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"El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada - Página 2 Empty Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada

Mensaje por Julieta♥ Dom 18 Mar 2012, 6:21 pm

capppppppppppppppppppp
Julieta♥
Julieta♥


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"El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada - Página 2 Empty Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada

Mensaje por andreita Lun 19 Mar 2012, 8:19 am

joe es como amargadito
jaja
sigue
andreita
andreita


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"El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada - Página 2 Empty Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada

Mensaje por Nani Jonas Mar 20 Mar 2012, 10:25 am

Capítulo 3

Joe se sentó en la mesa más apartada de O'Hanlon's, un oscuro pub dedicado a la gente local de Dunedin. Agarró unas cuantas patatas fritas del grasiento papel que acogía lo que quedaba de su pescado con patatas y las regó con el último trago de cerveza de barril de su jarra. Tras hacerle un gesto al viejo Grady O'Hanlon para que le llevara otra, volvió a centrar su atención en los papeles esparcidos en la mesa. Un día de éstos iba a meterse en el siglo XXI y a informatizar el negocio, pero, por el momento, todo era papel y tinta, normalmente por las noches. Horizon Painters tenía demasiado trabajo como para malgastar días soleados en algo que se podía hacer al oscurecer.
Justo antes de irse de casa, Elaine había llamado para invitarlo a cenar.
—¿Va a ir papá? —había preguntado.
Elaine había dudado.
—Sí, Joey, sí que viene.
—Lo siento, Lainey, pero no me apetece esta noche.
Elaine hacía una carne asada genial, pero un pescado con patatas sin líos sonaba mejor.
El silencio que hubo a continuación le hizo sentir como un mal hermano, pero estaba cansado de cargar con la responsabilidad de la elección de Elaine de hacer que su padre formara parte de sus vidas hasta tal punto.


—Me pasaré a ver a Davy más tarde —dijo finalmente.
Elaine había respondido en el tono maternal que usaba siempre para su hermano.
—Se alegrará.
Al colgar el teléfono, se dio cuenta de que casi había pasado una semana desde que había ido allí por última vez, y algo en su pecho se contrajo. Davy lo echaba de menos cuando no estaba allí.
Grady dejó caer pesadamente una jarra helada de cerveza en la mesa, salpicando un poco el secante de las nóminas.
—Cuidado —avisó Joe, agarrando un puñado de ser¬villetas de un servilletero de cromo para absorber la cerveza.
—Lo siento, Joe —dijo Grady distraídamente.
Joe asintió de forma igualmente poco sincera mientras Grady se giraba y caminaba hasta detrás de la barra.
Hizo las últimas nóminas y las metió en una gastada cartera de cuero, pero dejó el secante fuera para que se secara. Después, comenzó a rellenar las facturas de la semana, la mayoría de las cuales irían a Ash Builders por el trabajo en los nuevos pisos de Sand Key, y unas cuantas más por las caras casas nuevas de Palm Harbor. Siempre hacía las facturas de Ash en primer lugar, no sólo porque eran la tanda más grande, sino también porque Ash pagaba rápido.
Se paró a tomar un trago tras completar la primera factura. Ni siquiera había pensado en que sus facturas, su nombre, pasaran por delante de los ojos de ________ Ash hasta que ella lo había mencionado, pero por supuesto que lo hacían. Cada semana. A pesar de lo que había pensado, sus vidas seguían conectadas, aunque fuera de una forma pequeña.
No había querido firmar el contrato como subcontratista de Henry, pero, con el tiempo, el negocio lo había exigido. Cuando había comenzado por cuenta propia, siete años atrás, había evitado trabajar para Ash por cuestión de orgullo y principios, pero pronto se encontró tomando un trabajo esporádico para Ash de vez en cuando. Ahora, la mayoría de su negocio iba a parar a Ash, porque era el conglomerado de la construcción más grande e importante de la Costa del Sol. «Irónico», pensó, mientras tomaba otro trago antes de soltar la jarra. Odiaba al hombre y su dinero, pero, de alguna forma, resultaba que Henry pagaba todas las facturas de Joe.
Sin embargo, la princesa claramente no sabía quién era, no reconocía su nombre. Al menos le podría sonar, teniendo en cuenta que sus padres habían sido socios comerciales tiempo atrás.
Por aquel entonces ella era una niña, pero Joe tenía la sensación de que eso no suponía diferencia alguna. Sospechaba que ________ Ash sólo se prestaba atención a sí misma, su vida, sus lujos. Había advertido la suave textura del satén de su bata sexy, el tipo de cosas que Elaine probablemente codiciaba cuando pasaba ante escaparates, pero nunca había tenido. Había visto las baldosas italianas bajo sus pies descalzos en el vestíbulo y la araña de luces de cristal que brillaba sobre su preciosa cabeza. Había visto todo el exceso que Henry no había querido compartir y pensar en ello en aquel momento hacía que viejas heridas en su interior comenzaran a sangrar como si fueran frescas.
Aquello era justo lo que había temido; quizás hubiera sido un error aceptar el trabajo en su casa, un error mirar dentro de su mundo.
Pero no. Se había pasado toda la vida resentido con ________ Ash, y acercarse a su vida no era el problema. El problema era mucho más profundo, y empujarlo hacia abajo no hacía que desapareciera. Estaba contento de haber ido aquel día, contento de haber visto. Por más rabia que le diera, estaba contento de volver la mañana siguiente. Ojalá supiera por qué.
«La ropa me ha ayudado a adivinarlo». Sus engreídas palabras aún crepitaban en sus venas y lo hacían sentirse servil ante ella. Sin ni siquiera saber quién era él, pensaba que era mejor que él.
—¡Bueno, pero qué veo! ¡Si es Joe Jonas!
Joe alzó la mirada hacia la risa de Lucky McClaine, un buen chico de Georgia que colocaba ladrillos para Ash Builders. Advirtió sin sorprenderse demasiado que Lucky todavía cambiaba el casco por un sombrero de cowboy al final del día, y aún no había comenzado a perder su acento, a pesar de llevar viviendo en Florida al menos cinco años ya.
—¿Qué haces en esta parte de la ciudad, Lucky? —Joe brindó una sonrisa tranquila—. Ni siquiera es fin de semana. —Lucky vivía en un apartamento en Island Estates, enfrente de Clearwater Beach, y si quería una cerveza, había montones de abrevaderos más cerca de su casa.
Lucky se deslizó hasta el asiento que estaba enfrente de Joe, mientras dejaba una botella de cerveza de cuello largo sobre la mesa.
—He quedado con unos amigos de Tarpon y este sitio parecía quedar justo en medio. —Se detuvo para tomar un trago de su botella—. Apenas te he reconocido. Necesitas un corte de pelo.
—Tengo mejores cosas que hacer —dijo Joe, mientras se pasaba una mano por el pelo. Sabía que no estaba demasiado largo pero se veía desprolijo, aunque él no prestaba mucha atención a cosas como aquélla.
—¿Sí? Bueno, me gustaría saber qué son esas cosas mejores. No te he visto nada últimamente. ¿Dónde demonios has estado? —Algunos años atrás, habían aparecido en las mismas fiestas, pero, últimamente, Joe sólo se topaba con él de cuando en cuando, normalmente si daba la casualidad de que trabajaban en el mismo proyecto. Lucky añadió un guiño—. No te estarás acomodando, ¿verdad?
—No por elección propia —dijo Joe, con una sonrisa arrepentida—. Pero el trabajo me mantiene ocupado. —Hizo un gesto hacia los papeles que aún cubrían la mayor parte de la mesa.
—Wow —se rió Lucky—, tienes que guardar algo de tiempo para divertirte o, ¿qué sentido tiene?
—No te preocupes por mí, Lucky. Cuando quiero diversión, sé dónde conseguirla.
—Oye, ¿estás haciendo algún trabajo en Sand Key, en Dolphin Bay? Estaré poniendo ladrillos allí durante el próximo mes, más o menos.
Joe negó con la cabeza.
—Parte de mi equipo está trabajando en ese primer edificio que acaban de terminar, pero yo estoy ocupado con un trabajo sólo a unas manzanas de aquí, en Clearwater, durante las dos próximas semanas.
Lucky parecía perplejo.


