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Breathe me.
O W N :: Originales :: Originales :: One Shot's (originales)
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Breathe me.
- ficha:
- Título: Breathe me.
Autor: Lilian (hydra).
Adaptación: No.
Género: Drama y romance.
Advertencias: Ninguna.
Otras páginas: Wattpad.
Breathe me
Aún recuerdo la primera vez que oí su voz.
Mis padres me habían hablado de lo maravillosos que eran los manantiales. Me enseñaron el croar de las ranas, los rugidos del león, los ladridos del perro y el trino de los pájaros. Me decían que como el dulce canto de aquellas avecillas no había nada igual; que ningún músico ni animal podría igualarse a su dulce armonía.
Pero yo jamás encontré un sonido más sublime que no fuese su voz.
Solía pedirle que me cantara una y otra vez. Me leyó libros enteros, y cuando no hubieron más por leer, comenzó a inventar historias casi tan interminables como el amor que sentía por ella.
"¡Esta es la quinta vez que lo leo!," decía, y podía escuchar su contagiosa risa brotar de sus labios como notas musicales, tan melodiosa como siempre. Pasaban tres o cuatro segundos, y se oía un leve suspiro antes de que se avocara una vez más en la lectura.
Recuerdo haberla escuchado suspirar bastante.
A decir verdad, nunca supe qué significaba. No sabía si lo hacía porque se había cansado de mí y de mi insistencia, o si, desde aquel entonces, ya sabía que no pertenecía a un mundo tan cruel como lo era el nuestro.
Mamá usualmente describía aquello que yo no conocía, sobre todo cuando yo aún era pequeño. Una vez me contó que los caballos, aquellos animales a los que sólo podía oír relinchar, tenían grandes dientes y una cola.
"Tienen cuatro patas, y existen de varios colores. Alguna vez podrás montarlos..., cuando crezcas."
En cambio, ella jamás tomó en cuenta mi condición. Más de una vez me preguntó si había ido al cine, qué color era mi favorito y si, cuando leía, no se me cansaban los ojos o dolía la vista.
Se disculpaba a menudo, y yo no sabía por qué, si fue la única persona que me hizo sentir normal a fin de cuentas.
Cuando mis manos exploraron su cuerpo por vez primera, no pude contener más el llanto. Me escabullí entre sus brazos, y sollocé hasta que no hubieron más lágrimas que derramar, mientras me acariciaba la nuca y susurraba en mi oído que todo estaba bien, que no había razón para estar triste.
Pero ella jamás comprendió que yo lloraba por su belleza, por su amor y, también, porque yo no merecía nada de eso... Lloré por lo maravillosa que era.
Después de disculparme veintitrés veces, comprendí que lo único que debía hacer entonces era amarla como yo siempre quise, como ella me dijo que quería.
Su piel era tan suave como la seda..., sus pechos eran tibios y se acoplaban perfectamente a mis manos. Su cabello caía con esplendor sobre todo su cuerpo; aunque en realidad, no sabría describir bien el largo, ni el color, como tampoco la forma. Conocí su espalda y sus muslos, los dedos de sus pies y su majestuoso vientre.
Al caer la noche, no hubo parte de ella que hubiese dejado inexplorada.
"Te amo," murmuré.
Ella me acarició el rostro, y, sosteniendo mi mano con entereza, respondió:
"Te amo más que a nada en el mundo...," hizo una pequeña pausa, y escuché el ritmo acelerado de los latidos de su corazón. Podía jurar que estaba llorando. "Si me preguntas por qué, déjame decirte que no lo sé a ciencia cierta. Te amo por lo que eres. Te amo por aquello que piensas, y no dices. Te amo por cómo juegas con las teclas del piano sin tener la certeza de qué nota tocarás después de la primera. Te amo cuando crees que no estoy ahí, y susurras mi nombre miles de veces. Te amo porque, aún cuando no conozcas lo que te rodea como yo lo hago, tenemos la misma perspectiva de las cosas. Te amo, y moriría por ti de ser necesario."
Después de eso, no dormí en toda la noche.
Me pregunté de qué color sería su piel. Comencé a preguntarme también qué significaba el color de sus ojos, cómo se vería el llanto en ellos. Cómo lucirían mientras reía, cuando se enojaba..., incluso cuando pensaba en mí.
