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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
one month ideas for writting for june!
O W N :: Zona Libre :: Zona Libre :: Tus ideas
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one month ideas for writting for june!
La idea de todo es de the.plottery en instagram.
Yo subiré sus ideas, porque al mismo tiempo escribo sobre estas.
"one month ideas for writting for june!"
link del post en instagram
se puede comentar, claro. todas estos escritos son de mi propia autoría.
Yo subiré sus ideas, porque al mismo tiempo escribo sobre estas.
"one month ideas for writting for june!"
link del post en instagram
se puede comentar, claro. todas estos escritos son de mi propia autoría.
Última edición por proserpina el Miér 08 Jun 2022, 10:37 pm, editado 1 vez
proserpina
list of ideas!
lista de ideas:
O1 WEDNESDAY
Escriba una historia corta sobre una mujer que trabaja en una
torre de vigilancia contra incendios y un día es testigo de un asesinato
(Write a short story about a woman who works in a
firewatch tower and one day witnesses a murder)
02 THURSDAY
Escriba una pieza de flash fiction (hasta 500 palabras)
enteramente en una canoa
(Write a piece of flash fiction (up to 500 words) set
entirely in a canoe)
03 FRIDAY
Escribe un poema sobre el monstruo debajo de la cama
(Write a poem about the monster under the bed)
O4 SATURDAY - BREAK
05 SUNDAY
Escribe 500 palabras para un proyecto en el que
estás actualmente trabajando
(Write 500 words for a project you're currently working
on)
06 MONDAY
Escriba una historia corta sobre un padre mayor (ahora
divorciado) saliendo del armario con su hijo adulto
(Write a short story about an older parent (now
divorced) coming out to their adult child)
07 TUESDAY
Escriba una pieza de ficción flash (hasta 300 palabras) basada
en el título de tu princesa favorita de Disney
(Write a piece of flash fiction (up to 300 words) based
on the title of your favorite Disney princess)
08 WEDNESDAY - BREAK
09 THURSDAY
Escribe una historia corta sobre un padre que trama un plan detallado
para capturar a un zorro que ha estado robando en el patio.
(Write a short story about a dad who plots a detailed
plan to capture a fox that's been stealing from the yard)
10 FRIDAY
Escribe 500 palabras para un proyecto en el que
estás actualmente trabajando
(Write 500 words for a project you're currently
working on)
II SATURDAY
Escribe una historia corta sobre dos chicas en un campamento
de verano que encuentran el romance.
(Write a short story about two girls in summer camp
finding romance)
12 SUNDAY - BREAK
13 MONDAY
Lee un soneto de Shakespeare y elige tu verso favorito.
Esa es la primera línea de tu cuento del día.
(Read a sonnet from Shakespeare and pick your favorite
line. That's the first line of your short story for the day)
14 TUESDAY
Escribe una historia corta titulada "Ruby"
(Write a short story titled "Ruby")
15 WEDNESDAY
Escribe 500 palabras para un proyecto en el que
estás actualmente trabajando
(Write 500 words for a project you're currently working
on)
16 THURSDAY - BREAK
17 FRIDAY
Escribe una historia corta sobre dos personajes que
no se gustan atrapados en un telesilla
(Write a short story about two characters who dislike
each other trapped on a ski lift)
18 SATURDAY
Escribe sobre un evento importante de la infancia
en la vida de uno de tus personajes existentes.
(Write about an important childhood event in one
of your existing characters' lives)
19 SUNDAY
Escribe un poema donde cada línea comience
con la misma letra (desafío adicional: elige una letra
al azar o deja que alguien la elija por ti)
(Write a poem where every line starts with the same
letter (bonus challenge: pick a letter randomly or let
someone choose it for you))
20 MONDAY - BREAK
21 TUESDAY
Escribe una historia corta ambientada durante una tormenta
eléctrica en un pequeño pueblo.
(Write a short story set during a thunderstorm in a tiny
village)
22 WEDNESDAY
Escribe 500 palabras para un proyecto en el que
estás actualmente trabajando
(Write 500 words for a project you're currently
working on)
23 THURSDAY
Lee todo lo que has escrito hasta ahora, elige tu favorito
y escríbelo como si fuera un género diferente
(Read everything you wrote so far, pick your favorite
and write it as if it's a different genre)
24 FRIDAY - BREAK
25 SATURDAY
Escribe una historia corta sobre un hombre que
discute para comprar el último ramo de lirios en una floristería.
(Write a short story about a man arguing to purchase
the last bouquet of lilies in a flower shop)
26 SUNDAY
Escribe sobre un padre que lleva a su hijo
a un viaje de pesca.
(Write about a father taking his son out on a
fishing trip)
27 MONDAY - BREAK
28 TUESDAY
Escribe un poema celebrando el orgullo LGBTQ+
(Write a poem celebrating the LGBTQ+ pride)
29 WEDNESDAY
Escribe 500 palabras para un proyecto en el que
estás actualmente trabajando
(Write 500 words for a project you're currently working
on)
30 THURSDAY
Lee todo lo que has escrito hasta ahora, elige el
que menos te gusta y vuelve a escribirlo
(Read everything you wrote so far, pick your least
favorite and rewrite it)
O1 WEDNESDAY
Escriba una historia corta sobre una mujer que trabaja en una
torre de vigilancia contra incendios y un día es testigo de un asesinato
(Write a short story about a woman who works in a
firewatch tower and one day witnesses a murder)
02 THURSDAY
Escriba una pieza de flash fiction (hasta 500 palabras)
enteramente en una canoa
(Write a piece of flash fiction (up to 500 words) set
entirely in a canoe)
03 FRIDAY
Escribe un poema sobre el monstruo debajo de la cama
(Write a poem about the monster under the bed)
O4 SATURDAY - BREAK
05 SUNDAY
Escribe 500 palabras para un proyecto en el que
estás actualmente trabajando
(Write 500 words for a project you're currently working
on)
06 MONDAY
Escriba una historia corta sobre un padre mayor (ahora
divorciado) saliendo del armario con su hijo adulto
(Write a short story about an older parent (now
divorced) coming out to their adult child)
07 TUESDAY
Escriba una pieza de ficción flash (hasta 300 palabras) basada
en el título de tu princesa favorita de Disney
(Write a piece of flash fiction (up to 300 words) based
on the title of your favorite Disney princess)
08 WEDNESDAY - BREAK
09 THURSDAY
Escribe una historia corta sobre un padre que trama un plan detallado
para capturar a un zorro que ha estado robando en el patio.
(Write a short story about a dad who plots a detailed
plan to capture a fox that's been stealing from the yard)
10 FRIDAY
Escribe 500 palabras para un proyecto en el que
estás actualmente trabajando
(Write 500 words for a project you're currently
working on)
II SATURDAY
Escribe una historia corta sobre dos chicas en un campamento
de verano que encuentran el romance.
(Write a short story about two girls in summer camp
finding romance)
12 SUNDAY - BREAK
13 MONDAY
Lee un soneto de Shakespeare y elige tu verso favorito.
Esa es la primera línea de tu cuento del día.
(Read a sonnet from Shakespeare and pick your favorite
line. That's the first line of your short story for the day)
14 TUESDAY
Escribe una historia corta titulada "Ruby"
(Write a short story titled "Ruby")
15 WEDNESDAY
Escribe 500 palabras para un proyecto en el que
estás actualmente trabajando
(Write 500 words for a project you're currently working
on)
16 THURSDAY - BREAK
17 FRIDAY
Escribe una historia corta sobre dos personajes que
no se gustan atrapados en un telesilla
(Write a short story about two characters who dislike
each other trapped on a ski lift)
18 SATURDAY
Escribe sobre un evento importante de la infancia
en la vida de uno de tus personajes existentes.
(Write about an important childhood event in one
of your existing characters' lives)
19 SUNDAY
Escribe un poema donde cada línea comience
con la misma letra (desafío adicional: elige una letra
al azar o deja que alguien la elija por ti)
(Write a poem where every line starts with the same
letter (bonus challenge: pick a letter randomly or let
someone choose it for you))
20 MONDAY - BREAK
21 TUESDAY
Escribe una historia corta ambientada durante una tormenta
eléctrica en un pequeño pueblo.
(Write a short story set during a thunderstorm in a tiny
village)
22 WEDNESDAY
Escribe 500 palabras para un proyecto en el que
estás actualmente trabajando
(Write 500 words for a project you're currently
working on)
23 THURSDAY
Lee todo lo que has escrito hasta ahora, elige tu favorito
y escríbelo como si fuera un género diferente
(Read everything you wrote so far, pick your favorite
and write it as if it's a different genre)
24 FRIDAY - BREAK
25 SATURDAY
Escribe una historia corta sobre un hombre que
discute para comprar el último ramo de lirios en una floristería.
(Write a short story about a man arguing to purchase
the last bouquet of lilies in a flower shop)
26 SUNDAY
Escribe sobre un padre que lleva a su hijo
a un viaje de pesca.
(Write about a father taking his son out on a
fishing trip)
27 MONDAY - BREAK
28 TUESDAY
Escribe un poema celebrando el orgullo LGBTQ+
(Write a poem celebrating the LGBTQ+ pride)
29 WEDNESDAY
Escribe 500 palabras para un proyecto en el que
estás actualmente trabajando
(Write 500 words for a project you're currently working
on)
30 THURSDAY
Lee todo lo que has escrito hasta ahora, elige el
que menos te gusta y vuelve a escribirlo
(Read everything you wrote so far, pick your least
favorite and rewrite it)
Última edición por proserpina el Vie 10 Jun 2022, 8:07 pm, editado 3 veces
proserpina
01 - Write a short story about a woman who works in a firewatch tower and one day witnesses a murder
De pequeña, solían asustarle las noches. Llamaba a sus padres llorando, pues nunca estaban tan cerca de ella para protegerla de los monstruos que se ocultaban en la oscuridad. Entonces los adultos entraban a la habitación, iniciaban una inspección en todo el cuarto, pero las sombras se escondían donde los rayos amarillentos del velador no alcanzaba. Bajo su cama, por ejemplo. Por regla general nunca se había animado a mirar ahí, pero casi podía oír el ruido de los fantasmas que la molestaban de noche.
Cuando creció, las formas extrañas que no tenían rostro, se volvieron lo que ya eran, objetos inanimados que se perdían en las penumbras y la fuerza de su propia imaginación le daban el poder de matarla de miedo. En su adolescencia, había aprendido a disfrutar de la noche, de la luz filtrada por la puerta y las estrellas bailando en el cielo. El silencio de la noche, el distante mundo que parecía dormir pero nunca descansar. Era agradable, no debía presentarse de ninguna forma, porque en la oscuridad podía desaparecer y volverse apenas una silueta que volvía a la vida cuando un farol la inundaba de anaranjado.
Años después de graduarse de la secundaria, consiguió trabajo. Era un buen trabajo. No requería que fuera excepcional. Sólo debía mantenerse despierta mientras el resto dormía. Y eso, tenía el beneficio de experimentar cada día durante las calurosas madrugadas de verano, el amanecer en el horizonte de la reserva natural del parque protegido de su región. Tenia el sonido de la fauna sobre su oreja, la vida que sólo se daba cuando el sol se escondía, sonaba como un susurro desde su torre de vigía.
A veces parecía estar sola. Ser el único ser humano en el mundo. Pues estaba más cerca de las nubes, de lo que estaba de las personas. En su propio modo, era como el amo de esa parte de territorio. Si así se sentía Dios viendo a los humanos desde su lugar en la omnipotencia, podía entender por qué no solía intervenir tanto como sus fieles pedían. Porque la belleza era mucha, era tanta, que volvía a los ojos ciegos. Y, desde la altura, todo parecía estar en paz, siempre bien, siempre en orden. Y nada lograba llegar a sus oídos, ni siquiera los gritos del ciclo de la vida con el esto de los animales.
Excepto aquella noche.
Como nunca, excepto cuando está a punto de llover, la noche se había calmado, tanto, que lo único que no paraba de sonar era el rugido de las cataratas en su ritmo sin freno que mantenía a todo el bosque con vida. Pero, incluso eso estaba lejos. Pues, desde dónde estaba en su torre de vigilancia, podía ver cómo las formaciones rocosas de los pequeños pero mortales acantilados eran perfilados por la luz de la noche. Las cataratas estaban mucho más alejadas de su poder, recolectando agua de las napas, de los ríos, volviéndose una fuerza incontrolable.
Su trabajo era tranquilo casi todo el tiempo. Lo único de lo que debía cuidar, y proteger su pequeño territorio, era de las alertas de gente que intentara secuestrar o lastimar animales. Aunque la mayoría de ellos podrían matar a sus victimarios, había que procurar que no fueran lastimados pues eran especies demasiado valiosas para ser heridas por la mano del hombre. La misma mano que también era capaz de encender un fósforo y dejarlo caer a un charco de gasolina. En casos de incendios, sus compañeros debían enviarle una señal para alertar a los bomberos, a la guardia civil y a la policía. Por supuesto, también al resto de las torres.
Así que cuando recibió la alerta de movimiento, pensó que se trataba de un grupo de incendiarios dispuestos a probar suerte bosque adentro. No tenían confirmación visual de ellos, pero algo había alertado a los animales de al rededor. No estaba loca. Incluso ellos aguantaban en sus posiciones para correr o atacar a los intrusos.
Por lo que ella esperó. Se agachó en la torre, cuidando de que nada se le escapara, revisando con la ayuda de visores nocturnos el movimiento entre los árboles y los arbustos. Había unos roedores, algunas aves, no mucho más. Aún estabas aguardando. Las rodillas le dolieron por la postura, pero no desistió. El anuncio preventivo a la policía ya se había emitido de todas formas. Ese pensamiento la reconfortaba por un momento.
La altura de la torre era bastante. La primera vez que había subido, había sentido que el aire escaseaba. Y así era. Pero, ese era el nivel más alto. Esta vez, se ubicó a mitad del camino. Con la reja de la escalera clavándosele en el abdomen, y el sudor de su cuello corriendo por la piel.
Por un momento, nada.
Luego, un grito.
Los pájaros alzaron vuelo.
Con un firme agarre de sus binoculares, más o menos dirigió la vista a dónde creía que el sonido se había originado. Pero era difícil decir si no era un animal siendo comido por otro en una merienda nocturna. Pese a que su lado razonable la calmaba con las ideas más lógicas, de todas formas se esforzó por recorrer el perímetro que pudiera alcanzar con los visores, una y otra vez.
Y una figura saltó frente a sus ojos.
Eran dos cuerpos, se movían frenéticos por una parte alta de uno de los acantilados pequeños. Era quizás de los más peligrosos, pese a que su altura no era demasiada en números, era suficiente para matar a cualquiera que cayera por ahí. Por eso, es que esos lugares no sólo estaban prohibidos, pero cercados y custodiados. ¿Cómo habían llegado ahí?
Quizás deseaban una visita nocturna a la innegable postal de los saltos rocosos. Una salida romántica con la adrenalina de hacer algo ilegal también. Un juego para probar que habían logrado meterse bajo las narices de la vigilancia de los guarda parques.
Ella tomó su comunicador, avisando al compañero más cercano que estaba divisando una pareja, dos personas bailando en el borde de uno de los saltos. Y ya estaba bajando para detenerlos. Pero su pantalón se enganchó en el hierro del pasamanos de la escalera, por lo que se demoró apenas unos minutos para liberarse y volver a revisar si los objetivos se mantenían en su propio mundo, sin saber que eran observados. Colocó los binoculares otra vez sobre sus ojos, ajustó la distancia y miró otra vez.
La pareja parecía bailar, movían los brazos, el sonido de sus palabras no llegaban a dónde estaba ella observándolos. Le gustaba pensar que bailaban o se abrazaban al menos, pues de lo contrario habría otros situación mucho peor en manos y no sabría cómo controlarla.
El abrazo se rompió, las figuras se separaron. Entonces, sólo quedó una persona parada sobre el acantilado. ¿Dónde estaba la otra? ¿Había desaparecido?
Oyó el grito, un grito como nunca había escuchado antes. E, incluso a la distancia, casi parecía que estaba ella en el borde del acantilado también, observando para abajo, donde la persona caía moviendo los brazos para sostenerse de algo, con la boca abierta, sacando todo el aire que tenía en un sonido desgarrador que el bosque entero se dedicó a oír. El grito perdió la fuerza, y se lo tragó el rumor del agua lejana.
La noche no pareció recuperar el aliento.
Se lo había llevado quien había muerto.
Cuando creció, las formas extrañas que no tenían rostro, se volvieron lo que ya eran, objetos inanimados que se perdían en las penumbras y la fuerza de su propia imaginación le daban el poder de matarla de miedo. En su adolescencia, había aprendido a disfrutar de la noche, de la luz filtrada por la puerta y las estrellas bailando en el cielo. El silencio de la noche, el distante mundo que parecía dormir pero nunca descansar. Era agradable, no debía presentarse de ninguna forma, porque en la oscuridad podía desaparecer y volverse apenas una silueta que volvía a la vida cuando un farol la inundaba de anaranjado.
Años después de graduarse de la secundaria, consiguió trabajo. Era un buen trabajo. No requería que fuera excepcional. Sólo debía mantenerse despierta mientras el resto dormía. Y eso, tenía el beneficio de experimentar cada día durante las calurosas madrugadas de verano, el amanecer en el horizonte de la reserva natural del parque protegido de su región. Tenia el sonido de la fauna sobre su oreja, la vida que sólo se daba cuando el sol se escondía, sonaba como un susurro desde su torre de vigía.
A veces parecía estar sola. Ser el único ser humano en el mundo. Pues estaba más cerca de las nubes, de lo que estaba de las personas. En su propio modo, era como el amo de esa parte de territorio. Si así se sentía Dios viendo a los humanos desde su lugar en la omnipotencia, podía entender por qué no solía intervenir tanto como sus fieles pedían. Porque la belleza era mucha, era tanta, que volvía a los ojos ciegos. Y, desde la altura, todo parecía estar en paz, siempre bien, siempre en orden. Y nada lograba llegar a sus oídos, ni siquiera los gritos del ciclo de la vida con el esto de los animales.
Excepto aquella noche.
Como nunca, excepto cuando está a punto de llover, la noche se había calmado, tanto, que lo único que no paraba de sonar era el rugido de las cataratas en su ritmo sin freno que mantenía a todo el bosque con vida. Pero, incluso eso estaba lejos. Pues, desde dónde estaba en su torre de vigilancia, podía ver cómo las formaciones rocosas de los pequeños pero mortales acantilados eran perfilados por la luz de la noche. Las cataratas estaban mucho más alejadas de su poder, recolectando agua de las napas, de los ríos, volviéndose una fuerza incontrolable.
