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About that night
O W N :: Originales :: Originales :: One Shot's (originales)
Página 1 de 1. • Comparte
About that night
Él está jugando
Aunque Rylann Pierce trató de luchar contra las chispas que sintió por el multimillonario heredero Joe Jonas la noche que se conocieron, su candente química fue innegable. Pero después de haber salido en su primera cita, Rylann nunca esperó verlo de nuevo. Así que cuando se encuentra cara a cara con Joe en el palacio de justicia nueve años más tarde, se sorprende. Lo más preocupante para la hermosa asistente del fiscal federal es que todavía se siente locamente atraída por él.
Pero ella pondrá las reglas
Acabando de salir de la cárcel, Joe Jonas no está muy emocionado de ser el testigo estrella en un caso criminal de alto perfil, pero cuando Rylann viene a tocar a su puerta, descubre que puede ser la abogada a la que no puede decirle que no. Ella sigue siendo tan hermosa y de lengua afilada como siempre, y establece una ley: no mezclar los negocios con el placer. Pero Joe no renunciará a algo que desea y lo que desea es a la única mujer que nunca ha olvidado.
Aunque Rylann Pierce trató de luchar contra las chispas que sintió por el multimillonario heredero Joe Jonas la noche que se conocieron, su candente química fue innegable. Pero después de haber salido en su primera cita, Rylann nunca esperó verlo de nuevo. Así que cuando se encuentra cara a cara con Joe en el palacio de justicia nueve años más tarde, se sorprende. Lo más preocupante para la hermosa asistente del fiscal federal es que todavía se siente locamente atraída por él.
Pero ella pondrá las reglas
Acabando de salir de la cárcel, Joe Jonas no está muy emocionado de ser el testigo estrella en un caso criminal de alto perfil, pero cuando Rylann viene a tocar a su puerta, descubre que puede ser la abogada a la que no puede decirle que no. Ella sigue siendo tan hermosa y de lengua afilada como siempre, y establece una ley: no mezclar los negocios con el placer. Pero Joe no renunciará a algo que desea y lo que desea es a la única mujer que nunca ha olvidado.
Zuly González
Re: About that night
Capítulo Uno
Mayo 2003
Universidad de Illinois, Urbana-Champaign
Había sobrevivido.
Presionada contra el muro de paneles de madera de la barra, con la barbilla apoyada en la mano, Rylann Pierce escuchaba mientras sus amigos charlaban a su alrededor, demasiado contenta, por primera vez en un mes, como para pensar en nada en absoluto. Junto con cinco de sus compañeros de la facultad de derecho, estaba sentada en una mesa atestada en el segundo piso del Clybourne, uno de los pocos bares del campus frecuentado por estudiantes intelectuales de posgrado quienes exigían que sus aguadas bebidas de cuatro dólares, fueran servidas en vasos reales en lugar de plásticos.
Todos en el grupo se encontraban en la misma sección que Rylann, lo que significaba que todos habían terminado su último examen final, Procedimiento Penal, al final de la tarde. Los ánimos estaban altos y bulliciosos, al menos bullicioso para los estándares de los estudiantes de leyes, interrumpidos sólo por los momentos difíciles en que alguien se daba cuenta de algún punto perdido durante la obligatoria recapitulación post-examen.
Alguien le dio un codazo, interrumpiendo su ensueño.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
La pregunta vino de la compañera de habitación de Rylann, Rae Mendoza, que estaba sentada a su derecha.
—Estoy aquí. Sólo... me imaginaba en la piscina —Rylann trató de aferrarse a la ilusión por unos momentos más—. Está soleado y hay veinticuatro grados de temperatura. Tengo una especie de bebida tropical con uno de esas pequeñas
sombrillitas dentro, y estoy leyendo un libro, en el que no tengo que subrayar o hacer anotaciones en los márgenes.
—¿Hacen ese tipo de libros?
—Si la memoria no me falla —Rylann intercambió una sonrisa cómplice con Rae. Igual que muchos de sus compañeros de clase, ambas habían pasado casi cada hora del día de las últimas cuatro semanas esbozando apuntes de las clases y de sus libros de texto, tomando exámenes de práctica, mirando con cara de sueño al Emanuel Law Outlines1 hasta altas horas de la noche, y reuniéndose con grupos de estudio, todos preparándose para las cuatro pruebas de tres horas que los ayudarían a determinar el curso de sus futuras carreras legales. Sin presión.
El rumor era que el segundo y tercer año se harían más fáciles, lo que sería bueno, existía esa interesante actividad llamada dormir de la que Rylann había oído hablar, y estaba pensando en probarla. Justo a tiempo, también. Tenía una semana de descanso antes de empezar su trabajo de verano, en la que no pensaba hacer nada más agotador que rodar de la cama todos los días al mediodía y deambular hasta la piscina al aire libre de la universidad, la cual estaba abierta a los estudiantes.
—Odio hacer estallar la burbuja de tus fantasías, pero estoy bastante segura de que no se permiten bebidas alcohólicas en el IMPE2 —dijo Rae, refiriéndose al edificio de educación física intramuros de la universidad, donde se encontraba dicha piscina.
Rylann despidió con la mano ese detalle tan molesto.
—Llenaré de mai tai3 mi termo de la Facultad de Derecho y le diré a la gente que es té helado. Si los de seguridad del campus me dan algún problema, los asustaré con mis cuasi-legales credenciales y les recordaré las prohibiciones de la Cuarta Enmienda contra registros e incautaciones ilegales.
—Wow. ¿Sabes cuán nerd de la facultad de derecho acabas de sonar?
Por desgracia, lo sabía.
—¿Crees que alguno de nosotros volverá a ser normal otra vez?
Rae lo consideró.
—Me han dicho que pasados los tres años, perdemos las ganas de citar la Constitución en cada conversación diaria.
—Eso es prometedor —dijo Rylann.
—Pero viendo que eres más friki de las leyes que la mayoría, puede que te lleve más tiempo.
—¿Recuerdas esa conversación de anoche cuando te dije que te echaría de menos este verano? Me retracto.
Rae se rio y echó su brazo alrededor de los hombros de Rylann.
—Aw, sabes que estarás muy aburrida sin mí.
A Rylann la invadió una repentina punzada de sentimentalismo. Ahora que habían terminado los finales, Rae y casi todos sus amigos de la facultad de derecho se dirigían de vuelta a casa. Rae estaría en Chicago durante las próximas diez semanas, trabajando doble turno en un trabajo de barman que sonaba glamoroso y divertido y que le proporcionaría el dinero suficiente para cubrir casi un año de matrícula. Rylann, por otra parte, había ganado una pasantía de verano en la Oficina del Fiscal del Distrito Central de Illinois. Aunque la pasantía era una posición prestigiosa y codiciada entre los estudiantes de derecho, en particular entre
los de primer año, le pagarían un no tan glamoroso salario GS-54 el cual le dejaría poco más de lo que necesitaba para cubrir el alquiler y sus gastos de mantenimiento durante el verano. Tal vez, si fuera particularmente frugal, tendría de sobra para los libros de texto del próximo semestre. O al menos para uno de ellos. Esas malditas cosas eran caras.
Pero a pesar de los magros salarios GS-5 de la fiscalía, estaba encantada con la pasantía. Por mucho que se quejara de sus préstamos estudiantiles, no iba a la facultad de derecho por el dinero. Tenía un plan de seis años, académico y laboral; era conocida por tener planes, y su pasantía de verano era el siguiente paso en el mismo. Después de la graduación, esperaba aterrizar en una pasantía con un juez federal, y entonces aplicaría para la Oficina del Fiscal.
Aunque muchos estudiantes de derecho no tenían ni idea de qué tipo de leyes querían practicar después de la graduación, éste no era el caso de Rylann. Ella había sabido desde que tenía diez años que quería ser fiscal penal y nunca había vacilado en eso, a pesar de la tentación del dinero ofrecido por las grandes firmas de abogados. Claro, eso pagaba las cuentas, y algo más, pero el litigio civil parecía demasiado seco e impersonal para su gusto. La Corporación X demandó a la Empresa Y por millones de dólares en un juicio que podría durar años sin que a nadie le importase un comino a excepción de los abogados que facturaban tres mil horas al año trabajando en ello. No, gracias.