"¿De qué color son mis ojos?," le pregunté a mamá un día.
"Marrones, corazón."
"¿De qué color son mis ojos, papi?"
"Cafés, como el chocolate, hijo."
"¿De qué color son mis ojos?," le pregunté a ella.
Esperé la respuesta usual. Creí que diría que eran marrones, como muchos lo habían hecho; pensé que respondería con un no lo sé, o, del color de tu cabello, así como mis tíos dijeron cientos de veces.
Había olvidado cuan especial era.
"Normalmente, son del color de la tierra húmeda después del rocío de cada mañana. Son como avellanas frescas, o como el tronco de los árboles cuando es primavera. Cuando lloras, es como ver una tormenta. Torbellinos y nubes adonde sea que mires. Cuando ríes, se transforman en genuinos circones. Y, cuando te enfadas, no lo sé, pues jamás he querido verlos mientras discutimos."
"¿Y cuando te miro?"
Hubo un silencio que duró minutos, tal vez fracciones de hora, en el que sólo se escuchaba su acompasada respiración.
Me respondió, y la sinceridad impresa en sus palabras fue casi tan palpable como el amor que había en ellas.
"Son como oro fundido."
Papá, aquella tarde en la que fuimos de pesca, me dijo que las mujeres eran la maravilla más grande que se había creado.
"Son criaturas frágiles y sensibles, pero tan poderosas al mismo tiempo. A veces son incomprensibles. También son fuertes, letales cuando quieren serlo, amables y, cómo no, honestas. Gracias a ellas, hijo mío, estamos vivos y somos lo que somos. Son el aire que respiramos y el agua que bebemos. Son la sangre que fluye por nuestras venas."
Él siempre me hablaba del importante rol que mamá había tenido en su vida. Era su esposa, madre de su (afortunada o lamentablemente) único hijo y el amor más grande que jamás podría llegar a tener. Según sus propias palabras, mamá hinchaba su corazón de orgullo y, más que cualquier otra cosa, de vida.
Y, si es que alguien llegara a preguntarme qué significaba ella para mí, yo diría sin duda alguna que lo fue todo.
Todo lo que fui, logré y tuve, fue por ella.
Y el saber que mis inútiles ojos no fueron capaces de verla mientras seguía con vida es el peso que debo cargar cada día.
¡Oh, sólo Dios sabe cuánto fue mi sufrimiento!
"Está en un lugar mejor," aseguraron mis amigos y familiares la primera semana.
"No te preocupes," me dijeron después de unos meses.
"Ya encontrarás a alguien más," me contestaron al pasar los años.
Ella siempre fue un misterio para mí..., y su muerte no fue la excepción.
Sólo dejó una nota escrita en braille, una soga amarrada al árbol bajo el que solía contarme historias, y a un chico cuyo corazón jamás podrá sanarse.
"Aún siendo ciego, conociste al mundo entero, amor mío. Yo también lo hice, y esa es la razón por la que hoy me alejo. Te amaré siempre, porque mi corazón te has llevado y con el tuyo se ha fundido."
Lloré ríos, mares y océanos. Lloré días y noches enteras, porque ya no encontraría la calidez de su cuerpo cuando el invierno invadiera nuestra casa. Lloré porque extrañaba sus caricias, sus besos e incluso aquellos gestos de los que nunca fui consciente.
Añoraba su amor, sus lágrimas, sus temores.
"Son el aire que respiramos," dijo mi padre aquel día.
Y era cierto.
Porque tres años y un mes después de su muerte, ya no podía encontrar fuente de oxígeno igual a la que su amor me entregaba.
Tres años y un mes después, respirar me resultaba imposible.
Tres años, un mes y cuatro días después, quise huir junto a ella en su eterna travesía, dejando atrás una nota escrita en braille, y una soga acompañando la suya.
Mis padres me habían hablado de lo maravillosos que eran los manantiales. Me enseñaron el croar de las ranas, los rugidos del león, los ladridos del perro y el trino de los pájaros. Me decían que como el dulce canto de aquellas avecillas no había nada igual; que ningún músico ni animal podría igualarse a su dulce armonía.
Pero yo jamás encontré un sonido más sublime que no fuese su voz.
