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Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada)

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Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada) Empty Beautiful Bastard Nick y (_Tn)

Mensaje por ElitzJb Lun 29 Jul 2013, 6:57 pm

Nombre: Beautiful Bastard
Autor: Christina L.
Adaptación: (Si) libro del mismo nombre
Género: Hot/Romance/Drama
Advertencias: Sip escenas de sexo un poco fuerte
Otras páginas: por mi parte nop


Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada) Yia5

Sinopsis:


Una becaria ambiciosa. Un ejecutivo perfeccionista. Y una tensión sexual insoportable. Descubre la novela que ha cosechado más de dos millones de lecturas online. (_Tn)  Mills se ha relacionado con los Jonas  desde que era una mocosa, así que cuando necesita una beca para finalizar su tesis en empresariales enseguida recurre a la Compañía Jonas  Media. Lo que no se imaginaba es que tendría que trabajar para Nick , el atractivo hijo de los Jonas , que se comporta como un perfecto imbécil
con (_Tn) ... hasta que una tarde, repasando una presentación, acaban sucumbiendo a la pasión encima de la mesa de reuniones. Tratando de mantener el equilibrio entre la profesionalidad y la lujuria, descubrirán con pavor que no es solo el sexo lo que les une: están perdidamente enamorados. Pero todo es tan complicado. y los continuos malentendidos a los que tienen que enfrentarse no van a facilitarles nada la tarea.

_____________________________________________________________________________________________________


hey chicas aquí os traigo otra historia super genial espero y les encante...
bueno como bien saben ya eh colocado infinidades de adaptaciones,
acabo de terminar de leerla me fascino super hot y bueno nada disfrútenla :)
ElitzJb
ElitzJb


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Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada) Empty Re: Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada)