Rylann quería ir al tribunal todos los días, estar en el meollo de las cosas, tratando casos que significaran algo. Y en su mente, no podría haber algo mucho más significativo que poner criminales tras las rejas.
Una voz masculina que vino desde el otro lado de la mesa interrumpió sus pensamientos.
Tres meses en Champaign-Urbana5. Recuérdame cómo la chica que está en segundo lugar en nuestra clase de la facultad de derecho no pudo encontrar un trabajo mucho mejor.
La voz pertenecía a su amigo Shane, quien, como todos los demás en la mesa, tenía una copa en la mano y un brillo de buen humor a su alrededor. Rylann podía adivinar el motivo de la luz. Además de haber terminado con los finales, las vacaciones de verano significaban que Shane iba a volver a su casa en Des Moines a ver a su novia, de quien estaba adorablemente prendado, aunque, siendo un chico, naturalmente, trataba de ocultar ese hecho.
—No es el lugar el que importa, Shane —dijo Rylann— es lo bueno que eres cuando llegas allí.
—Muy bien dicho. —Rae echó a reír, y chocaron los cinco.
—Búrlate si quieres —dijo Shane—. Pero mi coche está con las maletas, lleno de gasolina, y abastecido con bocadillos para el camino. A las siete a.m. de mañana, llueva o haga sol, saldré pitando de este lugar.
—¿A las siete a.m? —Rae miró fijamente la bebida en la mano de Shane, la tercera hasta el momento en esa noche—. Creo que eso no sucederá.
Él hizo un gesto con la mano quitándole importancia, la bebida se derramó un poco.
—Por favor. Como si un poco de resaca fuera a interponerse en el camino de un hombre enamorado.
—Aw. Eso es muy romántico —dijo Rylann.
—Además, no me he acostado con nadie en dos meses, y el sexo de reencuentro es impresionante.
Y ahí está el Shane que conocemos y amamos —Rylann tomó el último sorbo de su bebida y sacudió el hielo en el vaso—. Hablando de resaca, creo que la próxima ronda es mía. —Ella recogió las órdenes del grupo, luego se deslizó por la mesa llena de gente y se dirigió a la barra.
—Tres Amstel Light, un ron con Coca-cola Light, un gin-tonic, y una Corona con dos limones —le dijo al camarero.
Una voz, baja y masculina, vino desde su derecha.
—Suena como una fiesta.
Rylann se giró en la dirección de la voz, y…
Whoa.
Los tipos como el que estaba apoyado en la barra al lado de ella no existían en Champaign-Urbana. En realidad, los tipos como el que estaba a su lado no existían en ningún lugar que ella conociera.
Su cabello oscuro era grueso y un poco más largo de un lado, rozando contra el cuello de su camisa de franela azul marino. Era alto, de penetrantes ojos cafes oscuros y una mandíbula angular que estaba un poco desaliñada, como si no se hubiera afeitado en un par de días, y tenía un cuerpo ligeramente musculoso. Llevaba vaqueros oscuros y botas gastadas como de construcción que, junto con la franela, lo hacían ver robusto y totalmente masculino, innegablemente sexy.
No cabía duda de que no era la primera mujer que parpadeaba dos veces al verle, ni sería la última. Y parecía plenamente consciente de ese hecho. Sus ojos azules brillaban con diversión mientras descansaba un codo en la barra con toda confianza mientras esperaba su respuesta.
Corre.
Fue el primer pensamiento que vino a la cabeza a Rylann
Su segundo pensamiento fue que su primer pensamiento era ridículo, y ella casi se rio en voz alta de sí misma. Corre. ¿En serio? No era más que un tipo en un bar; después de haber pasado cinco años en una ciudad universitaria que permitía a la gente entrar en bares a la edad de diecinueve años, había visto un montón de ellos.
Ella le hizo un gesto a la multitud a su alrededor. Eran más de las once, y el lugar estaba lleno hasta los topes.
—El último día de exámenes finales. Es una fiesta para todos.
Él la miró con ojos de evaluación.
—Déjame adivinar. Te gradúas este fin de semana. Acabas de hacer tu último examen, y esta noche estás celebrando tu entrada en el mundo real —Inclinó la cabeza—. Yo diría que... un título en publicidad. Obtuviste un empleo en Leo Burnett y estás a punto de mudarte a tu primer apartamento en Chicago, uno caro y pintoresco de dos dormitorios en Wrigleyville que podrás compartir con tu compañera de cuarto de allí. —Asintió en dirección a Rae, obviamente habiendo notado en qué mesa había estado sentada Rylann.
Ella apoyó su brazo en la barra.
—¿Es este numerito de “adivino tu profesión”, tu típica línea de apertura o algo que sacas a relucir sólo en los fines de semana de graduaciones, con la esperanza de que la mayoría de las mujeres estén demasiado borrachas para darse cuenta de cuán mediocre eres?
Él pareció ofendido.
—¿Mediocre? Yo iba por confiado y perspicaz.
—Y terminaste más bien en algún lugar entre un cliché y presumido.
Él sonrió, dejando al descubierto dos pequeños hoyuelos que añadieron un toque de picardía a su mandíbula angular.
—O tal vez, soy tan malditamente perceptivo que tienes miedo.
El camarero empujó las seis bebidas que Rylann había ordenado delante de ella. Ella le entregó dos billetes de veinte y esperó el cambio.
—Ni siquiera cerca —le dijo al confiado de Hoyuelos Presumidos, contenta de demostrar que estaba equivocado—. Soy una estudiante de posgrado. De la Facultad de Derecho.
—Ah. Estás posponiendo el mundo real por tres años más, entonces. —Casualmente él tomó un trago de su cerveza.
Rylann luchó contra el impulso de rodar los ojos.
—Ya veo. Ahora vas por el cliché y condescendiente.
Hoyuelos Presumidos la miró con picardía.
—Yo no dije que hubiera algo malo con posponer el mundo real, abogada. Tú dedujiste esa parte.
Rylann abrió la boca para responder, luego la cerró. Bueno, era justo. Pero no era el único que podía hacer evaluaciones rápidas, y apostaba que las de ella serían mucho más precisas que las de él. Ella conocía a los de su tipo, todas las mujeres conocían su tipo. Bendecido por una abundancia de buena apariencia y una cantidad correspondiente de exceso de confianza, tipos como él normalmente eran compensados por ser cortos de personalidad. Era la manera natural de mantener las cosas justas.
El camarero le devolvió el cambio y Rylann cogió dos copas para hacer su primer viaje de vuelta a la mesa. Estaba a punto de tirar un comentario atrevido de despedida a Hoyuelos Presumidos cuando Rae apareció de repente a su lado.
—Te echaré una mano con estos, Rylann. —Con un guiño, Rae hábilmente agarró cuatro bebidas con ambas manos—. No quiero que interrumpas tu conversación por nuestra culpa.
Antes de que Rylann pudiera pronunciar una palabra de protesta, Rae ya había empezado a hacer su camino a través de la multitud hacia su mesa.
Hoyuelos Presumidos se inclinó más cerca.
—Creo que me gusta tu amiga.
—Ella es conocida por su gusto excepcionalmente pobre con los hombres.
Él se echó a reír.
—Dime cómo te sientes realmente, abogada.
Rylann lo miró de reojo.
—No soy “abogada” hasta que me gradúe y me colegie, sabes.
Los ojos de Hoyuelos Presumidos se encontraron con los de ella y se los sostuvo.
—Está bien, vamos primero por los nombres entonces. Rylann.
Ella no dijo nada al principio, mientras lo miraba de arriba abajo, llegando a una conclusión ineludible.
—Estás acostumbrado a salirte con la tuya con las mujeres, ¿no es así?
Él hizo una pausa por un segundo.
—Mucho más de lo que me gustaría, en realidad.
De pronto, se puso serio y Rylann no estuvo segura de qué decir en respuesta. Tal vez ése era su señal
Ella inclinó su copa con una sonrisa cortes.
—Creo que regresaré con mis amigos ahora. Ha sido un placer... no conocerte.
Se acercó a la mesa, donde sus amigos estaban ocupados en un acalorado debate sobre el alcance de aconsejar acogerse a la Quinta Enmienda6 durante los interrogatorios en custodia. Los chicos de su grupo, incluyendo Shane, no cesaban de discutir mientras Rylann se apretaba entre ellos de nuevo, sin haberse dado cuenta, o sin preocuparse, de su interacción con el hombre en el bar. Rae, sin embargo, prácticamente tiró a Rylann de su asiento.
