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Mensaje por Invitado Sáb 03 Mayo 2014, 3:38 pm


Ficha de la serie

●Titulo: Rubí
●Autor: Kerstin Gier
●Genero: Drama , romance, misterio.
●Adaptación: Si.
●Otras paginas: Comencé a escribirla en Wattpad, pero como nadie la leía, la cancelé.

Rubí (Harry y tu)

"____, una chica londinense de 16 años, acaba de descubrir que es portadora de un misterioso gen que le permite viajar en el tiempo... Cruza las fronteras del tiempo y encuentra el verdadero amor. Como cualquier otro día, regresé pronto a casa al salir del instituto. Mi tía se había quedado sin sus dulces favoritos y me ofrecí para ir a la tienda a comprar más, pero de camino empecé a sentir algo muy extraño: las piernas me temblaban y tuve una sensación rara en el estómago. De repente, la calle desapareció ante mis ojos. Poco después reapareció , pero muchas cosas eran diferentes. Había vuelto al pasado . Me llamo ____ y soy la última viajera en el tiempo. Así empieza la aventura de mi vida."


Última edición por Sasa. el Lun 05 Mayo 2014, 2:47 pm, editado 4 veces
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♡|Rubí|Harry Styles y tu|♡||Capitulo 2 publicado||1ª temporada|| Empty Re: ♡|Rubí|Harry Styles y tu|♡||Capitulo 2 publicado||1ª temporada||

Mensaje por Invitado Sáb 03 Mayo 2014, 3:47 pm

Capitulo 1
✈️

La primera vez que noté un mareo fue el lunes por la mañana en la cafetería de la escuela. Durante un instante estómago como si estuviera en una montaña rusa bajando a toda velocidad desde el punto más alto. Duró solo dos segundos, pero fue suficiente para que me volcara un plato de puré de patatas con salsa sobre el uniforme. Los cubiertos rebotaron tintineando contra el suelo, aunque conseguí sujetar el plato a tiempo.

—De todas maneras, este mejunje sabe como si lo hubieran recogido del suelo- me dijo mi amiga Leslie mientras yo limpiaba como podía la porquería. (Naturalmente, todo el mundo me miraba)-. Si quieres, tambien puedes embadurnarte la blusa con mi ración.

—No, gracias.

Aunque casualmente la blusa del uniforme del Saint Lennox tenía el mismo color que el puré de patatas, la mancha llamaba desagradablemente la atención, de modo que me abroché la chaqueta azul marino para taparla.

—¡Vaya, la pequeña _____ ya está jugando otra vez con la comida!-excamó Cynthia Dale—. Sobre todo, ni se te ocurra sentarte a mi lado, babosa apestosa.

—No te preocupes, Cyn, es lo último que haría.

Por desgracia, mis pequeños accidentes con la comida en la escuela se repetían con bastante frecuencia. Hacía solo una semana, una gelatina de frutas verde me había saltado del molde de aluminio y había aterrizado dos metros más allá, en los espaguetis a la carbonara de un alumno de quinto. La semana anterior se me había volcado el zumo de cerezas y había salpicado a todos mis compañeros de mesa, que parecía que hubieran cogido el sarampión. Por no hablar de las veces en que había metido la estúpida corbata del uniforme en la salsa, el zumo o la leche.

Aunque anteriormente nunca había sentido vértigos.

Pensé que probablemente eran imaginaciones mías. Lo que ocurría era que desde hacía un tiempo en casa solo se hablaba de mareos, aunque no de los míos, sino de los de mi siempre encantadora y perfecta prima Charlotte, que se estaba tomando a cucharadas su puré de patatas sentada junto a Cynthia.

Toda la familia esperaba a que Charlotte empezara a sentir vértigos. Había días en que lady Arista, mi abuela, le preguntaba cada diez minutos si notaba algo raro, y mi tía Glenda, la madre de Charlotte, aprovechaba los intervalos para repetir exactamente la misma pregunta.

Y cada vez que Charlotte negaba con la cabeza, lady Arista apretaba los labios y la tía Glenda suspiraba. Aunque también podía ser a la inversa.

Los demás —mamá, mi hermana Caroline, mi hermano Nick, mi tía abuela Maddy y yo— poníamos los ojos en blanco. Naturalmente, era excitante tener a alguien en la familia con el gen de los viajes en el tiempo, pero con los años todo ese asunto había ido perdiendo interés, y estábamos hasta la coronilla del teatro que se montaba en torno a Charlotte.

La propia Charlotte acostumbraba a ocultar sus sentimientos tras una misteriosa sonrisa de Mona Lisa. Yo, en su lugar, tampoco hubiera sabido si debía alegrarme o enojarme por la ausencia de vértigos.

Bueno, para ser sinceros, supongo que me habría alegrado. Yo era más bien del género asustadizo. Me gustaba la calma.

—Tarde o temprano llegará—decía lady Arista todos los días—.estar preparados para cuando eso ocurra.

De hecho, después de la comida, en la clase de historia de mister Whitman,efectivamente ocurrió. Yo me había levantado con hambre de la mesa. Para colmo,había encontrado un pelo negro en el postre—compota de grosella con pudin de vainilla— y no había podido decidir si era mío o de alguno de los pinches de cocina. Fuera como fuese, aquello me había hecho perder definitivamente el apetito.

En clase, mister Whitman nos devolvió la prueba de historia de la última semana.

—Veo que se han preparado bien para el examen, especialmente Charlotte. Un sobresaliente.

Charlotte se apartó de la cara uno de sus resplandecientes mechones pelirrojos y dijo «Oh…», como si el resultado fuera una sorpresa para ella, cuando siempre las mejores notas en todas las asignaturas.

Pero esa vez Leslie y yo también podíamos estar satisfechas. Las dos teníamos un notable alto, a pesar de que nuestra «buena preparación» había consistido en mirar la película sobre la reina Isabel atiborrándonos de papas fritas y helado. Aunque también es verdad que habíamos estado siempre atentas en clase, lo que, por desgracia, no podía decirse que pasara en otras asignaturas.

Ocurría sencillamente que las clases de mister Whitman eran tan interesantes que no te quedaba más remedio que escuchar. El propio mister Whitman también era muy interesante. La mayoría de las chicas estaban enamoradas secretamente, o no tan secretamente, de él.

Igual que nuestra profesora de geografía, mistress Counter, que se ponía roja como un tomate cuando mister Whitman se cruzaba con ella. En cualquier caso, todo el mundo estaba de acuerdo en que estaba como un tren. Todo el mundo excepto Leslie, que encontraba que parecía una ardilla de dibujos animados.

