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Un deseo más, un deseo menos

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Un deseo más, un deseo menos Empty Un deseo más, un deseo menos

Mensaje por hange. Miér 13 Ene 2021, 2:53 pm

Un deseo más, un deseo menos
autora: emily ❆ género: realismo mágico ❆ palabras: 14,626


Jessica S. as Zu Almánzar
Quincy B. as Iván Gonzales

PARTE I

Enamorarte de tu mejor amigo suena bonito en las películas. Exhilarante, una aventura, algo que siempre termina bien (hola, fantasía), porque la protagonista siempre debe que tener lo que ella quiere. Te sudan las manos y la piel detrás de la rodilla y todo lo que no debe sudar —pero es también mágico y hermoso.

Qué chiste y qué mentira.

Porque, aunque podría ser verdad que en un universo paralelo yo me enamoraría de Manu y él me correspondería: en este universo no me ha tocado el amor correspondido. Porque Manu está con Ariel, mi mejor amiga. Yo, toda celestina, los presenté y poco tiempo después ya la magia había surgido. Tenían la misma marca, esa que sale después de que conoces a tu alma gemela. Las personas que logran tener una son casi un tesoro nacional.

Así que solo quedaba una cosa por hacer. Tenía un problema grave y la única solución era: destruir por completo esos sentimientos románticos, pulverizarlos, hacer que no existieran en ninguna realidad —y que nadie se diera cuenta. Porque esto no era una película. Y yo, ignorando mi detestable corazón roto, estaba feliz de que ellos estuvieran felices y sabía que algún día me iba a tocar ser madrina y padrino de honor en su boda.

En conclusión: me largué del país.

Hay más detalles ahí que podrían ser relevantes: que conseguí un trabajo del otro lado del continente en el tiempo “perfecto” y que ya estaba planeando irme de todos modos, pero es más dramático si lo cuento así.

Eso fue hace casi dos años atrás. Ahora, después de cortas visitas en verano y muchas más cortas en una Navidad, no puedo seguir escapando. Ha pasado tanto tiempo que mi afro pasó de ser diminuto a ser casi una cabeza más de diámetro. He dicho que sí a cenar con mi familia en Nochebuena y pasarme una semana de año nuevo con Manu, Ariel e Iván en uno de los campos del norte de la isla. Finalmente, la pandilla se reunía después de mi repentino distanciamiento.

¿Qué podría salir mal?

Pauso la conversación conmigo misma para prestar atención a mi alrededor.

La fiesta de Nochebuena es todo un caos, como todos los juntes en mi familia. Sean de un domingo por la tarde donde solo se va de visita a mi abuela, el cumpleaños de alguna de mis tías o alguna cena por un evento especial: donde está mi familia, siempre hay ruido. Música alta que resuena en todo el edificio (merengue, bachata, salsa), los griteríos de las tías y sobrines hablando de todo y nada, los que cocinan y los que se ocupan de grabar todo.

—¡Mi niña, que bella y gorda estás!

Abrazo a mi abuela por más tiempo que al resto de mis familiares. Su cara rechoncha llena de arrugas es como un bálsamo purificador de todos mis malestares. Me siento junto a ella por un momento, donde me pregunta sobre mi vida y el trabajo. Brevemente, le doy un resumen de mi trabajo de diseñadora editorial de una forma que pueda entenderlo.

Como todos los años, Nochebuena es donde mi abuela. El apartamento no es lo suficientemente grande para todos, pero eso nunca es un impedimento. Preparan el comedor principal para la comida y sacan todas las sillas que pueden al patio trasero. A mi mama y a otra de mis tías les toca llevar más sillas —porque somos como 20, sin contar las personas que no han podido venir.

Horas después, doy sorbos a mi pequeño vaso de cristal, que tiene ron con hielo, mientras fijo la mirada en el cielo. Aquí hay más estrellas que en la ciudad, porque está más despejado y no hay tanta contaminación. Este año todos están emocionados por el “milagro” de que la lluvia de estrellas vaya a verse desde nuestro país, cuando nunca podemos presenciar un fenómeno así a menos que estés en una montaña bien alta.

Hago un intento fallido de identificar alguna constelación, mientras medito las palabras que todos han repetido en algún grado desde hace unos meses. Pedir un deseo. Ja, si todo fuese tan fácil. Según las noticias, el fenómeno natural es único y es un regalo que pueda verse desde todos los rincones del planeta.

De todas formas, no pierdo nada con ello. Cierro los ojos y saboreo el dulce amargo del ron calentar mi garganta. Los abro y me fijo en las estrellas que parecen moverse como destellos con vida, aunque realmente estén muriendo. Hasta que pasa una tan grande que por un momento creo que va a estrellarse contra mi cara.

Mis ojos están tan abiertos que por un momento temo lastimarme. Vagamente escucho las exclamaciones de mi familia, al otro lado del patio y en la casa. Es fascinante. Me quedo boquiabierta, mirando el espectáculo. Repito la misma oración en mi cabeza por lo menos tres veces, intentando grabar ese momento con la mirada.

Solo quiero sanar y dejar los miedos atrás. Sólo eso.

—¡Zu, se van a beber todo tu ron!

Me levanto del césped y regreso, chillando, hacia mi familia. Me peleo con mi tío José por el último trago de la botella, cuando ambos sabemos que hay otra escondida debajo del estante en la cocina. Me olvido de los deseos por el resto de la noche, y seguimos bailando, bebiendo y chillando hasta que son pasadas las dos de la madrugada.

Ocasionalmente, salgo al patio a tomar aire fresco y bajar un poco los niveles de alcohol con una botella de agua. Mientras observo las pocas estrellas que bailan en el cielo, cómo parecieran ser de varias tonalidades de una base azul y morado. Por mi cabeza cruzan más deseos, fugaces, derivados del principal: Dejar el miedo a renunciar a mi trabajo, a volver a tener sentimientos por uno de mis mejores amigues, a volver a ser vulnerable, a que nada salga bien.

❆ ❆ ❆ ❆ ❆

El día después de navidad toca ir a visitar a mis mejores amigos. A quienes no he visto desde el verano.

Emprendo el camino por las calles de mi vecindario. Son algunos 15 minutos caminando hasta el de Manu, donde acordamos juntarnos el domingo por la tarde. A pesar de ser pleno diciembre, aquí no hace frío; es más como una brisa de baja temperatura, pero el sol siempre está allí para contrastarlo. Así que monto unos jeans cortos anchos con una camiseta roja de "THING 1" y me cuelgo la mochila de muchos colores de los hombros. Me entretengo mirando la avenida por siempre ocupada y en poco tiempo mi mente comienza a divagar, mientras avanzo por la larga avenida.

Desde que tienes un poquito de lo que llamamos "uso de razón", te hablan de las almas gemelas. Te cuentan sobre la experiencia delirante, llena de magia, hermosura y maravillas que es conocer a tu alma gemela. Que sientes el ardor de todas las emociones en donde te sale la marca, después de conocerla. Que es algo que todo el mundo debe experimentar y un objetivo de vida que te hará sentir completo.

Claro, después de crecer, te das cuenta de la línea medio obsesiva que hay en esta forma de pensar. Nadie debería esperar a nadie para sentirse completo. Y que también existen las personas que nunca tienen una marca. O que aman a otra persona que no tiene la misma marca que ellos. O que simplemente, no quieren estar con nadie, tengan marca o no. Y que eso está totalmente bien.

Aprendí a detestar rápidamente toda la historia de las almas gemelas. Que, para algunas personas, podrías tener contacto con una raza alienígena o descubrir la cura al cáncer, pero si no tenías tu alma gemela, has fallado olímpicamente en la vida. No, gracias.

Por eso, cuando me enamoré de Manu y pensé que mi alma se movería por él, enterré todos estos sentimientos en un cofre bajo siete llaves. Y luego cuando su marca apareció cuando conoció a Ariel, y se correspondieron —poco me faltó para combustionar espontáneamente y dejar de existir.

Han pasado más tres años, y el deseo de explotar ya no existe. En su mayoría. Definitivamente, ahora puedo hablar con ambos sin sentirme que soy un mal trío o que quiero vomitar o que debería irme para no estorbar (aunque Iván esté allí y seamos cuatro). Ahora todo está bien.

Al menos, eso me digo mientras subo las escaleras hasta su departamento, mientras escucho A la Mar de Vicente García de fondo. La puerta del departamento ya está abierta para cuando llego al tercer piso, con Iván esperándome mientras se apoya en el marco de la puerta. Me fijo en que se ha dejado crecer el cabello oscuro y lo tiene en dos trenzas francesas, con dos lados del costado rapados. Le sonrío y voy a abrazarlo sin dudarlo.

—¿Dónde está mi regalo? —es su forma de saludarme.
—¿Dónde está mi sushi? —contraataco.

Me sorprendo un poco con sus apariencias desde la última vez que los vi (quién me manda a no hacer videollamadas más seguido). Ariel se ha teñido el cabello de un rojo profundo, que contrasta muchísimo con su piel morena, y tiene un nuevo piercing en la oreja. Manu mantiene su cabello rapado, pero se ha dejado crecer la barba, que parece un intento fallido de estos tipos que están buenísimos en Instagram. Iván, exceptuando haberse rapado los dos lados encima de sus orejas, tiene el cabello tan largo que trenzado le llega por debajo de los hombros.

Aunque realmente yo no debería quejarme. Del verano para acá, me había hecho tres tatuajes más en el brazo derecho.

—¡Te queda hermoso rojo! —exclamo, mientras abrazo a Ariel— ¿Por qué no me mandaste fotos?
—Gracias, gracias, soy fabulosa, lo sé —mueve su melena rizada de un lado a otro—. Fue hace una semana, ya para qué —chasquea la lengua—, mejor que lo vieras aquí.
—Bueno sí, tiene sentido —ruedo los ojos—. Y va a quedar demasiado sexy con el bikini que te traje.
—¿Lo compraste? ¡No! —chilla, dándome un empujón— ¡Déjame ver!
—Déjenme saludarla primero —interrumpe Manu, acercándose desde la cocina.

Una vocecilla en mi cerebro suena alerta, pero no es tan fuerte cómo pensé. Le sonrío mientras Ariel refunfuña, y me acerco para abrazarlo. Siento mi estómago relajarse cuando no me dan ganas de morirme.

—¿A mí que me trajiste? —inquiere Manu.
—Son un grupo de interesados, solo les interesan los regalos —lo empujo levemente—. Me voy a devolver-
—Cállate y abre la mochila —ordena Ariel.
—¿Ni siquiera vas a disimular? —exclamo, llevando una mano a mi pecho.
—Tu fuiste la que nos dijo que traías regalo —Iván me sonríe de lado—, es tu culpa.
—¡Ah, mira! Y yo no me acordaba de eso —dice Manu.
—Siempre tienes que estar hablando —fulmino a Iván con la mirada.

Después de joderlos un poco más y fingir que dejé los regalos en una maleta en San Diego, por fin nos movemos al comedor para intercambiar regalos. El bikini para Ariel, más un set de stickers de Disney; un libro de diseño web para Manu; y unos headset personalizados a Iván.