—¿Y? ¿Cómo te fue? —preguntó ella con impaciencia.
—Asumiendo que estás hablando del Hoyuelos Presumidos de allí, no fue a ninguna parte.
—¿Hoyuelos Presumidos? —Rae parecía lista para golpearla en la cabeza—. Sabes quién es, ¿verdad?
Sorprendida por la pregunta, Rylann echó una mirada hacia atrás a Hoyuelos Presumidos, que ya se había unido a sus amigos en la mesa de billar. Bueno, tenía una teoría hasta ese momento.
A juzgar por los vaqueros sencillos, camisa de franela y botas de trabajo, junto con el pelo un poco demasiado largo, ella más o menos había asumido que era un pueblerino, probablemente uno de esos tipos veinteañeros de Champaign que andaba con sus amigos en los bares del campus en busca de presas fáciles entre las alumnas.
Pero ahora, dada la implicación de Rae de que era alguien que debería conocer, tenía que repensar esa suposición.
Un atleta quizás. Era lo suficientemente alto, fácilmente más de uno ochenta, y tenía ciertamente el cuerpo, no es que ella le hubiera prestado atención a eso, por supuesto.
Tal vez era el nuevo mariscal de campo de los Fighting Illinois o algo así. Rylann había estado viviendo en el mundo insular de la facultad de derecho en los últimos nueve meses y, francamente, no tenía un gran interés por el fútbol universitario, por lo que fácilmente podría ser el caso. Aunque parecía un poco mayor de lo que cabría esperar de alguien de pregrado.
—Está bien, picaré. ¿Quién es? —le preguntó a Rae. Se preparó para no ser impresionada.
—Joe Jonas.
Rylann detuvo su bebida a mitad de camino de su boca. Bueno. En realidad conocía ese nombre. Prácticamente todo el mundo en la universidad conocía ese nombre.
—¿El multimillonario? —preguntó ella.
—Técnicamente, el hijo del multimillonario, pero sí, el único e inigualable —dijo Rae.
—Pero Joe Jonas se supone que es un nerd de la informática.
Rae cambió de posición para revisar el objeto de su discusión.
—Si esa es la nueva cara de los nerds de los ordenadores, me apunto. Él puede presionar mis botones en cualquier momento.
—Bonito, Rae —Rylann resistió la tentación de mirar otra vez. No estaba familiarizada con todos los detalles de su historia, pero sabía lo suficiente del Time, del Newsweek, y artículos de Forbes que había leído acerca de su padre, un empresario de Chicago aclamado como el epítome del sueño americano. Por lo que recordaba, Paul Jonas, provenía de raíces modestas, se había graduado en la Universidad de Illinois con una maestría en ciencias de la computación, y al final comenzó su propia compañía de software. No recordaba mucho de su carrera, salvo por el detalle que realmente importaba: hace unos diez años, su compañía había desarrollado el Anti-Virus Jonas, un programa de software de seguridad que había estallado en todo el mundo por una suma máxima de más de mil millones de dólares.
También sabía que Paul Jonas había hecho generosas donaciones a su alma mater, por lo menos, suponía que era el caso, ya que la universidad había nombrado una sección entera del campus en su nombre: “Centro para Ciencias Informáticas Paul Jonas”. Con su imperio multimillonario, era sin duda el ex alumno más rico y famoso de la facultad. Y así, Joe Jonas, un estudiante de posgrado en ciencias de la computación y heredero, era también un nombre que la gente conocía.
Así que Hoyuelos Presumidos tenía nombre ahora, Rylann pensó. Bueno, bien por él.
Última edición por Zuly González el Sáb 18 Jul 2015, 9:07 pm, editado 1 vez
Zuly González
Re: About that night
Miró disimuladamente como Joe Jonas se inclinaba sobre la mesa de billar para hacer su tiro, la camisa de franela se estiró firmemente a través de su amplio pecho aparentemente muy trabajado.
—Siempre puedes volver allí —dijo Rae astutamente, con los ojos fijos en la misma dirección que los de Rylann.
Rylann negó. Ni loca.
—¿Nunca te advirtió tu madre sobre ese tipo de hombres, Rae?
—Sip. En mi decimosexto cumpleaños, cuando Troy Dempsey se detuvo en mi casa y me preguntó si quería ir a dar un paseo en su motocicleta.
—¿Y fuiste? —preguntó Rylann.
—Diablos, sí. Llevaba una minifalda de mezclilla, y me quemé la pantorrilla con el tubo de escape. Todavía tengo la cicatriz.
—Hay una lección que aprender de ahí —dijo Rylann.
—¿Nunca usar una minifalda de mezclilla?
Rylann se rio.
—Eso también. —Y aléjate de los chicos malos.
Dejaron el tema de Joe Jonas y se unieron a sus amigos en la gresca de la Quinta Enmienda. Antes de que Rylann se diera cuenta, ya había pasado más de una hora y se sorprendió cuando miró su reloj y vio que era pasada la medianoche. También se sorprendió a sí misma mirando en dirección de la mesa de billar, sus ojos traicioneros parecieron tener voluntad propia esa noche, y se dio cuenta de que Joe Jonas y sus amigos se habían ido.
Lo cual estaba muy bien para ella.
En serio.
Capítulo Dos
Las luces del bar se encendieron, señal de que era el momento de que todos se fueran.
Rylann comprobó su reloj impacientemente, vio que era la una y cuarto de la madrugada, y se preguntó qué le podría estar tomando tanto tiempo a Rae en el baño. No creía que su amiga estuviera vomitando, seguro, ambas habían tomado algunos tragos esa noche, pero los habían repartidos en varias horas.
Cuando otra persona, la tercera en los últimos cinco minutos, chocó con Rylann en medio de la estampida y medio tropezones de los clientes borrachos hacia la puerta, se dio cuenta que debería comprobar qué era lo que estaba demorando a Rae. Moviéndose contra el rebaño, se metió más profundamente dentro del bar. Sin previo aviso, un tipo se estrelló con ella desde la izquierda, volcando su cerveza frente a su camisa negra de escote en V.
Rylann se encogió mientras el frío y pegajoso líquido corría entre sus pechos y bajaba por su estómago. Le mandó una mirada asesina al culpable, un tipo que llevaba una gorra de beisbol con letras griegas sobre su frente.
—Esto es perfecto —dijo ella secamente.
Él consiguió hacer una sonrisa ladeada.
—Lo siento. —Se giró y empujó a su amigo—. ¡Mira lo que me hiciste hacer, idiota!
Mientras Idiota & Cía. hacían su camino fuera del bar sin otra mirada en su dirección, Rylann negó.
—Estudiantes de pregrado —murmuró en un aliento. No más bares de campus, decidió. Seguro, los tragos eran baratos, pero estaba claro que necesitaban encontrar un lugar con una multitud más cerebral.
—Bueno, bueno, abogada. No mucho tiempo atrás, ése podría haber sido tu cita para el baile de aspirantes.
Rylann reconoció ese tono provocador. Se dio la vuelta y vio a Hoyuelos Presumidos, alias Joe Jonas, apoyado contra la barra, con sus largas piernas estiradas frente a él.
Ella se acercó, resuelta a mantener la calma ante tan innegable atractivo, e intentó decidir cuan molesta estaba porque sus evaluaciones sobre ella estuvieran volviéndose tan exactas. Ella había estado en una fraternidad y, de hecho, había ido a bailes de aspirantes y otras varias funciones con chicos de fraternidad ebrios con gorras de beisbol que inevitablemente terminaban volcando cerveza sobre ella en algún momento de la noche. Buenos tiempos.
Se detuvo al lado de Joe en la barra y señaló la pila de servilletas de cóctel detrás de él.
—Servilletas, por favor.
—¿No vas a decirme que estoy equivocado sobre tu cita al baile de aspirantes de allí atrás?
—Hiciste una suposición acertada. —Rylann estiró la mano y repitió su pedido—. Servilleta.
Joe la miró de arriba abajo, después se giró hacia el hombre parado detrás de la barra.