Su trabajo era tranquilo casi todo el tiempo. Lo único de lo que debía cuidar, y proteger su pequeño territorio, era de las alertas de gente que intentara secuestrar o lastimar animales. Aunque la mayoría de ellos podrían matar a sus victimarios, había que procurar que no fueran lastimados pues eran especies demasiado valiosas para ser heridas por la mano del hombre. La misma mano que también era capaz de encender un fósforo y dejarlo caer a un charco de gasolina. En casos de incendios, sus compañeros debían enviarle una señal para alertar a los bomberos, a la guardia civil y a la policía. Por supuesto, también al resto de las torres.
Así que cuando recibió la alerta de movimiento, pensó que se trataba de un grupo de incendiarios dispuestos a probar suerte bosque adentro. No tenían confirmación visual de ellos, pero algo había alertado a los animales de al rededor. No estaba loca. Incluso ellos aguantaban en sus posiciones para correr o atacar a los intrusos.
Por lo que ella esperó. Se agachó en la torre, cuidando de que nada se le escapara, revisando con la ayuda de visores nocturnos el movimiento entre los árboles y los arbustos. Había unos roedores, algunas aves, no mucho más. Aún estabas aguardando. Las rodillas le dolieron por la postura, pero no desistió. El anuncio preventivo a la policía ya se había emitido de todas formas. Ese pensamiento la reconfortaba por un momento.
La altura de la torre era bastante. La primera vez que había subido, había sentido que el aire escaseaba. Y así era. Pero, ese era el nivel más alto. Esta vez, se ubicó a mitad del camino. Con la reja de la escalera clavándosele en el abdomen, y el sudor de su cuello corriendo por la piel.
Por un momento, nada.
Luego, un grito.
Los pájaros alzaron vuelo.
Con un firme agarre de sus binoculares, más o menos dirigió la vista a dónde creía que el sonido se había originado. Pero era difícil decir si no era un animal siendo comido por otro en una merienda nocturna. Pese a que su lado razonable la calmaba con las ideas más lógicas, de todas formas se esforzó por recorrer el perímetro que pudiera alcanzar con los visores, una y otra vez.
Y una figura saltó frente a sus ojos.
Eran dos cuerpos, se movían frenéticos por una parte alta de uno de los acantilados pequeños. Era quizás de los más peligrosos, pese a que su altura no era demasiada en números, era suficiente para matar a cualquiera que cayera por ahí. Por eso, es que esos lugares no sólo estaban prohibidos, pero cercados y custodiados. ¿Cómo habían llegado ahí?
Quizás deseaban una visita nocturna a la innegable postal de los saltos rocosos. Una salida romántica con la adrenalina de hacer algo ilegal también. Un juego para probar que habían logrado meterse bajo las narices de la vigilancia de los guarda parques.
Ella tomó su comunicador, avisando al compañero más cercano que estaba divisando una pareja, dos personas bailando en el borde de uno de los saltos. Y ya estaba bajando para detenerlos. Pero su pantalón se enganchó en el hierro del pasamanos de la escalera, por lo que se demoró apenas unos minutos para liberarse y volver a revisar si los objetivos se mantenían en su propio mundo, sin saber que eran observados. Colocó los binoculares otra vez sobre sus ojos, ajustó la distancia y miró otra vez.
La pareja parecía bailar, movían los brazos, el sonido de sus palabras no llegaban a dónde estaba ella observándolos. Le gustaba pensar que bailaban o se abrazaban al menos, pues de lo contrario habría otros situación mucho peor en manos y no sabría cómo controlarla.
El abrazo se rompió, las figuras se separaron. Entonces, sólo quedó una persona parada sobre el acantilado. ¿Dónde estaba la otra? ¿Había desaparecido?
Oyó el grito, un grito como nunca había escuchado antes. E, incluso a la distancia, casi parecía que estaba ella en el borde del acantilado también, observando para abajo, donde la persona caía moviendo los brazos para sostenerse de algo, con la boca abierta, sacando todo el aire que tenía en un sonido desgarrador que el bosque entero se dedicó a oír. El grito perdió la fuerza, y se lo tragó el rumor del agua lejana.
La noche no pareció recuperar el aliento.
Se lo había llevado quien había muerto.
proserpina
02 - Write a piece of flash fiction (up to 500 words) set entirely in a canoe
El viento zumbaba en los oídos. Si cerraba los ojos, podía olvidarse dónde se encontraba. Su cuerpo se movía como si tuviera autopiloto. De alguna forma así lo era. La brisa, y la velocidad del transporte, levantaba una fina capa de agua que le besaba el rostro, y enfriaba sus mejillas, rojas del esfuerzo. Estiró las piernas, en un momento de pequeña lucidez dónde el mecanismo se frenó apenas un segundo. Una mano tocó su espalda, su compañera le avisaba que estaban descoordinados. Ahora no recordaba cómo debía seguir. En el medio de la carrera, ella y su pareja, hacían la distancia ganada cada vez minúscula en comparación a los demás competidores. Se estaban quedando atrás, y ella no lograba recordar cómo debía moverse. Su compañera le estaba gritando, las indicaciones quizás. No lograba entenderla. Pero ahí estaba, con su remo aferrado a las manos, el agua resbalando de los bordes en cámara lenta. El tiempo se había detenido. También su reacción.
Entonces vuelve la vista al frente. Las canoas que eran tan sólo el decorado de una postal, se vuelven dardos que avanzan sobre su hombro. La corriente de agua se detiene, el viento deja de soplar. Parece que está retrocediendo, pero sólo está en el lugar. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo se sube una escalera? Primero un pie y luego el otro, así colocó los lados de su remo, acariciando y rompiendo la superficie del agua, como si quisiera beber de esta sin que el río lo notara, para saciar su sed. Y ese impulso la adelanta. Es mínimo. Pero su cuerpo lo siente. Entonces, luego del otro pie, se vuelve con el primero. Se hace fuerza con las piernas (o los brazos), y se asciende. O se va hacia adelante. El motor vuelve a funcionar, está golpeado y adormecido pero si los músculos no olvidan cómo es andar en una bicicleta, tampoco podrían olvidar esto. Los contrincantes están respirando en su cuello, tan cerca que podría tocarlos si se esforzara. Pero ese no es el deseo. Sino, continuar hacia adelante.
Con un brazo tras otro, marcando el agua para recibir su impulso, corta la distancia entre ella y la meta que se ve como el horizonte de un atardecer. Cuadros y boyas. La campana está por sonar. Un brazo tras el otro. El extremo de la canoa cruza el límite, están del otro lado. Han entrado a los campos de Elíseos, han llegado a la victoria.
Entonces vuelve la vista al frente. Las canoas que eran tan sólo el decorado de una postal, se vuelven dardos que avanzan sobre su hombro. La corriente de agua se detiene, el viento deja de soplar. Parece que está retrocediendo, pero sólo está en el lugar. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo se sube una escalera? Primero un pie y luego el otro, así colocó los lados de su remo, acariciando y rompiendo la superficie del agua, como si quisiera beber de esta sin que el río lo notara, para saciar su sed. Y ese impulso la adelanta. Es mínimo. Pero su cuerpo lo siente. Entonces, luego del otro pie, se vuelve con el primero. Se hace fuerza con las piernas (o los brazos), y se asciende. O se va hacia adelante. El motor vuelve a funcionar, está golpeado y adormecido pero si los músculos no olvidan cómo es andar en una bicicleta, tampoco podrían olvidar esto. Los contrincantes están respirando en su cuello, tan cerca que podría tocarlos si se esforzara. Pero ese no es el deseo. Sino, continuar hacia adelante.
Con un brazo tras otro, marcando el agua para recibir su impulso, corta la distancia entre ella y la meta que se ve como el horizonte de un atardecer. Cuadros y boyas. La campana está por sonar. Un brazo tras el otro. El extremo de la canoa cruza el límite, están del otro lado. Han entrado a los campos de Elíseos, han llegado a la victoria.
proserpina
02 - WRITE A PIECE OF FLASH FICTIONSET ENTIRELY IN A CANOE - draft
Nunca había tenido el equilibrio suficiente para montar una bicicleta por sí solo, tampoco una moto. Y sabía que dependía de alguien más para mantenerse de pie incluso cuando hacía senderismo. Pero tampoco podía admitir frente a una persona tan atractiva que su estabilidad era poca en el suelo, mucho menos lo sería en el agua. ¿Valía la pena ahogarse en el medio de un lago sólo por estar en la compañía de un rostro tan bonito? Antes de estar sentado donde estaba ahora, la respuesta había sido afirmativa. Un desesperado pedido porque alguien le quitara el demonio que llevaba dentro, un alma sedienta de atención ajena. Ahora, el súcubo que lo había poseído, con la cola entre las patas y habiendo cumplido su cometido se escondía en su interior. De mientras, él temblaba de terror.
Unos ojos se frenaron en él, repentinamente preocupados por sus expresiones. Estaba siendo muy transparente, ese debía ser el problema. ¡Debía mantener la compostura!
La persona le tendió la mano, le sonrió incluso. Una sonrisa tan linda que incluso si era en la peor de las situaciones se sentiría enrojecer por ser el destinatario. Tocó la piel con los dedos. Sabía que debía aferrarse a ella, para calmar su corazón por el pánico de caer de la canoa, pero la palma era áspera y callosa, increíblemente atrayente a pasar sus yemas por los surcos de la piel. Se dejaba llevar, entrecerrando los ojos porque el peso de sus párpados y el calor del sol en la tarde adormecía sus sentidos de alguna forma. Y levemente, el mundo se acomodaba a su postura.
El agua sorprendió su cuerpo. Si el sueño había sido la principal preocupación, estaba había muerto ya. La masa densa del agua no se sacudía, sino que era su cuerpo el que lo hacía. Movía los brazos, estiraba el cuello. Como la arena movediza, el agua se lo tragaba, y lentamente dejaba de oír los llamados de aquella persona atractiva como un espejismo, que gritaban su nombre. El cielo era celeste, no había nubes en el cielo, incluso los pájaros cantaban. Debajo de la superficie, la historia era diferente. La luz era menos, el frío y la humedad se mezclaban con el pánico, con la angustia, con su cuerpo inmóvil siendo arrastrado centímetro a centímetro por una fuerza que no tenía descanso. Sería su final, como lo había predicho su cabeza.
Volvió el calor del sol a besarle la piel, como un beso de vida, una bocanada de salvación. Tenía al torso sobre las olas que lo movían de un lado al otro. Estiró los brazos, se agarró de algo. Un material duro le sirvió de apoyo. No supo cómo, pero sus piernas encontraron su fuerza y se liberaron de las lenguas de los salvajes y oscuros animales que vivían en el fondo del lago. Aquello dónde había colgado parte de su cuerpo era hueco, pasó sus brazos, y se sentó con el corazón desbocado. Todas las ideas se le habían acomodado en fila en su cerebro. Miró al fondo del lago, dónde las náyades habían querido llevárselo, y vio cómo la persona que le había invitado a pasarse en la canoa se disolvía como si fuera espuma. Su cabello rubio parecía tan sólo el reflejo del agua, y tan sólo quedó flotando un remo. Lo tomó de un manotón, y se arrastró sobre la superficie del agua sin mirar abajo, hasta la orilla. Podía oír cánticos, y también lamentos. No se movió.
El sordo ruido de la madera contra las rocas de la playa, tocaron en él como si fueran nudillos contra una puerta, o un despertador. Bajó de la canoa de un salto, esta se movía bajo los pasos apurados que daba. Corrió hasta que ya sus piernas no soportaron. Y, cuando juzgó que a esa distancia estaba seguro, se dio la vuelta una última vez.
El lago parecía un espejo, calmo y tranquilo, unos patos estaban entre las plantas que crecían cerca y el sol rebotaba contra el agua, brillando como plata. No podía decir que había pasado lo que presenció de haberlo querido. Nadie le hubiera creído.
Unos ojos se frenaron en él, repentinamente preocupados por sus expresiones. Estaba siendo muy transparente, ese debía ser el problema. ¡Debía mantener la compostura!
La persona le tendió la mano, le sonrió incluso. Una sonrisa tan linda que incluso si era en la peor de las situaciones se sentiría enrojecer por ser el destinatario. Tocó la piel con los dedos. Sabía que debía aferrarse a ella, para calmar su corazón por el pánico de caer de la canoa, pero la palma era áspera y callosa, increíblemente atrayente a pasar sus yemas por los surcos de la piel. Se dejaba llevar, entrecerrando los ojos porque el peso de sus párpados y el calor del sol en la tarde adormecía sus sentidos de alguna forma. Y levemente, el mundo se acomodaba a su postura.
El agua sorprendió su cuerpo. Si el sueño había sido la principal preocupación, estaba había muerto ya. La masa densa del agua no se sacudía, sino que era su cuerpo el que lo hacía. Movía los brazos, estiraba el cuello. Como la arena movediza, el agua se lo tragaba, y lentamente dejaba de oír los llamados de aquella persona atractiva como un espejismo, que gritaban su nombre. El cielo era celeste, no había nubes en el cielo, incluso los pájaros cantaban. Debajo de la superficie, la historia era diferente. La luz era menos, el frío y la humedad se mezclaban con el pánico, con la angustia, con su cuerpo inmóvil siendo arrastrado centímetro a centímetro por una fuerza que no tenía descanso. Sería su final, como lo había predicho su cabeza.
Volvió el calor del sol a besarle la piel, como un beso de vida, una bocanada de salvación. Tenía al torso sobre las olas que lo movían de un lado al otro. Estiró los brazos, se agarró de algo. Un material duro le sirvió de apoyo. No supo cómo, pero sus piernas encontraron su fuerza y se liberaron de las lenguas de los salvajes y oscuros animales que vivían en el fondo del lago. Aquello dónde había colgado parte de su cuerpo era hueco, pasó sus brazos, y se sentó con el corazón desbocado. Todas las ideas se le habían acomodado en fila en su cerebro. Miró al fondo del lago, dónde las náyades habían querido llevárselo, y vio cómo la persona que le había invitado a pasarse en la canoa se disolvía como si fuera espuma. Su cabello rubio parecía tan sólo el reflejo del agua, y tan sólo quedó flotando un remo. Lo tomó de un manotón, y se arrastró sobre la superficie del agua sin mirar abajo, hasta la orilla. Podía oír cánticos, y también lamentos. No se movió.
El sordo ruido de la madera contra las rocas de la playa, tocaron en él como si fueran nudillos contra una puerta, o un despertador. Bajó de la canoa de un salto, esta se movía bajo los pasos apurados que daba. Corrió hasta que ya sus piernas no soportaron. Y, cuando juzgó que a esa distancia estaba seguro, se dio la vuelta una última vez.
El lago parecía un espejo, calmo y tranquilo, unos patos estaban entre las plantas que crecían cerca y el sol rebotaba contra el agua, brillando como plata. No podía decir que había pasado lo que presenció de haberlo querido. Nadie le hubiera creído.
proserpina
03 - Write a poem about the monster under the bed
Bajo mi cama hay un monstruo.
Lo escucho respirar durante la noche.
Duerme durante el día.
Nunca me he acercado a verlo
pero sé que está.
Lo siento
porque se ríe de mí
y espera cuando apago la luz
y cuando cierro las cortinas
para acecharme.
No hago ruido, porque espero
que crea que duermo
y me deje en paz
Pero jamás lo hace
incluso cuando estoy durmiendo al lado de alguien
lo oigo
pero nadie más lo hace
Me sigue a cada lugar que voy
en cada rincón oscuro.
Ahí está este monstruo
esperando por mí.
Hasta hoy.
Hoy dije basta.
Me agaché sobre la alfombra
en dirección a la cama
Levanté el cobertor
acerqué la luz al monstruo
Y al encontrarlo, él me devolvió la mirada
Contuve el impulso de gritar
Era aterrador
Pero, luego de unos minutos
me acostumbré a su presencia
Estaba asustado como yo
Alargué la mano
Estaba frío
Lo tomé
Era bidimensional
Reflejaba la luz del velador
E imitaba mis gestos
Cuando lo saqué finalmente de la penumbra
y lo estudié con mis ojos bien abiertos
me di cuenta que el monstruo
estaba atrapado en un lugar plateado
Y que cuando giraba la cabeza
tambien giraba la mía
Tras un momento entendí
en mis manos estaba un espejo
y el monstruo era yo.
Lo escucho respirar durante la noche.
Duerme durante el día.
Nunca me he acercado a verlo
pero sé que está.
Lo siento
porque se ríe de mí
y espera cuando apago la luz
y cuando cierro las cortinas
para acecharme.
No hago ruido, porque espero
que crea que duermo
y me deje en paz
Pero jamás lo hace
incluso cuando estoy durmiendo al lado de alguien
lo oigo
pero nadie más lo hace
Me sigue a cada lugar que voy
en cada rincón oscuro.
Ahí está este monstruo
esperando por mí.
Hasta hoy.
Hoy dije basta.
Me agaché sobre la alfombra
en dirección a la cama
Levanté el cobertor
acerqué la luz al monstruo
Y al encontrarlo, él me devolvió la mirada
Contuve el impulso de gritar
Era aterrador
Pero, luego de unos minutos
me acostumbré a su presencia
Estaba asustado como yo
Alargué la mano
Estaba frío
Lo tomé
Era bidimensional
Reflejaba la luz del velador
E imitaba mis gestos
Cuando lo saqué finalmente de la penumbra
y lo estudié con mis ojos bien abiertos
me di cuenta que el monstruo
estaba atrapado en un lugar plateado
Y que cuando giraba la cabeza
tambien giraba la mía
Tras un momento entendí
en mis manos estaba un espejo
y el monstruo era yo.
proserpina
06 - Write a short story about an older parent coming out to their adult child
—¿Mamá? —oyó que le hablaban—. ¿Me estás escuchando?
Apretó con fuerza el agarre de la copa en su mano. ¿Qué estaba diciendo su hijo? Hablaba sobre su nuevo trabajo en una de las grandes tiendas de electrodomésticos en la ciudad. Se estaba quejando de la semana. Los días eran muy ocupados, y los clientes lo trataban muy mal. Sí, eso había entendido.
—Claro, sí. Lo siento —tosió—. Me perdí un instante. Me decías sobre que la semana estuvo pesada.
Su hijo la miró con cuidado antes de responder.
—Sí… y también como atendí a una señora que me recordó a papá. Parecía una versión de él. Pero con ambos oídos y mucha más paciencia.
Ambos se rieron.
—Mami —dijo su hijo, en esa voz que usaba cada vez que se preocupaba por ella. Le tomó la mano—. ¿De verdad estás bien? Parecés perdida. ¿Querés tomar algo? ¿Te duele la cabeza?
