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Rubí {Liam y Gwendolyn}

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Rubí {Liam y Gwendolyn} Empty Rubí {Liam y Gwendolyn}

Mensaje por Lia Wells☁ Sáb 13 Oct 2012, 1:33 pm

Nombre: Rubí
Autor: Kerstin Gier
Adaptación:
Género: Fantasía/Romance
Advertencias: Ninguna por ahora.
Otras páginas: Ni idea, porque como es adaptación de un libro, talvés existan otras personas que lo hayan adaptado.

SINOPSIS


Rubí {Liam y Gwendolyn} Tumblr_mbuietpeLd1rbqnm1o1_500

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
No me resistí a adaptar éste maravilloso libro, "Rubí". Muchísimas gracias Kerstin Gier por crearlo.


Última edición por Lia Wells el Dom 14 Oct 2012, 7:35 pm, editado 2 veces
Lia Wells☁
Lia Wells☁


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Rubí {Liam y Gwendolyn} Empty Prólogo

Mensaje por Lia Wells☁ Sáb 13 Oct 2012, 2:19 pm

Hyde Park, Londres
8 de abril de 1912

Mientras ella se dejaba caer de rodillas y se echaba a llorar, el miró en
todas direcciones. Como había supuesto, a esa hora, el parque estaba
vacío. Faltaba mucho para que el jogging se pusiera de moda, y para los
vagabundos que dormían en los bancos cubiertos solo con un periódico,
hacía demasiado frío.

Envolvió con cuidado el cronógrafo en el paño y lo guardó en su mochila,
mientras ella permanecía acurrucada junto a uno de los árboles de la orilla
norte del Serpentine Lake sobre una alfombra de flores marchitas.

Sus hombros se sacudían convulsivamente, y sus sollozos sonaban como
quejidos desesperados de un animal herido. Él no soportaba verla así, pero sabía
por experiencia que era mejor dejarla en paz, de modo que se sentó a su lado en la
hierba húmeda por el rocío, miró hacia la superficie lisa como un espejo del lago y
esperó.

Esperó a que el dolor, que probablemente nunca la abandonaría del todo, se
aplacara un poco.
Aunque en realidad sentía lo mismo que ella, trató de dominarse.

No quería que encima tuviera que preocuparse por él.
—¿Ya se han inventado los pañuelos de papel?— preguntó finalmente, tratando de
contener el llanto y volviendo hacia él la cara mojada por las lágrimas.
—Ni idea, pero puedo ofrecerte un pañuelo de época de tela con monograma.
—G. M. No se lo habrás robado a Grace…
—Me lo dio por iniciativa propia. Puedes sonarte tranquilamente, princesa.
Ella esbozó una sonrisa mientras le devolvía el pañuelo.
—Te lo he dejado hecho un asco. Lo siento.
—¡Da igual! En esta época los cuelgan a secar al sol y los utilizan otra vez —explicó
él—. Lo importante es que has dejado de llorar.
Enseguida las lágrimas volvieron a asomar a sus ojos.
—No tendríamos que haberla dejado en la estacada. ¡Nos necesita! No sabemos si
nuestro truco funcionará, y nunca podremos saber si ha dado resultado.
Al oír sus palabras, sintió una punzada de dolor.
—Muertos le hubiéramos servido aún menos —repuso
—Si hubiéramos podido escondernos con ella en algún sitio, en el extranjero, bajo
nombres falsos, solo hasta que fuera lo bastante mayor…

Él la interrumpió, sacudiendo enérgicamente la cabeza.
—Nos hubieran encontrado dondequiera que hubiésemos ido, ya lo hemos
discutido mil veces. No la hemos dejado en la estacada; hemos hecho lo único que
podíamos hacer: darle la posibilidad de vivir una vida segura. Al menos, durante
los próximos dieciséis años.

Ella calló un momento. A lo lejos se oía relinchar un caballo y, aunque ya era casi
de noche, llegaban voces del West Carriage Drive.
—Sé que tienes razón —admitió finalmente—. Pero duele tanto saber que nunca
volveremos a verla… —Se pasó la mano por los ojos llorosos. En fin, al menos
no nos aburriremos. Tarde o temprano también nos localizarán en esta época y nos
echarán encima a los Vigilantes. Él no renunciará al cronógrafo ni a sus planes sin
luchar.
La emoción de la aventura brillaba en sus ojos, y él sonrió aliviado al comprender
que la crisis había pasado.
—Tal vez hayamos sido más listos que él —dijo—, o al final el otro no funcione.
Entonces quedaría bloqueado.
—Sí, eso estaría muy bien. Pero, si no sucede así, nosotros somos los únicos que
podemos interponernos en sus planes.
—Precisamente por eso hemos hecho lo correcto —repuso él levantándose y
sacudiéndose la suciedad de los vaqueros ¡Y ahora ven! Esta hierba está
empapada y tú aún tienes que cuidarte.

Dejó que tirara de ella hacia arriba y la besara.
—¿Qué hacemos ahora? ¿Buscar un escondite para el cronógrafo?

Indecisa, miró al otro lado del puente que separaba Hyde Park de Kensington
Gardens.

