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Ángel de la noche
O W N :: Actividades :: Actividades :: Concursos :: De género en género
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Ángel de la noche
Ángel de la noche
Eran las tres y veinticinco de la madrugada y la noche había llegado a su punto más oscuro. En la calle desolada, el viento murmuraba un leve canto que hacía estremecer las ramas de los árboles. A lo lejos, una ventana golpeaba violentamente, cortando con el silencio sepulcral que dominaba las sombras, sombras sin dueño que bailaban bajo los rayos de la luna llena, que se filtraban entre los pinares. Eran fríos y a la vez acogedores, nada podía detener la luz que, anhelante de libertad, se escabullía hasta llegar al suelo, como reflectores sobre un escenario vacío, abandonado.
Willa inhaló el aroma a agua salada que traía la brisa del mar. Se sentaba calma y distraída junto a la ventana de cristales sucios y dejaba que el viento hiciera remolinos con su cabello, oscuro y voluptuoso cual cascada pesada que caía detrás de sus hombros. Cerró los ojos y volvió a inhalar el olor que impregnaba el ambiente. Sus sentidos se encontraban completamente alertas ante la quietud del paisaje. Al bajar los párpados, reconocía el dulzor de su propio perfume, que flotaba en cada partícula a su alrededor. Los restos de la comida, aún caliente, que se encontraba en la cocina, junto a la estufa humeante. Por su ventana, podía percibir el olor a tierra húmeda y si se concentraba, el sonido de las flores chocando entre ellas, risueñas y torpes, como las damas amantes de la danza que a menudo ella observaba paseando por las calles, a mitad de la noche.
A Willa le encantaba abrirse a las sensaciones. Era en aquel momento, cuando el pueblo moría en un sueño profundo, que ella podía disfrutar de su propia compañía, soledad absoluta además de sus pensamientos, tan fugaces y confusos, y el ardor que crecía en medio de su pecho, como una vela que se convertía en una gran llamarada, un incendio que arrasaba con su ser, una pequeña luz que crecía hasta superar a la estrella más grande.
Finalmente, sus zapatos rozaron la acera. Cosquillas recorrieron sus muslos hasta los dedos de sus pies, era la adrenalina que deseaba salir, explorar el mundo. Nadie estaba cerca, nadie estaba observando. Willa lo sabía, ella podía sentirlo. Ningún alma merodeaba por los alrededores, ningún ser presenciaba sus actos. Tenía ganas de agotarse, descargar el torrente de poder que florecía dentro suyo, extasiarse con la sensación de despojo hasta quedar exhausta, con la respiración errática, retomando sus fuerzas para cansarse una vez más. El recuerdo del dolor ya no la atormentaba, sino que la llamaba. Permanentemente, provocándola a menudo, probando sus fuerzas y sus capacidades. Willa había dejado de temer hacía ya mucho tiempo.
Llegó a las orillas del lago, que no se encontraba a muchos kilómetros de su casa. Ni siquiera podía recordar su camino y sus propios pasos, se sentía cegada. Tenía hambre: hambre de vida, de energía, de fuerza y de poder. Pronto su exterior dejaría de existir, pero ella seguiría estando, seguiría siendo. Era eterna, inmortal.
Frente a ella, el agua oscura a penas si se movía con el movimiento de la brisa. La luna llena se reflejaba en su espejo, e iluminaba su rostro frente al claro libre de vegetación salvaje. Las luciérnagas brillaban en pequeños resplandores titilantes a lo lejos. Ella sabía que no eran luciérnagas, ni mucho menos. Tomó asiento frente a la obra maestra que se alzaba frente a sus ojos, cruzó ambas piernas y estiró las manos para sentir las hojas de césped entre sus dedos. Sí, vida. Estaba rodeada de vida. La potencia del poder dentro de ella aumentaba, rogando por salir. Quería someterse a sus deseos y enorgullecerse de sus virtudes. Las gotas de agua comenzaron a elevarse, desafiando la gravedad. La tensión alrededor de ella era palpable, se cortaba con navaja. La arena comenzó a temblar, atemorizada de lo que era capaz de hacer. Willa ya permanecía con los ojos cerrados, y poco a poco se dejaba ir… El viento sopló más fuerte a su alrededor, silbando una canción triste que te calaba los huesos. Sus cabellos, del color de las almendras, se alzaban despeinados y desprolijos, Willa amaba esa sensación. Se sintió infinita, entera, cómplice de la naturaleza y de todos sus desastres. Pronto, sonidos escalofriantes llenaron el escenario, ruidos que discutían entre sí y crecían en potencia. Ya no había quietud, la simetría estaba alterada. La perfección había sido quebrada, y todo era por su culpa. Nuevamente, se sintió magnífica e invencible.