Pasamos la tarde completa hablando de lo que han hecho estos últimos meses. Me hablan de sus trabajos: Ariel siendo psicóloga y trabajando con niños con autismo, Manu teniendo su propio equipo de diseño web en la empresa en que trabaja, e Iván dando clases de portugués y terminando su maestría.

Les cuento sobre el trabajo en la editorial y cómo me han subido a diseñadora senior, y lo emocionante que ha sido —al igual que el aumento de paga. Sin embargo, siento nudo en la garganta cuando escucho la voz en mi cabeza diciéndome que les cuente que he pensado en renunciar desde hace unos meses.

La conversación pasa de la universidad a la última borrachera que se dio Ariel cuando empezaron sus vacaciones de invierno, donde terminó bailando encima del auto de Iván. El susodicho me muestra el video donde Ariel canta canciones de las Pussycat Dolls y Manu está aplaudiendo y voceando como un idiota. Me río tanto que me duele el estómago.

En otro momento pasamos a hablar de los chismes: porque chismosos siempre. Del grupo con el que nos juntábamos en la universidad, que consiste en nosotros más seis personas más. Hablan del lío que se armó entre Yuli, Alexander y Mike: donde todos terminaron embarrados con todos. De que había rumores de que alguien de la promo de Ariel se había ligado con una profesora.

El chisme se pone interesante cuando empiezan a joder a Iván. Mientras Ariel y Manu son conocidos por haber hecho de todo con muchas personas antes de conocerse, Iván es todo lo contrario. O hacía todo en secreto. Así que me sorprende cuando empiezan a reírse, haciendo recuento de un tal “Eddie”.

Estamos en el comedor, tomándonos las últimas cervezas de la nevera. Todos somos demasiado vagos para ir a comprar más.

—¿Qué pasó con este Eddie? —inquiero, sentándome con las piernas cruzadas en la silla.
—Que no pasó, es la pregunta —Manu se ríe tanto que se le sale una risa de chancho, provocando que Ariel se carcajee.
—Pero dejen de reírse y díganme —hago un puchero—. Iván, ¿quién es Eddie?

Iván desvía la mirada y se cruza de brazos.

—A mí no me preguntes —rechina los dientes—. No voy a decir nada.
—¡Injusticia! —exclamo, dando un palmazo en la mesa.

Me sorprende que no me haya dicho, realmente. Pero supongo que no he estado muy pendiente de ninguno estos últimos meses. Frunzo el ceño cuando siento una punzada de culpabilidad en el pecho. Ahora no es momento de centrarme en eso.

—¿No le vas a contar de tu amorcito, Ivancito? —Manu junta las manos como si pidiera clemencia, con los ojos llorándole de la risa.
—¿Ivancito? —repito e Iván hace una mueca como que se quiere evaporar.
—Era uno de sus muchos apodos —Ariel le da una palmada en el brazo y se seca una lágrima invisible del ojo—. Bueno, aquí va: Eddie es un compañero de la uni, es amigo de una amiga, y los presentamos en una de estas noches que fuimos a beber por La Zona —Ariel se pone en modo de cuenta cuentos, exagerando y actuando todas las partes como toda una chica de teatro—. El caso es que, sabemos aquí que nuestro Iván es un tímido de primera —Ariel estira uno de sus brazos y le aprieta los cachetes. Iván intenta quitársela de encima.
—¡Deja mi cara!

Duran un momento forcejeando, Ariel tratando de despegarle las mejillas e Iván forcejando para que lo suelte. Manu rueda los ojos y me mira con exasperación. La Zona me hace falta, ahora que la mencionan. Es una zona llena de construcciones coloniales donde hay un montón de bares, espacios turísticos, hoteles y museos. Es el lugar perfecto para ir de bar en bar con unos cuantos minutos caminando.

—En fin —Ariel prosigue cuando por fin suelta a Iván—. Eddie estuvo encima de él toda la noche. Y al final, quiso llevárselo a uno de los moteles por La Zona —ella y Manu cruzan una mirada llena de picardía—, así que Manu y yo nos fuimos por ahí. ¿Adivina qué?

Abro la boca para preguntar, pero Manu me interrumpe.

—Estás durando demasiado —mueve su mano como un abanico y se gira hacia mí—. El punto es que cuando iban a tener sexo, el tipo se durmió justo cuando estaba…tú sabes… o sea, se desmayó. Como si estuviera muerto —Manu empieza a reírse entre palabras—. Iván intentó despertarlo, pero el tipo simplemente no hacía caso.
—Y luego cuando por fin se levantó —Ariel se inclina sobre la mesa apoyándose sobre ambos brazos—, ¡le vomitó encima! ¡ambos en pelotas! —estalla en carcajadas.

Abro la boca y miro a Iván, esperando que me diga que es un chiste. Pero su expresión de que quiere desaparecerse me confirma todo. Pronto me uno a las risas de Ariel y Manu, imaginándome al pobre de Iván en pelotas, vomitado, en un motel con un pobre infeliz que de seguro no sabía ni donde estaba metido.

Pronto, Iván se levanta de la mesa, harto de nuestras burlas. Camina hacia la sala, que en realidad está pegada al comedor.

—¡No te vayas, Ivancito! —exclama Manu.
—A los dos días, Eddie…Eddie seguía llamándolo para salir con él —Ariel casi no puede hablar por la risa—, ¡por dios!
—Suficiente de mí. Acosen a Zu, ella es la que llegó ahora —suelta Iván, dejándose caer en una de las sillas individuales de la sala.
—Tú cállate —ruedo los ojos y le saco el dedo de en medio, que él ignora olímpicamente.

No hay nada peor que Ariel y Manu cuando se ponen en plan preguntón —tal vez, que nadie les gana comiendo pizza. Aunque supongo que es válido que estén curiosos. En la universidad, tuve pocos ligues de forma ocasional. Desde hace casi dos años yo no habría la boca con respecto al tema, solo para decir “no hay nada” y cambiar de tema como toda una experta en la evasión.  

Por un rato, no hablamos de nada más, calmándonos del episodio de risa de las anécdotas de Iván. Me levanto para ir a tirarme al sillón frente a Iván y me dejo caer hacia atrás.

Ariel termina por sentarse junto a mí en el sillón. Tiene el rostro brillando de picardía, sonriendo de lado y con las cejas alzadas. Por un momento creo que me va a contar de otra borrachera que tuvo antes de que yo llegara, pero lo que sale de su boca es otra cosa:

—¿Qué pasa con Jake? —me pregunta, subiendo y bajando las cejas.

Me quedo en blanco.

—¿Quién es Jake? —parpadeo.

Paso la mirada por todos, tratando de acordarme. Me miran sin decir nada por un momento, con distintas expresiones de cejas alzadas, fruncidas y enarcadas. Y después me acuerdo: Jake, el flacucho que se tiñe el pelo de verde, amigo de Manu.

—Aaaaaah, ¿Qué pasa con Jake? —pregunto yo esta vez, ladeando la cabeza.
—¿No han vuelto a hablar? —cuestiona Ariel.
—No... —me echo hacia atrás, sin entender de qué hablan—. ¿Por qué?

En un principio, ninguno dice nada. Mi cabeza se va intuitivamente por una respuesta, pero trato de sacudirme interiormente. No quiero creer que estén insinuando algo de eso.

—Pensamos que... no sé —Manu se rasca la nunca—, que podría haber algo entre ustedes y...

Sí lo están insinuando. Entrecierro los ojos y aprieto los dedos sobre el cojín debajo de mi trasero.

—La última vez que hablé con Jake fue en el último junte que hicimos en verano, antes de irme —explico, tratando de no subir mi nivel de voz—. La última vez que ligué con él fue hace como un año y medio —mi rostro se contrae en una mueca—. Ambos lo saben. Entonces, ¿Cuál es su punto?

Ninguno dice nada por un momento. Iván, que había estado usando el celular, ha levantado la mirada para observar todo con los ojos alerta y la boca medio abierta. Ariel y Manu cruzan una mirada: una de esas donde parece que se dicen algo que el resto de nosotros no entiende. Me parecería tierno si no tuviera que ver con mi vida privada en este momento.

—¿Entonces? —insisto, cruzándome de brazos.
—Pensamos que había algo...y que solo no nos estabas diciendo —suelta Manu, sin mirarme.
—¿Qué? —suelto los brazos y me inclino hacia delante— Primero: si hubiera algo, ya les habría dicho. Y segundo: ¿Jake? No, gracias.
—¿Nos hubieras dicho? Sí, claro —Ariel rueda los ojos y se cruza de brazos—. A penas nos hablas de tu vida desde que te fuiste-
—¡Les cuento todo! —chillo— Que no haya romance en mi vida no significa que todo lo demás no sirva-
—No dije eso, idiota.
—Pues eso parece. ¿Es lo único que te importa? ¿Qué si estoy sola o no? —me levanto del sillón y siento mis axilas sudar— ¿Cuándo vas a entender que las personas pueden estar felices sin nadie?
—Deja de poner palabras en mi boca —Ariel también se levanta y su rostro está contorsionado de la furia—. Perdóname por preguntarme qué demonios pasa en tu vida cuando solo me hablas de trabajo y poco más-

Suelto una carcajada que no tiene nada de diversión ni felicidad. Manu también se ha levantado y tiene los brazos extendidos, como si fuera el réferi en una pelea que no ha empezado. Iván ha tirado su celular y nos está mirando de brazos cruzados, como si fuera una película.

—¡Solo estoy preocupada! —insiste ella, acercándose hacia mi—. No hablas de tus sentimientos y pensé qué-no sé, ¿tal vez estás viviendo en una nube y-?
—Escúchate, por favor —suelto un siseo— ¿Cuál es tu punto, Ariel? ¿Cómo que una nube, qué es lo que quieres decir?

Hace demasiado tiempo que no peleamos así. Trago audiblemente cuando siento mis ojos aguarse y arder. No hay forma más fácil que hacerme llorar que gritarme y empezar a discutirme. Peor: este sentimiento ahora mismo de darme cuenta de que parece ser que ella y Manu han discutido mi vida amorosa privada más de una vez entre ellos.
Lo cual no está mal. Pero ahora me lo han hecho saber y me están mirando como si fuera una cosa a punto de romperse. Y no lo soporto.

—Miren. A los tres —tomo aire.

Iván levanta los brazos como para decir que no tiene nada que ver, pero lo fulmino con la mirada. Es culpable por complicidad.

—Entiendo que de una forma u otra se preocupen —rechino los dientes y aprieto los puños, clavándome las uñas en la piel—. Pero primero, me pone demasiado incómoda que discutan mi vida privada a mis espaldas.
—¡No es eso!
—Zu, mira-

Hago un sonido con la garganta para interrumpir a Ariel y a Manu, mientras que Iván solo me mira, callado. Sigo tomando aire para no empezar a llorar aquí mismo.

