» troubled soul

» Sarah no era una mala persona, sólo pasaba demasiado tiempo ocupada salvándose a sí misma.

» Sarah expiró el humo por su boca, observándolo hasta desaparecer. Estaba sentada en la misma banca de siempre, en el mismo parque, en la misma calle. Ya era su tercer cigarrillo y no tenía planeado detenerse. Veía a la gente pasar como si nada, y solía preguntarse si así se sentía morir, si así se sentía que te olviden. Porque, claro, había sido todo un escándalo aquella balacera en el centro comercial, pero luego del funeral y unos cuantos días la gente parecía haberlo olvidado. Habían vuelto a seguir el curso de sus respectivas vidas sin pensar en aquel compañero de su hijo que no volverían a ver, o aquella vecina que corría cada mañana que ya no iba a regresar. Habían pasado por alto todos los detalles y continuado como si ellos nunca los hubieran conocido. Como si nunca hubieran vivido. Como si nunca hubieran existido.

-Hola.
Sarah levantó la mirada, y expiró el humo por su boca con un gesto impasible.
-Adiós-fue lo único que dijo.

» Kim la miró de vuelta, y un minúsculo atisbo de sonrisa apareció en ella. El mismo gesto que hacía cada que Sarah estaba nerviosa y Kim le decía que todo iba a estar bien. El mismo gesto que la tranquilizaba siempre. Menos ahora, porque sabía que ese "todo estará bien" sólo significaba que se estaba despidiendo. Y Sarah no estaba preparada para soportar alguna despedida de parte de Kim.

-¿Sarah?- preguntó, y al no obtener respuesta se acercó aún más a ella, moviendo algunos mechones de su cabello y acomodándolos detrás de sus orejas. Y fue en ese instante cuando aquella chica levantó la mirada hacia él, aquellos ojos azulados se cruzaron de nuevo con sus ojos cafés, y toda la valentía que había tenido para levantarse y alcanzarla desapareció.

Ella seguía siendo Sarah, pero ya no era la misma que había conocido. Ya no era su Sarah.

»Katie cruzó la calle de la casa de Carter, doblando en una esquina. Levantó la mano y tomó el primer autobús que pasó, sin saber realmente a dónde se dirigía. Se sentó en el primer asiento libre que vio y se colocó sus audífonos, subiendo el volumen de la música. Esta era su actividad favorita en el día, porque escuchar música parecía transportarla a otro lugar, a otro mundo, en el que ella no era culpable de nada, en el que no había balas ni gente mala y en el que nadie tenía por qué morir. Y estaba tan enfrascada en aquel mundo, que ya no quería volver al suyo.