Una pequeña rama se partió a sus espaldas a causa de unos pasos perdidos. Perdido estaba aquel que había osado interrumpir la estridencia de su obra. Willa se giró repentinamente, y el silencio lo inundó todo, no oía ni los latidos de su corazón...
—Lo encontraron muerto, en medio del bosque. —Los ojos de ella se encontraban fijos en el camino y en las hojas que Tyson aplastaba en su andar, mientras escuchaba atentamente el relato de él. —Dicen que no estaba herido. Es como si su corazón simplemente se hubiera detenido, y hubiera envejecido una vida en cuestión de horas. —Levantó la mirada y se encontró con los ojos verdes de Willa, asustados y sorprendidos, que demostraban la incredibilidad de sus noticias.
—¿Cómo pudo pasar eso? —se preguntó ella en voz alta, Tyson casi se compadeció de lo que veía. La joven, tan delicada, tan pura, tan inocente… la que había estado adueñándose de su corazón, poco a poco, sin advertencias ni señales, lucía allí, a su lado, completamente hermosa. Willa encendió su mirada. Cuando sus visiones se encontraron, el fuego pareció explotar entre ambos, el calor invadiendo sus cuerpos. Ella tenía algo que nunca había visto en otra chica, ni siquiera en otra persona. Atrapante, misteriosa, casi adictiva. Ambos pensaban lo mismo, podían sentir el amor férreo que fluía en las venas de ambos y hacía latir sus corazones a la par. Pero, ¿era amor? Se preguntó Willa, en la profundidad de sus reflexiones. El joven que se encontraba ahora frente a ella, se había convertido en poco tiempo, en uno de sus más grandes intereses. Pasaba gran parte del día pensando en él, en sus besos, sus caricias, a cada hora y a cada minuto, excepto cuando llegaba la noche y el universo dejaba de existir, el mundo dejaba de girar y el tiempo dejaba de correr. No había recuerdos de sus noches, pero tenía la ilusión de aquello cambiaría.
Por primera vez, no estaría sola, sino con él. Cuando el cielo se pintó de naranja, y luego de azul oscuro, las estrellas nacieron entre la oscuridad y la luna, nuevamente deslumbrante, apareció detrás de las nubes, Willa sintió complacencia de estar en compañía de su presencia. Tyson la completaba, y la quería tanto como ella a él. La luz de la última vela se apagó por una brisa desprevenida, la ventana estaba cerrada y el ambiente tranquilo, seco y estático. Sobre la suavidad de las sábanas, él le demostró su amor, su adoración hacia ella. Por otra parte, Willa se dejó amar. Confiada frente a la incertidumbre del futuro inmediato.
Pero las cosas no permanecieron en su tranquilidad y calma. Y es que ella no era ordinaria, ni poseía un gramo de normalidad dentro de su cuerpo, mucho menos dentro de su alma. El aliento caliente del chico chocaba contra su piel, las puntas de sus dedos picaban, chispas comenzarían a salir de ellos. Fue cuando ella se despreocupó que cayó en la trampa de sus propias habilidades, libres de control alguno, que se desataban y manifestaban con cada muestra de amor, con cada emoción genuina que cosquilleaba su estómago y congelaba su respiración. Ahora las cortinas volaban con la brisa fresca proveniente del mar, la ventana se encontraba abierta y nadie se había levantado a abrirla. Las horas pasaron, y Tyson había caído, al igual que todos en aquel pequeño y abandonado pueblo, en un sueño absoluto, su pecho subía y bajaba al compás de su respiración tranquila y regulada, completamente satisfecha de seguir funcionando.
