esta máquina mata fascistas.

Una hoja de papel en blanco generalmente me aporta más sentimientos que la mayoría de las personas que conozco. Es que si vos no escribís nunca vas a entender el éxtasis descomunal que supone encontrar una frase perfecta para empezar a contar una historia. Y me puedo pasar una hora sentada escribiendo y borrando, porque no se puede fingir un orgasmo en la literatura. Y es así como llevo quince años escribiendo y borrando, y ya no se me ocurren más palabras para ver cómo hago para empezar mi vida.

Tengo tanto odio adentro mío. Y ay, ojalá hubiera un Dios con el que pudiera compartir toda la ira que me carcome. Pero tan injusta la vida, tan total el despecho que me inunda; que ni siquiera fe me queda. Me tengo que contentar con ir a misa a ver cómo los privilegiados se golpean el pecho, y tirarme al piso de rodillas tratando de creer en algo a lo que ni forma le encuentro. Y mirar de reojo e intentar descifrar las emociones atrás de los ojos cerrados de las personas; y preguntarme cuánto les tardó a ellos convencerse de los murmullos llenos de esperanza turbia que escupen. Ay, Dios, sería tan fácil todo si existieras.

¿Y qué vas a hacer ahora, pájaro sin plumas? ¿Te vas a refugiar en la seguridad culpable que trae la victimización; que te llena de escalofríos de perritos mojados y lágrimas de cocodrilo? ¿O vas a escabullirte por los rincones húmedos de la soledad y la melancolía silenciosa, que te da cosquillas de desesperación y depresión? Porque sino, quién va a querer escucharte, ratita de mentiras. Ya no encontrarás a nadie que te preste oído para contar que ya lo has descubierto, que ya sabés porqué sos así. Pero no lo digás (ni hagás el intento de pensarlo, que yo me doy cuenta) con esas palabras, porque suena a la opción número uno. Y tan orgullosa vos, tan recta y seria con la idea de la dignidad, preferís mil veces ahogarte en el vacío emocional antes que mostrar debilidad. Cuánta valentía, cuánto coraje por las causas equivocadas.

Caminar descalza por los balcones, susurrar amor con los ojos, que se ericen los pelos de la nuca, y el alma, de paso. Todo te llevó siempre al alma, a vos. Siempre obsesionada con la idea de la espiritualidad y el subconsciente; de la que tanto me gusta reirme. Jugar a armar formas con los vacíos, imaginar humanidad en las caras borrosas de los peatones apurados. Crear vida con los párpados, largar los miedos con el humo del cigarrillo, aplastarlos junto con el filtro. Porque, ¿qué otra cosa se puede hacer, cuando la noche se consume la esperanza? ¿A quién se le puede explicar que estamos hechos de corazones colgando de hilos, y que los nuestros vinieron mal atados? Yo me reiría, muñeca, si me lo quisieras contar. Y si no fuera porque me conocés (y porque entendés que la risa es mi forma de disimular los escalofríos); me mirarías con tu cara de constelación perfecta, y me tirarías un pedacito de galaxia con un bufido, de esos que suelen crear vías lácteas.

El orgullo en los labios y la familia en toda la piel. Con los pies ciegos cruza el umbral de esa puerta siempre abierta; dejándose entibiar con aquellos escalofríos característicos de niñez piadosa. Después de un amor latente y diáfano, lo que siente por su familia es miedo. Y la paranoia de ser desnudada por sus secretos y su hilo de mentiras, tan invisible para los demás pero tan sólido y evidente para ella, la aterraba.
La última noche la llenó de sombras y canciones lúgubres, y la poesía de la vergüenza le selló el corazón. El lado morboso de su cabeza le tarareaba que quizás eso era lo que estaba necesitando; para poder recapitular su vida descarriada, a costa de una adolescencia sin traumas, pero vida correcta y madura al fin.
La otra parte de su mente —a la que no le alcanza un solo adjetivo para ser etiquetada, y se contenta con ser llamada irracional— recitaba constantemente y sin atisbo de duda; con una pasión que podría entenderse como dulzura y sapiencia. Lo único peor que ser insultada desde afuera, lo único peor que ser maltratada y humillada por las personas ajenas, es darles el perverso gusto de hacerles caso, y auto flagelarse. Lo único peor que la victimización, es no saber reconocerse víctima cuando es correcto.