—Segundo: No sé cuándo van a entender que puedo estar perfectamente feliz como estoy. Así como ustedes están felices como están —les indico—. No hay una forma correcta de felicidad, aunque ustedes crean que sí. Es insensible pensar que ustedes sí son felices porque están juntos y yo no porque estoy sola.

Claro, que en algún momento llegué a pensar así como ellos. Todavía hay veces que el pensamiento se cuela en mi cabeza por las noches. Pero no abandonaría mi vida ni la reharía por nada del mundo.

Nos quedamos en silencio por un buen rato. Me meto al baño para lavarme la cara y sacudirme la nariz. Cuando vuelvo a salir a la sala, Ariel está jugando con sus dedos y Manu me ofrece un vaso de agua en silencio. Me siento cómo si estuviera atascada bajo una trampa y estoy dividida entre seguir discutiendo o irme y ya. O insistirles que me expliquen por qué coño han pensado que todo esto es lo que "me pasa".

Sin embargo, me rehúso a empezar la conversación. Me quedo tomando agua pegada a la barra de la cocina. Al final, es Iván quién se pone de pie junto a mí.

—Entonces, ¿no hay nadie? —cuestiona, alzando una gruesa ceja.

Suspiro y dejo de tomar agua. Déjenle a él saltar con la pregunta menos apropiada como si no acaba de pasar nada.

—No.
—¿Ni siquiera otros mejores amigos?
—No-¿Qué? —se me descoloca la cara y dejo el vaso en la barra— ¿De qué hablas?
— Iván, cállate —Manu se le acerca, pero Iván es más alto y lo empuja hacia atrás con el brazo.

Ariel se ha quedado frizada en el sillón, mirándome como si la he pillado haciendo algo malo. Vuelvo a mirada a Iván, que no deja que Manu se le acerque a pesar de la fuerza que hace. Yo no entiendo nada. ¿Cómo que otros mejores amigos?

—¿Qué quieres decir? —me le acerco a Iván.
—Estos dos pendejos aquí —señala a los susodichos—, han hecho este espectáculo porque creen que nos cambiaste por otros mejores amigos —baja la mirada un momento y vuelve a mirarme— y por eso te has distanciado y no quieres volver.

Al terminar de hablar, deja de detener los avances de Manu, provocando que se choque con su costado y casi se caiga de culo. Pero no me hace reír. Estoy muy ocupada haciendo corto circuito, mientras paso mis ojos desde Ariel hasta Manu y a Iván otra vez. Abro y cierro la boca varias veces.

—Um, tu-¿qué dijiste? ¿No entiendo?

¿Cómo que cambiarlos? Pienso que me he esforzado por mantener una distancia que no parezca de lo más obvia posible, porque los adoro, pero necesitaba superar todo y hacerlo sin depender de nadie. Pero de ahí a pensar que los cambié por alguien más... Al parecer, mis esfuerzos no fueron tan sutiles. Recuerdo las llamadas perdidas y las videollamadas pospuestas, y comienzo a sentir un nudo en la garganta.

Se me ahoga un grito cuando Ariel baja la cabeza y empieza a llorar en sus manos. Manu se ve igual de afectado, pero solo tiene los ojos aguados, aunque no levanta la mirada del suelo. Iván me da un apretón en el brazo y coge uno de mis rizos entre sus dedos.

—Pensaron que nos estabas dejando de lado por tu nueva vida, Zu — Iván sonríe de lado, con su vibra sabia pero amarga—. O por alguien. Lo expresaron de mal forma, pero...

Antes de que pueda terminar porque estoy cruzando la sala, tirándome encima de Ariel en el sillón. Ella me abraza y siento sus lágrimas caerme en un lado de la cara y sus sollozos aumentan cuando se quita las manos del rostro. No ha valido irme a lavar la cara porque empiezo a llorar también, apretándola por la espalda.

No sé cuándo, pero Manu y Iván terminan con nosotras. Se sientan en el suelto frente al sillón y nos abrazan por las piernas. Nos quedamos así un buen rato, supongo que hasta que no haya más lágrimas para poder hablar correctamente.

❆ ❆ ❆ ❆ ❆

Media hora después todos hemos dejado de llorar. Sentados en el suelo de la sala, con tazas de café (para Manu y yo) y té (para Ariel y Iván), los ojos rojos e hinchados y las voces patosas y roncas. Me dedico a oler el café varios momentos antes de dar el primer sorbo, tratando de buscar el efecto de la cafeína y la serenidad interior. Que no tengo. Doy otro sorbo y carraspeo.

—Nunca, nunca, nunca, los voy a "cambiar" —suelto, mirando hacia mi café—. Ustedes no se cambian, para que lo sepan. Siento que se hayan sentido así, no fue mi intención.

Otro silencio pasa, que se ve interrumpido solo por Iván dando sorbos sonoros de su té. Me quedo mirándolo.

—No me mires así, yo ya lo sé —me dice cuando me atrapa—. Intenté decirles pero son como dos mulas, estos dos-¡ay!

Ariel le ha pegado un codazo y Manu le saca el dedo de en medio. Sincronizados siempre. Sonrío y bajo la mirada otra vez.

—Lo sabemos, es solo qué —Ariel suspira y deja su té en la mesa—, cuando te invitamos a venir las últimas veces, siempre decías que no y luego en tu stories parecías estar en todas partes y.…no sé, tú sabes… También que-
—Podrías haber preguntado —le pincha Iván.
—No me interrumpas —Ariel le da otro codazo, pero más suave—. En fin, Manu tenía las mismas dudas que yo y tú no nos decías nada a ninguno-
—Porque no había nada que decir —ruedo los ojos.

Ariel chasquea la lengua y abre la boca para seguir hablando, pero Manu le gana.

—Perdón por eso, también —me sonríe sin mostrar los dientes y me sujeta de la mano—. Debimos haber preguntado.

Le doy un apretón de mano y asiento; al mismo tiempo, Ariel suelta su té en la pequeña mesa y gatea hacia mí, escondiendo su cara entre mi cuello y hombro. Le abrazo por la espalda, sonriendo, y apoyo mi cabeza en la suya. La mata de rizos dificulta la tarea, pero nos acomodamos bien.

—Sí, lo siento amiga —dice, con voz diminuta y la escucho sorber por la nariz.

Por un momento me pasa por la cabeza hablarles sobre por qué me había ido de esa forma y una parte de mi rechazo a volver, al menos el primero año. O por qué me distancié —porque estoy al tanto de que lo hice. Sin embargo, recuerdo que para eso debo confesar mi enamoramiento. Y aunque ya esté bajo los siete infiernos y no sienta nada más que amor platónico, prefiero que eso se quede conmigo hasta la tumba.

Cuando la comida llega y estamos mirando El castillo ambulante de Howl, Ariel se me pega en una de las escenas en que Howl está enfrentando a los aviones de guerra, transformándose en esa ave rara y negra. Coge una de mis papas y yo agarro un nugget, mientras no despegamos los ojos de la película.

—¿De verdad no hay nadie? —susurra, con un brillo en sus ojos. ¿Esperanzado? Bah.
—Amigues tengo varios —me encojo de hombros, comiendo papas fritas—. Y así soy feliz.

Ignoro la punzada de irritación que me da la pregunta y suspiro por la nariz cuando deja de insistir. Pasamos el resto de la noche admirando a Howl y a Sophie y a todo su maravilloso mundo. No quiero volver a discutir con nadie hasta el próximo año.

❆ ❆ ❆ ❆ ❆

Ese día me voy a quedar a dormir en su departamento. Ariel y Manu se van a la habitación de él cuando dan como las una de la madrugada. A las 1:30, me rindo y me meto en la habitación de Iván. Hemos compartido habitación muchas veces, desde estudiantes con falta de sueño y mucho estrés, hasta profesionales con ansiedad post-graduación y borracheras porque sí.

Me levanto a eso de las tres de la madrugada para ir al baño. No me sorprende ver que Iván aún no se ha dormido. Cuando salgo del baño, voy directo a la cocina a servirme agua y me fijo en que él está en la sala, sentado en el sillón frente a la televisión, jugando Zelda: Breath of the Wild. Dejando el vaso vacío en la barra, me estrujo los ojos y me acerco a sentarme a su lado.

Iván no se inmuta cuando me tiro junto a él. Me dejo caer contra su brazo y acomodo mi cabeza, agarrando la manta que está en su regazo y cubriéndome con ella.

—¿No planeas dormir? —murmuro, mirando el juego, pero sin fijarme realmente en qué está haciendo. Los gráficos son bien bonitos.
—Estoy a unos minutos de acabar, así que sí —contesta, concentrado en lo suyo—. ¿Por qué estás despierta?
—Pipí —estrujo mi cara con su bíceps, acomodándome más—. Sigues igual de cómodo que siempre —digo, entre bostezos.
—Págame que no soy tu cama.
—Shhh —cierro los ojos.

Por un momento, solo se escucha el sonido a bajo volumen del juego y los controles siendo presionados por Iván. Entonces, recuerdo el incidente de esta tarde. A pesar de haber hablado todo, todavía me queda una sensación de incompleto en el interior. ¿Desde cuándo piensan de esa manera?

—Iván —lo llamo, sin abrir los ojos—, ¿por qué saltaron con todas esas acusaciones hoy?

Pegada como estoy de él, siento todo su cuerpo tensarse. Aprieto los dientes y abro los ojos, pero Iván ha vuelto a relajarse, jugando cómo si no ha pasado nada.

—¿Qué no me estás diciendo? —susurro.
—No sé de qué hablas —él sigue jugando.
—Iván, ¿por qué tanta insistencia con que si hay alguien o no? Antes no eran tan intensos —frunzo el ceño, mirando cómo avanza por el campo en el juego.

Vuelvo a mirar su perfil. Iván aprieta los labios y veo su quijada tensarse y relajarse en silencio.

—Si te lo digo, vas a tener que decirme por qué te fuiste —susurra, mirándome de reojo—. No por el trabajo ni tu deseo de viajar, sino la otra razón.

Ahora quien se tensa soy yo. Me siento de golpe, echándome para atrás. Porque el disimulo no lo conozco ni para evitar morirme.  

—No sé de qué hablas —mi voz suena temblorosa.
—Pues la conversación ha terminado y yo seguiré jugando.

Suelto un resoplido y dejo caer la cabeza en el espaldar del sillón. Escucho la risita infantil de Iván y suelto un chasquido. Se me acelera el corazón de solo contemplar decirle. No sé cuánto tiempo ha pasado de los minutos que dijo Iván que le quedaban del juego. Siempre son cinco minutos más con él. He hecho tres ejercicios de respiración para cuando decido abrir la boca y simplemente decirle. Agarro un cojín y lo abrazo, mientras me cubro casi de pies a cabeza con la manta. Me giro por completo hacia él y vuelvo a suspirar.

—Justo cuando presenté a Manu y a Ariel, hace como tres o cuatro años, ¿te acuerdas? —mi voz se mantiene normal por el momento.
—Sí. Sus marcas aparecieron casi al instante —contesta sin prestarme atención.
—Eso —aprieto las uñas en el cojín—. Para ese tiempo, yo estaba enamorada de Manu. Muy.

