Bulerías de Lucía.

Crepúsculo de invierno en un lugar de verano, la luna mira a Lucía que se está enamorando del corazón de un río mientras baila sus bulerías con los pies en el agua, acariciándola. El sol se está ocultando pero el agua lo tiene a la vista, tanto que se refleja en el medio de sus ojos, como si la bola de fuego fuese su misma pupila. Y en la pupila danza Lucía como si fuese un átomo. Por otro lado, va apareciendo la luna, que la mira con dulzura sin saber qué decir ante semejante pasión; se pierde entre tantas vibraciones que salen de los huesos de la chica danzante. La luna está llena, no se escapa, incluso su lado oscuro sonríe. 
Canta un grillo con entusiasmo entre los pastos, se pierde entre los ruidos de Lucía pateando el agua con delicadeza, después disculpándose por molestar. Hay una simetría en el agua que muestra tres figuras de la chica, haciendo que parezca acompañada de alguien más que el grillo, el agua, el sol y la luna. Los árboles tal vez observan también. No le importa nada en este momento, ni la Teoría del Eterno Retorno ni de dónde surgió el mundo, sólo le importan ella misma y sus bulerías, que los astros estaban halagando con un guiñe de ojos y un aplauso europeo. 
Pero todavía no sabe lo que le ve la luna, la luna la está mirando y no sabe qué le ve. Tiene la ropa limpia. Claro que le gusta que la luna la mire, pues no hay mirada más linda, no hay mirada más joven. Aquello significa que la luna no debería de gastar su mirada en ella. Pero así es, y no hay nada mejor. 
El sol ya casi desapareció, ya no es la pupila, de hecho es más un signo de buena cantidad de hierro que quita las preocupaciones. Se va el sol y suena una guitarra más rápida que la tortuga de Aquiles, que apenas atraviesa las mitades y en lugar de correr, vuela. Vuela con entusiasmo, melodía y diversión, hasta un toque de ideología se le escapa entre los dedos al guitarrista. El guitarrista ama las bulerías. El guitarrista ama a Lucía. Le dice sin hablar que no pare porque es su última noche y no se la puede arrebatar ni siquiera un tal Dios, todo gira alrededor de ella con gratitud. 
Ay Lucía, qué pasos das, qué sonrisa de lo más cercana a una corriente de un río cualquiera pero limpio, qué ojos que parecen flores disfrutando de su último día antes de marchitarse entre las hojas con cafeína que te atraen con un canto tentador como tú. Pero, Lucía, empiezas a caerte junto con el sol, se te va el alma entre los pies y se interna en lo más profundo de las aguas junto con alguna planta acuática con sabor a azúcar. Tu brazo pálido da una sacudida, tu rostro se envejece y ya no estás ahí, intentas escaparte de ti corriendo. ¿Es que ya sabías que esta es tu última noche con el grillo, el agua, el sol y la luna? ¿Ya sabías que esta es tu última noche oyendo una guitarra? ¿Ya sabías que esta es tu última noche bailando tus bulerías? ¿Ya sabías? 
Te vas. Te fuiste. Te acabé.