El silbido del viento se oyó, y la noche comenzó a llamarla. Sus sentidos se despertaron, a diferencia de su conciencia, completamente adormecida, que no advertía sus actos. De espaldas al chico de quien se había enamorado, admiró la belleza de la calle antigua que marcaba la ruta de los viajantes que pasaban frente a su casa. Un camino irregular, rocoso y rústico. Las casas, deformadas bajo las luces de la luna, imponían miedo hasta en las sombras oscuras que se escabullían donde no había luz. Pero no en sus sombras, las suyas eran fuertes, poderosas, incluso más que ella misma.
Tyson despertó cuando Willa había abandonado la habitación. Su curiosidad lo llevó a levantarse, vistiéndose para seguirla a donde quiera que vaya. Porque la quería, sana y salva a su lado, sin imaginarse que su obsesión sería quizás su mayor perdición.
Ella vestía solo su camisón, aniñado en el blanco puro como la nieve limpia. Como todas las noches, caminó a paso firme hasta su lugar de paz, alejado incluso del silencio y la tranquilidad, donde se desencadenaban sus más grandes y peligrosos poderes, donde podía manejar a su antojo la realidad que la rodeaba, donde desafiaba la lógica y el razonamiento. Llegó frente al lago, con los ojos fijos en el horizonte. El cielo no estaba despejado, como la noche anterior. Esta vez estaba cubierto de nubes fantasmagóricas, densas y movedizas, que cubrían la mayor parte de la luna. El deseo comenzó a crecer en lo profundo de su pecho, como un grito de guerra, desgarrador y agudo que saldría en cualquier momento por su garganta. Pronto dejaría de contenerse, y disfrutaría de ser libre.
—¿Willa? —Su voz, la voz grave y aun así melodiosa de Tyson, la desconcertó por completo. Se giró para verlo, sin comprender por qué la había seguido hasta allí, o por qué se había atrevido a atravesar las oscuridades que obstaculizaban el camino. —¿Qué sucede? —Preguntó él, aún lleno de confusión y a la vez, curiosidad. Willa no supo cómo responder su pregunta. Pero no era necesario hacerlo, él ya se había olvidado de sus palabras. Allí, frente al reflejo de las aguas del lago, con el sonido de un millón de criaturas, la mayoría invisibles, cantando en el fondo de la escena, rodeada con flores silvestres que se movían con el viento, creciente y amenazante, ella se veía más preciosa que nunca. Encandilado por su belleza, él dio un paso más cerca. Sudor comenzaba a nacer en su frente, a causa de la humedad y el calor que sentían. El corazón le golpeaba el pecho y se le dificultaba respirar. Willa lo observó fijamente, de alguna manera maravillada. Él se veía tan… vivo. Tan vigoroso, tan capaz de todo.
Su respiración también se agitó, y se acercó a él anhelante de aquello que poseía. Era inevitable, la necesidad era avasallante, sus sentidos se abrieron a él, disfrutando su cercanía. Con una sola mano sintió su piel, y un choque electrizante la recorrió, dejándola deseosa de más. Ella ya no lo reconocía. Sintió tristeza, porque en su corazón todavía permanecían aquellos momentos que habían vivido, y si disfrutaba de él, no podría seguir con su vida, no tendría la fuerza para soportarlo. Willa notó lo irónico que eso sonaba. Él: tan fuerte por fuera y tan débil por dentro.
Una vez que hicieron contacto, ella ya no se podía detener. Instantáneamente, comenzó a absorber la vida de su cuerpo, la energía que le fluía por dentro. Sus células se abrieron, hambrientas, y tomaron todo de él. Todo. Su juventud desaparecía, cada segundo eran diez años, sus pulmones parecían estar marchitándose, el pecho se le cerraba y la sangre dejaba de correr. Sus oídos dejaban de oír, pero sus ojos aún podían admirar a Willa. Todo se había detenido para él, todo se había acabado, pero ella relucía. Relucía en su propio brillo, una vez más el tiempo se había congelado, pero en su interior las sensaciones corrían a toda velocidad.
No tardó más de algunos minutos terminar con su sufrimiento y llevarse hasta la última gota de vida que él poseía. En el fondo, ella lo había amado, y sabía que su alma la acompañaría a donde quiera que vaya, por toda la eternidad reclamando sus disculpas.
