Simba, el rey león.

Simba.

Algunas miradas son poderosas. Pases en el tiempo; hacia el pasado y el futuro. Miradas tácitas que forjan promesas.

Nunca voy a olvidar la primera vez que te vi. Éramos tan pequeños. Eras perfecto, mi más ansiado deseo hecho realidad. Y menudo desastre que montamos en apenas en unos segundos, la primera de nuestras travesuras. Todavía escucho a mi madre gritando como una loca, pidiendo que te sacaran de casa de inmediato, el primero de sus intentos por echarte. Pero incluso a solo unos segundos de conocerte, sabía que jamás permitiría que te apartaran de mí.

Crecimos juntos, tú más rápido, pero siempre a mi lado. Como fiel corcel que tiraba de mi cochecito. Como el malvado dragón que mantenía cautivo a Pepe, el osito. Como espectador de mis representaciones de ballet en el pasillo. Siempre a mi lado.

Sobre todo estuviste ahí en los malos momentos. No tenías que hacer nada, tu presencia era suficiente. Y si eso no es un símbolo de unión y de amor, que me parta un rayo ahora mismo.  Te sentabas a mi lado, con tu cabeza apoyada en mi regazo y me decías que todo estaba bien. Que por muy mal que hiciera las cosas, tú me querías. Eso era lo mejor de ti; no te importaba si no era lista, si no vestía a la moda, si estaba de buen o de mal humor. Me querías. Todavía hoy sigo buscando un amor como el tuyo.

Nunca dijiste una sola palabra y, jamás disfruté tanto de una conversación. Tus besos eran los más dulces, los más sinceros. Contigo nunca me sentía sola, eras mi seguro. Si yo miraba las estrellas, tú estabas bajo mi ventana para hacerlo también. El único que me esperaba despierto por las noches hasta que volvía. El único que sabía exactamente qué hacer para arrancarme una sonrisa.

No puedo comprender que haya personas en el mundo que piensen en las mascotas como simples adornos de la unidad familiar, que solo sirven para exhibirlas ante las visitas. Desde luego tú no eras eso para mí. Me enseñaste que la felicidad está en las cosas más pequeñas. Me enseñaste a luchar por lo que quería. Me enseñaste lo que es la lealtad, la de verdad,  no la que se pregona. Me enseñaste que la raza, la condición; no determina el amor. Que la diferencia existe solo en nuestras cabezas.

Todos los días me acuerdo de ti. A veces creo escuchar el sonido de tus patas correteando por la casa. Tus gruñidos y tus estornudos cuando te restregabas en el césped. Veo tu cara de bobo, tan bonita,  con esas cejas de color canela tan graciosas. En los días más duros, sueño contigo. Sueño que te acaricio y es real, como sino estuviese soñando. Y al despertarme me siento en paz. Igual a cuando te tumbabas a mi lado.

No creo en lo divino. Pero sé que en ésos sueños eres tú y, no un producto de mi imaginación. Sé que sigues aquí, velando por mí.

He dicho que algunas miradas, forjan promesas. Nuestra primera mirada fue una de ésas. Y nuestra promesa sigue firme. Te quiero, mi rey león.

ficha:

hola: