Ellos.

«Él sabía a la manera en la que [él] esperaba que un agujero negro supiera. Él era interminable, desconocido, inexplorable. Él era peligro, pero era deseo. Y [él] no quería nada más que deambular libremente a través de él, alrededor de sus márgenes y su profundidad. [Él] quería tocar cada ángulo que él tenía, [él] quería degustar cada curva que él tenía. [Él] quería todo de él, extraerle hasta el más mínimo sonido. Y [él] no tenía miedo de ser absorbido por él, por su agujero negro.»

«Ella sabía a algodón. Ella sabía como la primera gota de lluvia después de una larga sequía. Ella se sentía como seda, aunque tenía vidrios rotos esparcidos alrededor de ella. Ella tenía tantas líneas, aunque era tan curva que la volvía loca cuando [ella] trataba de mantenerla quieta. Ella luego reía. Ella siempre reía después, y sus manos estarían temblando, y sus ojos estarían más calmos que el mar sin corrientes, y sus mejillas estarían sonrojadas, y ella sería lo más parecido a una diosa que [ella] habría podido alguna vez decir que había tocado. Ella era todo lo que había para admirar, porque ella era una pieza de arte en sí misma. No era perfecta. No, ella era más que un concepto inalcanzable.»

«Él era la luna, siempre ahí, aunque no visible a veces. Él era iluminado con la luz de otros, y así, él no era tan brillante como los demás, solo parecía serlo cuando se le miraba de cerca. Él tenía márgenes suaves, márgenes ásperos. Ángulos difuminados, ángulos afilados. Su geografía era una mezcla de verdes, amarillos y marrones. Un mapa físico en su mayor esplendor. Él era un diseño complejo. Él no era puro, ni era impuro. Él era todo lo que [él] amaba, aunque también todo lo que odiaba. Él tenía las características de un santo, y el aspecto del diablo.»

«Ellos la tocaban cuando necesitaba ser tocaba, la observaban cuando necesitaba ser mirada. Ellos iluminaban sus días, pero también oscurecían algunos. Ellos eran luz, pero también oscuridad. Ellos eran los dos lados del amor desesperanzado, la clase que venía tan inesperadamente a tu vida que, aunque estando sorprendida, niegas su existencia. Ellos eran todo lo que ella necesitaba, ellos eran todo lo que ella repudiaba. Ellos la hacían sentir llena, ellos la hacían sentir vacía. Ellos eran, en ella.»


«Él dolía. El recuerdo de su tacto dolía. El recuerdo de su gusto dolía. El recuerdo de su risa dolía. [Él] creyó cada palabra que él dijo. Cada promesa, cada juramento. [Él] lo amaba con cada pedazo de su, ahora roto, cuerpo. [Él] lo amaba con cada célula que su cuerpo tenía. [Él] lo amaba tan irrevocablemente, tan fuertemente, tan... Tanto. Lo amaba tanto que se odiaba a sí mismo por ser tan débil al recordarlo. Al recordar sus ojos. Al recordar sus labios. Al recordar su cabello. Al simplemente recordarlo. [Él] debería haberlo sabido. [Él] debería haber escuchado a sus retorcidas. Debería haber reforzado sus muros. Pero, cuando se trataba de él, [él] era débil. Era inútil. No era nada. [Él] estaba fuera de sí mismo. Él no era nadie. Sin él... [Él] ya no sabía qué hacer. Era tan dependiente, y se odiaba por eso. Pero ¿qué más iría a hacer? Estaba cegado por el amor. Él era todo lo que quería, y él solamente lo quería para tenerlo todo, no porque lo amaba. Se sentía usado, pero le gustó mientras duró. Y tal vez no fue tan ciego. Tal vez, en lo más profundo de su ser, sabía que era todo una ilusión. Tal vez sabía lo que estaba pasando, pero no lo detuvo por el simple hecho de que era egoísta. Quería más tiempo con él. Tal vez si le demostraba lo bueno que era para él... Tal vez se quedaría.»

«Una parte de [ella] murió cuando ella lo hizo. Una parte de [su] alma la abandonó cuando ella lo hizo. Una parte de [su] voz la dejó cuando ella lo hizo. La pérdida la dejó quieta. La dejó callada. Introvertida. La dejó hecha otra persona. La pérdida la dejó perdida. Todo lo que podía preguntarse era cómo hacían todos para seguir adelante. Cómo se levantaban de la misma cama sin sentir a alguien a quien abrazar. Cómo enfrentaban el mismo espejo en el que solían mirarse el uno al otro. Cómo caminaban por los mismos pisos en los que sus descalzos pies se buscaban inconscientemente para estar cálidos de nuevo. Cómo se sentaban en el mismo sillón en el que se acurrucaban el uno con el otro, sin sentir que les falta su otra mitad. Cómo se acostaban en la misma cama en la que se amaron por horas. ¿Cómo? ¿Cómo iban a comprar y recordar de repente que, ahora, la comida era solitaria? ¿Cómo se bañaban y, al ver dos champús diferentes, no sentían que faltaba alguien detrás suyo? ¿Cómo no se sentían con ganas de llorar cada vez que veían las cosas que compraron juntos? ¿Cómo hacían para no sentir que faltaba alguien en su vida? ¿Cómo hacían? ¿Cómo? ¿Cómo hacían para no sentirse tan… vacíos? ¿Cómo?»


“¡No! ¡El amor es horrible! Nunca te enamores, ¡duele!” dicen. Sí, duele. Pero es una buena clase de dolor. Como cuando tienes un moretón, y no puedes dejar de tocarlo. Fijándote en dónde duele más, en dónde duele menos, en dónde deja de doler... Eso es el amor. Duele. A veces más, a veces menos. Pero es una asombrosa clase de amor. Es tan adictiva, tan repulsiva. Es tan maravillosa, tan estúpida. Es tan hermosa, tan horrible. A veces deja de doler. Es amor, pero no ese amor. No es que se va, así como así. Deja rastros. Deja cicatrices. El amor deja recuerdos. El amor deja un camino de y si… y tendría que… detrás de él. El amor es todo lo que necesitas y todo lo que aborreces. El amor es.

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