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Tres errores y una sonrisa
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Tres errores y una sonrisa
Tres errores y una sonrisa.
—No puedo creer que haga esto por ti. —Willa sintió vértigo en el estómago y vio la cara incómoda del pequeño Micky, quien a pesar de estar disgustado admiraba sin escrúpulos las atracciones del parque.
—Sé que te lo pasarás mejor que yo, no te preocupes. —Willa apretó su mano con más fuerza cuando el niño de 11 años quiso zafarse de su agarre. Buscó con la mirada por encima del mar de cabezas, intentando encontrar la cabellera rubia de Patrick. Cuando creyó divisarla, en medio de la emoción se abrió paso una sensación de nauseas que la dejó mareada. Por lo bajo, Micky rió.
Willa nunca fue una chica demasiado controladora, por el contrario, era bastante torpe y a menudo las cosas se le salían de las manos. Pero esta era una ocasión especial, y en verdad no quería que nada saliera mal. Habiendo cumplido los dieciocho hace poco, planeaba mudarse de aquel pueblucho e ir a la gran ciudad a estudiar Arquitectura. Las esperanzas la llenaban por completo cuando pensaba en eso y se convencía, día a día, que no iba a arruinar esa oportunidad. Para lograr su objetivo, había conseguido un trabajo cuidando al pequeño Michael, el único hijo de los Foster. Por alguna razón que ella desconocía al principio, la paga era muy buena. Por supuesto que con el paso del tiempo comprendió que cuidar del pequeño diablo no era una tarea fácil, y quien pudiera hacerlo merecía más de la gran suma que le daban mensualmente.
Esta era una de las principales razones (o quizás, la única) por la que había llevado a Micky consigo en su primera cita. Era una idea descabellada, y se lo había repetido mil veces mientras esperaba que Mike estuviera listo para emprender viaje. Pero no tenía otra opción y eso estaba más que claro. Había esperado mucho, en verdad, mucho tiempo para poder salir con Patrick. Cuando este la invitó al parque de atracciones el sábado a la tarde, se sintió la persona más afortunada. Y pensar que en poco tiempo partiría a la gran ciudad, Dios la había bendecido. Como si algo con lo que había soñado por mucho tiempo (más o menos, desde que tenía doce años) por fin se hubiera hecho realidad, y justo a tiempo. Pero todo se volvió una pesadilla cuando la señora Foster le pidió un último favor antes de despedirse de ella como niñera, y era que cuidara a Michael mientras ellos salían de viaje todo el fin de semana. ¿Cómo decir que no? Sería su última tarea como empleada de los Foster antes de prepararse para ir a la Universidad, ¡y la cara de Norma se veía tan desesperada!
Finalmente, allí estaba, con su peor enemigo tomado de su mano, caminando hacia el posible amor de su vida.
—Bien, ya sabes cuál es el plan. —Willa no quitó la mirada de Patrick, para no perderlo de vista.
—No lo recuerdo muy bien… —Micky rascó su mentón y la miró pensativo, mientras recibía una mirada fulminante de su cuidadora.
—No me jodas, pequeña bestia. —Soltó enfurecida, viendo la sonrisa maléfica del niño. Cuando la voz masculina de Patrick gritó su nombre en medio de la multitud, su rostro se transformó inmediatamente y presentó la sonrisa más encantadora que tenía.
—Tienes algo en los dientes…—Murmuró el niño. Willa cubrió su sonrisa con una mano y limpió sus dientes con la lengua, para luego ruborizarse bajo las carcajadas irritantes del jovencito. —Sin duda vas a enamorarlo.
—Más te vale quedarte cerca, o juro que le diré a tus padres lo que pasó la noche del 12 de septiembre. —Willa apunto a Micky con su dedo acusador, y éste abrió los ojos de par en par.
El niño desapareció de su campo visual al mismo tiempo que Patrick llegaba hasta donde ella se encontraba. Al perder de vista tan rápidamente al menor, sintió una leve sensación de pánico. Y nuevamente, las náuseas.
—Estás muy linda, ¿Lo sabías? —El chico de mirada azul cautivante hizo que un sinfín de mariposas revolotearan en su interior. Balbuceó algo, seguido de una risa. —¿Quién era el pequeño que venía contigo? —La castaña empalideció ante su pregunta y maldijo por lo bajo al haber creído que no lo iba a notar. ¿Mentir? ¿Decir la verdad? ¿Qué era menos vergonzoso?