—No hay ninguna obra nueva allí.
Joe permaneció impasible mientras decía:
—Le estoy poniendo una nueva capa de pintura a la casa de la hija de Henry Ash.
—Dios. —Una sonrisa lobuna se desplegó sobre la delgada cara de Lucky—. ¿Estás pintando la casa de ________ Ash?
Joe asintió y, después, tomó un sorbo de cerveza.
—¿La has visto? —Lucky alzó las cejas—. Esa chica es un diez en toda regla.
A Joe nunca le habían gustado los hombres que clasificaban a las mujeres como si fueran trozos de carne, pero parecía más fácil ignorar el comentario y continuar. Intentó sonar indiferente.
—Sí, la conocí esta mañana. Está bastante buena.
Lucky volvió a guiñar el ojo.
—Juega bien tus cartas, amigo, y puede que consigas algo.
—Es poco probable. —Joe se rió suavemente—. No congeniamos, precisamente.
Pero Lucky negó con la cabeza y mostró una mirada de complicidad.
—Si se parece en algo a su amiga Carolyn, seguramente eso dará igual.
Aquello captó la atención de Joe, pero intentó que no se notara.
—¿Qué pasa con su amiga?
—Tiene una melena pelirroja que casi le llega al culo y un lunar en la mejilla, como Marilyn Monroe. Tetas pequeñas, pero un cuerpo bonito y...
—Ve al grano.
Los ojos de Lucky se abrieron más.
—La chica es salvaje. Yo mismo —continuó, con arrogancia— me la he beneficiado más de una vez, e hizo lo mismo con un montón de tipos que conozco. Se lo hace prácticamente con cualquiera y... donde sea que Carolyn vaya, ________ parece seguirla. —Lucky volvió a guiñar un ojo—. Suma tú dos y dos.

~~

Mientras Joe tiraba la cartera en el asiento del acompañante de su todoterreno y se dirigía hacia la casa de Elaine, unos cuantos kilómetros hacia el interior, reflexionó sobre lo que Lucky había dicho de ________ Ash. Se agachó para apretar el botón de play del CD y «Girls Got Rythm», de AC/DC sonó a todo volumen por los altavoces, lo que pareció demasiada casualidad.
Pero era raro; las chicas así solían ser... más simpáticas.
Pero él había llamado a su puerta cuando ella probablemente dormía y, como le había dicho a Lucky, no es que hubieran empezado con buen pie. Qué demonios, posiblemente él no quería haber empezado con buen pie. Así que, quizás todavía no se había encontrado con ese lado de ella. Aún.
Lucky le había seguido contando que había visto a _________ Ash en más de una fiesta salvaje, normalmente bebiendo, y siempre ligando con el tipo disponible que estuviera más cerca. Según Lucky, llevaba ropa reveladora y sexy pensada para atraer la atención masculina. Y, ahora que lo pensaba, no había tenido reparo alguno en abrir la puerta con algo ceñido, ¿no? Así que, quizás Lucky tuviera razón.






Chicas disculpen la tardanza
Nani Jonas
Nani Jonas


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Mensaje por Nani Jonas Mar 20 Mar 2012, 10:26 am

DanyelitaJonas escribió:NUEVA LECTORA HERMANITA SIGUELA



bienvenida dany hermanita gracias por pasarte
Nani Jonas
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Mensaje por andreita Mar 20 Mar 2012, 11:20 am

por que joe odio a la rayis?
sigue
andreita
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Mensaje por aranzhitha Mar 20 Mar 2012, 2:16 pm

aww como cree Joe eso de la rayiz
Siguela
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por Anita23 Mar 20 Mar 2012, 3:13 pm

No hay drama por la tardanaz!! Siguelaaa
Anita23
Anita23


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"El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada - Página 2 Empty Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada

Mensaje por Nani Jonas Miér 21 Mar 2012, 12:08 am

Capitulo 4

Algunos minutos después, conducía a través de su antiguo barrio, con hileras de idénticas casitas de rancho que habían conocido tiempos mejores. Detuvo el Wrangler rojo en el corto y estrecho camino de entrada de Elaine, parando sólo a varios centímetros del parachoques del viejo Chevy Cavalier de Elaine para alejar lo suficiente el todoterreno de la calle. Al salir, advirtió que un canalón se estaba cayendo y se dio cuenta de que la pintura de la puerta del garaje empezaba a desconcharse. Maldición, iba a tener que ponerlos en su lista de cosas por hacer. La bicicleta de Davy estaba en la hierba, demasiado crecida, cerca de la agrietada acera.
Abrió sin llamar la puerta de la casa en la que había crecido.
—Davy —dijo en voz alta, mientras entraba—, tienes que aprender a recoger tu bici o le lloverá encima y se oxidará.
—Mmm... ¿qué? —Su padre se estremeció en sueños en el sofá hundido de Elaine; de no ser por ello, Joe tal vez no lo habría advertido. A lo largo de los años, algo en su interior había aprendido a no ver a su padre cuando perdía la conciencia después de la cena.
—Sigue durmiendo, viejo —murmuró en voz baja mientras Davy entraba corriendo en la sala, con una gorra de los Devil Rays de Tampa Bay colocada de lado en la cabeza.
—¡Joe! —dijo Davy y, entonces, miró por encima del hombro hacia la cocina—. ¡Eh, Elaine, Joe está aquí! —A los veinticuatro años, era unos cinco centímetros más bajo que Joe, no era tan musculoso, y Elaine le cortaba el pelo casi como el de Lucky McClaine, pero, aparte de esos detalles, era casi como mirarse en un espejo. Bueno, y Davy casi siempre estaba sonriendo. Joe no sonreía tanto ni de lejos, excepto, tal vez, cuando estaba con Davy.
La luz que había en los ojos de su hermano irradiaba algo de calidez a su corazón cuando menos lo esperaba. Pero debería haberlo esperado; así era siempre cuando no había visto a Davy durante unos cuantos días. Reprimió la emoción mientras alzaba la mano para poner recta la gorra de Davy.
—¿De dónde la has sacado?
—Elaine me la consiguió el fin de semana pasado. De una venta de objetos usados— Sonreía con tanto orgullo como si hubiera salido de Saks, en la Quinta Avenida.
—Bueno, Davy —dijo Joe, mostrando una sonrisa burlona—, te he enseñado cosas mejores. Los Devil Rays dan pena. ¿Dónde está la gorra de los Cincinnati Reds que te di las pasadas navidades? —Cuando los Reds entrenaban en Plant City, había llevado a Davy a verlos un día o dos cada primavera.
—Dile que tu nueva gorra hace juego con tu camiseta —dijo Elaine, secándose las manos en un paño de cocina mientras entraba en la sala. Sus vaqueros estaban gastados y su oscuro cabello, que le llegaba a los hombros, estaba sucio; parecía mayor de sus treinta años.
Por toda respuesta, Davy se levantó los extremos inferiores del jersey, de rayas horizontales verdes y negras.