—No, no. —Lo detuvo antes de que comenzara a ponerse ansioso.
Apretó su mano un momento, acariciándole el dorso con las yemas. No era tan importante lo que quería preguntarle, pero la pena que le daba era tanta como si fuese ella una adolescente y tuviera que preguntarle a sus padres cómo se hacían los bebés. Si le apretaba lo suficiente la mano, quizás Nicolás no se iba a dar cuenta que le temblaban. También le temblaban las rodillas, pero estaban ocultas bajo la mesa.
Estaban en su casa. A veces tenía suerte y su hijo se hacía el tiempo suficiente para visitarla y comer juntos. Solía ser cómo volver a ver a su pequeño otra vez, espiando desde su silla alta lo que ella cocinaba para la familia. Era un pequeño milagro verlo tan seguido, porque su hija estaba muy lejos, en otro país y con ella los únicos nietos que tenía.
Invitar a su ex esposo cuando se sentía sola no sonaba como el mejor plan. Aunque estaban en buenos términos gracias al paso del tiempo, capaz de limpiar cualquier aspereza, sabía que pasar un momento a solas con el hombre enviaría las señales incorrectas y estaría detrás de ella por diez años más. Nicolás era la mejor opción cuando extrañaba su familia, porque era su angelito, tan considerado y amable, el cual juraba de pequeño que amaría a su madre sin importar lo que hiciera.
No estaba segura de querer comprobarlo, por miedo de que la respuesta fuera negativa. Entonces su corazón se le rompería en mil pedazos. Y no estaba lista para ello.
Pero su mente no le permitía continuar comiéndose las palabras que querían salirse de sus labios. Habia tomado tanto. Era como ver al mundo de diferente forma. De una nueva. Y aquello que dejaba atrás daba tanto miedo como lo que le esperaba hacia adelante.
Se tomó todo el contenido de su copa y lo dejó en la mesa con un golpe sordo.
—Quiero que me ayudes con algo —le dijo a Nicolás, sin mirarlo a los ojos—. Necesito contarle algo a tu hermana y a Jorge.
—¿A papá también? ¿Qué le importa a él lo que vos hacés de tu vida?
—Porque por veinte años, estuve casada con él. Y siento que también merece que le cuente esto. Por favor.
El ceño fruncido de su hijo se aflojó.
—Está bien. Sí. Es tu decisión. Pero si me pedís ayuda es porque creés que no se lo va a tomar bien —soltó una risa. De pronto se puso serio—. ¿Tenés novio?
La pregunta le hizo temblar el labio. Se rió, negando con la cabeza, incapaz de mantenerle la mirada. Si fuera tan sencillo. Podría decir que sí. Pero su conciencia no se quedaría tranquila y otra noche más no dormiría por dar vueltas en la cama.
Nicolás, que no era testigo de los pensamientos en su cabeza, comenzó a preocuparse.
—Mamá, me estás asustando. —A Nicolás le tembló la voz—. ¿Estás… estás enferma? ¿Es eso?
—No, mi amor. Estoy en perfecto estado de salud —aseguró ella—. Quizás tengo un poco de colesterol, pero no es nada de lo que tengas que preocuparte.
—¿Entonces? ¿Qué puede ser tan terrible?
—Bueno, sabés que cuando me divorcié de tu padre, aprendí a hacer muchas cosas. Aprendí a administrar mejor los bienes de la casa, a despertarme menos en la noche, a no apresurarme a limpiar por el miedo de que tuviera problemas con mi esposo. A que ustedes habían crecido bien y que tenía que aprender a que fueran un poco más libres.
¿Hacía calor? ¿Estaba sudando? La cara se le estaba humedeciendo, el maquillaje se le iba a correr y las gotitas de sudor le iban a quedar de bigote como cada vez que se ponía nerviosa.
—También aprendí que la carne no me gusta mucho, y que detesto el sabor del pollo. Que no me gusta que interrumpan mi espacio, y que disfruto de salir con mis amigas, aunque creía que no.
—Sí, mamá. Estuve en todo eso. Pasaste muchas cosas difíciles también. Y las supiste sobrellevar de forma excepcional. Mucho mejor que papá, eso es obvio. La otra vez estábamos hablando con Alma y ella cree que vos te volviste la mejor versión de vos luego del divorcio. Pero yo creo que sólo fuiste feliz.
—Tu hermana disfruta de tener a dos padres porque puede venir a comer de los dos y, como no nos hablamos, come por segunda vez —se rió ella, recordando como en Navidad su hija solía llegar tarde por haber ido a saludar a su padre, y haber cenado con él, aunque fuera a cenar con su madre también.
—Bueno, pero a quién no. Comida es comida. ¿Ahora me vas a decir que sos vegana? Porque no te voy a poder invitar a los asados. Sabés que hago pescado por vos.
Se sirvió un poco más de vino. Y se lo tomó de golpe también.
Tenía el cuerpo entero temblando.
Estaban en primavera, pero el escalofrío le recorría la espalda.
Se cubrió la boca, incapaz de contener los quejidos. Estaba llorando, y una vez que comenzó, se vio incapaz de parar. Lloraba como si estuviera a punto de morir. Como si en realidad tuviera apenas dos días de vida, y cada intento por vivir más tiempo fuera inútil. Pero la realidad era mucho menos grave, mucho menos letal.
Su hizo se levantó de la mesa y se puso de rodillas frente a ella.
—¿En serio sos vegana? Te juro que era un chiste. No me importa si sos vegana, leí que cuando la gente grande se vuelve vegana vive más, vamos a poder tenerte por mucho tiempo.
—No soy vegana, Nicolás. Me gustan las mujeres.
—¿Entonces te gusta todavía el pescado?
Ella lo miró sin entender. ¿Estaba aún preocupado por si iba a poder comer con él los asados? No le había entendido, por supuesto.
—Soy lesbiana, hijo. Me gustan las mujeres.
Y se echó a llorar otra vez.
Qué pena le daba.
Ya estaba grande para estas cosas.
Los adultos no tenían tantos problemas para vivir sus vidas.
¿Por qué insistía en complicarse tanto?
No era cómo en su época, claro, pero aún así no se sentía bien.
¿Qué podrían pensar sus amigas?
¿Y su hija?
¿Su propio hijo?
Tampoco estaba para negar todo el resto de vida que le quedara pretendiendo que no sentía o que no era de una forma diferente que la otra mitad de su vida, donde había sido tan infeliz.
O que alguna vez tendría novio. Cuando no podía pensar en acostarse con otro más. O tocar su piel, o estar cerca de ellos queriéndolos de verdad, y no porque eso se esperaba de ella. Mucho menos podría querer a otro hombre, aunque ni siquiera estaba segura que había llegado a amar a su esposo siquiera.
Pero su hijo ahora la abrazaba. Le había rodeado los hombros con sus brazos porque aunque si le hablaba no iba a escucharlo porque seguía con su llanto.
—Mamá —le repitió hasta que pudo oírlo—, mamá. ¿Esperás que reaccione mal por lo que me acabás de decir? ¿No te dije que te iba a amar sin importar lo que pasara? Todos los días te amo más.
Entonces ella extendió los brazos, y lo abrazó de vuelta. Su hijo, quien había sido una vez tan pequeño e indefenso, la protegía y la consolaba cuando ella debía haberlo hecho siempre. Quizás finalmente habían cambiado los roles, y por fin a los 63 años llegaba el momento en que los hijos cuidaban de sus padres, y los amaban tal y como eran, sin importar lo que sucediera en el medio.
Apretó con fuerza el agarre de la copa en su mano. ¿Qué estaba diciendo su hijo? Hablaba sobre su nuevo trabajo en una de las grandes tiendas de electrodomésticos en la ciudad. Se estaba quejando de la semana. Los días eran muy ocupados, y los clientes lo trataban muy mal. Sí, eso había entendido.
—Claro, sí. Lo siento —tosió—. Me perdí un instante. Me decías sobre que la semana estuvo pesada.
Su hijo la miró con cuidado antes de responder.
—Sí… y también como atendí a una señora que me recordó a papá. Parecía una versión de él. Pero con ambos oídos y mucha más paciencia.
Ambos se rieron.
—Mami —dijo su hijo, en esa voz que usaba cada vez que se preocupaba por ella. Le tomó la mano—. ¿De verdad estás bien? Parecés perdida. ¿Querés tomar algo? ¿Te duele la cabeza?
—No, no. —Lo detuvo antes de que comenzara a ponerse ansioso.
Apretó su mano un momento, acariciándole el dorso con las yemas. No era tan importante lo que quería preguntarle, pero la pena que le daba era tanta como si fuese ella una adolescente y tuviera que preguntarle a sus padres cómo se hacían los bebés. Si le apretaba lo suficiente la mano, quizás Nicolás no se iba a dar cuenta que le temblaban. También le temblaban las rodillas, pero estaban ocultas bajo la mesa.
Estaban en su casa. A veces tenía suerte y su hijo se hacía el tiempo suficiente para visitarla y comer juntos. Solía ser cómo volver a ver a su pequeño otra vez, espiando desde su silla alta lo que ella cocinaba para la familia. Era un pequeño milagro verlo tan seguido, porque su hija estaba muy lejos, en otro país y con ella los únicos nietos que tenía.
Invitar a su ex esposo cuando se sentía sola no sonaba como el mejor plan. Aunque estaban en buenos términos gracias al paso del tiempo, capaz de limpiar cualquier aspereza, sabía que pasar un momento a solas con el hombre enviaría las señales incorrectas y estaría detrás de ella por diez años más. Nicolás era la mejor opción cuando extrañaba su familia, porque era su angelito, tan considerado y amable, el cual juraba de pequeño que amaría a su madre sin importar lo que hiciera.
No estaba segura de querer comprobarlo, por miedo de que la respuesta fuera negativa. Entonces su corazón se le rompería en mil pedazos. Y no estaba lista para ello.
Pero su mente no le permitía continuar comiéndose las palabras que querían salirse de sus labios. Habia tomado tanto. Era como ver al mundo de diferente forma. De una nueva. Y aquello que dejaba atrás daba tanto miedo como lo que le esperaba hacia adelante.
Se tomó todo el contenido de su copa y lo dejó en la mesa con un golpe sordo.
—Quiero que me ayudes con algo —le dijo a Nicolás, sin mirarlo a los ojos—. Necesito contarle algo a tu hermana y a Jorge.
—¿A papá también? ¿Qué le importa a él lo que vos hacés de tu vida?
—Porque por veinte años, estuve casada con él. Y siento que también merece que le cuente esto. Por favor.
El ceño fruncido de su hijo se aflojó.
—Está bien. Sí. Es tu decisión. Pero si me pedís ayuda es porque creés que no se lo va a tomar bien —soltó una risa. De pronto se puso serio—. ¿Tenés novio?
La pregunta le hizo temblar el labio. Se rió, negando con la cabeza, incapaz de mantenerle la mirada. Si fuera tan sencillo. Podría decir que sí. Pero su conciencia no se quedaría tranquila y otra noche más no dormiría por dar vueltas en la cama.
Nicolás, que no era testigo de los pensamientos en su cabeza, comenzó a preocuparse.
—Mamá, me estás asustando. —A Nicolás le tembló la voz—. ¿Estás… estás enferma? ¿Es eso?
—No, mi amor. Estoy en perfecto estado de salud —aseguró ella—. Quizás tengo un poco de colesterol, pero no es nada de lo que tengas que preocuparte.
—¿Entonces? ¿Qué puede ser tan terrible?
—Bueno, sabés que cuando me divorcié de tu padre, aprendí a hacer muchas cosas. Aprendí a administrar mejor los bienes de la casa, a despertarme menos en la noche, a no apresurarme a limpiar por el miedo de que tuviera problemas con mi esposo. A que ustedes habían crecido bien y que tenía que aprender a que fueran un poco más libres.
¿Hacía calor? ¿Estaba sudando? La cara se le estaba humedeciendo, el maquillaje se le iba a correr y las gotitas de sudor le iban a quedar de bigote como cada vez que se ponía nerviosa.
—También aprendí que la carne no me gusta mucho, y que detesto el sabor del pollo. Que no me gusta que interrumpan mi espacio, y que disfruto de salir con mis amigas, aunque creía que no.
—Sí, mamá. Estuve en todo eso. Pasaste muchas cosas difíciles también. Y las supiste sobrellevar de forma excepcional. Mucho mejor que papá, eso es obvio. La otra vez estábamos hablando con Alma y ella cree que vos te volviste la mejor versión de vos luego del divorcio. Pero yo creo que sólo fuiste feliz.
—Tu hermana disfruta de tener a dos padres porque puede venir a comer de los dos y, como no nos hablamos, come por segunda vez —se rió ella, recordando como en Navidad su hija solía llegar tarde por haber ido a saludar a su padre, y haber cenado con él, aunque fuera a cenar con su madre también.
—Bueno, pero a quién no. Comida es comida. ¿Ahora me vas a decir que sos vegana? Porque no te voy a poder invitar a los asados. Sabés que hago pescado por vos.
Se sirvió un poco más de vino. Y se lo tomó de golpe también.
Tenía el cuerpo entero temblando.
Estaban en primavera, pero el escalofrío le recorría la espalda.
Se cubrió la boca, incapaz de contener los quejidos. Estaba llorando, y una vez que comenzó, se vio incapaz de parar. Lloraba como si estuviera a punto de morir. Como si en realidad tuviera apenas dos días de vida, y cada intento por vivir más tiempo fuera inútil. Pero la realidad era mucho menos grave, mucho menos letal.
Su hizo se levantó de la mesa y se puso de rodillas frente a ella.
—¿En serio sos vegana? Te juro que era un chiste. No me importa si sos vegana, leí que cuando la gente grande se vuelve vegana vive más, vamos a poder tenerte por mucho tiempo.
—No soy vegana, Nicolás. Me gustan las mujeres.
—¿Entonces te gusta todavía el pescado?
Ella lo miró sin entender. ¿Estaba aún preocupado por si iba a poder comer con él los asados? No le había entendido, por supuesto.
—Soy lesbiana, hijo. Me gustan las mujeres.
Y se echó a llorar otra vez.
Qué pena le daba.
Ya estaba grande para estas cosas.
Los adultos no tenían tantos problemas para vivir sus vidas.
¿Por qué insistía en complicarse tanto?
No era cómo en su época, claro, pero aún así no se sentía bien.
¿Qué podrían pensar sus amigas?
¿Y su hija?
¿Su propio hijo?
Tampoco estaba para negar todo el resto de vida que le quedara pretendiendo que no sentía o que no era de una forma diferente que la otra mitad de su vida, donde había sido tan infeliz.
O que alguna vez tendría novio. Cuando no podía pensar en acostarse con otro más. O tocar su piel, o estar cerca de ellos queriéndolos de verdad, y no porque eso se esperaba de ella. Mucho menos podría querer a otro hombre, aunque ni siquiera estaba segura que había llegado a amar a su esposo siquiera.
Pero su hijo ahora la abrazaba. Le había rodeado los hombros con sus brazos porque aunque si le hablaba no iba a escucharlo porque seguía con su llanto.
—Mamá —le repitió hasta que pudo oírlo—, mamá. ¿Esperás que reaccione mal por lo que me acabás de decir? ¿No te dije que te iba a amar sin importar lo que pasara? Todos los días te amo más.
Entonces ella extendió los brazos, y lo abrazó de vuelta. Su hijo, quien había sido una vez tan pequeño e indefenso, la protegía y la consolaba cuando ella debía haberlo hecho siempre. Quizás finalmente habían cambiado los roles, y por fin a los 63 años llegaba el momento en que los hijos cuidaban de sus padres, y los amaban tal y como eran, sin importar lo que sucediera en el medio.
proserpina
07 - Write a piece of flash fiction based on the title of your favorite Disney princess
Odiaba esa canción. Duraría tres minutos de su vida, luego, con algo de suerte el reproductor cambiaría de tema y no debería oír toda la banda sonora de la película. En su mente se escuchaba tan amargado como se sentía. Su espíritu había sido reemplazado con el de un viejo al que nada le gustaba.Todo le molestaba.
Su hermana estaba bailando y cantando a todo pulmón la canción, saltando como si tuviera resortes en los pies. Verla le daba ganas de cubrirse los oídos, pues su voz cantaba sobre la de coros y resultaba estridente cómo no lograba mantener las notas.
Ella le tendió la mano. Él cruzó de brazos, de esa forma no iba a poder tomarle las manos y arrastrarlo con ella. Pero, su melliza era mucho más lista que él. Le tomó del brazo y luchó sin perder la sonrisa para ponerlo de pie.
Aunque ella no insistió más en que se le uniera, siguió saltando a su lado. Cómo hacía, cuál sería su secreto para lucir tan contenta con una vida miserable como la que tenían. Sonreía. Se reía. Lo disfrutaba. Quizás si la imitaba, aquella felicidad podría compartirse. Una comisura primero, luego la otra. El intento le daba tanta pena que también le dio risa. Su cubrió la boca, sorprendido. ¿Acaso había funcionado? Por lógica, sólo necesitaba imitarla.
Comenzó a saltar con ella. Dando vueltas, cantando aunque no se sabía la letra. Y aunque todo era una cuestión de imitar, pronto sintió alegría propia, haciendo sus propios movimientos, sus propias carcajadas.
Cantaron a coro con la melodía. Desafinaban, pero se sentía bien. El espíritu de aquel señor amargado había desaparecido, siendo reemplazado por un niño de seis años. O, quizás, el anciano que vivía dentro de él también se estaba divirtiendo.
Su hermana estaba bailando y cantando a todo pulmón la canción, saltando como si tuviera resortes en los pies. Verla le daba ganas de cubrirse los oídos, pues su voz cantaba sobre la de coros y resultaba estridente cómo no lograba mantener las notas.
Ella le tendió la mano. Él cruzó de brazos, de esa forma no iba a poder tomarle las manos y arrastrarlo con ella. Pero, su melliza era mucho más lista que él. Le tomó del brazo y luchó sin perder la sonrisa para ponerlo de pie.
Aunque ella no insistió más en que se le uniera, siguió saltando a su lado. Cómo hacía, cuál sería su secreto para lucir tan contenta con una vida miserable como la que tenían. Sonreía. Se reía. Lo disfrutaba. Quizás si la imitaba, aquella felicidad podría compartirse. Una comisura primero, luego la otra. El intento le daba tanta pena que también le dio risa. Su cubrió la boca, sorprendido. ¿Acaso había funcionado? Por lógica, sólo necesitaba imitarla.
