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the burger and dog.
O W N :: Actividades :: Actividades :: Concursos :: De género en género
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the burger and dog.
El golpeteo de las gotas al caer en el pavimento persiguen los pasos que Bruno trata de no hacer notar por la calle, para su mala suerte una nube tan gris como su humor y perspectiva de la vida parece descargar su furia en contra suya —como bien convencido está él que más de media población mundial desea cada que le ven—, haciéndole pensar la mala idea que fue el salir sin la sombrilla que toda madre exige a sus hijos llevar consigo en los días lluviosos como aquel en pleno inicio del otoño.
Oh, pero claro que mamá lo hubiera hecho... ¡si tan sólo ella estuviera aquí!
Aquella parte cruda y bocazas que vive en el lugar más recóndito en la cabeza de Bruno susurra osadamente conforme los pies del joven se acercan al oscuro callejón que yace a media cuadra por la cual nadie más que él parece transitar justamente pasadas las diez de la noche. Todo buen pensamiento de aquella noche se esfuma en el momento en el cual aquella voz “ladra” lo que día con día persigue al adolescente, una vez incluso llegó a pensar que no es su conciencia lo que vive dentro de su cabeza sino más bien un perro que se encarga de alborotar sus pensamientos, y pone los ojos en blanco tratando de enfocarse en su camino en lugar del can.
Sus planes de pasar la noche en paz y tranquilidad se opacaron aquella noche cuando el número de la comisaría de la ciudad estaba marcado en el identificador de llamadas perdidas del teléfono en la casa del chico, si bien no es un secreto que el padre de Bruno en sus tiempos de juventud era toda una celebridad y las llamadas desde la jefatura eran bien recibidas cada día, logrando perturbar la poca esperanza que él tenía de pasar desapercibido por un tiempo. Después de todo, ¿quién se enteró que el chico “hamburguesas”, como se enteró que le habían apodado al huir dos semanas de la ciudad, estaba de vuelta? Además de que el hecho de tener un feo parche en el ojo le hacía ser inmediatamente conocido por cualquiera, estaba seguro de que su tiempo afuera el rumor de cómo había perdido su ojo se había esparcido más rápido que una plaga en aquel poblado de bocazas, no quería llamar la atención después de volverse a quedar en donde antes vivía después de comprobar que su padre ya no estaba más ahí.
Apenas aquella mañana el teléfono no paraba de sonar desde que despertó por lo cual decidió salir de casa y no volver hasta tarde; esa es la ventaja de estar en una posición familiar como él, único habitante por el momento de su dulce morada, sin dar explicaciones de a dónde iba.
La mala suerte que el ojiazul lleva consigo es tan predecible siempre, que Bruno siente en lo más profundo de su joven y extraño ser el acercamiento de algo grande, tres puertas abajo de la suya un par de ojos amarillos le miran desde el hueco de una ventana rota en la casa deshabitada por dónde va pasando. Las botas raspadas del adolescente se plantan frente a aquella vieja fachada con las manos en los bolsillos, mira al interior con su ceño ligeramente fruncido —aunque ni siquiera es notable debido a su largo cabello castaño que llega incluso a taparle algo de su campo de visión—, y rechinando sus dientes a su vez.
—Miedo al agua, ¿eh? —indaga indiferente observando al animal oculto dentro de la oscuridad mientras el perro en la cabeza de Bruno se pone a ladrar de inmediato— Gato estúpido, te comportas como un bravucón con quién sea que pase pero ves agua y huyes, ¿irónico no?
No obtuvo respuesta alguna, el minino parece pasar por encima la presencia del muchacho flaco ya que sigue inmóvil como desde un principio con la vista al frente, las comisuras de los labios del chico amenazan con estirarse hacia arriba, para convertir la línea de sus labios siempre fruncida en una sonrisa, pero antes siquiera de reír o comentar alguna locura más al gato dos luces se hicieron presentes en la calle. Luces rojas y azules.