—Sí. Pero antes saquearemos los depósitos de los Vigilantes y nos proveeremos de
dinero. Luego podemos coger el tren a Southampton. El miércoles, el Titanic zarpa
de allí para su viaje inaugural.

—¿Es esta tu idea de «cuidarse»? —dijo ella riendo—. No importa, estoy contigo.
Él se alegró tanto de verla sonreír de nuevo que inmediatamente volvió a besarla.
—De hecho, estaba pensando… Ya sabes que los capitanes de barco tienen
autorización para celebrar matrimonios en alta mar, ¿verdad, princesa?
—¿Quieres casarte conmigo? ¿En el Titanic? ¿Estás loco?
—Sería muy romántico.
—Bueno, hasta que llegue lo del iceberg. —Apoyó la cabeza en su pecho y hundió
la cara en su chaqueta—. Te quiero tanto… —murmuró.
—¿Quieres convertirte en mi mujer?
—Sí —respondió ella, con la cabeza enterrada en su pecho—. Pero solo si bajamos
en Queenstown como muy tarde.
—¿Lista para la siguiente aventura, princesa?
—Estoy lista si tú lo estás —dijo ella en voz baja.

Lia Wells☁
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Rubí {Liam y Gwendolyn} Empty Re: Rubí {Liam y Gwendolyn}

Mensaje por Lia Wells☁ Sáb 13 Oct 2012, 4:41 pm

Los viajes incontrolados en el tiempo se anuncian,
por regla general, unos minutos, o a veces también
horas o incluso días antes, por una sensación de vértigo
en la cabeza, en el estómago y/o en las piernas. Muchos portadores
del gen han informado también de la aparición de dolores de cabeza
de tipo migrañoso. El primer salto en el tiempo—llamado Salto de
Iniciación— se produce entre los dieciséis y los diecisiete años del
portador del gen.

De las crónicas de los vigilantes.
volumen 2, «Leyes generales»
Lia Wells☁
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Rubí {Liam y Gwendolyn} Empty Re: Rubí {Liam y Gwendolyn}

Mensaje por Invitado Sáb 13 Oct 2012, 9:29 pm

Wow me sorprendes, justamente estaba pensando que una adaptación de la saga de Rubi estaria genial, porque casi nadie conoce la hitoria siendo que esta super lajdfajlsfhkajs. ¿Leiste los tres libros?
Te tengo otra casualidad de la vida: estoy leyendo por creo que tercera vez, el libro de Rubi! Que cosas no? Bueno eso no viene al tema, asi que siguela :) Me gustaria ver como queda con la adaptacion

P.D. Creo que soy la primer lectora

P.D.2 Soy Alexa, pero puedes decirme Ale o como quieras :)
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Rubí {Liam y Gwendolyn} Empty Re: Rubí {Liam y Gwendolyn}

Mensaje por Lia Wells☁ Dom 14 Oct 2012, 10:17 am

Ale Stypayholikson Potter escribió:Wow me sorprendes, justamente estaba pensando que una adaptación de la saga de Rubi estaria genial, porque casi nadie conoce la hitoria siendo que esta super lajdfajlsfhkajs. ¿Leiste los tres libros?
Te tengo otra casualidad de la vida: estoy leyendo por creo que tercera vez, el libro de Rubi! Que cosas no? Bueno eso no viene al tema, asi que siguela :) Me gustaria ver como queda con la adaptacion

P.D. Creo que soy la primer lectora

P.D.2 Soy Alexa, pero puedes decirme Ale o como quieras :)

Es que los libros son tan eldskrfdopewsrkdopew :) ¡SÍ! me leí los tres, y en el último yo ya me moría :') ¡La seguiré prooooooooooooooooonto! :DD
Besote, Lia :)x
Lia Wells☁
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Rubí {Liam y Gwendolyn} Empty Capítulo número uno