Comenzó a saltar con ella. Dando vueltas, cantando aunque no se sabía la letra. Y aunque todo era una cuestión de imitar, pronto sintió alegría propia, haciendo sus propios movimientos, sus propias carcajadas.
Cantaron a coro con la melodía. Desafinaban, pero se sentía bien. El espíritu de aquel señor amargado había desaparecido, siendo reemplazado por un niño de seis años. O, quizás, el anciano que vivía dentro de él también se estaba divirtiendo.
proserpina
07 - Write a piece of flash fiction (up to 300 words) based on the title of your favorite Disney princess - draft
Odiaba esa canción. Al menos, duraría tres minutos de su vida, luego, con algo de suerte el reproductor cambiaría de tema y no debería oír toda la banda sonora de la película. Incluso en su mente se escuchaba tan amargado como se sentía. No era que fuera un adulto miserable a la corta edad de quince años, pero quizás su espíritu había sido reemplazado con el de un viejo señor al que nada le daba placer o gusto. Más bien, no sólo todo le daba igual, pero también le molestaba en la misma cantidad. Bueno, al final se podría considerar que el hastío resultaba un sentimiento como todos los demás que debía sentir.
¿Por dónde estaba la canción? Apenas un cuarto de su extensión. Oh, por cualquier dios que estuviera escuchándole los pensamientos, el tiempo no parecía pasar nunca.
Su hermana estaba bailando y cantando a todo pulmón la canción que tanto le gustaba, saltando como si tuviera resortes en los pies. Verla le daba ganas de cubrirse los oídos, pues la voz de su hermana cantaba sobre la de coros entrenados y resultaba estridente cómo no lograba mantener las notas. ¿No podía hacerlo con más precisión, disfrutando del arte entrenado de la buena música y de la técnica sublime de saber cantar? Claro que no, pensó. Su hermana no tenía la capacidad para eso.
Ella le tendió la mano, que se movía con los saltos que daba como si estuviera teniendo un glitch ese plano dimensional. Se cruzó de brazos, no para volverse el espíritu de aquel hombre viejo que tenía por alma, sino porque de esa forma su hermana no iba a poder tomarle las manos y arrastrarlo con ella. Pero, claro, su melliza tenía otras ideas y era mucho más lista que él, o quizás él era muy tonto. Su hermana le tomó del brazo y luchó sin perder la sonrisa para ponerlo de pie. Él se quedó en su lugar, intentando al menos mantener en pie. ¿Cuánto quedaba?
Oh, si estaba por la mejor parte. Aunque ella no insistió más en que se le uniera, dejándolo de tironear, siguió saltando a su lado. Cómo hacía, cuál sería su secreto para lucir tan contenta con una vida miserable como la que tenían. Ella seguía saltando, con la mano en el pecho cantando a todo pulmón. Sonreía. Se reía. Lo disfrutaba. Quizás si la imitaba, aquella felicidad podría compartirse un poco. Una comisura primero, luego la otra. Ahí tenía un intento de sonrisa. El intento le daba tanta pena que también le dio risa. Su cubrió la boca, sorprendido. ¿Acaso había funcionado? Entonces, por lógica, tan sólo necesitaba imitarla para sentirse como ella. Ese debía ser su secreto.
Comenzó a saltar con ella. Dando vueltas, cantando aunque no se sabía la letra. Y aunque todo era una cuestión de imitar, y no había deseo mayor que ese, pronto sintió alegría propia, haciendo sus propios movimientos, sus propias carcajadas.
"Debemos ser cual veloz torrente, y con la fuerza de un gran tifón. Violentos como un fuego ardiente, cumpliendo muy misteriosos la misióoooooon.." cantaron a coro con la melodía. Desafinaban, pero estaba bien. Se sentía bien. El espíritu de aquel señor amargado había desaparecido, siendo reemplazada por la de un niño de seis años, como los que tenían cuando vieron la película por la primera vez. O, quizás, el anciano que vivía dentro de él también se estaba divirtiendo.
¿Por dónde estaba la canción? Apenas un cuarto de su extensión. Oh, por cualquier dios que estuviera escuchándole los pensamientos, el tiempo no parecía pasar nunca.
Su hermana estaba bailando y cantando a todo pulmón la canción que tanto le gustaba, saltando como si tuviera resortes en los pies. Verla le daba ganas de cubrirse los oídos, pues la voz de su hermana cantaba sobre la de coros entrenados y resultaba estridente cómo no lograba mantener las notas. ¿No podía hacerlo con más precisión, disfrutando del arte entrenado de la buena música y de la técnica sublime de saber cantar? Claro que no, pensó. Su hermana no tenía la capacidad para eso.
Ella le tendió la mano, que se movía con los saltos que daba como si estuviera teniendo un glitch ese plano dimensional. Se cruzó de brazos, no para volverse el espíritu de aquel hombre viejo que tenía por alma, sino porque de esa forma su hermana no iba a poder tomarle las manos y arrastrarlo con ella. Pero, claro, su melliza tenía otras ideas y era mucho más lista que él, o quizás él era muy tonto. Su hermana le tomó del brazo y luchó sin perder la sonrisa para ponerlo de pie. Él se quedó en su lugar, intentando al menos mantener en pie. ¿Cuánto quedaba?
Oh, si estaba por la mejor parte. Aunque ella no insistió más en que se le uniera, dejándolo de tironear, siguió saltando a su lado. Cómo hacía, cuál sería su secreto para lucir tan contenta con una vida miserable como la que tenían. Ella seguía saltando, con la mano en el pecho cantando a todo pulmón. Sonreía. Se reía. Lo disfrutaba. Quizás si la imitaba, aquella felicidad podría compartirse un poco. Una comisura primero, luego la otra. Ahí tenía un intento de sonrisa. El intento le daba tanta pena que también le dio risa. Su cubrió la boca, sorprendido. ¿Acaso había funcionado? Entonces, por lógica, tan sólo necesitaba imitarla para sentirse como ella. Ese debía ser su secreto.
Comenzó a saltar con ella. Dando vueltas, cantando aunque no se sabía la letra. Y aunque todo era una cuestión de imitar, y no había deseo mayor que ese, pronto sintió alegría propia, haciendo sus propios movimientos, sus propias carcajadas.
"Debemos ser cual veloz torrente, y con la fuerza de un gran tifón. Violentos como un fuego ardiente, cumpliendo muy misteriosos la misióoooooon.." cantaron a coro con la melodía. Desafinaban, pero estaba bien. Se sentía bien. El espíritu de aquel señor amargado había desaparecido, siendo reemplazada por la de un niño de seis años, como los que tenían cuando vieron la película por la primera vez. O, quizás, el anciano que vivía dentro de él también se estaba divirtiendo.
proserpina
09 - Write a short story about a dad who plots a detailed plan to capture a fox that's been stealing from the yard
No iba a matarlo, sólo quería atraparlo, llamar a quien debía avisar sobre su paradero y que se lo llevaran de una vez por todas de su jardín. De ser una visita simpática, un intruso que aparecía de vez en cuando para olfatear sus preciosas flores, lo hubiera dejado pasar. Pero aquella criatura del mal estaba dejando hoyos por todo el jardín. Y la última vez, uno de sus hijos se había tropezado con este. Claramente era un problema.
De ser un zorro cualquiera, hubiera sido fácil. Hacer guardia un par de veces, con el contacto de la guardia de animales salvajes en marcación rápida, y el problema estaría arreglado. Pero el que le había tocado, no sólo era astuto como decían los estereotipos, sino que además era maligno. El zorro lo miraba fijamente durante un rato largo, mientras él se escondía detrás de la cortina en la ventana de la cocina. El animal lo desafiaba, como si le dijera “a que no me podés alcanzar”. Entonces, saltaba con toda su malicia y hacía un gran hoyo en la tierra. Era un frenético recorrido. De los malvones a las margaritas, un agujero, y luego otro. Estaba casi seguro que creaba caminos subterráneos para conectar todos los pozos que había en el jardín.
A sus hijos les parecía gracioso el zorro. Pero, eso era porque eran niños y no conocían los peligros de un animal salvaje. Él, como el único adulto de la casa y el padre de ellos, siempre debía de ser la voz de la razón. No los podía culpar, sin embargo tampoco dejaría que vieran a esa terrible fuerza de la naturaleza y su poder destructivo.
Gracias al cielo, el internet era un vasto lugar de información. Vio videos, leyó varios sitios, aprendió los mejores consejos, compró los materiales necesarios. Sólo quedaba poner manos a la obra.
Primero: la jaula para atrapar al zorro.
Segundo: la comida para atrapar al zorro.
Ya tenía todo planeado.
El zorro ignoraría la jaula por un par de visitas, creyendo que era un nuevo decorado del jardín. Los niños tenían prohibido salir para evitar que la activaran o terminaran lastimándose con ella, por esa razón. Luego de unos intentos, el zorro no caería en la trama, por lo que él debería agregar la carnada. Una deliciosa y aromática trampa que pondría al zorro cerca de la jaula y ¡BAM!, sus problemas serían solucionados en un santiamén.
Pero, también sabía que el alimento no funcionaría a la primera, claro que no. Porque el zorro era un zorro astuto, por lo que olería la comida, y daría vueltas alrededor. Olería, sí. Se saborearía, también. Pero no probaría un bocado. Sería demasiado fácil. Y ese zorro estaba en sus pesadillas incluso, por lo que casi lo conocía por completo. Quien diría que los animales salvajes tenían personalidad justo como la gente.
Por eso canceló cualquier salida que le fueran a proponer pasadas las seis de la tarde. Oh, es que se quedaría esperando toda la noche de ser así. Ya había elegido la fecha perfecta. Estaba en un fin de semana largo, nadie lo molestaría demasiado, y mantener entretenidos a sus hijos no era difícil si los dejaba dar vueltas en el parque y que vayan a jugar con sus amigos. De todas formas, aunque intentaba no prestarle tanta atención al estado de la trampa, cada vez que iba a la cocina, miraba por la ventana. Nada.
Se quedó la primera noche, afuera en el jardín, fundiéndose con los arbustos a una distancia respetable. No hubo visitas. Casi se duerme un par de veces, quizás se durmió en realidad. Pero el zorro no apareció. Después de todo, era un zorro astuto.
También había predicho aquello. Porque las trampas requerían paciencia y tiempo, y dado que todo pasaba acorde a su plan, era inutil soñar que algunos pasos podrían saltearse.
Lo siguiente, era según su plan, poner la comida dentro de la trampa. Con algo de sorpresa y gran satisfacción notó que el zorro, o quizás algún otro animal, había comido un poco de la carnada. Oh, sí. Ya se estaba imaginando el gran final. Su precioso jardín devuelto a su esplendor.
Pasó dos días esperando por ver al zorro dentro de la jaula, con el seguro echado, y comiendo la caranda que había preparado. Pero nada sucedió durante el tiempo que estuvo esperando. En cambio, para su disgusto, notó como un nuevo matorral de flores había sido roto por el paso descuidado y salvaje de las patas de aquel zorro astuto. Hubiera podido echarle la culpa a alguien más, sin embargo, vio al zorro entre su azalea y casi tiene un ACV.
El zorro lo miró antes de seguir su camino.
¡Maldito aquel zorro!
Pero, su plan aún tenía un paso extra.
Quedaba cavar un pozo, como los que el animal hacía, dejar comida en el fondo y estar listo para tapar el agujero. Y así lo hizo. Preparó todo, incluso la trapa y cambió la comida. Todo era perfecto, solo quedaba esperar.
El zorro se paseó por el jardín a la siesta. Olió las flores, caminó junto a la trampa enterrada, pero no entró en ella. Él se lo tomó muy personal. ¿Acaso su comida era tan fea? Qué zorro más tonto. Aunque no tenía buenos gustos en cuestiones de alimentos, debía admitir que el animal era por lo menos bonito. Tenía un pelaje precioso. Brillaba bajo el sol calentito de la siesta. Y los pasos que daba lo hacían como un pequeño querubín animal que recorría con mucha suavidad las plantas, preparándose para saltar.
¿Saltar?
¡Ese maldito!
Pegó un brinco el zorro, y comenzó a correr de un lado al otro, de un extremo del jardín hasta la entrada de este, y otra vez por donde había salido. En uno de esos viajes, el zorro saltó también dentro de uno de los pozos. Y Él no se dio cuenta que el zorro donde había caído era en realidad la trampa.
¡Lo había conseguido!
Sonó el timbre.
La cola del zorro se veía desde el agujero de la trampa. Seguramente estaba comiendo.
Volvió a sonar el timbre.
Sus hijos lo comenzaron a llamar.
"¡Papá, hay alguien en la puerta!" gritaba el mayor.
El más pequeño empezó a llorar.
Abrió la ventana de la cocina, pasando su torso por ella para espiar al zorro. El animal ignoraba todo lo que sucedía. O ni siquiera le importaba. ¿Quién estaba en la puerta?
Su hijo mayor le leyó el pensamiento.
“Dice que vino por la llamada que hiciste sobre el zorro” ah, entonces sí necesitaba abrir. Pero si abría, perdería la chance. Y necesitaba ser muy rápido para no espantar al animal y cubrir el pozo.
Sólo un segundo le tomaría.
Corrió como si su vida dependiera de ello, alzó a su hijo más pequeño y lo colocó sobre su cadera. Abrió la puerta recuperando el aire, para saludar a quien esperaba en la entrada. Pero no era quien estaba esperando, sino, la chismosa de su vecina la cual le había recomendado hablar con el gobierno para pedir ayuda con el zorro. De lo contrario, su esposo con gusto lo cazaría y luego harían asado de este.
La despidió lo más rápido que pudo, cerró la puerta y caminó otra vez a la cocina. El zorro ya no estaba en el agujero. En cambio, para su sorpresa, estaba dentro de la jaula, comiendo la carnada que había dejado primero. Quizás finalmente le había entrado el hambre.
La puerta de la jaula seguía abierta.
¿Por qué no se cerraba? ¿Acaso no había asegurado la trampa?
“¡Perrito!” exclamó su hijo más pequeño.
El zorro escuchó la voz del niño y se asustó. Corrió lejos y ya se perdió otra vez.
A montar guardia otra vez.
Se quedó toda la noche esperando por el animal. La noche caía con lentitud y el sueño lo estaba buscando, pero él se resistía. No iba a alargar más la tortuosa situación, necesitaba atrapar al zorro esa misma noche, o jamás lo lograría.
Estuvo a cada hora chequeando sobre mejores consejos para atrapar a animales salvajes, pero eran cosas por lo menos complejas que requerían mayor preparación de la que tenía. Por lo que decidió hacer con lo que tenía, algo similar. Primero, debía revisar el plan otra vez.
La trampa.
El cebo.
La comida alrededor de la jaula.
La comida en la entrada de la jaula.
La comida dentro de la jaula.
De fallar la trampa, usar la segunda parte del plan.
Hacer un hoyo recto.
Colocar comida en el fondo.
Tapar el hoyo.
Llamar a las autoridades.
Cuidar al zorro hasta que llegaran.
Era una noche algo calurosa, el sudor hacía que la mínima brisa le permitiera sentir el alivio fresco de la humedad en su cuerpo. Estaba cómo en la posición, sentado en la entrada del jardín, apenas a dos o tres pasos de la trampa, para evitar el error de la vez anterior. Quizás estaba muy cómodo, porque comenzaba a dormirse.
Escuchó un ruidito.
No vio nada, entonces se permitió cerrar los ojos por un momento. Terminó dormido en la entrada toda la noche. El sol lo despertó porque pegó fuerte sus rayos contra su cuerpo y le dio calor, como si tuviera fiebre. Al despertar, ya había entrado en razón. Las jaulas estaban vacías, la comida estaba intacta. Otra noche fútil.
Se puso de pie, estirando los músculos para entrar a su casa y despertar a sus hijos, con un rico desayuno. Calentó leche para los niños, cortó la fruta y los cereales, puso todo en los platos para cada uno. Se sirvió un poco de mate, para recuperar la compostura, mirando hacia adelante. La cocina y el living estaban divididos por una isla donde los adultos que venían podían comer, salvo por eso, se podría decir que ambos sectores eran una habitación entera. En el living había un par de sillones, una mesa ratona y un televisor. La pantalla negra lo reflejaba de vuelta, una figura deformada y borrosa. Estaba muy lejos para prender la televisión.
Descansó un momento, disfrutando del silencio, escuchó una respiración.
Caminó lentamente, siguiendo el sonido, con cuidado de no asustarse en el proceso.
Las respiraciones venían del living, en el centro de este, al lado de la mesa ratona.
Durmiendo en un círculo de piel marrón, en uno de los sillones de un cuerpo, estaba el zorro del jardín.
De ser un zorro cualquiera, hubiera sido fácil. Hacer guardia un par de veces, con el contacto de la guardia de animales salvajes en marcación rápida, y el problema estaría arreglado. Pero el que le había tocado, no sólo era astuto como decían los estereotipos, sino que además era maligno. El zorro lo miraba fijamente durante un rato largo, mientras él se escondía detrás de la cortina en la ventana de la cocina. El animal lo desafiaba, como si le dijera “a que no me podés alcanzar”. Entonces, saltaba con toda su malicia y hacía un gran hoyo en la tierra. Era un frenético recorrido. De los malvones a las margaritas, un agujero, y luego otro. Estaba casi seguro que creaba caminos subterráneos para conectar todos los pozos que había en el jardín.
A sus hijos les parecía gracioso el zorro. Pero, eso era porque eran niños y no conocían los peligros de un animal salvaje. Él, como el único adulto de la casa y el padre de ellos, siempre debía de ser la voz de la razón. No los podía culpar, sin embargo tampoco dejaría que vieran a esa terrible fuerza de la naturaleza y su poder destructivo.
Gracias al cielo, el internet era un vasto lugar de información. Vio videos, leyó varios sitios, aprendió los mejores consejos, compró los materiales necesarios. Sólo quedaba poner manos a la obra.
Primero: la jaula para atrapar al zorro.
Segundo: la comida para atrapar al zorro.
Ya tenía todo planeado.
El zorro ignoraría la jaula por un par de visitas, creyendo que era un nuevo decorado del jardín. Los niños tenían prohibido salir para evitar que la activaran o terminaran lastimándose con ella, por esa razón. Luego de unos intentos, el zorro no caería en la trama, por lo que él debería agregar la carnada. Una deliciosa y aromática trampa que pondría al zorro cerca de la jaula y ¡BAM!, sus problemas serían solucionados en un santiamén.