Creo que estoy temblando de los pies a la cabeza. Me invaden unas ganas horribles de irme corriendo, así que me oculto debajo de la manta, como si estuviera imitando a un fantasma. Con un ojo cerrado y otro abierto, observo su reacción.

Iván, que nunca se queda sin nada que decir, está estático. Quita el juego, deja caer el control en la mesa de café y se voltea completamente hacia mí. Creo que se ha puesto un poco pálido, pero todo está oscuro y la luz de la tele no es suficiente.

—Estás jodiendo.
—No —sonrío de lado, sintiendo una punzada de dolor—, desearía que sí, pero no.

Sacudo la cabeza, tratando de evitar que mi mente se vaya por esos recuerdos. Que lo haya superado no significa que no duelan. Carraspeo y suelto todo como una carretilla fuera de control por un barranco lleno de piedras.

—Al principio pensé que podría manejarlo. Ya sabes, normal —me encojo de hombros—, pero pasó el tiempo y, eh, no podía superarlo. Igual ya había empezado a enviar currículum para trabajar donde sea, porque quería ganar experiencia —aleteo con mis manos en el aire mientras hablo—. Y entonces, cuando…cuando Ariel empezó a hablar de que podríamos vivir juntas después de graduarse, me puse a pensar en tener que aguantar eso todos los días sin poder superarlo y eh, …me tuve que ir.
—Zu...
—El trabajo llegó en el momento ideal. Y por eso me alejé —hago una mueca con los labios—. Tenía que superarlo, …y eso implicaba hacerlo sin ninguno de ustedes.

Iván hace una pausa, apretando los labios; pero no dura mucho en silencio. Me examina con sus ojos afilándose. No sé si veo tristeza o enojo o pena, no sé qué quiero ver.

—¿Por qué no me dijiste? —se pasa una mano por la cara.
—No iba a ponerte en ese lugar. Sabiéndolo y estando con ellos aquí —le paso una mano por las trenzas—. Igual, la he pasado muy bien allí. Redescubriéndome.
—Sí, pero también sufriste —hace énfasis en sus palabras—. Sola.

Estúpido Iván. Me encojo de hombros otra vez e intento sonreírle, pero no me deja porque se me tira encima. Me aprisiona entre sus brazos y siento mi cuerpo volverse fideos. Sus abrazos son de mamá osa: que te hacen sentir que todo estará bien, aunque estés en medio de una crisis. Creo que por eso empiezo a llorar, por centésima vez en el día.

Comienza a acariciarme el cabello y a susurrarme un montón de cosas que no hacen que mi lloriqueo se detenga. Cosas como "siento no haber estado allí", "estoy orgulloso de ti", "perdón por pensar que nos estabas cambiando" y un montón de te quiero que me tienen soltando hipidos y mocos.

No sé por cuánto tiempo lloro. Tampoco sé exactamente por qué lloro. Supongo que por fin dejarlo salir todo con alguien en quien confío tanto. Había jurado que me iría con ese secreto a la tumba. Lloro hasta que mis ojos están hinchados y no puedo ver bien, hasta que me gasto el paquete de servilletas que hay en la mesa sacándome los mocos.

Cuando las lágrimas se acaban y me siento como una esponja seca y floja, Iván empieza a hablarme del último documental de animales acuáticos que había visto. Le hago preguntas absurdas sobre las ballenas.

—¿Entonces? Nunca me dijiste por qué están tan insistentes con mi vida sentimental, la otra razón —recuerdo, cuando estoy borracha del sueño y con los ojos más cerrados que abiertos.
—Tienen esta idea loca de emparejarte con alguien —Iván suelta un bostezo—. Intentaron hacer lo mismo conmigo con Eddie y dos personas más.
—¿Qué coño? —intento enojarme, pero estoy tan cansada que no puedo y bostezo— Creo que deberíamos buscarles un nuevo hobby.
—Sí, se creen casamenteros —Iván se ríe de su chiste malo—. ¿Te cuento del nuevo tatuaje que me quiero hacer?
—Sí —agarro su brazo, usándolo de almohada.

Hablamos hasta que darnos dormidos en el sillón, creo que casi a las cinco de la madrugada.


Un golpe medio suave me despierta, pero no abro los ojos. Poco a poco me acuerdo de todo y soy consciente de que Iván y yo estamos desparramados en el sillón, con la manta encima de ambos. Aprieto los ojos y me vuelvo a concentrar en dormir otra vez. Sin embargo, esta vez el golpe lo siento en la cadera y escucho otro más arriba de mí.

—¿Qué...? —abro un ojo, aturdida.

Con la vista borrosa, observo como Ariel y Manu nos tiran cojines desde el otro lado de la mesa. Uno de ellos cae encima de la cara de Iván: en vez de levantarse, lo usa para taparse la cara.

—Déjenme dormiiiiiirr — Iván se tapa la cara con ambas manos.

Me siento justo cuando el cojinazo de Manu está cayendo y me da de lleno en la cara. Suelto una sarta de maldiciones inentendibles y me estrujo la cara, demasiado aturdida como para responderle.

—¡Hicieron pijamada y no nos dijeron! —chilla Ariel, antes de darle un cojinazo en el estómago a Iván y en el brazo a mí.
—¿Por qué no nos despertaron? —inquiere Manu, dándome con el cojín con mucho menos fuerza que Ariel.
—Ughhh —es lo único que puedo decir.

Me levanto del sillón y me alejo de ellos, estirándome como un gato. Siento la garganta seca y los ojos llenos de lagañas. Normalmente no puedo hablar después de levantarme, mucho menos tras la sesión de esta madrugada.

—¿Por qué no me despertaron a mí? Importo más —Ariel se tira encima de Iván, que suelta un alarido tan feo que creo que le ha roto un órgano.
—Creo que lo mataste —dice Manu.

Suelto una carcajada, con voz de ganso y siento algo moverse en mi pecho cuando recuerdo las veces que nos quedamos todos apretujados en una sola cama, mirando Game of Thrones, bailando High School Musical o hablando de los chismes de la gente de la universidad. Las madrugadas donde estábamos tan borrachos que no podíamos caminar, así que nos quedábamos dormidos en el suelo del departamento.

❆ ❆ ❆ ❆ ❆

Varios días después de más juntes familiares y películas navideñas con mi familia, me despido otra vez para irme al departamento de Manu e Iván para irnos al campo. El pueblo queda a una hora y media de la ciudad, y es una casa de la familia de Manu: tiene dos pisos estilo campestre, con suelo de madera y techos empinados. Lo único que debemos llevar es nuestro arsenal de comida y bebidas, y si se nos acaba cualquier cosa, el supermercado del pueblo bastaría.  

Lo primero que hacen Ariel y Manu después de que ordenamos toda la comida y bebida es irse a su habitación a dormir —en invierno son como una pareja de osos que hibernan. Lo cual nos deja a Iván y a mi preparando la carne para la parrillada de la noche. Más bien, él la prepara mientras yo me siento en la barra de la cocina, poniendo música navideña en Spotify y bebiendo cerveza.

—¿Te puedo hacer una pregunta? ¿De Manu?

Detengo la cerveza de camino a mi boca y la bajo, contemplándolo. Miro hacia las escaleras y espero un momento, asegurándome de que realmente aquellos dos no vayan a bajar de la nada. Iván sigue separando las carnes: le gusta poner cada tipo en diferentes compartimientos, así es más fácil para él cuando tenga que freír todo.

—Sí puedes —cruzo mi brazo libre por encima de mis costillas.
—¿Ya lo superaste? ¿O…?

No reacciono por un momento. Esperando a que “Santa Baby” de Eartha Kitt se acabe para responder.

—Si —miro su perfil—, no habría dicho que si para venir al campo. No soy tan masoquista.

Iván rueda los ojos y hace una mueca. Cuando suena la próxima canción y es “What Christmas means to me” de Stevie Wonder, comienzo a tararear. Apoyo mi mentón en mi puño y me dedico a mirar por la ventana de la cocina. Fuera, el atardecer está acabándose.  

—¿Qué hay de ti? —inquiero, después de un rato.
—¿Qué hay de mí?
—¿Algún super secreto que tengas escondido que no me hayas dicho? —le sonrío y parpadeo adorablemente.
—De hecho…sí —me quedo boquiabierta—. Pero primero tengo otra pregunta.
—¡Okay, pregunta y dime rápido! —estampo la cerveza contra la superficie de la barra y me apoyo hacia adelante.

Iván termina con las carnes y mete todo en la nevera. Se toma su momento lavándose las manos y sacando dos latas de cerveza de la nevera, mientras yo suelto un bufido y me cruzo de brazos.

—Estoy esperando-
—Entonces, ¿vas a volver? —me interrumpe y me pasa una de las latas. Se queda de pie al otro lado de la cocina, apoyando la cadera junto al fregadero.
—¿Volver a dónde?
—Volver aquí —con un gesto circular, señala toda la habitación—. Mudarte con tu familia. O sola.
—...No está en mis planes —doy un sorbo largo a mi cerveza.
—Bien.

Frunzo los labios. ¿Bien? Pensé que iba a recriminarme. Termino de tragar para decirle eso mismo, pero se me adelanta.

—Conseguí un trabajo de profesor…—anuncia, y aprieta su cerveza tanto que emite un crujido—, en DeVry, California. Inicio allí en abril o marzo, pero me voy a ir mudando desde antes. Para establecerme, y todo.

Con cada palabra que va diciendo, mi boca se abre cada vez más. ¿California? Se me podrían meter todas las moscas que quisieran. La abro y la cierro varias veces, imitando a un pez.

Iván me da su sonrisa suave, esa que usa cuando sabe que tiene la razón o cuando logra sorprender o sacar a alguien de sus casillas. Agarro mi celular y busco en Google qué coño es DeVry California, y casi lo dejo caer cuando veo que la sede de esa universidad a la que se refiere está en San Diego.

—Repite eso —es lo único que puedo decir.

Iván baja un poco los ojos y los vuelve a subir a los míos. Suelta un suspiro y deja la lata en la encimera, para cruzar la cocina hacia mí. Coloca sus manos en mis hombros, sin borrar la sonrisa de su cara. Yo todavía sigo agarrando el celular como si fuera un fantasma.

—Me voy a mudar en Enero. Tengo un trabajo allí, en la Universidad de DeVry —dice esta vez con más lentitud—. De hecho, llevo un mes más o menos buscando casas. Pero me gustaría vivir cerca de ti, así que, si conoces a alguien, podrías—¡woa!

Me le tiro encima, porque no sé qué más hacer. Me le cuelgo como una garrapata y empiezo a reírme, aun con la boca y ojos abiertos como una caricatura. Nos tambaleamos hasta que Iván logra sujetarse de la pared, agarrándome con su otro brazo.

—Ay Dios mío, ay, ayayay, no puedo creer esto —repito una y otra vez, en voz baja.

Iván me masajea por la espalda y también se ríe. Cuando me deja en el suelo, empiezo a balbucear todo tipo de preguntas, saltando en puntillas.