—¿Crees que podríamos conseguir una toalla, Dan?
—Seguro, no hay problema, Joe. —El barman abrió un armario debajo de la barra y sacó una toalla limpia. Se la alcanzó a Joe, quien se la pasó a Rylann.
—Gracias. Parece que te conocen por aquí, Joe. —Deliberadamente repitió su nombre para no tener que fingir que lo ignoraba si él se lo ofrecía. Por alguna razón, no quería que supiera que Rae le había dicho quién era.
—El gerente es amigo mío. —Joe señaló a sus dos amigos, que estaban jugando pool en la esquina del bar—. Nos da bebidas gratis. No se puede superar ese arreglo.
Rylann contuvo su risa. Nunca hubiera pensado que al hijo de un multimillonario le importaría conseguir un arreglo para bebidas. Sin embargo, al nunca haber conocido al hijo de un multimillonario antes, no sabía qué cosas les importaban.
Ella secó su camisa mojada con la toalla, agradecida de usar negro y de no tener que preocuparse con problemas de transparencias. Medio esperaba que Joe hiciera algún tipo de socarrona observación sobre la forma en que la tela se pegaba a su pecho, pero no dijo nada. Y cuando ella terminó con la toalla y la colocó en la barra, levantó la mirada y encontró sus ojos en los de ella, no centrados en sus pechos.
—Así que, ¿dónde están tus amigos? —preguntó él.
¡Mierda! Rae. Rylann se había olvidado completamente de ella después de que el chico de fraternidad volcara la cerveza en su camisa.
—Ésa es una buena pregunta. —Observó alrededor del bar y notó que estaba vacío excepto por algunos rezagados. Ni Rae ni ningún otro de sus amigos de la facultad de derecho estaba entre ellos.
Esto estaba comenzando a ponerse raro.
—Se suponía que me encontraría con ella al lado de la puerta principal después de que fuera al baño, pero nunca regresó… discúlpame un momento. — Rylann dejó a Joe de pie en el bar y caminó hasta el baño de damas. Una rápida comprobación en los cubículos reveló que todos estaban vacíos.
—Siempre puedes volver allí —dijo Rae astutamente, con los ojos fijos en la misma dirección que los de Rylann.
Rylann negó. Ni loca.
—¿Nunca te advirtió tu madre sobre ese tipo de hombres, Rae?
—Sip. En mi decimosexto cumpleaños, cuando Troy Dempsey se detuvo en mi casa y me preguntó si quería ir a dar un paseo en su motocicleta.
—¿Y fuiste? —preguntó Rylann.
—Diablos, sí. Llevaba una minifalda de mezclilla, y me quemé la pantorrilla con el tubo de escape. Todavía tengo la cicatriz.
—Hay una lección que aprender de ahí —dijo Rylann.
—¿Nunca usar una minifalda de mezclilla?
Rylann se rio.
—Eso también. —Y aléjate de los chicos malos.
Dejaron el tema de Joe Jonas y se unieron a sus amigos en la gresca de la Quinta Enmienda. Antes de que Rylann se diera cuenta, ya había pasado más de una hora y se sorprendió cuando miró su reloj y vio que era pasada la medianoche. También se sorprendió a sí misma mirando en dirección de la mesa de billar, sus ojos traicioneros parecieron tener voluntad propia esa noche, y se dio cuenta de que Joe Jonas y sus amigos se habían ido.
Lo cual estaba muy bien para ella.
En serio.
Capítulo Dos
Las luces del bar se encendieron, señal de que era el momento de que todos se fueran.
Rylann comprobó su reloj impacientemente, vio que era la una y cuarto de la madrugada, y se preguntó qué le podría estar tomando tanto tiempo a Rae en el baño. No creía que su amiga estuviera vomitando, seguro, ambas habían tomado algunos tragos esa noche, pero los habían repartidos en varias horas.
Cuando otra persona, la tercera en los últimos cinco minutos, chocó con Rylann en medio de la estampida y medio tropezones de los clientes borrachos hacia la puerta, se dio cuenta que debería comprobar qué era lo que estaba demorando a Rae. Moviéndose contra el rebaño, se metió más profundamente dentro del bar. Sin previo aviso, un tipo se estrelló con ella desde la izquierda, volcando su cerveza frente a su camisa negra de escote en V.
Rylann se encogió mientras el frío y pegajoso líquido corría entre sus pechos y bajaba por su estómago. Le mandó una mirada asesina al culpable, un tipo que llevaba una gorra de beisbol con letras griegas sobre su frente.
—Esto es perfecto —dijo ella secamente.
Él consiguió hacer una sonrisa ladeada.
—Lo siento. —Se giró y empujó a su amigo—. ¡Mira lo que me hiciste hacer, idiota!
Mientras Idiota & Cía. hacían su camino fuera del bar sin otra mirada en su dirección, Rylann negó.
—Estudiantes de pregrado —murmuró en un aliento. No más bares de campus, decidió. Seguro, los tragos eran baratos, pero estaba claro que necesitaban encontrar un lugar con una multitud más cerebral.
—Bueno, bueno, abogada. No mucho tiempo atrás, ése podría haber sido tu cita para el baile de aspirantes.
Rylann reconoció ese tono provocador. Se dio la vuelta y vio a Hoyuelos Presumidos, alias Joe Jonas, apoyado contra la barra, con sus largas piernas estiradas frente a él.
Ella se acercó, resuelta a mantener la calma ante tan innegable atractivo, e intentó decidir cuan molesta estaba porque sus evaluaciones sobre ella estuvieran volviéndose tan exactas. Ella había estado en una fraternidad y, de hecho, había ido a bailes de aspirantes y otras varias funciones con chicos de fraternidad ebrios con gorras de beisbol que inevitablemente terminaban volcando cerveza sobre ella en algún momento de la noche. Buenos tiempos.
Se detuvo al lado de Joe en la barra y señaló la pila de servilletas de cóctel detrás de él.
—Servilletas, por favor.
—¿No vas a decirme que estoy equivocado sobre tu cita al baile de aspirantes de allí atrás?
—Hiciste una suposición acertada. —Rylann estiró la mano y repitió su pedido—. Servilleta.
Joe la miró de arriba abajo, después se giró hacia el hombre parado detrás de la barra.
—¿Crees que podríamos conseguir una toalla, Dan?
—Seguro, no hay problema, Joe. —El barman abrió un armario debajo de la barra y sacó una toalla limpia. Se la alcanzó a Joe, quien se la pasó a Rylann.
—Gracias. Parece que te conocen por aquí, Joe. —Deliberadamente repitió su nombre para no tener que fingir que lo ignoraba si él se lo ofrecía. Por alguna razón, no quería que supiera que Rae le había dicho quién era.
—El gerente es amigo mío. —Joe señaló a sus dos amigos, que estaban jugando pool en la esquina del bar—. Nos da bebidas gratis. No se puede superar ese arreglo.
Rylann contuvo su risa. Nunca hubiera pensado que al hijo de un multimillonario le importaría conseguir un arreglo para bebidas. Sin embargo, al nunca haber conocido al hijo de un multimillonario antes, no sabía qué cosas les importaban.
Ella secó su camisa mojada con la toalla, agradecida de usar negro y de no tener que preocuparse con problemas de transparencias. Medio esperaba que Joe hiciera algún tipo de socarrona observación sobre la forma en que la tela se pegaba a su pecho, pero no dijo nada. Y cuando ella terminó con la toalla y la colocó en la barra, levantó la mirada y encontró sus ojos en los de ella, no centrados en sus pechos.
—Así que, ¿dónde están tus amigos? —preguntó él.
¡Mierda! Rae. Rylann se había olvidado completamente de ella después de que el chico de fraternidad volcara la cerveza en su camisa.
—Ésa es una buena pregunta. —Observó alrededor del bar y notó que estaba vacío excepto por algunos rezagados. Ni Rae ni ningún otro de sus amigos de la facultad de derecho estaba entre ellos.
Esto estaba comenzando a ponerse raro.
—Se suponía que me encontraría con ella al lado de la puerta principal después de que fuera al baño, pero nunca regresó… discúlpame un momento. — Rylann dejó a Joe de pie en el bar y caminó hasta el baño de damas. Una rápida comprobación en los cubículos reveló que todos estaban vacíos.
