The boy of hell |HS|

Dos días pasaron hasta que sus caminos volvieron a encontrarse. Mientras que Zoe intentaba enfocarse en sus proyectos y amistades, Harry continuaba con su rutina diaria, ignorándole nuevamente. Cada uno iba por su cuenta como si nada hubiese sucedido, las memorias sobre aquella noche habían desaparecido tan pronto como el sol había ascendido por el horizonte. O al menos eso era lo que parecía bajo su vista.
Él ni siquiera se dignaba a mirarla cuando llegaba del instituto. Si ella hablaba, él rechistaba y se iba a otra habitación. Le trataba como una mísera mosca que debía ser espantada, como un zumbido molesto que se veía forzado a silenciar. Y si había algo que le molestaba a Zoe más que Harry en posición arrogante era, sin dudas, Harry ignorándole.
Podía engañarse diciéndose una y otra vez que las cosas estaban mejor así, sin la constante atención del castaño sobre su espalda, pero tenía en claro que no le serviría de nada intentar convencerse a sí misma de algo que no estaba dispuesta a escuchar. El distanciamiento era lo mejor, sí, pero ella ya no buscaba eso. Estaba cegada. Ver aquellos dos agujeros color esmeralda día y noche le estaba volviendo loca.
Lo quería a él. Quería su atención y sus comentarios molestos, su arrogancia y su superioridad. Incluso quería su cuerpo y mente, aunque le costara un poco más aceptarlo.
El miedo había sido dejado de lado, dándole paso a un sentimiento de frustración que amenazaba con derribarla.
Y tal vez por eso fue que aquella mañana decidió encararlo, despojándose antes de cualquier pensamiento racional que permaneciera en su cerebro. Ya no le importaba nada más que averiguar el porqué. Necesitaba comprender qué le llevaba a ignorarla de esa manera tan brusca.
Así que cuando salió de su habitación lista para dirigirse al instituto, en vez de correr hacia la puerta de salida retomó sus pasos hacia el pequeño living–comedor, donde el ojiverde se encontraba leyendo el periódico tomando una taza de café.
Él no pareció notar su presencia. Si lo hizo, realmente se esforzó por no hacerlo notar.
Zoe le contempló por unos escasos segundos. Llevaba unos pantalones de chándal desde los talones de los pies hasta la cintura, sus múltiples tatuajes se hallaban expuestos sobre su desnudo torso y tenía el cabello algo despeinado por delante. Nunca había conocido a alguien que se viera tan bien a esas horas de la mañana, así como tampoco había tenido el gusto – sarcásticamente hablando – de fraternizar con un hombre tatuado desde la punta de los pies hasta la parte más alta del cuerpo. Ella no se juntaba con ese tipo de personas y, francamente,  le daba un poco de miedo encontrarse cerca de ellos.
Pero Harry no le daba temor, al menos no en aquel momento. Su curiosidad era más alta que las voces de su cabeza, aquellas que le advertían del peligro de la situación misma. Descubrirlo todo era su propósito y no se echaría atrás.
– ¿Me ignorarás por mucho tiempo más? – preguntó. Avanzó unos cuantos pasos, alejándose del cómodo marco de la puerta que dividía el living de la cocina.
El castaño ni siquiera se molestó en levantar su cabeza al responder.
– Tanto como sea necesario.
– ¿De qué estás hablando?
Cuando los dos faros esmeraldas se posaron sobre su cuerpo, Zoe se vio con la tentación de llevar sus manos hacia su pecho para cubrirse. Sabía que era algo tonto e infantil, pero la potencia que irradiaba esa mirada le ponía incómoda y un tanto inquieta, le recordaba que él siempre iba un paso delante de ella por más que se esforzara por revertir la situación.
– Hablo de tiempo y resultados, rubia.
– ¿Tiempo y resultados? – se vio con la necesidad de repetir, demasiado confusa como notar que se estaba asemejando a un loro.
– Claro, ¿Tú cuánto crees que lleve? ¿Una hora más, dos días?
Zoe llevo las manos hacia su cabeza e introdujo la yema de los dedos sobre sus cabellos en un intento de apalear la frustración.
– No entiendo.
– Pues deberías, rubia.
Vio como el castaño retomaba su lectura y, incapaz de continuar con el pequeño juego de adivinanzas, se decidió a quitarle el periódico de las manos y romperlo justo en frente de su rostro, lanzando pequeños trocitos sobre su regazo. Fue un impulso del cual no se arrepintió en el momento pero si minutos después, cuando su cuerpo fue estampado contra una pared cercana; su espalda chocando fuertemente y su cintura siendo atrapada entre dos grandes brazos.
Cerró los ojos y los volvió a abrir. Esperaba furia y gritos, pero se encontró con una sonrisa sarcástica y una mueca de diversión.