—También es nuevo.
—¿Es de la venta de objetos usados? —preguntó Joe. Con ello no quiso decir nada, pero Elaine puso los ojos en blanco.
Davy negó con la cabeza.
—De Wal-Mart.
—Es bonito —dijo Joe y, después, desvió su atención hacia la pequeña pecera que había al otro lado de la sala—. ¿Cómo están los peces?
Davy sonrió.
—Napoleón es mucho más feliz ahora que le hemos comprado otra esposa. —Por desgracia, Josefina, la hembra de la pareja de peces de colores que Joe le había comprado el mes pasado, no había durado mucho, pero la habían sustituido por Josefina Segunda.
Aunque Joe habría preferido hablar más de los peces de Davy, no pudo evitar echar un vistazo al sofá.
—Veo que papá está como siempre esta noche.
Su padre estaba tumbado con un brazo extendido sobre la cabeza y respiraba pesadamente. El pelo que le quedaba estaba revuelto, yendo en todas direcciones, y el sudor le empapaba la piel. La camisa, por fuera de los pantalones, mostraba la barriga cervecera por excelencia.
—¿Por qué no vamos a la otra sala? —sugirió Elaine, y él pensó: «Buena idea». Lo último que quería era despertar al viejo. Que duerma y, así, podían fingir que no estaba allí.
Tras ponerle una mano sobre el hombro a Davy, Joe lo empujó con suavidad detrás de Elaine, hacia la cocina.
—Te juro —dijo Joe en voz baja— que ni siquiera sé por qué lo invitas a venir.
Elaine dejó caer con fuerza el paño de cocina en la deteriorada encimera y se dio la vuelta para regañarlo.
—Somos todo lo que tiene, Joe. ¿Qué se supone que tengo que hacer, ignorarlo?
«Una vez él también fue todo lo que teníamos». Joe no pronunció esas palabras, pero, cuando se encontró con los ojos de su hermana, supo que había leído sus pensamientos de forma alta y clara.
—¿Por qué no has venido a cenar? —preguntó Davy.
Encantado de cambiar de tema, incluso aunque le infundiera algo de culpa, Joe forzó una sonrisa.
—Tenía que hacer algo de papeleo para el negocio —dijo, y Davy le devolvió la sonrisa, todo dientes blancos y ojos de adoración; siempre se mostraba muy orgulloso de Joe por tener un negocio. Para Davy, él era el equivalente a una estrella del rock o un héroe de los deportes; Davy no tenía más conocimiento, y Joe nunca se acostumbraba a cuánto dolía eso, a cuánto le retorcía por dentro la incapacidad de su hermano de percibir el mundo real. Y tal vez fuera una bendición, eso era lo que intentaba decirse a sí mismo, pero nunca se lo acababa de creer. Cada vez que Davy le sonreía así, le partía otro trocito de corazón. Nunca estaría a la altura de las grandiosas ideas que Davy tenía de él.
—Davy me ha ayudado a hacer la cena —anunció Elaine, mientras volvía a coger el paño de cocina para limpiar alrededor de los quemadores.
Joe alzó las cejas alegremente en dirección a su hermano.
—Estás aprendiendo a cocinar, ¿eh? ¿En qué has ayudado?
—Ha removido las cazuelas y ha hecho los brownies.
—Les he puesto trocitos de chocolate —añadió Davy.
—Eso es. —Elaine se giró—. Llévate un brownie, Joe. —Hizo un gesto hacia un tupperware que estaba colocado sobre la encimera.
—¿Los has hecho tú solo? —preguntó mientras lo destapaba y lo cogía.
Davy asintió con ilusión.
Joe sonrió ampliamente.
—¿Seguro? ¿Estás seguro de que has puesto todos los ingredientes? ¿Seguro que no es un plan malvado para deshacerte de mí?
Elaine puso los ojos en blanco.
—Joe, cómete uno. —Después de todos aquellos años, ella aún no comprendía su relación. Davy era lo suficientemente listo como para saber que bromeaba y se rió. La sonrisa de Davy podía partirle el corazón, pero le encantaba hacerle reír.
Le dio un gran mordisco al brownie, masticando concienzudamente y fingiendo que reflexionaba como un crítico gastronómico. Por último, asintió.
—Davy, están riquísimos. Más vale que Elaine los esconda o me los comeré todos.
De nuevo vino la sonrisa aplastante de Davy. Joe la sintió en las entrañas.
«No estés triste por Davy. Todo va bien en su mundo». Aquello era lo que siempre decía Elaine cuando Joe se lamentaba de la lesión de Davy tantos años atrás. Y, a veces, hasta pensaba que era cierto; nunca había visto a nadie tan orgulloso de los brownies de una caja. Intentó absorber la tranquilidad del momento y dejar que cubriera algo del dolor.
—¿Quieres jugar a un juego, Joe?
Una imagen pasó por la cabeza de Joe. Él a los doce años, Davy a los nueve. Aparte de la voz más profunda de Davy, sonaba exactamente igual. Tras fingir que reflexionaba sobre la pregunta durante un minuto, cogió un par de brownies más y dijo:
—Te echo una carrera.
Y, durante un momento, tenía doce años mientras su hermano y él se precipitaban por el estrecho pasillo hasta la habitación de Davy. Una vez allí, se sentaron en la gastada alfombra que había junto a su cama y jugaron tres partidas al parchís, el juego preferido de Davy de toda la vida; nunca se cansaba de jugar. Joe ganó la segunda, ya que consiguió una gran abundancia de seises y no quería que Davy se diera cuenta de que normalmente se dejaba ganar cuando jugaban.
—Eres demasiado bueno para mí, Davy —dijo, cuando el juego estuvo de nuevo en la caja y se estaba poniendo en pie, listo para marcharse.