Pero, también sabía que el alimento no funcionaría a la primera, claro que no. Porque el zorro era un zorro astuto, por lo que olería la comida, y daría vueltas alrededor. Olería, sí. Se saborearía, también. Pero no probaría un bocado. Sería demasiado fácil. Y ese zorro estaba en sus pesadillas incluso, por lo que casi lo conocía por completo. Quien diría que los animales salvajes tenían personalidad justo como la gente.
Por eso canceló cualquier salida que le fueran a proponer pasadas las seis de la tarde. Oh, es que se quedaría esperando toda la noche de ser así. Ya había elegido la fecha perfecta. Estaba en un fin de semana largo, nadie lo molestaría demasiado, y mantener entretenidos a sus hijos no era difícil si los dejaba dar vueltas en el parque y que vayan a jugar con sus amigos. De todas formas, aunque intentaba no prestarle tanta atención al estado de la trampa, cada vez que iba a la cocina, miraba por la ventana. Nada.
Se quedó la primera noche, afuera en el jardín, fundiéndose con los arbustos a una distancia respetable. No hubo visitas. Casi se duerme un par de veces, quizás se durmió en realidad. Pero el zorro no apareció. Después de todo, era un zorro astuto.
También había predicho aquello. Porque las trampas requerían paciencia y tiempo, y dado que todo pasaba acorde a su plan, era inutil soñar que algunos pasos podrían saltearse.
Lo siguiente, era según su plan, poner la comida dentro de la trampa. Con algo de sorpresa y gran satisfacción notó que el zorro, o quizás algún otro animal, había comido un poco de la carnada. Oh, sí. Ya se estaba imaginando el gran final. Su precioso jardín devuelto a su esplendor.
Pasó dos días esperando por ver al zorro dentro de la jaula, con el seguro echado, y comiendo la caranda que había preparado. Pero nada sucedió durante el tiempo que estuvo esperando. En cambio, para su disgusto, notó como un nuevo matorral de flores había sido roto por el paso descuidado y salvaje de las patas de aquel zorro astuto. Hubiera podido echarle la culpa a alguien más, sin embargo, vio al zorro entre su azalea y casi tiene un ACV.
El zorro lo miró antes de seguir su camino.
¡Maldito aquel zorro!
Pero, su plan aún tenía un paso extra.
Quedaba cavar un pozo, como los que el animal hacía, dejar comida en el fondo y estar listo para tapar el agujero. Y así lo hizo. Preparó todo, incluso la trapa y cambió la comida. Todo era perfecto, solo quedaba esperar.
El zorro se paseó por el jardín a la siesta. Olió las flores, caminó junto a la trampa enterrada, pero no entró en ella. Él se lo tomó muy personal. ¿Acaso su comida era tan fea? Qué zorro más tonto. Aunque no tenía buenos gustos en cuestiones de alimentos, debía admitir que el animal era por lo menos bonito. Tenía un pelaje precioso. Brillaba bajo el sol calentito de la siesta. Y los pasos que daba lo hacían como un pequeño querubín animal que recorría con mucha suavidad las plantas, preparándose para saltar.
¿Saltar?
¡Ese maldito!
Pegó un brinco el zorro, y comenzó a correr de un lado al otro, de un extremo del jardín hasta la entrada de este, y otra vez por donde había salido. En uno de esos viajes, el zorro saltó también dentro de uno de los pozos. Y Él no se dio cuenta que el zorro donde había caído era en realidad la trampa.
¡Lo había conseguido!
Sonó el timbre.
La cola del zorro se veía desde el agujero de la trampa. Seguramente estaba comiendo.
Volvió a sonar el timbre.
Sus hijos lo comenzaron a llamar.
"¡Papá, hay alguien en la puerta!" gritaba el mayor.
El más pequeño empezó a llorar.
Abrió la ventana de la cocina, pasando su torso por ella para espiar al zorro. El animal ignoraba todo lo que sucedía. O ni siquiera le importaba. ¿Quién estaba en la puerta?
Su hijo mayor le leyó el pensamiento.
“Dice que vino por la llamada que hiciste sobre el zorro” ah, entonces sí necesitaba abrir. Pero si abría, perdería la chance. Y necesitaba ser muy rápido para no espantar al animal y cubrir el pozo.
Sólo un segundo le tomaría.
Corrió como si su vida dependiera de ello, alzó a su hijo más pequeño y lo colocó sobre su cadera. Abrió la puerta recuperando el aire, para saludar a quien esperaba en la entrada. Pero no era quien estaba esperando, sino, la chismosa de su vecina la cual le había recomendado hablar con el gobierno para pedir ayuda con el zorro. De lo contrario, su esposo con gusto lo cazaría y luego harían asado de este.
La despidió lo más rápido que pudo, cerró la puerta y caminó otra vez a la cocina. El zorro ya no estaba en el agujero. En cambio, para su sorpresa, estaba dentro de la jaula, comiendo la carnada que había dejado primero. Quizás finalmente le había entrado el hambre.
La puerta de la jaula seguía abierta.
¿Por qué no se cerraba? ¿Acaso no había asegurado la trampa?
“¡Perrito!” exclamó su hijo más pequeño.
El zorro escuchó la voz del niño y se asustó. Corrió lejos y ya se perdió otra vez.
A montar guardia otra vez.
Se quedó toda la noche esperando por el animal. La noche caía con lentitud y el sueño lo estaba buscando, pero él se resistía. No iba a alargar más la tortuosa situación, necesitaba atrapar al zorro esa misma noche, o jamás lo lograría.
Estuvo a cada hora chequeando sobre mejores consejos para atrapar a animales salvajes, pero eran cosas por lo menos complejas que requerían mayor preparación de la que tenía. Por lo que decidió hacer con lo que tenía, algo similar. Primero, debía revisar el plan otra vez.
La trampa.
El cebo.
La comida alrededor de la jaula.
La comida en la entrada de la jaula.
La comida dentro de la jaula.
De fallar la trampa, usar la segunda parte del plan.
Hacer un hoyo recto.
Colocar comida en el fondo.
Tapar el hoyo.
Llamar a las autoridades.
Cuidar al zorro hasta que llegaran.
Era una noche algo calurosa, el sudor hacía que la mínima brisa le permitiera sentir el alivio fresco de la humedad en su cuerpo. Estaba cómo en la posición, sentado en la entrada del jardín, apenas a dos o tres pasos de la trampa, para evitar el error de la vez anterior. Quizás estaba muy cómodo, porque comenzaba a dormirse.
Escuchó un ruidito.
No vio nada, entonces se permitió cerrar los ojos por un momento. Terminó dormido en la entrada toda la noche. El sol lo despertó porque pegó fuerte sus rayos contra su cuerpo y le dio calor, como si tuviera fiebre. Al despertar, ya había entrado en razón. Las jaulas estaban vacías, la comida estaba intacta. Otra noche fútil.
Se puso de pie, estirando los músculos para entrar a su casa y despertar a sus hijos, con un rico desayuno. Calentó leche para los niños, cortó la fruta y los cereales, puso todo en los platos para cada uno. Se sirvió un poco de mate, para recuperar la compostura, mirando hacia adelante. La cocina y el living estaban divididos por una isla donde los adultos que venían podían comer, salvo por eso, se podría decir que ambos sectores eran una habitación entera. En el living había un par de sillones, una mesa ratona y un televisor. La pantalla negra lo reflejaba de vuelta, una figura deformada y borrosa. Estaba muy lejos para prender la televisión.
Descansó un momento, disfrutando del silencio, escuchó una respiración.
Caminó lentamente, siguiendo el sonido, con cuidado de no asustarse en el proceso.
Las respiraciones venían del living, en el centro de este, al lado de la mesa ratona.
Durmiendo en un círculo de piel marrón, en uno de los sillones de un cuerpo, estaba el zorro del jardín.
proserpina
11 - Write a short story about two girls in summer camp finding romance
Era el último año del campamento, y luego de ese verano, serían personas adultas. Bueno, en realidad, serían muy mayores para seguir asistiendo al campamento de verano. Lo que era casi lo mismo. Ella y su mejor amiga, la persona más divertida del mundo, la más valiente y realmente el músculo de la pareja. No es que fueran una pareja, no, claro que no. Porque su amiga llevaba años queriendo salir con el mismo chico que tanto le gustaba, aunque él no le prestara atención, ella siempre le ayudaba a encontrárselo casualmente luego de la escuela.
Y aunque eso le hiciera muy, muy, muy miserable, la amistad de su amiga resultaba por encima de sus propios problemas con el chico, el cual era un tarado por completo. Pero su amiga no lo sabía, porque arruinarle la fantasía no era algo que le gustara hacer a nadie. Aunque las suyas se las pasaban naciendo y muriendo por culpa de otras personas.
Sonó el timbre de la caja, seguro que era ella. Con su bolsito, el mismo que siempre usaba para cuando tenía que meter una muda de ropa mayor a dos días, su gorra amarilla y una bolsa de dormir colgada al hombro. Tiró en la cama todo lo que tenía en las manos, y corrió por las escaleras para abrirle. Justo como lo había pensado, su amiga lucía siempre de la misma forma, pero lo que no se mantenía constante era su belleza, siempre estaba más bonita que el año anterior. No era ella quien lo pensaba, todo el mundo se lo decía, sin embargo, jamás lo negaba, porque le gustaba cuando se lo hacían saber.
La abrazó de sopetón, saltando en el lugar.
El último verano sería genial.
Habían pasado cuatro horas, y parecía el peor verano que había vivido en toda su vida desde que tenía idea y uso de razón.
No sólo estaba pronosticado lluvia para toda la semana, sino que le había tocado la peor de las habitaciones. La más alejada de todos, la más húmeda y la más maloliente. La que sólo tenía un par de camas, una sobre la otra, y una ventana que tenía uno de sus vidrios reemplazados con una caja de cartón. Se cortaba la luz de noche, y el lugar en general era poco agradable.
Lo único positivo de todo, era que al menos no estaba sola. Su compañera, era su mejor amiga. Lo que aliviaba la carga, y al menos, se volvería una memoria de la cual podrían ambas reírse rememorando sus últimos momentos en el campamento. En el momento, era realmente una desgracia hecha construcción con puerta, ventanas y un techo. Por lo menos, tenía el espacio suficiente para albergar dos personas y su suerte era tan finita que le permitía respirar el mismo aire que la mejor adolescente del mundo.
—Espero que el pronóstico se equivoque, y no llueva hoy —dijo su amiga, dejando el bolso en el piso—, ni mañana, ni el día siguiente, ni el otro…
—Eso sería tener suerte, y claramente no tenemos —respondió ella.
—Discrepo, somos amigas. Significa que algo de suerte tengo.
El corazón por poco le deja de latir. Pero se la aguantó bastante bien para asentir por el comentario, dándole la razón en una devuelta graciosa y creída que no podía estar más lejos de la realidad. No era así, la suertuda era ella que tenía a la persona más bella que sus ojos habían visto frente a ella. Pero un comentario así no pasaría desapercibido, incluso si estaban solas y el único público era la destinataria.
La tormenta sí llegó, toda de golpe como una cachetada. El agua comenzó a caer del techo de la habitación como si no hubiera protección contra la intemperie. Era de las peores acomodaciones que podrìan tener, y mañana mismo hablaría por un cambio. Se merecían algo mejor, se portaban muy pocas veces pero recién habìan llegado no habìa forma de molestar a alguien.
La lluvia y el viento debilitaron la ventada arreglada con cartón. Por lo que él agua no sólo entraba por el techo, y mojaba despacio con las gotas que caían al piso, sino que comenzaba a meterse por la ventana rota. Su amiga dormía en la cama pegada a la ventana, por lo que su rostro y su cara comenzaban a enfriarse a causa de la lluvia. Ya no hacía calor, la noche incluso estaba bastante fresca.
Podía escucharla castañear los dientes. Era demasiado. Sabía de memoria que las tormentas también le asustaban mucho, así que esos quejidos bien podían ser de frío o de miedo.
Se levantó de su propia cama, y le sacudió el hombro muy despacio. Le preguntó si estaba bien, y que moverían la cama fuera de la ventana. Pero su amiga se negó. Claro, siempre estaba bien. Entonces le ofreció su cama, y ella durmió en la que estaba húmeda. Tapó el agujero por donde entraba la tormenta con una de sus camperas inflables. El sueño le apareció pese a las incomodidades.
Al día siguiente, sí habló para pedir que las cambiaran de habitación. Pero no quedaba ninguna en la que pudieran estar juntas. Pasarían casi todo el campamento separadas, cuando este era el último que tendrían. Su amiga le había asegurado que se verían todas las tardes, pero ella estaba segura que no sería así. No tendría tanta suerte.
Ella aceptó quedarse en el cuarto que llovía, si eso significaba que estaría al lado de su amiga. Y aunque parecía sólo un capricho, esta aceptó.
La siguiente noche, volvió a llover. Pero esta vez, ya estaban preparadas. Tenían un balde para juntar las gotas que caían del techo. Y habían puesto una bolsa en la ventana, asegurada con dos tablones de madera. Dentro de todo, parecía que sería una noche tranquila. Habían movido la cama fuera de ventana, y lejos de las fugas del techo. Las camas seguían unidas, por lo que ambas tuvieron que dormir en la misma cama, enfrentadas, ocupando el espacio de la otra y manteniendo el calor pese a la noche fresca. El colchón de arriba aún estaba húmedo, no podía ser usado.
Se esforzó mucho para que no le temblaran las manos por tenerla tan cerca. Podía oler su perfume, mover la cabeza y sus labios tocarían los cabellos que estaban desparramados por la amolhada. Lo único que hizo, fue luchar por concentrarse en una única cosa: dormirse.
La siguiente noche fue aún mejor. No por el clima, por supuesto. Llovió también aquella vez. Y el frío era mayor. Se la pasaron hablando toda la noche, porque no podían dormir. Tapadas bajo la sábana, moviendo los pies cada vez que se rían, la tela se caía al suelo y ellas gritaban a carcajadas.
—Este es nuestro último verano de campamento —dijo su amiga—, y nos ha tocado el peor clima posible.
—¿Lo has visto? —preguntó.
—No.
—Lo siento —dijo—, sé que querías intentar hablarle esta vez.
—En realidad —suspiró su amiga, girándose para observarla de frente—, ya no me gusta.
—¿En serio?
—Sí.
Aunque eso significara nada en realidad, se sintió como si le estuvieran perdonando la vida. Luego de la charla, incluso soltó un largo suspiro. Un aire que estaba juntando a medida que respiraba profundo, y que nunca se escapaba del todo de los pulmones cuando hablaba. Se instaló un peso en su panza, como una ola de calorcito y suavidad.
El amanecer las encontró dormidas, abrazadas una a la otra.
El colchón se secó con el tiempo, pero nadie volvió a dormir en él. Aunque lloviera o hiciera un calor insoportable, Las dos chicas durmieron en la misma cama, como si fuera la única que hubiera en todo el campamento, porque tenían a la otra.
Hablaban casi hasta dormirse todas las noches. Se reían, cantaban en susurros. Se abrazaban al dormirse, pues habían descubierto que el cuerpo de la otra resultaba cómodo y tibio para hacerlo. No necesitaban decir mucho. De hecho, a veces se sentía como si las palabras pudieran arruinar todo aquel pequeño mundo que construían cada noche.
Ninguna quería enfrentar lo que sabían que estaba ignorando. Quizás era el miedo del rechazo, o a que la declaración pudiera destruir su espacio seguro. Pero, cuando una de ellas se llenó de coraje que se sentía como si hubiera bebido alcohol, y acercó sus labios a los de la otra, ninguna se echó para atrás.
Había algo que ninguna tormenta o una habitación en malas condiciones podía arruinar: era el mejor campamento de verano que tendrían.
Y aunque eso le hiciera muy, muy, muy miserable, la amistad de su amiga resultaba por encima de sus propios problemas con el chico, el cual era un tarado por completo. Pero su amiga no lo sabía, porque arruinarle la fantasía no era algo que le gustara hacer a nadie. Aunque las suyas se las pasaban naciendo y muriendo por culpa de otras personas.
Sonó el timbre de la caja, seguro que era ella. Con su bolsito, el mismo que siempre usaba para cuando tenía que meter una muda de ropa mayor a dos días, su gorra amarilla y una bolsa de dormir colgada al hombro. Tiró en la cama todo lo que tenía en las manos, y corrió por las escaleras para abrirle. Justo como lo había pensado, su amiga lucía siempre de la misma forma, pero lo que no se mantenía constante era su belleza, siempre estaba más bonita que el año anterior. No era ella quien lo pensaba, todo el mundo se lo decía, sin embargo, jamás lo negaba, porque le gustaba cuando se lo hacían saber.
La abrazó de sopetón, saltando en el lugar.
El último verano sería genial.
Habían pasado cuatro horas, y parecía el peor verano que había vivido en toda su vida desde que tenía idea y uso de razón.
No sólo estaba pronosticado lluvia para toda la semana, sino que le había tocado la peor de las habitaciones. La más alejada de todos, la más húmeda y la más maloliente. La que sólo tenía un par de camas, una sobre la otra, y una ventana que tenía uno de sus vidrios reemplazados con una caja de cartón. Se cortaba la luz de noche, y el lugar en general era poco agradable.
Lo único positivo de todo, era que al menos no estaba sola. Su compañera, era su mejor amiga. Lo que aliviaba la carga, y al menos, se volvería una memoria de la cual podrían ambas reírse rememorando sus últimos momentos en el campamento. En el momento, era realmente una desgracia hecha construcción con puerta, ventanas y un techo. Por lo menos, tenía el espacio suficiente para albergar dos personas y su suerte era tan finita que le permitía respirar el mismo aire que la mejor adolescente del mundo.
—Espero que el pronóstico se equivoque, y no llueva hoy —dijo su amiga, dejando el bolso en el piso—, ni mañana, ni el día siguiente, ni el otro…
—Eso sería tener suerte, y claramente no tenemos —respondió ella.
—Discrepo, somos amigas. Significa que algo de suerte tengo.
El corazón por poco le deja de latir. Pero se la aguantó bastante bien para asentir por el comentario, dándole la razón en una devuelta graciosa y creída que no podía estar más lejos de la realidad. No era así, la suertuda era ella que tenía a la persona más bella que sus ojos habían visto frente a ella. Pero un comentario así no pasaría desapercibido, incluso si estaban solas y el único público era la destinataria.
La tormenta sí llegó, toda de golpe como una cachetada. El agua comenzó a caer del techo de la habitación como si no hubiera protección contra la intemperie. Era de las peores acomodaciones que podrìan tener, y mañana mismo hablaría por un cambio. Se merecían algo mejor, se portaban muy pocas veces pero recién habìan llegado no habìa forma de molestar a alguien.