Mensaje por Lia Wells☁ Dom 14 Oct 2012, 7:34 pm

La primera vez que noté un mareo fue el lunes por la mañana en la cafetería de la escuela. Durante un instante tuve una sensación en el estómago como si estuviera en una montaña rusa bajando a toda velocidad desde el punto más alto. Duró solo dos segundos, pero fue suficiente para que me volcara un plato de puré de patatas con salsa sobre el uniforme.
Los cubiertos rebotaron tintineando contra el suelo, aunque conseguí sujetar el plato a tiempo.
—De todas maneras, este mejunje sabe como si lo hubieran recogido del suelo —me dijo mi amiga Leslie mientras yo limpiaba como podía la porquería.
(Naturalmente, todo el mundo me miraba)—. Si quieres, puedes embadurnarte la blusa con mi ración.
—No, gracias.
Aunque casualmente la blusa del uniforme del Saint Lennox tenía el mismo color que el puré de patatas, la mancha llamaba desagradablemente la atención, de modo que me abroché la chaqueta azul marino para taparla.
—¡Vaya, la pequeña Gwenny ya está jugando otra vez con la comida! —exclamó Cynthia Dale—. Sobre todo, ni
se te ocurra sentarte a mi lado, babosa apestosa.
—No te preocupes, Cyn, es lo último que haría. Por desgracia, mis pequeños accidentes con la comida en la escuela se repetían con bastante frecuencia.
Hacía solo una semana, una gelatina de frutas verde me había saltado del molde de aluminio y había aterrizado dos metros más allá, en los espaguetis a la carbonara de un alumno de quinto. La semana anterior se me había volcado el zumo de cerezas y había salpicado a todos mis compañeros de mesa, que parecía que hubieran cogido el sarampión. Por no hablar de las veces en que había metido la estúpida corbata del uniforme en la salsa, el zumo o la leche.
Aunque anteriormente nunca había sentido vértigos. Pensé que probablemente eran imaginaciones mías. Lo que ocurría era que desde hacía un tiempo en casa solo se hablaba de mareos, aunque no de los míos, sino de los de mi siempre encantadora y perfecta prima Charlotte, que se estaba tomando a cucharadas su puré de patatas sentada junto a Cynthia.
Toda la familia esperaba a que Charlotte empezara a sentir vértigos. Había días en que lady Arista, mi abuela, le preguntaba cada diez minutos si notaba algo raro, y mi tía Glenda, la madre de Charlotte, aprovechaba los intervalos para repetir exactamente la misma pregunta.
Y cada vez que Charlotte negaba con la cabeza, lady Arista apretaba los labios y la tía Glenda suspiraba. Aunque
también podía ser a la inversa. Los demás —mamá, mi hermana Caroline, mi hermano Nick, mi tía abuela Maddy y yo— poníamos los ojos en blanco. Naturalmente, era excitante tener a alguien en la familia con el gen de los viajes en el tiempo, pero con los años todo ese asunto había ido perdiendo interés, y estábamos hasta la coronilla del teatro que se montaba en torno a Charlotte.
La propia Charlotte acostumbraba a ocultar sus sentimientos tras una misteriosa sonrisa de Mona Lisa. Yo, en su lugar, tampoco hubiera sabido si debía alegrarme o enojarme por la ausencia de vértigos. Bueno, para ser sinceros, supongo que me habría alegrado. Yo era más bien del género asustadizo. Me gustaba la calma. —Tarde o temprano llegará —decía lady Arista todos los días—. Y tenemos que estar preparados para cuando
eso ocurra.
De hecho, después de la comida, en la clase de historia de mister Whitman, efectivamente ocurrió. Yo me había levantado con hambre de la mesa. Para colmo, había encontrado un pelo negro en el postre —compota de grosella con pudin de vainilla— y no había podido decidir si era mío o de alguno de los pinches de cocina. Fuera como fuese, aquello me había hecho perder definitivamente el apetito.
En clase, mister Whitman nos devolvió la prueba de historia de la última semana.
—Veo que os habíais preparado bien para el examen, especialmente Charlotte. Un sobresaliente.
Charlotte se apartó de la cara uno de sus resplandecientes mechones pelirrojos y dijo «Oh…», como si el resultado fuera una sorpresa para ella, cuando sacaba siempre las mejores notas en todas las asignaturas.
Pero esa vez Leslie y yo también podíamos estar satisfechas. Las dos teníamos un notable alto, a pesar de
que nuestra «buena preparación» había consistido en mirar la película sobre la reina Isabel con Cate Blanchett en DVD mientras nos atiborrábamos de patatas fritas y helado. Aunque también es verdad que habíamos estado siempre atentas en clase, lo que, por desgracia, no podía decirse que pasara en otras asignaturas.
Ocurría sencillamente que las clases de mister Whitman eran tan interesantes que no te quedaba más remedio que escuchar. El propio mister Whitman también era muy interesante. La mayoría de las chicas estaban enamoradas secretamente, o no tan secretamente, de él. Igual que nuestra profesora de geografía, mistress Counter, que se ponía roja como un tomate cuando mister Whitman se cruzaba con ella. En cualquier caso, todo el mundo estaba de acuerdo en que estaba como un tren. Todo el mundo excepto Leslie, que encontraba que parecía una ardilla de dibujos animados. «Cada vez que me mira con esos ojazos marrones, me entran ganas de darle unas nueces», decía, e incluso llegó al extremo de dejar de llamar ardillas a las ardillas del parque para pasar a llamarlas «mistresses Whitman». No sé por qué aquello era, de algún modo, contagioso, y al final yo también decía siempre cuando una ardilla se acercaba brincando: «Mira a esa mistress Whitman tan pequeña y gordita, ¿verdad que es una monada?».