Davy mostró una amplia sonrisa y le dio un puñetazo en el brazo, y Joe tiró de su hermano para abrazarlo. Joe no solía ser de los que abrazaban, pero sabía que Davy necesitaba sus abrazos.

~~~~

Davy estaba tumbado en su habitación, mirando su póster del horizonte de Tampa por la noche, colgado con chin-chetas en la pared, a los pies de su cama. También tenía otros pósters: los Reds, Faith Hill y otro que era un calendario enorme, y en el que marcaba con una X cada día con un subrayador azul. Pero, a menudo, el horizonte captaba la atención de sus ojos más que los demás, con las suaves líneas y curvas de los edificios fundiéndose en una silueta que se podía recortar en cartulina.
Hasta lo había intentado una vez, recortarla en cartulina, pero no había salido bien: algunos cortes no eran lo suficientemente rectos, mientras que otros no eran lo bastante curvados. Sin embargo, imaginaba que alguien que fuera más hábil con las tijeras podría hacerlo. Saber que se podía encoger la ciudad en una única capa fina de cartulina hacía que la jungla de altos edificios pareciera más simple, menos atemorizante.
No es que él fuera a la ciudad, pero quería estar preparado. No le gustaban las situaciones nuevas, los sitios nuevos. Y, como veía fotos de la ciudad en todas partes (en las noticias de la noche, en el periódico) y oía hablar de gente que trabajaba e iba a comprar allí, se imaginaba que lo más inteligente era estar preparado para eso. Especialmente desde que Joe, a veces, intentaba convencerle para ir a sitios nuevos, guiñando un ojo y diciendo:
—Tienes que salir más, colega.
Un día, de repente, habían ido en coche hasta Tampa Bay Downs para ver las carreras de caballos. Al principio no le había gustado, el sitio era demasiado grande y había demasiada gente, pero eligió un caballo con un nombre divertido y Joe había apostado cinco dólares por él. El caballo ganó y acabó pasando un día divertido. En otra ocasión, Joe lo había llevado al Epcot Center de Orlando. Había tanto que ver que se aturdió, pero había aprendido cómo se hacían los dibujos animados y había visto algunos espectáculos geniales en tres dimensiones. Y, aquella noche, cenaron en un restaurante mexicano con estrellas en el techo y un volcán en la pared que eran como mágicos, porque las estrellas y el volcán parecían reales, y no dejaba de recordar que estaban dentro de un edificio. El volcán entraba en erupción cada pocos minutos, y le pidió a Joe que le hiciera una foto. Así que, cuando Joe le decía que tenía que salir más, Davy le creía. Daba miedo, pero normalmente salía bien.
Pero pensar en Joe hacía que el pecho se le hundiera un poco. Joe siempre actuaba de forma alegre cuando estaban juntos, pero a veces sus ojos estaban tristes, aunque estuviera sonriendo. Sabía que Joe en realidad no era feliz, pero no sabía por qué.
Quizás fuera porque trabajaba tanto. Davy no podía creer que nadie trabajara tanto como su hermano. Se preguntaba cuándo tenía tiempo Joe de dormir o ver la tele. Davy tenía un horario que seguía la mayor parte del tiempo; algunos programas en concreto que miraba, horas concretas que reservaba para trabajar en el patio o comprar con Elaine. Era una vida bastante ocupada, así que no se podía imaginar lo ocupado que Joe debía de estar, dirigiendo toda la empresa además de todo lo demás.
O, quizás, pensó, era por papá. Joe seguía enfadado con papá porque bebía cerveza y dormía mucho, pero Davy quería a su padre y a Joe, así que era difícil comprender por qué la cerveza y dormir enfadaban a Joe. Por supuesto, Davy sabía que su padre no era como otros padres. Den-nis Cahill, que vivía calle arriba, siempre iba en bici con sus hijos y, a veces, Davy iba con ellos. Y cuando Steve, el vecino de al lado, llegaba de trabajar, Tara y Tyler siempre corrían a saludarlo, y Davy veía cuánto los quería sólo mirando. Tenía que admitir que no había visto mucho amor en los ojos de su padre en mucho tiempo, pero quizás lo entendía mejor que Joe porque comprendía lo que era ser diferente.
Davy nunca parecía ser lo que la gente esperaba que fuera y no sabía por qué, pero se había acostumbrado a ello. También sabía que su padre era simplemente diferente.
—Eh, colega, me voy en unos minutos.
Davy giró la cabeza sobre la almohada para ver a Joe en el umbral. Sonrió.
—Bueno.
Joe bajó la voz.
—Y, cuando Elaine no mire, me llevaré unos cuantos brownies más.
Su corazón se llenó de orgullo.
—Esta bien.
—¿Qué estás leyendo?
Siguió los ojos de Joe hasta el libro de bolsillo que yacía boca abajo sobre su pecho: La isla del tesoro. Elaine lo había desenterrado de una caja que contenía sus viejos libros del colegio en el garaje hacía unos meses, cuando él había estado viendo cosas sobre el Festival del Pirata Gasparilla de Tampa en la tele.
—¿Está bien?
Asintió.
—Piratas.
—Genial.
A pesar del alegre guiño de Joe al despedirse, Davy siguió pensando en el oscuro nudo que había dentro de su hermano. Pensaba en él como una negra nube de tormenta en el estómago de Joe. Aun así, Davy no sentía siempre la tormenta. A veces, cuando Joe y él estaban solos, era más bien como una de esas lluvias por la tarde que llegaban en medio del verano y desaparecían en un abrir y cerrar de ojos, dejando el cielo azul de nuevo.
Sin embargo, papá siempre acentuaba la tormenta de Joe. Y Elaine siempre los invitaba a ir al mismo tiempo de todas formas. Ella siempre decía:
—A Joe probablemente no le guste, pero somos una familia y... —Pero nunca terminaba esa parte, así que Davy siempre se preguntaba qué quería decir.