Solía pedirle que me cantara una y otra vez. Me leyó libros enteros, y cuando no hubieron más por leer, comenzó a inventar historias casi tan interminables como el amor que sentía por ella.
"¡Esta es la quinta vez que lo leo!," decía, y podía escuchar su contagiosa risa brotar de sus labios como notas musicales, tan melodiosa como siempre. Pasaban tres o cuatro segundos, y se oía un leve suspiro antes de que se avocara una vez más en la lectura.
Recuerdo haberla escuchado suspirar bastante.
A decir verdad, nunca supe qué significaba. No sabía si lo hacía porque se había cansado de mí y de mi insistencia, o si, desde aquel entonces, ya sabía que no pertenecía a un mundo tan cruel como lo era el nuestro.
Mamá usualmente describía aquello que yo no conocía, sobre todo cuando yo aún era pequeño. Una vez me contó que los caballos, aquellos animales a los que sólo podía oír relinchar, tenían grandes dientes y una cola.
"Tienen cuatro patas, y existen de varios colores. Alguna vez podrás montarlos..., cuando crezcas."
En cambio, ella jamás tomó en cuenta mi condición. Más de una vez me preguntó si había ido al cine, qué color era mi favorito y si, cuando leía, no se me cansaban los ojos o dolía la vista.
Se disculpaba a menudo, y yo no sabía por qué, si fue la única persona que me hizo sentir normal a fin de cuentas.
Cuando mis manos exploraron su cuerpo por vez primera, no pude contener más el llanto. Me escabullí entre sus brazos, y sollocé hasta que no hubieron más lágrimas que derramar, mientras me acariciaba la nuca y susurraba en mi oído que todo estaba bien, que no había razón para estar triste.
Pero ella jamás comprendió que yo lloraba por su belleza, por su amor y, también, porque yo no merecía nada de eso... Lloré por lo maravillosa que era.
Después de disculparme veintitrés veces, comprendí que lo único que debía hacer entonces era amarla como yo siempre quise, como ella me dijo que quería.
Su piel era tan suave como la seda..., sus pechos eran tibios y se acoplaban perfectamente a mis manos. Su cabello caía con esplendor sobre todo su cuerpo; aunque en realidad, no sabría describir bien el largo, ni el color, como tampoco la forma. Conocí su espalda y sus muslos, los dedos de sus pies y su majestuoso vientre.
Al caer la noche, no hubo parte de ella que hubiese dejado inexplorada.
"Te amo," murmuré.
Ella me acarició el rostro, y, sosteniendo mi mano con entereza, respondió:
"Te amo más que a nada en el mundo...," hizo una pequeña pausa, y escuché el ritmo acelerado de los latidos de su corazón. Podía jurar que estaba llorando. "Si me preguntas por qué, déjame decirte que no lo sé a ciencia cierta. Te amo por lo que eres. Te amo por aquello que piensas, y no dices. Te amo por cómo juegas con las teclas del piano sin tener la certeza de qué nota tocarás después de la primera. Te amo cuando crees que no estoy ahí, y susurras mi nombre miles de veces. Te amo porque, aún cuando no conozcas lo que te rodea como yo lo hago, tenemos la misma perspectiva de las cosas. Te amo, y moriría por ti de ser necesario."
Después de eso, no dormí en toda la noche.
Me pregunté de qué color sería su piel. Comencé a preguntarme también qué significaba el color de sus ojos, cómo se vería el llanto en ellos. Cómo lucirían mientras reía, cuando se enojaba..., incluso cuando pensaba en mí.
"¿De qué color son mis ojos?," le pregunté a mamá un día.
"Marrones, corazón."
"¿De qué color son mis ojos, papi?"
"Cafés, como el chocolate, hijo."
"¿De qué color son mis ojos?," le pregunté a ella.
Esperé la respuesta usual. Creí que diría que eran marrones, como muchos lo habían hecho; pensé que respondería con un no lo sé, o, del color de tu cabello, así como mis tíos dijeron cientos de veces.
Había olvidado cuan especial era.
"Normalmente, son del color de la tierra húmeda después del rocío de cada mañana. Son como avellanas frescas, o como el tronco de los árboles cuando es primavera. Cuando lloras, es como ver una tormenta. Torbellinos y nubes adonde sea que mires. Cuando ríes, se transforman en genuinos circones. Y, cuando te enfadas, no lo sé, pues jamás he querido verlos mientras discutimos."