Después de salir del baño de damas, se dirigió hacia la gran escalera de madera que llevaba al segundo piso. Un portero le cortó el paso inmediatamente.
—El bar está cerrado —dijo—. Tienes que salir.
—Estoy buscando a mi amiga que dijo que iría al baño. Hay uno arriba, ¿verdad?
—Sí, pero no hay nadie allí. Me acabo de asegurar —respondió el portero.
—¿Queda alguien cerca de la barra todavía? ¿Una chica alta, cabello castaño claro, con una camisa roja?
El portero negó.
—Lo siento. Todo el piso está vacío.
Joe apareció al lado de Rylann mientras el portero se alejaba.
—Okay, ahora estoy preocupada —dijo, más para ella que para él.
—¿Ella tiene móvil? —preguntó Joe
Rylann frunció el ceño.
—Sí, pero yo no. —Atrapó la mirada de Joe y se puso a la defensiva. Rae, y casi todos a los que conocía, la habían estado molestando para que se consiguiera un móvil todo el año—. Hey, esos planes no son exactamente económicos.
Él sacó un móvil negro del bolsillo de su jean.
—Se llama ‘minutos gratis’. Bienvenida al 2003.
—Ja. Ja. —Rylann pensó en nivelarlo con una mirada fulminante pero se decidió en contra de eso, de verdad necesitaba usar ese móvil. La insolencia podía esperar.
Tomó el teléfono de Joe, dándose cuenta que era la segunda vez que aceptaba su ayuda en los últimos cinco minutos. En términos de cortesía, significaba que estaba obligada a ser al menos un poco agradable con él.
Mierda.
Marcó el número de Rae y esperó mientras el teléfono sonaba.
—¿Hola? —respondió su amiga con tono perplejo.
Rylann exhaló un suspiro de alivio.
—Rae, ¿dónde estás? Estoy aquí parada como una idiota esperando a que salgas del baño. Pero no estás en el baño.
—Carpe diem7.
Rylann se alejó unos pasos de Joe.
—‘¿Carpe diem?’ ¿Qué quieres decir con eso? —Tenía la extraña sensación de que no le iba a gustar lo que fuera que su amiga estaba a punto de decir.
—En latín sería ‘No me mates’.
Oh, Dios.
—¿Qué has hecho, Rae?
—Okay, esto es lo que pasó: cuando salí del baño, vi a Joe Jonas en el bar, mirándote —dijo Rae—. Decidí que si no te regalabas un poco de diversión después del largo año que hemos tenido, entonces haría que la diversión fuera hacia ti. Así que tomé a los chicos, y todos nos escabullimos por la puerta de atrás.
—No lo hiciste.
—Lo hice. Él es el hijo de un multimillonario, Rylann. Y está buenísimo. Deberías agradecérmelo, en realidad. Ya estamos a una manzanaa del apartamento de Shane, y creo que me quedaré aquí por un rato. Para darte algo de espacio.
Rylann bajó aún más su voz.
—Esto va contra el código de la mujer, Rae. Nunca dejamos a una de nosotras atrás. Ahora tengo que caminar sola a casa.
—No si todo va como lo planeo… —Rae sonó como una genio malvada antes de que su tono se volviera recatado—. ¿De quién es ese teléfono, de todos modos?
De ninguna manera Rylann iba a responder a eso.
—Pensándolo mejor, voy a matarte. Y después robaré los Manolos negros que compraste el verano pasado y bailaré con ellos en tu funeral. —Colgó el teléfono con énfasis.
Caminó hacia Joe y le devolvió el teléfono.
—¿Entonces? —preguntó él.
Rylann pensó rápidamente en una excusa.
—Uno de nuestros amigos se enfermó, así que Rae y los otros tuvieron que llevarlo a casa rápido.
—O tal vez te dejó aquí para que te quedes atrapada conmigo.
Rylann levantó las manos.
—De acuerdo, eso es espeluznante. ¿Cómo lo sabes?
Joe se encogió de hombros.
—Escuché la parte de ‘carpe diem’ y adiviné el resto. Tengo una hermana gemela. He visto cómo funcionan las aterradoras mentes casamenteras de ella y sus amigas.
Rylann se sonrojó.
—Espero que sepas que no tengo nada que ver con esto.
Joe parecía más divertido que molesto por los planes de Rae.
—No te preocupes, abogada, no te acusaré de co-conspiradora. —Asintió hacia la puerta—. Vamos. Te acompañaré a casa.
Rylann comenzó a hacer su camino hacia la puerta.
—Gracias, pero eso no es necesario. Sólo vivo a ocho manzanas.
Joe se burló mientras la seguía hacia la puerta.
—Como si fuera a dejar que una mujer caminara a casa sola a la una y media de la madrugada. Mi madre me crio mejor que eso.
—No se lo diré si tú no lo haces. —No era que Rylann prefiriera caminar a casa sola, aunque estaría mintiendo si dijera que no había hecho caminatas similares tan tarde en la noche a través del campus como estudiante de pregrado. Además, Joe Jonas era prácticamente un extraño. ¿Quién decía que él era seguro?
Joe la detuvo justo cuando ella alcanzó la puerta principal.
—No es sólo lo qué diría mi madre; es lo que pienso. Mi hermana es estudiante de posgrado en Northwestern. Si descubro que algún idiota la dejó caminar sola a casa a esta hora, le patearé el trasero. Así que parece que estás atrapada conmigo. Te guste o no.
Rylann consideró sus opciones. El discurso sobre su hermana parecía suficientemente genuino. Por lo que ella podía decir, Joe Jonas era presumido y un problema, pero no ese tipo de problema.
—De acuerdo, vale. Puedes acompañarme a casa —hizo una pausa—. Gracias.
—¿Ves? ¿Era tan difícil ser amable conmigo?
Rylann abrió la puerta y salió. Como de costumbre, la multitud era densa frente al bar mientras los estudiantes discutían todas las preguntas importantes sobre a qué fiesta asistir después de hora y si hacer una parada para recargar energía en La Bamba con burritos por el camino.
—Estoy segura de que hay un montón de mujeres más que felices de ser amables contigo —le dijo a Joe mientras se abría camino entre la multitud—. Supuse que podría cambiar la tendencia.
Joe la siguió.
—¿Quién está asumiendo cosas ahora?
—Pasas el tiempo en un bar cazando mujeres aleatorias, comprándoles múltiples tragos. No se necesita ser un genio para descifrar que ésta no es la primera vez que ‘escoltas’ a una chica a casa.
—Primero que… —Joe fue interrumpido al separase momentáneamente de Rylann por un grupo de mujeres caminando en dirección contraria. Ignorando las miradas interesadas de las mujeres, continuó—. Primero que nada, no cazo a nadie. Segundo, como hábito, no paso el tiempo en bares levantando mujeres. Esta noche fue una excepción. Te vi en la mesa con tus amigos y te seguí a la barra cuando te acercaste.
—¿Por qué?
Él se encogió de hombros naturalmente.
—Pensé que eras sexy.
—Gracias —dijo Rylann secamente.
Un estudiante ebrio de pregrado se tambaleó distraídamente mientras pasaba a su lado. Joe tomó a Rylann de la cintura y la alejó del camino del hombre justo antes de que chocaran.
Se detuvieron en la esquina, manteniendo una distancia segura del tipo borracho, y esperaron a que la luz cambiara. Joe la miró.
—No sabía en ese momento que también eras tan… picante.
—Eres libre de rescindir tu oferta inicial de interés.
Joe se rio.
—Dios, eres una nerd de las leyes. No estoy rescindiendo nada. No me molesta lo sexy y picante. En realidad encuentro eso atractivo en una chica —Ladeó la cabeza, pensando—. Y en las alitas de pollo.
Rylann giró su cabeza y lo miró fijamente.
—¿De verdad me acabas de comparar con las alitas de pollo?
—Dices eso como si fuera algo malo. Las alitas de pollo son la bomba.
Rylann tuvo que pelear para no sonreír ante eso.
—¿Por qué presiento que nunca eres serio?
Joe hizo un gesto con su brazo hacia la multitud que los rodeaba dando vueltas en la acera y se derramaba en la calle. La sensación en el aire era tangiblemente exuberante.
—¿Quién quiere ser serio esta noche? La facultad de derecho terminó por este año, abogada. Vive un poco.