Mensaje por ElitzJb Lun 29 Jul 2013, 7:13 pm

Capítulo 1

—Parte Uno—

Mi padre siempre decía que la manera de aprender el trabajo que deseas es pasar cada segundo de tu tiempo viendo a alguien hacerlo.
«Para conseguir un trabajo en la cumbre, tienes que empezar desde abajo —me decía—. Conviértete en la persona sin la que el consejero delegado no pueda vivir. En su mano derecha. Aprende cómo es su mundo y lograrás que te contrate en cuanto termines los estudios».
Yo me convertí en irremplazable. Y
sin duda era su «Mano Derecha». El problema era que, en este caso, era la mano derecha que estaba deseando abofetear es maldita cara la mayor parte de los días.
Mi jefe, el señor Nick  Jonas : un tipo odioso pero muy atractivo.
El estómago se me retorcía solo con pensar en él: alto, guapísimo y la maldad personificada. El gilipollas más creído y más pedante que he conocido en mi vida. Todas las demás mujeres de la oficina cotilleaban sobre sus aventuras y se preguntaban si lo único que hacía falta para conseguirle era una cara bonita. Pero mi padre también me
había dicho otra cosa: «Descubrirás muy pronto que la belleza solo es externa, pero la fealdad llega hasta lo más profundo». Yo ya había tenido mi ración de hombres desagradables en los últimos años; salí con unos cuantos en el instituto y en la universidad. Pero este se llevaba la palma.
—¡Vaya! Buenos días, señorita Mills —el señor Jonas  estaba de pie en el umbral de mi despacho, que servía de antesala al suyo. Su voz tenía una nota dulce como la miel, pero eso no era propio de él... más bien miel congelada que se había hecho pedazos al romperse, pedazos agudos y cortantes.
Después de haber derramado agua sobre mi móvil, de que se me cayeran los pendientes en el triturador de basura, de que me hubieran golpeado el coche por detrás en la interestatal y de haber tenido que esperar a la policía para que nos dijera lo que los dos ya sabíamos (que la culpa había sido de aquel otro tío), lo último que necesitaba esa mañana era un señor Jonas  de mal humor.
Lo malo es que él no tenía más modos predeterminados que ese.
Lo saludé como lo hacía todos los días.
—Buenos días, señor Jonas .
Y deseé que me hiciera su asentimiento de cabeza habitual en respuesta. Pero cuando intenté pasar a su lado, él murmuró:
—¿Buenos «días», señorita Mills? ¿Qué hora es en su planeta unipersonal?
Me detuve y le sostuve su mirada fría. Era unos veinte centímetros más alto que yo y antes de empezar a trabajar para él yo nunca me había sentido tan pequeña. Llevaba trabajando en Jonas  Media Group seis años, pero desde que él había vuelto al negocio familiar nueve meses atrás, yo había empezado a llevar tacones e incluso a considerar la inverosímil posibilidad de ponerme
zancos para poder mirarlo directamente a los ojos. Y llevaba tacones ese día, pero aun así tuve que inclinar la cabeza y eso claramente le encantó, porque vi cómo le brillaban los ojos color avellana.
—He sufrido una cadena de desastres esta mañana, señor Jonas . No volverá a ocurrir —dije aliviada por que mi voz sonara firme.
Nunca había llegado tarde, ni una vez, pero por supuesto él tenía que llamarme la atención la primera vez que pasaba como si fuera algo grave. Conseguí pasar junto a él y atravesar la puerta, dejé mi bolso y el abrigo en el
armario y encendí el ordenador. Intenté actuar como si él no siguiera de pie en el umbral, observando todos mis movimientos.
—«Una cadena de desastres» es una muy buena descripción de lo que he tenido que gestionar en su ausencia. He hablado con Alex Schaffer para quitarle importancia al hecho de que no le hubieran llegado los contratos firmados a la hora prometida: las nueve de la mañana, horario de la costa Este. También he tenido que llamar a Madeline Beaumont para hacerle saber que, de hecho, íbamos a seguir adelante con la propuesta como la dejamos por
escrito. En otras palabras, esta mañana he estado haciendo su trabajo y el mío. ¿De verdad que incluso con esa «cadena de desastres» no ha podido ni siquiera llegar a las ocho de la mañana? Algunos empezamos a trabajar antes de la hora del brunch, señorita Mills.
Levanté la vista para mirarlo; estaba claramente cabreado y me miraba fijamente con los brazos cruzados sobre su amplio pecho. Y todo porque había llegado una hora tarde... Parpadeé y aparté la mirada, evitando deliberadamente fijarme en cómo el traje oscuro cortado a medida se tensaba a la altura de sus hombros. El primer
mes que trabajamos juntos, durante una convención, cometí el error de ir a hacer ejercicio al gimnasio del hotel y al entrar me lo encontré cubierto de sudor y sin camiseta al lado de la cinta de correr. Tenía una cara por la que mataría cualquier modelo masculino y el pelo más increíble que he visto nunca en un hombre. Pelo de polvo reciente, así lo llamaban las chicas de la planta de abajo, y según ellas, se había ganado ese título. La imagen de él limpiándose el pecho con la camiseta había quedado grabada a fuego en mi cerebro.
Pero claro, él tenía que estropearlo abriendo la bocaza y diciendo: «Me
alegro de que por fin se interese un poco por su forma física, señorita Mills».
Gilipollas.
—Lo siento, señor Jonas . Comprendo la carga que he puesto sobre sus hombros dejándole a cargo del fax y del teléfono —respondí con solo un pelín de sarcasmo—.
Como ya le he dicho, no volverá a ocurrir.
—Claro que no —respondió con su arrogante sonrisa de nuevo en los labios.
Si mantuviera la boca cerrada sería perfecto. Bastaría un trozo de cinta americana. Tenía un rollo en mi mesa que a veces sacaba y acariciaba
imaginando que algún día podría darle un buen uso.
—Y para que no se le ocurra olvidarse de este incidente, quiero ver las tablas de los informes de progreso de los proyectos Schaffer, Colton y Beaumont sobre mi mesa a las cinco. Y después va a recuperar la hora que ha perdido esta mañana haciendo una presentación de prueba de la cuenta Papadakis para mí en la sala de reuniones a las seis. Si se va a ocupar de esa cuenta, tendrá que demostrarme que sabe lo que está haciendo.
Abrí los ojos como platos, mientras él se daba la vuelta, entraba en su
despacho y cerraba con un portazo. Él sabía perfectamente que tenía muy adelantadas las previsiones de ese proyecto, que también me iba a servir de proyecto final de mi máster. Todavía tenía varios meses para terminar la presentación una vez que se firmaran los contratos. cosa que no había sucedido todavía. Ni siquiera estaban acabados los borradores. Y ahora, con todo lo demás por hacer, quería que hiciera una presentación de prueba dentro de. Miré el reloj. Genial, siete horas y media, y eso si me saltaba la comida. Abrí el archivo de la cuenta Papadakis y me puse manos a la obra.
Cuando todo el mundo empezó a salir poco a poco para ir a comer, yo me quedé pegada a mi mesa con un café y una bolsa de frutos secos que había comprado en la máquina. Normalmente me habría llevado sobras de casa o habría salido con los demás becarios a comer algo, pero ese día el tiempo corría en mi contra. Oí abrirse la puerta exterior del despacho y levanté la vista. Sonreí al ver a Sara Dillon entrar. Sara estaba en Jonas  Media Group en el mismo programa de prácticas del máster, aunque ella trabajaba en contabilidad.
—¿Vamos a comer? —me preguntó.
—V>y a tener que saltarme la comida. Está siendo un día infernal —la miré con cara de pena y su sonrisa pasó a ser burlona.
—¿Día infernal o jefe infernal? —se sentó en el borde de mi mesa—. He oído que se ha puesto como una fiera esta mañana.
Le dediqué una mirada cómplice. Sara no trabajaba para él, pero sabía todo lo que pasaba con Nick  Jonas . Como hijo menor del fundador de la empresa, Elliott Jonas , y con una notoria propensión a perder los estribos, era una leyenda viva en aquel edificio —aunque
tuviera un clon, no podría acabar esto a tiempo.
—¿Quieres que te traiga algo? —su mirada se dirigió al despacho del jefe —. ¿Un asesino a sueldo? ¿Agua Bendita ?
Reí.
—No, estoy bien.
Sara sonrió y se marchó. Acababa de darle el último sorbo a mi café cuando me agaché y me di cuenta de que tenía una carrera en las medias.
—Y por si fuera poco —empecé a hablar al oír de nuevo los pasos de Sara — me he hecho una carrera en las medias. ¿Sabes qué? Si vas a algún sitio
donde haya chocolate, tráeme veinte kilos, así me como toda mi ansiedad después.
Levanté la vista y vi que no era Sara la persona que estaba allí de pie. Se me encendieron las mejillas y me bajé la falda.
—Lo siento, señor Jonas , yo.
—Señorita Mills, como usted y las otras secretarias tienen mucho tiempo para hablar de los problemas con su lencería, además de preparar la presentación de Papadakis, necesito que vaya al despacho de Willis y me traiga los análisis de mercado y segmentación de Beaumont —se enderezó la corbata
mirando su reflejo en la ventana—. ¿Cree que podrá hacerlo?
¿Me acababa de llamar «secretaria»? Como parte de las prácticas a veces hacía ciertas tareas de asistente para él, pero el señor Jonas  sabía de sobra que yo llevaba varios años trabajando en la empresa antes de que me concedieran la beca JT Miller para la Universidad Northwestern. Y ahora solo me quedaban cuatro meses para acabar mi máster en empresariales.
«Para terminar el máster y dejar de estar a sus órdenes», pensé. Levanté la vista y me encontré con su mirada encendida.
—No tengo ningún inconveniente en pedirle a Sam que.
—No era una sugerencia —me cortó —. Quiero que vaya usted a buscarlos —me miró durante un momento con la mandíbula apretada antes de girar sobre sus talones y volver como una tromba a su despacho, cerrando la puerta con fuerza tras él.
Pero ¿qué problema tenía? ¿De verdad era necesario ir dando portazos por ahí como un adolescente? Cogí la chaqueta del respaldo de la silla y me encaminé a la otra oficina, un poco más abajo en la misma calle.
Cuando volví, llamé a su puerta pero
no respondió. Intenté girar el picaporte. Cerrado. Seguramente estaría echando un polvo rapidito por la tarde con alguna princesita con fideicomiso mientras yo tenía que correr como una loca de acá para allá por todo Chicago. Metí el sobre manila por la ranura para el correo y deseé que los papeles se desparramaran por todas partes y él tuviera que agacharse para recogerlos y ordenarlos. Le estaría bien empleado. Me gustó bastante la imagen de él de rodillas en el suelo, recogiendo papeles desperdigados. Pero la verdad era que, conociéndolo, seguro que me llamaba para que entrara en su inmaculada
guarida y lo recogiera todo mientras él me observaba.
Cuatro horas después había acabado las actualizaciones de los informes de progreso, tenía la presentación prácticamente preparada y estaba al borde de la risa histérica por lo horrible que había sido ese día. Me encontré planeando el cruento y retorcido asesinato del chico de la copistería. Solo le había pedido que hiciera algo muy sencillo: unas cuantas copias y encuadernar algunas cosas. Debería haber sido pan comido. Cosa de un momento. Pero no, le había llevado ¡dos horas!
Corrí por el oscuro pasillo del edificio ya vacío con los materiales para la presentación agarrados como podía entre los brazos y mirando el reloj. Seis y veinte. El señor Jonas  se iba a comer mi hígado crudo. Llegaba veinte minutos tarde. Como había quedado claro esa mañana, él odiaba la impuntualidad. «Tarde» era una palabra que no estaba incluida en el Diccionario del capullo de Nick  Jonas , como tampoco lo estaban «corazón», «amabilidad», «compasión», «hora de la comida» o «gracias».
Y ahí estaba yo, corriendo por los pasillos con unos zapatos de tacón de
aguja italianos, a toda velocidad hacia mi verdugo.
«Respira, (_Tn) . Este tío es capaz de oler el miedo».
Cuando me acerqué a la sala de reuniones intenté tranquilizar mi respiración y dejé de correr. Una luz cálida se colaba por debajo de la puerta. Sin duda, estaba ahí, esperándome. Con cuidado intenté arreglarme el pelo y la ropa a la vez que organizaba la pila de documentos que cargaba. Inspiré hondo y llamé a la puerta.
—Adelante.
Entré en la sala de reuniones, era enorme; una pared tenía unas ventanas
del suelo al techo que ofrecían una vista maravillosa del paisaje urbano de Chicago desde una altura de dieciocho pisos. Empezaba a oscurecer y los rascacielos salpicaban el horizonte con sus ventanas iluminadas. En el centro de la sala había una impresionante mesa de madera maciza, y mirándome desde la cabecera estaba el señor Jonas .
Estaba ahí sentado, con la chaqueta del traje colgada en una silla detrás de él, la corbata aflojada, las mangas almidonadas de la camisa blanca remangadas hasta los codos y la barbilla descansando sobre sus manos cruzadas. Me atravesó con la mirada, pero no dijo
nada.
—Discúlpeme, señor Jonas  —dije con voz temblorosa y con la respiración entrecortada—. Las copias me han llevado... —me paré en seco. Las excusas no iban a mejorar mi situación.
Y además, no le iba a permitir echarme la culpa de algo que yo no podía controlar. Que se fastidiara. Con mi recién recuperada valentía en su sitio, levanté la barbilla y caminé hasta donde él estaba sentado.
Sin mirarlo, busqué entre los papeles y coloqué una copia de la presentación sobre la mesa.
—¿Listo para empezar?
ElitzJb
ElitzJb


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Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada) Empty Re: Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada)

Mensaje por ElitzJb Lun 29 Jul 2013, 7:17 pm

Capítulo 1

—Parte Dos—

No dijo una palabra, pero su mirada atravesó mi valiente coraza. Todo aquello hubiera sido mucho más fácil si él no fuera tan guapo. Sin decir nada, señaló el material que le había puesto delante para que continuara.
Me aclaré la garganta y empecé la presentación. Repasé los diferentes aspectos de mi propuesta y él permaneció en silencio, con la mirada clavada en su copia. ¿Por qué estaba tan tranquilo? Podía manejar sus arrebatos de ira, pero ese misterioso silencio. Me estaba poniendo de los nervios.
Estaba inclinada sobre la mesa, señalándole unos gráficos cuando
sucedió.
—La línea temporal para el primer objetivo es un poco ambi...
Dejé la frase a medias y el aire se detuvo en mi garganta. Había puesto la mano en el final de mi espalda antes de deslizarla poco a poco hasta posarla sobre la curva de mi trasero. En los nueve meses que llevaba trabajando para él nunca me había tocado intencionadamente.
Y eso era sin duda intencionado.
El calor de su mano me quemaba a través de la falda hasta llegar a mi piel. Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron y sentí cómo se licuaban mis
entrañas. ¿Qué demonios estaba haciendo? Mi cerebro me gritaba que le apartara la mano y le dijera que no volviera a tocarme, pero mi cuerpo actuaba en solitario. Se me endurecieron los pezones, y apreté la mandíbula en respuesta. «¡Traidores!»
El corazón me martilleaba en el pecho, pasó al menos medio minuto sin que ninguno de los dos dijera nada. Mientras, su mano seguía bajando por mi muslo, acariciándome. Nuestras respiraciones y el ruido de la ciudad que llegaba amortiguado desde la calle era lo único que se oía en el aire inmóvil de la sala de reuniones.
—Dese la vuelta, señorita Mills.
Su voz queda rompió el silencio y yo me erguí, mirando hacia delante. Me volví lentamente y su mano me fue rozando, deslizándose hacia mi cadera. Podía sentir cómo la extendía, desde las yemas de los dedos que tenía sobre la parte baja de mi espalda hasta el pulgar que en ese momento presionaba la piel suave que quedaba justo encima del hueso de mi cadera. Bajé la vista para mirarlo a los ojos y nuestras miradas se encontraron.
Notaba su pecho subiendo y bajando, cada respiración más profunda que la anterior. Un músculo se contrajo
en su dura mandíbula a la vez que el pulgar empezaba a moverse, deslizándose lentamente a un lado y a otro, mientras sus ojos no se apartaban de los míos. Estaba esperando que yo lo detuviera; ya había transcurrido tiempo más que suficiente para que yo lo apartara de un manotazo o simplemente me alejara y me fuera. Pero tenía demasiados sentimientos que gestionar antes de poder reaccionar. Nunca me había sentido así, y mucho menos había esperado sentirme así con él. Quería darle una bofetada y después agarrarlo de la camisa y lamerle el cuello.
—¿Qué estás pensando? —me
susurró con una mirada entre burlona y nerviosa.
—Todavía intento averiguarlo.
Con sus ojos fijos en los míos, sus dedos empezaron a descender por mi muslo hasta llegar al borde de la falda. Después metió la mano por debajo y sus dedos recorrieron las cintas de mi liguero y el borde de encaje de una de las medias que me llegaba hasta el muslo. Un dedo se coló entre la media y mi piel, y tiró un poco hacia abajo. Inspiré bruscamente, sintiendo de repente que me estaba fundiendo desde el exterior y hasta lo más profundo.
¿Cómo podía dejar que mi cuerpo
reaccionara así? Todavía quería darle un bofetón, pero ahora deseaba con más fuerza que continuara. El ansia que sentía entre las piernas no dejaba de aumentar. Llegó al borde de mis bragas y metió los dedos bajo la tela. Sentí que se deslizaba contra mi piel y me rozaba el clítoris antes de meter un dedo en mi interior. Me mordí el labio e intenté (sin éxito) contener un gemido. Cuando volví a bajar la vista para mirarlo, unas gotas de sudor empezaban a formarse en su frente.
—Joder —dijo con voz baja y grave —. Qué húmeda estás —dejó que se le cerraran los ojos. Parecía estar librando
la misma lucha interna que yo. Le miré el regazo y vi que la tela de sus pantalones estaba muy tensa. Sin abrir los ojos sacó el dedo y apretó el fino encaje de mis bragas en el puño. Cuando me miró estaba temblando, con una clarísima expresión de furia. Con un movimiento rápido me arrancó las bragas, y el sonido de la tela al rasgarse pudo oírse en silenciosa la sala.
Me cogió bruscamente, me subió a la fría mesa y me separó las piernas. Gemí sin querer cuando sus dedos volvieron, deslizándose y entrando de nuevo. Odiaba a ese hombre de una forma especialmente intensa, pero mi cuerpo
me traicionaba; quería más. Maldita sea, se le daba muy bien. Las suyas no eran las caricias amorosas a las que estaba acostumbrada. Era un hombre que solía conseguir lo que quería y por lo que parecía, lo que quería en ese momento era a mí. Dejé caer la cabeza a un lado y me eché hacia atrás hasta apoyarme en los codos, sintiendo precipitarse el orgasmo.
Y para mi horror absoluto incluso llegué a suplicar:
—Por favor.
Él dejó de moverse, sacó el dedo y cerró la mano en un puño. Yo me incorporé, le agarré la corbata de seda y
acerqué su boca a la mía con agresividad. Sus labios eran tan perfectos como parecían: firmes y suaves. Nunca me había besado nadie que conociera hasta el último ángulo, punto de profundidad y movimiento de provocación posible. Me estaba haciendo perder la cabeza.
Le mordí el labio inferior mientras mis manos se apresuraban a desabrocharle los pantalones, liberando el cinturón de las trabillas.
—Será mejor que estés preparado para acabar lo que has empezado.
Él dejó escapar un sonido grave y rabioso desde el fondo de la garganta,
me abrió la blusa de un tirón. Los botones plateados salieron disparados y rebotaron por toda la mesa de la sala de reuniones.
Subió las manos por mis costillas y después las colocó sobre mis pechos; sus pulgares se deslizaban adelante y atrás sobre mis pezones tensos. Su mirada oscura estaba fija en mi expresión todo el rato. Tenía las manos grandes y tan ásperas que casi llegaban a provocarme dolor, pero en vez de quejarme o apartarlo, me apreté contra sus palmas porque quería sentir más y más fuerte.
Él gruñó y apretó los dedos. Se me
ocurrió que me iba a dejar cardenales y casi deseé que lo hiciera. Quería algo para recordar esa sensación de estar absolutamente segura de lo que deseaba mi cuerpo, de estar desatada.
Él se acercó lo suficiente para morderme el hombro y me susurró.
—Eres una tentación.
Incapaz de acercarme tanto como quería, aceleré mi maniobra con la cremallera y le bajé los pantalones y los bóxer hasta el suelo. Le di un buen apretón a su polla, sintiendo cómo latía contra mi palma.
La forma en que dijo mi «apellido» entre dientes —«Mills.».— debería
haberme provocado un arrebato de furia, pero en ese momento solo sentía una cosa: pura lujuria desenfrenada. Me subió la falda por los muslos y me empujó sobre la mesa. Antes de que pudiera decir una sola palabra me agarró de los tobillos, luego se cogió la polla, dio un paso adelante y empujó hasta penetrarme.
Ni siquiera fui capaz de sentirme avergonzada por el gemido tan alto que dejé escapar. Él era lo mejor que había sentido nunca.
—¿Qué? —dijo con los dientes apretados y las caderas golpeando contra mis muslos mientras se hundía en
mí—. Nunca te habían follado así antes, ¿eh? No resultarías tan tentadora si tuvieras alguien que te follara bien.
Pero ¿quién se creía que era? ¿Y por qué me ponía tanto que tuviera razón? Nunca había tenido relaciones sexuales en ninguna otra parte que no fuera en una cama y nunca me había sentido así.
—Me han follado mejor —le dije para provocarlo.
Rió, bajito y con sorna.
—Mírame.
—No.
Salió justo cuando estaba a punto de correrme. Al principio pensé que me iba a dejar así, pero me agarró los brazos y
tiró de mí para levantarme de la mesa, con los labios y la lengua presionando contra los míos.
—Mírame —repitió.
Y por fin, sin él dentro de mí, pude hacerlo. Parpadeó una vez, muy lentamente, con las largas pestañas oscuras rozándole la mejilla, y después me dijo:
—Pídeme que haga que te corras.
Su tono no era el adecuado. Era casi una pregunta, sin embargo, las palabras eran propias de él: un cabrón. Quería que hiciera que me corriera. Más que nada. Pero que me partiera un rayo si le pedía algo en toda mi vida.
Bajé la voz y le miré fijamente.
—Es usted un capullo, señor Jonas .
Su sonrisa me dejó claro que lo que fuera que quería de mí, lo había conseguido. Quería clavarle la rodilla justo en sus partes, pero así no iba a conseguir lo que en realidad quería.
—Pídamelo por favor, señorita Mills.
—«Por favor», ni de coña.
Lo siguiente que sentí fue la ventana fría contra mis pechos y gemí ante el intenso contraste de temperatura entre el cristal y su piel. Estaba ardiendo; todas las partes de mi cuerpo querían sentir su áspero contacto.
—Al menos eres coherente —me dijo al oído antes de morderme el hombro.
Metió el pie entre los míos—. Separa las piernas.
Y yo las abrí sin dudarlo. Él me tiró de la cadera hacia atrás y metió la mano entre los dos antes de volver a empujar para entrar en mi interior.
—¿Te gusta el frío?
—Sí.
—Chica sucia y pervertida. Te gusta que te vean, ¿eh? —murmuró mordiéndome el lóbulo de la oreja—. Te encanta que todo Chicago pueda levantar la cabeza y mirar cómo te follo.
Te están volviendo loca todos y cada uno de los minutos que estás pasando con tus preciosas tetas pegadas contra el cristal.
—Calla. Lo estás estropeando — pero no era así. Ni mucho menos. Su voz grave me provocaba cosas increíbles.
Él solo se rió junto a mi oído y probablemente se dio cuenta de cómo me estremecí al oírlo.
—¿Quieres que vean cómo te corres?
Gemí en respuesta, incapaz de formar las palabras; cada embestida dentro de mí me apretaba más y más contra el cristal.
—Dilo. ¿Quieres correrte, señorita Mills? Respóndeme o pararé y haré que me la chupes —susurró entre dientes entrando cada vez más adentro.
La parte de mí que lo odiaba se estaba disolviendo como azúcar en mi lengua y la parte que quería todo lo que tuviera para darme crecía, ardiente y exigente.
—Pídemelo —se inclinó sobre mí, me agarró el lóbulo de la oreja entre los labios y después me dio un mordisco fuerte—. Te prometo que te lo daré.
—Por favor —le dije cerrando los ojos para ignorar todo lo demás y solo sentirle a él—. Por favor. Sí.
Me rodeó el cuerpo con el brazo y puso sus dedos sobre mi clítoris con la presión y el ritmo perfectos. Sentía su sonrisa sobre mi nuca y cuando abrió la boca y apretó los dientes contra mi piel, perdí todo control. El calor ascendió por mi espalda, me envolvió las caderas hasta alcanzar mis piernas y me sacudí contra él. Apreté el cristal con las manos, todo mi cuerpo estremeciéndose por el orgasmo que me embargaba y me dejaba sin aliento. Cuando por fin perdió intensidad, él salió y me dio la vuelta para que lo mirara; agachó la cabeza para besarme el cuello, la mandíbula y el labio inferior.
—Dame las gracias —susurró.
Enterré las manos en su pelo y tiré con fuerza, esperando provocar alguna reacción en él, queriendo ver si todavía tenía control sobre sí mismo o deliraba.
«Pero ¿qué demonios estamos haciendo?»
Él gruñó, me cogió las manos, me besó por todo el cuello y apretó su erección contra mi estómago.
—Ahora hazme sentir bien.
Yo solté una mano, la bajé hasta su miembro y empecé a acariciarlo. Era grueso y largo y encajaba perfecta en mi palma. Quería decírselo, pero en la vida le iba a decir lo genial que lo sentía. En
vez de eso me aparté de sus labios mirándolo con los ojos entornados.
—\by a hacer que te corras con tanta fuerza que te olvidarás de que eres el mayor cabrón del mundo —le prometí con voz grave resbalando por el cristal antes de meterme lentamente su pene en la boca hasta el fondo.
Él se tensó y soltó un gemido profundo. Levanté la vista para mirarlo: tenía las palmas y la frente apoyadas contra el cristal y los ojos cerrados con fuerza. Parecía vulnerable y estaba tremendo en ese estado de abandono.
Pero no era nada vulnerable. Era el mayor capullo que había pisado la tierra
y yo estaba de rodillas delante de él. Ni de coña.
Así que en vez de darle lo que sabía que quería, me levanté, me bajé la falda y lo miré a los ojos. Era más fácil ahora que no me estaba tocando y haciéndome sentir cosas que no tenía por qué hacerme sentir.
Los segundos pasaron y ninguno de los dos apartó la mirada.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —preguntó con voz ronca—. Ponte de rodillas y abre la boca.
—Ni hablar.
Cerré la parte delantera de mi blusa sin botones y me fui de la sala, rezando
para que mis piernas todavía temblorosas no me traicionaran.
Cogí el bolso de mi mesa, me puse la chaqueta e intenté desesperadamente abrocharme los botones con los dedos vacilantes. El señor Jonas  aún no había salido y yo corrí hasta el ascensor confiando poder llegar antes de tener que volver a enfrentarme a él.
Ni siquiera podía permitirme pensar en lo que había pasado hasta que no consiguiera salir de allí. Le había dejado follarme, provocarme el orgasmo más increíble de mi vida y después le había dejado con los pantalones por los tobillos en la sala de reuniones de la
empresa, con el peor caso de dolor de huevos de la historia de la humanidad. Si se tratara de la vida de otra persona, me habría alegrado una barbaridad. Sin embargo, no era la vida de otra.
«Mierda».
Las puertas del ascensor se abrieron, entré y pulsé apresuradamente el botón. Después miré cómo los números de los pisos bajaban con rapidez. En cuanto el ascensor llegó abajo, atravesé el vestíbulo corriendo. Oí al pasar algo que decía el guardia de seguridad sobre trabajar hasta tarde, pero me limité a pasar a la carrera a su lado y despedirme con la mano.
Con cada paso la tensión que sentía entre las piernas me recordaba lo que había pasado durante la última hora. Cuando llegué a mi coche lo abrí con el mando, tiré de la puerta y me dejé caer en el confort del asiento de cuero. Me miré en el espejo retrovisor.
«¿Qué demonios ha pasado?»