Pero ella no podía disculparse por ser quien era. Una pesadilla disfrazada de ángel, que robaba vidas ajenas para poder sobrevivir.
Willa inhaló el aroma a agua salada que traía la brisa del mar. Se sentaba calma y distraída junto a la ventana de cristales sucios y dejaba que el viento hiciera remolinos con su cabello, oscuro y voluptuoso cual cascada pesada que caía detrás de sus hombros. Cerró los ojos y volvió a inhalar el olor que impregnaba el ambiente. Sus sentidos se encontraban completamente alertas ante la quietud del paisaje. Al bajar los párpados, reconocía el dulzor de su propio perfume, que flotaba en cada partícula a su alrededor. Los restos de la comida, aún caliente, que se encontraba en la cocina, junto a la estufa humeante. Por su ventana, podía percibir el olor a tierra húmeda y si se concentraba, el sonido de las flores chocando entre ellas, risueñas y torpes, como las damas amantes de la danza que a menudo ella observaba paseando por las calles, a mitad de la noche.
A Willa le encantaba abrirse a las sensaciones. Era en aquel momento, cuando el pueblo moría en un sueño profundo, que ella podía disfrutar de su propia compañía, soledad absoluta además de sus pensamientos, tan fugaces y confusos, y el ardor que crecía en medio de su pecho, como una vela que se convertía en una gran llamarada, un incendio que arrasaba con su ser, una pequeña luz que crecía hasta superar a la estrella más grande.
Finalmente, sus zapatos rozaron la acera. Cosquillas recorrieron sus muslos hasta los dedos de sus pies, era la adrenalina que deseaba salir, explorar el mundo. Nadie estaba cerca, nadie estaba observando. Willa lo sabía, ella podía sentirlo. Ningún alma merodeaba por los alrededores, ningún ser presenciaba sus actos. Tenía ganas de agotarse, descargar el torrente de poder que florecía dentro suyo, extasiarse con la sensación de despojo hasta quedar exhausta, con la respiración errática, retomando sus fuerzas para cansarse una vez más. El recuerdo del dolor ya no la atormentaba, sino que la llamaba. Permanentemente, provocándola a menudo, probando sus fuerzas y sus capacidades. Willa había dejado de temer hacía ya mucho tiempo.
Llegó a las orillas del lago, que no se encontraba a muchos kilómetros de su casa. Ni siquiera podía recordar su camino y sus propios pasos, se sentía cegada. Tenía hambre: hambre de vida, de energía, de fuerza y de poder. Pronto su exterior dejaría de existir, pero ella seguiría estando, seguiría siendo. Era eterna, inmortal.
Frente a ella, el agua oscura a penas si se movía con el movimiento de la brisa. La luna llena se reflejaba en su espejo, e iluminaba su rostro frente al claro libre de vegetación salvaje. Las luciérnagas brillaban en pequeños resplandores titilantes a lo lejos. Ella sabía que no eran luciérnagas, ni mucho menos. Tomó asiento frente a la obra maestra que se alzaba frente a sus ojos, cruzó ambas piernas y estiró las manos para sentir las hojas de césped entre sus dedos. Sí, vida. Estaba rodeada de vida. La potencia del poder dentro de ella aumentaba, rogando por salir. Quería someterse a sus deseos y enorgullecerse de sus virtudes. Las gotas de agua comenzaron a elevarse, desafiando la gravedad. La tensión alrededor de ella era palpable, se cortaba con navaja. La arena comenzó a temblar, atemorizada de lo que era capaz de hacer. Willa ya permanecía con los ojos cerrados, y poco a poco se dejaba ir… El viento sopló más fuerte a su alrededor, silbando una canción triste que te calaba los huesos. Sus cabellos, del color de las almendras, se alzaban despeinados y desprolijos, Willa amaba esa sensación. Se sintió infinita, entera, cómplice de la naturaleza y de todos sus desastres. Pronto, sonidos escalofriantes llenaron el escenario, ruidos que discutían entre sí y crecían en potencia. Ya no había quietud, la simetría estaba alterada. La perfección había sido quebrada, y todo era por su culpa. Nuevamente, se sintió magnífica e invencible.