—¿Donde es tu trabajo? ¿Como se llama el lugar, tu horario? —mantengo mis manos en sus brazos— ¿te pagaran bien? ¿Desde cuándo lo sabes? ¿Por qué no-

Me cubre la boca con una de sus manos, y su sonrisa se ensancha.

—Zu, cálmate —mira por encima de mi cabeza—, voy a contarles todo después. Solo lo sabes tú.

Abro los ojos a todo dar. Ay, mierda, cuando esos dos se enterasen —la que se va a armar. Asiento con la cabeza. Escucho las pisadas de alguien y entiendo por qué me cubrió la boca. Pero siento las mismas preguntas cruzar a toda velocidad por mi cabeza. ¿Y por qué no se lo ha contado a nadie más? De seguro le dijeron recientemente.

—Oye, si preguntan, estábamos hablando de la temporada 3 de Korra, ¿está bien? —me quita la mano de la boca.

No tardo en sonreír y retomo mis saltos de la emoción. Por su trabajo y por Korra, porque por fin empezó a mirarla después de años de insistencia de mi parte. No tengo ningún problema en cambiar de tema a eso.

—¿Viste a los villanos? Los amé demasiado —pongo ambas manos en mis mejillas, chillando— Casi me dieron ganas de volverme anarquista.

❆ ❆ ❆ ❆ ❆

Ariel e Iván se encargan de cocinar la carne mientras yo invento haciendo gelatina con vodka y Manu está metiendo el firestick en la televisión para poder usar youtube con el sistema de sonido que se escuche por toda la casa. Terminamos comiendo tanta carne que nos quedamos tirados en la sala como por casi una hora, antes de ir a buscar la gelatina y el resto del alcohol en una nevera pequeña para no tener que estar yendo a la cocina a cada rato.

No sé qué hora es cuando me levanto para ir al baño y lavarme la cara. Creo que no estoy tan borracha porque a cada rato voy a comerme de las salchichas italianas que han sobrado de la parrillada. Manu e Iván están dando su segundo concierto de canciones de pelis Disney, mientras Ariel los graba. Cuando regreso a la sala, es el turno de Ariel y yo de ponernos a cantar todas las canciones de las Cheetah Girls.

Cuando estamos terminando la coreografía de Amigas Cheetahs, Iván se levanta tambaleando del sillón y me quita el micrófono improvisado (uno de mis cepillos para desenredar).

—Tengo una noticia —exclama por encima de la música—, vayan a sentarse.

Entre mi borrachera, recuerdo lo que me ha dicho antes. ¿No podría esperar a mañana? ¡Es fin de año! Aunque Iván nunca ha sido el mejor para esperar por “momentos”. Nos empuja hasta que nos caemos en el mueble blanco, cada una a un lado y Manu en el centro. Cuando estamos todos sentados, agarra el cepillo fucsia como si fuera un maestro de ceremonias.

—Más te vale que sea una noticia buena —refunfuña Ariel—, porque acabas de interrumpir el mejor concierto de todos.
—¿Te vas a comprar el Play 5? —Manu lo mira con ojos brillantes.

Iván sacude la cabeza y me da una mirada fugaz. Eso es suficiente para que me serene. Agarro una botella de agua de la neverita y empiezo a engullir agua a toda velocidad, mientras Ariel y Manu tiran preguntas absurdas una detrás de otra.

—¿Te vas a rapar la cabeza y vas a donar el cabello? —Manu esta boquiabierto.
—Si te cortas el cabello, te arranco las pelotas —Ariel lo asesina con la mirada—. ¿Vas a darle otra oportunidad a Eddie?
—¿Vas a teñirte el cabello? —Manu ladea la cabeza.
—¿Cuál es tu obsesión con su cabello? —intervengo yo esta vez.
—¡Solo pregunto! —levanta los brazos.

Ruedo los ojos y me ocupo bajando el volumen de la televisión y atragantándome con el agua. Iván se aprieta el tabique con dos dedos mientras aprieta el agarre en el cepillo. Espero que no lo rompa, es demasiado caro y es el único que me desenreda el cabello bien. Ariel y Manu siguen preguntando sandeces, con el alcohol hasta la coronilla, hasta que Iván alza una mano como si fuera un pastor callando a la iglesia.

—Conseguí un trabajo como profesor de idiomas en la Universidad de DeVry —suspira con profundidad—. Y está en San Diego, California.

Ariel y Manu se callan tan rápido que mis nervios se crispan. Le pongo pausa a la música, mirando con ojos bien abiertos a todos. Veo como si el efecto de la borrachera se les fuera evaporizando de la cara. Ariel abre y cierra la boca varias veces, mientras Manu se pone de pie y se rasca la barba, confundido. Yo intento parecer muda del shock y me quedo sentada, queriendo hacerme diminuta.

—Uh…digan algo —suelta Iván, cuando el silencio se hace demasiado largo.
—Primero…eh, ¡felicidades! —Manu se acerca le rápidamente y aunque su emoción no es igual que antes, le da un abrazo y sonríe— Es una oportunidad grandísima.

Sin querer añadir al conflicto si se enteran de que ya lo sabía, me paro y también le doy un abrazo.

—Estoy orgullosa de ti, niño mapache —imito un lloriqueo.

Iván me da un empujón al usar su apodo de la universidad. Ariel se levanta, extendiendo sus brazos hacia él. Me preocupa que no haya dicho nada. Está sonriendo, pero sus ojos están llenos de agua y su labio inferior está temblando. Cuando le abrimos espacio, su sonrisa se deshace y se pone a sollozar sin control e Iván se apresura para abrazarla.

—Ariel…
—¡O sea, estoy feliz porque es un trabajo grandioso, pero también…! ¡Ugh! —suelta un sollozo— Solo da-dame un momento y me calmo. Joder.
—Lo siento…
—No es tu culpa, idiota —Ariel se limpia los ojos, aunque lágrimas siguen cayendo—. Eres buenísimo…da-dando clases.

Iván suspira y la abraza con más fuerza. Doy un vistazo en la neverita y solo queda alcohol, así que decido moverme para buscar agua en la cocina. Y dejarles un espacio para que hablen. Siento una punzada en mi pecho, deseando que pudiéramos vivir todos en el mismo lugar a lo Friends. Agarro todas las botellas de agua que puedo entre mis brazos y cierro la nevera con un golpe de cadera.

—¿Lo sabías?

Doy un salto y suelto un respingo. Manu se acerca para ayudarme a que no se me caigan las botellas de agua, y me mira con sus ojos serios y acusadores. No necesariamente enojados —igualmente, eso no quita que desvíe la mirada y me encoja sobre mí misma.

—¿No…? —lamentablemente, no puedo evitar sonar dudosa—. Ugh, solo me lo mencionó esta tarde.
—Ya. ¿Sabes desde cuánto lo tiene?
—No. No me dijo más nada —subo y bajo un hombro—, dijo que nos contaría a todos al mismo tiempo.
—Hmmm…

Cuando regresamos a la cocina, Ariel está llorando más que antes e Iván no sabe qué hacer. Al final, deciden ir a su habitación para ver si se calma. Iván la lleva mientras Manu los sigue, con una botella de agua en cada mano.

Estoy sentada en el enorme sofá releyendo el cómic de Teen Titans que metí en mi bolso cuando Iván baja las escaleras solo. Aunque solo veo los dibujos, porque la situación es tan pesada que no puedo enfocarme en otra cosa. Iván se deja caer encima de mí, poniendo su cabeza en mis piernas. Sube las suyas en el brazo del mueble y cruza los dedos por encima de su estómago.  

—¿Cómo está Ariel? —inquiero, dejando el cómic de lado.
—Sigue llorando —suelta un suspiro y cierra los ojos—, pero Manu dijo que vuelven en un momento más calmados.

Me fijo en su rostro. Tiene la frente arrugada y se muerde el labio consistentemente. Tampoco es que pueda hacer mucho para ayudarlo. Cuando me fui, lo anuncié con más meses de anticipo y no fue suficiente para calmar la ola de lloriqueos por parte de todos.

Uso dos dedos para masajear el punto entre sus cejas, moviéndolos en forma de círculos. El rostro de Iván se relaja gradualmente y veo sus brazos aflojarse también.

—No te puedes responsabilizar de su dolor, o del de Manu —remuevo mi mano cuando abre los ojos—. Lo sabes, ¿verdad?

Me mira en silencio, como si estuviera examinándome.

—¿Y tú desde cuando eres tan sabia?
—Idiota.

Le pellizco la nariz y hago amague para tirarlo de mis piernas, pero se planta como todo el gigante que es (y se agarra de mi estómago).

—Lo aprendí de mi terapeuta —le saco la lengua y me quito sus manos de encima—, y es verdad.
—Ya sé —se pasa una mano por la cara—, pero desearía que doliera menos.

Me encojo de hombros. No veo una forma en la que no duela. Iván agarra una de mis manos y apoya una de sus mejillas en ella, volviendo a cerrar los ojos. Con mi mano libre, paso los dedos por sus trenzas.

—¿No vas a contarles sobre lo de tu trabajo?

Automáticamente, hago una mueca exagerada. Ni siquiera sé para qué se lo conté a él.

—No es el momento —explico—. Además, no quiero decir nada hasta que esté todo seguro.
—Me dijiste a mí —refuta, mirándome con los ojos entrecerrados.
—Tú eres una persona —desvío la mirada—. No quiero decirle a más nadie hasta saber cómo sale.

Iván no dice más nada. Ya sea porque entiende o porque Ariel y Manu están bajando las escaleras, con ojos hinchados y rostros decaídos. Nos sentamos otra vez en la sala, y Ariel promete tratar de no insultarlo mientras llora por el resto de la noche —y su promesa se rompe cuando lleva dos copas de vino más en su sistema. Pero Iván la abraza y llora con ella, mientras Manu y yo buscamos servilletas y tratamos de hacer payasadas para que se distraigan.

Después de llorar mucho (al final todos terminamos llorando), las cosas mejoran. Nos tiramos muchísimas fotos haciendo idioteces, en un momento en año nuevo Iván y Manu terminan usando nuestros vestidos y esa es nuestra foto para recibir el 2020. Ariel y yo con pijama y ellos en vestidos tropicales. Nos acabamos el suplemento de cerveza, la gelatina con vodka y los vinos. Regresamos a la ciudad el 2 de enero, resacados y con mucha falta de sueño.





Última edición por mandu. el Miér 13 Ene 2021, 2:55 pm, editado 1 vez
hange.
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Un deseo más, un deseo menos Empty Parte II

Mensaje por hange. Miér 13 Ene 2021, 2:53 pm

Un deseo más, un deseo menos
autora: emily ❆ género: realismo mágico ❆ palabras: 14,626


PARTE II

Mi vuelo es primero que el de Iván, porque debo entrar al trabajo antes del 10 de enero. Aunque después de tantos años, las despedidas son más como un episodio agridulce que un maratón de tristeza, como las primeras veces.