Sin dudarlo hecha un brinco que le hace golpear la parte superior de su cabeza en el marco de la ventana, un siseo se le escapa más aún así se afirma con rapidez a los bordes laterales del rectángulo para afirmarse y no caer de culo al suelo, escondiéndose en la esquina de la ventana con sus piernas pegadas al pecho.
Su cabello está completamente seco y gracias a la camiseta de mangas hasta las muñecas el frío de la llovizna no le preocupa en lo absoluto, el sombrero que su padre le dio tiempo atrás a pesar de todo sirvió a la perfección como sombrilla y yace completamente mojado aún sobre su cabeza, pero su alterada respiración es lo único que está mal en aquella escena. Cuenta mentalmente hasta diez con las esperanza de regularizarse y no ser visto por aquella que parece ser una patrulla aparcada justamente enfrente de su casa.
Genial, debiste de haber entrado a charlar con el felino desde un principio, así tendrías por lo menos en donde dormir seguro.
Su barbilla que reposa en sus rodillas juntas se incorpora hasta que queda completamente enderezado con la pared detrás suyo, lleva su mano derecha a su cabeza para retirar el sombrero sólo un momento para tocar con la izquierda en su cuero cabelludo que arde como los mil demonios por el golpe de antes, Bruno devuelve el chapeo a su lugar al igual que sus manos a los costados de su cuerpo.
La cabeza le da vueltas y lo único que aclama a gritos es poder descansar en la comodidad de su habitación después de estar todo el día fuera haciendo algo provechoso, si de romper récord en el Galaga del Arcade cuenta como tal, para evitar las hostigosas acusaciones que bien sabía no tardarían en aparecer.
Los minutos pasan y conforme cada vez más voces se hacen presentes en la calle el muchacho pierde la perspectiva de su extraño sueño en el cual se imagina en paz de una vez por todas, la caída de las gotas contra el pavimento y la inquietante mirada del gato negro en el interior de la morada logran hacer que los pelos se le pongan de punta para formular un plan y salir huyendo de todo.
Y así lo hace, en menos de cinco minutos tiene un brillante plan el cual es capaz de hacerle desaparecer por la calle sin ser notado, primeramente se asoma un poco por el borde de la ventana para verificar que no haya nadie que pueda verle o por lo menos que estén distraídos. Las esbeltas figuras de tres oficiales se encuentran en frente de su casa con linternas en mano, observando por las ventanas mientras exigen que abran la puerta con fuertes golpes, y lo que parece ser un gran can les acompaña; la sangre parece desaparecer del rostro delicado del niño en aquel momento pero traga la maraña de malos pensamientos que le invaden y hace de lado los ladridos de su cabeza que le exigen frenar a todo aquello.
Pero no hay vuelta atrás, no ahora que seguramente su padre es el que está detrás de todo aquello sólo para dar con él después de meses, y es así como salga de la ventana para intentar unirse a las sombras.
La calle está desértica, nadie más que él mismo vive en aquel horrible vecindario de casas casi por caerse desde hace tiempo, las luces de la patrulla es la única que ilumina la acera y es fácil confundirse con las sombras cuando se viste de forma tan sombría para sus diecisiete años de edad. La ventaja de que sus botas están tan gastadas de las suelas es que parecen no hacer ruido alguno aún cuando corre, y es por eso que no pierde la oportunidad de caminar de espaldas de forma juguetona con la vista fija en los oficiales enfrente suyo con cuidado, se aleja sigilosamente debajo de los tejados intentando no fijarse tanto en el tamaño del animal que acompaña a los secuaces de su padre.
El miedo a los perros no es algo que al castaño le guste aceptar, porque es difícil no encontrar a una de aquellas criaturas peludas en todas partes, y bien es consciente de que aquello no fue más que algo que su viejo hizo con malicia para espantarle más de la cuenta. Bruno no piensa en otra cosa que no sea clavarle los filosos dientes del hocico de su perro interior por fomentar a sus peores miedos.