—Es… Es mi hermano pequeño. Pero no te preocupes por él, no nos molestará. —Ella sonrió nuevamente, pestañeando quizás en exceso.
—Oh, ya veo. Bueno, ¿quieres comer algo primero? —Patrick relució con cada uno de sus blanquísimos dientes, logrando que las piernas de Willa se convirtieran súbitamente en gelatina.
—Sí, sí. Lo que quieras. —De nuevo, otra sonrisa tonta. La castaña carraspeó para tomar un poco de seriedad. La verdad era que su estupidez mental estaba sobrepasando sus límites personales de normalidad.
La joven pareja se abrió paso en medio de la cantidad de gente hasta una carpa donde vendían comida. Más específicamente, comida chatarra. Aún más específicamente, hot-dogs. Diablos, pensó Willa. Ella repudiaba los perros calientes. Mientras Patrick tiraba de su mano (sudorosa, por cierto) ella intentaba localizar al niño que había prometido cuidar, pero no lo veía por ninguna parte y se preguntó si quizás había sido una mala idea dejarlo ir por su cuenta. Pero vamos, era mucho más astuto que diez zorros juntos, y ya lo había demostrado. Le hizo prometer que no se mantendría lejos de ella… Y cualquiera que lo secuestrara, buscaría devolverlo lo antes posible. Willa intentó dejar de pensar en eso y respiró hondo.
No muy lejos de donde estaban, Micky observaba la escena de los enamorados. El sabía muy bien que Willa odiaba las salchichas, pero también sabía que no iba a ser capaz de rechazar la invitación de Sr. Perfecto. Por supuesto, iba a aprovecharse de eso.
La verdad era que ella le caía muy bien, nunca había tenido a la misma niñera durante tanto tiempo, y ya había pasado un año entero desde que ella lo cuidaba. Había soportado sin problemas —demasiado graves— todas sus bromas, y era una buena compañía cuando mamá y papá se iban y lo abandonaban. Porque así lo veía él: abandono. Micky no era un tonto, conocía la situación de sus padres, los escuchaba discutir a diario, y cualquiera que supiera sumar dos más dos, se daría cuenta que el divorcio estaba muy cerca. Y ahora que Willa se iría a la Universidad ¿quién iba a estar con él? Esto era en lo que él estaba pensando mientras se acercaba cada vez más, sigilosamente entre la marea de cuerpos, hasta donde se encontraba la pareja. Una última broma, una venganza por dejarme solo. Pensó el niño, mientras cambiaba el aderezo de mayonesa por la salsa de cebolla y ajo. Tres cosas que Willa odiaba en un solo hot-dog, era la mezcla perfecta para que… soltara aquello que desde que llegaron necesitaba soltar. ¿Y lo que pasó el 12 de Septiembre? Ya era hora que sus padres se enteraran, podría lidiar con ello. Al fin y al cabo, ¡él era la víctima!
Willa, ajena al plan macabro de la criatura de once años, no quería perder ni un solo movimiento del chico que tenía en frente. Patrick había resultado ser incluso más perfecto de lo que parecía. No solo era el chico más guapo de la secundaria a donde ella asistía, capitán del equipo de natación y presidente del club de debate, sino también era el joven más caballero y romántico con el que alguna vez había tenido el placer de tratar. Willa sentía que volaba, literalmente, sobre una nube. Ni siquiera estaba segura de lo que él estaba diciendo, pero era bastante consciente de la voz firme y varonil que poseía.
—¿Quieres o no? —Preguntó Patrick, sonriendo un poco incómodo al tener un par de ojos grandes y verdes posados sobre él todo el tiempo. Y para colmo Willa no respondía. Ella sacudió la cabeza y volvió la mirada al hot-dog que Patrick sostenía. No recordaba qué era lo que le había preguntado, así que para no parecer una idiota simplemente asintió con efusividad.
—Sí, claro. —Entonces, Patrick se volteó y condimentó el perro caliente con todas las salsas que había allí. —¡Espera! —Gritó, horrorizada. Patrick giró a verla confundido. —Eh… No olvides la mayonesa. —Fue lo mejor que se le ocurrió decir. Patrick le guiñó un ojo amigablemente y colocó una buena cantidad de “mayonesa” en el pan.