~~~~

—¿Puedes llevar a papá a casa?
Joe y Elaine acababan de entrar en la sala de estar, donde los ronquidos de su padre interrumpían el silencio.
La miró con dureza. Ella sabía que no debía preguntar.
—Vamos, Joe, échame una mano con esto. —Usaba el tono severo para recordarle que ella era la mayor y que pensaba que debía contar para algo, a pesar del hecho de que había dejado de contar muy pronto tras la muerte de su madre.
—¿Cómo ha llegado hasta aquí?
Elaine frunció los labios.
—Davy y yo fuimos a buscarlo antes de la cena.
—Entonces quizás debas llevarlo de vuelta. Yo puedo quedarme con Davy hasta que vuelvas a casa.
—¿Tanto te pido? —dijo con brusquedad.
Ambos miraron instintivamente hacia el final del pasillo, a la habitación de Davy. Ya había soportado suficientes gritos en su vida; siempre le disgustaban.
—Tal vez no —dijo Joe lentamente, con sinceridad. Miró a Elaine a los ojos para asegurarse de que prestaba atención cuando añadió—: Pero no me gusta que me pongan en esta situación. Ahora ayúdame a sacar a ese burro borracho del sofá y a meterlo en el coche.
Cinco minutos después, Joe conducía, demasiado rápido, hacia el destartalado apartamento de su padre. Cuanto mayor se hacía, menos podía soportar tenerlo cerca. Odiaba el olor del hombre (sudor y alcohol) a su lado, en el asiento. Odiaba la forma en que estaba tumbado, encorvado como un muñeco lacio demasiado grande, golpeando la palanca de cambio de vez en cuando con la rodilla. Ya había apartado la pierna de su padre dos veces y le había dicho «cuidado». En aquel momento, su padre se relamía los labios cada pocos segundos, y el sonido le ponía nervioso.
—Por Dios —farfulló Joe con disgusto.
No se podía creer que hubiera sobrevivido veinte años de aquello, pero entonces había sido cuando todo había empezado, el día tormentoso en que el coche de su madre había sido aplastado por un camión de reparto en un cruce con un semáforo estropeado.
Recordaba claramente lo felices y apasionados que habían sido sus padres, siempre besándose, agarrándose, rozándose, hasta cuando sus hijos se reían de ellos.
—¡Qué asco! —había dicho Davy una vez de su comportamiento, y su padre se había reído y había dicho:
—Espera y verás, David. Algún día lo comprenderás.
La muerte de su madre había enterrado a su padre en un agujero tan profundo que nunca había intentado salir siquiera. Entonces fue cuando empezó la bebida, la mezquindad y la dejadez. Con trece y doce años, Elaine y Joe habían aprendido a hacerse cargo de la dejadez y, en silenció, habían tomado el rol de madre y padre de Davy incluso antes de que hubiera sido totalmente necesario. Pero fue la mezquindad de su padre lo que lo había arruinado todo. Y aquello era culpa de Henry Ash.
Tras el accidente, John Armstrong había caído en una depresión que lo mantenía en cama durante días, pero sólo cuando Henry lo engañó para quedarse con su mitad de Double A Construction, la empresa que habían creado juntos, las cosas se pusieran muy feas. Perder todo por lo que había trabajado había sido el golpe que lo había llevado a tal desesperación que quiso herir a alguien. Aquel alguien debería haber sido Henry, pero Joe, Elaine y Davy habían sido objetivos más fáciles.
«Dios, Davy, ¿por qué tenías que salir al garaje?¿Qué le dijiste? ¿Qué fue lo que hizo que te acercaras siquiera?» Joe no podía soportar recordar claramente los horrores de aquel día, pero ráfagas de recuerdos parpadeaban por su mente mientras sus faros recortaban un camino veloz a través de la suave noche. Todavía podía sentir el frío de los blancos pasillos del hospital, el miedo que lo había inmovilizado mientras se lo llevaban en camilla, sin dejar que los siguiera.
Joe casi se saltó un semáforo en rojo, alzando la vista justo a tiempo para clavar los frenos. Su padre se deslizó hasta el suelo, pero apenas pareció darse cuenta; simplemente se levantó en silencio y dejó caer la cabeza en el asiento de cuero, volviendo a su postura de muñeco de trapo. Joe simplemente negó con la cabeza y apartó los recuerdos. Nunca dolían menos y, desde luego, no ayudaban en nada.
Cuando el semáforo cambió, pisó a fondo el acelerador mientras pasaba por puestos de fruta vacíos y empresas decadentes en un tramo desierto de Alternate 19 que tiempo atrás había prosperado. Quería dejar al viejo en casa y seguir con su vida.
—¿Cómo va el negocio, hijo?
Joe echó un vistazo al asiento del acompañante, donde su padre estaba sentado, despierto repentinamente, aunque con ojos legañosos. A veces era así; su padre podía pasarse horas tumbado, inconsciente, y, después, abrir los ojos sin aviso y actuar como si hubiera estado compartiendo una larga conversación contigo.
Volvió a mirar a la carretera.
—Va bien, papá. Bien.
—Estoy orgulloso de ti, Joey —dijo, arrastrando las palabras—. Lo sabes, ¿verdad?
Algo en las entrañas de Joe se revolvió.
—Sí, claro, lo sé. —Hacían aquello de vez en cuando, tenían aquella misma charla inútil. Suponía que el elogio de su padre tenía la intención de compensarlo todo, pero nada podía compensar el pasado.
Poco después, observaba mientras su padre bajaba tropezando del todoterreno hacia el destartalado edificio que llamaba «su hogar». Alrededor de 1960, los Sea Shanties, un grupo de cuatro edificios de apartamentos, probablemente habían sido nuevos y relucientes, pero para entonces el brillo se había descascarillado y el lugar acogía a borrachos y madres solteras con asistencia social. Arrancó, sin preocuparse de si su padre llegaba bien; se alegraba de volver a estar solo.
Tras dirigir el todoterreno hacia el camino de entrada de su apartamento con vistas al mar, varios minutos después, entró, se quitó los zapatos y cayó en la cama, todavía con vaqueros azules y una camisa. El resplandor rojo del reloj que tenía al lado decía que eran sólo las diez y media, pero le había parecido un día larguísimo.
Tras sentarse lo justo para poder quitarse la camisa por encima de la cabeza, volvió a dejarse caer en la almohada y dejó que se le cerraran los ojos. No quería pensar más en su padre, ni en Davy o Henry y, cuando empezó a entrarle el sueño, una imagen mucho más atractiva volvió a invadir su mente, sin avisar: ________ Ash.
Sus pensamientos se aferraron a ella, se centraron con calidez y firmeza, y una fantasía tomó forma con rapidez. En ella, él apartaba todo aquel satén suave y pasaba sus manos sobre atractivas curvas y valles, modelando sus pechos con las manos y, pronto, besando su fruncida punta. La lamía y la chupaba, y dejaba que sus suaves sonidos de placer lo condujeran.
Se imaginó tumbado en la cama, justo como lo estaba en aquel momento, a excepción de que _________ Ash estaba encima de él, con su cuerpo rozando el suyo, su dorado cabello cayendo sobre la piel de Joe. Ella le besaba los labios con los suyos, turgentes, sensuales, y rozaba su mandíbula con un beso, bajando por su cuello. Iba besándole el torso, el estómago... hasta que, por último, le abría los vaqueros y lo tomaba en su suave boca. Sí.
Joe aún no podía creerse la preciosa mujer en que se había convertido, ni que se estuviera quedando dormido imaginando escenas sexuales con _________; no es que hubiera ido a su casa pensando en algo sexual. Pero era demasiado tarde para volver atrás, y las imágenes de su mente lo llevaron a sueños tórridos.
Nani Jonas
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Mensaje por Anita23 Miér 21 Mar 2012, 10:27 am

Ahhhh,, siguelaaaaaaaaaaa
Anita23
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Mensaje por andreita Miér 21 Mar 2012, 10:52 am

ojojojo joe desea mucho a la rayis
pero porque la odia?
andreita
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Mensaje por Julieta♥ Miér 21 Mar 2012, 9:52 pm

otro cappppppppppppppp
Julieta♥
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Mensaje por Nani Jonas Jue 22 Mar 2012, 8:46 am

Capítulo 5

Cuando _________ entró en la cálida ducha a la mañana siguiente, todavía no se podía creer las palabras que le había dicho a su pintor. «Si me quieres, estaré en la ducha». Puso los ojos en blanco ante su propia estupidez. ¿Había sido un lapsus? Esperaba que no. Pero, entonces, ¿por qué todavía lo tenía en mente?

Bueno, racionalizó, porque estaba allí. Y, aparte del chico de la piscina, el chico del jardín y el paisajista, personas que normalmente iban y venían en una hora o dos, no estaba acostumbrada a tener a nadie allí. Antes de meterse en la ducha, había sido consciente de los sonidos que hacía trabajando fuera, igual que lo había sido durante todo el día anterior; escaleras apoyadas contra la casa, pesados botes de pintura dejados caer sobre el camino de ladrillos. Cada vez que casi se olvidaba de él, lo volvía a oír.

Mientras se pasaba por los brazos una suave esponja empapada en jabón líquido de frambuesa para el cuerpo, pensó en su fantasía del océano y decidió que quizás debería añadir una nueva entrada en el diario. Aquello era lo que hacía para aliviar sus frustraciones sexuales y, obviamente, estaba frustrada, teniendo en cuenta la reacción que había tenido ante ese tipo. Sorprendentemente, anotar sus fantasías parecía ayudar de verdad, al menos hasta cierto punto. Escribirlo no era hacerlo, pero era algo, una forma imprecisa de exteriorizarlo.