Que consiste en animales los cuales todo mundo adora, si señor, Le Brun es un chico que no le teme a cualquier cosa.
No es de un segundo a otro, sino más bien un milisegundo, en el cual por fantasear las maneras de venganza su pie resbala al chocar con la otra y termina resbalando en un charco haciendo mucho ruido en su impresionante caída digna de haber sido grabada con un móvil. Pero es tarde ya cuando trata de levantarse para huir, pues un zumbido es todo lo que percibe en su alrededor y con su ojo bueno ve al mismísimo kraken en forma peluda enfrente suyo, su garganta quiere gritar amenazas pero lo único que logra salir de su boca es un enternecedor grito agudo como la voz de una chica.
Bravo, Bruno, eres una encantadora chica miedosa a la cual atraparon por hacérselas de Gatubela. Del chico hamburguesas a la novia de Batman, wow.
El perro ladra, pero él no sabe si es su cabeza o el animal de carne y hueso la voz que le ladra.
—Entonces... ¿dices que él hizo que te sacaran el ojo por una hamburguesa? —cuestiona incrédula la voz del detective, como por milésima vez desde que llegó, mirando por encima de sus lentes con fondo de botella al joven.
La marañosa cabeza castaña del flacucho muchacho niega con rapidez, soltando maldiciones por lo bajo, y subiendo sus muñecas esposadas a la mesa.
La sensación de tener sus manos juntas en contra de su voluntad comienza a irritarle y su ojo derecho tiembla ligeramente como cada que se siente estúpidamente enfadado hace; agradece internamente a su cabello por cubrir aquello porque no quiere que más personas de las que ya están ahí con él entren en el cuarto con rejas en el que le metieron apenas llegó a la comisaría. Y se encuentra ahí, de pie, sin pavor alguno como otros considerarían estarlo.
—No, él no lo hizo a propósito, verás... le culpo a él porque en parte fue su culpa —murmura en tono cansino Bruno con sus azulada mirada puesta en el hombre calvo enfrente suyo, el detective le recuerda a un aclamado hombre de la música urbana y no le es posible tomarse muy en serio aquello con él haciéndole las preguntas, suelta un suspiro pesado porque sabe que debe ser más explícito si quiere largarse de una buena vez—. Mi padre me mandó a comprarle una cuarto de libra en el centro comercial, esa tentadora y exquisita hamburguesa que tienta a cualquiera con sólo verla en fotos. —Finje emoción en su tono para demostrar cuan entusiasmado estaba aquella vez en la que tuerto quedó— Ya era tarde, pasaban de las nueve, y en nuestra calle no hay luz desde que todos se fueron; es peligroso salir sólo ya que es idéntico a querer suicidarte. Y, bueno, aquella vez no fue la excepción, ya estaba de vuelta cuando dos cuadras abajo de mi casa un chico me detuvo poniéndose enfrente mío.
—¿Alguna característica en especial? —indaga con una ceja arqueada, lo cual le hace ver ridículamente patético ante los ojos del adolescente, el muchacho trata de aguantarse la risa fingiendo mirar hacia arriba, pensando.
—Estaba oscuro, no podía ver mucho, pero sus dientes estaban torcidos como los de un pueblerino y una asquerosa cicatriz marcaba la mitad de su rostro —contesta con sorna él, dándole paso a que el perro hablase en su lugar, dándoles una mirada cargada de puro desagrado—. Y llevaba una de esas bestias con él.
—¿Bestia? —indaga el calvo.
—¡La encarnación del mismísimo demonio con pulgas y pelo!
Los ojos de todos los presentes se posan con asombro sobre la delgada figura del hijo del sheriff, haciéndole saber de inmediato que su padre mantenía a todos al tanto de su extraña fobia con los perros.
—Bien, la bestia, claro, ¿y qué pasó después?