Una vez que salieron de allí, aquellas mariposas que Willa sentía, ya no eran tan agradables como hace un rato. En realidad, las encantadoras cosquillas habían comenzado a subir por su garganta, y no se sentía para nada bien. Estaba segura, completamente segura, de que había cebolla y ajo en aquel maldito hot-dog. Por otro lado, Patrick parecía haberlo disfrutado mucho, se notaba cuando las gotas de aderezo salían por las comisuras de sus labios, o cuando chupaba su dedo pulgar y comía más papas fritas. Aquel espectáculo solo había servido para revolver un poco más el estómago de Willa. Con una mano en la barriga, ya comenzaba a arrepentirse.
—¡Willy! —La joven giró repentinamente cuando escuchó la voz del niño detrás suyo, Patrick también se volteó, confundido.
—¿Willy? —Preguntó él, burlándose del apodo. Las mejillas de Willa enrojecieron.
—¿Qué quieres? —Murmuró, cerca del rostro del niño, quien sonreía angelicalmente.
—Solo quiero dinero para un algodón de azúcar. ¿Me das? —Willa vaciló ante la petición, pero teniendo la mirada fija del chico detrás de ella, no le quedó otra que acceder. De alguna forma, se vengaría luego. Mientras sacaba su billetera, Patrick habló.
—¿Y bien? ¿A cuál te gustaría ir primero? —Con la mirada en alto, alzando la barbilla e inflando el pecho, Patrick analizó los juegos que había en la feria, ante tal pose Willa sentía que se derretía por dentro.
—A Willy le gustan los juegos de miedo, ¿O no? —Micky señaló la única atracción de miedo para mayores de 17 que había en el parque. Inmediatamente, Willa lo fulminó con los ojos bien abiertos. En sus labios se leía un eufórico, pero mudo “cierra la boca”.
—Perfecto, a mí también me gustan. Vamos a ese, Willy. —Se mofó Patrick, mientras Willa se sumergía en la vergüenza interna. Micky sonrió con malicia, una vez más. —Gracias, campeón. —La mano pesada de Patrick golpeó el hombro del chico, amistosamente. Mike le devolvió el puño lo más fuerte que pudo, justo en medio de sus abdominales de acero.
—De nada, campeón. —Acto seguido, corrió lejos de ambos, hacia la máquina de algodones de azúcar. Willa permaneció con la mirada fija en el chico pesadilla, que salía corriendo. ¿Cómo iba a decirle a Patrick que tenía terror a ese tipo de juegos? A todo lo que era de terror, en realidad. Las cosas no estaban saliendo precisamente bien. Cometiste un error, Michael Foster.. Pensó, con el calor subiendo por sus orejas.
—¿Y bien? ¿Vamos? —Patrick sonrió, con esa genialidad que lo rodeaba como un aura. Ella asintió muy nerviosamente y tomó su mano, juntos se dirigieron al juego de terror.
—Maldito seas. —Murmuró Willa, pensando en Michael, sin poder contener el temblor que surgía en sus extremidades. Ni siquiera con los brazos de Patrick alrededor suyo podía entrar en calor. Para el chico era gracioso (quizás un poco ridículo) toda la situación, pero para Willa había sido sinceramente una de las peores experiencias, y aquella salida se asemejaba mucho a la peor cita que había tenido con alguien. Nunca pensó que Mike podía llegar tan lejos, al punto de arruinarlo todo a propósito. No habían estado ni cuarenta minutos adentro de aquel túnel oscuro, y Willa no podía olvidar las horribles imágenes que había visto.
—¿Estás bien, Willa? —Patrick movió su mano hacia arriba y abajo en su espalda intentando calmarla, cuando se dio cuenta de que estaba más alterada de lo normal. A unos metros, mezclado entre las personas, Micky miraba la escena con una mano en la boca, conteniendo sus carcajadas.
—En realidad… No. —Pensó en Mike y juró que se vengaría del niño. Pero sus pensamientos de venganza se vieron rápidamente reemplazados por un mareo que la hizo tambalear. Esas malditas mariposas, nuevamente haciendo aparición en su garganta. Oh, no.
—¿Quieres…? ¿Quieres ir al baño? ¿Tomar agua? —Patrick agachó la mirada para mirar el rostro pálido de Willa.
—Creo que voy a… —Antes de terminar de hablar, las zapatillas Nike de Patrick ya estaban cubiertas de vómito. El joven se paralizó en su lugar, viendo a la castaña vomitar encima de él. La gente se apresuró a alejarse lo más rápido posible de ellos, y Mike dio rienda suelta a sus carcajadas, al punto que lágrimas saltaron de sus ojos. Willa limpió sus labios con el dorso de su mano. A su alrededor todo se veía lleno de neblina, solo pudo reconocer la mueca de espanto en el rostro de Patrick y más allá de él, la de Micky, rojo de risa.
