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La  Huésped adaptada (Harry Niall y Tn_) - Página 2 Empty Re: La Huésped adaptada (Harry Niall y Tn_)

Mensaje por Cairi22 Vie 08 Mar 2013, 12:50 pm

3
Resistencia

No reconocerá el nuevo nombre -murmuró el sanador.
Me distrajo una nueva sensación, algo agradable: un cambio en el
ambiente cuando la buscadora se acercó a mi lado. Comprendí que se trataba
de un olor diferente al de aquella habitación estéril e inodora. Mi nueva mente
me dijo: «Es perfume». Floral, exuberante...
-¿Puede oírme? -inquirió la buscadora, interrumpiendo mi análisis. -
-¿Está consciente?
-Dele su tiempo -le pidió el sanador con una voz más dulce que la
que había oído antes.
No abrí los ojos. No quería que me distrajeran. Mi mente me
suministraba las palabras que necesitaba y la entonación con la que podía
transmitir lo que no habría podido decir sin utilizar un montón de palabras.
-¿Me han metido en un anfitrión dañado para obtener la
información que necesitan, buscadora?
Percibí un jadeo que expresaba sorpresa e indignación a partes
iguales, y algo cálido me rozó la piel, cubriéndome la mano.
-Claro que no, Tn__ -me contestó el hombre con voz
tranquilizadora-. Hasta un buscador se detendría ante una situación de ese
tipo.
La buscadora jadeó de nuevo. Más bien siseó, me corrigió mi
mente.
-Entonces, ¿por qué esta mente no funciona correctamente?
Se hizo un silencio.
-Las exploraciones son todas correctas -repuso la buscadora. Sus
palabras no sonaban tranquilizadoras, sino más bien retadoras. ¿Es que
pretendía pelearse conmigo?-. Hemos curado el cuerpo por completo...
-De un intento de suicidio que ha estado peligrosamente cerca del
éxito. -El tono de mi voz era tenso, incluso airado. No estaba acostumbrada al
enfado y realmente era difícil controlarlo. -Todo estaba en perfecto orden...
El sanador la interrumpió.
-¿Qué es lo que echa de menos? -inquirió-. No hay duda de que ha
conseguido acceder al lenguaje.
-La memoria. Estaba intentando encontrar lo que la buscadora
quería.
Aunque no se oyó ningún sonido, se produjo un cambio: se relajó la
atmósfera de la sala, tensa tras mi acusación. Me pregunté cómo podía yo
saber eso. Tenía la extraña sensación de que de algún modo estaba
recibiendo algo más de lo que me ofrecían mis cinco sentidos, y de que había
otro sentido más, en los bordes de mi conciencia, otro sentido que no se
hallaba del todo bajo mi control. ¿La intuición? Ésa parecía ser la palabra
correcta. Como si las criaturas necesitaran más de cinco sentidos.
La buscadora se aclaró la garganta, pero fue el sanador quien
contestó.
-Ah -comentó-. No se ponga nerviosa porque haya algunas
pequeñas dificultades con... los recuerdos. Eso, bueno, no es algo frecuente
exactamente, pero tampoco es sorprendente, teniendo en cuenta...
-No entiendo qué quiere decir.
-Esta anfitriona formaba parte de la resistencia humana. -Había un
matiz de excitación en la voz de la buscadora-.
Los humanos conscientes de nuestra existencia antes de la
inserción son los más difíciles de someter, y ésta aún se resiste.
Hubo otro momento de silencio mientras esperaban mi respuesta.
¿Resistencia? ¿La anfitriona estaba bloqueando el acceso? Volvió
a sorprenderme la intensidad de mi ira.
-¿Ha sido correcta la conexión? -mascullé entre dientes.
-Sí -repuso el sanador-. Los ochocientos veintisiete puntos están
insertados en su posición óptima.
Esta mente empleaba más facultades mías que cualquier anfitrión
que hubiera usado antes, dejándome libres sólo ciento ochenta y un enlaces.
Quizá la gran cantidad de sujeciones era el motivo de que las sensaciones
fueran tan vívidas.
Decidí abrir los ojos. Sentí la necesidad de volver a comprobar las
promesas del sanador y asegurarme de que el resto de mí funcionaba
correctamente.
¡Qué brillante y dolorosa resultó la luz! Cerré los ojos de nuevo. La
última luz que había visto se filtraba a través de cientos de metros de océano,
pero estos ojos habían contemplado cosas más brillantes y podían
desenvolverse bien. Los abrí, pero a medias, manteniéndolos entrecerrados,
dejando que las pestañas se entrelazaran a través de la abertura.
-¿Quiere que apague las luces?
-No, sanador. Mis ojos se ajustarán.
-Muy bien -contestó él, y comprendí que su aprobación se debía al
uso que yo había hecho del posesivo.
Ambos esperamos tranquilamente mientras entreabría lentamente los párpados.
Mi mente identificó el lugar como una habitación normal de un
establecimiento médico. Un hospital. Los azulejos del techo eran blancos con
motas más oscuras. Las luces eran rectangulares y del mismo tamaño que los
azulejos, colocadas a intervalos regulares. Las paredes estaban pintadas de
color verde claro, un color calmante, aunque también el color de la
enfermedad. Una elección poco inteligente, según la opinión que me acababa
de formar al respecto.
Mis observadores eran más interesantes que la habitación. La
palabra «doctor» sonó en mi mente tan pronto como fijé los ojos en el
sanador. Llevaba unas ropas holgadas de color azul verdoso que le dejaban
los brazos libres. y unos matojos ... Tenía pelo en la cara de un extraño color
que mi memoria denominó «rojo».