Bruno chasquea su lengua para prepararse en desglosar la parte más trágica de la historia que vivió como protagonista, porque bien sabe que depende de aquello si su viejo padre conserva aún su trabajo debido a los rumores distorsionados de la versión callejera de la historia, sus ojos se mueven de un lado a otro hasta dar con la cámara de seguridad por la cual graban todo ahí dentro.
—Él quiso arrebatarme la cuarto de libra con queso, trató de arrebatármela, pero me resistí —Traga saliva y mira directamente al detective— y sacó un arma con la cual me apuntó, sacándome el ojo con una sola bala.
Mira furiosamente a todos los presentes, observando como sus rostros cambian de distintas maneras, pero no insisten más en lo que viene después de la tragedia porque eso ya todo mundo lo sabe. Papá se volvió loco y yo descargué mi furia en contra suya, huí apenas tuve sano de la pérdida, pero volví apenas hace poco porque después de todo éste era mi hogar.
—Bien. —afirma el hombre levantándose de su asiento, dado por terminado el interrogatorio, pero antes de que se vayan creo que es tiempo para dar las cosas por concluidas finalmente.
—No es culpa de mi padre, él no me sacó el ojo, huí porque el perder una retina fue un golpe muy bajo y no sabía a quién culpar —declara Bruno serio, pero poco a poco una sonrisa crece en sus labios, hasta que forma una sonrisa que resulta más incomoda que alegre—. El perro me dijo que lo hiciera.
Ninguno parece inmutarse de que menciona algo completamente ilógico, como él esperaba que harían ante la mención de su oscura y sucia consciencia, retirándose rápidamente del cuarto con el joven aún esposado como si volviese a huir o fuera un criminal.
Claro, y así es como el trágico, petulante y extraño caso de Bruno Le Brun, quién perdió un ojo por culpa de una cuarto de libra, terminó dándose la imagen de un loco por temerle a los perros cuando tiene uno en su interior.
El castaño niega con la cabeza, pero sonríe y toma asiento, esperando a que su padre entre a la habitación y le suelte de una vez por todas. Después de todo, no puede hacer nada más con aquellos ladridos en su cabeza, son el chico hamburguesas y el perro; cosa que difícilmente cambiará.
El caso de la cuarto de libra estaba seguro de que sería un éxito legendario que se contaría de generación en generación, o al menos eso es lo que el perro trata de hacer para matar el tiempo.
Oh, pero claro que mamá lo hubiera hecho... ¡si tan sólo ella estuviera aquí!
Aquella parte cruda y bocazas que vive en el lugar más recóndito en la cabeza de Bruno susurra osadamente conforme los pies del joven se acercan al oscuro callejón que yace a media cuadra por la cual nadie más que él parece transitar justamente pasadas las diez de la noche. Todo buen pensamiento de aquella noche se esfuma en el momento en el cual aquella voz “ladra” lo que día con día persigue al adolescente, una vez incluso llegó a pensar que no es su conciencia lo que vive dentro de su cabeza sino más bien un perro que se encarga de alborotar sus pensamientos, y pone los ojos en blanco tratando de enfocarse en su camino en lugar del can.
Sus planes de pasar la noche en paz y tranquilidad se opacaron aquella noche cuando el número de la comisaría de la ciudad estaba marcado en el identificador de llamadas perdidas del teléfono en la casa del chico, si bien no es un secreto que el padre de Bruno en sus tiempos de juventud era toda una celebridad y las llamadas desde la jefatura eran bien recibidas cada día, logrando perturbar la poca esperanza que él tenía de pasar desapercibido por un tiempo. Después de todo, ¿quién se enteró que el chico “hamburguesas”, como se enteró que le habían apodado al huir dos semanas de la ciudad, estaba de vuelta? Además de que el hecho de tener un feo parche en el ojo le hacía ser inmediatamente conocido por cualquiera, estaba seguro de que su tiempo afuera el rumor de cómo había perdido su ojo se había esparcido más rápido que una plaga en aquel poblado de bocazas, no quería llamar la atención después de volverse a quedar en donde antes vivía después de comprobar que su padre ya no estaba más ahí.