_____________________________________________________________________________________________________

Q tal les parece la nove ???
Chicas nos leeremos pronto vale se me cuidan ful bye se les quiere:hug: 
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por aranzhitha Lun 29 Jul 2013, 8:21 pm

hola! Nueva lectora!!
Tu sabes que te sigo a todas tus noves!!
Aunque ahora no estoy tanto tiempo en foro, me tendras comentando!
Siguela!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por AniitaRP4 Lun 29 Jul 2013, 11:44 pm

SIGUELAAAAAAAAAAA:D
AniitaRP4
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Mensaje por chelis Mar 30 Jul 2013, 7:45 pm

Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada) 167695056  cielooosss tercera lectora y ya tengo caaaloorrr!!!!... Así que siguelaaa
chelis
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http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por ElitzJb Mar 30 Jul 2013, 8:05 pm

aranzhitha escribió:hola! Nueva  lectora!!
Tu sabes que te sigo a todas tus noves!!
Aunque ahora no estoy tanto tiempo en foro, me tendras comentando!
Siguela!

Oh si cariño sabes que tu siempre seras bienvenida *-*
gracias x siempre estar alli TQM...
yo comienzo clases en septiembre y x eso aprovecho
el tiempo para colocar nove una tras otra :) espero q te fascine
nos seguiremos leyendo
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por ElitzJb Mar 30 Jul 2013, 8:06 pm

AniitaRP4 escribió:SIGUELAAAAAAAAAAA:D

Bienvenida y voyyyyyyyyyyyyyyy ;) 
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por ElitzJb Mar 30 Jul 2013, 8:09 pm

chelis escribió:Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada) 167695056  cielooosss tercera lectora y ya tengo caaaloorrr!!!!... Así que siguelaaa

Nah entonces cuando acabe la nove estarás peor q un horno de 170° LOL
en serio a mi también me calentó full :twisted: espero q la disfrutes a mil :P
Bienvenida Chelis :hug:
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por ElitzJb Mar 30 Jul 2013, 8:14 pm