«Cada vez que me mira con esos ojazos marrones, me entran ganas de darle unas nueces», decía, e incluso llegó al extremo de dejar de llamar ardillas a las ardillas del parque para pasar a llamarlas «mistresses Whitman». No sé por qué, aquello era, de algún modo, contagioso, y al final yo también decía siempre cuando una ardilla se acercaba brincando: «Mira a esa mistress Whitman tan pequeña y gordita, ¿verdad que es una monada?»

Debido a esta comparación con las ardillas, Leslie y yo éramos las dos únicas chicas de la clase que no estábamos coladas por mister Whitman. Yo lo intentaba una y otra vez (aunque solo fuera porque todos los chicos de la escuela eran terriblemente infantiles), pero no servía de nada: la comparación con las ardillas se me había metido en la cabeza, ¡y nadie experimenta sentimientos románticos hacia una ardilla!

Cynthia había hecho correr el rumor de que mister Whitman había trabajado como modelo mientras estudiaba en la universidad.

Como demostración había recortado un anuncio de una revista en el que un hombre que se parecía bastante a mister Whitman se enjabonaba con un gel de ducha.

Pero, aparte de Cynthia, nadie creía que el hombre del gel fuera mister Whitman. El modelo tenía un hoyuelo en la barbilla, y mister Whitman no.

Los chicos de la clase, en cambio, no estaban tan entusiasmados con mister Whitman. Sobre todo, Gordon Gelderman, que no podía soportarlo. Hay que decir que, antes de que mister Whitman llegara a la escuela, todas las chicas de nuestra clase habían estado enamoradas de Gordon, incluida yo, aunque me cueste reconocerlo. Pero entonces yo tenía once años y Gordon aún era una monada, mientras que ahora, con dieciséis, no era más que un estúpido que desde hacía un par de años se encontraba en un estado de cambio de voz permanente.

Por desgracia, los gallos y la voz de bajo no le impedían soltar estupideces sin parar.

Gordon estaba terriblemente indignado por su suspenso en la prueba de historia.

—Esto es discriminatorio, mister Whitman. Merecía como mínimo un notable. No hay derecho a que me ponga notas tan bajas solo porque soy un chico.

Mister Whitman le cogió el examen de la mano y lo hojeó.

—«Isabel I era tan espantosamente fea que no consiguió tener a ningún hombre. Por eso todo el mundo la llamaba “la virgen fea”»-. Leyó.
Se oyeron unas risitas ahogadas.

—¿Qué pasa? Es verdad —se defendió Gordon—.Con esos ojos de besugo, esos labios apretados y esos pelos de loca…

Habíamos tenido que estudiar a fondo las pinturas de los Tudor que había en la National Portrait Gallery, y efectivamente en aquellos cuadros Isabel I se parecía más bien poco a Cate Blanchett. Pero, primero, tal vez en aquella época se consideraba que los labios finos y las narices grandes eran el colmo de la elegancia, y segundo, la ropa que llevaba era realmente fantástica. Y, además, aunque Isabel I no tenía marido, había tenido un montón de relaciones, entre otras una con sir… ¿cómo se llamaba? En la película el papel lo interpretaba Clive Owen.

—Isabel se llamaba a sí misma «la reina virgen»—explicó mister Whitman a Gordon—, porque… —Se detuvo en seco—. ¿No te encuentras bien Charlotte? ¿Te duele la cabeza?

Todos miraron a Charlotte, que se estaba sujetando la cabeza con las manos.

—No, solo es que… estoy un poco mareada—dijo, y me miro—. Todo me da vueltas.

Cogí aire. Al parecer, había llegado el momento. Nuestra abuela estaría encantada. Y la tía Glenda aún más.

—Uala, qué bien —me susurró Leslie al oído—. ¿Ahora se volverá transparente?

Aunque lady Arista se había encargado de inculcarnos en la cabeza desde pequeños que en ningún caso, sin excepción, debíamos hablar con nadie de las peculiaridades de nuestra familia, yo había decidido por mi cuenta hacer una excepción con Leslie. Al fin y al cabo, era mi mejor amiga, y las mejores amigas no tienen secretos.

Por primera vez desde que la conocía (lo que, bien mirado, era toda mi vida), Charlotte parecía casi incapaz de valerse por sí misma.

Pero yo estaba preparada y sabía lo que había que hacer. La tía Glenda no se había cansado de recordármelo.

—Acompañaré a Charlotte a casa —dije a mister Whitman, y me levante—. Si le parece bien.

Mister Whitman seguía con la mirada fija en Charlotte.

—Me parece una buena idea, ____—Respondió—. Que te mejores, Charlotte.

—Gracias —murmuró Charlotte, y se dirigió hacia la puerta con paso vacilante—. ¿Vienes, ____?

Me apresuré a cogerla del brazo. Por primera vez me sentía importante en presencia de Charlotte. Era una sensación agradable poder ser útil para variar.

—Sobre todo, llámame y explícamelo todo— tuvo tiempo de susurrarme Leslie.

En el pasillo, la zozobra que había experimentado Charlotte ya se había volatilizado. De hecho, me dijo que antes de marcharse quería recoger sus cosas de la taquilla.

La sujeté con fuerza de la manga.

—¡Olvídalo, Charlotte! Tenemos que ir a casa lo más rápido posible. Lady Arista

ha dicho…

—Ya se me ha pasado —dijo Charlotte.

—¿Y qué? De todos modos, puede volver en cualquier momento. — Charlotte dejó que la arrastrara en la dirección contraria—, ¿Dónde demonios tengo la tiza? —Sin dejar de caminar, empecé a revolver en el bolsillo de la chaqueta—. Ah, aquí está. Y el móvil. ¿Quieres que llame a casa? ¿Tienes miedo? Oh, qué pregunta más tonta, lo siento. Es que estoy nerviosa.

—Tranquila, no pasa nada. No tengo miedo.

La miré de reojo para comprobar si decía la verdad. Lucía su sonrisita de superioridad de Mona Lisa, y era imposible descubrir qué sentimientos se ocultaban tras ella.

—¿Quieres que llame a casa?

—¿Y de qué serviría? —replicó Charlotte.

—Solo pensaba…

—Es mejor que lo de pensar me lo dejes a mí — me espetó Charlotte.

Bajamos juntas los escalones de piedra hacia el hueco donde siempre se sentaba James, que enseguida se levantó al vernos. Pero yo me limité a dedicarle una sonrisa. El problema con James era que, aparte de mí, nadie podía verle ni oírle.

James era un fantasma. Por eso evitaba hablar con él en presencia de otras personas. Solo había hecho una excepción con Leslie, que ni por un segundo había dudado de su existencia. Leslie creía todo lo que le decía, y esa era una de las razones de que fuera mi mejor amiga.

Leslie lamentaba profundamente no poder ver ni oír a James, aunque me alegraba mucho de que fuera así, porque lo primero que James había dicho después de verla había sido: «¡Por todos los santos! ¡Esta pobre muchacha tiene más pecas que estrellas hay en el cielo! ¡Si no empieza a aplicarse enseguida una buena loción decolorante, nunca encontrará marido!».