¡Rojo! Había pasado ya por tres mundos desde la última vez que
había visto el color o cualquier otra cosa similar. Incluso este color dorado
parecido al jengibre me llenó de nostalgia.
Su rostro me pareció humano en términos generales, pero el
conocimiento que albergaba en la memoria le aplicó la palabra «amable».
Un bufido de impaciencia hizo que mi atención se volviera hacia la
buscadora.
Era muy pequeña. Si se hubiera quedado silenciosa me habría
costado más tiempo darme cuenta de que estaba allí, al lado del sanador. No
me quitaba ojo, y yo la percibía como una presencia oscura en la habitación
brillante. Vestía de negro desde la barbilla hasta las muñecas; llevaba un traje
conservador con un jersey de seda de cuello cisne debajo. Tenía el pelo
negro, le llegaba hasta la barbilla y se lo sujetaba detrás de las orejas. Su piel
era de tono oliváceo, más oscura que la del sanador.
Los pequeños cambios en las expresiones de los humanos eran
tan sutiles que resultaban muy difíciles de interpretar. Sin embargo, mi
memoria también tenía un nombre para el aspecto que mostraba ahora el
rostro de esta mujer. Las cejas negras, inclinadas ligeramente sobre unos
ojos un poco saltones, ofrecían un diseño que me era familiar. No tanto ira
como algo más intenso: irritación.
-¿Y esto sucede muy a menudo? -inquirí, mirando de nuevo al
sanador.
-No muy a menudo -admitió él-. Últimamente tenemos a nuestra
disposición muy pocos anfitriones completamente desarrollados. Los
anfitriones inmaduros son muy maleables, pero usted solicitó empezar como
adulta.
-Sí.
-La mayoría pide justo lo contrario. El ciclo vital humano es mucho
más corto que a lo que están acostumbrados.
-Estoy bien informada de todo eso, sanador. ¿Se han encontrado
antes con este... tipo de resistencia?
-En mi caso sólo una vez.
-Cuénteme los hechos del caso. -Hice una pausa; luego, al comprender la falta de cortesía con que había expresado mi petición, añadí-:
Por favor.
El sanador suspiró.
La buscadora comenzó a tamborilear con los dedos sobre el brazo.
Eso era un signo de impaciencia. No tenía ganas de esperar para averiguar lo
que quería saber.
-Ocurrió hace ahora unos cuatro años -comenzó el sanador-. El
alma implicada había pedido un anfitrión macho adulto. El primero que
pudimos encontrar fue uno que había vivido en un foco de resistencia humana
desde los primeros años de la ocupación. El humano... sabía lo que ocurriría
si lo capturábamos.
-Igual que mi anfitriona.
-Mmm, sí. -Se aclaró la garganta-. Sólo era la segunda vida del
alma, y procedía del Mundo Ciego.
-¿Mundo Ciego? -pregunté mientras ladeaba la cabeza en un gesto
reflexivo.
-Oh, lo siento, seguramente no conocerá nuestros nombres
coloquiales. Aunque ese planeta era uno de los suyos, ¿no? -Extrajo un
instrumento de su bolsillo, un ordenador, y lo consultó con rapidez-. Sí, su
séptimo planeta. En el sector octogésimo primero.
-¿Mundo Ciego? -insistí de nuevo, con un tono desaprobador en la
voz.
-Sí, bueno, algunos de los que han vivido allí prefieren llamarlo el
Mundo Cantante.
Asentí lentamente; ese nombre me gustaba mucho más.
-Y los que no han estado allí nunca lo llaman el Planeta de los
Murciélagos -masculló la buscadora.
Miré en su dirección al tiempo que sentía cómo entrecerraba los
ojos para rebuscar en mi memoria una imagen nítida del feo roedor volador al
que se refería.
-Supongo que usted es uno de los que jamás han vivido allí,
buscadora -comentó en tono ligero el sanador-. Al principio llamamos a
aquella alma Racing Song* lo que era una traducción libre de su nombre en
el... Mundo Cantante; pero pronto optó por adoptar el nombre de su anfitrión,
Kevin. Aunque fue destinado a una vocación de interpretación musical, dada
su procedencia, dijo que se encontraría mucho más cómodo si continuaba en
la anterior línea de trabajo de su anfitrión, que era mecánico.
* Canción Mensajera.
-El acomodador asignado comprendió que éstos eran síntomas de
que había algo preocupante, pero se hallaban dentro de los límites normales.
-Entonces Kevin comenzó a quejarse de que se quedaba en blanco
durante ciertos periodos de tiempo. Me lo volvieron a traer y le hicimos unas
pruebas completas para asegurarnos de que no había ningún defecto
escondido en el cerebro del anfitrión. Durante las pruebas, varios sanadores
notaron claras diferencias tanto en su comportamiento como en su
personalidad. Cuando le preguntamos sobre al asunto, se quejó de que no tenía recuerdos de ciertas afirmaciones y acciones. Continuamos
observándolo, junto con su acomodador, hasta que descubrimos por
casualidad que algunas veces, de forma intermitente, el anfitrión tomaba el
control del cuerpo de Kevin.
-¿Que tomaba el control? -Puse los ojos como platos-. ¿Y el alma
no se daba cuenta? ¿El anfitrión recuperaba su cuerpo?
-Sí, así es; por desgracia. Kevin no era lo bastante fuerte como
para suprimir a su anfitrión.
«No era lo bastante fuerte».
¿Es que ellos me consideraban también débil? ¿Era yo tan débil
que no podía forzar a esta mente a contestar a mis preguntas? Desde luego,
yo era tan débil como para que sus pensamientos vivos perduraran en mi
cabeza, donde no debería haber otra cosa que recuerdos. Siempre había
pensado que era fuerte y la idea de ser débil provocó que me estremeciera.
Me hizo sentirme culpable.