Debido a esta comparación con las ardillas, Leslie y yo éramos las dos únicas chicas de la clase que no estábamos coladas por mister Whitman. Yo lo intentaba una y otra vez (aunque solo fuera porque todos los chicos de la escuela eran terriblemente infantiles), pero no servía de nada: la comparación con las ardillas se me había metido en la cabeza, ¡y nadie experimenta sentimientos románticos hacia una ardilla!
Cynthia había hecho correr el rumor de que mister Whitman había trabajado como modelo mientras estudiaba en la universidad. Como demostración había recortado un anuncio de una revista en el que un hombre que se parecía bastante a mister Whitman se enjabonaba con un gel de ducha.
Pero, aparte de Cynthia, nadie creía que el hombre del gel fuera mister Whitman. El modelo tenía un hoyuelo en la barbilla, y mister Whitman no.
Los chicos de la clase, en cambio, no estaban tan entusiasmados con mister Whitman. Sobre todo, Gordon Gelderman, que no podía soportarlo. Hay que decir que, antes de que mister Whitman llegara a la escuela, todas las chicas de nuestra clase habían estado enamoradas de Gordon, incluida yo, aunque me cueste reconocerlo. Pero entonces yo tenía once años y Gordon aún era una monada, mientras que ahora, con dieciséis, no era más que un estúpido que desde hacía un par de años se encontraba en un estado de cambio de voz permanente. Por desgracia, los gallos y la voz de bajo no le impedían soltar estupideces sin parar.
Gordon estaba terriblemente indignado por su suspenso en la prueba de historia.
—Esto es discriminatorio, mister Whitman. Merecía como mínimo un notable. No hay derecho a que me ponga notas tan bajas solo porque soy un chico.
Mister Whitman le cogió el examen de la mano y lo hojeó.
—«Isabel I era tan espantosamente fea que no consiguió tener a ningún hombre. Por eso todo el mundo la llamaba “la virgen fea”» —leyó.
Se oyeron unas risitas ahogadas.
—¿Qué pasa? Es verdad —se defendió Gordon—. Con esos ojos de besugo, esos labios apretados y esos pelos de
loca…
Habíamos tenido que estudiar a fondo las pinturas de los Tudor que había en la National Portrait Gallery, y efectivamente en aquellos cuadros Isabel I se parecía más bien poco a Cate Blanchett. Pero, primero, tal vez en aquella época se consideraba que los labios finos y las narices grandes eran el colmo de la elegancia, y segundo, la ropa que llevaba era realmente fantástica. Y, además, aunque Isabel I no tenía marido, había tenido un montón de relaciones, entre otras una con sir… ¿cómo se llamaba? En la película el papel lo interpretaba Clive Owen.
—Isabel se llamaba a sí misma «la reina virgen» — explicó mister Whitman a Gordon— porque… —Se detuvo en seco—. ¿No te encuentras bien, Charlotte? ¿Te duele la cabeza?
Todos miraron a Charlotte, que se estaba sujetando la cabeza con las manos.
—No, solo es que… estoy un poco mareada —dijo, y me miró—. Todo me da vueltas.
Cogí aire. Al parecer, había llegado el momento. Nuestra abuela estaría encantada. Y la tía Glenda aún más.
—Uala, qué guay —me susurró Leslie al oído—. ¿Ahora se volverá transparente?
Aunque lady Arista se había encargado de inculcarnos en la cabeza desde pequeños que en ningún caso, sin excepción, debíamos hablar con nadie de las peculiaridades de nuestra familia, yo había decidido por mi cuenta hacer una excepción con Leslie. Al fin y al cabo, era mi mejor amiga, y las mejores amigas no tienen secretos.
Por primera vez desde que la conocía (lo que, bien mirado, era toda mi vida), Charlotte parecía casi incapaz de valerse por sí misma. Pero yo estaba preparada y sabía lo que había que hacer. La tía Glenda no se había cansado de recordármelo.
—Acompañaré a Charlotte a casa —dije a mister Whitman, y me levanté—. Si le parece bien. Mister Whitman seguía con la mirada fija en Charlotte.
—Me parece una buena idea, Gwendolyn —respondió—. Que te mejores, Charlotte.
—Gracias —murmuró Charlotte, y se dirigió hacia la puerta con paso vacilante—. ¿Vienes, Gwenny?
Me apresuré a cogerla del brazo. Por primera vez me sentía importante en presencia de Charlotte. Era una sensación agradable poder ser útil para variar.
—Sobre todo, llámame y explícamelo todo —tuvo tiempo de susurrarme Leslie.
En el pasillo, la zozobra que había experimentado Charlotte ya se había volatilizado. De hecho, me dijo que antes de marcharse quería recoger sus cosas de la taquilla.
La sujeté con fuerza de la manga.
—¡Olvídalo, Charlotte! Tenemos que ir a casa lo más rápido posible. Lady Arista ha dicho…
—Ya se me ha pasado —dijo Charlotte.
—¿Y qué? De todos modos, puede volver en cualquier momento. —Charlotte dejó que la arrastrara en la dirección
contraria—. ¿Dónde demonios tengo la tiza? —Sin dejar de caminar, empecé a revolver en el bolsillo de la chaqueta—.Ah, aquí está. Y el móvil. ¿Quieres que llame a casa?
¿Tienes miedo? Oh, qué pregunta más tonta, lo siento. Es que estoy nerviosa.
—Tranquila, no pasa nada. No tengo miedo.
La miré de reojo para comprobar si decía la verdad. Lucía su sonrisita de superioridad de Mona Lisa, y era imposible descubrir qué sentimientos se ocultaban tras ella.
—¿Quieres que llame a casa?
—¿Y de qué serviría? —replicó Charlotte.
—Solo pensaba…
—Es mejor que lo de pensar me lo dejes a mí —me
espetó Charlotte.__
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Rubí {Liam y Gwendolyn} Empty Capítulo número dos