Capítulo 2

—Parte Uno—

«Dios, qué jodido estoy».
Llevaba mirando al techo desde que me había despertado hacía treinta minutos. El cerebro: hecho un lío. La polla: como una piedra.
Bueno, como una piedra otra vez.
Fruncí el ceño sin dejar de mirar el techo. No importaba cuántas veces me hubiera masturbado desde que ella me dejó el día anterior, aquello no parecía bajar nunca. Y aunque nunca creí que fuera posible, era peor que los otros cientos de veces que me había levantado
así. Porque esta vez sabía lo que me estaba perdiendo. Y eso que ella ni siquiera me había dado la oportunidad de correrme.
Nueve meses. Nueve putos meses de erecciones matutinas, de masturbaciones y de infinitas fantasías con alguien que ni siquiera deseaba. Bueno, eso no era del todo cierto. La deseaba. La deseaba más que a ninguna otra mujer que hubiera visto en la vida. El mayor problema era que también la odiaba.
Y ella me odiaba a mí. Pero me odiaba de verdad. En mis treinta y un años nunca había conocido a nadie que me sacara de quicio como lo hacía la
señorita Mills.
Solo su nombre ya me ponía a mil. «Maldita traidora». Bajé la vista hacia el lugar donde estaba formando una tienda de campaña con las sábanas. Ese estúpido apéndice era el que me había metido en ese lío en un primer momento. Me froté la cara con las manos y me senté en la cama.
«¿Por qué demonios no he podido mantenerla metida en los pantalones?» Lo había conseguido durante casi un año. Y funcionaba. Guardaba las distancias, le daba órdenes. Joder, tenía que admitir que había sido un verdadero cabrón ese tiempo. Y de
repente, perdí la cabeza sin más. Solo hizo falta un momento. Sentado en aquella sala en silencio, su olor me envolvió y esa dichosa falda. Y la forma en que me puso el trasero en la cara. Perdí el control.
Estaba seguro de que si me la tiraba una vez sería algo decepcionante y dejaría de desearla tanto. Por fin tendría algo de paz. Pero ahí estaba de nuevo, en mi cama, empalmado como si no me hubiera corrido en semanas. Miré el reloj; solo habían pasado cuatro horas.
Me di una ducha rápida, frotándome con fuerza como para borrar cualquier rastro que me quedara de ella de la
noche anterior. Iba a parar eso: tenía que hacerlo.
Nick  Jonas  no actuaba como un adolescente en celo, y sin duda no iba follándose por ahí a las chicas de la oficina. Lo último que necesitaba era una mujer dependiente fastidiándolo todo. No podía permitir que la señorita Mills tuviera ese control sobre mí.
Todo iba mucho mejor antes de saber lo que me estaba perdiendo. Por muy horrible que fuera entonces, ahora era un millón de veces peor.
Iba de camino a mi despacho cuando
entró ella. Por la forma en la que se había ido la noche anterior (prácticamente salió corriendo), suponía que podía esperar una de dos: o aparecería por la mañana haciéndome ojitos y pensando que lo de anoche significaba algo, que «nosotros» éramos algo, o iba a hacerme la vida imposible.
Si alguien se enteraba de lo que habíamos hecho, no solo podía perder mi trabajo, sino que podía perder todo por lo que había luchado. Pero, por mucho que la odiara, no la veía haciendo algo como eso. Si había algo que había aprendido sobre la señorita Mills en ese tiempo era que se trataba
de una persona leal, en quien se podía confiar. Llevaba trabajando para Jonas  Media Group desde la universidad y por algo se había convertido en una parte muy valiosa de la empresa. Ahora le quedaban solo unos meses para acabar su máster y después podría escoger el trabajo que más le gustara. Seguro que no iba a poner eso en peligro.
Pero, joder, lo que hizo fue ignorarme. Entró llevando una gabardina hasta la rodilla que ocultaba cualquier cosa que llevara debajo, pero que le servía más que bien para mostrar esas piernas fantásticas que tenía.
Oh, mierda. Si llevaba esos
zapatos había posibilidades de que. «No, ese vestido no. Por favor, por el amor de Dios, ese vestido no... ». Sabía perfectamente que no había forma de que tuviera fuerza de voluntad para soportar aquello justo ese día.
La miré fijamente mientras colgaba la gabardina en el armario y se sentaba en su mesa.
Madre de Dios, esa mujer era la mayor tentación del mundo.
Y sí, llevaba el vestido blanco. Con un escote bastante pronunciado que acentuaba la suave piel del cuello y las clavículas y la tela blanca pegándose perfectamente a esos pechos increíbles;
ese vestido era la ruina de mi existencia, mi cielo y mi infierno en un envoltorio delicioso.
La falda le llegaba justo por debajo de las rodillas y era lo más sexy que había visto en mi vida. No era provocativo en sí mismo, pero había algo en el corte y en ese maldito blanco virginal que me tuvo de nuevo como una moto prácticamente todo el día. Y siempre se dejaba el pelo suelto cuando se ponía ese vestido. Una de mis fantasías recurrentes era quitarle todas las horquillas del pelo y agarrárselo mientras me la follaba.
Dios, es que siempre me ponía de
mal humor.
Como siguió sin hacerme ni caso, me volví y entré como un torbellino en mi oficina y di un portazo. ¿Por qué seguía afectándome así? Nada ni nadie me habían distraído así y la odiaba por ser la primera en conseguirlo.
Pero una parte de mí lo que odiaba era el recuerdo de su expresión victoriosa cuando me dejó sin aliento y prácticamente suplicándole que me la chupara. Esa chica los tenía bien puestos.
Me tragué la sonrisa que surgía en mis labios y me centré en seguir odiándola.
Trabajo. Me centraría en el trabajo y dejaría de pensar en ella. Caminé hasta mi mesa y me senté intentando dirigir mi atención a cualquier cosa salvo la sensación extraordinaria de sus labios rodeándome la noche anterior.
«No es el momento, Nick ».
Abrí mi ordenador portátil para comprobar mi agenda para ese día. Mi agenda.
Mierda. Ella tenía la versión más actualizada en su ordenador. Esperaba no perderme ninguna reunión esa mañana, porque no estaba dispuesto a pedirle a la «Princesa de hielo» que entrara en mi despacho hasta que no
fuera absolutamente necesario.
Estaba revisando una hoja de cálculo cuando oí que llamaban a mi puerta.
—Adelante —dije.
De repente un sobre blanco cayó de golpe en mi mesa. Levanté la vista y vi a la señorita Mills mirándome con una ceja enarcada insolentemente. Sin decir ni una palabra se dio la vuelta y salió de mi despacho.
Miré fijamente el sobre con un ataque de pánico. Seguramente era una carta formal detallando mi conducta y
expresando su intención de ponerme una demanda por acoso. Esperaba un membrete y su firma al final de la página.
Lo que no me esperaba era el recibo de una tienda de ropa de internet. Y cargado en la tarjeta de crédito de la empresa. Me levanté de la silla de un salto y salí corriendo de mi despacho tras ella. Se dirigía hacia las escaleras. Bien. Estábamos en la planta dieciocho y seguramente nadie aparte de ella y yo iba a utilizar esas escaleras. Podía gritarle todo lo que quisiera y nadie se iba a enterar.
La puerta se cerró con un ruido
metálico y sus tacones resonaron bajando los escalones justo delante de mí.
—Señorita Mills, ¿dónde demonios cree que va?
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por ElitzJb Mar 30 Jul 2013, 8:22 pm