En cuanto a Leslie, lo primero que dijo cuando los presenté fue: «Pregúntale si tiene algún tesoro escondido en algún sitio».

Por desgracia, James no había enterrado ningún tesoro y estaba bastante ofendido por que Leslie le creyera capaz de hacer algo semejante. También se ofendía cuando hacía como que no le veía. De hecho, James se ofendía con bastante facilidad.

—¿Es transparente? —había preguntado Leslie en el primer encuentro—. ¿O se ve en blanco y negro?

No, en realidad, James tenía un aspecto totalmente normal. Con excepción de la ropa, claro.

—¿Puedes pasar a través de él?

—No lo sé. No lo he intentado nunca.

—¿Y por qué no lo intentas ahora?—había propuesto Leslie.

Pero James no estaba dispuesto a permitir que pasara a través de él.

—¿Qué significa eso de «fantasma»? Un servidor, James August Peregrin Pimplebottom, heredero del decimocuarto conde de Hardsdale, no va a permitir que nadie le ofenda, y menos unas niñas —me dijo.

Como muchos fantasmas, sencillamente, no quería reconocer que ya no era una persona. Por más que quisiera, James no podía recordar que hubiera muerto. Aunque ya hacía cinco años que nos conocíamos —desde mi primer día de clase en la Saint Lennox High School—, parecía que para él solo hubieran pasado unos días desde que jugaba a las cartas con sus amigos en el club y charlaba sobre caballos, falsos lunares y pelucas. (Él llevaba ambas cosas, lunar y peluca, y, aunque actualmente pueda sonar raro, no le quedaban tan mal.) James hacía caso omiso deliberadamente del hecho de que, desde que nos habíamos conocido, había crecido veinte centímetros, había incorporado a mi aspecto un corrector dental y unos pechos prominentes, y me había librado luego del corrector. Igual que hacía caso omiso de que el palacio de su padre en la ciudad hacía tiempo que se había convertido en una escuela privada con agua corriente, luz eléctrica y calefacción central. Lo único de lo que parecía percatarse de vez en cuando era de la longitud de las faldas de nuestro uniforme escolar. Al parecer, la visión de unas pantorrillas y unos tobillos femeninos era extremadamente infrecuente en su época-

—No es muy cortés por parte de una dama no saludar a un caballero de buena posición, miss ____ —protestó de nuevo porque no le había prestado ninguna atención.

—Perdón. Tenemos prisa —dije.

—Si puedo serles útil en algo, naturalmente me tienen a su disposición —replicó él colocándose bien los puños de encaje.

—No, muchas gracias. Solo tenemos que llegar a casa cuanto antes. —¡No se en qué podía sernos útil James, si ni siquiera era capaz de abrir una puerta!—. Charlotte no se encuentra bien.

—Oh, no sabe cómo lo lamento —dijo James, que tenía debilidad por Charlotte, a la que, en contraposición con la «pecosa sin modales», como acostumbraba a llamar a Leslie, encontraba «extraordinariamente encantadora y gentil». También ese día soltó algunos cumplidos galantes—: Transmítale, por favor, mis mejores deseos, y dígale que está tan encantadora como siempre. Un poco pálida, pero hechizadora como un elfo.

—Se lo comunicaré.

—Deja de hablar con tu amigo imaginario —dijo Charlotte—. Si sigues así, acabarás en un manicomio.

Muy bien, pues no se lo comunicaría. Ya era bastante presuntuosa sin necesidad de eso.

—James no es imaginario, es invisible. ¡Hay una gran diferencia entre las dos cosas!

—Si tú lo dices… —replicó Charlotte.

Ella y la tía Glenda opinaban que solo me inventaba a James y a los otros fantasmas para darme importancia. Me arrepentía de haberles hablado en su día de ello, pero de pequeña me había resultado sencillamente imposible no decir nada de las gárgolas que adquirían vida, y hacían cabriolas por las fachadas y me dirigían muecas. Las gárgolas eran divertidas, pero también había otras sombrías figuras espectrales de aspecto siniestro que me daban miedo. Tuvieron que pasar unos años para que comprendiera que los fantasmas no podían hacerme  nada. Lo único que  pueden hacer los fantasmas es dar miedo.

Naturalmente, no estoy hablando de James. Él era del todo inofensivo.

—Leslie piensa que tal vez fuese mejor que James muriera joven. Dice que, teniendo que cargar con ese nombre de Pimplebottom, nunca hubiera encontrado una mujer para casarse —expliqué, no sin antes asegurarme de que James ya no nos pudiera oír—. Quiero decir que ¿quién va a querer llamarse voluntariamente «Culogranujiento»?

Charlotte puso los ojos en blanco.

De todas maneras, no tiene mal aspecto —proseguí—. Y, además, según él, está podrido de dinero. Aunque esta costumbre que tiene de ponerse continuamente un pañuelo de encaje perfumado bajo la nariz no resulta muy varonil.

—Qué lástima que nadie aparte de ti pueda admirarlo —señaló Charlotte.

La verdad es que yo opinaba lo mismo.

—Y qué estúpido por tu parte que hables de tus rarezas fuera del círculo familiar —añadió.

Era una más de las típicas indirectas de Charlotte. El comentario estaba destinado a herirme, y efectivamente lo consiguió.

—¡Yo no soy rara!

—¡Claro que lo eres!

—¿Y lo dice la que tiene el gen?

Yo no lo voy soltando por ahí —repuso Charlotte—. En cambio, tú eres como la tía abuela Maddy la Locuela, que habla de sus visiones hasta con el lechero.

—Eres cruel.

—Y tú, una ingenua.

Discutiendo, atravesamos el vestíbulo, pasamos ante la diminuta cabina de cristal del conserje y salimos al patio de la escuela. Hacía viento y parecía que iba a empezar a llover en cualquier momento.Me arrepentí de no haber cogido nuestras cosas de las taquillas. Un abrigo no hubiera estado de más con este tiempo.

—Siento haberte comparado con la tía abuela Maddy —se excusó Charlotte un poco cortada—. Supongo que estoy un poco nerviosa.

Aquellas palabras me dejaron perpleja. Charlotte no se excusaba nunca.
—Es comprensible —dije rápidamente.

Quería que se diera cuenta de que apreciaba sus disculpas. Naturalmente, no podía hablar de auténtica comprensión, porque yo, en su lugar, habría estado temblando de miedo y supongo que también nerviosa, como cuando vas al dentista.

—Además, me gusta la tía Maddy  —añadí.

Lo cual era cierto. Tal vez la tía abuela Maddy fuera un poco charlatana y tendiera a repetir las cosas infinidad de veces, pero era preferible al cargante secretismo de los otros. Además, la tía Maddy siempre era muy generosa repartiendo caramelos de limón entre nosotros.