El sanador continuó:
-Ocurrieron ciertas cosas y se decidió...
-¿Qué cosas?
El sanador bajó la vista sin contestarme.
-¿Qué cosas? -exigí de nuevo-. Creo que tengo cierto derecho a
saberlo.
El sanador suspiró.
-Así es. Kevin... atacó físicamente a un sanador mientras no era...
él mismo. -Tembló ligeramente-. Dejó a una sanadora inconsciente de un
puñetazo y después le quitó un escalpelo que llevaba encima. Lo
encontramos inconsciente. El anfitrión había intentado cortar el alma y sacarla
fuera de su cuerpo.
Tardé un momento hasta que pude volver a hablar. Cuando lo
conseguí, mi voz apenas fue más que un susurro:
-¿Qué les ocurrió?
-Afortunadamente, el anfitrión había sido incapaz de estar presente
en la consciencia el tiempo suficiente como para infligirse un daño serio.
Kevin fue recolocado, esta vez en un anfitrión joven. No hubo forma de
reparar el anfitrión defectuoso, así que se decidió que no tenía mucho interés
salvarlo.
»Kevin tiene ahora siete años humanos y es perfectamente
normal.., aparte del hecho de que, curiosamente, ha mantenido el nombre de
Kevin. Sus guardianes se están preocupando de que esté muy expuesto a la
influencia musical y se está desarrollando bien... -La frase final la había
añadido como si eso fuera una noticia excelente, tan buena que compensara
todo lo anterior.
-¿Por qué...? -Me aclaré la garganta de modo que mi voz
adquiriera seguridad-. ¿Y por qué no se han hecho públicos esos riesgos?
-En realidad -interrumpió la buscadora-, en toda la propaganda de
reclutamiento se explica muy claramente que asimilar a los anfitriones
humanos adultos que quedan es mucho más difícil que asimilar a un niño. Se recomienda encarecidamente un anfitrión joven.
-El adjetivo «difícil» no es el que yo aplicaría a la historia de Kevin -
susurré.
-Sí, bueno, pero lo cierto es que usted prefirió ignorar la
recomendación. -Alzó las manos en un gesto universal de paz cuando vio que
mi cuerpo se ponía tenso y yo me movía molesta, haciendo que las rígidas
sábanas crujieran suavemente-. No es que la culpe. La infancia es
extraordinariamente tediosa, y, sin duda, usted no es un alma mediocre.
Confío plenamente en que esta tarea está dentro de sus capacidades. Es sólo
otro anfitrión más. Estoy segura de que en poco tiempo tendrá acceso y
control totales.
En ese momento, de repente, me sorprendió que la buscadora
tuviera paciencia suficiente para soportar cualquier tipo de dilación, incluso la
de mi aclimatación personal. Capté el desagrado que le suponía mi falta de
información y eso provocó en mí de nuevo extraños sentimientos de ira.
-¿No se le ha ocurrido que podría obtener usted misma las
respuestas haciendo que la insertaran en este cuerpo? -le pregunté.
Ella se envaró.
-Ya tengo una anfitriona.
-Hay una larga lista de espera para conseguir anfitriones adultos -le
recordé-. No estaría desocupada mucho tiempo.
La frente se le pobló con unas cuantas arrugas debidas a la
irritación.
-No soy una saltadora.
Enarqué las cejas de forma automática a modo de interrogación.
-Es otra palabra coloquial -me explicó el sanador-. Se aplica a
quienes son incapaces de completar un ciclo vital en su anfitrión.
Asentí al comprenderlo. Teníamos también un nombre para eso en
mis otros mundos, y en ninguno de ellos estaba bien visto, por lo que dejé de
poner a prueba a la buscadora y le ofrecí lo que podía darle.
-Su nombre era Len Stryder, nacida en Alburquerque, Nuevo
México. Estaba en Los Ángeles cuando se enteró de que la ocupación estaba
teniendo lugar y se escondió en alguna zona inexplorada durante unos años
antes de encontrar... Hum, lo siento, intentaré recordar eso luego. Mi cuerpo
ha cumplido veintiun años. Condujo hacia Chicago desde... -Negué con la
cabeza-. Realizó el viaje en varias etapas, y no todas las hizo sola. El
vehículo era robado. Estaba buscando a su prima Sharon, pues tenía
fundadas esperanzas de que aún fuera humana. Ni se encontró ni estableció
contacto alguno con nadie hasta que fue localizada, pero... -Forcejeé con mi
mente, luchando de nuevo contra otro muro en blanco-. Creo..., no puedo
estar segura..., creo que dejó una nota... en algún lugar.
-¿Así que esperaba que alguien la encontrara? -inquirió
rápidamente la buscadora.
-Sí. La echarán de menos si no se cita con... -Apreté los dientes,
luchando con fuerza.
El muro era negro ahora y no podía decir cómo de grueso. Lo golpeé, mientras el sudor me goteaba por la frente. La buscadora y el sanador
permanecieron muy quietos a fin de favorecer mi concentración.
Intenté pensar en alguna otra cosa, en los ruidos poco familiares,
muy altos, que producía el coche, en el nervioso subidón de adrenalina que
experimentaba cada vez que se me acercaban las luces de otros vehículos en
la carretera. Eso había conseguido recuperarlo sin que nada me expulsara del
pensamiento. Me dejé llevar por los recuerdos y me salté la parte de la fría
excursión a través de la ciudad bajo la protectora oscuridad de la noche,
dejándola conducirme a su manera hacia el edificio donde me habían
encontrado.
Pero no a mí, a ella. Mi cuerpo se estremeció.
-No se fuerce... -me recomendó el sanador.
La buscadora le hizo callar con un siseo.