La lluvia y el viento debilitaron la ventada arreglada con cartón. Por lo que él agua no sólo entraba por el techo, y mojaba despacio con las gotas que caían al piso, sino que comenzaba a meterse por la ventana rota. Su amiga dormía en la cama pegada a la ventana, por lo que su rostro y su cara comenzaban a enfriarse a causa de la lluvia. Ya no hacía calor, la noche incluso estaba bastante fresca.
Podía escucharla castañear los dientes. Era demasiado. Sabía de memoria que las tormentas también le asustaban mucho, así que esos quejidos bien podían ser de frío o de miedo.
Se levantó de su propia cama, y le sacudió el hombro muy despacio. Le preguntó si estaba bien, y que moverían la cama fuera de la ventana. Pero su amiga se negó. Claro, siempre estaba bien. Entonces le ofreció su cama, y ella durmió en la que estaba húmeda. Tapó el agujero por donde entraba la tormenta con una de sus camperas inflables. El sueño le apareció pese a las incomodidades.
Al día siguiente, sí habló para pedir que las cambiaran de habitación. Pero no quedaba ninguna en la que pudieran estar juntas. Pasarían casi todo el campamento separadas, cuando este era el último que tendrían. Su amiga le había asegurado que se verían todas las tardes, pero ella estaba segura que no sería así. No tendría tanta suerte.
Ella aceptó quedarse en el cuarto que llovía, si eso significaba que estaría al lado de su amiga. Y aunque parecía sólo un capricho, esta aceptó.
La siguiente noche, volvió a llover. Pero esta vez, ya estaban preparadas. Tenían un balde para juntar las gotas que caían del techo. Y habían puesto una bolsa en la ventana, asegurada con dos tablones de madera. Dentro de todo, parecía que sería una noche tranquila. Habían movido la cama fuera de ventana, y lejos de las fugas del techo. Las camas seguían unidas, por lo que ambas tuvieron que dormir en la misma cama, enfrentadas, ocupando el espacio de la otra y manteniendo el calor pese a la noche fresca. El colchón de arriba aún estaba húmedo, no podía ser usado.
Se esforzó mucho para que no le temblaran las manos por tenerla tan cerca. Podía oler su perfume, mover la cabeza y sus labios tocarían los cabellos que estaban desparramados por la amolhada. Lo único que hizo, fue luchar por concentrarse en una única cosa: dormirse.
La siguiente noche fue aún mejor. No por el clima, por supuesto. Llovió también aquella vez. Y el frío era mayor. Se la pasaron hablando toda la noche, porque no podían dormir. Tapadas bajo la sábana, moviendo los pies cada vez que se rían, la tela se caía al suelo y ellas gritaban a carcajadas.
—Este es nuestro último verano de campamento —dijo su amiga—, y nos ha tocado el peor clima posible.
—¿Lo has visto? —preguntó.
—No.
—Lo siento —dijo—, sé que querías intentar hablarle esta vez.
—En realidad —suspiró su amiga, girándose para observarla de frente—, ya no me gusta.
—¿En serio?
—Sí.
Aunque eso significara nada en realidad, se sintió como si le estuvieran perdonando la vida. Luego de la charla, incluso soltó un largo suspiro. Un aire que estaba juntando a medida que respiraba profundo, y que nunca se escapaba del todo de los pulmones cuando hablaba. Se instaló un peso en su panza, como una ola de calorcito y suavidad.
El amanecer las encontró dormidas, abrazadas una a la otra.
El colchón se secó con el tiempo, pero nadie volvió a dormir en él. Aunque lloviera o hiciera un calor insoportable, Las dos chicas durmieron en la misma cama, como si fuera la única que hubiera en todo el campamento, porque tenían a la otra.
Hablaban casi hasta dormirse todas las noches. Se reían, cantaban en susurros. Se abrazaban al dormirse, pues habían descubierto que el cuerpo de la otra resultaba cómodo y tibio para hacerlo. No necesitaban decir mucho. De hecho, a veces se sentía como si las palabras pudieran arruinar todo aquel pequeño mundo que construían cada noche.
Ninguna quería enfrentar lo que sabían que estaba ignorando. Quizás era el miedo del rechazo, o a que la declaración pudiera destruir su espacio seguro. Pero, cuando una de ellas se llenó de coraje que se sentía como si hubiera bebido alcohol, y acercó sus labios a los de la otra, ninguna se echó para atrás.
Había algo que ninguna tormenta o una habitación en malas condiciones podía arruinar: era el mejor campamento de verano que tendrían.
proserpina
13 - Read a sonnet from Shakespeare and pick your favorite line. That's the first line of your short story for the day
“De todo esto cansado, pido el mortal descanso”
De todo esto cansado, pido el mortal descanso, para que mis ojos y mi mente puedan tener las vacaciones que mi cabeza jamás podría darle. Ya no existir resultaba, por lo menos una posibilidad que cada día se volvía más y más deseada. Sí, me quería morir. Pero, no quería estar muerto. Sólo no quería existir por un momento. Porque la muerte implicaba saltar de un piso muy alto y no ser capaz de subir por las escaleras una segunda vez, y yo sí tenía grandes planes para cuando la sombra que me arruinaba cada día soleado por fin me dejara en paz.
Cada día es igual. Nadie lo sabe, pero yo muero un poquito todos los días. Son pequeñas muertes, como migajas de un gran pan. No marcan la diferencia hoy, ni lo harán mañana. Pero serán notorias en unos años, cuando quede apenas la mitad de lo que solía ser.
Me gustaría poder decir este tipo de cosas a cualquiera, pero también está el problema de que resulta incómodo tener que soportar las miradas de compasión. Ya les dije que lo que quiero es no estar en el mundo, pero no me quiero morir. La diferencia parece mínima, pero para mí es todo. Aún quiero ir a cumpleaños en un futuro, y comer fideos calentitos cuando hace frío, pero creo que podría rechazar todo eso por un día o dos si me permitiera desconectar el enchufe que le da poder a mi cabeza y entrar en un estado de reposo por completo.
Y como no se me deja ni hablarlo, ni pensarlo por miedo a terminar en un cuartito mirando el techo, lo que hago es buscar alternativas. Medicinas diferentes, tratamientos nuevos. Adicciones, uno les dice así. Pero el cigarrillo huele mal, y yo quiero mis pulmones para después. Quizás no pueda soltarlo si comienzo. Las drogas que podría usar vienen de lugares sospechosos, y peligrosos. Tampoco quiero morirme por conseguirlas, o volverme dependiente de estas. ¿Qué más tenemos? ¿El precio del café aumentó de nuevo? Claro, siempre sube un poco.
De todas formas, la cafeína en realidad no me afecta. No me vuelvo el ser humano funcional del que hablan generaciones millenials. Hasta podría decir que me da sueño.
Leí que el azúcar era adictivo también. Pero comer muchos dulces no sólo salen dinero que no tengo, sino que me aburren luego de un rato. Incluso los más ricos. ¿En un mundo perfecto ciertas cosas podrían no tener azúcar agregada?
Quizás mi droga era la harina. Me gustaba comer un pedazo de pan. También era lo más barato. Imagino que todo esto podría solucionarse con unas cuantas sesiones de terapia. Y aunque tengo la posibilidad de una obra social que cubra estos profesionales… ningún profesional quiere atender con el servicio que abono. Además, lo mío puede esperar, hay personas que están mucho peor y no puedo culparlas. Mi último lugar en la fila es más que entendible. Seguimos con la harina entonces. ¿Los fideos son una droga? Quizás.
Pero estos tampoco eran mi método favorito. No porque no fueran buenos. No, no, eran incluso divertidos. Pero aún me mantenían en el suelo, en el mismo piso del que yo quería escapar, y me permitía oír los mismos sonidos que yo no quería escuchar. No era suficiente. Tal vez lo que necesitaba era un cuarto de inmersión completa a videojuegos o algo por el estilo. De nuevo, no en esta economía…
Cuando podía, porque a veces uno pensaba mucho para hacer algo más que no sea ahogarse en esos pensamientos, podía probar el talento innato y casi automático de leer. Leía cualquier cosa cuando era pequeño. Revistas, panfletos, instrucciones para construir un mueble. Muchas veces no entendía. Y creo que aún podría seguir sin entender. Entonces, lo único que había que hacer, era leer otra vez. Y otra, y otra. Hasta que uno ya entendía, se sentía estúpido por no hacerlo antes y seguía el recorrido. Como si no hubiera pasado nada.
El verdadero remedio no eran los cuadernitos de instrucciones o las revistas de chimentos. Uno en realidad llegaba al fondo de esto muy rápido. Lo que realmente me ayudaba a dejar de existir, a ser elevada a otro plano, donde yo no era yo, pero era alguien más, un espectador, en un rincón oscuro estaba mi cuerpo, y mi mente y mis ojos que en realidad no eran los míos podían ver y experimentar cada aventura sin final. Una detrás de la otra. Y, cuando el tiempo se acababa, uno podía volver a revivirlo, o sólo frenarlo en el acto. Ahí, con una batalla a punto de desatarse, una confesión de amor justo por ser rechazada, ese tiempo se paraba con el poder de una mano. El mundo real se metía en el medio, hacía de las suyas, y cuando ya estaba satisfecho, se podía volver a aquel romance o conflicto.
Por supuesto, ya sé que los libros salen muy caros. Lo supe cuando comencé a preguntarme por qué nunca me compraban libros, aunque estaban en las estanterías. Podía ser la culpa de mi familia no familiarizada con los placeres terrenales de las letras y sus oraciones, no podía culparles. Pero el internet es un lugar muy grande, y a veces, cuando uno no tiene para comprarse los libros, los puede encontrar escaneados o traducidos. Mi parte favorita no es la de autores publicados, con sus libros de muchas hojas y portadas raras con su nombre escrito. No, yo había encontrado algo mejor. Sólo por el deseo de compartir, sin fines más que proveer un deleite, una distracción, quienes tenían las herramientas, presentaban sus historias al público. Y uno podía leerlas sin tener que descargar cosas extrañas, nadar entre virus, cerras miles de ventanas nuevas.
Los autores escribían, porque deseaban hacerlo. Porque podían, porque incluso lo necesitaban un poco. Y como experimentados chefs, las combinaciones podían satisfacer a cualquier paladar. Entonces, uno debía hacerse una idea sobre de qué trataba la historia en base al pequeño resumen de esta, y si lo elegía, se volvía testigo de amores, traiciones, frases memorables, deseos y magia. Incluso cuando en la vida desastrosa que llevaba quien leía, no experimentaba ni deseaba hacerlo pasión, los párrafos no dejaban a ninguno sin tocar y conmover. Era el encanto de quienes no pedían nada a cambio, y quienes no tenían nada para dar. Era hermoso, era suficiente, y era inexplicablemente sencillo.
A veces, uno podía descargar toda la extensión de una historia, guardarla en un dispositivo pequeñito, bajarle el brillo de la pantalla y leer en la oscuridad, sin poder gritar con nadie por la emoción o la tristeza que se sentía a través de la pantalla. Y, entonces ahí, yo dejaba de existir. Sin morirme. Dejaba de ser una persona, y era apenas un espejo que reflejaba lo que leí. Lloraba cuando la escena me lo provocaba, y me reía de la misma forma. No había nada que acelerara el tiempo con mayor rapidez que la tensión, los finales y las tramas que tomaban desprevenido a uno.
Entonces la mañana aparecía por las ventanas o los números del reloj mostraban una hora que ya estaba ocupada con tareas pendientes, y el mundo este, tan chiquito pero extenso, se ponía en pausa, para volver a leerlo cuando ya fuera seguro vivirlo de forma completa. Una noche nueva, una tarde tranquila, una mañana con el cuerpo siendo transportado de un lado al otro.
Todo eso me pasaba a mí. Desde que era pequeña, incluso ahora. He vivido más vidas que la mía, porque la mía en realidad no merece ser contada. Pero me gustaba leer las que se creaban en las cabezas de otras personas. Me habían salvado de momentos cuando no quería estar, pero quería seguir estando.
Prendí el dispositivo. La luz me cegó por un instante. Cargué el archivo y esperé que me mostrara dónde me había quedado. Otra vez estaba dentro de ese lugar que no existía, pero era real para mí. Las bocinas y los gritos se escuchaban menos, los problemas podían esperar un poquito más. Si mañana también iban a estar. Entonces leí: “al ver nacer mendigo aquel de mayor mérito”.
De todo esto cansado, pido el mortal descanso, para que mis ojos y mi mente puedan tener las vacaciones que mi cabeza jamás podría darle. Ya no existir resultaba, por lo menos una posibilidad que cada día se volvía más y más deseada. Sí, me quería morir. Pero, no quería estar muerto. Sólo no quería existir por un momento. Porque la muerte implicaba saltar de un piso muy alto y no ser capaz de subir por las escaleras una segunda vez, y yo sí tenía grandes planes para cuando la sombra que me arruinaba cada día soleado por fin me dejara en paz.
Cada día es igual. Nadie lo sabe, pero yo muero un poquito todos los días. Son pequeñas muertes, como migajas de un gran pan. No marcan la diferencia hoy, ni lo harán mañana. Pero serán notorias en unos años, cuando quede apenas la mitad de lo que solía ser.
Me gustaría poder decir este tipo de cosas a cualquiera, pero también está el problema de que resulta incómodo tener que soportar las miradas de compasión. Ya les dije que lo que quiero es no estar en el mundo, pero no me quiero morir. La diferencia parece mínima, pero para mí es todo. Aún quiero ir a cumpleaños en un futuro, y comer fideos calentitos cuando hace frío, pero creo que podría rechazar todo eso por un día o dos si me permitiera desconectar el enchufe que le da poder a mi cabeza y entrar en un estado de reposo por completo.
Y como no se me deja ni hablarlo, ni pensarlo por miedo a terminar en un cuartito mirando el techo, lo que hago es buscar alternativas. Medicinas diferentes, tratamientos nuevos. Adicciones, uno les dice así. Pero el cigarrillo huele mal, y yo quiero mis pulmones para después. Quizás no pueda soltarlo si comienzo. Las drogas que podría usar vienen de lugares sospechosos, y peligrosos. Tampoco quiero morirme por conseguirlas, o volverme dependiente de estas. ¿Qué más tenemos? ¿El precio del café aumentó de nuevo? Claro, siempre sube un poco.
De todas formas, la cafeína en realidad no me afecta. No me vuelvo el ser humano funcional del que hablan generaciones millenials. Hasta podría decir que me da sueño.
Leí que el azúcar era adictivo también. Pero comer muchos dulces no sólo salen dinero que no tengo, sino que me aburren luego de un rato. Incluso los más ricos. ¿En un mundo perfecto ciertas cosas podrían no tener azúcar agregada?
Quizás mi droga era la harina. Me gustaba comer un pedazo de pan. También era lo más barato. Imagino que todo esto podría solucionarse con unas cuantas sesiones de terapia. Y aunque tengo la posibilidad de una obra social que cubra estos profesionales… ningún profesional quiere atender con el servicio que abono. Además, lo mío puede esperar, hay personas que están mucho peor y no puedo culparlas. Mi último lugar en la fila es más que entendible. Seguimos con la harina entonces. ¿Los fideos son una droga? Quizás.
Pero estos tampoco eran mi método favorito. No porque no fueran buenos. No, no, eran incluso divertidos. Pero aún me mantenían en el suelo, en el mismo piso del que yo quería escapar, y me permitía oír los mismos sonidos que yo no quería escuchar. No era suficiente. Tal vez lo que necesitaba era un cuarto de inmersión completa a videojuegos o algo por el estilo. De nuevo, no en esta economía…
Cuando podía, porque a veces uno pensaba mucho para hacer algo más que no sea ahogarse en esos pensamientos, podía probar el talento innato y casi automático de leer. Leía cualquier cosa cuando era pequeño. Revistas, panfletos, instrucciones para construir un mueble. Muchas veces no entendía. Y creo que aún podría seguir sin entender. Entonces, lo único que había que hacer, era leer otra vez. Y otra, y otra. Hasta que uno ya entendía, se sentía estúpido por no hacerlo antes y seguía el recorrido. Como si no hubiera pasado nada.
El verdadero remedio no eran los cuadernitos de instrucciones o las revistas de chimentos. Uno en realidad llegaba al fondo de esto muy rápido. Lo que realmente me ayudaba a dejar de existir, a ser elevada a otro plano, donde yo no era yo, pero era alguien más, un espectador, en un rincón oscuro estaba mi cuerpo, y mi mente y mis ojos que en realidad no eran los míos podían ver y experimentar cada aventura sin final. Una detrás de la otra. Y, cuando el tiempo se acababa, uno podía volver a revivirlo, o sólo frenarlo en el acto. Ahí, con una batalla a punto de desatarse, una confesión de amor justo por ser rechazada, ese tiempo se paraba con el poder de una mano. El mundo real se metía en el medio, hacía de las suyas, y cuando ya estaba satisfecho, se podía volver a aquel romance o conflicto.
Por supuesto, ya sé que los libros salen muy caros. Lo supe cuando comencé a preguntarme por qué nunca me compraban libros, aunque estaban en las estanterías. Podía ser la culpa de mi familia no familiarizada con los placeres terrenales de las letras y sus oraciones, no podía culparles. Pero el internet es un lugar muy grande, y a veces, cuando uno no tiene para comprarse los libros, los puede encontrar escaneados o traducidos. Mi parte favorita no es la de autores publicados, con sus libros de muchas hojas y portadas raras con su nombre escrito. No, yo había encontrado algo mejor. Sólo por el deseo de compartir, sin fines más que proveer un deleite, una distracción, quienes tenían las herramientas, presentaban sus historias al público. Y uno podía leerlas sin tener que descargar cosas extrañas, nadar entre virus, cerras miles de ventanas nuevas.
Los autores escribían, porque deseaban hacerlo. Porque podían, porque incluso lo necesitaban un poco. Y como experimentados chefs, las combinaciones podían satisfacer a cualquier paladar. Entonces, uno debía hacerse una idea sobre de qué trataba la historia en base al pequeño resumen de esta, y si lo elegía, se volvía testigo de amores, traiciones, frases memorables, deseos y magia. Incluso cuando en la vida desastrosa que llevaba quien leía, no experimentaba ni deseaba hacerlo pasión, los párrafos no dejaban a ninguno sin tocar y conmover. Era el encanto de quienes no pedían nada a cambio, y quienes no tenían nada para dar. Era hermoso, era suficiente, y era inexplicablemente sencillo.