Naturalmente, a Charlotte le traían sin cuidado los caramelos.

Cruzamos la calle y seguimos caminando a buen paso por la acera.

—No me mires de reojo —me advirtió Charlotte—. Cuando desaparezca, ya te darás cuenta. Entonces podrás dibujar tu tonto círculo de tiza y correr a casa. Pero por hoy no pasará nada.

—Eso no puedes saberlo. ¿No te intriga saber dónde aterrizarás? Quiero decir, cuándo aterrizarás.

—Claro —repuso Charlotte.

—Espero que no sea en medio del gran incendio de 1664.

—El gran incendio de Londres ocurrió en 1666 —me corrigió Charlotte—. No cuesta tanto de recordar. Además, en esa época, en esta parte de la ciudad no se había construido gran cosa;  ergo, tampoco se quemó nada.

¿He dicho ya que Charlotte también era conocida como «la aguafiestas» y «la sabelotodo»?

Pero no me rendí. Tal vez fuera un poco feo por mi parte, pero quería borrar aquella estúpida sonrisa de su cara aunque solo fuera por unos segundos.

—Estos uniformes deben de arder como la yesca —insistí.

—Cuando llegue el momento, sabré lo que tengo que hacer —replicó Charlotte escuetamente sin abandonar su sonrisa.

No podía por menos que admirarla por su serenidad. A mí, la idea de aterrizar de repente en el pasado solo me inspiraba terror.

Fuera en la época que fuese, siempre pasaban cosas terribles.

Continuamente había guerras, viruela y plagas de peste, y una palabra equivocada podía hacer que te quemaran por bruja. Además, solo había letrinas, y todo el mundo tenía pulgas, y por la mañana lanzaban el contenido de los orinales por la ventana sin fijarse en si pasaba alguien por debajo.

Charlotte se había preparado durante toda su vida para arreglárselas en el pasado. No había tenido tiempo para jugar, hacer amigas, ir de compras o al cine o salir con chicos. En lugar de eso, había recibido clases de baile, esgrima y equitación, de lenguas y de historia.

Además, desde el año anterior salía cada miércoles por la tarde con lady Arista y la tía Glenda y no volvía hasta que se hacía de noche.

Lo llamaban «clase de misterios», pero nadie quería decirnos de qué clase de misterios se trataba, y Charlotte, menos que nadie.

Probablemente, la primera frase que mi prima había aprendido a pronunciar de corrido había sido: «Es un secreto». Y la siguiente: «Eso no es cosa suya».

Leslie decía siempre que nuestra familia debía de tener más secretos que los Servicios Secretos y el MI6 juntos. Y es muy posible que tuviera razón.

Normalmente, para volver de la escuela, cogíamos el autobús—el número 8 paraba en Berkeley Square, que no quedaba muy lejos de casa—, pero ese día recorrimos las cuatro paradas a pie, tal como había ordenado la tía Glenda.

Durante todo el camino llevé la tiza en la mano, pero Charlotte permaneció a mi lado.

Mientras subíamos los escalones de la puerta de entrada, casi me sentí decepcionada. Mi participación en la historia acababa ahí; a partir de este momento, mi abuela se haría cargo del asunto.

Tiré a Charlotte de la manga.

—¡Mira! El hombre de negro está ahí otra vez.

—Bueno, ¿y qué?

Charlotte ni siquiera se molestó en mirar. El hombre estaba parado enfrente, ante la entrada del número 18. Como siempre, llevaba una gabardina negra y un sombrero calado hasta las orejas. Yo le había tomado por un fantasma, hasta que supe que mis hermanos y Leslie también podían verlo.

Desde hacía meses, el hombre permanecía allí, observando nuestra casa las veinticuatro horas del día. Aunque, bien mirado, también podía tratarse de varios hombres exactamente con el mismo aspecto que se iban turnando. Discutimos sobre si era un ladrón que preparaba un golpe, un detective privado o un mago malvado. Mi hermana Caroline estaba convencida de que se trataba de esto último. Tenía nueve años y le encantaban las historias de magos malvados y hadas buenas. Mi hermano Nick tenía doce años y opinaba que las historias de magos y hadas eran estúpidas; por eso estaba a favor del ladrón espía.Y Leslie y yo éramos partidarias del detective privado.

Pero cada vez que cruzábamos al otro lado de la calle para observarlo mejor, el hombre desaparecía dentro de la casa o subía a un Bentley negro que tenía aparcado junto al bordillo y se iba.

—Es un coche encantado—afirmaba Caroline—. Cuando nadie mira, se transforma en un cuervo, y el mago se convierte en un hombrecillo minúsculo que cruza el cielo montado a lomos de él.

Por si acaso, Nick había anotado el número de matrícula del Bentley.

—Aunque seguro que después del robo lo pintará de nuevo y colocará otra matrícula —me informó.



Los adultos hacían como si no les pareciera nada sospechoso en el hecho de ser observados día y noche por un hombre con sombrero vestido de negro.

Y Charlotte igual.

—¡Qué demonios les ha hecho ese pobre hombre! Sencillamente se fuma un cigarrillo ahí fuera, eso es todo.

—¡Sí, claro!

Me resultaba más fácil creer en la versión del cuervo encantado.

Justo en ese momento empezó a llover. Por suerte, ya estábamos en casa.

—¿Al menos sigues mareada? —le pregunté mientras esperábamos que nos

abrieran la puerta, porque nosotras no teníamos llave.

—No me agobies —dijo—. Charlotte Pasará cuando tenga que pasar.

Mister Bernhard nos abrió la puerta. Leslie opinaba que mister Bernhard era nuestro mayordomo, y la prueba definitiva de  que éramos casi tan ricos como la reina o Madonna. Yo, por mi parte, no sabía exactamente quién o qué era en realidad mister Bernhard. Para mamá era «el factótum de la abuela», y la propia abuela lo describía como «un viejo amigo de la familia». Para mis hermanos y para mí era sencillamente «el siniestro sirviente de lady Arista».

Al vernos, enarcó las cejas.

—Hola, mister Bernhard —le saludé—. Qué tiempo tan horrible, ¿no?

—Realmente horrible, sí. —Con su nariz ganchuda y sus ojos marrones ocultos tras unas gafas redondas de montura dorada, mister Bernhard siempre me recordaba a una lechuza, o, mejor dicho, a un búho—. En un día así es imprescindible ponerse el abrigo al salir de casa.

—Hummm… sí, supongo que sí

—¿Dónde está lady Arista?

Charlotte nunca era especialmente cortés con mister Bernhard.