Mensaje por Lia Wells☁ Lun 15 Oct 2012, 12:49 pm

Bajamos juntas los escalones de piedra hacia el hueco donde siempre se sentaba James, que enseguida se levantó al vernos. Pero yo me limité a dedicarle una sonrisa. El problema con James era que, aparte de mí, nadie podía verle ni oírle.
James era un fantasma. Por eso evitaba hablar con él en presencia de otras personas. Solo había hecho una excepción con Leslie, que ni por un segundo había dudado de su existencia. Leslie creía todo lo que le decía, y esa era una de las razones de que fuera mi mejor amiga.
Leslie lamentaba profundamente no poder ver ni oír a James, aunque me alegraba mucho de que fuera así, porque lo primero que James había dicho después de verla había sido: «¡Por todos los santos! ¡Esta pobre muchacha tiene más pecas que estrellas hay en el cielo! ¡Si no empieza a aplicarse enseguida una buena loción decolorante, nunca encontrará marido!».
En cuanto a Leslie, lo primero que dijo cuando los presenté fue: «Pregúntale si tiene algún tesoro escondido en algún sitio».
Por desgracia, James no había enterrado ningún tesoro y estaba bastante ofendido por que Leslie le creyera capaz de hacer algo semejante. También se ofendía cuando hacía como que no le veía. De hecho, James se ofendía con bastante facilidad.
—¿Es transparente? —había preguntado Leslie en el primer encuentro—. ¿O se ve en blanco y negro? No, en realidad, James tenía un aspecto totalmente normal. Con excepción de la ropa, claro.
—¿Puedes pasar a través de él?
—No lo sé. No lo he intentado nunca.
—¿Y por qué no lo intentas ahora? —había propuesto Leslie.
Pero James no estaba dispuesto a permitir que pasara a través de él.
—¿Qué significa eso de «fantasma»? Un servidor, James August Peregrin Pimplebottom, heredero del decimocuarto conde de Hardsdale, no va a permitir que nadie le ofenda, y menos unas niñas —me dijo.
Como muchos fantasmas, sencillamente, no quería reconocer que ya no era una persona. Por más que quisiera, James no podía recordar que hubiera muerto. Aunque ya hacía cinco años que nos conocíamos —desde mi primer día de clase en la Saint Lennox High School—, parecía que para él solo hubieran pasado unos días desde que jugaba a las cartas con sus amigos en el club y charlaba sobre caballos, falsos lunares y pelucas. (Él llevaba ambas cosas, lunar y peluca, y, aunque actualmente pueda sonar raro, no le quedaban tan mal.) James hacía caso omiso deliberadamente del hecho de que, desde que nos habíamos conocido, había crecido veinte centímetros, había incorporado a mi aspecto un corrector dental y unos pechos prominentes, y me había librado luego del corrector. Igual que hacía caso omiso de que el palacio de su padre en la ciudad hacía tiempo que se había convertido en una escuela privada con agua corriente, luz eléctrica y calefacción central. Lo único de lo que parecía percatarse de vez en cuando era de la longitud de las faldas de nuestro uniforme escolar. Al parecer, la visión de unas pantorrillas y unos tobillos femeninos era extremadamente infrecuente en su época.
—No es muy cortés por parte de una dama no saludar a un caballero de buena posición, miss Gwendolyn — protestó entonces de nuevo, molesto porque no le había prestado ninguna atención.
—Perdón. Tenemos prisa —dije.
—Si puedo serles útil en algo, naturalmente me tienen a su disposición —replicó él colocándose bien los puños de encaje.
—No, muchas gracias. Solo tenemos que llegar a casa cuanto antes. —¡No sé en qué podía sernos útil James, si ni siquiera era capaz de abrir una puerta!—. Charlotte no se encuentra bien.
—Oh, no sabe cómo lo lamento —dijo James, que tenía debilidad por Charlotte, a la que, en contraposición con la «pecosa sin modales», como acostumbraba a llamar a Leslie, encontraba «extraordinariamente encantadora y gentil». También ese día soltó algunos cumplidos galantes—:
Transmítale, por favor, mis mejores deseos, y dígale que está tan encantadora como siempre. Un poco pálida, pero hechizadora como un elfo.
—Se lo comunicaré.
—Deja de hablar con tu amigo imaginario —dijo Charlotte—. Si sigues así, acabarás en un manicomio.
Muy bien, pues no se lo comunicaría. Ya era bastante presuntuosa sin necesidad de eso.
—James no es imaginario, es invisible. ¡Hay una gran diferencia entre las dos cosas!
—Si tú lo dices… —replicó Charlotte.
Ella y la tía Glenda opinaban que solo me inventaba a James y a los otros fantasmas para darme importancia. Me arrepentía de haberles hablado en su día de ello, pero de pequeña me había resultado sencillamente imposible no decir nada de las gárgolas que adquirían vida y hacían cabriolas por las fachadas y me dirigían muecas. Las gárgolas eran divertidas, pero también había otras sombrías figuras espectrales de aspecto siniestro que me daban miedo. Tuvieron que pasar unos años para que comprendiera que los fantasmas no podían hacerme nada. Lo único que realmente pueden hacer los fantasmas es dar miedo. Naturalmente, no estoy hablando de James. Él era del todo inofensivo.
—Leslie piensa que tal vez fuese mejor que James muriera joven. Dice que, teniendo que cargar con ese nombre de Pimplebottom, nunca hubiera encontrado una mujer para casarse —expliqué, no sin antes asegurarme de que James ya no nos pudiera oír—. Quiero decir que ¿quién va a querer llamarse voluntariamente «Culogranujiento»? Charlotte puso los ojos en blanco.
—De todas maneras, no tiene mal aspecto —proseguí—. Y, además, según él, está podrido de dinero. Aunque esta costumbre que tiene de ponerse continuamente un pañuelo de encaje perfumado bajo la nariz no resulta muy varonil.