Apenas aquella mañana el teléfono no paraba de sonar desde que despertó por lo cual decidió salir de casa y no volver hasta tarde; esa es la ventaja de estar en una posición familiar como él, único habitante por el momento de su dulce morada, sin dar explicaciones de a dónde iba.
La mala suerte que el ojiazul lleva consigo es tan predecible siempre, que Bruno siente en lo más profundo de su joven y extraño ser el acercamiento de algo grande, tres puertas abajo de la suya un par de ojos amarillos le miran desde el hueco de una ventana rota en la casa deshabitada por dónde va pasando. Las botas raspadas del adolescente se plantan frente a aquella vieja fachada con las manos en los bolsillos, mira al interior con su ceño ligeramente fruncido —aunque ni siquiera es notable debido a su largo cabello castaño que llega incluso a taparle algo de su campo de visión—, y rechinando sus dientes a su vez.
—Miedo al agua, ¿eh? —indaga indiferente observando al animal oculto dentro de la oscuridad mientras el perro en la cabeza de Bruno se pone a ladrar de inmediato— Gato estúpido, te comportas como un bravucón con quién sea que pase pero ves agua y huyes, ¿irónico no?
No obtuvo respuesta alguna, el minino parece pasar por encima la presencia del muchacho flaco ya que sigue inmóvil como desde un principio con la vista al frente, las comisuras de los labios del chico amenazan con estirarse hacia arriba, para convertir la línea de sus labios siempre fruncida en una sonrisa, pero antes siquiera de reír o comentar alguna locura más al gato dos luces se hicieron presentes en la calle. Luces rojas y azules.
Sin dudarlo hecha un brinco que le hace golpear la parte superior de su cabeza en el marco de la ventana, un siseo se le escapa más aún así se afirma con rapidez a los bordes laterales del rectángulo para afirmarse y no caer de culo al suelo, escondiéndose en la esquina de la ventana con sus piernas pegadas al pecho.
Su cabello está completamente seco y gracias a la camiseta de mangas hasta las muñecas el frío de la llovizna no le preocupa en lo absoluto, el sombrero que su padre le dio tiempo atrás a pesar de todo sirvió a la perfección como sombrilla y yace completamente mojado aún sobre su cabeza, pero su alterada respiración es lo único que está mal en aquella escena. Cuenta mentalmente hasta diez con las esperanza de regularizarse y no ser visto por aquella que parece ser una patrulla aparcada justamente enfrente de su casa.
Genial, debiste de haber entrado a charlar con el felino desde un principio, así tendrías por lo menos en donde dormir seguro.
Su barbilla que reposa en sus rodillas juntas se incorpora hasta que queda completamente enderezado con la pared detrás suyo, lleva su mano derecha a su cabeza para retirar el sombrero sólo un momento para tocar con la izquierda en su cuero cabelludo que arde como los mil demonios por el golpe de antes, Bruno devuelve el chapeo a su lugar al igual que sus manos a los costados de su cuerpo.
La cabeza le da vueltas y lo único que aclama a gritos es poder descansar en la comodidad de su habitación después de estar todo el día fuera haciendo algo provechoso, si de romper récord en el Galaga del Arcade cuenta como tal, para evitar las hostigosas acusaciones que bien sabía no tardarían en aparecer.
Los minutos pasan y conforme cada vez más voces se hacen presentes en la calle el muchacho pierde la perspectiva de su extraño sueño en el cual se imagina en paz de una vez por todas, la caída de las gotas contra el pavimento y la inquietante mirada del gato negro en el interior de la morada logran hacer que los pelos se le pongan de punta para formular un plan y salir huyendo de todo.