Francamente, ella no estaba ni un poco segura de qué pensar de Joe Jonas. Su parte lógica sabía que con la pinta de sexy heredero multimillonario que usa botas de trabajador que él tenía, ella era probablemente una más en un desfile de mujeres con las que habría coqueteado. Aun así, estaría mintiendo si no admitía que encontraba su atención como mínimo, de alguna manera, halagadora. Éste era un tipo al que muchas mujeres perseguirían, y la estaba persiguiendo a ella.
Al menos durante cinco minutos.
—Mira —le dijo a Joe—. Aprecio que me acompañes a casa. De verdad. Pero sólo para que estemos en la misma página, eso es todo lo que es. Una caminata.
La luz cambió a verde, y ellos cruzaron la calle conjuntamente.
—Sin ofender, pero pareces un poco tensa acerca de las reglas —dijo Joe—. ¿Nunca vas con la corriente?
—Diría que soy más una planificadora que alguien que improvisa8.
Él gimió.
—Apuesto a que eres una de esas personas con un plan de cinco años.
—El mío es de seis —Rylann atrapó su mirada—. ¿Qué? Ése es el tiempo que me tomará llegar a donde quiero estar —dijo con un toque de actitud defensiva—. No todos tenemos el lujo de deambular nuestro camino por nuestros veinte hasta decidir que es tiempo de madurar, Joe Jonas.
Joe se dio la vuelta y se detuvo frente a ella, tan abruptamente que casi chocó contra él.
—Escucha, voy a adelantar todo el discurso de dale al tipo rico su merecido. He estado lidiando con ese numerito desde la escuela secundaria. —Apuntó enfáticamente—. Y no deambulo mi camino por nada. De hecho, la razón por la que estaba celebrando esta noche es porque acabo de tomar mi examen eliminatorio para convertirme en candidato a doctorado.
—Impresionante. En el futuro, podrías querer abrir con esa línea en vez de la patética rutina de adivina mi especialización —Ella sonrió encantadoramente—. Sólo es una sugerencia.
Joe alzó las manos.
—Lo juro, nunca más. Esto es lo que consigo por acercarme a una chica extraña en un bar. Escojo a la sarcástica. —Se alejó frustrado.
Rylann lo dejó alejarse unos cuantos metros antes de llamarlo.
—Te estás dirigiendo en la dirección equivocada. —Cuando él se dio la vuelta, ella apuntó inocentemente—. Mi apartamento está en esa dirección.
Él cambió de dirección y pasó fríamente delante de ella.
Rylann observó divertida como caminaba. A ella como que le gustaba este lado malhumorado de Joe. Se sentía mucho más real que la rutina de falso encanto de Hoyuelos Presumidos.
—No creo que cuente como acompañarme a casa si estás media manzana delante de mí —le gritó ella—. Estoy bastante segura de que hay una regla de metro y medio o algo.
Joe se detuvo pero no se giró. Esperó en silencio hasta que ella lo alcanzó.
Cuando lo hizo, ella hizo una pausa ante él, parándose un poco más cerca que antes.
—Supongo que las felicitaciones están en el orden del día. Cuéntame más sobre tu examen de doctorado.
—Oh, ahora quieres ser amable —dijo él.
—Lo estoy considerando.
Continuaron caminando en dirección a su apartamento.
—Estoy en el programa de posgrado de ciencias de la computación —dijo Joe—. Mi enfoque está en sistemas y redes de investigación, específicamente en seguridad. Protectores contra ataques DoS.
—Eso suena muy… técnico.
Viendo que ella no entendía, se explicó.
—DoS significa ‘denegación de servicio’. En términos básicos, es un tipo de piratería informática. Las empresas los ven principalmente como molestias, pero mi predicción es que este tipo de ataques seguirá creciendo más avanzadamente en los próximos años. Recuerda mis palabras, un día alguien causará mucho pánico y caos si los sitios web no empiezan a tomar estas amenazas seriamente.
—Tu padre debe estar muy orgulloso de que sigas en el negocio familiar —comentó Rylann.
Él hizo una mueca.
—En realidad, ése es un tema un poco delicado. No planeo trabajar para él. En su lugar, me gustaría enseñar. —Atrapó la mirada de sorpresa de Rylann y se encogió de hombros causalmente—. No hay nada que pueda vencer a un trabajo que te permite tener los veranos libres, ¿no?
—¿Por qué haces eso? —preguntó ella.
—¿Hacer qué?
—Emitir toda esta vibración de relajado y no me tomen muy en serio. Asumo que ésa es la razón para el atuendo de botas de trabajador y franelas.
—No, uso botas de trabajador y franelas porque son cómodas. En caso de que no lo hayas notado, estudiamos en medio de un campo de maíz. El traje de etiqueta no es exactamente un requisito por aquí. —Ladeó la cabeza—. Además, ¿por qué te importa qué clase de vibración emito?
—Porque sospecho que hay más del ilustre Joe Jonas de lo que parece.
Se detuvieron en una esquina, sólo a dos manzanas del apartamento de Rylann. Una brisa fría sirvió como un rápido recordatorio de que ella estaba usando una camisa húmeda. Con un leve escalofrío, cruzó los brazos sobre su pecho y los frotó para mantenerlos cálidos.
—Nop, sigo siendo el mismo idiota que pensaste que era con la patética frase para ligar. —Sin discusión, Joe se sacó su camisa de franela y se la entregó a Rylann. Debajo, llevaba una camiseta gris que abrazaba los tonificados músculos de su pecho, abdominales, y bíceps.
Rylann ignoró la camisa, intentando no mirar fijamente su cuerpo. Y falló miserablemente.
—Oh, no gracias. Sólo estamos a dos manzanas de mi casa. Estaré bien.
—Sólo tómala. Si mi madre supiera que dejé a una mujer caminar a casa temblando con la camisa mojada, me mataría.
Rylann le aceptó la camisa y deslizó sus brazos en ella. Estaba tibia por su cuerpo.
—Veintitrés años y todavía escuchando a mamá. Eso es tierno.
Joe se acercó y le ajustó el cuello de la camisa, que había quedado debajo de la línea del escote.
—Veinticuatro. Y mi mamá es bastante asombrosa, tú también la escucharías. —Asintió, satisfecho con el cuello—. Ahí tienes.
Cuando su mano rozó el cuello de Rylann, su estómago dio un pequeño salto.
Importantes chispas.
Demonios.
—Gracias —dijo ella. Éste no, se recordó firmemente. Este tipo no tenía lugar en su plan de seis años. Demonios, no tenía lugar en su plan de seis días.
Joe la observó desde arriba.
—Mentí cuando dije que te seguí a la barra porque eres sexy. —Tocó su mejilla—. Te vi riendo con tus amigos, y tu sonrisa me absorbió.
Oh… hombre. El corazón de Rylann hizo un salto extraño. Ella se debatió por un momento mientras miraba esos increíbles ojos azules, entonces se decidió, ¿qué demonios? Después del año que había pasado, se había ganado un pequeño regalo.
Se puso de puntillas, alzó sus labios hasta los de él, y lo besó.
El beso fue de prueba y gentil al principio, él tomó su mejilla mientras lenta y seductoramente reclamaba su boca con la de él. Ella deslizó una mano por su pecho, momentáneamente olvidando, o sin importarle, que estuvieran parados en una esquina donde cualquiera podría pasar. Se presionó contra él, y el beso se profundizó cuando su lengua se arremolinó con la de ella, lo suficientemente ardiente como para hacer que su cuerpo se sintiera como si se estuviera derritiendo.
Se sintió como una eternidad antes de que ella se las arreglase para alejar lentamente sus labios.
Su mano todavía estaba en su mejilla mientras sus bocas se cernían a centímetros de distancia. Los ojos de él eran profundos y ardientes cafes oscuros.
—¿Qué te hizo hacer eso?
—Pensé en improvisar sobre la marcha para variar.9 —contestó ella, un poco sin aliento.
Él alzó una ceja.
—¿Y?
Estimulante. Rylann sonrió para sí misma, teniendo la pequeña sospecha de que Joe Jonas ya había escuchado elogios suficientes sobre su forma de besar para que le durase una vida. Así que se encogió de hombros sin comprometerse.
—No ha estado mal.
Joe se burló.