—Qué lástima que nadie aparte de ti pueda admirarlo —señaló Charlotte. La verdad es que yo opinaba lo mismo.
—Y qué estúpido por tu parte que hables de tus rarezas fuera del círculo familiar —añadió.
Era una más de las típicas indirectas de Charlotte. El comentario estaba destinado a herirme, y efectivamente lo consiguió.
—¡Yo no soy rara!
—¡Claro que lo eres!
—¿Y lo dice la que tiene el gen?
—Yo no lo voy soltando por ahí —repuso Charlotte—. En cambio, tú eres como la tía abuela Maddy la Locuela, que habla de sus visiones hasta con el lechero.
—Eres cruel.
—Y tú, una ingenua.
Discutiendo, atravesamos el vestíbulo, pasamos ante la diminuta cabina de cristal del conserje y salimos al patio de la escuela. Hacía viento y parecía que iba a empezar a llover en cualquier momento. Me arrepentí de no haber cogido nuestras cosas de las taquillas. Un abrigo no hubiera estado de más con este tiempo.
—Siento haberte comparado con la tía abuela Maddy — se excusó Charlotte un poco cortada—. Supongo que estoy un poco nerviosa.
Aquellas palabras me dejaron perpleja. Charlotte no se excusaba nunca.
—Es comprensible —dije rápidamente.
Quería que se diera cuenta de que apreciaba sus disculpas. Naturalmente, no podía hablar de auténtica comprensión, porque yo, en su lugar, habría estado temblando de miedo y supongo que también nerviosa, como cuando vas al dentista.
—Además, me gusta la tía Maddy —añadí.
Lo cual era cierto. Tal vez la tía abuela Maddy fuera un poco charlatana y tendiera a repetir las cosas infinidad de veces, pero era preferible al cargante secretismo de los otros. Además, la tía Maddy siempre era muy generosa repartiendo caramelos de limón entre nosotros.
Naturalmente, a Charlotte le traían sin cuidado los caramelos.
Cruzamos la calle y seguimos caminando a buen paso por la acera.
—No me mires de reojo —me advirtió Charlotte—. Cuando desaparezca, ya te darás cuenta. Entonces podrás dibujar tu tonto círculo de tiza y correr a casa. Pero por hoy no pasará nada.
—Eso no puedes saberlo. ¿No te intriga saber dónde aterrizarás? Quiero decir, cuándo aterrizarás.
—Claro —repuso Charlotte.
—Espero que no sea en medio del gran incendio d 1664.
—El gran incendio de Londres ocurrió en 1666 —me corrigió Charlotte—. No cuesta tanto de recordar. Además, en esa época, en esta parte de la ciudad no se había construido gran cosa; ergo, tampoco se quemó nada.
¿He dicho ya que Charlotte también era conocida como «la aguafiestas» y «la sabelotodo»? Pero no me rendí. Tal vez fuera un poco feo por mi parte, pero quería borrar aquella estúpida sonrisa de su cara aunque solo fuera por unos segundos.
—Estos uniformes deben de arder como la yesca —insistí.
—Cuando llegue el momento, sabré lo que tengo que hacer —replicó Charlotte escuetamente sin abandonar su sonrisa.
No podía por menos que admirarla por su serenidad. A mí, la idea de aterrizar de repente en el pasado solo me inspiraba terror.
Fuera en la época que fuese, siempre pasaban cosas terribles. Continuamente había guerras, viruela y plagas de peste, y una palabra equivocada podía hacer que te quemaran por bruja. Además, solo había letrinas, y todo el mundo tenía pulgas, y por la mañana lanzaban el contenido de los orinales por la ventana sin fijarse en si pasaba alguien por debajo.
Charlotte se había preparado durante toda su vida para arreglárselas en el pasado. No había tenido tiempo para jugar, hacer amigas, ir de compras o al cine o salir con chicos. En lugar de eso, había recibido clases de baile, esgrima y equitación, de lenguas y de historia. Además, desde el año anterior salía cada miércoles por la tarde con lady Arista y la tía Glenda y no volvía hasta que se hacía de noche. Lo llamaban «clase de misterios», pero nadie quería decirnos de qué clase de misterios se trataba, y Charlotte, menos que nadie.
Probablemente, la primera frase que mi prima había aprendido a pronunciar de corrido había sido: «Es un secreto». Y la siguiente: «Eso no es cosa vuestra». Leslie decía siempre que nuestra familia debía de tener más secretos que los Servicios Secretos y el MI6 juntos. Y es muy posible que tuviera razón. Normalmente, para volver de la escuela, cogíamos el autobús —el número 8 paraba en Berkeley Square, que no quedaba muy lejos de casa—, pero ese día recorrimos las cuatro paradas a pie, tal como había ordenado la tía Glenda. Durante todo el camino llevé la tiza en la mano, pero Charlotte permaneció a mi lado.
Mientras subíamos los escalones de la puerta de entrada, casi me sentí decepcionada. Mi participación en la historia acababa ahí; a partir de este momento, mi abuela se haría cargo del asunto.
Tiré a Charlotte de la manga.
—¡Mira! El hombre de negro está ahí otra vez.
—Bueno, ¿y qué?
Charlotte ni siquiera se molestó en mirar. El hombre estaba parado enfrente, ante la entrada del número 18. Como siempre, llevaba una gabardina negra y un sombrero calado hasta las orejas. Yo le había tomado por un fantasma, hasta que supe que mis hermanos y Leslie también podían verlo. Desde hacía meses, el hombre permanecía allí, observando nuestra casa las veinticuatro horas del día. Aunque, bien mirado, también podía tratarse de varios hombres exactamente con el mismo aspecto que se iban turnando. Discutimos sobre si era un ladrón que preparaba un golpe, un detective privado o un mago malvado. Mi hermana Caroline estaba convencida de que se trataba de esto último. Tenía nueve años y le encantaban las historias de magos malvados y hadas buenas. Mi hermano Nick tenía doce años y opinaba que las historias de magos y hadas eran estúpidas; por eso estaba a favor del ladrón espía. Y Leslie y yo éramos partidarias del detective privado.