Y así lo hace, en menos de cinco minutos tiene un brillante plan el cual es capaz de hacerle desaparecer por la calle sin ser notado, primeramente se asoma un poco por el borde de la ventana para verificar que no haya nadie que pueda verle o por lo menos que estén distraídos. Las esbeltas figuras de tres oficiales se encuentran en frente de su casa con linternas en mano, observando por las ventanas mientras exigen que abran la puerta con fuertes golpes, y lo que parece ser un gran can les acompaña; la sangre parece desaparecer del rostro delicado del niño en aquel momento pero traga la maraña de malos pensamientos que le invaden y hace de lado los ladridos de su cabeza que le exigen frenar a todo aquello.
Pero no hay vuelta atrás, no ahora que seguramente su padre es el que está detrás de todo aquello sólo para dar con él después de meses, y es así como salga de la ventana para intentar unirse a las sombras.
La calle está desértica, nadie más que él mismo vive en aquel horrible vecindario de casas casi por caerse desde hace tiempo, las luces de la patrulla es la única que ilumina la acera y es fácil confundirse con las sombras cuando se viste de forma tan sombría para sus diecisiete años de edad. La ventaja de que sus botas están tan gastadas de las suelas es que parecen no hacer ruido alguno aún cuando corre, y es por eso que no pierde la oportunidad de caminar de espaldas de forma juguetona con la vista fija en los oficiales enfrente suyo con cuidado, se aleja sigilosamente debajo de los tejados intentando no fijarse tanto en el tamaño del animal que acompaña a los secuaces de su padre.
El miedo a los perros no es algo que al castaño le guste aceptar, porque es difícil no encontrar a una de aquellas criaturas peludas en todas partes, y bien es consciente de que aquello no fue más que algo que su viejo hizo con malicia para espantarle más de la cuenta. Bruno no piensa en otra cosa que no sea clavarle los filosos dientes del hocico de su perro interior por fomentar a sus peores miedos.
Que consiste en animales los cuales todo mundo adora, si señor, Le Brun es un chico que no le teme a cualquier cosa.
No es de un segundo a otro, sino más bien un milisegundo, en el cual por fantasear las maneras de venganza su pie resbala al chocar con la otra y termina resbalando en un charco haciendo mucho ruido en su impresionante caída digna de haber sido grabada con un móvil. Pero es tarde ya cuando trata de levantarse para huir, pues un zumbido es todo lo que percibe en su alrededor y con su ojo bueno ve al mismísimo kraken en forma peluda enfrente suyo, su garganta quiere gritar amenazas pero lo único que logra salir de su boca es un enternecedor grito agudo como la voz de una chica.
Bravo, Bruno, eres una encantadora chica miedosa a la cual atraparon por hacérselas de Gatubela. Del chico hamburguesas a la novia de Batman, wow.
El perro ladra, pero él no sabe si es su cabeza o el animal de carne y hueso la voz que le ladra.
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—Entonces... ¿dices que él hizo que te sacaran el ojo por una hamburguesa? —cuestiona incrédula la voz del detective, como por milésima vez desde que llegó, mirando por encima de sus lentes con fondo de botella al joven.
La marañosa cabeza castaña del flacucho muchacho niega con rapidez, soltando maldiciones por lo bajo, y subiendo sus muñecas esposadas a la mesa.
La sensación de tener sus manos juntas en contra de su voluntad comienza a irritarle y su ojo derecho tiembla ligeramente como cada que se siente estúpidamente enfadado hace; agradece internamente a su cabello por cubrir aquello porque no quiere que más personas de las que ya están ahí con él entren en el cuarto con rejas en el que le metieron apenas llegó a la comisaría. Y se encuentra ahí, de pie, sin pavor alguno como otros considerarían estarlo.
—No, él no lo hizo a propósito, verás... le culpo a él porque en parte fue su culpa —murmura en tono cansino Bruno con sus azulada mirada puesta en el hombre calvo enfrente suyo, el detective le recuerda a un aclamado hombre de la música urbana y no le es posible tomarse muy en serio aquello con él haciéndole las preguntas, suelta un suspiro pesado porque sabe que debe ser más explícito si quiere largarse de una buena vez—. Mi padre me mandó a comprarle una cuarto de libra en el centro comercial, esa tentadora y exquisita hamburguesa que tienta a cualquiera con sólo verla en fotos. —Finje emoción en su tono para demostrar cuan entusiasmado estaba aquella vez en la que tuerto quedó— Ya era tarde, pasaban de las nueve, y en nuestra calle no hay luz desde que todos se fueron; es peligroso salir sólo ya que es idéntico a querer suicidarte. Y, bueno, aquella vez no fue la excepción, ya estaba de vuelta cuando dos cuadras abajo de mi casa un chico me detuvo poniéndose enfrente mío.