– Minutos, solo faltaban minutos – los labios de Harry expulsaron palabras sobre su oído izquierdo, haciéndole estremecer –. Me preguntaba cuánto tardarías en caer a mis pies.
Entonces lo comprendió. No hizo falta que el ojiverde dijera una palabra más para que su cerebro comenzara a sacar diferentes hipótesis, llegando a una concluyente: ignorarla solo había sido parte de su plan maléfico para hacerla reaccionar. Y lo había logrado, no había dudas de ello.
Se sintió enferma. Él quería poder y dominación, y ella, creyendo que le iba a dar todo lo contrario, se las había arreglado para darle su cuerpo y mente en bandeja de plata. Había reaccionado, había sentido; todo porque él lo quería así, no por voluntad propia. El diablo era ingenioso y embustero pero nunca mentía, siempre distorsionaba.
Quiso alejarse de él. Forzó sus manos contra el pecho de éste e intentó apartarlo, pero su peso era tan ligero comparado con el de él que ni siquiera pudo moverlo un mísero centímetro, produciendo una carcajada por parte del susodicho que inundó toda la habitación.
– Todas son igual de estúpidas al final, Zoe, y tú no eres la excepción.
La ira fluyó por su cuerpo. ¿Cómo podía haber caído tan fácilmente? Demostrar su interés rompiendo aquel pedazo de papel solo le había mandado directo al infierno junto con su madre y los múltiples amantes de ésta.
– Déjame, idiota.
Harry acomodó su cabeza sobre su cuello, rasgando la fina piel con sus dientes y teniendo especial consideración en los puntos centrales de placer. Luego impactó sus cuerpos, impidiéndole apartarse.
– Pronto, pronto lo marcharé. Pero solo será por un tiempo.
Zoe quiso preguntarle qué era lo que intentaba decirle, pero los pequeños espasmos sobre su vientre le impedían pensar con claridad. Se sentía sucia y utilizada al notar las reacciones que provocaban los dedos de Harry sobre su cuerpo, bajando desde sus rodillas hasta la parte más alta del muslo, subiendo la falda hasta por el estómago y acariciando cada zona privada entre sus piernas. Llevó su cuello a un lado cuando los labios del castaño se internaron aún más lejos y sujetó el cabello de éste con sus manos, impulsándolo a clavar sus dientes aún más fuerte sobre su pálida piel.
Quiso recordar que estaba enojada con él, que debía apartarlo por una y mil razones – su madre, la diferencia de edad, el hecho de que era un psicópata controlador y dominante –; pero la verdad era que ya poco le importaba si estaba haciendo o no lo correcto. Todo razonamiento había quedado lejos de su alcance hasta nuevo aviso.
Dominada por la curiosidad, llevó sus manos hacia el torso de Harry, sintiendo como los músculos iban contrayéndose bajo su tacto. Su vista se alzaba hacia el techo y sus manos hacia abajo, bien cerca del elástico que contenía los pantalones en su lugar.
El castaño dejó su labor y separó un poco sus cuerpos, dándole un rápido beso en los labios antes de alejarse por completo. Zoe no se atrevió a traerlo nuevamente consigo, demasiado orgullosa como para rogarle a alguien de su calaña.
– No puedo llegar demasiado lejos Zoe, al menos no por el momento .
La rubia le miró confundida, entornando sus cejas como si estuviera intentando ver la situación desde otra perspectiva.
– ¿Qué quieres…?
– Eres demasiado joven aún – le interrumpió – y no puedes saber la verdad sobre este asunto.
– No soy una niña, imbécil.
– Pero tampoco una mujer, y el trato con tu madre dice específicamente que no puedo cruzar ciertas líneas hasta que cumplas los dieciocho años.
Zoe se llevó una mano sobre su cabeza, sintiéndose algo mareada por las palabras empleadas. ¿Trato? ¿Un trato con su madre acerca de ella?
– ¡No soy un pedazo de carne! – se encontró gritando.
Ni Lydia ni su amante tenían el derecho de negociar cualquier cosa que hubiesen tratado si ella no estaba de acuerdo. Al fin y al cabo, se trataba de su vida y libertad, de sus derechos y decisiones propias.
Harry lanzó una pequeña carcajada.
– Cuando la gente necesita dinero, rubia, acceden a convertir hasta sus propias hijas en muñecas de utilería – el castaño posó una mano sobre sus labios, impidiéndole seguir gritando –. Tu madre llegará hoy y yo me iré de bien ella ingrese a la casa. No nos veremos hasta dentro de unos meses así que te recomiendo, por tu bien y por el de ella, que conserves tu preciosa virginidad hasta entonces; pagué mucho por ella.