Una pequeña rama se partió a sus espaldas a causa de unos pasos perdidos. Perdido estaba aquel que había osado interrumpir la estridencia de su obra. Willa se giró repentinamente, y el silencio lo inundó todo, no oía ni los latidos de su corazón...
—Lo encontraron muerto, en medio del bosque. —Los ojos de ella se encontraban fijos en el camino y en las hojas que Tyson aplastaba en su andar, mientras escuchaba atentamente el relato de él. —Dicen que no estaba herido. Es como si su corazón simplemente se hubiera detenido, y hubiera envejecido una vida en cuestión de horas. —Levantó la mirada y se encontró con los ojos verdes de Willa, asustados y sorprendidos, que demostraban la incredibilidad de sus noticias.
—¿Cómo pudo pasar eso? —se preguntó ella en voz alta, Tyson casi se compadeció de lo que veía. La joven, tan delicada, tan pura, tan inocente… la que había estado adueñándose de su corazón, poco a poco, sin advertencias ni señales, lucía allí, a su lado, completamente hermosa. Willa encendió su mirada. Cuando sus visiones se encontraron, el fuego pareció explotar entre ambos, el calor invadiendo sus cuerpos. Ella tenía algo que nunca había visto en otra chica, ni siquiera en otra persona. Atrapante, misteriosa, casi adictiva. Ambos pensaban lo mismo, podían sentir el amor férreo que fluía en las venas de ambos y hacía latir sus corazones a la par. Pero, ¿era amor? Se preguntó Willa, en la profundidad de sus reflexiones. El joven que se encontraba ahora frente a ella, se había convertido en poco tiempo, en uno de sus más grandes intereses. Pasaba gran parte del día pensando en él, en sus besos, sus caricias, a cada hora y a cada minuto, excepto cuando llegaba la noche y el universo dejaba de existir, el mundo dejaba de girar y el tiempo dejaba de correr. No había recuerdos de sus noches, pero tenía la ilusión de aquello cambiaría.
Por primera vez, no estaría sola, sino con él. Cuando el cielo se pintó de naranja, y luego de azul oscuro, las estrellas nacieron entre la oscuridad y la luna, nuevamente deslumbrante, apareció detrás de las nubes, Willa sintió complacencia de estar en compañía de su presencia. Tyson la completaba, y la quería tanto como ella a él. La luz de la última vela se apagó por una brisa desprevenida, la ventana estaba cerrada y el ambiente tranquilo, seco y estático. Sobre la suavidad de las sábanas, él le demostró su amor, su adoración hacia ella. Por otra parte, Willa se dejó amar. Confiada frente a la incertidumbre del futuro inmediato.
Pero las cosas no permanecieron en su tranquilidad y calma. Y es que ella no era ordinaria, ni poseía un gramo de normalidad dentro de su cuerpo, mucho menos dentro de su alma. El aliento caliente del chico chocaba contra su piel, las puntas de sus dedos picaban, chispas comenzarían a salir de ellos. Fue cuando ella se despreocupó que cayó en la trampa de sus propias habilidades, libres de control alguno, que se desataban y manifestaban con cada muestra de amor, con cada emoción genuina que cosquilleaba su estómago y congelaba su respiración. Ahora las cortinas volaban con la brisa fresca proveniente del mar, la ventana se encontraba abierta y nadie se había levantado a abrirla. Las horas pasaron, y Tyson había caído, al igual que todos en aquel pequeño y abandonado pueblo, en un sueño absoluto, su pecho subía y bajaba al compás de su respiración tranquila y regulada, completamente satisfecha de seguir funcionando.
El silbido del viento se oyó, y la noche comenzó a llamarla. Sus sentidos se despertaron, a diferencia de su conciencia, completamente adormecida, que no advertía sus actos. De espaldas al chico de quien se había enamorado, admiró la belleza de la calle antigua que marcaba la ruta de los viajantes que pasaban frente a su casa. Un camino irregular, rocoso y rústico. Las casas, deformadas bajo las luces de la luna, imponían miedo hasta en las sombras oscuras que se escabullían donde no había luz. Pero no en sus sombras, las suyas eran fuertes, poderosas, incluso más que ella misma.