Dejé a mi mente sufrir el horror del descubrimiento, y sentí un odio ardiente
contra los buscadores que lo dominó casi todo. El odio era algo malo, era
doloroso. Apenas podía soportar ese sentimiento, pero le dejé seguir su curso
con la esperanza de poder distraer la resistencia y debilitar sus defensas.
Observé cuidadosamente el intento de esconderse hasta que se
dio cuenta de que no lo lograría. Garabateó una nota en un trozo de papel con
un lápiz roto y lo deslizó a toda prisa por debajo de una puerta; pero no era
una puerta cualquiera.
-La pauta es la quinta puerta del quinto corredor del quinto piso. Allí
está la nota.
La buscadora tenía un teléfono pequeño en la mano y comenzó a
murmurar rápidamente por él.
-Suponía que el edificio era seguro -continué-. Ellos sabían que
estaba abandonado. Y ella no sabe cómo la descubrieron. ¿Acaso habían
encontrado a Sharon?
Un escalofrío de terror me puso los brazos de carne de gallina.
Esa pregunta no era mía.
No era mía, pero fluyó con naturalidad a través de mis labios como
si lo fuera. La buscadora no notó nada anormal.
-¿La prima? No, no hemos encontrado a ningún otro humano -
contestó ella y mi cuerpo se relajó como respuesta-. Esta anfitriona fue
localizada cuando entraba en el edificio. Como se sabía que el inmueble
estaba abandonado, el ciudadano que la vio pensó que había algo raro. Nos
llamó, y después lo vigilamos para ver si podíamos capturar a más de uno,
pero abandonamos el lugar cuando vimos que era improbable. ¿Puede
localizar el punto de encuentro?
Lo intenté...
Sin embargo, había demasiados recuerdos, y todos eran vívidos e
intensos. Vi cien lugares en los que nunca había estado, y escuché sus
nombres por primera vez: una casa en Los Ángeles flanqueada por árboles
altos y frondosos; un claro en un bosque con una tienda de campaña y un
fuego de campamento en las afueras de Winslow, Arizona; una desierta playa
rocosa en México; y una cueva con la entrada protegida por la lluvia torrencial en algún lugar de Oregón. Tiendas de campaña, cabañas, toscos refugios.
Los nombres se volvían cada vez menos específicos conforme avanzaba el
tiempo. Ella no sabía dónde estaba o había terminado por darle igual.
Mi nombre ahora era Tn__, y los recuerdos de Len
encajaban perfectamente con los míos, excepto que mi viaje había sido por
elección. El miedo del fugitivo presidía siempre esos recuerdos intermitentes.
No era un viaje, sino una huida.
Me esforcé en definir esos recuerdos en un intento de no sentir
compasión. No necesitaba ver dónde había estado, sino su destino final.
Revisé las imágenes asociadas a la palabra «Chicago», pero todas parecían
ser poco más que imágenes al azar. Amplié el rango de búsqueda. ¿Qué
había fuera de Chicago? Frío, supuse. Hacía frío y había algo que le
preocupaba al respecto.
« ¿Dónde?», presioné, pero otra vez se alzó el muro.
Exhalé con un resoplido.
-Fuera de la ciudad..., en los páramos..., en un parque nacional,
lejos de cualquier lugar habitado. No es un sitio en el que ella haya estado
antes, pero sabe cómo llegar hasta allí.
-¿Cuándo tiene que ir? -inquirió la buscadora.
-Pronto. -La respuesta me salió de forma automática-. ¿Cuánto
tiempo llevo aquí?
-Hemos dejado que la anfitriona sanara durante nueve días, sólo
para estar absolutamente seguros de que se había recuperado -comentó el
sanador-. La inserción ha sido hoy, al décimo día.
Diez días. Mi cuerpo sintió una sorprendente oleada de alivio.
-Demasiado tarde -les dije- para el punto de encuentro... o incluso
para la nota. -Podía sentir la reacción de la anfitriona, y la sentía con
demasiada fuerza. La anfitriona se mostraba casi petulante. Yo debía permitir
la salida de las palabras que ella pensaba y así aprender de ellas-. Él no
estará allí.
-¿Él? -La buscadora dio un respingo-. ¿Quién?
El muro negro se alzó con más fuerza que antes. Sólo que llegó
tarde por una mínima fracción de segundo.
Un rostro llenó mi mente de nuevo. Un semblante hermoso de una
luminosa tez atezada y ojos moteados por la luz. Esas facciones despertaban
en mí un placer extraño y profundo mientras las percibía con total claridad en
mi mente.
Aunque el muro se había deslizado en su lugar, acompañado por
una sensación de feroz resentimiento, no había sido lo bastante rápido.
-Niall -respondí. Tan rápidamente como había llegado a mi mente,
un pensamiento que no era mío siguió al nombre a través de mis labios-:
Niall está a salvo.
Cairi22
Cairi22


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La  Huésped adaptada (Harry Niall y Tn_) - Página 2 Empty Re: La Huésped adaptada (Harry Niall y Tn_)

Mensaje por Cairi22 Vie 08 Mar 2013, 12:55 pm

Espero que os guste Comentarios para subir mas capítulos si los hay esta noche subo otros tres mas :enamorado:
Cairi22
Cairi22


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La  Huésped adaptada (Harry Niall y Tn_) - Página 2 Empty Re: La Huésped adaptada (Harry Niall y Tn_)

Mensaje por Cairi22 Dom 10 Mar 2013, 8:17 am

Capítulo
4
Sueños

Estaba demasiado oscuro como para que hiciera tanto calor o
hacía demasiado calor como para estar tan oscuro. Una de las dos cosas
estaba fuera de lugar.