Capítulo 2



—Parte Dos—

Ella siguió andando sin volverse.
—Es la hora del café, así que en mi calidad de «secretaria», que es lo que soy —dijo entre dientes—, voy a la cafetería de la planta catorce a buscarle uno. Usted no puede pasar sin su dosis de cafeína.
¿Cómo alguien tan sexy podía ser tan arpía a la vez? La alcancé en el rellano entre dos plantas, la agarré del brazo y la empujé contra la pared. Ella entornó
los ojos despectivamente y siseó con los dientes apretados. Le puse el recibo delante de la cara y la miré fijamente.
—¿Qué es esto?
Ella sacudió la cabeza.
—¿Sabes? Para ser un pedante sabelotodo a veces eres muy tonto. ¿Tú qué crees? Es un recibo.
—Ya me he dado cuenta —gruñí arrugando el papel. La pinché con una parte puntiaguda del recibo en la delicada piel justo encima de uno de sus pechos; sentí que mi polla se despertaba cuando ella soltó una exclamación ahogada y sus pupilas se dilataron—. ¿Por qué te has comprado ropa y la has
cargado a la tarjeta de la empresa?
—Porque un cabrón me hizo jirones la blusa —se encogió de hombros y después acercó la cara un poco y susurró—. Y las bragas.
Joder.
Inspiré hondo por la nariz y tiré el papel al suelo, me incliné hacia delante y uní mis labios con los de ella mientras enredaba los dedos en su pelo, apretando su cuerpo contra la pared. Mi polla latía contra su abdomen mientras sentía que su mano seguía el mismo camino que la mía y se metía entre mi pelo para agarrármelo con fuerza.
Le subí el vestido por los muslos y
gemí dentro de su boca cuando mis dedos encontraron otra vez el borde de encaje de sus medias hasta el muslo. Lo hacía para atormentarme, seguro. Sentí que me pasaba la lengua sobre los labios mientras yo rozaba con los dedos la tela cálida y húmeda de sus bragas. Las agarré con fuerza y les di un fuerte tirón.
—Pues apunta que tienes que comprarte otras —le dije y después le metí la lengua dentro de la boca.
Ella gimió profundamente cuando metí dos dedos en su interior. Estaba todavía más húmeda de lo que estaba la noche anterior, si es que eso era posible.
«Menuda situación tenemos ahora mismo entre manos». Ella se apartó de mis labios con una exclamación cuando empecé a follarla con los dedos con fuerza mientras con el pulgar le frotaba con energía y ritmo el clítoris.
—Sácatela —me dijo—. Necesito sentirte. Ahora.
Yo entrecerré los ojos, intentando ocultar el efecto que sus palabras tenían en mí.
—Pídamelo por favor, señorita Mills.
—Ahora —dijo con mayor urgencia.
—¿Eso no es un poco exigente?
Me dedicó una mirada que le habría
minado la moral a alguien menos canalla que yo, y no pude evitar reírme. Mills sabía defender su territorio.
—Tienes suerte. Hoy me siento generoso.
Me quité todo lo rápido que pude el cinturón, los pantalones y los calzoncillos antes de levantarla a pulso y embestirla. Dios, qué sensación. Mejor que nada. Eso explicaba por qué no podía quitármela de la cabeza. Algo me decía que nunca me iba a hartar de eso.
—Maldita sea —murmuré.
Ella inspiró con fuerza y sentí que me apretaba. Su respiración se había
vuelto irregular. Mordió el hombro de mi chaqueta y me rodeó con una pierna cuando empecé a moverme rápido y fuerte con ella aún contra la pared. En cualquier momento alguien podía aparecer en las escaleras y pillarme follándomela, pero nada podía importarme menos en aquel momento. Necesitaba quitármela de la cabeza cuanto antes.
Levantó la cabeza y fue mordisqueándome el cuello hasta que atrapó mi labio inferior entre los dientes.
—Cerca —me dijo con voz grave y apretó su pierna alrededor de mi cintura
para acercarme y profundizar más—. Estoy cerca.
«Perfecto».
Enterré mi cara en su cuello y en su pelo para amortiguar mi gemido al correrme con fuerza y sin avisar dentro de ella, apretándole el trasero con las manos. Y salí antes de que pudiera frotarse más contra mí, dejándola en el suelo sobre sus piernas inestables.
Me miró con la boca abierta y los ojos en llamas. Las escaleras se llenaron de un silencio sepulcral.
—¿En serio? —dijo resoplando sonoramente. Echó la cabeza hacia atrás y golpeó la pared con un ruido seco.
—Gracias, ha sido fantástico —me subí los pantalones que tenía a la altura de las rodillas.
—Eres un cabrón.
—Creo que eso ya me lo habías dicho —murmuré bajando la vista para subirme la cremallera.
Cuando volví a levantarla, ella se había arreglado el vestido, pero se la veía hermosamente desaliñada, y parte de mí deseó estirar el brazo y deslizar la mano entre sus piernas para hacer que se corriera. Pero una parte de mí aún mayor estaba disfrutando con la furiosa insatisfacción que había en sus ojos.
—El que siembra vientos, recoge
tempestades, por así decirlo.
—Qué pena que seas un polvo tan malo —respondió con frialdad. Se volvió para seguir bajando las escaleras, pero se detuvo de repente y se volvió para mirarme—.Y qué suerte que esté tomando la píldora. Gracias por preguntar, imbécil.
La vi desaparecer bajando las escaleras y gruñí mientras regresaba a mi despacho. Me dejé caer en la silla con un resoplido y me pasé las manos por el pelo antes de sacar sus bragas rotas de mi bolsillo. Me quedé mirando la seda blanca que tenía entre los dedos durante un momento y después abrí el
cajón de mi mesa y las metí dentro junto con las de la noche anterior.


________________________________________________________________________________________________________________________________

Chicas hasta aqui fin del capitulo
bueno nah a que fue estupendo ese polvo en las escaleras
y en cima con la nueva foto que coloco nick en instagram deben
de tener la imaginación a mil xq yo sip :twisted: 
cda vez tendran mas :calor: se lo garantizo. bueno nos leemos
luego xq me voy de vacaciones a la playa chicas solo serán unas cuantas
semanas espero mañana poder colocar mas cap, si no ya saben q me fui de
vacas vale se les quiere y gracias x sus comentarios
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por AniitaRP4 Miér 31 Jul 2013, 10:30 am

DAMN SI!!! Debberia de ser ilegal publicar fotos asi! DIOS MIO!!! Casi me da un infarto cuando la veoooo!1 Y Sin querer babee baba  un poco la pantalla del iPod!:c PERO SIGUELAAAA!:D
AniitaRP4
AniitaRP4


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Mensaje por chelis Miér 31 Jul 2013, 4:08 pm

Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada) 167695056 :calor: :amor:  rompedor y coleccionista de bragas!!!!!!!!....... Eso fue .......... Cielos!!!!!!...... Buno me quede sin palabras!!!!!..... Ooooooohhh
Espero que si subas mñn
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por ElitzJb Miér 31 Jul 2013, 5:01 pm