Tal vez porque, al contrario que a mis hermanos y a mí, tampoco de niña le había inspirado respeto. Sin embargo, aquel hombre tenía una cualidad que realmente impresionaba, y era la de moverse tan silenciosamente como un gato y aparecer de pronto a tu espalda como si hubiera surgido de la nada. Daba la sensación de que no se le escapaba ningún detalle. Fuera la hora que fuese, mister Bernhard siempre estaba presente.

Mister Bernhard ya estaba en la casa antes de que yo naciera, y mamá decía que ya estaba allí cuando ella era todavía una niña, de modo que debía de ser casi tan viejo como lady Arista, aunque no lo parecía. Vivía en un apartamento en el segundo piso, al que se llegaba por un pasillo independiente y una escalera desde el primero. Nosotros teníamos terminantemente prohibido pisar siquiera el pasillo.

Mi hermano afirmaba que mister Bernhard había instalado allí puertas trampa y cosas parecidas para mantener a distancia a los visitantes no deseados. Pero no podía demostrarlo. Ninguno de nosotros se había atrevido nunca a entrar en ese pasillo.

—Mister Bernhard necesita tener privacidad —decía a menudo lady Arista.

—Claro, claro… —replicaba mamá—. Supongo que, viviendo aquí, la necesitamos todos.

Pero lo decía tan bajo que lady Arista no podía oírla.

—Su abuela está en la sala de música—informó mister Bernhard a Charlotte.

—Gracias.

Charlotte nos dejó plantados en la entrada y corrió escaleras arriba.

La sala de música estaba enel primer piso, y nadie sabía por qué se llamaba así, porque ni siquiera había un piano.

La sala era la habitación preferida de lady Arista y de la tía abuela Maddy, y el aire olía a perfume de violetas y al humo de los cigarrillos de lady Arista. Como se ventilaba muy de vez en cuando, si te quedabas un rato, al final tenías la sensación de que se te nublaba la vista.

Antes de que mister Bernhard cerrara la puerta, tuve tiempo de echar un vistazo al otro lado de la calle. El hombre del sombrero seguía allí. ¿Eran imaginaciones mías o acababa de levantar la mano como si estuviera haciendo señas a alguien? ¿A mister Bernhard, quizá, o era a mí a quien saludaba?

La puerta se cerró y no pensé más en ello porque de repente volvió a aparecer la sensación de montaña rusa en el estómago. Todo se difuminó ante mis ojos. Se me doblaron las rodillas y tuve que apoyarme en la pared para no caerme.

Un instante después había pasado.

Mi corazón latía desbocado. Algo me ocurría. Teniendo en cuenta que no estaba en ninguna montaña rusa, no era normal que hubiera tenido vértigo dos veces en dos horas, a no ser que…

¡Bah! Seguramente estaba creciendo demasiado rápido. O tenía… hummm… ¿un tumor cerebral? O tal vez era solo hambre.

Sí, debía de ser eso. Desde el desayuno no había comido nada, porque la comida de la escuela había aterrizado en mi blusa. Respiré aliviada.

Entonces me di cuenta de que mister Bernhard me observaba con sus ojos de lechuza.

—¡Cuidado! —dijo con un considerable retraso.

Sentí que me sonrojaba.

—Bueno, me voy… a hacer los deberes—murmuré.

Mister Bernhard asintió con cara de indiferencia; pero, mientras subía las escaleras, pude sentir su mirada clavada en mi espalda.
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Mañana subiré el segundo capítulo ;)


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Mensaje por Invitado Sáb 03 Mayo 2014, 4:07 pm

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Mensaje por Invitado Lun 05 Mayo 2014, 2:38 pm