Me acuclillé en la oscuridad detrás de la débil protección de un
achaparrado arbusto de gobernadora*, sudando toda el agua que me
quedaba en el cuerpo. Habían pasado quince minutos desde que el coche
salió del garaje. No se veía dentro ninguna luz. La puerta corredera estaba
abierta cinco centímetros, dejando que el humidificador hiciera su trabajo.
Podía imaginarme la sensación de humedad, el aire frío que soplaba a través
de la cortina y que me habría gustado que llegara hasta mi emplazamiento.
*El chaparral o gobernadora (Larrea tridentata) es una planta de amplio uso
medicinal que se toma en forma de infusión. [N. de la T.]
El estómago me rugió y apreté los músculos abdominales para
intentar sofocar el ruido. Reinaba un silencio tan absoluto que podía oírse
fácilmente cualquier sonido.
Me moría de hambre.
Pero había otra necesidad que era aún mayor, otro estómago
hambriento escondido y bien seguro allá en la negrura, esperando a solas en
la tosca cueva que era nuestro hogar temporal, un lugar pequeño, rodeado
por contornos recortados de piedra volcánica. ¿Qué haría él si yo no
regresaba? Sentía toda la presión de la maternidad, aunque carecía por
completo del conocimiento que aporta la experiencia. Me sentía odiosamente
impotente. ¡Jamie tenía hambre!
No había ninguna otra casa cercana a ésta. Había estado vigilando
cuando el sol aún irradiaba su calor candente en el cielo y tampoco creía que
hubiera perro.
Las pantorrillas acalambradas me dolieron cuando me levanté de
mi postura en cuclillas con la cintura doblada, intentando que no se me viera
detrás del arbusto. La senda de entrada dibujaba en el suelo una estela como
de arena suave, un camino pálido a la luz de las estrellas. No se percibía
ruido alguno de tráfico en la carretera.
Esos monstruos con el aspecto de una encantadora pareja al comienzo de la cincuentena se darían perfectamente cuenta cuando
volvieran, como yo muy bien sabía. Y también averiguarían exactamente lo
que soy yo, de modo que comenzarían la búsqueda de inmediato. Necesitaba
estar lejos cuando llegara ese momento. Albergaba la esperanza de que
hubieran salido a pasar la noche en la ciudad, porque me parecía que debía
de ser viernes. Mantenían nuestros hábitos con tal perfección que apenas
podía verse ninguna diferencia. Así fue como habían conseguido ganar al
principio.
La verja alrededor del patio apenas me llegaba a la cintura. La salté
con facilidad, sin hacer ruido. Tuve que andar con cuidado para no dejar
huellas al pisar la gravilla del patio y me dirigí hacia la parte enlosada.
Las persianas estaban subidas. La luminosidad de las estrellas
bastaba para ver que no había movimiento alguno en las habitaciones. Esta
pareja llevaba una vida espartana y me sentí agradecida por ello, aunque eso
hacía mucho más difícil esconderse. Claro que si tenía que llegar a ese
extremo sería demasiado tarde de todos modos.
Abrí la puerta mosquitero primero y luego la de cristal.
Ambas se deslizaron en silencio. Puse los pies con cuidado en las
baldosas, aunque por una simple costumbre, ya que nadie me esperaba aquí.
El aire frío me supo a cielo.
Tenía la cocina a mi izquierda, donde relumbraban las encimeras
de granito.
Desprendí la bolsa de lona de mi hombro y empecé por el
frigorífico. Sentí algo de nerviosismo cuando al abrir la puerta se encendió la
luz, pero encontré el botón y lo apreté con el dedo. Me quedé a ciegas y,
como no tenía tiempo para dejar que mis ojos se adaptaran de nuevo,
funcioné por pura intuición.
Había leche, pedazos de queso y otros restos en un cuenco de
plástico. Esperaba que fuese aquella cosa de arroz con pollo que les había
visto cocinar por la mañana y que con suerte podríamos comernos esa misma
noche.
Zumo, una bolsa de manzanas. Zanahorias enanas. Éstas
aguantarían bien hasta la mañana.
Me apresuré hacia la despensa, necesitaba vituallas que se
conservaran el máximo tiempo posible.
Allí podía ver mucho mejor, por lo que recogí cuanto pude llevarme.
Mmm, chocolate, patatas fritas con sabores. Me moría por abrir allí mismo la
bolsa, pero apreté los dientes e ignoré el retortijón de mi estómago vacío.
La bolsa se llenó muy pronto hasta arriba. Esto sólo nos duraría
una semana, incluso si comíamos con moderación, y no tenía ganas
precisamente de andar con miramientos, más bien lo que sentía eran deseos
de atiborrarme de comida. Me llené los bolsillos con barritas de cereales.
Una cosa más. Me dirigí apresuradamente hacia el fregadero y
rellené la cantimplora. Entonces puse la cabeza debajo del grifo y bebí
directamente de él. El agua hacía ruidos extraños cuando caía en mi
estómago vacío. Ahora que había terminado el trabajo empezó a entrarme el pánico.
Quería estar ya fuera de allí, la civilización era mortal para mí.
Mientras salía iba mirando al suelo, preocupada por no tropezar
con la bolsa tan pesada que acarreaba, y ése fue el motivo por el cual no vi la
silueta oscura de la figura en el patio hasta que no puse la mano en la puerta.
Le oí mascullar una maldición al mismo tiempo que se me
escapaba de la boca un estúpido grito de miedo. Me abalancé hacia la puerta
de la entrada, esperando que no tuviera los cerrojos echados o al menos que
no fueran difíciles de abrir.
Pero no pude dar ni dos pasos antes de que unas rudas manos
endurecidas me agarraran por los hombros y me apretaran contra su cuerpo.
Era demasiado grande y demasiado fuerte para ser una mujer. La voz de tono
grave demostró que no me equivocaba.