—¿No ha estado mal? Abogada, hay dos cosas en las que tengo grandes habilidades. Y ciencias de la computación es la otra.
Muy bien, entonces. Rylann rodó los ojos.
—En serio, ¿de dónde sacas esas líneas? —Ella se giró y comenzó a caminar las restantes dos manzanas hacia su casa, pensando que no había espacio suficiente para ella, Joe Jonas, y su ego en la acera.
Había dado algunos pasos cuando lo escuchó gritar.
—No cuenta como que te acompaño si estás a media manzana por delante de mí —dijo, juguetonamente repitiendo sus palabras anteriores.
—Te estoy liberando de tus obligaciones —gritó ella sin mirar atrás. Podía escuchar su risa, cálida y rica, viniendo detrás de ella.
Cuando alcanzó su edificio, cortó por el patio y caminó directamente hacia las escaleras de madera descolorida por la intemperie que la llevarían al apartamento del segundo piso que compartía con Rae.
—Rylann.
Ella se volteó y vio a Joe de pie al final de las escaleras.
—¿Me estaba preguntando si te quedarás por este campo de maíz durante el verano? —dijo él.
—No es que importe, pero sí. —resopló ella—. Tengo una pasantía en la Oficina del Fiscal.
Joe subió los escalones para encontrarla a mitad de camino en la escalera.
—En ese caso, cena conmigo mañana.
—No creo que sea una buena idea.
Él tironeó el cuello de la camisa que estaba usando ella.
—¿Simplemente vas a coger mi camisa y correr?
Ella se había olvidado completamente de eso. Comenzó a deslizarse de la camisa.
—Lo siento. Yo…
Joe puso sus manos sobre las de ella.
—Quédatela. Me gusta cómo se ve en ti.
Malditas chispas se dispararon hasta los dedos de sus pies. Ella le dio su mejor y más sensata mirada.
—Se suponía que iba a ser sólo un paseo.
—Es sólo una cita, abogada. Comeremos alitas de pollo y cerveza y nos quejaremos de cómo nos vamos a aburrir viviendo aquí este verano.
En realidad, eso no sonaba mal para nada.
—¿Y si hubiera dicho que no me quedaría aquí el verano? —preguntó Rylann—. ¿Qué pasa si tú tenías razón, y mañana me iba a Chicago a mudarme a mi pintoresco y caro apartamento de dos habitaciones en Wrigleyville?
Él sonrió, una sonrisa que podría derretir la capa de hielo polar.
—Entonces supongo que tendría que conducir dos horas para ir a recogerte para esas alitas de pollo. Te veo mañana, abogada. A las ocho en punto. —Con eso, se giró y bajó las escaleras.
Unos minutos después, instalada y segura dentro de su apartamento, Rylann apoyó la cabeza contra la puerta principal, reflexionando sobre el giro de los eventos de la noche. Cerró los ojos y una sonrisa curvó la comisura de sus labios a pesar de todos sus intentos por evitarla.
Wow.
* * * * *
El destino lo quiso, sin embargo, los buenos sentimientos no duraron.
Rylann esperó hasta las diez, dos horas después del tiempo en que Joe había dicho que pasaría a buscarla. Entonces finalmente se dio por vencida y se deslizó fuera de sus jeans y tacones.
La había dejado plantada.
Estaba bien, se aseguró a sí misma. Su pasantía, que había estado esperando por meses, empezaba en una semana, y no necesitaba distraerse con primeras citas con el algunas veces encantador multimillonario sexy nerd de computación y todo el embrollo de si él me va a llamar.
La pobre Rae estará destrozada, pensó. Antes de irse por el verano, le había dejado a Rylann sus Manolos negros específicamente para la ocasión.
—No puedo tenerte corriendo por ahí en sandalias para tu cita con un multimillonario —La había regañado Rae, haciéndose la tranquila e intentando no parecer muy sentimental mientras le entregaba la caja de zapatos a Rylann antes de meterse en su auto.
Rylann había abrazado a su amiga.
—Tú y el resto de tus zapatos tenéis que volver aquí pronto.
—Llámame mañana y dime cómo fue la cita —había dicho Rae—. Tal vez te lleve en un avión a Italia por una pizza o reserve todo un restaurante para tu primera cita.
O tal vez simplemente se olvide de todo el asunto.
Resolviendo ignorar la decepción que sentía, Rylann se cambió a una camisola y pantalones de pijama. No tenía sentido estar bien vestida si no tenía que ir a ningún lado.
Se puso cómoda en el sillón y distraídamente pasó los canales de televisión. La sorprendió cuan silenciosa estaba su casa, y al momento siguiente, se dio cuenta de cuan peligrosamente cerca estaba de revolcarse en autocompasión.
De ninguna manera, se dijo, negándose a ir por ese camino. No era como si Kyle Rhodes fuera tan bueno. Para empezar, era engreído y muy confiado, y se
vestía como si acabara de caerse de un tractor. ¿Y toda el asunto de la informática? Ése era un tema de conversación para dormirse si alguna vez había escuchado uno.
Honestamente, ni siquiera le había gustado mucho el tipo.
En serio.
* * * * *
A la mañana siguiente, Rylann salió de su habitación vestida y lista para ir a correr. Con todo el estudio que había hecho en el último par de meses, apenas se había ejercitado y sentía la necesidad de rectificar esa situación. Sospechaba que ese entusiasmo duraría unos quince minutos, hasta que colapsara en un cúmulo de jadeos en alguna parte en medio del tercer kilómetro.
Estaba de muy buen humor para una mujer a la que habían dejado plantada anoche. La mayoría provenía del hecho que tenía la intención de tirar la camisa de franela de Joe Jonas en el basurero en su camino de salida, y también por el hecho de que tenía esta gran línea planeada en el caso de que se volviera a encontrar con él, sobre cómo no había tenido la oportunidad de poner su camisa donde ella realmente quería, la metió en el otro lugar donde el sol no brillaba.
Cuando salió de su apartamento, reproductor MP3 en una mano y camisa de franela pronto a ser olvidada en la otra, vio el periódico tirado al frente de su puerta. Mientras lo levantaba, el sol de la mañana la hizo parpadear, y en alguna parte, en el fondo de su mente, estaba pensando que sería un hermoso y cálido día de mayo. Un día perfecto para la piscina, pensó. Tal vez iré…
Le tomó un momento para que el titular del periódico se registrara. Al principio parecía como cualquier otro titular trágico, del tipo que hace que una persona se detenga ante la breve tristeza que siente cuando escucha tales cosas. Entonces se dio cuenta.
ESPOSA DE EX ALUMNO MUERE EN ACCIDENTE DE AUTO
Denise Jonas.
La madre de Joe.
Sin levantar la mirada del periódico, Rylann cerró su puerta, se sentó en la mesa de la cocina, y comenzó a leer.
—El bar está cerrado —dijo—. Tienes que salir.
—Estoy buscando a mi amiga que dijo que iría al baño. Hay uno arriba, ¿verdad?
—Sí, pero no hay nadie allí. Me acabo de asegurar —respondió el portero.
—¿Queda alguien cerca de la barra todavía? ¿Una chica alta, cabello castaño claro, con una camisa roja?
El portero negó.
—Lo siento. Todo el piso está vacío.
Joe apareció al lado de Rylann mientras el portero se alejaba.
—Okay, ahora estoy preocupada —dijo, más para ella que para él.
—¿Ella tiene móvil? —preguntó Joe
Rylann frunció el ceño.
—Sí, pero yo no. —Atrapó la mirada de Joe y se puso a la defensiva. Rae, y casi todos a los que conocía, la habían estado molestando para que se consiguiera un móvil todo el año—. Hey, esos planes no son exactamente económicos.
Él sacó un móvil negro del bolsillo de su jean.
—Se llama ‘minutos gratis’. Bienvenida al 2003.
—Ja. Ja. —Rylann pensó en nivelarlo con una mirada fulminante pero se decidió en contra de eso, de verdad necesitaba usar ese móvil. La insolencia podía esperar.
Tomó el teléfono de Joe, dándose cuenta que era la segunda vez que aceptaba su ayuda en los últimos cinco minutos. En términos de cortesía, significaba que estaba obligada a ser al menos un poco agradable con él.
Mierda.