Capitulo 2

Leslie se refería a nuestra casa como un «palacio noble» por el enorme número de habitaciones, pinturas, artesonados y antigüedades que contenía. Mi amiga imaginaba que detrás de cada pared se abría un pasadizo secreto, y que en cada armario había al menos un compartimento también secreto. Cuando aún éramos pequeñas, en cada una de sus visitas partíamos en viaje de exploración por la casa. El hecho de que estuviera terminantemente prohibido husmear hacía que fuera aún más emocionante. Siempre estábamos desarrollando nuevas estrategias cada vez más sofisticadas para que no nos atraparan, y con el tiempo descubrimos realmente algunos compartimentos secretos, e incluso una puerta secreta en la escalera, detrás del óleo de un hombre gordo con barba de mirada feroz, montado a caballo y con la espada desenvainada.
Según nos informó la tía abuela Maddy, el tatatatatarabuelo Hugh, acompañado de su yegua para la caza del zorro Fat Annie. Y a pesar de que la puerta que había detrás de la pintura solo conducía, unos cuantos escalones más abajo, a un cuarto de baño, en cierta manera po
que habíamos encontrado una cámara secreta.
-¡Jo, que suerte tienes de poder vivir aquí!—exclamaba Leslie siempre.
Yo creía más bien que la que tenía suerte era Leslie. Ella vivía con su madre, su padre y un perro peludo llamado Bertie en una acogedora casa adosada de North Kensinton. Allí no había secretos, ni sirvientes siniestros que te pusieran de los nervios.
Antes también nosotros habíamos vivido en un sitio así- mamá, papá, mis hermanos y yo-, en una casita de Durham, en el norte de Inglaterra, pero luego mi papá murió. En esa época, mi hermana tenia medio año, y mamá se trasladó con nosotros a Londres, probablemente porque se sentía sola, y también, tal vez, porque no le llegaba el dinero.
Mamá había crecido en esta casa junto con sus hermanos Glenda y Gideon. El tío
Gideon era el único que no vivía el Londres; se había instalado con su mujer en Gloucestershire.
Al principio, a mí la casa también me había parecido un palacio, exactamente igual que a Leslie; pero cuando tienes que compartirla muchos miembros, acabo de un tiempo deja de parecerte tan grande.
Especialmente si hay un montón de espacios inútiles, como, por ejemplo, el salón de baile de la planta baja, que era tan ancho como toda la casa. El salón de baile habría sido perfecto para una pista de skate, pero estaba prohibido. Era un espacio precioso, con sus altas ventanas, sus techos de estuco y sus arañas, pero desde que vivía en la casa nunca se había celebrado ninguna fiesta, ni bailes ni verbenas.
Lo único que se celebraba allí eran las clases de danza y de esgrima de Charlotte. La tribuna para la orquesta, a la que se podía llegar por la escalera del vestíbulo, era más que innecesaria, excepto tal vez para Caroline y sus amigas, que aprovechaban los rincones oscuros bajo las escaleras que conducían desde allí al
primer piso para jugar al escondite.
En el primer piso estaba la ya mencionada sala de música, además de las habitaciones de lady Arista y de la tía abuela Maddy, un baño (el de la puerta secreta) y el comedor, en el que la familia se reunía cada noche, situado justo debajo, había un montaplatos pasado de moda en el que a veces Nick y Caroline se subían y bajaban el uno al otro dándole a la manivela, a pesar de que, como es natural, estaba estrictamente prohibido. Leslie y yo también lo habíamos hecho a menudo antes; pero, por desgracia, ahora ya no cabíamos.
En el segundo piso estaban los aposentos de mister Bernhard, el despacho de mi difunto abuelo-Lord Montrose-y una enorme biblioteca, Charlotte también tenía su habitación en ese piso, un cuarto situado en un ángulo de la casa y con una galería en saledizo del que mi prima le gustaba presumir. Y su madre  ocupaba un salón y un dormitorio con ventanas a la calle.
La tía Glenda se había separado del padre de Charlotte, que ahora vivía con una nueva mujer en algún lado de Kent. Por eso, a parte de mister Bernhard, no había ningún hombre de la casa, a no ser que se cuente como tal a mi hermano. Tampoco había animales de compañía a pesar de nuestras suplicas. A lady Arista no le gustaban los animales y la tía Glenda era alérgica a todo lo que tuviera pelo.
Mamá, mis hermanos y yo vivíamos en el tercer piso, directamente bajo el tejado, donde había muchas paredes en ángulo pero también dos pequeños balcones. Todos teníamos una habitación propia y Charlotte envidiaba nuestro baño, porque el del segundo piso no tenia ventanas, y el nuestro, en cambio, tenía dos. Pero a mi me gustaba nuestro piso porque mamá, Nick, Caroline y yo, lo teníamos para nosotros solos, lo que en esa casa de locos era una bendición.
El único inconveniente era que estábamos condenadamente lejos de la cocina, como bien pude recordar, para mi desgracia cuando ya estaba llegando arriba. Al menos, debería haber cogido una manzana. Ahora tendría que contentarme con las galletas de mantequilla de la provisión que mamá guardaba en el rmario.
Temía tanto que volviera la sensación de vértigo que me comí once, una detrás de otra. Luego me saqué el zapato y la chaqueta y me dejé caer como un saco en el sofá de la habitación de costura.
De algún modo, el día estaba transcurriendo de forma extraña, más extraña que de costumbre.
Eran solo las dos. Hasta al cabo de dos horas y media como mínimo no podría llamar a Leslie para compartir mis problemas con ella. Y mis hermanos tampoco llegarían de la escuela hasta pasadas las cuatro. Normalmente me gustaba estar sola en casa. Así podía tomarme un baño tranquilamente sin que nadie llamara a la puerta porque tenía que ir urgente al váter. Podía poner la música a todo volumen
y cantar muy alto sin que nadie se riera de mí, y podía ver lo que quisiera en la tele sin que nadie viniera a fastidiarme con un «Venga, va, que ahora empieza Bob esponja»
Pero no me apetecía hacer nada de eso, ni siquiera quería echarme un sueñecito, porque tenía la sensación de que el sofá-normalmente, un lugar de recogimiento perfecto-era como una balsa bamboleante en un río de aguas turbulentas, y tenía miedo de que saliera flotando conmigo en cuanto cerrara los ojos. Para ver si se me pasaba un poco, me levanté y empecé a ordenar. La sala de costura era como nuestra sala de estar extraoficial, porque afortunadamente ni mis tías ni mi abuela cosían, y por eso casi nunca subían al tercer piso. De hecho allí tampoco había ninguna máquina de coser, pero sí, en cambio, había una estrecha escalera por la que se podía subir al tejado.
La escalera estaba reservada, en principio, al deshollinador, pero Leslie y yo la habíamos convertido en uno de nuestros lugares favoritos. Desde allí arriba teníamos una vista fantástica y era un sitio ideal para mantener una conversación entre chicas. (Por ejemplo, sobre chicos y sobre el hecho de que no conocíamos a ninguno que valiera la pena).
Naturalmente, era un poco peligroso porque allí no había barandilla, sino solo un remante decorativo de hierro galvanizado que llegaba a la altura de las rodillas; pero tampoco se trataba de practicar el salto de longitud sobre las tejas o de bailar al borde del abismo. La llave de la puerta que aba el tejado estaba guardada en el aparador, en un azucarero decorado con rosas. En mi familia nadie sabía que yo conocía el escondrijo. Si se hubieran enterado, se hubiera montado un escándalo de mil demonios, de modo que siempre iba con mucho cuidado
viera cuando me deslizaba afuera. Allí también podía tomar el sol, hacer un picnic, o sencillamente esconderme cuando quería estar sola, algo que, como he dicho, me gustaba hacer a menudo, aunque, desde luego, no en este momento.
Doblé las colchas de lana, sacudí las migas de galleta del sofá, ahueququé los cojines y guardé en su caja las piezas del ajedrez que rodaban por el suelo, incluso regué la maceta de la azalea, que estaba en un rincón sobre el secreter, y pasé un paño húmedo sobre la mesa, luego eché una mirada a la habitación, impecablemente ordenada. Habían pasado solamente diez minutos y la necesidad de compañía era más acuciante que antes.
¿Habría vuelto Charlotte a tener vértigos abajo, en la sala de música? ¿Qué debía pasar si uno saltaba del primer piso de una casa de Mayfair del siglo XXI de, pongamos, el sigo XV, cuando en este lugar no había casas o solo muy pocas?
¿Aterrizaba en el aire y luego se precipitaba contra el suelo y se daba un batacazo de 7 metros más bajo? ¿Sobre un hormiguero, quizá? Pobre Charlotte. Aunque tal vez le enseñaban a volar en su misteriosa clase de misterios.
Y, hablando de misterio, de repente se me ocurrió una idea para entretenerme. Fui a la habitación de mamá y miré hacia abajo, ala calle. En la entrada número 18 seguía plantado, como siempre, el hombre de negro, podía verle las piernas y parte de la gabardina, los tres pisos de la casa nunca me habían parecido tan altos como en ese momento. Para entretenerme, calculé la distancia
hasta el suelo.
¿Se podía sobrevivir a una caída de 14 metros? Tal vez si aterrizaba en terreno de aluvión, se suponía que en otro tiempo todo Londres había sido un pantanoso terreno de aluvión, o al menos eso decía mistress Counter, nuestra profesora de geografía. Que fuera pantanoso estaba bien: así, al menos, caías sobre blando. Aunque solo para después ahogarte miserablemente en un lodo.
Tragué saliva, mis propios pensamientos parecían siniestros.
Para no tener que estar sola más tiempo, decidí arriesgarme a hacer una visita a mis familiares en la sala de música, a sabiendas de que corría el peligro de que estuvieran enfrascadas en alguna conversación súper secreta y me echaran
inmediatamente.
Al entrar, la vi. A la tía abuela Maddy sentada en su sillón junto a la ventana y Charlotte de pie junto a la otra con el trasero apoyado en el escritorio de Luís X aunque estaba estrictamente prohibido rozar con cualquier parte del cuerpo de su policromada y dorada superficie (no podía creer que algo tan espantosamente
barroco como ese escritorio fuera tan valioso como afirmaba siempre lady Arista. Ni siquiera tenía compartimentos secretos, como bien habíamos podido comprobar Leslie y yo hacia años.) Charlotte llevaba un vestido azul oscuro que parecía mezcla se camisón, albornoz y habito de monja.
