Soltar

Soltar

Aun cuando todo estaba perdido, podía sentir esa llama de esperanza.  Le dolía más que nada, más que ninguno de los otros dolores que había sentido. Más que las heridas que llevaba, tanto emocionales como físicas, había llegado un punto en el que su esperanza era lo que más la hería. Los demás no la comprendían, ni entendían ese sentir. Para cualquiera, la esperanza es lo que salva, muchas veces lo que te mantiene con vida. Para ella, se había convertido en su tortura personal. Porque cuando había llegado el momento de soltar, de dejar ir el pasado, de comenzar a sanar, allí permanecía la esperanza. Esperanza que se mezclaba con una ilusión vana, que las cosas podrían ser diferentes, que quizás, si esperaba un poco más y era más paciente, las cosas cambiarían para bien. La incertidumbre comenzó a llenarla día a día. Siempre pensando que tal vez ese era el momento indicado, y que no podía darse por vencida o todo el tiempo que había pasado se perdería en la inutilidad. Se sentía presionada, entre la felicidad y el correr del tiempo. ¿Dónde encontraría alegría? ¿Más adelante, o quizás allí mismo donde se encontraba? No podía dejar ir, y eso le dolía mucho. No veía los resultados que esperaba, y la esperanza estaba haciéndola añicos.

Quiso destruirla y deshacerse de ella. Fue masoquista consigo misma. Pensó cosas que no debería haber pensado, visualizó e imaginó cosas irreales que la herían más que el presente, intentando que su alma comprendiera que era un caso perdido, que no había amor donde ella lo buscaba, y que lo mejor era seguir. Pero la ilusión… Abría los ojos en medio del tormento y volvía a ver al dueño de sus sueños y pesadillas. La esperanza chispeaba dentro de su corazón. Todas esas veces volvió a cerrar los ojos e intentó olvidar. Pero la esperanza no moría, calentaba su corazón con fantasías. Cuando soñaba ella era feliz. Cuando creía en su esperanza era feliz. Pero no tardaba en regresar al mundo real, golpeaba contra una realidad más dura que una roca, maciza y fría, que lograba destrozarla. Como una copa de cristal cayendo al suelo, se quebraba una y otra vez. La esperanza la reconstruía, pero la encaminaba nuevamente a su perdición.

Cuando intentó rendirse ante ella, sin encontrar otra solución, se deslizó en un espiral de desgracia y depresión del que fue muy difícil salir. Su belleza la abrumaba, la dulzura en sus palabras y el brillo incesante en sus ojos la enamoraba. Sí, la enamoraba. Esa era la razón de su sufrimiento. La raíz de sus penas, dolores y problemas. Estaba enamorada, y no quería estarlo. Porque aquellos labios no eran suyos, aquellas miradas pertenecían a alguien más. Ella sabía muy bien lo que le convenía. Mirar a otro lado, seguir su camino, dejar los recuerdos como recuerdos e ir en busca de nuevos momentos y nuevas alegrías. Sin embargo, cuando intentaba hacerlo su corazón se convertía en una cadena que la ataba al pasado y a ese sentimiento enfermizo. No podía olvidar, ni siquiera podía voltear a otro lado. La esperanza se hacía cada vez más grande, aun cuando lo veía en brazos de otra, ella sabía que algún día sería suyo.

Y entonces comprendió. Aquella llama que flameaba dentro de su corazón, tan adictiva que cuando se dejaba caer en las fantasías que le otorgaba no podía dejar de soñar... Aquello que la cegaba, hasta el punto de no ver esos amores pasajeros, inocentes y sanos que se paseaban frente a sus ojos, buenas oportunidades para ser feliz completamente desperdiciadas, por capricho. No era esperanza, era capricho. No era una ilusión pura, era enferma y tortuosa. El deseo férreo de poseer algo que le estaba prohibido era lo que estaba matándola poco a poco. La terquedad y la inmadurez que no le permitían seguir adelante. La esperanza le regalaba un camino que guiaba a un nuevo comienzo, donde emprendería una carrera contra el tiempo y en el cual encontraría a la mitad que la complementaba. Pero ella no lo veía, y no solo que no lo hacía, sino que también condenaba su esperanza a ser la causante de su mediocridad.

Pero no, era el capricho. Caprichosamente ella lo amó, lo quiso, lo deseó y anheló tenerlo con todas sus fuerzas. Era demasiado correcta para dejarse llevar por sus emociones y pensamientos malvados. No era una mala persona, tenía corazón aunque estaba cegada por un sentimiento muy feo. Distinguía lo bueno de lo malo y sabía qué era lo que no debía hacer. Y nunca lo hizo. Siempre observó, de lejos y en silencio, aquello que no podía tocar ni mucho menos tener. Pero en su mente nadie la controlaba, y era allí donde ella perdía la cordura y se lanzaba an sus caprichosas fantasías.

Cuando supo diferenciar el verdadero amor de su capricho, fue libre.

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