Pero cada vez que cruzábamos al otro lado de la calle para observarlo mejor, el hombre desaparecía dentro de la casa o subía a un Bentley negro que tenía aparcado junto al bordillo y se iba.
—Es un coche encantado —afirmaba Caroline—. Cuando nadie mira, se transforma en un cuervo, y el mago se convierte en un hombrecillo minúsculo que cruza el cielo montado a lomos de él.
Por si acaso, Nick había anotado el número de matrícula del Bentley.
—Aunque seguro que después del robo lo pintará de nuevo y colocará otra matrícula —me informó. Los adultos hacían como si no les pareciera nada sospechoso en el hecho de ser observados día y noche por un hombre con sombrero vestido de negro. Y Charlotte igual.
—¡Qué demonios os ha hecho ese pobre hombre! Sencillamente se fuma un cigarrillo ahí fuera, eso es todo.
—¡Sí, claro!
Me resultaba más fácil creer en la versión del cuervo encantado.
Justo en ese momento empezó a llover. Por suerte, ya estábamos en casa.
—¿Al menos sigues mareada? —le pregunté mientras esperábamos que nos abrieran la puerta, porque nosotras no teníamos llave.
—No me agobies —dijo Charlotte—. Pasará cuando tenga que pasar. Mister Bernhard nos abrió la puerta. Leslie opinaba que mister Bernhard era nuestro mayordomo, y la prueba definitiva de que éramos casi tan ricos como la reina o Madonna. Yo, por mi parte, no sabía exactamente quién o qué era en realidad mister Bernhard. Para mamá era «el factótum de la abuela», y la propia abuela lo describía como
«un viejo amigo de la familia». Para mis hermanos y para mí era sencillamente «el siniestro sirviente de lady Arista».
Al vernos, enarcó las cejas.
—Hola, mister Bernhard —le saludé—. Qué tiempo tan horrible, ¿no?
—Realmente horrible, sí. —Con su nariz ganchuda y sus ojos marrones ocultos tras unas gafas redondas de montura dorada, mister Bernhard siempre me recordaba a una lechuza, o, mejor dicho, a un búho—. En un día así es imprescindible ponerse el abrigo al salir de casa.
—Hummm… sí, supongo que sí —repuse.
—¿Dónde está lady Arista? —preguntó Charlotte. Charlotte nunca era especialmente cortés con mister Bernhard. Tal vez porque, al contrario que a mis hermanos y a mí, tampoco de niña le había inspirado respeto. Sin embargo, aquel hombre tenía una cualidad que realmente impresionaba, y era la de moverse tan silenciosamente como un gato y aparecer de pronto a tu espalda como si hubiera surgido de la nada. Daba la sensación de que no se le escapaba ningún detalle. Fuera la hora que fuese, mister Bernhard siempre estaba presente.
Mister Bernhard ya estaba en la casa antes de que yo naciera, y mamá decía que ya estaba allí cuando ella era todavía una niña, de modo que debía de ser casi tan viejo como lady Arista, aunque no lo parecía. Vivía en un apartamento en el segundo piso, al que se llegaba por un pasillo independiente y una escalera desde el primero.
Nosotros teníamos terminantemente prohibido pisar siquiera el pasillo.
Mi hermano afirmaba que mister Bernhard había instalado allí puertas trampa y cosas parecidas para mantener a distancia a los visitantes no deseados. Pero no podía demostrarlo. Ninguno de nosotros se había atrevido nunca a entrar en ese pasillo.
—Mister Bernhard necesita tener privacidad —decía a menudo lady Arista.
—Claro, claro… —replicaba mamá—. Supongo que, viviendo aquí, la necesitamos todos.
Pero lo decía tan bajo que lady Arista no podía oírla.
—Su abuela está en la sala de música —informó mister Bernhard a Charlotte.
—Gracias.
Charlotte nos dejó plantados en la entrada y corrió escaleras arriba. La sala de música estaba en el primer piso, y nadie sabía por qué se llamaba así, porque ni siquiera había un piano.
La sala era la habitación preferida de lady Arista y de la tía abuela Maddy, y el aire olía a perfume de violetas y al humo de los cigarrillos de lady Arista. Como se ventilabamuy de vez en cuando, si te quedabas un rato, al final tenías la sensación de que se te nublaba la vista.
Antes de que mister Bernhard cerrara la puerta, tuve tiempo de echar un vistazo al otro lado de la calle. El hombre del sombrero seguía allí. ¿Eran imaginaciones mías o acababa de levantar la mano como si estuviera haciendo señas a alguien? ¿A mister Bernhard, quizá, o era a mí a quien saludaba?
La puerta se cerró y no pensé más en ello porque de repente volvió a aparecer la sensación de montaña rusa en el estómago. Todo se difuminó ante mis ojos. Se me doblaron las rodillas y tuve que apoyarme en la pared para no caerme. Un instante después había pasado.
Mi corazón latía desbocado. Algo me ocurría. Teniendo en cuenta que no estaba en ninguna montaña rusa, no era normal que hubiera tenido vértigo dos veces en dos horas, a no ser que…
¡Bah! Seguramente estaba creciendo demasiado rápido. O tenía… hummm… ¿un tumor cerebral? O tal vez era solo hambre.
Sí, debía de ser eso. Desde el desayuno no había comido nada, porque la comida de la escuela había aterrizado en mi blusa. Respiré aliviada.
Entonces me di cuenta de que mister Bernhard me observaba con sus ojos de lechuza.
—¡Cuidado! —dijo con un considerable retraso. Sentí que me sonrojaba.
—Bueno, me voy… a hacer los deberes —murmuré. Mister Bernhard asintió con cara de indiferencia; pero, mientras subía las escaleras, pude sentir su mirada clavada en mi espalda.
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Mensaje por Invitado Lun 15 Oct 2012, 7:08 pm