"¿Y cuando te miro?"
Hubo un silencio que duró minutos, tal vez fracciones de hora, en el que sólo se escuchaba su acompasada respiración.
Me respondió, y la sinceridad impresa en sus palabras fue casi tan palpable como el amor que había en ellas.
"Son como oro fundido."
Papá, aquella tarde en la que fuimos de pesca, me dijo que las mujeres eran la maravilla más grande que se había creado.
"Son criaturas frágiles y sensibles, pero tan poderosas al mismo tiempo. A veces son incomprensibles. También son fuertes, letales cuando quieren serlo, amables y, cómo no, honestas. Gracias a ellas, hijo mío, estamos vivos y somos lo que somos. Son el aire que respiramos y el agua que bebemos. Son la sangre que fluye por nuestras venas."
Él siempre me hablaba del importante rol que mamá había tenido en su vida. Era su esposa, madre de su (afortunada o lamentablemente) único hijo y el amor más grande que jamás podría llegar a tener. Según sus propias palabras, mamá hinchaba su corazón de orgullo y, más que cualquier otra cosa, de vida.
Y, si es que alguien llegara a preguntarme qué significaba ella para mí, yo diría sin duda alguna que lo fue todo.
Todo lo que fui, logré y tuve, fue por ella.
Y el saber que mis inútiles ojos no fueron capaces de verla mientras seguía con vida es el peso que debo cargar cada día.
¡Oh, sólo Dios sabe cuánto fue mi sufrimiento!
"Está en un lugar mejor," aseguraron mis amigos y familiares la primera semana.
"No te preocupes," me dijeron después de unos meses.
"Ya encontrarás a alguien más," me contestaron al pasar los años.
Ella siempre fue un misterio para mí..., y su muerte no fue la excepción.
Sólo dejó una nota escrita en braille, una soga amarrada al árbol bajo el que solía contarme historias, y a un chico cuyo corazón jamás podrá sanarse.
"Aún siendo ciego, conociste al mundo entero, amor mío. Yo también lo hice, y esa es la razón por la que hoy me alejo. Te amaré siempre, porque mi corazón te has llevado y con el tuyo se ha fundido."
Lloré ríos, mares y océanos. Lloré días y noches enteras, porque ya no encontraría la calidez de su cuerpo cuando el invierno invadiera nuestra casa. Lloré porque extrañaba sus caricias, sus besos e incluso aquellos gestos de los que nunca fui consciente.
Añoraba su amor, sus lágrimas, sus temores.
"Son el aire que respiramos," dijo mi padre aquel día.
Y era cierto.
Porque tres años y un mes después de su muerte, ya no podía encontrar fuente de oxígeno igual a la que su amor me entregaba.
Tres años y un mes después, respirar me resultaba imposible.
Tres años, un mes y cuatro días después, quise huir junto a ella en su eterna travesía, dejando atrás una nota escrita en braille, y una soga acompañando la suya.
- nota del autor:
- ¡Hola! Mi nombre es Lilian, pero pueden llamarme como más gusten. He decidido publicar Breathe me porque creí que sería lindo tener un escrito mío en el foro después de tanto tiempo. Espero que esta singular historia de amor les fascine tanto como a mí.
Última edición por hydra el Sáb 19 Sep 2015, 4:55 pm, editado 2 veces
Invitado
Invitado
Re: Breathe me.
¿Me es permitido llorar? Porque esto, este escrito maravilloso hecho por la persona más maravillosa del mundo, es perfecto. Sí, es singular porque tiene ese toque de drama. Es triste y realista, y amé que él fuera ciego y ella tan increíble. Leer este one shot fue una bendición, Lilian Fernanda, deberías de comenzar a decir que escribes como los Dioses del Olimpo. Olvídate de la modestia porque, si yo escribiera así, anduviera alardeando acerca de mi habilidad a diestra y siniestra. Esta historia es hermosa, para acortar el rollo. Las emociones que transmite la narración de él son tan reales que me duele mi corazoncito. Gracias por subir esto y gracias a mí por haberte presionado. Porque esto es bellísimo, no necesita que le edites nada. Te amo, Lili, te amo mucho mucho mucho.
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