-Un sonido y morirás -me amenazó bruscamente. Me quedé
horrorizada cuando sentí un filo agudo y muy fino presionándome la piel bajo
la mandíbula.
No entendía nada. Ni siquiera había tenido una oportunidad.
¿Quién era este monstruo? Nunca había oído hablar de ninguno que rompiera
las reglas de este modo. Respondí de la única manera que podía.
-Hágalo -escupí entre los dientes-. Máteme de una vez. ¡No quiero
convertirme en un asqueroso parásito!
Esperé al cuchillo y me dolió el corazón. Cada latido tenía nombre
propio: Jamie, Jamie, Jamie. ¿Qué le iba a ocurrir ahora?
-Muy lista -masculló el hombre, y no sonó como si estuviera
hablando conmigo-. Debes de ser una buscadora. Y eso significa una trampa.
¿Cómo lo han averiguado?
El acero desapareció de mi garganta, pero fue reemplazado por
una mano tan dura como el hierro. Apenas podía respirar bajo su garra.
-¿Dónde están los demás? -me preguntó, apretando más.
-¡Sólo estoy yo! -respondí con voz rasposa. No podía llevarles
hasta Jamie. ¿Qué iba a hacer si yo no regresaba? ¡Jamie tenía hambre!
Le enterré el codo en las tripas, algo que duele de verdad, pero sus
músculos abdominales eran duros como el acero, tanto como su mano, lo
cual era muy extraño. Esos músculos eran producto de una vida dura o de la
obsesión, y los parásitos no padecían ninguna de esas dos cosas.
Ni siquiera pestañeó ante el golpe. Desesperada, le hundí el talón
en el empeine. Esto le pilló con la guardia baja y se tambaleó. Me solté de un
tirón, pero me agarró de la bolsa, atrayéndome de nuevo hacia su cuerpo. Me
atenazó de nuevo el cuello con las manos.
-Qué batalladora para ser una ladrona de cuerpos amante de la
paz, ¿no?
Sus palabras no tenían sentido. Siempre había pensado que los
extraterrestres eran todos iguales, aunque era de suponer que también
tuvieran sus extraños trabajos después de todo.
Me retorcí y le arañé intentando romper su presa. Le alcancé en el
brazo con las uñas, pero eso únicamente sirvió para que intensificara la presión sobre mi garganta.
-Te voy a matar, despreciable ladrona de cuerpos. No estoy de
broma.
-¡Hazlo entonces!
Repentinamente jadeó y me pregunté si alguno de mis golpes
había conseguido alcanzarle.
Me soltó el brazo y me agarró del pelo. Eso debía de ser: iba a
cortarme la garganta ya. Me preparé para sentir el filo del cuchillo...
Sin embargo, la fuerza con la que me agarraba se aflojó y entonces
empezó a rebuscar torpemente en la parte de atrás de mi cuello con unas
manos rudas pero cálidas sobre mi piel.
-Imposible -musitó.
Dejé de sentir su mano sobre el cuello y luego algo impactó en el
suelo con un golpe sordo. ¿Había dejado caer el cuchillo? Intenté pensar en
una forma de hacerme con él. Quizá si me deslizaba hacia abajo... La mano
que aferraba mi pelo no era lo suficientemente fuerte como para que no
pudiera soltarme. Creía haber oído dónde había caído.
Me dio la vuelta con brusquedad. Sonó un clic y una luz me cegó el
ojo izquierdo. Jadeé y automáticamente intenté retorcerme para alejarme de
él. Me tiró de nuevo del pelo y la luz se deslizó al ojo derecho.
-No me lo puedo creer -susurró él-. Todavía eres humana.
Me agarró la cabeza entre las dos manos y, antes de que pudiera
apartarme, apretó con fuerza sus labios contra los míos.
Me quedé helada durante un segundo. Nadie me había besado en
la vida. Al menos no un beso de verdad. Sólo los suaves besos de mis padres
en las mejillas y la frente, y de eso hace ya mucho tiempo. Esto era algo que
no esperaba que fuera a experimentar nunca. Sin embargo, no estaba segura
de lo que sentía en realidad. Había allí demasiado pánico, demasiado terror y
demasiada adrenalina.
Alzando la rodilla, le propiné un buen golpe.
Lanzó un grito ahogado, comenzó a resollar con dificultad y me
liberé. En vez de correr de nuevo hacia el frente de la casa como él esperaba,
me deslicé por debajo de su brazo y salté a través de la puerta abierta. Me
creí capaz de superarle en la carrera, incluso con la carga que llevaba. Tenía
al menos un par de metros de ventaja mientras él seguía profiriendo
exclamaciones de dolor. Sabía adónde iba y no dejaría un rastro que él
pudiera seguir en la oscuridad. No dejé caer la comida y eso era bueno. Sin
embargo, había perdido las barritas de cereales, ¡lástima!
-¡Espera! -aulló él.
«Cierra el pico», pensé, aunque no lo dije en voz alta.
Corría ahora detrás de mí y su voz se oía cada vez más próxima:
-¡No soy uno de ellos!
« ¡Venga ya!». Mantuve los ojos fijos en la arena y aceleré la
carrera. Mi padre solía decir que corría como un guepardo. Era la más rápida
de mi equipo de atletismo, y había sido campeona del estado, justo antes del
final del mundo. -¡Escúchame! -Todavía gritaba a pleno pulmón-. ¡Mira! Te lo puedo
demostrar. ¡Sólo párate y mírame!
«Ni de guasa». Giré al llegar al camino de la entrada y volé a través
de los mezquites.
-¡Creo que no queda ningún humano más! Por favor, ¡debo hablar
contigo!