En ese momento, solo quiso desaparecer.
—Dios, estoy tan avergonzada. —Era aproximadamente la décima vez que Willa lo repetía.
—No te preocupes, supongo que debería haberte hecho caso a ti, antes que al niño. —Patrick miró hacia donde se encontraba Mike, caminando al lado de la castaña. —Además, estos zapatos no se me ven tan mal. —Willa miró hacía los pies de Patrick, y él tenía toda la razón. Los zapatos que le habían prestado en uno de los puestos no se veían mal. Se veían horribles. Posiblemente eran los zapatos de un payaso caducado que se deshizo de ellos en los años setenta.
—Te quedan bien. —sonrió Willa, aun muy avergonzada.
—Más allá de todo, estoy feliz de haber venido contigo hoy. Eres una gran chica, Marchand. —El pulgar de Patrick acarició su pómulo, y quizás si no hubiera vomitado minutos atrás, lo hubiera vuelto a hacer en ese momento, presa de la emoción. —Incluso aunque estemos con este diablillo… —Dirigió sus ojos a la derecha de Willa, pero el rostro de Patrick se volvió confuso al mirar donde se suponía que estaba Mike. Ella volteó a ver, pero no había nadie allí. Miró atrás, a ambos costados, a lo lejos y a unos metros, pero no veía al niño rizado en ningún lado.
—¿Dónde se metió ahora? —Se separó del agarre de Patrick y comenzó a buscar, empujando a la gente un tanto groseramente. Su respiración erraba, y las palmas le sudaban. Definitivamente las cosas no podían ponerse peor.
—Eh… Willa. Creo que ya lo encontré. —Willa siguió la mirada de Patrick directamente a la gran montaña rusa que se elevaba con prepotencia por encima del resto de los juegos. Sus ojos salieron disparados hasta la fila de gente, donde Mike se escurría rápidamente como una sanguijuela. Por un minuto, pensó: No pueden dejarlo pasar, es demasiado pequeño. Pero esa tranquilidad no duró mucho, por supuesto Mike encontraría la forma de romper las reglas, como siempre.
—Esto fue un gran error. —Se lamentó Willa, mientras corría directamente hacia el juego. —¡Mike! —Gritó, empujando a la gente que se cruzaba en su camino. El niño volteó a verla, pero siguió su camino pasando por en medio de las rejas, totalmente desapercibido ante los ojos del guardia. —¡¿Es una maldita broma?! ¡Deténganlo! —Sin embargo, el chico que aceptaba las entrabas y dejaba pasar a la gente no prestaba ni la más mínima atención a lo que ella vociferaba. La gente a su alrededor la miraba como si fuera una loca hablando y gritando sola. —¡Michael! —Volvió a gritar, cuando el niño se sentó en un vagón. —¡Mich…! ¡A un lado, anciana! ¡Michael! —La cuarentona que se había cruzado en su camino tropezó con sus propios zapatos, pero Willa no se quedó para ver como se desplomaba en el suelo. Llegó hasta la fila y empujó lo más que pudo.
—¡Déjeme pasar! Hay un niño en ese juego, no debería estar ahí. Necesito ir con él… —La mano del guardia se posicionó frente a su rostro.
—Retírese, jovencita. Ningún niño pasó por esta puerta, usted deberá hacer la fila igual que el resto.
—¡Por supuesto no entró por aquí, idiota! —Willa comenzaba a entrar en un pánico aterrador cuando los vagones del juego se llenaban.
—Oiga, no entiende. ¡Hay un niño allí arriba! —Patrick se puso frente al guardia y Willa aprovechó el momento para disparar lejos de allí y pasar por donde Michael lo había hecho. Se fijó que nadie la atrapara pasando por encima de la reja, y corrió hasta donde Mike estaba aguardando impaciente por el comienzo del juego.
—¿Qué rayos haces aquí, Marchand? —Le preguntó él, cuando ella se sentó a su lado, colocándose el cinturón.
—¿Qué hago yo…? ¿Qué…? ¿Es una jodida broma? ¡Voy a matarte, Michael Christiano Foster! ¡Juro que voy a matarte! —Pero los gritos de Willa se vieron interrumpidos por el ruido de los motores y las rejas cerrándose. El juego iba a comenzar, con ellos allí arriba.
—¿Qué edad crees que tengo, ocho? Ya puedo subir solo a estos juegos, niña tonta. —Mike frunció el ceño y se cruzó de brazos, refunfuñando como un niño pequeño.