—Sigo aquí, como ves...
—Hummm.... que bien —repuse yo, intentando no mirar al vestido con cara de
horror.
-Esto es insoportable-se quejo la tía Glenda, que caminaba las dos ventanas.
Como Charlotte, la tía Glenda era alta, delgada y tenía unos resplandecientes rizos rojos, mamá tenía los mismos rizos, y también mi abuela había sido antes pelirroja.
Caroline y Nick habían heredado igualmente ese color de pelo. Yo era la única que era morena y tenía el cabello liso como mi padre.
Antes yo también había suspirado por tener el pelo rojo, pero Leslie me había convencido de que mis cabellos negros creaban un contraste encantador con mis ojos azules y mi piel clara. Leslie había conseguido convencerme, además, de que la marca de mi nacimiento con forma de media luna que tengo en la sien-tía Glenda llamaba siempre ese extraño plátano-me daba aire misterioso y exótico. En estos momentos me encontraba francamente guapa, a lo que había contribuido en gran medida el corrector dental que había sometido con éxito a mis dientes delanteros y había acabado con mi antigua sonrisa conejil. Aunque naturalmente seguía sin ser, de largo, tan encantadora y gentil como Charlotte, por
utilizar las palabras de James. Como me hubiera gustado que pudiera verla enfundada en ese saco.
-_____, angelito, ¿quieres un caramelo de limón?-La tía abuela Maddy dio una palmadita al taburete que tenia al lado —. Siéntate aquí y distráeme un poco. Glenda me está poniendo terriblemente nerviosa con ese ir y venir.
-No tienes ni idea de como se siente una madre, tía Maddy-masculló tía Glenda.
—No, supongo que no —suspiro mi tía abuela.
La tía Maddy era la hermana de mi abuelo, y nunca se había casado, era una mujer menuda y rolliza con unos alegres e infantiles ojos azules y cabellos teñidos de rubio dorado de los que no era raro que prendiera algún rulo que había olvidado quitarse.
-¿Dónde está lady Arista?-pregunté mientras cogía un caramelo de limón.
-Está telefoneando en la habitación de al lado-contestó la tía abuela Maddy- Pero lo hace tan bajo, que por desgracia, no se puede oír ni una palabra. Para colmo, esta era la ultima caja de caramelos ¿No irías de un salto a Selfridges a cómprame otra?
—Claro —dije yo.
Charlotte cambió el peso del cuerpo de una pierna a la otra, y la tía Glenda inmediatamente se volvió hacia ella.
-¿Charlotte?
—Nada —dijo ella.
La tía Glenda frunció los labios.
-¿No sería mejor que esperaras en la planta baja?-le pregunté a Charlotte-. Asi no caerías desde tan alto.
-Realmente, lo último que necesita Charlotte en estos momentos son comentarios tontos-me sermoneó la tía Glenda.
Empezaba a lamentar haber bajado.
-La primera vez, el portador del gen nunca retrocede más de 150 años-me explicó amablemente la tía abuela Maddy—. Esta casa se construyo en 1781, de manera que Charlotte está perfectamente segura aquí, en la sala de música. Como mucho podría asustar a un par de ladies melómanas.
-Con ese vestido seguro-repuse lo bastante bajo para que solo me pudiera oír mi tía abuela, que soltó una risita.
La puerta se abrió de golpe y entró lady Arista. Mi abuela tenia el aspecto de siempre: parecía que se hubiera tragado un bastón-o varios, uno para los brazos, otro para las piernas y otro para el torso, que lo aguantaba todo unido- los cabellos blancos bien estirados hacia atrás y recogidos en un moño en la nuca, como si fuera una profesora de ballet con malas pulgas.
-Ya han enviado a un chofer. Los Styles nos esperan en Temple. Así, a su vuelta, Charlotte podrá ser registrada inmediatamente en el cronógrafo.
No había entendido ni un apalabra.
-¿Y si hoy aún no pasa nada?—preguntó Charlotte.
-Charlotte, querida, ya has tenido vértigo tres veces —señaló la tía Glenda.
-Tarde o temprano tiene que pasar —afirmó lady Arista—. Ven, el chofer llegará en cualquier momento.
La tía Glenda cogió a Charlotte del brazo y, junto con lady Arista, abandonaron la habitación. Cuando la puerta se cerró tras ellas la tía Maddy y yo nos miramos.
-A veces una tiene la sensación de que es invisible, ¿verdad?-se quejó mi tía abuela—. Sería agradable escuchar un «Hasta luego» o un «Hola» de vez o en cuando, o, mejor incluso «Querida Maddy, ¿no habrás tenido una visión pueda servirnos de ayuda?»
-¿Has tenido una?
-No-respondió la tía Maddy—. Gracias a Dios. Después de las visiones me entra un hambre terrible, y ya estoy lo suficientemente gorda.
-¿Quiénes son los Styles?
-Puesto que me lo preguntas, te diré que un montón de engreídos insoportables-repuso la tía Maddy-, todos abogados y banqueros. Son propietarios del banco privado Styles, en la city. Tenemos nuestras cuentas allí.
La verdad es que aquello no sonaba nada místico.
-¿Y qué tiene que ver esta gente con Charlotte?
—Digamos que ellos y nosotros tenemos problemas parecidos.
-¿Qué problemas?
¿También tenían que vivir bajo un mismo techo con una abuela tiránica, una tía antipática y una prima creída?
-El gen de los viajes en el tiempo —dijo la tía abuela Maddy—. En el caso de los Styles, se transmite por línea masculina.
-¿De modo que también tienen una Charlotte en casa?
—La contrapartida masculina. Por lo que sé, es un tal Harry.
-¿Y el también está esperando a que le den vértigos?
—El ya ha pasado por eso. Es dos años mayor que Charlotte.
-¿Quieres decir que ya hace dos años que va saltando de un lado a otro en el
tiempo?
—Si, eso hay que suponer.
Traté de hacer encajar toda esa información con la poca que ya tenía, pero abuela Maddy se mostraba tan increíblemente comunicativa que pensé que valía la pena aprovecharlo y solo me concedí unos segundos para reflexionar.
—¿Y qué es un croni...crono...?
-¡Cronógrafo!-.La tía Maddy puso los ojos en blanco—. Es una especie aparato con el que pueden enviar única y exclusivamente a los portadores del gen a una determinada época. Tiene algo que ver con la sangre.
-¿Una máquina del tiempo? ¿Que está cargada con sangre? ¡Madre mía!
La tía Maddy se encogió de hombros
—No tengo ni idea de cómo funciona ese trasto. Olvidas que solo sé lo que puedo oír casualmente mientras estoy aquí sentada haciéndome la tonta. Todo esto es muy secreto.
-Sí, además de muy complicado—repuse yo—. De hecho, ¿de dónde sacan que Charlotte tiene el gen? ¿Y porque ella lo tiene y no... hummmmm... tú? Por ejemplo.
-Yo no puedo tenerlo gracias a  Dios —respondió—. Aunque los Montrose siempre hemos sido unos bichos raros, el gen llegó a la familia a través de tu abuela. Mi hermano tuvo que casarse con ella obligatoriamente. —La tía Maddy sonrió irónicamente. Ella era la hermana de mi difunto abuelo Lucas, y, como no se había casado, ya de joven se había trasladado a vivir con él y se había encargado de llevar la casa—. Oí hablar de este gen por primera vez después de la boda de Lucas y lady Arista. La ultima portadora del gen de la línea hereditaria de Charlotte era una dama llamada Magret Tilney, que era la abuela, de tu abuela lady Arista.
-¿Y Charlotte ha heredado el gen de esa Magret?
—Oh, no, en medio lo heredó Lucy. Pobre chica.
-¿Qué Lucy?
—Tu prima Lucy, la hija mayor de Gideon.
-¿Ah, esa Lucy?
Mi tío Gideon, el de Gloucesreshire, era bastante mayor que Glenda y que mamá, sus tres hijos hacía ya tiempo que eran adultos, David, el pequeño, tenia veintiocho años y era piloto de British Airways, lo que, por desgracia, no significara que
tuviéramos billetes más baratos. Y Janet, la hija mediana, ya tenía hijos, dos críos insufribles llamados Poppy y Daisy. Yo nunca había conocido a Lucy, la mayor. Y tampoco sabía gran cosa de ella, la familia no soltaba prenda sobre Lucy. Por lo visto, era algo axial como la oveja negra de los Montrose, con diecisiete años se había marchado de casa y después de entonces no habían vuelto a saber de ella.
-¿De modo que Lucy es la portadora del gen?
-Oh, sí-exclamó la tía abuela Maddy—. Se armó un follón de mil demonios cuando desapareció. A tu abuela casi le dio un infarto. Fue un escándalo terrible.
Sacudió la cabeza con tanta energía, que sus rizos dorados volaban en todas
direcciones.
—Ya me lo imagino.
Pensaba en lo que hubiera pasado si Charlotte hubiera hecho las maletas sin más y se hubiera largado de casa.
—No, no puedes imaginártelo. No conoces bajo que dramáticas circunstancias desapareció y como fueron las cosas con ese chico... ¡_____! ¡Sácate el dedo de la boca! ¡Es una costumbre horrible!
—Perdón. —No me había dado cuenta de que había empezado a morderme las
uñas—. Es por la excitación. Hay tantas cosas que no entiendo...
-Lo mismo me ocurre a mí-me aseguró la tía Maddy-a pesar de que he oído de todo este lío desde que tenía quince años y de que tengo una especie de don natural para los misterios. De hecho, si tengo que serte franca, mi desdichado hermano se casó con tu abuela solo por eso. Es imposible que fuera por sus irresistibles encantos, porque no tenía ninguno.-Hundió la mano en la caja de
caramelos y suspiró cuando su mano se cerro en el vació-. Vaya, me temo que me estoy haciendo adicta a estos caramelos.
-Voy corriendo a Selfridges a comprarte más.
—Ay cariño, eres mi angelito del alma. Dame un beso y ponte el abrigo, que llueve. Y no vuelvas a morderte las uñas, ¿me has oído?
Como mi abrigo aún estaba colgado en la taquilla de la escuela, me puse el impermeable floreado de mamá y me coloqué la capucha en el portal. El hombre de la entrada del número 18 estaba encendiendo un cigarrillo. Siguiendo un impulso repentino, le saludé con la mano mientras bajaba saltando los escalones. Como era de esperar, no me devolvió el saludo, el muy cretino...
Salí corriendo hacia Oxford Street. Llovía a cántaros. Tendría que haber cogido las botas de agua además del impermeable. Las flores de mi magnolio preferido de la esquina colgaban tristemente. Antes de que llegara a su altura, ya me había metido en tres charcos. En el momento en el que iba a rodear el cuarto, sentí un tirón en las piernas que me cogió totalmente desprevenida. Mi estómago se encogió como si estuviera en una montaña rusa y la calle se difuminó ante mis ojos para transformarse en un río gris.


