Il gran finale.

Alzo el rostro, y contemplo la figura que se posiciona frente al espejo. Percibo las únicas cualidades que me separan de cualquier ser viviente a mi alrededor y componen lo que hoy he llegado a ser: Fría, distante y completamente vacía. 
Las escenas del día anterior se propagan en mi cabeza como si de una infección se tratase. Los límites se han establecido después de tanto tiempo; y por sobrepasarlos, he decidido castigar en nombre del dolor.
Ladeo la cabeza hacia un costado y fijo la mirada, hallando en mi reflejo a alguien atípico. No soy yo, estoy cara a cara con la muerte en persona; porque eso es lo que soy: un cadáver andante. Estoy muerta por dentro y las heridas aún siguen estando latentes. Mi otra yo emite una sonrisa macabra, posee unos dientes podridos y su rostro está en las mismas circunstancias. Es horrible, no obstante, tiene la belleza más distintiva de todas. Ella es fuerte, decidida y vengativa. Es todo lo que yo nunca fui y lo que alguna vez quise ser.
Al principio no sabía reconocerla. No aceptaba el hecho de quizás estuviera volviéndome loca; perdiéndome por completo. Sin embargo, más tarde me daría cuenta que ella era la única que en realidad estaba conmigo. Pronto me dejaría envolver en su abrazo gélido y oscuro; las sombras me invitarían a un paseo eterno y la infinidad sería testigo de mi propia destrucción. 
Aliso mi vestido y un esbozo de sonrisa eventualmente se transforma en una carcajada. Siento pisadas en el pórtico y posteriormente se abre la puerta.
—¿Linda, estás lista?— Mamá interrumpe mi auto-apreciación. Resoplo, blanqueo los ojos y me doy vuelta como si nunca hubiera estado exacerbada con mi superficial progenitora.
—Más que nunca— Sentencio, complaciendo a mi madre y -por supuesto- otorgándome una incitación a seguir adelante sin que ella se de cuenta. Abandono la habitación y troto escaleras abajo, sin detenerme siquiera para la tan preciada y sobre estimada foto de graduación. No tengo pareja quien me acompañe, pero eso no podría importarme menos hoy. 
El auto de mi papá espera estacionado en el cemento, hundiéndose en el atónito silencio que se instala afuera en el vecindario. Pronto éste se ve perturbado por el sonido del viejo motor encendiéndose y el humo que sale del tubo de escape oxidado. 
Observo la luna: Ésta noche se presenta imponente, singular y amenazante. La penumbra se posiciona en su contorno y distingo un blanco espectral precioso. 
La escultura de mi vida será presentada como la de una pobre joven maltratada en la escuela que decidió acabar con todo trágicamente. ¿Acaso me implantaron alguna maldad ajena? Claro que sí. ¿Me arrepentiré de ésto?
—Para nada— Susurro. 
Todo pensamiento repugnante será esclarecido luego de ésta noche. La secundaria fue un martirio; pero los golpes hacia mi persona no alimentarán más la lástima ni alguna pena, no ésta noche. Porque después de cualquier agonía absoluta, lo mínimo que puedo hacer es otorgar un gran final para todos.