Muchas personas considerarían que poner una renuncia luego de llegar de vacaciones es un mal movimiento. Tal vez lo sea. Pero luego que me digo a mí misma un montón de veces que es algo que quiero y merezco hacer, los nervios se van un poco. La cuarta semana del mes doy mi preaviso de 28 días. Siento como si temblara de pies a cabeza, pero cuando llego a mi departamento ese día, nunca me he sentido tan relajada y plena.

Para cuando entra la mitad de febrero, consigo mi primer trabajo para pintar el mural de un restaurante pequeño mexicano. Duro aproximadamente una semana completa pintando, un fin de semana entero y los días de semana fuera de mi horario de trabajo. Acabo un día antes de que Iván llegue al país.

Voy a buscarlo en un taxi al aeropuerto. La Universidad le ha recomendado varios departamentos cerca de la facultad, para poder estar más cerca y conseguir algo a un precio relativamente adecuado. También está mirando otros departamentos de mejor calidad y con más privacidad, con los cuales necesita compañeros de habitación. Sin embargo, ese mismo día, la persona con la que ha estado hablando para compartir hogar le cancela todos los planes.

Hacemos lo adecuado en una situación así: lo llevo a mi pequeño aparta-estudio y mientras él se está duchando y acomodando, me voy al supermercado a comprar una botella de vino y un six pack de cervezas.

—¿Esta es tu solución a todo? —inquiere Iván cuando abro la puerta.
—A veces —le sonrío, acercándome a la cocina—. Primero nos acabamos las cervezas y luego vamos con esto —agito la botella de vino.
—Primero ayúdame a buscar mi cargador, no sé donde lo metí dentro de la maleta.
—Solo porque tengo que poner a enfriar el alcohol —ruedo los ojos.

Mi departamento está dividido en dos grandes habitaciones. Una es sala-comedor, pegada a la cocina (lo suficientemente grande para dos personas); la habitación donde esta mi cama y un escritorio, y el único baño de la casa. Para lavar la ropa, tengo el piso del sótano del edificio. Algo más grande y tendría que compartir con alguien, porque la renta y los servicios de la ciudad son horriblemente altos.

Cuarenta minutos después, estamos sentados en el sillón, cervezas frías en manos.

—¡Por tu nuevo trabajo! —Iván choca su cerveza con la mía— ¿O debería decir “carrera”?
—No sé, ¿ambas? —suelto una risita— No importa, y gracias —dejo escapar una respiración entrecortada—. Todavía no me lo creo.
—¿Por qué? —ladea la cabeza.
—Pues…porque…no sé, es que antes parecía un imposible, sin importar cuanto lo quisiera —miro por el agujero de la lata—. Todavía parece medio imposible, y a veces no sé lo que hago, pero trato de no pensar en ese lado de las cosas…
—Pero no es algo que pasó al azar —interviene—. Dijiste que has estado pensándolo desde hace tiempo-
—Sí.
—Y has trabajado mucho tiempo pintando, tomando clases y todo eso.
—…También —desvío la mirada.
—Entonces, estás bien —se encoje de hombros y sonríe de lado—. Aunque no sepas exactamente lo que haces. Creo que ninguno de nosotros lo hace.
—Salud por eso —choco mi cerveza con la suya y doy un largo sorbo.

Dos cervezas de lata y media después, estamos tirados en el suelo de la sala, cantando música de Toots & The Maytals a todo volumen. Siento la cerveza fría en mi garganta, el olor mezclado con las velas aromáticas de vainilla que he encendido en la casa. No estoy mareada, pero mi vista pasa con un brillo nuevo por todo, como si estuviera mirando a través de uno de esos filtros de Instagram. Me siento ligera, como no me he sentido desde año nuevo cuando nos emborrachamos en el campo.

Iván usa mi celular (porque el suyo está cargando) para grabarnos cantando canciones y haciendo idioteces. No las sube a ningún lado porque me le tiro encima, tacleándolo como si fuera una luchadora libre.

Para cuando nos acabamos el six pack, estamos exhaustos. Decidimos tomar una pausa deportiva, sentados otra vez en el sillón. Cierro los ojos un momento, descansando la cabeza en el brazo del sillón, disfrutando de la música. Country Road, la versión de Toots & The Maytals, empieza a sonar cuando Iván decide romper el silencio.

—¿Recuerdas de lo que hablamos una vez, borrachos, en la azotea de mi edificio?
—Fueron demasiadas veces —suelto una risita—, vas a tener que especificar.
—Lo de vivir juntos.

Abro un ojo, y después otro. Se me acelera el pulso, o creo que mi corazón da un brinco. Ambas cosas. Me incorporo lentamente, sentándome bien. En mis recuerdos fugaces, borrosos y brillantes, tengo una imagen de nosotros tirados encima de una manta en la azotea. Tratando de encontrar estrellas en un cielo contaminado. Hablando de una vida ideal hasta que el sol se asomó por entre los edificios de la ciudad.

—O sea, de no estar con nadie ni tener etiquetas, y solo vivir juntos —continúa Iván, dirigiendo su mirada hacia mí.
—Sí, me acuerdo —mi voz está demasiado baja, cuando solo estamos nosotros dos—. Cero noviazgos, cero casamientos, cero nada. Solo...
—Solo nosotros —termina por mí.

Levanta su brazo y usa sus dedos para acariciarme el mentón fugazmente, y luego sus dedos terminan en uno de mis anchos rizos. Junto con sus dedos, siento el confort de un masaje pasajero y ligero. Desvía la mirada un momento y se pasa la mano por el cuello, rascándose.

—Podemos hacerlo, si tú quieres —sacude la cabeza y se gira por completo hacia mí, alzando las cejas—. Digo, no sé si el asunto de las almas gemelas-
—Tú eres mi alma gemela —interrumpo, apoyando mi mentón en mis rodillas, sin dejar de mirarlo—. Tú, Ariel, Manu. Lo sabes —juego con mis uñas—. Creo que por eso pude superar a Manu así; digo, no es que lo viera como alguien con quien pasar el resto de mis días en plan Disney… —arrugo la nariz.

Iván se queda mudo por un momento, pero asiente. Sus ojos van al tatuaje en su muñeca, uno que todos tenemos. Las dos estrellas que llevan hacia Nunca Jamás, diminutas y en negro, justo al lado del hueso más sobresaliente de la muñeca. Los niños perdidos que iban a dedicarse a vivir aventuras por el resto de sus vidas. Una promesa que nos hicimos hace años.

—¿Y románticamente, fuera de eso? —inquiere, enarcando una ceja y carraspea— Sé lo que le dijiste a Ariel. Pero una cosa es lo que digas y otra es lo que sientas o pienses de verdad —levanta ambos brazos cuando me irgo, afectada—. No te estoy atacando, es solo una pregunta.

Obligo a mis hombros relajarse y suelto un suspiro. Hago una nota mental de hablar con mi terapeuta sobre sentirme atacada cada vez que me hacen una pregunta personal de esa índole.

—No creo que...yo no quiero...—frunzo el ceño, bajando la mirada—, espera, estoy intentando buscar las palabras.

Iván no dice nada. Me rasco la cabeza y muevo el mentón contra mis rodillas, tratando de organizarme mentalmente. Ni que estuviera tan borracha para que se me olvide cómo pensar. No sé cuántos minutos pasan en silencio hasta que intento hablar otra vez.

—La idea del romance me agrada... —mantengo la vista fija en mis manos, que abrazan mis piernas—, pero, siendo sincera...no me veo en una relación romántica. Platónica sí. O más que platónica, no lo sé. Pero el romance...no es...ugh-

Me doy cuenta de que es la primera vez que digo esto en voz alta. Algo que he estado dándole vueltas en la cabeza, sin atreverme a si quiera a escribirlo en las notas de mi celular. Siento como si las palabras se me esfumaran del cerebro, saltando como si fueran burbujas de agua y jabón que explotan en segundos. Balbuceo un par de veces más, sin encontrar las palabras que quiero.

Iván toma aire y decide hablar.

—En las películas es bueno y te entretiene y es bonito; pero en la vida real, estás bien sin él —sus palabras suenan como si lo tuviera pre-ensayado.— ¿Eso quieres decir?
—...Sí...pero tú cómo... —alzo ambas cejas, abriendo más los ojos.

Abrazo mis piernas con más fuerza. Iván no dice nada por unos segundos. Su mentón se tensa y se relaja, y aprieta los puños. Cierra los ojos y cuando los abre, hay un tipo de peso en su mirada que no sé descifrar. Entonces, abre la boca:

—Soy arromántico.

Parpadeo varias veces, en silencio. ¿Qué qué? Busco en mi mente tan rápido como puedo qué es eso, pero quedo en blanco.

—Um... ¿Podrías explicarme?

Y sí que me explica. Iván busca su celular de donde está cargando y me pone un video en YouTube que se llama “10 signs you’re AROMANTIC” y otro sobre los tipos de atracciones que puede sentir una persona. Cada minuto qué pasa y cada explicación que dan, algo se va asentando en mi pecho. Incluso siento la cerveza yéndose de mi sistema. La sensación de haber estado encontrando algo que encaja perfectamente pero que nunca vi, aunque estuvo siempre debajo de mi nariz.

Comienzo a recordar cosas. Como que Iván nunca ha tenido una relación “romántica” con alguien o como el único novio que he tenido en mi vida duró como 5 meses antes de que yo le cortara —por razones que aún me trabo explicando, porque no es que nada saliera mal, no fue mal novio. Si no que no me sentía como una "novia".

Cuando se acaba el último video, le paso el celular y me quedo mirando mis manos por un rato. Me dejo caer en el sillón, relajada, repasando la información en mi cabeza. Es como haber nadado a oscuras hasta por fin encontrar los rayos del sol a través del agua. Iván remueve su celular entre sus dedos, dándole vueltas; una de sus piernas se mueve de arriba abajo con frenesí.

—Wao...  —murmuro, pasándome una mano por el cabello.
—Eh-
—Todo tiene sentido ahora —me siento de piernas cruzadas y fijo mis ojos en los suyos, saliendo del trance—. ¿Desde cuándo lo sabes?

Iván traga audiblemente y aprieta el celular entre sus dedos.

—No respondas si no quieres —me apresuro a decir—. Pero...gracias por confiar en mi —tomo una gran bocanada de aire—. ¿Abro el vino para hacer un brindis?

La expresión de Iván pasa de estrangulada a una entre mofa y vergüenza. Se ríe, al final, alzando las cejas y ladeando la cabeza. Me encojo de hombros. Cuando no dice nada, me levanto a buscar dos copas y el vino. Arromántico, repito en mi cabeza.

—¿Te puedo hacer preguntas? —murmuro, entregándole su lata— Si no te incomoda. Porque además de entender...
—Puedes preguntarme lo que quieras —me sonríe, y veo su postura más relajada.
—Bien. Porque muchas cosas empezaron a hacerme sentido con el primer video —arrugo la nariz, intentando abrir mi lata— ¿Te sorprendería mucho si te dijera que…creo que también lo soy?

Una pausa pasa en la que destapo el vino. Iván me tiende las copas para servir.