Última edición por Sasa. el Lun 05 Mayo 2014, 11:08 pm, editado 1 vez
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Mensaje por *Ari de Storan* Lun 05 Mayo 2014, 10:31 pm

❤ *0* ❤
Siguela, Me encanta :) , nueva lectora :3

»» Si no comento muy seguido es por la escuela ««
*Ari de Storan*
*Ari de Storan*


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Mensaje por figdanle Miér 07 Mayo 2014, 4:00 pm

Hey!!!
New reader here!!!
Me encanta la nove, es muy llamativa!!!
Tienes que seguirla!!!
Besooos!!
Atte: Milen <3 <3
figdanle
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Mensaje por *Ari de Storan* Jue 08 Mayo 2014, 7:19 pm

Porque no la sigues  ♡|Rubí|Harry Styles y tu|♡||Capitulo 2 publicado||1ª temporada|| 3258640905  ♡|Rubí|Harry Styles y tu|♡||Capitulo 2 publicado||1ª temporada|| 1327349762  ♡|Rubí|Harry Styles y tu|♡||Capitulo 2 publicado||1ª temporada|| 360532865  ♡|Rubí|Harry Styles y tu|♡||Capitulo 2 publicado||1ª temporada|| 2785603980  ♡|Rubí|Harry Styles y tu|♡||Capitulo 2 publicado||1ª temporada|| 3212464482 
*Ari de Storan*
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Mensaje por Invitado Jue 08 Mayo 2014, 11:09 pm

¡Hola! Lamento decirles que no podré subir durante un tiempo. La habitación donde tengo el pc, tiene un problema con el cableado, y tienen que picar la pared. Al tener ese problema, la electricidad no llega al pc, asi que como comprenderan, no puedo usarlo.
Solo era para avisarlas.
Besos.
Sasa xx:)
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Mensaje por figdanle Jue 15 Mayo 2014, 8:09 pm

No te preocupes, arregla tus problemitas y nosotras esperamos aquí...
besooos!!!
Atte: Milen <3 <3
figdanle
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Mensaje por María María Mar 01 Jul 2014, 11:06 am

Nuevo cap.
Ya.
María María
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Mensaje por María María Mar 01 Jul 2014, 11:07 am

Por cierto, amé tu novela :)
María María
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