girl on fire {logan lerman}

—Llévame —dijo ladeando la cabeza e intentando mirarme directamente a los ojos.

—¿A dónde? —pregunte con una sonrisa torcida ya que no comprendía lo que trataba de decirme.

—Muy lejos de aquí —dijo al fin cerca de mi boca.

Abrí los ojos abruptamente con la respiración algo entrecortada. No tengo idea de porqué soñé con la escena de Amanda en mi regazo, eso no era algo bueno, ¿o sí? No, no para ella.

Gire mi cabeza al despertador y eran las seis de la mañana, hora de levantarse y llevar a madame a la escuela. Me senté en la cama sin apuro y el pequeño aparato a mi lado comenzó a sonar de repente e hice lo más rápido para apagarlo. Lunes, odiaba los lunes. No es que tenga un día favorito en la semana, pero digamos que el lunes no era mi favorito y ni siquiera tengo razón para hacerlo, ya que no voy a la escuela y trabajo los siete días de la semana. Me puse una camisa roja y azul cuadrille con unos cómodos jeans color azul, no tenía porqué vestirme formal, o eso creo.

Salí de la pequeña casa que me habían ofrecido para vivir cerca de Amanda, podría vivir con ella en la mansión, pero pensé que no querría ya que no soy de su agrado.

Mimada, esa niña era una mimada. Por lo que me dijo Roseline tenía una forma peculiar de tratar a las personas que no conocía, y a los que conocía los trataba de igual forma. No le gusta la gente, es más odia a todo el mundo. Es raro que una niña de apariencia tan dulce pueda a llegar a ser tan cruel como ella lo es; recordé las palabras de Rose mientras cruzaba el gran parque trasero del lugar. Dejé de pensar en la más joven de los Williams para admirar las hermosas rosas del jardín, pero por alguna extraña razón aquellas flores me hicieron recordar a Amy. Pensar en ella se estaba haciendo una costumbre y tenía que cambiarla ya mismo.

Entre por la puerta trasera de la casa y escuché el tarareo de Rose que supuse que provenía del comedor, pero dí un salto cuando sentí su presencia y su mirada curiosa de siempre posada en mí.

—Buenos días, muchacho —se limpió las manos con su delantal y me dedicó una calida y feliz sonrisa, yo se la respondí con gusto —. Creo que tendrás que despertar a la monstruo así yo le hago su desayuno, ¿quieres? —asentí aceptando el trabajo de despertarla, ella me advirtió de que la mayoría de las veces rompía el despertador contra la pared furiosa, lo apaga, se olvidaba de programarlo o simplemente lo ignoraba y seguía durmiendo.

Subí las escaleras de forma de caracol y toqué la tercera puerta a la izquierda. Nadie respondió, era obvio que nadie lo haría. Entre abrí esta y pase sin hacer ruido.

—Sal de mi habitación ya mismo o te quedas sin hijos, Lerman —dijo la rubia en forma amenazadora. Pude notar la frialdad y el enfado en su voz, y decidí que era mejor no molestarla.

—Lo siento, no quise…

—Sal. Ahora —se levanto de la cama rápidamente y me fulminó con su verdosa, pero oscura mirada. Noté que sus ojos se volvieron más marrones, como si cambiaran constantemente. Sin decir más salí de su habitación y caminé escaleras abajo.

—¿Fácil? —preguntó Rose cuando llegue a la cocina.

—No realmente —negué con la cabeza recordando aquella escena. La señora rió por lo bajo.

—Sacas la basura, ¿hijo? —apunto con la cabeza unas bolsas detrás de mí.

—Claro —tome estas para pasar por el comedor, luego la sala y finalmente salir por la puerta principal que daba hacia un pequeño, pero aún así hermoso jardín. No era tan bello como el de atrás, claro, pero se defendía.

Crucé la calle de piedra y llegue al cubo de basura para tirar las bolsas negras. Un viento soplo fuerte en la ciudad de París e hizo que diera un escalofrío. Amanda no saldría de la casa sin un buen abrigo. Pero, ¿desde cuando me preocupo tanto por alguien? Debo de estar volviéndome loco; otra vez.

Cuando llegué a la sala pude ver como unas piernas marcadas y cubiertas con tan solo una falda cuadrille de su uniforme bajaban de las escaleras, noté que su cabello rubio no estaba arreglado, pero, sinceramente, no me importo, yo seguía muy concentrado en aquellas piernas. Sacudí la cabeza para olvidar aquel molesto pensamiento. Escuche un sonido de repelencia salir de su boca.

La seguí a una distancia respetable hacia el comedor y la mesa estaba preparada. ¿Dos? Rose había puesto dos platos de huevos revueltos y tocino.

—¿Acaso Roseline no desayuno antes? —enarcó una ceja.

—Claro que sí —contesto Rose entrando al comedor —. Es para ti, Logan.

Los ojos de Amanda se posaron en mí para luego dirigirse a Rose, traté de descifrar lo que querían decir, pero no ningún indicio de enfado, alegría o cualquier otra cosa, simplemente, nada.


Desayunar con Amy no fue tan malo. Sólo me dedico trece miradas con enfado y no dijo nada en todo el transcurso, pero algo me dice que pudo ser peor.

En el coche era igual de callada, o peor.

—¿Por qué miras los espejos y los lados constantemente? —rompió el silencio —. ¿Estás más concentrado en mirarte a ti que al frente? —levanto la ceja derecha.

—Es por tu propia seguridad, Amanda.

—Como digas James Bond —espeto sarcástica.

—Mi nombre es Logan —le hice acordar, hasta ya pensaba que lo había olvidado.

—Ni me lo recuerdes.

—¿Sabes? Podrías ser más simpática algunas veces —comenté.

—Lo sé, pero no quiero —dijo con simpleza para mirar a la ventana y hacer un ambiente de puro silencio otra vez.

Después de varios minutos, arribamos en el estacionamiento de la escuela y muchos estudiantes estaban afuera, todavía no sonó la campana.

Salí del auto para abrir su puerta, pero cuando llegue a ella ya estaba afuera.

—Adiós —dije antes de que comenzara a caminar. Paso a mi lado rozándome el brazo y su perfume a rosas inundo mi nariz. Me contuve para no inhalar más fuerte esa droga, porqué lo era; era una droga de la que te hacías adicto y jamás volvías a sanar.