A veces, uno podía descargar toda la extensión de una historia, guardarla en un dispositivo pequeñito, bajarle el brillo de la pantalla y leer en la oscuridad, sin poder gritar con nadie por la emoción o la tristeza que se sentía a través de la pantalla. Y, entonces ahí, yo dejaba de existir. Sin morirme. Dejaba de ser una persona, y era apenas un espejo que reflejaba lo que leí. Lloraba cuando la escena me lo provocaba, y me reía de la misma forma. No había nada que acelerara el tiempo con mayor rapidez que la tensión, los finales y las tramas que tomaban desprevenido a uno.
Entonces la mañana aparecía por las ventanas o los números del reloj mostraban una hora que ya estaba ocupada con tareas pendientes, y el mundo este, tan chiquito pero extenso, se ponía en pausa, para volver a leerlo cuando ya fuera seguro vivirlo de forma completa. Una noche nueva, una tarde tranquila, una mañana con el cuerpo siendo transportado de un lado al otro.
Todo eso me pasaba a mí. Desde que era pequeña, incluso ahora. He vivido más vidas que la mía, porque la mía en realidad no merece ser contada. Pero me gustaba leer las que se creaban en las cabezas de otras personas. Me habían salvado de momentos cuando no quería estar, pero quería seguir estando.
Prendí el dispositivo. La luz me cegó por un instante. Cargué el archivo y esperé que me mostrara dónde me había quedado. Otra vez estaba dentro de ese lugar que no existía, pero era real para mí. Las bocinas y los gritos se escuchaban menos, los problemas podían esperar un poquito más. Si mañana también iban a estar. Entonces leí: “al ver nacer mendigo aquel de mayor mérito”.
proserpina
14 - Write a short story titled "Ruby"
"Rubí"
Siempre soñé con ser asquerosamente rica. Es lo que la gente que no tiene dinero sueña a veces, tener un giro radical a sus vidas, y que una fortuna los espere para desayunar. Ganar la lotería, heredar testamentos de familiares sin hijos. Ese tipo de cosas. Mi deseo más o menos se trataba de nacer en una vida un poco mejor de la que ya tenía, con la diferencia, es que pese a las clemencias de vivir sin mucho para dar y menos para guardar, tenía un pequeño patrimonio guardado. Un par de joyas que habían pasado de generación en generación, que sólo solían usarse en ocasiones muy especiales. Pero estas ya no eran usadas porque las ocasiones nunca eran tan especiales.
Para mí, eso se sentía ser muy rico. No era una realidad, sino una sensación como el frío o el hambre. Tener pequeños tesoritos capaces de alegrarte la vida por unos segundos. En realidad, pensar en mucho dinero me ponía mal. Claro que otros tendrían opiniones al respecto. Pero siempre me ha parecido que amasar bienes de ese tipo por alguna razón cargaban una energía muy mala. Como si al tocarlos, me mancharía de sangre. Así que prefería tener algunos pequeños placeres culpables, antes que pilas de billetes y torres de lingotes de oro. Ni siquiera me gustaba el color del oro.
Cuando mi madre me regaló un collarcito plateado, con una piedra roja, yo estaba muy convencida de que era una delicada cadena de plata con un dije de un rubí color granate de un monstruoso tamaño, adornado con diamantes. Era también, una princesa que no tenía deberes, que podía correr por los jardines, y aprender, y conocer gente en elegantes bailes, aunque no sabía bailar. Yo esperaba que así fuese mi vida cuando era pequeña. Al crecer, me conformé con algún día encontrar un par de pendientes muy viejos que tuvieran más valor en memorias que en precio, y poder conservarlos para imaginar cuántas vidas habían pasado por ellos.
Yo quería un rubí a veces. Uno gigantesco. Uno bellísimo por el que la luz entrara y todo se volviera rojo. Era más un capricho. Pero también mi nombre era el mismo que el de la piedra, así que quizás casi por regla debía tener uno. Sólo la piedra, sin nada más. La guardaría muy bien escondida entre mis pertenencias, y sentiría que la roca era mi propio corazón.
Qué apego somos capaces de desarrollar por cosas materiales. Quizás es la belleza lo que desata el deseo de posesión. El fantasma de lo que yo era cuando era pequeña, y cuáles eran los deseos de ésta, y los morales y anhelos de quién soy ahora de adulta. Ninguna de las dos podría ganar, buscando cosas diferentes. La primera, una vida llena de emoción y aventuras, con cosas por doquier, viviendo en una casa gigantesca. Y la otra, un lugar pequeño y acogedor con una o dos cosas de gran valor, y un jardín extenso donde estuviera un árbol con frutos todo el año.
—No vas a tener eso —dijo yo de pequeña—. ¡No hay árboles que den frutos todo el año, Rubí!
—Tampoco hay un país que te quiera de reina por hacer nada, Rubí —respondió mi yo mayor.
Y las dos se molestaron con la otra. Me miraron a mí, ¿y qué podía hacer yo?
Guardé el anillito con piedritas de un rosado muy oscuro en mi bolsillo. Me di la vuelta y las dejé pelear en paz. En la soledad de mi cabeza, me coloqué el anillo. Bajo el sol brillaban los rubíes, para Rubí.
proserpina
17 - Write a short story about two characters who dislike each other trapped on a ski lift
Cuántas personas había en el viaje de la excursión, al menos treinta. Cuántas aerosillas en la atracción, decenas. Pero a él le había tocado mal todas las cartas. Toda la baraja, metafóricamente, estaba en su contra. No sólo la aerosilla se había detenido por un problema técnico en una caída libre de cincuenta metros, sino que la compañía resultaba de más desagradable.
Habiendo tantas personas, el chico se había tenido que subir a la misma silla, en el mismo momento. No cualquier chico, porque no tenía suficiente suerte. Marcos Rocca, una bestia terrible de quince años. De haberse podido bajar, lo hubiera hecho. Dos o tres metros no eran tantos para librarse de él. La situación cambiaba radicalmente cuando se ponía a consideración más de cuarenta metros hacia abajo. Ahí, su compañero lucía mucho más fácil de tolerar.
Más fácil no significaba que le cayera bien. En realidad, lo detestaba bastante. De ser más valiente, y con la motivación correcta, podría arrojarlo de la aerosilla. Estaría dispuesto a cometer homicidio, ir preso incluso. Así era lo mucho que aborrecía tenerlo cerca.
La extensión de la aerosilla no era suficiente para mantenerlos alejados. Estaban muy cerca, casi que debían respirar el mismo aire, y si pudiera, aspiraría todo el oxígeno de la tierra con tal de que no él no respirara. Ahora, todo el lugar del mundo se reducía a la corta amplitud de una silla para dos personas. Ni siquiera era para tres, como en los aviones. Entonces podrían poner al aire como intermediario, como un muro, entre ambos.
—De todos con los que podría quedarme aquí… —escuchó que Marcos mascullaba entre dientes.
¿Quién se creía que era? Él era el que debería estar quejándose, haciendo un verdadero escándalo en el momento en que ambos apoyaron sus culos sobre la silla. Había sido todo muy rápido, casi no comprendió de quién se trataba hasta que fue muy tarde. Podría decir incluso que el miedo le había congelado los miembros. Si hubiera planeado en realidad huir, terminaría haciéndolo a rastras.
Soltó un bufido.
—¿Dijiste algo? —preguntó el chico, Marcos, casi pendiente de si el otro respiraba en su dirección. Seguramente seguía detestándolo como se lo había hecho saber desde los primeros días que había aparecido frente a su nariz.
—Como si fuera a gastar mi aliento por vos —respondió él.
Marcos no pareció ofenderse por el comentario. Soltó una risa, incluso.
—Ya lo hiciste —apuntó.
—Pues, no lo volveré a hacer.
—Y de nuevo.
Respiró profundamente por la nariz.
Miró al frente. ¿Cuánto quedaba para que retomaran el recorrido? El problema no podría ser tan grande. De seguro, se trataba de una traba en el mecanismo, algo simple. Pero los minutos le parecían siglos a su lado. Él estaba convencido, la verdadera tortura no existía en el infierno, sino en la tierra, y su castigo lo estaba recibiendo justo ahora. ¿Qué tan malo había sido en su vida, para tener que sufrir esto? Por la situación, bastante mala.
—No creas que no sé quién sos —dijo Marcos—, todos te conocen. El rarito del curso.
¿Acaso tuvo la decencia de tratarlo como un chico?
Quizás si se terminaba por caer la silla, eso le sorprendería menos.
—Yo tampoco estoy contento de estar acá, ¿eh? —agregó cruzándose de brazos como si la indiferencia lo ofendiera de alguna forma.
Qué patético sonaba. ¿A él le tenía miedo?
Entonces recordó: no, pero asustaba cuando estaba con sus amigos. Eso era, se dijo, uno por uno, son poco más que una molestia. En grupo, resultan una amenaza por la que prefería pasar las peores tareas con tal de evitarse el escenario. Porque en realidad, ninguno de los jóvenes tenían ideas propias, pero estas surgían de alguna forma cuando se juntaban entre sí. El verdadero deseo de destruir, sin piedad, se activaba en la compañía de otros.
Se sentía como si fuera una atracción en el coliseo.
—Ni siquiera sé para qué viniste al viaje. Hubiera sido genial si tan sólo te quedaras en tu casa, con tus amigos igual de extraños.
—De saber que iba a tener que compartir espacio con vos, probablemente lo hubiera hecho —aseguró él, mirando de reojo al chico, sin detenerse más que lo necesario.
—Ah, parece que tuvieras un problema conmigo —se burló—, ¿es porque hablé de tu grupo de amiguitos pelotudos?
—Es porque parece que sólo te gusta escuchar tu propia voz —contestó sin inmutarse.
Eso pareció quitarle algunas ideas para que se callara un poco. Demasiado no le duró, por supuesto. Sin embargo, se puso a cantar. Melodías de canciones malísimas, con ritmos aún peores, capaces de ponerle de mal humor sin siquiera planeárselo. La canción no era lo malo, claro que no, lo que realmente le molestaba era tenerlo a su lado. Uno creería que luego de diez minutos, ya aprendería a ignorarlo, pero Marcos se esforzaba en hacerse notar.
El verdadero problema fue cuando este comenzó a gritar. Gritar de verdad.
Se giró para ver cuál era el problema, aunque todo se veía igual.
Marcos no sólo gritaba, sino que movía los pies y las rodillas le temblaban. ¿Había finalmente perdido la cabeza e iba a arrojarse de la aerosilla? Pese a que la idea lo emocionaba bastante, algo no andaba bien. Lo entendió cuando el chico no dejó de gritar.
Llamaba tanto la atención que las parejas en otras sillas también paradas en la altura, se giraban para observarlos. Sobre todo los que más cerca estaban. Para cuando se dio cuenta que uno estaba sacando un teléfono, decidió que había sido mucho espectáculo.
—¡Eu! ¿Qué te pasa? ¡Dejá de gritar! —masculló, pero los gritos eran más altos que su voz y Marcos no podía escucharse más que a sí mismo. Justo como cuando no estaba gritando.
Lo sacudió por los hombros, y aprovechó para darle una piña en el mentón. Ni siquiera era un golpe fuerte por la distancia y la postura incómoda, sino suficiente para que al menos el chico cerrara la boca. Pues se quedó atónito al golpe. Seguro que había terminado por darle un buen escarmiento, y apenas una probada de su renovada fuerza tanto de voluntad como física.
Marcos se agarró el cachete. Abrió y cerró la mandíbula, como si eso se la hubiera podido romper. Era más estúpido de lo que recordaba.
—¡Nos están mirando todos por tu culpa! ¿Te agarró un calambre o qué? —le preguntó, espiando si seguían las parejas de atrás interesadas en el gritón de más adelante. El alivio le llegó cuando notó que se habían vuelto a hablar entre sí.
—Me dan miedo las alturas —dijo Marcos.
—Estamos arriba hace como media hora, en una aerosilla. ¿Entendés el concepto de ser transportados por un cable?
—Me molestaba más estar cerca tuyo, que a veinte metros de altura. —Definitivamente eran más. —Así que no miré para abajo.
Él hizo una mueca de confusión.
—¿Para qué te subiste a algo que te iba a dar miedo? —preguntó.
—Porque mis amigos me insistieron —contestó Marcos.
—Mirá vos, no soy el único que tiene amigos pelotudos al parecer —se burló—. Espero que no se enteren que le tenés más miedo al raro del curso que a caer de una silla a cincuenta metros en una montaña.
A Marcos casi se le salen los ojos de las cuencas.
—¿Nos podemos caer? —gritó.
La cara del chico lo hizo callar una vez más, sin necesidad de un nuevo golpe. Marcos recuperó la compostura, echándole el ojo hacia abajo de vez en cuando. Parecía que tenía miedo que se soltara la aerosilla, aunque la razón por la que estuvieran parados tanto tiempo fuera un problema con el mecanismo de transporte. No se lo iba a decir, de todas formas. Disfrutaba de verlo preocupado.
Lejos, muy lejos, casi como una mancha, reconoció la grúa y a las chaquetas amarillas de los de mantenimiento de la atracción. Estaba salvado, arreglarían el problema en un santiamén.
De ser Marcos una persona más decente, se lo hubiera hecho saber.
—No te tengo miedo —le dijo él, como si le hubiera escuchado los pensamientos y supiera que pensaba en él.
—No parece. —Se encogió de hombros. —Dijiste que te preocupaba más que a caerte de la silla.
—Simplemente no me gusta tu existencia. No creo que deberías estar acá —Marcos masculló—. Mi papá dice que lo tuyo no es normal y que hay lugares para gente como vos. Naturalmente, estar muy cerca tuyo puede darme problemas. Además, yo soy un hombre.
Se rió.
—¿Y si me tratás como a una persona eso te va a transformarte en una drag queen? —preguntó, aguantando la risa.
Marcos ni siquiera debía saber qué era una drag queen, pero el desconocimiento de los términos lo pondría aún más nervioso. Sólo bastó un vistazo para comprobarlo.
—Podés intentar meterme cosas en la cabeza —comenzó Marcos, repitiendo como si ya lo hubiera pensado—, engañarme con que yo puedo ser como vos. Y eso está mal. No es sano. Mis amigos y yo pensamos de esa forma. Es nuestra opinión.
—¿Entonces la opinión de tus amigos y la tuya, la predicás a los golpes? Qué sano que es es, por suerte.
Los amigos de Marcos, eran aún peores que él. Si este chico le caía mal, podría no patearlo de una colina. Al resto de sus compinches, ni siquiera se lo preguntaban los veces. Lo haría uno por uno, si ameritaba la situación. Verlos rodar y caer por una colina, y que estos no vuelvan a presentar su cara en el colegio haría que él pudiera dormir tranquilo por las noches.
—No hay otra forma. Así me enseñaron a mí —masculló el chico.
La silla se tambaleó en el aire. Marcos le agarró la mano, asustado y a punto de gritar como sirena de bombero.
Estaban salvados. Pronto ya no tendrían que volver a convivir siquiera en un mismo asiento. Aunque quiso soltarle la mano al chico, no lo hizo. Se veía tan asustado, a punto de que el miedo le hiciera castañear los dientes, que tampoco le hizo saber que estaba aferrándose del chico raro. Sólo lo dejó ser. La mano de Marcos sudaba bastante.
Se quedaron así hasta que la aerosilla comenzó a andar otra vez. Creyó que Marcos lo iba a soltar, pero se mantuvo tieso en caso que el mecanismo volviera a fallar.
La colina iba aumentando su distancia. Estaban apenas al inicio del recorrido. Uno mucho más corto que lo que había tomado que arreglaran el problema. Sería sencillo de soportar.
—Yo voy a intentar llamarte Francisco, pero frente a los ojos del resto siempre vas a ser una mina. Y te van a perseguir por eso.
—No creo que vaya a detenerme, no lo hizo antes.
—Está mal —sentenció—. Y es antinatural.
—También lo es teñirse el pelo.
—Te vas a ir al infierno, con tus amigos.
—Entonces voy a pasarlo bien.
—¿No entendés que sos todo lo que está mal? ¿Que mientras existas nuestros padres van a estar preocupados que nos vuelvas uno de los tuyos?
—Los míos están preocupados de que no me mate.
Eso hizo que Marcos se crujiera el cuello para mirarlo.
—¿Qué? ¿Por qué te vas a matar?
—¿No quieren eso? —preguntó confundido—. Tus amigos, el grupo de padres, vos también.
—¡Eso sería asesinato! Por supuesto que no.
—Pero no quieren que exista —repuso sin entender.
—Bueno, porque… porque querés… nos obligás a que te llamemos por otro nombre, y te ofendés si no queremos.
—No sabía que pedir un poco de respeto era tanto quilombo, Mariana.
Marcos arrugó la nariz.
—Mi nombre es Marcos.
—No entiendo. —Francisco lo miró como si estuviera loco. —Te llamás Mariana. Toda la vida te llamaste Mariana, ¿ahora querés que te llame de otra forma? Que nombre horrible es Marcos.
—¡Dejá de romperme las bolas! No me digas Mariana, me llamo Marcos.
Comenzó a reírse a carcajadas. El chico lo miraba furibundo.
—Ni siquiera tenés pelotas, qué decís, Mariana.
—¡Soy un flaco! Tengo pito, soy hombre. Dejá de decirme Mariana si no querés que te rompa la jeta.
—Pero qué violenta que te ponés en cuanto te toman el pelo, Mari.
Marcos no volvió a decir nada porque estaba a punto de hacer un berrinche sobre cómo era un hombre y cosas relacionadas con su genitalia. Sin embargo, el viaje llegó a su fin, el seguro de la aerosilla se levantó, dejándolos a ambos libres del otro. Marcos saltó primero, buscando a sus amigos con la vista. Por alguna razón no se había marchado. Francisco no entendía, pero de todas formas le soltó la mano.
Ninguno se había dado cuenta que incluso peleando, habían pasado tomados de las manos. Y, ya en tierra otra vez, eso sería una terrible amenaza para esconder de los amigos de Marcos. Que le daban miedo las alturas o que se había aferrado al raro del curso. Ambas parecían horribles opciones para considerar en la cabeza del chico. A Francisco la palma le quedó fresca, como si soltar a Marcos significaba también que este le hubiera quitado algo a su vez.
No volvieron a hablarse luego de ese fatídico día.
Lo que ninguno sabía, era que se reunirían veinte años después, en la cena de la promoción de ese curso, junto todo el resto de los estudiantes graduados en el mismo año. Que Francisco usaría su mejor traje, en realidad no queriendo ir pero poniendo la mejor cara posible. Porque había logrado superar la esperanza de vida del país, y un cuarto lleno de los abusadores no habían logrado llevárselo a la tumba.