—¿Y por qué no quisiste pasar por seguridad, eh? —El juego comenzaba a moverse, y Willa sabía que lo peor se avecinaba en la cima de aquella curva.
—Necesitaba una entrada, y sabía que no me comprarías una. Eres demasiado miedosa. —Willa no podía creer lo que oía, estaba demasiado abrumada pensando en la ira que el niño le provocaba, y el vértigo que sentía al haber subido a ese juego. Bien, también se sentía un poco estúpida, sumándole la adrenalina… Sí, probablemente vomitaría de nuevo.
Para Patrick, que miraba la escena expectante desde abajo, fue un espectáculo ver el poema trágico en el rostro de Willa, mientras ella gritaba desesperadamente. En las curvas, en los giros, en las partes rápidas y también en las partes suaves, la joven estaba deshaciendo su garganta.
Cuando todo terminó y ambos salieron del juego antes de que el guardia de la entrada los atrape, la cabeza de Willa estaba a punto de estallar. Tomó a Mike del brazo fuertemente.
—¿Por qué hiciste algo así? —Preguntó, aun enojada, pero más que nada cansada por todo lo que había sucedido aquel día.
—Solo quería subir al juego…
—No, no me refiero a eso. Y lo sabes. —Lo interrumpió Willa. —Todo lo que hiciste hoy, sabías que era una cita importante para mí, ¿porqué estabas tan empeñado en arruinarla? ¿Qué te hice yo, Michael? —Willa sabía que era inútil hacer esas interrogantes, pero estaba realmente frustrada y decepcionada de que todo haya salido tan caóticamente mal.
—¡Vas a dejarme! —Reclamó el niño. —Sabes que no soy un tonto, mis padres van a divorciarse, y tú decides irte y dejarme solo. —Los ojos de Mike se volvieron llorosos, por más que intentaba ocultarlo. Willa sintió como su corazón se partía. Detrás de Mike, Patrick llegaba a toda velocidad, pero cuando contempló la escena, retrocedió un par de pasos y aguardó.
—Pero debo ir a la Universidad, Mike. —Se defendió Willa, aun conmovida por la tristeza en los ojos marrones de Michael. El joven, con sus mejillas enrojecidas, un poco por el bochorno de llorar en público y otro poco por la angustia, apartó la mirada a un lado, intentando dejar de llorar.
—¿Pero no te importa dejarme aquí? Eres la única amiga que tengo, Willa. Y cuando te vayas, estaré solo. Ni siquiera mis padres me quieren.
—No digas eso, ellos te aman, aunque tengan sus problemas. —Ella acarició los rizos del chico, mientras las pequeñas lágrimas rodaban por sus mejillas pecosas. —Por supuesto que pensé en ti Mike, es simplemente que… Siempre pensé que no me querías allí, cuidándote. Que era un fastidio. Bueno, eso es lo que me has dicho siempre. —Mike se volteó, para verla a los ojos.
—Lo hacía porque te quiero. Eres como una hermana mayor, y la única que se preocupa por mí cuando estoy en casa. No quiero que te vayas, yo… —Tragó saliva fuertemente. —Puede que te extrañe.
—¿Puede? —Rió Willa. A continuación, estrechó al niño en sus brazos, con mucha fuerza. Micky rodeó su cuello y soltó su último par de lágrimas.
—Hoy me equivoqué. —Admitió, con la voz medio ronca.
—Tres veces. —Aclaró Willa, pero le dedicó una sonrisa sincera. Todo había sido perdonado, pues saber que aquella pequeña pesadilla tenía buenos sentimientos con ella, ablandaba y alegraba su corazón. Miró sus ojos brillantes y negros, mientras estaba agachada para estar a su altura.
—Para disculparme, si quieres puedo besarte…
—¡Diablos, no! —Michael rompió a carcajadas, mientras Willa hacía una muesca de asco completamente auténtica. Como siempre, había arruinado el momento. Pero la sonrisa en el rostro de Mike era verdadera, y eso la hizo sentir feliz. Lo quería. Era un pequeño idiota, pero lo quería. —Vendré a visitarte tantas veces como pueda. —Le dijo, mientras tomaba su mano y se dirigían a buscar a Patrick.
—¿Lo prometes, Marchand?
—Por la garrita.
- Spoiler:
- Nombre: Tres errores y una sonrisa.
Género: Comedia y drama.
Palabras: 3.499
Siento mucho la demora, espero que lo disfruten (:
bless.
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