«Si me quieres, estaré en la ducha...».

¿Y si él la hubiera seguido el día anterior por la mañana? Sabía que había cerrado la puerta con llave tras ella, pero, ¿y si no lo hubiera hecho? ¿Y si la hubiera seguido adentro y escaleras arriba, hasta su habitación y, después, su cuarto de baño?

¿Y si se hubieran quitado la ropa en silencio y hubieran entrado en la ducha juntos? No pudo evitar escribir otra fantasía, aunque fuera sólo en su mente, mientras se duchaba.


Estamos de pie, desnudos, el agua chorrea por nuestros cuerpos; no nos tocamos nunca hasta que alarga el brazo para agarrar la manopla que cuelga bajo la alcachofa de la ducha. Me mira a los ojos mientras frota una pastilla de jabón en la manopla, enjabonándola hasta que forma una espuma espesa. Sólo entonces baja su mirada hasta mis pechos, tan potente como cualquier caricia, haciendo que su cima se endurezca hasta convertirse en rosadas perlas.

Pasa la manopla con suavidad sobre el nacimiento de mis pechos, dejando atrás una estela de espuma de jabón que brilla iridiscente mientras glóbulos de jabón comienzan a deslizarse por mi piel. Otra caricia de la manopla, esta vez por la curva inferior, me hace suspirar de placer antes de que trace un camino serpenteante y jabonoso estómago abajo, parando justo antes de llegar al punto en el que mis piernas se juntan.
Tras dejar caer la manopla en el suelo de la ducha, toma mis pechos cubiertos de jabón entre sus grandes y cálidas manos, acariciando, amasando, mientras yo intento no gritar, no dejar que sepa cuan profundamente me afecta su caricia; pero siento sus manos como terciopelo a través de la espesa espuma y siento un hormigueo abajo que me vuelve loca y me hace desear desesperadamente que no hubiera detenido la caricia de la manopla espumosa.
Entonces, aparta mi cuerpo de él, deslizando sus manos enjabonadas por mis húmedos brazos, arriba, haciendo que me sitúe contra la pared de baldosas. Sus firmes manos se mueven hasta mis caderas y se abre paso dentro de mí, enorme, ocupándome, maravilloso, y no me queda más remedio que gritar por él, mientras sollozos de placer salen de mi garganta con cada intenso golpe.
Sus manos siguen acariciando, rozando, cada caricia se siente más y más como el terciopelo más suave. Incluso en las zonas en las que el jabón no cubre mi piel, sus dedos son como plumas de una tela lujosa, especialmente cuando se hunden entre mis muslos.
Me muevo contra su suntuoso roce, arqueándome una y otra vez, hasta que parece que sus aterciopelados dedos son todo lo que conozco, todo lo que soy y, cuando estoy al borde de la locura, gimiendo mi climax, una amplia y suntuosa oleada de terciopelo parece apoderarse de mí.
Mi placer lo lleva al punto de liberación a él también, sus empujes se vuelven más fuertes, sus gruñidos, más profundos en mi oído, mientras el agua cae por nuestra piel, y es sólo entonces cuando recuerdo que estamos en la ducha, y no en el lujoso mundo al que me ha llevado con sólo unas cuantas caricias sensuales y tiernas.



¡Ah, déjalo ya!

¿Estaba loca? ¿Fantaseando con él, su pintor?

«Si quieres fantasear con alguien, seguro que puedes encontrar un tipo mejor que ése».

Era un santuario de todo lo que era masculino, cierto, pero su personalidad era un asco. Y, ¿no se estaba diciendo siempre que el sexo no era sólo un acto físico, sino todo lo demás que lo rodeaba? Los sentimientos, la conexión íntima, el vínculo que era más profundo que dos cuerpos uniéndose durante unos cuantos minutos.

Con esos pensamientos muy en mente, se secó, lista para sacárselo de la cabeza y seguir con su vida. No era propio de ella comportarse como una idiota por un hombre sólo porque lo encontrara atractivo, o al menos no era propio de la «ella» que aspiraba a ser.