—No, por eso te lo conté. Bueno, en parte —se rasca la oreja.
—¿Y la otra parte cuál era?

Iván da un largo sorbo antes de mirarme a los ojos y responder. Dejo la botella encima de la mesa de café y doy un trago al vino, dándole la bienvenida al sabor amargo y reconfortante de la bebida.

—Esto tiene que ver con esta obsesión de Ariel, o de todos, por tener “pareja romántica” —explica, acomodándose, cruzando una pierna encima de su rodilla—. Una vez, creo que no te acuerdas porque estabas hasta el pedo de ron, me contaste sobre cómo te sentías luego de haber terminado con Jamal “por nada aparente”.

Siento un tirón en la garganta y casi me atraganto con el vino. Pensé que eso había sido un jodido sueño. Mientras intento calmar mi tos, Iván juega con su copa de vino. No habla hasta que logro calmarme, mirándolo alerta, como si fuera a expulsar rayos por la boca.

—No estás “rota” o “dañada” por no querer un alma gemela romántica, o nunca haber sentido una —hace las comillas con su mano libre—. Tú eres tú, y tienes la misma capacidad de amor que cualquier otra persona, y de ser amada también. No porque no sea romántico, significa que es de menor valor.

Lo miro con los labios entreabiertos, con la copa a poca distancia de mis labios. Iván me mira de tal forma que me hace querer esconderme y abrazarlo al mismo tiempo. Maldita sea. ¿Cómo sabe qué decir siempre?

—Me sentí así por mucho tiempo —se encoge de hombros—. No hay nada malo con ser como soy, o como eres.

Siento el ardor familiar en mis ojos y sorbo por la nariz. Con rapidez, dejo la copa en la mesa, para no dejarla caer. Nunca he sido la mejor aguantándome las ganas de llorar. Las piezas inestables de mi compostura se van rompiendo a una velocidad alta.

—Eres...un idiota...—se me corta la voz y siento una bola en mi garganta.

Cuando intento tragarme la bola y no funciona, me cubro la cara con las manos y bajo la cabeza. Siento mis hombros sacudirse mientras trato de mantener la compostura, hasta que se me sale el primer sollozo. Inmediatamente, Iván se me acerca para abrazarme. Deja caer su cabeza encima de la mía y me hace círculos en la espalda, mientras lloro a moco suelto otra vez.

No había llorado tanto desde que vi Coco por primera vez y me acordé de mi bisabuela. Había lagrimeado por más de media hora después de que se acabó la película. Ahora he llorado como una magdalena desde diciembre. Tal vez me rompí.

—También eres mi alma gemela —dice, tiempo después—. Aunque nunca hayas visto Star Wars.
Me río entre lágrimas y por fin levanto la cabeza. Iván me dedica una sonrisa suave, mientras me pasa una servilleta.
—Nerd —le saco la lengua. Mi voz suena totalmente rota.
—Tu eres peor. ¿Quién considera a Shrek y Madagascar una película clásica? —se burla y yo me llevo una mano al pecho.
—¡Eres un inculto!

Pasa un tiempo en el que solo nos dedicamos a tomar vino. Me levanto para ir a lavarme la cara en la cocina y vuelvo con una pequeña funda de Hershey’s kisses, para comer mientras nos acabamos la botella. Me meto un Kiss a la boca y recuerdo por qué inició la conversación.

—¿Cuánto dijiste que era la renta del apartamento que más te gustó? —ladeo la cabeza.
—1,800 —Iván se come tres kisses al mismo tiempo—. Si la dividimos, queda en $600 para cada uno.
—Hmmm —me masajeo el mentón—, está bien.
—Está... ¿bien? ¿Segura? —inquiere con la boca llena.
—Claro que sí. Fue mi idea la primera vez, ¿se te olvidó? —me estrujo los ojos. No debí llorar tanto.

Iván suelta un bufido, echando la cabeza hacia atrás.

—La que no se acordaba casi ahora eras tú.
—Ya se me refrescó la memoria —doy golpes en el aire con una mano.
—Ya, ya, no jodas —toma una pausa para dar un largo trago a su vino—. Entonces, ¿seremos…compañeros?
—Compañeros —bajo la mirada un momento—. Me gusta esa palabra.

No puedo ignorar el ritmo anormal de mis latidos. Abrazo un cojín y me encojo en el sillón, acurrucándome contra el espaldar.

—Seguimos siendo amigos —Iván mueve su trasero para pasarme un brazo por los hombros—, no va a cambiar nada. Cero presiones.
—¿Por qué eres tan dulce? —hago un puchero.
—Tengo encanto de nacimiento —se sacude polvo invisible del hombro.

Hace una mueca de arrogancia y yo lo empujo con mi hombro, riéndome de su intento de sacudirse las trenzas como una mean girl. Nos quedamos tirados por un momento.

—Listo, basta de seriedad —arrojo el cojín en el mueble y me pongo de pie—. Hay una sesión de karaoke de Chayanne esperando por nosotros.

Iván me sigue. Acuna una de sus manos alrededor de su boca para soltar un grito que probablemente se escucha en todo el edificio.

❆ ❆ ❆ ❆ ❆

Para principios de marzo, hemos conseguido mudarnos al departamento y es lo suficientemente grande para ambos. Cada uno tiene su propia habitación, más una habitación de huéspedes. La sala está divida en un sillón en forma de L con su TV y mesa de café; y usamos una mampara para separar el enorme espacio para poner dos áreas individuales de trabajo. La renta no es barata; sin embargo, el dinero que hacemos entre trabajos en suficiente. Y con los ahorros que tenemos, adelantamos la paga cada cuanto podemos.

No es que sea fácil empezar a vivir con él de la noche a la mañana —y menos después de haber vivido sola desde que salí del país. De todas formas, logramos establecer una dinámica más o menos pacífica, que va evolucionando con el tiempo.

—Para no morirnos de hambre: yo cocino las comidas y algunas cenas —es lo primero que dice Iván, un día de las primeras semanas—, y te voy a enseñar a hacer algo más que arroz algunos fines de semana.
—Si a que tu cocines —asiento varias veces—, pero ¿aprender yo? Ughhhh —hago como si fuera a vomitar.
—No me importa que te quejes, no te estoy preguntando —me señala con el dedo.
—Como usted diga —levanto ambos brazos—, pero quiero aprender cosas que me gusten.
—Trato.

La comida funciona relativamente bien. Iván cocina grandes cantidades para llevársela a su trabajo en la Universidad y yo me beneficio por no tener que recurrir a pedir tanta comida de la calle —para cenar es otra cosa. Un fin de semana, yo me encargo de poner otra regla.

—Tienes que limpiar los abanicos cada semana, no quiero alergias —arrugo la nariz—. Podemos poner un día de la semana para limpiar todo el departamento —anuncio mientras él espera que su juego de Zelda cargue en la consola.
—¿Todo el departamento? —arruga los labios en una mueca exagerada.
Todo. Incluso las ventanas —sonrío y me devuelvo para meterme a mi habitación.
—¿En qué me metí? —lo escucho mascullar, y no evito soltar una risita.

Antes de darme cuenta, han pasado varios meses y ya estamos en mayo. Mis visitas a la terapeuta han disminuido una vez cada dos meses, cosa que me pone tan feliz que terminamos acabándonos una botella de vino entre los dos. Lo peor de vivir solos y emborracharnos es que ambos tenemos que limpiar el desastre del otro, y arrastrarnos por el suelo para meternos al baño —no hay nadie que venga a hacerlo por ti.

Su trabajo como profesor de la universidad va más que bien, tanto que le han ofrecido ir a dar charlas a colegios para posibles nuevos estudiantes. Por mi parte: he estado pintando murales en varios restaurantes pequeños de clase media, y trabajando de forma freelance ocasionalmente. Cada vez que creo que no voy a seguir consiguiendo trabajo: la bandeja de entrada del correo me sorprende. Cuando se lo cuento a María, mi terapeuta, me habla de la importancia de manifestar las cosas y que me acuerde de todo lo que he trabajado para estar donde estoy —que es más que simple suerte aleatoria.

La relación con Manu y Ariel está mucho mejor que antes. Hacemos video llamadas entre los cuatro al menos una vez cada mes, y más frecuentemente, nos metemos al discord a hablar porquerías del día al día.  Hablamos de todo excepto del elefante en la habitación: que vivimos juntos, y más allá de eso, que tenemos un tipo de relación.

Lo acordamos un domingo en la tarde al final de primavera. Me encuentro pintándome las uñas en el suelo de mi habitación cuando Iván entró, y se tiró en mi cama. Agarra mi switch y se pone a jugar Mario Kart en silencio. Muchas veces nos tirábamos a jugar o a usar el celular en la presencia del otro sin decir nada —y ninguna de esas veces me siento incómoda.

Esa noche tendríamos una videollamada con la pareja, donde yo iba a estar “de visita” en el departamento de Iván.

—¿Cuándo quieres decirles? —cuestiona.

Termino de pintarme la mano antes de responder.

—¿Qué vivimos juntos o que somos… —aprieto los labios—, ¿qué somos? ¿Cómo se le dice?
—No tenemos que ponerle nombre, si no quieres —Iván se encoge de hombros, sin dejar de jugar. — Pero si hablas del artículo que te mandé, es: Queerplatonic relationship.
—Hmmm…

Me entretengo soplando mis uñas por un momento, pensando en Ariel y Manu. Podríamos contarles que vivimos juntos y aguantar todas sus preguntas. Su curiosidad es tan fastidiosa que rebosa la incomodidad. ¿Estoy lista para lidiar con eso?

—Podemos esperar, ¿o quieres contarles ahora? —pregunto, fijando mis ojos en él.
—¿Y aguantar a Ariel con sus insinuaciones? No, gracias —rueda los ojos exageradamente, dejando de prestar atención al juego—. Además…
—¿Qué?

Sale del juego y deja el switch en la cama. Se apoya en el costado para mirarme mejor, y yo sigo tirada en el suelo, agitando las manos para que se me seque el esmalte.

—Prefiero seguir descubriendo exactamente qué somos —me sonríe de lado, sus ojos suavizándose—. Somos nuevos en esto.
—Yo…—apoyo el mentón en mis rodillas y siento mi cuello calentarse—, estoy de acuerdo con eso.

Asiente, y el tema queda allí. Seguimos probando con qué nos sentimos cómodos y con qué no. Lo obligo a ponerse mascarillas en el cabello conmigo los sábados; y él me hace aprender a cocinar pollo, aunque me den ganas de vomitar cuando está crudo. Le presento a mis excompañeros de la editorial y él me presenta a algunos de sus colegas de la universidad, profesores y asistentes de profesor.

Cuando tengo el periodo y me dan ganas de quemarme el útero con una plancha, no me fastidia y me calienta toallas para ponerlas contra mi vientre. Cuando llega la época de exámenes y está ahogado en trabajo, intento hacer galletas en el horno sin quemarlas todas y darle un masaje de cuero cabelludo con aceite de almendras. En los momentos en que me siento incompetente para pintar, me sienta en la sala y miramos un anime entero por el resto del fin de semana, hasta que las voces se van de mi cabeza y vuelvo a tomar el pincel otra vez.

