el papel — Pone su característico puchero, y me enseña su dedo. Lo cubre una fina capa de sangre, pero ¡Vamos! Yo ya lo dije, tonto grande.
— ¡Se te saldrán las tripas! ¡Es una catástrofe! —Escandalizo la situación, disfrutando de su mirada.
— ¡Te acusare con mi mamá!
— ¡Mi mamá también!
— ¿Que nunca te lo ha dicho? ¡Pero si eres adoptada, queridísima Eva! — Exclama, actuando como si estuviese horrorizado.
— Claro, y también soy la niña del exorcista.
— ¡Ni te me acerques! — Murmura, ahora sí escandalizado porque lo sigo por la casa con un largo y ancho cuchillo. Mi risa resuena por todo el hogar. ¡Pero que tonto que es mi hermanito a veces!
— Vale, vamos a comprar algún remedio para tu dedito. ¿Necesito algo más, bebito? — Desordeno su cabello, como su fuese un perro.
— ¿No harás que me atropellen, verdad?
— Te doy mi palabra — Pongo mi mano sobre mi pecho y levanto la otra en el aire, dándole un aire como si jurara un pacto con el Diablo.
Pero cuando ya estamos yendo en dirección al auto, Matthew alarga su mano hasta estrecharla contra mi hombro y tomando impulso, me empuja contra la pequeña verja a mi costado y sale corriendo, como un niño de de seis años.
— ¡Juegas sucio! Ahora, ¡Mira quién habla!