Tyson despertó cuando Willa había abandonado la habitación. Su curiosidad lo llevó a levantarse, vistiéndose para seguirla a donde quiera que vaya. Porque la quería, sana y salva a su lado, sin imaginarse que su obsesión sería quizás su mayor perdición.
Ella vestía solo su camisón, aniñado en el blanco puro como la nieve limpia. Como todas las noches, caminó a paso firme hasta su lugar de paz, alejado incluso del silencio y la tranquilidad, donde se desencadenaban sus más grandes y peligrosos poderes, donde podía manejar a su antojo la realidad que la rodeaba, donde desafiaba la lógica y el razonamiento. Llegó frente al lago, con los ojos fijos en el horizonte. El cielo no estaba despejado, como la noche anterior. Esta vez estaba cubierto de nubes fantasmagóricas, densas y movedizas, que cubrían la mayor parte de la luna. El deseo comenzó a crecer en lo profundo de su pecho, como un grito de guerra, desgarrador y agudo que saldría en cualquier momento por su garganta. Pronto dejaría de contenerse, y disfrutaría de ser libre.
—¿Willa? —Su voz, la voz grave y aun así melodiosa de Tyson, la desconcertó por completo. Se giró para verlo, sin comprender por qué la había seguido hasta allí, o por qué se había atrevido a atravesar las oscuridades que obstaculizaban el camino. —¿Qué sucede? —Preguntó él, aún lleno de confusión y a la vez, curiosidad. Willa no supo cómo responder su pregunta. Pero no era necesario hacerlo, él ya se había olvidado de sus palabras. Allí, frente al reflejo de las aguas del lago, con el sonido de un millón de criaturas, la mayoría invisibles, cantando en el fondo de la escena, rodeada con flores silvestres que se movían con el viento, creciente y amenazante, ella se veía más preciosa que nunca. Encandilado por su belleza, él dio un paso más cerca. Sudor comenzaba a nacer en su frente, a causa de la humedad y el calor que sentían. El corazón le golpeaba el pecho y se le dificultaba respirar. Willa lo observó fijamente, de alguna manera maravillada. Él se veía tan… vivo. Tan vigoroso, tan capaz de todo.
Su respiración también se agitó, y se acercó a él anhelante de aquello que poseía. Era inevitable, la necesidad era avasallante, sus sentidos se abrieron a él, disfrutando su cercanía. Con una sola mano sintió su piel, y un choque electrizante la recorrió, dejándola deseosa de más. Ella ya no lo reconocía. Sintió tristeza, porque en su corazón todavía permanecían aquellos momentos que habían vivido, y si disfrutaba de él, no podría seguir con su vida, no tendría la fuerza para soportarlo. Willa notó lo irónico que eso sonaba. Él: tan fuerte por fuera y tan débil por dentro.
Una vez que hicieron contacto, ella ya no se podía detener. Instantáneamente, comenzó a absorber la vida de su cuerpo, la energía que le fluía por dentro. Sus células se abrieron, hambrientas, y tomaron todo de él. Todo. Su juventud desaparecía, cada segundo eran diez años, sus pulmones parecían estar marchitándose, el pecho se le cerraba y la sangre dejaba de correr. Sus oídos dejaban de oír, pero sus ojos aún podían admirar a Willa. Todo se había detenido para él, todo se había acabado, pero ella relucía. Relucía en su propio brillo, una vez más el tiempo se había congelado, pero en su interior las sensaciones corrían a toda velocidad.
No tardó más de algunos minutos terminar con su sufrimiento y llevarse hasta la última gota de vida que él poseía. En el fondo, ella lo había amado, y sabía que su alma la acompañaría a donde quiera que vaya, por toda la eternidad reclamando sus disculpas.
Pero ella no podía disculparse por ser quien era. Una pesadilla disfrazada de ángel, que robaba vidas ajenas para poder sobrevivir.
- Spoiler:
- Nombre: Ángel de la noche
Género: Fantasía y suspenso.
Número de palabras: 2070 palabras.
Espero que lo disfruten, fue un placer participar. Xx
bless.
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