Algunas veces discutimos. Pero terminamos riendo, o a veces me voy al parque a patinar o Iván se va al gimnasio de la universidad. Con dificultades en el habla, terminamos resolviendo los problemas. Otras veces le tiro agua encima y me escondo en mi habitación hasta que se enfríe la cabeza; unas cuantas, él explota la casa con música de ópera y no me deja salir corriendo.

❆ ❆ ❆ ❆ ❆

A principios de julio, cuando estoy en medio de una ducha, algo cambia.

Suelto un grito ahogado y la rasuradora cae al suelo del baño con un clank metálico. No me ocupo de eso ni del agua que sigue cayendo —ni si quiera de que se ha pausado mi playlist.

Miro mi mano como si me acabase de salir una cabeza desde los dedos. Un temblor me recorre de pies a cabeza y con la otra mano, sujeto mi muñeca. El terror me arropa con la fuerza de un pisotón de rinoceronte. Empiezo a soltar bocanadas de aire grandes, como si estuviera salida de una sesión de cardio infernal.

Dentro de mi asombro, agradezco demasiado que Iván se encuentre en el trabajo ahora mismo. Porque acabo de descubrir mi marca. Allí en uno de mis dedos. Mofándose.

Pierdo la cuenta de las veces que me estrujo los ojos y me lavo la cara. Pero sigue allí: es imposible de borrar.

Me siento la víctima de un muy mal chiste. Una broma cruel de la vida cuando todo está saliendo tan bien. Trato de decirme a mí misma que no debo entrar en pánico, sin embargo, mí misma no hace caso.

Pensamientos intensos me golpean la cabeza, aunque termino sintiéndolos en el estómago. En el remolino furioso e incómodo en medio de mi abdomen. Náuseas y ganas de vomitar me llegan simultáneamente.

Me río, a pesar de todo. Y no siento nada de alegría. De pensar que de adolescente esperé por este momento tan desesperadamente y ahora que está aquí, solo quiero pretender que no es real.

¿Cómo mierda se lo voy a contar a Iván?

❆ ❆ ❆ ❆ ❆

Para cuando llega la cena y nos sentamos en la mesa, he practicado alrededor de cincuenta veces lo que le voy a decir. Ninguna me convence. Contemplo ir a tirarme por el puente de San Francisco.

Iván está jugando con las albóndigas de su pasta, mientras yo muevo los pies como si estuviera en un columpio. ¿Tal vez se dio cuenta de que estoy rara? Siento el revoltijo ácido en el estómago y fijo la mirada en mi plato, mientras intento comer de una forma normal.

—Tengo que enseñarte algo —anuncia Iván.

Levanto la mirada a él, alzando las cejas. Dejo mi tenedor encima del plato.

—Eh, yo también, de echo —me limpio la boca con una servilleta.
—Ah, bueno, ¿quieres ir primero? —suelta, con un tono que parece alivio.
—¡No! Digo, sí-espera —me paso una mano por el rostro.

Iván me mira con una ceja alzada, pero no dice nada. Me doy cuenta de que no ha dejado de jugar con su comida. El revoltijo incrementa y me preguntó qué puede ser lo que me quiere decir. Pero si no hablo ahora, voy a callarme y no voy a dormir preguntándome por qué no le dije nada.

Separo los labios y tomo varias bocanadas de aire. Dale, tú puedes, solo dilo y ya.

—An-antes que nada, quiero aclarar que…que nada va a cambiar, ¿ok? —mi voz tiembla ligeramente— O sea, esto no significa nada en el sentido de que…mis sentimientos siguen siendo los mismos.

Iván aprieta el tenedor entre sus dedos y ladea la cabeza. Yo suelto otro suspiro, y creo que me tiemblan las manos. Pero empecé. No puedo huir ahora.

—¿A qué te refieres? —inquiere Iván.

Abro la boca, pero solo sale aire. Solo se escucha la canción lavadora, en la habitación más alejada, con la melodía que anuncia que se ha terminado de secar la ropa. ¡Dile y ya! ¡Desapendéjate!

Pero no me desapendejo.

—¿Zu? ¿Qué pasa? —Iván se inclina sobre la mesa, tenedor olvidado.

Siento mi pecho calentarse y por mi cabeza pasan un montón de cosas. Sus posibles reacciones, mayormente. Al final, decido hacerlo como cuando me depilo con cera: sin tapujos ni pausas para pensar en las consecuencias.

Inspiro y me muerdo los labios. Me saco el anillo del meñique y extiendo mi dedo hacia él, como si fuéramos a hacer nuestro saludo de siempre, “pinky promise”. Iván se queda mirando de mi hacia mi mano por un momento, con el ceño fruncido. Yo no digo absolutamente nada, esperando a que se dé cuenta —mientras mi corazón late tan fuerte que creo que va a explotar.

Entonces, su expresión comienza a cambiar. Se da cuenta. En mi dedo hay algo nuevo: una línea delgada, negra, que envuelve el dedo por completo como si fuera un anillo. Una marca muy similar a un tatuaje. Que no estaba allí y que yo definitivamente no me había tatuado. Estoy moviendo mi pierna tanto que la mesa comienza a temblar.

La expresión de Iván comienza a cambiar. Su ceño pasa de estar fruncido a que sus cejas vuelan hasta el final de su frente. Su boca se abre en una expresión de shock. Pero nada me prepara para cuando estalla en carcajadas.

Siento como si me arrojaran un balde de agua fría encima. Lo miro boquiabierta, aun con mi brazo extendido, el codo apoyado en la mesa.

—¿Qué…?
—¡No puedo creerlo! —se echa aire en la cara con una de sus manos, como si esto fuera…
—¡No es un chiste! —chillo, y doy un golpe en la mesa con la misma mano.

Iván se ríe más. Entre risas, levanta su brazo y me agarra la mano. Pero ya no quiero dejarlo ver mi marca. En serio estuve teniendo ataques de estrés por todo el día para que este imbécil venga a reírse de-

—Mira —interrumpe mis pensamientos.

Tengo los labios en un puchero y toda mi cara está arrugada, pero miro de todas formas. Iván agarra mi mano con la suya y entrelaza su meñique con el mío, haciendo el pinky promise. Lo miro sin entender nada. Y luego vuelvo a sentirme helada cuando miro su dedo.

—¿Qué…? ¿Cómo…?
—Por eso me estaba riendo —aprieta el agarre—, eso te iba a enseñar.

Allí está la misma marca que la mía. Una línea uniforme que va alrededor de su meñique. Un anillo permanente. Creo que el corazón se me baja a los pies y el estómago me sube al pecho.

—¿Cuándo te diste cuenta? —pregunto, sin dejar de mirar nuestros dedos.
—Esta mañana —Iván suelta nuestros meñiques y entrelaza todos nuestros dedos—, pensé que primero era un sucio de marcador o algo así, pero no se quitó después de estrujarlo mil veces…

Empiezo a reírme como una desquiciada. En serio, ¿qué mierda? Aunque supongo que también me río porque tengo una sensación abrumante de que se me ha quitado un peso de encima. Como si estuviera flotando después de pensar que estuve cayendo.

—¿Cómo un sucio va a tener esa forma? —digo entre risas.
—A veces termino con tinta hasta en los bóxers por andar corrigiendo en todas partes —me da un apretón y suelta nuestras manos.

Al final, se une a mis risas. Me cuenta como casi se raspa la mano por tanto estrujarse antes de entender que era su marca, y nos reímos hasta que a Iván se le salen las lágrimas y la pasta se enfría.

Nos calmamos lo suficiente para dejar de reírnos y terminar de cenar. Sin embargo, no dejo de mirar su mano ocasionalmente. Por su lado, Iván no para de decirme que se la enseñe cada cierto tiempo. Me siento en una nube porque todo sigue igual. Recuerdo la forma en la que he paniqueado todo el día y siento ganas de esconder la cabeza en la pared.

Tiempo después, Iván está tendiendo la ropa en los cordeles que tenemos en la parte de atrás de la casa mientras yo friego. Tenemos música de Chloe x Halle a bajo nivel sonando desde la sala. Me siento tan relajada que empiezo a tararear sin importar que él me escuche.

—Oh, se me olvidó, también hay otra cosa que te tenía que contar —lo escucho decir.

Me giro hacia Iván mientras termino de enjuagar los platos. El cuarto de lavado está detrás de la cocina, así que solo nos separa la puerta abierta.

—¿Es un chisme? Cuenta, cuenta —salto en mis talones, siempre dispuesta a escuchar uno.
—No es ningún chisme —extiende las toallas pequeñas para irlas colgando—. Ariel me llamó y dijo que ella y Manu compraron los pasajes para venir en agosto.
—¡Ay, qué bueno! —sonrío de oreja a oreja— Probablemente eso me mandó por nota de voz, no he respondido desde esta mañana-

Empiezo a bailar con el ritmo de la canción “Do it”. Debería hacer una lista de todos los lugares que podemos visitar. También podría tomarme unos cuantos días libres-

—Se te olvida que aún no les contamos que vivimos juntos —la voz de Iván me devuelve a la tierra.

Dejo caer la esponja en el fregadero y la espuma me salpica en los antebrazos.

—Mierda —mascullo.
—Sep —escucho más ropa extenderse—, nos van a matar.

Sacudo la cabeza, termino de limpiar el fregadero y me lavo las manos. El plan era contarles cuando supiéramos exactamente cómo explicar qué somos. No es como si planeáramos mudarnos en el futuro y ninguno está buscando pareja, porque queremos estar juntos. Sin embargo: nuestra definición de juntos no es nada igual a la suya, con o sin marca.

Con las semanas, ese “esperar para explicarles” se transformó en cobardía —al menos de mi parte. Sin importar cuánto los adoro, todavía hay cosas de mí que da miedo contar. Había esperado hasta hacer mi tercer mural para contarles que había renunciado a mi trabajo fijo.  

—¿Qué pasa? —Iván ha terminado con la ropa y se detiene frente a mí en la cocina.
—Estoy pensando en que como tú eres más bueno hablando y todo —pongo mi tono de voz más meloso.
—No-
—Es mejor que tú les cuentes, ¿verdad?
—No verdad —entrecierra los ojos—. Te toca a ti, déjame-
—¡Pero Iván! —extiendo los brazos en el aire— Tu eres el profesor aquí. Eres mucho más elocuente. ¿Qué tal si- ¡idiota, tus manos están frías, aléjate!
—¿Qué estabas diciendo? —intenta acercarse para hacerme cosquillas.
—¡Aléjate!
—Pero solo quiero que me cuentes-
—¡Nooooo!

Al final el tema de conversación queda para otro momento, porque comenzamos una guerra de cosquillas y ataques con los cojines de la sala. Termino encima de su trasero, haciéndolo llorar de la risa y probablemente buscándome una venganza diez mil veces peor. Pero no importa: no lo cambiaría por nada del mundo.

FIN



gracias❤
hange.
hange.


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