Y aunque la mano le temblara en los bolsillos, alguien le tocaría el hombro y él se daría vuelta. Sonreiría a la mujer que tenía enfrente, extrañado de no conocerla, pero sintiendo que su rostro era familiar. Ella, apenada le confesaría que esperaba verlo en la reunión, entonces Francisco, sin entender, le preguntaría si acaso habían asistido al mismo curso, porque no sabía de ella ni su nombre.
La mujer le contestaría que sólo una vez habían hablado en realidad. Y que eso había quedado en su memoria desde ese momento.
Se presentaría como Rocca, y Francisco comentaría que el apellido le era familiar porque sólo había un chico que se había graduado con él con ese apellido. Quizás era su hermana, y aunque esto podía ofenderle un poco, de serlo, esperaba no tener que verlo en realidad. Entonces la señorita Rocca miraría apenada al suelo, moviendo los pies bajo su vestido azul y le confesaría que su nombre era Mariana Rocca. Que había asistido con él, y que no tenía hermanos.
Francisco se quedaría quieto, petrificado del miedo y de la sorpresa. Porque entonces el rostro tendría sentido, y así las memorias. Y aunque era ahora otra persona, y también quien tenía frente a los ojos, no podría tragarse la noticia. Entendía todo, incluso el nombre.
Mariana le pediría perdón, y aunque él no podría siquiera hablar, asentiría con la cabeza, sobrepasado. Se marcharía de ahí, como si lo hubieran echado. No volvería a una reunión de ex-alumnos, pero se encontraría a la mujer en otra provincia, por pura casualidad, en sus vacaciones. Sentada ella sobre una silla, que ascendía por la montaña, justo a su lado. Y por diez minutos, estarían ellos dos, con los puestos cambiados, sin poder creerlo hasta que miraron al otro.
Y la aerosilla se detendría por media hora o más.
Entonces volverían a hablarse, como si aquella vez no les hubiera pasado a ellos, pero a otras personas. De alguna forma, así era.
Habiendo tantas personas, el chico se había tenido que subir a la misma silla, en el mismo momento. No cualquier chico, porque no tenía suficiente suerte. Marcos Rocca, una bestia terrible de quince años. De haberse podido bajar, lo hubiera hecho. Dos o tres metros no eran tantos para librarse de él. La situación cambiaba radicalmente cuando se ponía a consideración más de cuarenta metros hacia abajo. Ahí, su compañero lucía mucho más fácil de tolerar.
Más fácil no significaba que le cayera bien. En realidad, lo detestaba bastante. De ser más valiente, y con la motivación correcta, podría arrojarlo de la aerosilla. Estaría dispuesto a cometer homicidio, ir preso incluso. Así era lo mucho que aborrecía tenerlo cerca.
La extensión de la aerosilla no era suficiente para mantenerlos alejados. Estaban muy cerca, casi que debían respirar el mismo aire, y si pudiera, aspiraría todo el oxígeno de la tierra con tal de que no él no respirara. Ahora, todo el lugar del mundo se reducía a la corta amplitud de una silla para dos personas. Ni siquiera era para tres, como en los aviones. Entonces podrían poner al aire como intermediario, como un muro, entre ambos.
—De todos con los que podría quedarme aquí… —escuchó que Marcos mascullaba entre dientes.
¿Quién se creía que era? Él era el que debería estar quejándose, haciendo un verdadero escándalo en el momento en que ambos apoyaron sus culos sobre la silla. Había sido todo muy rápido, casi no comprendió de quién se trataba hasta que fue muy tarde. Podría decir incluso que el miedo le había congelado los miembros. Si hubiera planeado en realidad huir, terminaría haciéndolo a rastras.
Soltó un bufido.
—¿Dijiste algo? —preguntó el chico, Marcos, casi pendiente de si el otro respiraba en su dirección. Seguramente seguía detestándolo como se lo había hecho saber desde los primeros días que había aparecido frente a su nariz.
—Como si fuera a gastar mi aliento por vos —respondió él.
Marcos no pareció ofenderse por el comentario. Soltó una risa, incluso.
—Ya lo hiciste —apuntó.
—Pues, no lo volveré a hacer.
—Y de nuevo.
Respiró profundamente por la nariz.
Miró al frente. ¿Cuánto quedaba para que retomaran el recorrido? El problema no podría ser tan grande. De seguro, se trataba de una traba en el mecanismo, algo simple. Pero los minutos le parecían siglos a su lado. Él estaba convencido, la verdadera tortura no existía en el infierno, sino en la tierra, y su castigo lo estaba recibiendo justo ahora. ¿Qué tan malo había sido en su vida, para tener que sufrir esto? Por la situación, bastante mala.
—No creas que no sé quién sos —dijo Marcos—, todos te conocen. El rarito del curso.
¿Acaso tuvo la decencia de tratarlo como un chico?
Quizás si se terminaba por caer la silla, eso le sorprendería menos.
—Yo tampoco estoy contento de estar acá, ¿eh? —agregó cruzándose de brazos como si la indiferencia lo ofendiera de alguna forma.
Qué patético sonaba. ¿A él le tenía miedo?
Entonces recordó: no, pero asustaba cuando estaba con sus amigos. Eso era, se dijo, uno por uno, son poco más que una molestia. En grupo, resultan una amenaza por la que prefería pasar las peores tareas con tal de evitarse el escenario. Porque en realidad, ninguno de los jóvenes tenían ideas propias, pero estas surgían de alguna forma cuando se juntaban entre sí. El verdadero deseo de destruir, sin piedad, se activaba en la compañía de otros.
Se sentía como si fuera una atracción en el coliseo.
—Ni siquiera sé para qué viniste al viaje. Hubiera sido genial si tan sólo te quedaras en tu casa, con tus amigos igual de extraños.
—De saber que iba a tener que compartir espacio con vos, probablemente lo hubiera hecho —aseguró él, mirando de reojo al chico, sin detenerse más que lo necesario.
—Ah, parece que tuvieras un problema conmigo —se burló—, ¿es porque hablé de tu grupo de amiguitos pelotudos?
—Es porque parece que sólo te gusta escuchar tu propia voz —contestó sin inmutarse.
Eso pareció quitarle algunas ideas para que se callara un poco. Demasiado no le duró, por supuesto. Sin embargo, se puso a cantar. Melodías de canciones malísimas, con ritmos aún peores, capaces de ponerle de mal humor sin siquiera planeárselo. La canción no era lo malo, claro que no, lo que realmente le molestaba era tenerlo a su lado. Uno creería que luego de diez minutos, ya aprendería a ignorarlo, pero Marcos se esforzaba en hacerse notar.
El verdadero problema fue cuando este comenzó a gritar. Gritar de verdad.
Se giró para ver cuál era el problema, aunque todo se veía igual.
Marcos no sólo gritaba, sino que movía los pies y las rodillas le temblaban. ¿Había finalmente perdido la cabeza e iba a arrojarse de la aerosilla? Pese a que la idea lo emocionaba bastante, algo no andaba bien. Lo entendió cuando el chico no dejó de gritar.
Llamaba tanto la atención que las parejas en otras sillas también paradas en la altura, se giraban para observarlos. Sobre todo los que más cerca estaban. Para cuando se dio cuenta que uno estaba sacando un teléfono, decidió que había sido mucho espectáculo.
—¡Eu! ¿Qué te pasa? ¡Dejá de gritar! —masculló, pero los gritos eran más altos que su voz y Marcos no podía escucharse más que a sí mismo. Justo como cuando no estaba gritando.
Lo sacudió por los hombros, y aprovechó para darle una piña en el mentón. Ni siquiera era un golpe fuerte por la distancia y la postura incómoda, sino suficiente para que al menos el chico cerrara la boca. Pues se quedó atónito al golpe. Seguro que había terminado por darle un buen escarmiento, y apenas una probada de su renovada fuerza tanto de voluntad como física.
Marcos se agarró el cachete. Abrió y cerró la mandíbula, como si eso se la hubiera podido romper. Era más estúpido de lo que recordaba.
—¡Nos están mirando todos por tu culpa! ¿Te agarró un calambre o qué? —le preguntó, espiando si seguían las parejas de atrás interesadas en el gritón de más adelante. El alivio le llegó cuando notó que se habían vuelto a hablar entre sí.
—Me dan miedo las alturas —dijo Marcos.
—Estamos arriba hace como media hora, en una aerosilla. ¿Entendés el concepto de ser transportados por un cable?
—Me molestaba más estar cerca tuyo, que a veinte metros de altura. —Definitivamente eran más. —Así que no miré para abajo.
Él hizo una mueca de confusión.
—¿Para qué te subiste a algo que te iba a dar miedo? —preguntó.
—Porque mis amigos me insistieron —contestó Marcos.
—Mirá vos, no soy el único que tiene amigos pelotudos al parecer —se burló—. Espero que no se enteren que le tenés más miedo al raro del curso que a caer de una silla a cincuenta metros en una montaña.
A Marcos casi se le salen los ojos de las cuencas.
—¿Nos podemos caer? —gritó.
La cara del chico lo hizo callar una vez más, sin necesidad de un nuevo golpe. Marcos recuperó la compostura, echándole el ojo hacia abajo de vez en cuando. Parecía que tenía miedo que se soltara la aerosilla, aunque la razón por la que estuvieran parados tanto tiempo fuera un problema con el mecanismo de transporte. No se lo iba a decir, de todas formas. Disfrutaba de verlo preocupado.
Lejos, muy lejos, casi como una mancha, reconoció la grúa y a las chaquetas amarillas de los de mantenimiento de la atracción. Estaba salvado, arreglarían el problema en un santiamén.
De ser Marcos una persona más decente, se lo hubiera hecho saber.
—No te tengo miedo —le dijo él, como si le hubiera escuchado los pensamientos y supiera que pensaba en él.
—No parece. —Se encogió de hombros. —Dijiste que te preocupaba más que a caerte de la silla.
—Simplemente no me gusta tu existencia. No creo que deberías estar acá —Marcos masculló—. Mi papá dice que lo tuyo no es normal y que hay lugares para gente como vos. Naturalmente, estar muy cerca tuyo puede darme problemas. Además, yo soy un hombre.
Se rió.
—¿Y si me tratás como a una persona eso te va a transformarte en una drag queen? —preguntó, aguantando la risa.
Marcos ni siquiera debía saber qué era una drag queen, pero el desconocimiento de los términos lo pondría aún más nervioso. Sólo bastó un vistazo para comprobarlo.
—Podés intentar meterme cosas en la cabeza —comenzó Marcos, repitiendo como si ya lo hubiera pensado—, engañarme con que yo puedo ser como vos. Y eso está mal. No es sano. Mis amigos y yo pensamos de esa forma. Es nuestra opinión.
—¿Entonces la opinión de tus amigos y la tuya, la predicás a los golpes? Qué sano que es es, por suerte.
Los amigos de Marcos, eran aún peores que él. Si este chico le caía mal, podría no patearlo de una colina. Al resto de sus compinches, ni siquiera se lo preguntaban los veces. Lo haría uno por uno, si ameritaba la situación. Verlos rodar y caer por una colina, y que estos no vuelvan a presentar su cara en el colegio haría que él pudiera dormir tranquilo por las noches.
—No hay otra forma. Así me enseñaron a mí —masculló el chico.
La silla se tambaleó en el aire. Marcos le agarró la mano, asustado y a punto de gritar como sirena de bombero.
Estaban salvados. Pronto ya no tendrían que volver a convivir siquiera en un mismo asiento. Aunque quiso soltarle la mano al chico, no lo hizo. Se veía tan asustado, a punto de que el miedo le hiciera castañear los dientes, que tampoco le hizo saber que estaba aferrándose del chico raro. Sólo lo dejó ser. La mano de Marcos sudaba bastante.
Se quedaron así hasta que la aerosilla comenzó a andar otra vez. Creyó que Marcos lo iba a soltar, pero se mantuvo tieso en caso que el mecanismo volviera a fallar.
La colina iba aumentando su distancia. Estaban apenas al inicio del recorrido. Uno mucho más corto que lo que había tomado que arreglaran el problema. Sería sencillo de soportar.
—Yo voy a intentar llamarte Francisco, pero frente a los ojos del resto siempre vas a ser una mina. Y te van a perseguir por eso.
—No creo que vaya a detenerme, no lo hizo antes.
—Está mal —sentenció—. Y es antinatural.
—También lo es teñirse el pelo.
—Te vas a ir al infierno, con tus amigos.
—Entonces voy a pasarlo bien.
—¿No entendés que sos todo lo que está mal? ¿Que mientras existas nuestros padres van a estar preocupados que nos vuelvas uno de los tuyos?
—Los míos están preocupados de que no me mate.
Eso hizo que Marcos se crujiera el cuello para mirarlo.
—¿Qué? ¿Por qué te vas a matar?
—¿No quieren eso? —preguntó confundido—. Tus amigos, el grupo de padres, vos también.
—¡Eso sería asesinato! Por supuesto que no.
—Pero no quieren que exista —repuso sin entender.
—Bueno, porque… porque querés… nos obligás a que te llamemos por otro nombre, y te ofendés si no queremos.
—No sabía que pedir un poco de respeto era tanto quilombo, Mariana.
Marcos arrugó la nariz.
—Mi nombre es Marcos.
—No entiendo. —Francisco lo miró como si estuviera loco. —Te llamás Mariana. Toda la vida te llamaste Mariana, ¿ahora querés que te llame de otra forma? Que nombre horrible es Marcos.
—¡Dejá de romperme las bolas! No me digas Mariana, me llamo Marcos.
Comenzó a reírse a carcajadas. El chico lo miraba furibundo.
—Ni siquiera tenés pelotas, qué decís, Mariana.
—¡Soy un flaco! Tengo pito, soy hombre. Dejá de decirme Mariana si no querés que te rompa la jeta.
—Pero qué violenta que te ponés en cuanto te toman el pelo, Mari.
Marcos no volvió a decir nada porque estaba a punto de hacer un berrinche sobre cómo era un hombre y cosas relacionadas con su genitalia. Sin embargo, el viaje llegó a su fin, el seguro de la aerosilla se levantó, dejándolos a ambos libres del otro. Marcos saltó primero, buscando a sus amigos con la vista. Por alguna razón no se había marchado. Francisco no entendía, pero de todas formas le soltó la mano.
Ninguno se había dado cuenta que incluso peleando, habían pasado tomados de las manos. Y, ya en tierra otra vez, eso sería una terrible amenaza para esconder de los amigos de Marcos. Que le daban miedo las alturas o que se había aferrado al raro del curso. Ambas parecían horribles opciones para considerar en la cabeza del chico. A Francisco la palma le quedó fresca, como si soltar a Marcos significaba también que este le hubiera quitado algo a su vez.
No volvieron a hablarse luego de ese fatídico día.
Lo que ninguno sabía, era que se reunirían veinte años después, en la cena de la promoción de ese curso, junto todo el resto de los estudiantes graduados en el mismo año. Que Francisco usaría su mejor traje, en realidad no queriendo ir pero poniendo la mejor cara posible. Porque había logrado superar la esperanza de vida del país, y un cuarto lleno de los abusadores no habían logrado llevárselo a la tumba.
Y aunque la mano le temblara en los bolsillos, alguien le tocaría el hombro y él se daría vuelta. Sonreiría a la mujer que tenía enfrente, extrañado de no conocerla, pero sintiendo que su rostro era familiar. Ella, apenada le confesaría que esperaba verlo en la reunión, entonces Francisco, sin entender, le preguntaría si acaso habían asistido al mismo curso, porque no sabía de ella ni su nombre.
La mujer le contestaría que sólo una vez habían hablado en realidad. Y que eso había quedado en su memoria desde ese momento.
Se presentaría como Rocca, y Francisco comentaría que el apellido le era familiar porque sólo había un chico que se había graduado con él con ese apellido. Quizás era su hermana, y aunque esto podía ofenderle un poco, de serlo, esperaba no tener que verlo en realidad. Entonces la señorita Rocca miraría apenada al suelo, moviendo los pies bajo su vestido azul y le confesaría que su nombre era Mariana Rocca. Que había asistido con él, y que no tenía hermanos.
Francisco se quedaría quieto, petrificado del miedo y de la sorpresa. Porque entonces el rostro tendría sentido, y así las memorias. Y aunque era ahora otra persona, y también quien tenía frente a los ojos, no podría tragarse la noticia. Entendía todo, incluso el nombre.
Mariana le pediría perdón, y aunque él no podría siquiera hablar, asentiría con la cabeza, sobrepasado. Se marcharía de ahí, como si lo hubieran echado. No volvería a una reunión de ex-alumnos, pero se encontraría a la mujer en otra provincia, por pura casualidad, en sus vacaciones. Sentada ella sobre una silla, que ascendía por la montaña, justo a su lado. Y por diez minutos, estarían ellos dos, con los puestos cambiados, sin poder creerlo hasta que miraron al otro.
Y la aerosilla se detendría por media hora o más.
Entonces volverían a hablarse, como si aquella vez no les hubiera pasado a ellos, pero a otras personas. De alguna forma, así era.
proserpina
19 - Write a poem where every line starts with the same letter
Pienso en la luz que
pasa por todos los objetos del
planeta, con sus curvas y su brillo
pero más pienso en la luz cuando esta, está ahí en
plena oscuridad.
Pienso en un destello de luz que se vuelve un faro en la
penumbra. No hay más mundo que aquello tocado
por la luz de un foco.
Pienso en la luna también
porque todo lo ilumina con sus débiles y dulces rayos y
pienso en el sol porque enciende las cosas como si
pudiera verlas
por primera vez.
Pienso en que me gusta encontrarme la luz en la oscuridad esperando
porque la descubra, como a un tesoro en el silencio de la noche
¿Podés acompañarme a buscarla?
Porque llevás la penumbra con vos en tu
pecho, donde también está tu corazón y tus
pulmones.
Pulsa en tus venas, la sangre y el calor de tu vida, tan valiosa
para mí.
pasa por todos los objetos del
planeta, con sus curvas y su brillo
pero más pienso en la luz cuando esta, está ahí en
plena oscuridad.
Pienso en un destello de luz que se vuelve un faro en la
penumbra. No hay más mundo que aquello tocado
por la luz de un foco.
Pienso en la luna también
porque todo lo ilumina con sus débiles y dulces rayos y
pienso en el sol porque enciende las cosas como si
pudiera verlas
por primera vez.
Pienso en que me gusta encontrarme la luz en la oscuridad esperando
porque la descubra, como a un tesoro en el silencio de la noche
¿Podés acompañarme a buscarla?
Porque llevás la penumbra con vos en tu
pecho, donde también está tu corazón y tus
pulmones.
Pulsa en tus venas, la sangre y el calor de tu vida, tan valiosa
para mí.
proserpina
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