Joe Jonas podía ser hermoso a la vista, pero una cosa era cierta: no le dejaría invitarla a una CocaCola, y mucho menos dejar que se duchara con ella.

~~~~

________ llevaba el teléfono inalámbrico de sala en sala, maquillándose y preparándose para irse, mientras reñía con Phil sobre la última tanda de facturas.

—Nuestros costes de subcontratación se han disparado últimamente —dijo ella, mientras se pasaba un cepillo por el cabello.

Tras dejarlo sobre la mesa de marfil, echó un vistazo al espejo que había sobre su cómoda a las ventanas que había en la habitación, que aún tenían las persianas bajadas desde la mañana anterior. Eso significaba que Joe Jonas no podía verla, lo que era bueno, pero también significaba que ella no podía verlo a él. Estaba fuera, en algún sitio, pintando y, a pesar de sus advertencias en la ducha para olvidarse de él, la ponía nerviosa preguntarse sobre su proximidad exacta.

—Eso está completamente fuera de mi control —señaló Phil mientras ella apartaba el teléfono de su boca y usaba su mano libre para aplicar lápiz de labios carmesí, justo un tono más claro que la falda que llevaba puesta—. Los costes de construcción son altos en todo el estado. Oferta y demanda. Contratamos a los mejores y tenemos que estar dispuestos a pagar por ello.

Se puso un par de zapatos sin cordones.

—Bueno, se está llevando un buen pellizco del margen de beneficios. Y, cuando salgan los números del segundo trimestre, tú serás el que responda ante Henry y los socios.

—Te olvidas, nenita —dijo, burlón—, de que soy un socio.

Ella sonrió incluso mientras ponía los ojos en blanco ante el mote cariñoso que no dejaría que nadie más en el mundo, excepto quizás su padre, usara sin consecuencias.

—No, no me olvido. Sólo espero que los tengas comiendo de tu mano tanto como piensas.

—Tendrán que confiar en mí. Me conozco este negocio como la palma de la mano y también pierdo dinero con esto. —Phil era el segundo mayor accionista de la compañía, después de Henry.

—Debe de ser agradable ejercer tanto poder —bromeó ella.

Mientras bajaba las escaleras, fijó sus ojos en las ventanas del recibidor, que estaban abiertas de par en par al sol de mediodía. No había rastro de su pintor, pero su furgoneta seguía aparcada en el camino de entrada, así que supo que todavía no se había ido a comer.

—Ten cuidado, nena —respondió Phil—, o dejarás de estar invitada a mi fiesta.

Maldita sea, la fiesta de Phil. ¿Cómo había conseguido olvidarse de eso? Memoria selectiva, suponía. No iba a tener tanta suerte como para que cayera de la lista de invitados.

—Estarás allí mañana por la noche, ¿verdad?

Ella dudó. ¿Podía mentir? Nunca había sabido mentir muy bien, pero quizás aquél fuera el momento de aprender. ¿De qué otra forma se iba a librar de todas esas ridiculas fiestas que marcaban su vida?

Justo en ese momento pudo ver una escalera manchada de pintura apoyada contra la casa, fuera de la ventana del comedor, pero no había ningún pintor en ella.

—Le partirías el corazón a Jeanne si no fueras —dijo Phil con su frecuente tono jocoso—. Sabes cuánto le gusta hablar contigo sobre ropa y todas esas cosas de chicas.

Phil y su esposa estaban a finales de los treinta y, aunque Jeanne era un poco mayor que _________, disfrutaba de la compañía de la mujer. Se sabía que algunas de las fiestas de Phil habían acabado siendo salvajes, se había tropezado con más de una stripper en fiestas anteriores (parecía obligatorio, si era el cumpleaños de alguno de sus amigos), y también había encontrado algún que otro condón usado flotando en un retrete. Pero Jeanne siempre parecía una cara sensata en la multitud, casi tan fuera de lugar en tales eventos como ella misma.

—Además —añadió Phil—, Jeanne vio a Carolyn en el gimnasio el otro día y también la invitó. Creo que viene todo tu grupo: Carolyn, Holly, Mike y ese tal Jimmy.

________ suspiró mientras se dejaba caer en el antiguo sofá de la sala de estar. Por desgracia, la verdad es que no era su grupo: eran los... groupies de Carolyn. Aquélla era la única palabra que los definía. Adoraban a Carolyn y ________ no estaba segura de quién dormía con quién, pero, sin lugar a dudas, sentía las fuertes vibraciones sexuales entre ellos cuando estaba cerca.

Aun así, saber que los habían invitado de su parte la hacía sentirse obligada a asistir. Y, además, como se había dicho a sí misma la otra noche, las buenas prácticas comerciales la obligaban.

—Claro, Phil —dijo finalmente—, estaré allí con todo mi interés.

—Más que eso, espero. —Casi pudo sentir su guiño.

—Bueno, no querría montar una escena —bromeó, en un intento por ser despreocupada—, así que veré si también puedo encontrar algo de ropa que ponerme.

—A mí, por otra parte, me encantaría que montaras una escena; pero no estoy seguro de cómo se sentiría Henry al respecto.

Rió con él, ya que era más fácil que protestar, hasta que colgaron. Aunque pensaba en lo extraño que era que ella fuera a las mismas fiestas salvajes que su padre y que, si abriera una puerta en una de aquellas reuniones y se encontrara a un hombre coqueteando con una modelo fascinante, era tan probable que fuera Henry Ash como cualquier otro. Lo quería, pero había cambiado mucho desde que su madre había fallecido, ocho años atrás.

Había sido algo más que sólo el anhelo de independencia lo que había llevado a _________ a querer su propia casa; se había cansado de encontrar jóvenes desconocidas en la mesa del desayuno. Se preguntaba si realmente funcionaba, si su padre se sentía tan joven como le gustaba aparentar.

Durante los años de su transformación de hombre de negocios normal al Hugh Heffner de Tampa Bay, _________ había estado ocupada construyendo su vida. Después de la universidad, había aceptado un puesto como contable en la empresa y pronto ascendió a contable ejecutiva en jefe, segunda en el mando sólo con Phil cuando se trataba de manejar el dinero de la empresa. Phil había entrado en el negocio con su padre diez años antes y poseía el veinticinco por ciento de la sociedad. Su padre controlaba un muy calculado cincuenta y uno por ciento; había tenido discrepancias con un antiguo socio cuando ella era una niña y, desde entonces, había jurado mantener siempre el control de la empresa. El veinticuatro por ciento restante estaba repartido entre inversores locales y unos cuantos empleados que habían trabajado en la empresa desde hacía mucho tiempo. Ella misma no poseía nada de la empresa. Heredaría las acciones de su padre en Ash Builders a su muerte y no veía razón alguna para invertir más; ya se sentía más que suficientemente rica.

—¿Y si se casa con alguna chica tipo Penthouse y cambia su testamento? —le había preguntado una vez Carolyn.

—Ha prometido que, si se casara de nuevo, dejaría otras participaciones a su esposa, pero la empresa siempre será mía.

Carolyn había puesto los ojos en blanco, con cinismo.

—Es fácil para él decirlo, pero si ella quiere la empresa y satisface al misil de un ojo...

—Carolyn, no hables así de mi padre.

—Perdona —había respondido su amiga con una risa tranquila.

Pero el hecho era que, a pesar de los cambios producidos en su padre, se habían mantenido unidos, y ella sabía que nunca la traicionaría, no le cabía duda. Aquella parte de su vida estaba segura. Sin embargo, cuando pensaba en el resto de su vida, que se suponía que había estado tan ocupada construyendo, se preguntaba dónde estaba.

Aunque la fiesta de la que se había ido la otra noche no era excepcional, los sentimientos que le había provocado (la necesidad desesperada de huir) no la habían abandonado y le habían hecho replantearse cosas. Era propietaria de la casa, que adoraba, su único remordimiento era que deseaba haber hecho más para ganársela. Y tenía su trabajo, con el que ganaba mucho dinero y hacía cosas inteligentes con él: ahorraba, invertía y donaba una suma considerable a organizaciones benéficas infantiles y a las artes locales. Así que, en realidad, sólo era su vida social la que tenía carencias.

Casi se rió cuando, por fin, se levantó del sofá y fue a la cocina a dar de comer a Isadora. ¿Quién habría soñado que su padre sería el que tuviera el calendario social apretado y animado y que ella, a los veintitantos, no tendría novios, sólo una amiga íntima y poco que esperar en ese ámbito?

«Pero no, sigues olvidándolo. Puedes tener todos los amigos y chicos que quieras, simplemente no te gustan las ofertas».

Justo entonces, Isadora entró trotando alegremente en la cocina al sonido del abrelatas.

—Hola Izzy. Al menos te tengo a ti, ¿verdad? —Se agachó para rascar brevemente a la gata detrás de la oreja—. Siempre y cuando te siga alimentando y si estás de humor para tener compañía, soy tu mejor amiga en el mundo entero, ¿eh?