Su voz me sorprendió, porque sonaba demasiado cerca.
-¡Siento haberte besado! ¡Ha sido una estupidez! ¡Es que he
estado solo demasiado tiempo!
-¡Cierra la boca!
No lo dije en voz muy alta..., pero me oyó, ya que se estaba
acercando cada vez más. Nadie me había ganado nunca en una carrera, así
que forcé el ritmo un poco más.
Escuché cómo él resoplaba por lo bajo cuando aceleró también.
Algo grande chocó contra mi espalda y me hizo caer. Probé el
sabor del polvo y me vi inmovilizada por un cuerpo tan pesado que apenas
me dejaba respirar.
-Espera... un... minuto -resolló, enfadado.
Me alivió un poco de su peso y me dio la vuelta. Se sentó a
horcajadas sobre mi pecho, inmovilizándome los brazos con las rodillas. Se
puso a registrar mi comida. Gruñí e intenté escurrirme de debajo de él.
-¡Mira, mira, mira! -me dijo. Sacó un pequeño cilindro del bolsillo
que llevaba colgado a la cadera y giró la parte superior. Surgió un rayo de luz
del extremo.
Volvió la luz de la linterna hacia su propio rostro.
La luz le dio a su piel un tono amarillento. Mostró unos pómulos
prominentes alrededor de una nariz larga y delgada y una mandíbula muy
cuadrada. Sus labios se torcieron en una mueca y pude ver que los tenía muy
llenos para ser un hombre. Tenía las cejas y las pestañas quemadas por el
sol.
Pero no era eso lo que me estaba mostrando.
Sus ojos líquidos, de un claro color azul bajo la luz, brillaron con
un reflejo auténticamente humano. Movió la luz de la derecha a la izquierda.
-¿Lo ves? ¿Lo ves? Soy como tú.
-Déjame ver tu cuello. -La sospecha teñía mi voz. No me iba a
permitir a mí misma creer que era algo más que un truco. No sabía de qué iba
el asunto, pero seguro que encerraba una trampa. Ya no quedaban
esperanzas.
Torció los labios.
-Bien... Eso no sirve para nada. ¿No te bastan los ojos?
Ya sabes que no soy uno de ellos.
-Pero ¿por qué no me muestras el cuello?
-Porque ahí tengo una cicatriz -admitió.
Intenté forcejear debajo de él de nuevo, y me sujetó el hombro con
su mano.
-Me la hice yo mismo -me explicó-. Creo que hice un trabajo bastante bueno, aunque me dolió como mil demonios. Yo no tengo todo ese
pelo precioso que tú tienes para cubrirme el cuello. La cicatriz me ayuda a
mezclarme con ellos.
-Quítame las manos de encima.
Tras dudar un momento, en un solo movimiento fluido se puso en
pie, sin necesidad de usar las manos. Me ofreció una mano con la palma
hacia arriba.
-Por favor, no huyas. Y, hum, preferiría que no me dieras otra
patada.
No me moví. Sabía que podía volverme a capturar si intentaba huir.
-¿Quién eres? -susurré.
Sonrió ampliamente.
-Mi nombre es Niall Horan. No he hablado con ningún otro ser
humano desde hace más de dos años, así que estoy seguro de que todo esto
te debe de parecer... un poco de locos. Por favor, perdona. Y dime tu nombre,
te lo ruego.
-Lenna -susurré.
-Lenna -repitió él-. No sabes lo feliz que estoy de haberte
encontrado.
Apreté la bolsa con fuerza contra mi pecho, sin quitarle ojo en
ningún momento. Bajó la mano lentamente hacia mí.
Y la cogí.
Hasta que no vi mi mano cerrarse alrededor de la suya
voluntariamente no me di cuenta de que le creía.
-¿Y qué vamos a hacer ahora? -pregunté con cautela.
-Bueno, no podemos quedarnos aquí mucho tiempo.
¿Quieres volver a entrar conmigo en la casa? Me he dejado allí mi
mochila. Me diste un golpe contra el frigorífico.
Negué con la cabeza.
Pareció darse cuenta de lo precario de mi estado de ánimo, de lo
cerca que estaba de hundirme.
-Entonces, ¿me esperas aquí? -preguntó con voz dulce-. Seré muy
rápido e intentaré traer un poco más de comida para los dos.
-¿Para los dos?
-¿De verdad crees que voy a dejarte desaparecer? Te seguiré
aunque me digas que no.
Pero yo no quería desaparecer.
-Yo... -¿Por qué no iba a confiar en otro ser humano por completo?
Éramos familia, los dos parte de una humanidad en peligro de extinción-. No
tenemos tiempo. He estado lejos demasiado tiempo y... Jamie me espera.
-No estás sola -comprendió. Su rostro expresó inseguridad por
primera vez.
-Es mi hermano. Sólo tiene nueve años y se asusta mucho cuando
estoy lejos. Me va a llevar la mitad de la noche llegar hasta donde está. No
sabe si me han capturado y tiene mucha hambre. -Mi estómago gruñó
ruidosamente, como para acentuar mi afirmación. Niall me devolvió una sonrisa más brillante que antes.
-¿Te serviría de ayuda si te llevo en coche?
-¿En coche? -pregunté sorprendida.
-Hagamos un trato: espérame aquí hasta que consiga más comida
y te llevaré a cualquier parte a la que quieras ir en mi todoterreno. Es más
rápido incluso que tú corriendo.
-¿Tienes un coche?
-Claro. ¿Creías que había llegado hasta aquí a pie?
Pensé en las seis horas que me había llevado ir hasta allí y se me
puso mala cara.
-Llegaremos al lado de tu hermano en muy poco tiempo -me
prometió-. No te muevas de aquí, ¿vale?
Asentí.
