SEGUNDO LUGAR DRABBLES: Blue Christmas

Allí estaba yo. En una esquina de la habitación, observando cómo mi hijo y el amor de mi vida colocaban la estrella en el enorme árbol de Navidad. Este año habían decidido poner esferas rojas y luces de colores. En la chimenea ya estaban los calcetines colgados y se escuchaban los villancicos de nuestra estación de radio favorita por los altoparlantes.

Sonreí, abrazándome a mí misma y partiendo de vuelta hacia el jardín.

Una vez fuera, recargué la espalda contra el manzano y cerré los ojos. Imaginando lo feliz que estaría Kenny al descubrir que entre los regalos que Santa Claus le traería esta Navidad, encontraría aquél pequeño piano que tanto quería desde Febrero. Estaba tan emocionada que ni si quiera me di cuenta de lo tarde que era ya.

Nuestra familia comenzaba a llegar poco a poco y desde fuera alcanzaba a oír el bullicio que causaban los niños, las carcajadas de papá, el gorjeo de mamá y el taconeo incesante de mi hermana menor. Hugh estaba en la terraza, bebiendo vino con su padre y mi cuñado, y en la distancia alcanzaba a ver sus brillantes ojos azules mirando directo hacia mí. Deseaba tanto acariciarle las mejillas ruborizadas que me precipité hacia él.

Hugh cerró los ojos cuando lo toqué, como si le quemara mi tacto. Sonreí, recargándome contra su espalda y embriagándome con su aroma. Era tan hermoso que robaba el aliento… Y yo… Yo lo amaba tanto. Tanto que mi alma dolía.

Cuando el reloj al fin marcó las doce, brindaron por mí y se abrazaron y desearon una Feliz Navidad. Hugh se echó a Kenny al hombro como un costal de papas y caminaron hacia el árbol. Yo me encontraba allí, sentada en el suelo junto a mi hijo, acariciándole el cabello en lo que abría sus regalos y descubría aquel piano que siempre deseó.

Cuando lo vio gritó tan fuerte que todos nos reímos.

Kenny corrió a abrazar a su papá y yo aproveché para unírmeles. Los tres llorábamos. Era un momento tan bonito que parecía casi irreal.

Cerca de las dos, cuando todos se habían ido y mi hijo se encontraba durmiendo en el sofá, Hugh se sentó junto a mí, sosteniendo una vela para brindarme la luz que tanto ansiaba. Ambos nos recargamos en el tronco del manzano mientras observábamos la nieve caer.

—Todo brilla alrededor, todo grita color, todo dicta felicidad… Y yo me siento tan azul, Lynn, tan azul sin ti —susurró, con lágrimas en sus mejillas—. Te necesito, siento que no respiro sin ti, pero tienes que descansar, cariño. Tienes que avanzar. Lo estamos haciendo muy bien, ¿qué no ves? Te fuiste, pero somos fuertes. Tan fuertes como tú. Tu amor y tu recuerdo siempre nos brindarán la Blanca Navidad de la que siempre hablabas. Siempre estarás viva en nuestro recuerdo…

Aún sin poder articular palabra, le dije lo mucho que los amaba.

—Te amaremos por siempre, Lynn. Por siempre.

Y por fin pude partir.

Moraleja: