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Nadie pudo sentir.

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Mensaje por yuuya. Miér 14 Oct 2015, 5:04 pm

Spoiler:



   La muerte de alguien es algo triste.
   Sin embargo, aún luego de todo este tiempo, seguía sin poder sentir tristeza por él, quien había muerto y pasaba los días en mi hogar. Vivía en mi cuarto y no dormía, por lo que no importara a qué hora de la noche me levantara, él seguiría mirando la ciudad desde la pequeña ventana en la pared.
   Su cabello era corto y de un blanco que nunca había visto. Sus ojos nunca me miraron, por lo que no sabía de qué color eran, pero sabía que miraban el mundo de triste manera. Tal vez por eso nunca me miró a los ojos. Tal vez, no quería mirarme con sus tristes ojos, y arruinar algo que yo desconocía.
   Nunca me miró y yo nunca le hablé. Era una relación inexistente la que nos unía. Por alguna razón, yo era el único que podía verlo, y él parecía ser consciente de ello. Una vez, cuando era niño, no podía encontrar mi cuaderno de dibujos en ningún lado. Él aplaudió un par de veces, y cuando lo miré, él señalaba mi cama. Me subí a ella y busqué entre las mantas, debajo de ellas, incluso debajo de la cama. Allí estaba mi cuaderno. Cuando me giré para agradecerle, él estaba mirando la ventana de nuevo, y las palabras quedaron en mi boca. Hasta el día de hoy, sigo sin agradecerle.
   Él estuvo aquí desde que tengo uso de la razón. La memoria más temprana que tengo fue un poco antes del incidente con el cuaderno de dibujo. Estaba en el patio, pasando el rato con algunos juguetes, y él estaba en la puerta de la casa. Al verlo, le sonreí y le invité a que viniera a jugar conmigo. Él miró a otro lado a través de su cabello, negando la cabeza, y volvió dentro de la casa. Nunca lo vi fuera de ésta.
   Una de las razones por las que escapaba de la casa seguido era el hecho de que él no podía irse de ella. Al menos eso creía. Un día, luego de una acalorada discusión con mis padres, escapé. Terminé llorando en un parque a unos kilómetros del lugar, sentado en las hamacas, meciéndome un poco. El día estaba nublado y lucía a punto de llover, por lo que no había nadie allí más que yo.
   Entonces, miré a mi lado, a la otra hamaca. Él estaba allí, silencioso, mirando sus pies sin mecerse. No sabía qué hacía allí. No sabía que podía dejar la casa. Nunca lo había hecho, así que, ¿por qué ahora lo haría? Pero allí estaba, y cuando se dio cuenta de que lo había notado, me miró.
   Fue la primera vez que lo había hecho desde que lo conocí por primera vez. Sus ojos eran rojos, pero no me miraban con tristeza, como había pensado. No sabría describirlo, pero era una mirada mucho más cálida de la que pensaba. En ese momento, algo increíble sucedió.
   —Soraru —dijo—, vuelve a casa.
   Esa misma noche volví, disculpándome con mis padres, y comencé algo que nunca había pensado en hacer. Ese día, sucedieron muchas primeras veces. Él me miró por primera vez, y yo le hablé por primera vez.
   —Gracias —le dije. Por fin lo había dicho.
   Él no respondió; sólo sonrió y siguió mirando la ventana.
   Luego de ese día, comencé a hablarle más seguido. Aún si eran cosas pequeñas como “hoy tuve un gran día” o “parece que va a llover”, siempre encontraría algo para decirle, esperando que volviera a mirarme. Eran esos ojos que quería volver a ver y esa mirada que quería volver a sentir. Pero no sucedió hasta mucho más tarde, cuando el accidente sucedió.
   —La gente buena muere antes —había dicho—, es lo que me dijo mi abuela cuando mi gato murió. Tú estabas ahí, ¿no es cierto?
   Estaba en mi cama, abrazando mis piernas con él y la luz de la luna de testigos.
   —Es extraño —reí—. Aunque ambos murieron, aún no suelto ni una lágrima.
   Él seguía sin posar sus ojos en mí. Silencioso, esperaba, escuchando todo lo que decía. Me preguntaba qué rostro estaría haciendo ahora, pero nunca levanté la cabeza.
   —Ahora estoy solo.
   Callé. Silencio fue todo lo que se escuchaba. Ni mi respiración, ni mis latidos, y menos los de él, que hace tanto se habían detenido. Era difícil saber que estaba allí, pero aun así lo sabía. No sería de otra manera. No estaría tan bien luego del accidente de no ser así.
   —Eres el único que me queda. —Una risa áspera salió de mi garganta—. Ni siquiera sé tu nombre, y aun así...
   Unos brazos me envolvieron. No sabía que podía sentirlo. Nunca intenté tocarlo. Pero él me estaba abrazando, y las lágrimas por fin salieron. Entre sollozos, me preguntaba qué rostro estaría haciendo ahora, pero nunca me giré. Nunca abracé de vuelta.
   Entre lágrimas, llegué a dormir. Cuando desperté, él estaba sentado en la cama, mirándome.
   —Buenos días.
   Esa fue la segunda vez que me había dicho algo hasta ahora, y con una pequeña sonrisa, le respondí.
   Nunca me dijo su nombre, pero las cosas siguieron así. Ahora, sin mis padres, había sólo dos almas en esta gran casa. No sabría decir qué estaría haciendo ahora de no ser porque, cuando estaba fuera, sabía que al volver él estaría allí.
   El tiempo pasó y él comenzó a hablar más. Encontraba su voz dulce, aunque él la mantenía baja, como si de un susurro se tratase. En días con mucho ruido casi ni podía escucharla, pero eso me hacía apreciarla más en momentos de completa tranquilidad, donde hablaríamos de lo que pasaba en mi día. Nunca de él. No es que me molestara.
   Aunque, un día, él quiso hablar. Y yo escuché.
   —Solía vivir aquí —dijo—. Yo cantaba en la noche y los vecinos solían venir a quejarse, pero era divertido cantar, así que seguía haciéndolo.
   Era tarde en la noche, así que su voz se escuchaba mejor que en el día. Por eso pude darme cuenta de la pizca de melancolía que había en ella. Aun así, él estaba sonriendo mientras hablaba.
   —Un día, uno de los vecinos vino enojado porque seguía cantando. Trajo su escopeta, esperando asustarme. Y funcionó, —Hubo una pequeña pausa donde dejó de sonreír—, pero mi papá se asustó más que yo, y terminó luchando con el señor para quitársela. Entonces, un disparo se perdió.
   No quería escuchar el resto, pero él siguió hablando.
   Él no quería hablar, pero yo seguía escuchando.
   —Todo se puso negro, pero seguía oyendo voces. Escuché a mi papá gritar mi nombre, y a mi vecino decir que no era su culpa. Papá se enojó y le gritó de vuelta, y hubo una lucha. Entonces, no oí nada más.
   Podía imaginarlo todo claramente. Era cruel. Era horrible que todo hubiera terminado así para alguien que sólo quería cantar un poco.
   —Tenía miedo. —Él volvió a sonreír y me miró, de repente su expresión cambiando a una de preocupación—. ¿Por qué lloras?
   —Porque tú no lo haces.
   Él me quedó mirando, sus ojos rojos tan cálidos como la primera vez, pero sorprendidos, hasta que su mirada se ablandó y él se acercó hacia mí, limpiando mis lágrimas. Eran pocas las veces donde me tocaba, y su mano siempre se sentía fría, pero no me molestaba.
   —Tenía miedo —repitió—, pero ahora estás aquí, así que ya no tengo miedo.
   Tomé su mano con la mía y cerré mis ojos. Su mano estaba tan fría, tan, tan, tan fría, y la mía tan caliente.
   —No estás solo —dije—, así que no dejaré que tengas miedo nunca más.
   Aún con mis ojos cerrados, no pude saber qué expresión puso, pero, luego de unos segundos, respondió.
   —Así es. No estoy solo.
   Esa noche, sentí que nos habíamos acercado un poco más.
   Extrañamente, entre nosotros todo sucede en la noche, salvo el día que nos conocimos. Uno pensaría que todo terminaría de día, como el comienzo, pero también era de noche ese día, con la ligera diferencia de que estaba lloviendo. Una gran tormenta que me despertó a mitad de la noche.
   Él estaba raro. Llevaba días hablando más de lo normal y pegándose a mí más de lo que solía. Se enojaba si salía por alguna razón que no fuera estudio o trabajo, y sus emociones parecían pender de un hilo flojo.
   Ya no miraba por la ventana.
   Estaba enojado.
   Estaba triste.
   Estaba feliz.
   Estaba muchas cosas.
   Esa noche, estaba fuera de sí mismo.
   Se encontraba arriba mío, manos en mi cuello y una sonrisa demente en su rostro.
   —Así es, no estoy solo, Soraru está aquí, no estoy solo, no estoy solo.
   El agarre se hacía cada vez más fuerte y respirar me costaba más, pero no sentía miedo. Era extraño. Muy extraño. No sentía miedo, ¿a pesar de estar a punto de morir? Ah—, pero él también está muerto.
   —No estoy solo, no estoy solo, no estoy solo, Papá, no estoy solo.
   Lágrimas comenzaron a salir de sus ojos rojos, llenos de locura y un poco de soledad. Era la primera vez que lo veía llorar. Sus lágrimas caían sobre mí mientras sus manos apretaban con más fuerza.
   Respirar se hizo más difícil. Apenas podía. Mis manos se dirigieron hacia él para apartarlo. Nunca lo tocaron. Todo se ponía borroso. Aún sentía lágrimas caer sobre mí. Una, otra, y otra. Él seguía repitiendo, no estoy solo, no estoy solo. No lo estaba. Ahora estaría con él. Ahora no estaría solo. Nunca más. Nunca, nunca, nunca más.
   Quise llamar su nombre, pero recordé que nunca me lo había dicho.
   Una lágrima volvió a caer. No supe si suya o mía. No importaba. Ahora estábamos juntos.
   La muerte de alguien es triste.
   Sin embargo, aún luego de todo este tiempo, nadie pudo sentir tristeza por nosotros.
yuuya.
yuuya.


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