-Y come algo, por favor. No quiero que tu estómago nos delate. -
Sonrió burlonamente y encogió los ojos, formándosele una red de arruguitas
en las comisuras. Mi corazón dio un fuerte latido y supe que esperaría aunque
tardara toda la noche.
Todavía me sujetaba la mano. Me la soltó despacio, sin que sus
ojos perdieran de vista los míos. Dio un paso hacia atrás y luego se detuvo.
-Y por favor, no vuelvas a darme una patada como ésa
-me imploró, inclinándose hacia delante y cogiéndome por la barbilla. Me besó de
nuevo y esta vez sí lo sentí. Sus labios eran más suaves que las manos y
cálidos, incluso en la tórrida noche del desierto. Se me alborotaron en el
estómago un puñado de mariposas que me dejaron sin aliento. Mis manos se
alzaron hacia él de forma instintiva. Tanteé la piel cálida de su mejilla y el pelo
áspero de su cuello. Mis dedos pasaron casi rozando una línea de piel
arrugada, un reborde elevado justo bajo la línea de crecimiento del pelo.
Grité.
Me desperté cubierta de sudor. Antes de que estuviera del todo
consciente, noté mis dedos en la parte trasera de mi cuello, trazando la corta
línea que había dejado la inserción. Apenas podía detectar la ligera
imperfección rosada con las yemas de los dedos. Las medicinas que el
sanador había usado habían hecho bien su trabajo.
La cicatriz mal curada de Niall no serviría mucho como disfraz.
Encendí la luz que había aliado de mi cama y esperé a que se me
calmara la respiración, pues la adrenalina corría por mis venas debido al
realismo del sueño.
Un nuevo sueño, pero en esencia muy parecido a todos los otros
que me habían acosado en los últimos siete meses.
«No, no es un sueño». Seguramente sería un recuerdo. Podía
sentir todavía el calor de los labios de Niall sobre los míos. Extendí las
manos pero fue sin mi permiso real, buscando a través de las sábanas
arrugadas algo que no iban a encontrar. Me dolía el corazón cuando se
rindieron y cayeron flácidas y vacías sobre la cama.
Pestañeé para evacuar la incómoda humedad de mis ojos. No sabía cuánto tiempo iba a poder seguir soportando esto. ¿Cómo podía la
gente sobrevivir en este mundo con esos cuerpos cuyos recuerdos no se
quedaban en el pasado como era su obligación? ¿Qué iba a hacer con estas
emociones tan fuertes que desdibujaban por completo mis propios
sentimientos?
Al día siguiente iba a estar reventada, pero tenía tan poco sueño
que sabía que pasarían horas antes de que pudiera relajarme. Lo más
apropiado sería cumplir con mi deber y terminar de una vez por todas. Quizá
me podría ayudar el apartar la mente de esos temas en los que no me
convenía pensar. Me di la vuelta en la cama, me levanté y fui trastabillando
hasta el ordenador del escritorio vacío. Apenas le llevó unos segundos a la
pantalla volver a la vida, y otros cuantos segundos más abrir mi programa de
correo. No era difícil encontrar la dirección de la buscadora. Sólo tenía cuatro
contactos: la buscadora, el sanador, mi nuevo jefe y la mujer de éste, mi
acomodadora.
Había otro humano con mi anfitriona, Lenna Stryder.
Mecanografié sin molestarme siquiera en saludar:
Su nombre es Jamie Stryder; es su hermano.
Durante un momento de pánico me pregunté sobre el alcance del
control que ejercía sobre mí. Durante todo este tiempo pasado no había
podido adivinar nada referente a la existencia del niño, no porque a ella no le
importara, sino porque lo había protegido con más fiereza que cualquier otro
de los secretos que le había arrancado. ¿Tenía otros aún más grandes que
éste o tan importantes? ¿Tan sagrados eran para ella que los mantenía
ocultos incluso en mis sueños? ¿Cómo es que era tan fuerte? Me temblaron
los dedos mientras tecleaba el resto de la información:
Creo que ahora es un joven adolescente de unos trece años.
Estuvieron viviendo en un campamento temporal situado al norte de la
ciudad de Cave Creek, en Arizona.
Esto fue, sin embargo, hace varios años.
Aun así, se puede comparar en el mapa con aquellas líneas que recordé
con anterioridad. Como siempre, le contaré lo que averigüe.
Lo envié. Tan pronto como desapareció de la pantalla, el terror me
invadió.
« ¡Jamie no! ».
Su voz en mi cabeza sonaba tan clara como la mía propia, como si
hubiera hablado en voz alta. Me estremecí horrorizada.
Incluso cuando luchaba contra el miedo ante lo que estaba
sucediendo, me sentía dominada por el deseo insano de enviar un nuevo
correo a la buscadora y disculparme por haberle relatado el resultado de mis
locos sueños. Quería decirle que estaba medio dormida y que no le prestara
atención al estúpido mensaje que acababa de enviar.Pero ese deseo no era mío.
Apagué el ordenador y desenchufé la clavija de la pared.
«Te odio», siseó la voz en mi mente.
-Entonces será mejor que te marches -respondí bruscamente. El
sonido de mi propia voz, contestándole en alto, me hizo temblar de nuevo.
Ella no me había dirigido la palabra desde aquellos primeros
momentos, cuando llegué a donde estaba ahora. No cabía duda de que se
estaba fortaleciendo. Al igual que sus sueños.
Y no había nada que pudiera hacer al respecto; no tenía más
remedio que visitar a mi acomodadora al día siguiente. Se me llenaron los
ojos de lágrimas de desagrado y humillación ante tal perspectiva.
Me volví a la cama. Me puse la almohada sobre la cara e intenté no
pensar en nada en absoluto.
Cairi22
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