Izzy dejó escapar un cordial «miau» y, durante un momento, _________ pensó que la gata estaba respondiendo de verdad, hasta que se dio cuenta de que tenía una lata de comida para gatos abierta y no la estaba echando en el bol de Izzy lo suficientemente rápido.

Tras agarrar el platito de cristal del tapete que servía como comedero de Izzy, se ayudó de una cuchara para echar la comida y lo colocó en el suelo, para ver cómo Izzy prácticamente se abalanzaba sobre él. Entonces, echó un vistazo al reloj del microondas; sería mejor que se pusiera en camino o llegaría tarde.

Había quedado con Carolyn para comer y, después, tenía que pasar por la oficina para dejar algunas cosas y agarrar otras y... ah, sí, también tenía pensado reñir a su querida Sadie por enviar a Joe Jonas a su casa.

Fue en ese preciso momento cuando echó un vistazo por la ventana de su comedor para ver un par de botas de trabajo en la escalera. Se quedó helada. No se había tropezado con él desde su desagradable presentación del día anterior, pero casi tembló ante la visión.

Quizás porque sabía qué aspecto tenía el resto de él.

Quizás porque sabía dónde estaba exactamente en aquel momento; estaba justo allí, ni a tres metros de ella, si no se tenía en cuenta el cristal que los separaba.

Y, quizás, porque era su dios del océano y había fantaseado con él en la ducha hacía sólo unas horas.
Lo del dios del océano era lo que más la molestaba. La verdad es que el hombre de su fantasía en el mar no tenía una cara concreta, rasgos concretos. Era más como la idea de una cara; y, en el momento en que había visto a Joe Jonas en su puerta de entrada, él había suplido las piezas que faltaban hasta un grado de perfección inquietante.

Cuando empezó a bajar la escalera, ella se estremeció. No quería volver a encontrarse con aquella cara a través de la ventana. Agarró su bolso de la encimera, recogió su maletín y dijo: «Hasta luego, Iz». Después, se dirigió a la puerta del garaje sin mirar atrás.

Sin embargo, tras pulsar un botón de la pared y ver cómo se abría la puerta del garaje, se le volvió a caer el alma a los pies; su furgoneta la bloqueaba dentro. Había aparcado a un lado del camino de entrada, pero daba la casualidad de que su coche estaba en ese lado y el resto del garaje estaba lleno de cosas de jardinería, esquís acuáticos, una bicicleta y la moto acuática de Carolyn, así que no podía salir. Genial. No quería ver la cara de su dios del océano, pero parecía inevitable.

Tras tirar el bolso y el maletín en el asiento del copiloto, respiró hondo y se dispuso a dar la vuelta a la casa, con las llaves en la mano. «No pasa nada. Él sólo es un hombre que hace su trabajo y tú eres sólo una mujer a la que le están pintando la casa».

Él levantó la vista en cuanto apareció por la esquina. Una escalera, tela protectora y botes de pintura variados estaban esparcidos por la zona, pero todo lo que ella vio fue a él. Igual que la mañana anterior, la visión casi la mareaba; emanaba masculinidad pura de la cabeza a los pies.

Una camiseta blanca sin mangas se amoldaba a su musculoso cuerpo. De nuevo, no estaba segura de si él la asustaba, la excitaba o las dos cosas. No podía cuestionar que al menos la intimidaba y, cuanto más se acercaba, menos podía cuestionar que la excitaba. Para su disgusto, una atracción animal diferente a cualquier cosa que conociera fluía por sus venas, cambiando su sangre por lava caliente.

—Tienes rosas trepadoras. —Señaló el entramado cubierto de brillantes flores de color fucsia con tono molesto. Aquel tipo no era muy dado a las conversaciones informales.

—Sí —respondió ella, mientras pensaba: «Oh, Dios, allá vamos».

—¿Se te ocurre cómo se supone que voy a pintar alrededor de rosas trepadoras?

La verdad es que no había pensado en ello, pero dijo:

—¿Nunca antes has pintado una casa con nada que trepe al lado?

—En, realidad, no. Normalmente pinto obra nueva, ¿recuerdas?

Suspiró irritada y observó detenidamente el entramado. Había trabajado cuatro años para hacer crecer aquellas rosas y no quería matarlas sólo para pintar la casa.

—Quizás podrías sacar el entramado del suelo de alguna forma sin desarraigar las rosas y colocarlo suavemente en el suelo mientras pintas detrás.

—No soy jardinero —dijo secamente.

«No, eres un estupido».

Estaba pensando en decirle aquello cuando él dijo:

—Pero lo haré, siempre y cuando no se me considere responsable de cualquier daño a las rosas.

—Gracias —respondió ella, de forma mecánica, aunque apenas pensaba que mereciera su gratitud. Odiaba tener la sensación de que aquel hombre había obtenido lo mejor de ella las dos veces que habían hablado.

—Por cierto, necesito que muevas la furgoneta. Me está bloqueando.

Se giró para mirarla y ella supo de forma instintiva que era la primera vez que la veía de verdad desde que habían empezado a hablar. Su mirada penetró en la suya y se movió atentamente por su cuerpo. Una calidez incómoda la recorrió. Él no era sutil y ella quería sentirse ofendida, pero la lava de sus venas sólo ardió más. Se sentía atrapada bajo su escrutinio mientras un silencio notable cargaba el ya cálido aire.

—Claro —dijo secamente, con aquellos ojos penetrantes rebosando una sexualidad innegable que, de repente, a _________ le pareció... íntima. Un hombre que se la comía con la mirada con la intención de seducirla normalmente hacía que huyera como loca en dirección contraria, pero, por alguna razón, con Joe Jonas, su dios del océano, dudaba.

«Maldita sea, maldita sea, maldita sea». No quería desear a aquel hombre. Era maleducado y desagradable en todos los sentidos. Es decir, excepto a la hora de mirarlo.

—¿Estamos esperando algo? —preguntó, y ella se dio cuenta de que él había estado esperando que ella se girara y se pusiera en camino para poder seguirla, pero, en lugar de eso, ella estaba tan enraizada como sus rosas, mirándolo fijamente, envuelta en deseo.

—No —dijo ella, y sacudió rápidamente la cabeza mientras volvía en sí—. Sólo estaba distraída. —Aunque supo de forma instantánea que era la respuesta equivocada; él era demasiado consciente de todo lo que tenía lugar silenciosamente entre ellos.

—¿Distraída? —preguntó él, mientras insinuaba la misma sonrisa arrogante del día anterior. La misma mirada de complicidad, casi retándola a ser sincera y decirle exactamente qué la había distraído.
En lugar de eso, sólo lo miró a los ojos un segundo más y, después, se giró para volver a rodear la casa, sin dedicarle a Joe ni un solo vistazo más mientras llegaba al camino de entrada, entraba en el garaje y se metía en el coche.

Tras arrancar, agarró el volante con fuerza y esperó con impaciencia mientras él sacaba su furgoneta a la calle. Notaba que sus movimientos eran temblorosos y mecánicos mientras daba marcha atrás, pulsaba el botón que hacía que bajara la puerta del garaje y pisaba el acelerador para hacer correr demasiado el Z4 por Bayview Drive.

Lo sentía como una huida, la misma libertad que cuando se iba de una de esas horribles fiestas. Sin embargo, era diferente, peor. Porque él sabía (ella sabía que él lo sabía) que ella lo deseaba. Su corazón palpitaba con fuerza.

Pero aquel ridículo deseo, aquella forma ridicula de fantasear con su pintor se había acabado, ¡a partir de ese mismo momento! ¡El hombre era un imbécil!

Ahora lo único que necesitaba era dejar de sentir aquel hormigueo en su cuerpo.

«Eres una mentirosa, _________. Nada ha terminado. No es una decisión que puedas tomar: es una reacción, una reacción que no puedes detener por más que quieras». Aquel tipo podía ser el mayor y más arrogante burro que existiera, pero también era el tipo de hombre que podía hacer que fuera lasciva si no tenía cuidado, el tipo de hombre que podía hacer que olvidara lo que realmente necesitaba durante el tiempo suficiente para darle lo que ella pensaba que deseaba durante una noche.
Si no se lo hubiera jurado a sí misma... pero lo había hecho. Ningún hombre más como él. Tenía pensado mantenerse firme, ya viniera lluvia o tormenta, o Joe Jonas. Sólo esperaba que fuera un pintor rápido y que saliera de su vida antes de que cometiera alguna estupidez.
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Mensaje por Anita23 Jue 22 Mar 2012, 10:46 am

Ahh se esta enamoando jajaja siguelaaaaa
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Mensaje por aranzhitha Jue 22 Mar 2012, 4:31 pm

que le paso a davy?? Me encanto el capi siguela
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Mensaje por DanyelitaJonas Vie 23 Mar 2012, 9:32 am

SIGUELA
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