Siiii!!! :) Sabes el final me dio mucho a que pensar a cerca del que podría ser el mayordomo de la familia.... Al fin conosco a alguien que le encanta tanto como yo (además de mi hermana que también es una obsecionada con los libros como yo :P)

Se que por el momento soy solo yo (o tal vez haya por ahi una que otra fantasma) pero siguela!!!! Si por alguna razón tardo en comentarte es porque me quitaron mi compu o porque me dejaron mucha tarea, cosa que esta sucediendo muy seguido en estos días, pero bueno SIGUELA!!!

P.D. Lo sé, estoy completamente loca

P.D.2 Ya quiero que se estrene la pelicula de rubi! Sabías que ya comenzaron a elegir al casting? Me muero de la emocíón :)

P.D.3 Por si no quedó claro: SIGUELA!!
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Mensaje por Lia Wells☁ Mar 16 Oct 2012, 3:06 pm

Ale Stypayholikson Potter escribió:Siiii!!! :) Sabes el final me dio mucho a que pensar a cerca del que podría ser el mayordomo de la familia.... Al fin conosco a alguien que le encanta tanto como yo (además de mi hermana que también es una obsecionada con los libros como yo :P)

Se que por el momento soy solo yo (o tal vez haya por ahi una que otra fantasma) pero siguela!!!! Si por alguna razón tardo en comentarte es porque me quitaron mi compu o porque me dejaron mucha tarea, cosa que esta sucediendo muy seguido en estos días, pero bueno SIGUELA!!!

P.D. Lo sé, estoy completamente loca

P.D.2 Ya quiero que se estrene la pelicula de rubi! Sabías que ya comenzaron a elegir al casting? Me muero de la emocíón :)

P.D.3 Por si no quedó claro: SIGUELA!!

Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, saldrá la película, creo que es... ¿alemana? no sé algo así leí, o sea, de que los personajes y toda la película se hará en Alemán. Yo amoooooooooooooo con mi vida estos libros -y muchos más- :P la seguiré prontito(?)
Besote, :)x
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Mensaje por Invitado Miér 17 Oct 2012, 8:15 pm

Siiii! Siguela!! :D
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Mensaje por Invitado Miér 24 Oct 2012, 7:45 pm

La seguiras pronto?
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Mensaje por Alejandra M. Mar 20 Nov 2012, 11:00 am

Hola nueva lectora!!! Amee este tema continuala!, me llamo alejandra :D
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