Capítulo 3

—Parte Uno—

Cómo demonios conseguí bajar esos escalones sin matarme es algo que no sabría explicar. Salí corriendo como si el lugar estuviera en llamas, dejando al señor Jonas  solo en las escaleras con la boca abierta, la ropa desordenada y el pelo revuelto como si alguien lo hubiera asaltado.
Pasé sin pararme por la cafetería de la catorce y llegué a la última puerta del rellano, que crucé de un salto (algo nada fácil con esos zapatos), abrí la puerta metálica y me apoyé contra la pared,
jadeando.
«Pero ¿qué acaba de pasar?» ¿Acabo de follarme a mi jefe en las escaleras? Solté una exclamación y me tapé la boca con las manos. ¿Y le he ordenado que lo haga?
«Oh, Dios». Pero ¿qué demonios me pasa?
Alucinada me aparté con dificultad de la pared y subí unos cuantos tramos de escaleras hasta el baño más cercano. Comprobé todos los cubículos para asegurarme de que estaban vacíos y después cerré con llave la puerta principal. Cuando me acerqué al espejo del baño hice una mueca. Parecía que
me hubieran centrifugado y puesto a secar.
Mi pelo era un desastre. Todas mis ondas tan cuidadosamente ordenadas eran ahora una masa de nudos salvajes. Al parecer al señor Jonas  le gustaba que llevara el pelo suelto. Tendría que recordarlo.
«Un momento... ¿Qué?» ¿De dónde había salido eso? No tenía que recordar nada, ni hablar. Golpeé la encimera de los lavabos con el puño y me acerqué más para evaluar los daños.
Tenía los labios hinchados y el maquillaje corrido. El vestido estaba dado de sí y prácticamente me quedaba
colgando; y otra vez me había quedado sin bragas.
«Hijo-de-puta». Ya eran las segundas. ¿Qué hacía con ellas?
—¡Oh, Dios! —exclamé en un ataque de terror. No estarían en alguna parte de la sala de reuniones, ¿verdad? ¿Las habría recogido y tirado? Debería preguntarle para estar segura. Pero no. No le iba a dar la satisfacción de reconocer que esto. esto.
¿Qué era esto?
Sacudí de nuevo la cabeza, frotándome la cara con las manos. Dios, lo había estropeado todo. Cuando llegué esa mañana tenía un plan. Iba a entrar
allí, tirarle ese recibo a su atractiva cara y decirle que se lo metiera por donde le cupiera. Pero él estaba tan tremendamente sexy con ese traje color gris antracita y el pelo tan bien peinado hacia arriba, como una señal de neón que pedía a gritos que lo despeinaran, que simplemente había perdido la capacidad de pensar con claridad. Patético. ¿Qué tenía él que hacía que el cerebro se me convirtiera en papilla y me humedeciera así?
Esto no estaba bien. ¿Cómo iba a poder mirarlo sin imaginármelo desnudo?
Bueno, vale, no desnudo.
Técnicamente no le había visto totalmente desnudo todavía, pero lo que había visto me hacía estremecer.
«Oh, no. ¿Acabo de decir “todavía ”?»
Podría dimitir. Lo pensé durante un minuto, pero no me gustó lo que me hizo sentir. Me encantaba mi trabajo y el señor Jonas  podía ser el mayor capullo del mundo, pero había podido tratar con él durante nueve meses y (si no teníamos en cuenta las últimas veinticuatro horas) me las había apañado para conseguir trabajar con él como no lo había hecho nadie antes. Y por mucho que odiara admitirlo, me encantaba verlo trabajar.
Era un capullo tremendamente impaciente, un perfeccionista obsesivo, le ponía a todo el mundo el listón a la misma altura y no aceptaba nada que no fuera lo mejor que pudieras hacer. Pero tenía que admitir que siempre había agradecido que diera por hecho que podía hacerlo mejor, trabajar más, hacer lo que hiciera falta para sacar adelante mi tarea. incluso aunque sus métodos no me encantaran. Realmente era un genio del mundo del marketing; toda su familia lo era.
Y esa era otra. Su familia. Mi padre estaba en Dakota del Norte y, cuando empecé como recepcionista mientras
estaba en la universidad, Elliott Jonas  fue muy bueno conmigo. Todos lo habían sido. El hermano de Nick , Joe , era otro ejecutivo senior y el hombre más amable que había conocido nunca. Me encantaba toda la gente de allí, así que dimitir no era una opción.
El mayor problema eran las prácticas. Necesitaba presentar mi informe sobre la experiencia en la empresa a la junta de la beca JT Miller antes de terminar mi máster, y quería que mi proyecto final fuera brillante. Por eso me había quedado en Jonas  Media Group: Nick  Jonas  me ofreció la cuenta Papadakis (el plan de marketing
de una promotora inmobiliaria multimillonaria) que era un proyecto mucho más grande que el de cualquiera de mis compañeros. Cuatro meses no eran suficientes para empezar en otra parte y encontrar algún proyecto interesante con el que poder lucirme. ¿verdad?
No. Definitivamente no podía dejar Jonas  Media.
Tomada esa decisión, sabía que necesitaba un plan de acción. Tenía que seguir siendo profesional y asegurarme de que entre el señor Jonas  y yo nunca, jamás volviera a pasar nada, aunque «nada» fuera el sexo más caliente y más
intenso que había tenido en mi vida, incluso aunque me negara los orgasmos.
Cerdo.
Yo era una mujer fuerte e independiente. Tenía una carrera que construir y había trabajado infinitas horas para llegar a donde estaba. Mi mente y mi cuerpo no se gobernaban por la lujuria. Solo tenía que recordar lo que era: un mujeriego, un arrogante, un cabezota y un gilipollas que daba por hecho que todos los que lo rodeaban eran idiotas.
Le sonreí a mi reflejo en el espejo y repasé el conjunto de recuerdos recientes que tenía de Nick  Jonas .
«Le agradezco que me haya hecho un café cuando fue a hacerse el suyo, señorita Mills, pero si hubiera querido beberme una taza de barro habría pasado mi taza por la tierra del jardín esta mañana».
«Si insiste en golpear el teclado como si le fuera la vida en ello, señorita Mills, le agradecería que mantuviera cerrada la puerta que comunica nuestros despachos».
«¿Hay alguna razón para que esté necesitando tantísimo tiempo para llevar los borradores de los contratos al departamento legal? ¿Es que soñar despierta con peones de granja está
ocupando todo su tiempo?»
Vaya, aquello iba a ser más fácil de lo que creía.
Sintiendo mi determinación renovada, me arreglé el vestido, me coloqué el pelo y me dirigí, sin bragas y llena de confianza, a la salida del baño. Cogí el café que había ido a buscar y volví a mi despacho, evitando las escaleras.
Abrí la puerta exterior y entré. La puerta del señor Jonas  estaba cerrada y no llegaba ningún ruido desde el interior. Tal vez estuviera a punto de salir. «Qué más quisiera». Me senté en mi silla, abrí el cajón, saqué mi neceser
y me retoqué el maquillaje antes de volver al trabajo. Lo último que quería era tener que verlo, pero si no tenía intención de dimitir, eso iba a suceder en algún momento.
Cuando revisé el calendario recordé que el señor Jonas  tenía una presentación para los demás ejecutivos el lunes. Hice una mueca de asco al darme cuenta de que eso significaba que iba a tener que hablar con él hoy para preparar los materiales.
También tenía una convención en San Diego el mes que viene, lo que significa no solo que iba a tener que estar en el mismo hotel que él, sino en el
mismo avión, el coche de la empresa y también en todas las reuniones que surgieran. No, seguro que no había nada incómodo en todo eso.
Durante la siguiente hora me descubrí mirando cada pocos minutos hacia su puerta. Y cada vez que lo hacía, sentía mariposas en el estómago. ¡Qué estupidez!
¿Qué me estaba pasando? Cerré el archivo que no estaba consiguiendo leer y dejé caer la cabeza entre las manos justo cuando oí que se abría la puerta.
El señor Jonas  salió y evitó mirarme. Se había arreglado la ropa, llevaba el abrigo colgado sobre el brazo y un
maletín en la mano, pero todavía tenía el pelo totalmente enmarañado.
—Estaré ausente el resto del día — dijo con una calma extraña—. Cancele mis citas y haga los ajustes necesarios.
—Señor Jonas  —dije y él se detuvo ya con la mano en el picaporte—. No olvide que tiene una presentación para el comité ejecutivo el lunes a las diez — le estaba hablando a su espalda. Estaba quieto como una estatua con los músculos en tensión —. Si quiere puedo tener las hojas de cálculo, los archivos y los materiales de la presentación preparados en la sala de reuniones a las nueve y media.
La verdad es que estaba disfrutando de aquello. No había ni una pizca de comodidad en su postura. Asintió brevemente y empezó a salir por la puerta cuando le detuve de nuevo.
—Y, señor Jonas  —añadí con dulzura—, necesito su firma en estos informes de gastos antes de que se vaya.
Él hundió los hombros y resopló impaciente. Se volvió para acercarse hasta mi mesa y, aún sin mirarme, se inclinó y revisó los formularios con las etiquetas de «Firmar aquí».
Le tendí un boli.
—Por favor firme donde están las etiquetas, señor Jonas .
Odiaba que le dijeran que hiciera lo que ya estaba a punto de hacer. Yo contuve una risita. Me quitó el boli y levantó lentamente la barbilla, poniendo sus ojos avellana a la altura de los míos. Nos quedamos mirando durante lo que parecieron varios minutos. Ninguno de los dos apartó la mirada. Durante un breve momento sentí una necesidad casi irresistible de inclinarme hacia él, morderle el labio inferior y rogarle que me tocara.
—No me desvíes las llamadas — casi me escupió a la vez que firmaba apresuradamente el último formulario y tiraba el boli sobre la mesa—. Si hay
alguna emergencia, contacta con Joe .
—Capullo —murmuré entre dientes mientras lo veía desaparecer.
Decir que mi fin de semana fue un asco sería poco decir. Apenas comí, apenas dormí y lo poco que dormí estuvo interrumpido por fantasías de mi jefe desnudo encima, debajo y detrás de mí. Incluso deseé volver al trabajo para tener algo con lo que distraerme.