—¿Alguna característica en especial? —indaga con una ceja arqueada, lo cual le hace ver ridículamente patético ante los ojos del adolescente, el muchacho trata de aguantarse la risa fingiendo mirar hacia arriba, pensando.
—Estaba oscuro, no podía ver mucho, pero sus dientes estaban torcidos como los de un pueblerino y una asquerosa cicatriz marcaba la mitad de su rostro —contesta con sorna él, dándole paso a que el perro hablase en su lugar, dándoles una mirada cargada de puro desagrado—. Y llevaba una de esas bestias con él.
—¿Bestia? —indaga el calvo.
—¡La encarnación del mismísimo demonio con pulgas y pelo!
Los ojos de todos los presentes se posan con asombro sobre la delgada figura del hijo del sheriff, haciéndole saber de inmediato que su padre mantenía a todos al tanto de su extraña fobia con los perros.
—Bien, la bestia, claro, ¿y qué pasó después?
Bruno chasquea su lengua para prepararse en desglosar la parte más trágica de la historia que vivió como protagonista, porque bien sabe que depende de aquello si su viejo padre conserva aún su trabajo debido a los rumores distorsionados de la versión callejera de la historia, sus ojos se mueven de un lado a otro hasta dar con la cámara de seguridad por la cual graban todo ahí dentro.
—Él quiso arrebatarme la cuarto de libra con queso, trató de arrebatármela, pero me resistí —Traga saliva y mira directamente al detective— y sacó un arma con la cual me apuntó, sacándome el ojo con una sola bala.
Mira furiosamente a todos los presentes, observando como sus rostros cambian de distintas maneras, pero no insisten más en lo que viene después de la tragedia porque eso ya todo mundo lo sabe. Papá se volvió loco y yo descargué mi furia en contra suya, huí apenas tuve sano de la pérdida, pero volví apenas hace poco porque después de todo éste era mi hogar.
—Bien. —afirma el hombre levantándose de su asiento, dado por terminado el interrogatorio, pero antes de que se vayan creo que es tiempo para dar las cosas por concluidas finalmente.
—No es culpa de mi padre, él no me sacó el ojo, huí porque el perder una retina fue un golpe muy bajo y no sabía a quién culpar —declara Bruno serio, pero poco a poco una sonrisa crece en sus labios, hasta que forma una sonrisa que resulta más incomoda que alegre—. El perro me dijo que lo hiciera.
Ninguno parece inmutarse de que menciona algo completamente ilógico, como él esperaba que harían ante la mención de su oscura y sucia consciencia, retirándose rápidamente del cuarto con el joven aún esposado como si volviese a huir o fuera un criminal.
Claro, y así es como el trágico, petulante y extraño caso de Bruno Le Brun, quién perdió un ojo por culpa de una cuarto de libra, terminó dándose la imagen de un loco por temerle a los perros cuando tiene uno en su interior.
El castaño niega con la cabeza, pero sonríe y toma asiento, esperando a que su padre entre a la habitación y le suelte de una vez por todas. Después de todo, no puede hacer nada más con aquellos ladridos en su cabeza, son el chico hamburguesas y el perro; cosa que difícilmente cambiará.
El caso de la cuarto de libra estaba seguro de que sería un éxito legendario que se contaría de generación en generación, o al menos eso es lo que el perro trata de hacer para matar el tiempo.
- info.:
título: the burger and dog.
número total de palabras: 2539
géneros: crimen y comedia.
trunks
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