La mañana del sábado me desperté frustrada y de mal humor, pero no sé cómo conseguí recomponerme y ocuparme de las tareas de la casa y de la
compra semanal. Pero el domingo por la mañana no tuve tanta suerte. Me desperté sobresaltada, jadeando y temblando, con el cuerpo cubierto de sudor y envuelta en un revoltijo de sábanas de algodón. El sueño que había tenido era tan intenso que me había llevado hasta el orgasmo. El señor Jonas  y yo nos encontrábamos otra vez encima de la mesa de la sala de reuniones, pero esta vez los dos estábamos totalmente desnudos. Él estaba tumbado boca arriba y yo a horcajadas sobre él, mi cuerpo moviéndose sobre el suyo, subiendo y bajando sobre su pene. Él me tocaba por todas partes: la cara, el
cuello, encima de los pechos y bajando hasta las caderas, donde me agarraba para guiar mis movimientos. Yo sentí que estaba a punto de correrme cuando nuestras miradas se encontraron.
—¡Mierda! —gruñí y salí de la cama. Eso iba de mal en peor y muy rápido.
¿Quién iba a pensar que trabajar con un cabrón irritable iba a acabar en que te follen contra una ventana y además te guste?
Abrí el grifo de la ducha y mientras esperaba que se calentara el agua, mis pensamientos empezaron a divagar. Quería ver su mirada cuando la
levantara desde mi entrepierna, su expresión al ponerse encima de mí, sentir cuánto me deseaba. Necesitaba oír el sonido de su voz diciendo mi nombre al correrse.
Se me cayó el alma a los pies. Fantasear con él era un billete directo hacia los problemas. Un billete solo de ida. Estaba a punto de conseguir mi máster. Él era un ejecutivo. Él no tenía nada que perder y yo podía perderlo todo.
Me duché y me vestí rápido para salir a almorzar con Sara y con Julia. Sara y yo nos veíamos todos los días en el trabajo, pero era más difícil quedar
con Julia, mi mejor amiga desde el instituto. Trabajaba en el departamento de ventas de la firma Gucci y siempre estaba llenando mi armario de muestras y restos de stock. Gracias a ella y a su descuento, yo tenía una ropa genial. Seguía siendo cara, pero merecía la pena. Me pagaban bien en Jonas  Media y mi beca cubría todos los gastos de la universidad, pero ni siquiera así podía gastarme mil novecientos dólares en un vestido sin que me dieran ganas de suicidarme.
A veces me preguntaba si Elliott me pagaba tan bien porque sabía que era la única que podía manejar a su hijo. Oh, si
él supiera.
Decidí que era una mala idea contarles a las chicas lo que estaba ocurriendo. Sara trabajaba para Joe  Jonas  y veía a Nick  por el edificio muy a menudo. No podía pedirle que guardara un secreto como ese. Julia, por otro lado, me echaría la bronca. Durante casi un año me había oído quejarme sobre lo estúpido que era mi jefe y no le iba a hacer gracia saber que me lo estaba tirando.
Dos horas más tarde estaba sentada con mis dos mejores amigas bebiendo mimosas en el patio de nuestro restaurante favorito, hablando de
hombres, ropa y trabajo. Julia me sorprendió trayéndome un vestido que estaba hecho de la tela más suntuosa que había visto en toda mi vida. Estaba metido en una bolsa para trajes que colgaba de una silla que había a mi lado.
—¿Qué tal el trabajo? —preguntó Julia entre dos trozos de melón—. ¿El cerdo de tu jefe sigue haciéndotelo pasar mal, (_Tn) ?
—Oh, el cabrón atractivo. — suspiró Sara y yo me puse a estudiar atentamente las gotas de condensación de mi copa. Ella se metió una uva en la boca y habló mientras la masticaba—. Dios, tendrías que verlo, Julia. Es la
mejor descripción de él que he oído en mi vida. Es un dios. Y lo digo en serio. No tiene nada de malo, al menos físicamente. Una cara perfecta, el cuerpo, la ropa, el pelo. Oh, Dios, el pelo.
Lo lleva así, como en un despeinado artístico increíble —dijo haciendo gestos por encima de su cabeza—. Parece que acabara de follarse a alguien hasta dejarla sin aliento.
Puse los ojos en blanco. No necesitaba que nadie me recordara lo del pelo.
—Y, no sé lo que te habrá dicho (_Tn) , pero es odioso —siguió Sara
poniéndose seria—. Quiero decir, a los quince minutos de conocerlo ya quería reventarle las cuatro ruedas con una navaja. Es el mayor cabrón que he conocido.
Estuve a punto de atragantarme con un trozo de piña. Si Sara supiera. Y además estaba muy bien dotado en cuanto a atributos masculinos. Era injusto.
—¿Y por qué es tan capullo?
—¿Quién sabe? —contestó Sara, y después parpadeó como si estuviera realmente pensando que podía tener una buena excusa—. ¿Tal vez tuvo una infancia difícil?
—Pero ¿conoces a su familia? —le pregunté escéptica—. Su infancia ha tenido que ser idílica.
—Cierto —concedió—. Tal vez es algún tipo de mecanismo de defensa. Quizá está amargado y cree que tiene que trabajar más y reivindicarse ante todo el mundo continuamente porque ser tan guapo.
Reí entre dientes.
—No hay ninguna razón profunda. Él cree que a todo el mundo debe importarle tanto su trabajo como a él, pero la mayoría de la gente no comparte su visión. Y eso le molesta.
—¿Le estás defendiendo, (_Tn) ? —
le preguntó Sara con una sonrisa sorprendida.
—De ninguna manera.
Noté que los ojos azules de Julia estaban fijos en mí y que los había entornado en una acusación silenciosa. Me había quejado mucho de mi jefe en los últimos meses, pero tal vez no había mencionado que era guapísimo.
—(_Tn) , ¿me has estado ocultando algo? ¿Está macizo tu jefe? —me preguntó.
—Sí que es guapísimo, pero su personalidad hace que sea muy difícil apreciarlo.
—Intenté parecer todo lo
despreocupada que pude. Julia podía leer casi cualquier cosa que yo pensara.
—Bueno —dijo encogiéndose de hombros y dándole un largo sorbo a su bebida—, tal vez la tiene pequeña y eso es lo que realmente le saca de quicio.
Yo vacié mi copa de un trago mientras mis dos amigas se partían de risa.
El lunes por la mañana entré en el edificio hecha un manojo de nervios. Había tomado una decisión: no iba a sacrificar mi trabajo por nuestra falta de buen juicio. Quería acabar en ese puesto
con una presentación estelar para la junta de la beca y después salir de allí para empezar mi verdadera carrera. Nada de sexo ni de fantasías. Podía trabajar con el señor Jonas  (solo negocios) durante unos meses más.
Como sentía la necesidad de reforzar mi confianza en mí misma, me puse el vestido nuevo que me había traído Julia. Resaltaba mis curvas, pero no era demasiado provocativo. Pero mi arma secreta para aumentar mi confianza era mi ropa interior. Siempre me ha gustado la lencería cara, así que no tardé mucho en descubrir dónde estaban los sitios para cazar las mejores rebajas.
Llevar algo sexy debajo de la ropa me hacía sentir poderosa, y las bragas que llevaba me funcionaban a la perfección. Eran de seda negra con bordados por delante, y la parte de atrás tenía una serie de cintas de tul que se cruzaban para encontrarse en el centro, cerca del coxis, formando un exquisito lazo negro. Con cada paso la tela del vestido me acariciaba la piel. Hoy podría soportar cualquier cosa por parte del señor Jonas  y devolverle todas las pelotas.
Había llegado pronto, con tiempo para prepararme para la presentación. Ese no era estrictamente mi trabajo, pero el señor Jonas  se negaba a tener un
ayudante para estas cosas y cuando se le dejaba solo era un desastre a la hora de hacer que las presentaciones fueran agradables: ni café, ni servicio de desayuno, solo una sala llena de gente, diapositivas y documentación prístinos y, como siempre, muchísimo trabajo.
El vestíbulo estaba desierto; el amplio espacio se abría a lo largo de tres plantas y brillaba debido al granito pulido de los suelos y las paredes de travertino. Cuando salí del ascensor y se cerraron las puertas, me di una arenga a mí misma, repasé mentalmente las discusiones que había tenido con el capullo de mi jefe y todos los
comentarios insolentes que había hecho sobre mí.
«Teclee, no escriba nada a mano. Su letra parece la de una niña pequeña, señorita Mills».
«Si quisiera disfrutar de toda su conversación con su tutor del máster, dejaría la puerta de mi despacho abierta de par en par y pediría palomitas. Por favor, baje la voz cuando hable por teléfono».
Podía hacerlo. Ese gilipollas había elegido a la mujer equivocada para complicarle la vida y no tenía ni la más mínima intención de dejar que me intimidara. Bajé la mano hasta mi
trasero y sonreí perversa. «Braguitas poderosas».
Tal y como esperaba, la oficina todavía estaba vacía cuando llegué. Cogí lo que podía necesitar para la presentación y me dirigí a la sala de reuniones para prepararlo todo. Intenté ignorar la respuesta de perro de Paulov que tuve al ver las ventanas y la brillante mesa de la sala.
«Para, cuerpo. Empieza a funcionar, cerebro».
Mirando la sala iluminada por el sol, dejé los archivos y el ordenador portátil sobre la enorme mesa y ayudé a los empleados del catering a colocar las
cosas para el desayuno junto a la pared del fondo.
Veinte minutos después las propuestas estaban colocadas, el proyector preparado y el desayuno listo. Como me sobraba tiempo, me acerqué a la ventana. Estiré la mano y toqué el cristal, abrumada por las sensaciones que me hacía recordar: el calor de su cuerpo contra mi espalda, el contacto del cristal frío contra los pechos y el grave y animal sonido de su voz en mi oído.
«Pídeme que haga que te corras».
Cerré los ojos y me acerqué, apretando las palmas y la frente contra
la ventana y dejando que la fuerza de los recuerdos se apoderara de mí.
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por chelis Miér 31 Jul 2013, 8:21 pm

:calor:  creo que con ellos tendré que vivir el el refrijerador !!!!!.... Específicamente en el congelador!!!!!... Jajajajajaja. Para bajar la temperatura!!!!!!......
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