Marcó el número de Rae y esperó mientras el teléfono sonaba.
—¿Hola? —respondió su amiga con tono perplejo.
Rylann exhaló un suspiro de alivio.
—Rae, ¿dónde estás? Estoy aquí parada como una idiota esperando a que salgas del baño. Pero no estás en el baño.
—Carpe diem7.
Rylann se alejó unos pasos de Joe.
—‘¿Carpe diem?’ ¿Qué quieres decir con eso? —Tenía la extraña sensación de que no le iba a gustar lo que fuera que su amiga estaba a punto de decir.
—En latín sería ‘No me mates’.
Oh, Dios.
—¿Qué has hecho, Rae?
—Okay, esto es lo que pasó: cuando salí del baño, vi a Joe Jonas en el bar, mirándote —dijo Rae—. Decidí que si no te regalabas un poco de diversión después del largo año que hemos tenido, entonces haría que la diversión fuera hacia ti. Así que tomé a los chicos, y todos nos escabullimos por la puerta de atrás.
—No lo hiciste.
—Lo hice. Él es el hijo de un multimillonario, Rylann. Y está buenísimo. Deberías agradecérmelo, en realidad. Ya estamos a una manzanaa del apartamento de Shane, y creo que me quedaré aquí por un rato. Para darte algo de espacio.
Rylann bajó aún más su voz.
—Esto va contra el código de la mujer, Rae. Nunca dejamos a una de nosotras atrás. Ahora tengo que caminar sola a casa.
—No si todo va como lo planeo… —Rae sonó como una genio malvada antes de que su tono se volviera recatado—. ¿De quién es ese teléfono, de todos modos?
De ninguna manera Rylann iba a responder a eso.
—Pensándolo mejor, voy a matarte. Y después robaré los Manolos negros que compraste el verano pasado y bailaré con ellos en tu funeral. —Colgó el teléfono con énfasis.
Caminó hacia Joe y le devolvió el teléfono.
—¿Entonces? —preguntó él.
Rylann pensó rápidamente en una excusa.
—Uno de nuestros amigos se enfermó, así que Rae y los otros tuvieron que llevarlo a casa rápido.
—O tal vez te dejó aquí para que te quedes atrapada conmigo.
Rylann levantó las manos.
—De acuerdo, eso es espeluznante. ¿Cómo lo sabes?
Joe se encogió de hombros.
—Escuché la parte de ‘carpe diem’ y adiviné el resto. Tengo una hermana gemela. He visto cómo funcionan las aterradoras mentes casamenteras de ella y sus amigas.
Rylann se sonrojó.
—Espero que sepas que no tengo nada que ver con esto.
Joe parecía más divertido que molesto por los planes de Rae.
—No te preocupes, abogada, no te acusaré de co-conspiradora. —Asintió hacia la puerta—. Vamos. Te acompañaré a casa.
Rylann comenzó a hacer su camino hacia la puerta.
—Gracias, pero eso no es necesario. Sólo vivo a ocho manzanas.
Joe se burló mientras la seguía hacia la puerta.
—Como si fuera a dejar que una mujer caminara a casa sola a la una y media de la madrugada. Mi madre me crio mejor que eso.
—No se lo diré si tú no lo haces. —No era que Rylann prefiriera caminar a casa sola, aunque estaría mintiendo si dijera que no había hecho caminatas similares tan tarde en la noche a través del campus como estudiante de pregrado. Además, Joe Jonas era prácticamente un extraño. ¿Quién decía que él era seguro?
Joe la detuvo justo cuando ella alcanzó la puerta principal.
—No es sólo lo qué diría mi madre; es lo que pienso. Mi hermana es estudiante de posgrado en Northwestern. Si descubro que algún idiota la dejó caminar sola a casa a esta hora, le patearé el trasero. Así que parece que estás atrapada conmigo. Te guste o no.
Rylann consideró sus opciones. El discurso sobre su hermana parecía suficientemente genuino. Por lo que ella podía decir, Joe Jonas era presumido y un problema, pero no ese tipo de problema.
—De acuerdo, vale. Puedes acompañarme a casa —hizo una pausa—. Gracias.
—¿Ves? ¿Era tan difícil ser amable conmigo?
Rylann abrió la puerta y salió. Como de costumbre, la multitud era densa frente al bar mientras los estudiantes discutían todas las preguntas importantes sobre a qué fiesta asistir después de hora y si hacer una parada para recargar energía en La Bamba con burritos por el camino.
—Estoy segura de que hay un montón de mujeres más que felices de ser amables contigo —le dijo a Joe mientras se abría camino entre la multitud—. Supuse que podría cambiar la tendencia.
Joe la siguió.
—¿Quién está asumiendo cosas ahora?
—Pasas el tiempo en un bar cazando mujeres aleatorias, comprándoles múltiples tragos. No se necesita ser un genio para descifrar que ésta no es la primera vez que ‘escoltas’ a una chica a casa.
—Primero que… —Joe fue interrumpido al separase momentáneamente de Rylann por un grupo de mujeres caminando en dirección contraria. Ignorando las miradas interesadas de las mujeres, continuó—. Primero que nada, no cazo a nadie. Segundo, como hábito, no paso el tiempo en bares levantando mujeres. Esta noche fue una excepción. Te vi en la mesa con tus amigos y te seguí a la barra cuando te acercaste.
—¿Por qué?
Él se encogió de hombros naturalmente.
—Pensé que eras sexy.
—Gracias —dijo Rylann secamente.
Un estudiante ebrio de pregrado se tambaleó distraídamente mientras pasaba a su lado. Joe tomó a Rylann de la cintura y la alejó del camino del hombre justo antes de que chocaran.
Se detuvieron en la esquina, manteniendo una distancia segura del tipo borracho, y esperaron a que la luz cambiara. Joe la miró.
—No sabía en ese momento que también eras tan… picante.
—Eres libre de rescindir tu oferta inicial de interés.
Joe se rio.
—Dios, eres una nerd de las leyes. No estoy rescindiendo nada. No me molesta lo sexy y picante. En realidad encuentro eso atractivo en una chica —Ladeó la cabeza, pensando—. Y en las alitas de pollo.
Rylann giró su cabeza y lo miró fijamente.
—¿De verdad me acabas de comparar con las alitas de pollo?
—Dices eso como si fuera algo malo. Las alitas de pollo son la bomba.
Rylann tuvo que pelear para no sonreír ante eso.
—¿Por qué presiento que nunca eres serio?
Joe hizo un gesto con su brazo hacia la multitud que los rodeaba dando vueltas en la acera y se derramaba en la calle. La sensación en el aire era tangiblemente exuberante.
—¿Quién quiere ser serio esta noche? La facultad de derecho terminó por este año, abogada. Vive un poco.
Francamente, ella no estaba ni un poco segura de qué pensar de Joe Jonas. Su parte lógica sabía que con la pinta de sexy heredero multimillonario que usa botas de trabajador que él tenía, ella era probablemente una más en un desfile de mujeres con las que habría coqueteado. Aun así, estaría mintiendo si no admitía que encontraba su atención como mínimo, de alguna manera, halagadora. Éste era un tipo al que muchas mujeres perseguirían, y la estaba persiguiendo a ella.
Al menos durante cinco minutos.
—Mira —le dijo a Joe—. Aprecio que me acompañes a casa. De verdad. Pero sólo para que estemos en la misma página, eso es todo lo que es. Una caminata.
La luz cambió a verde, y ellos cruzaron la calle conjuntamente.
—Sin ofender, pero pareces un poco tensa acerca de las reglas —dijo Joe—. ¿Nunca vas con la corriente?
—Diría que soy más una planificadora que alguien que improvisa8.
Él gimió.
—Apuesto a que eres una de esas personas con un plan de cinco años.
—El mío es de seis —Rylann atrapó su mirada—. ¿Qué? Ése es el tiempo que me tomará llegar a donde quiero estar —dijo con un toque de actitud defensiva—. No todos tenemos el lujo de deambular nuestro camino por nuestros veinte hasta decidir que es tiempo de madurar, Joe Jonas.
Joe se dio la vuelta y se detuvo frente a ella, tan abruptamente que casi chocó contra él.
—Escucha, voy a adelantar todo el discurso de dale al tipo rico su merecido. He estado lidiando con ese numerito desde la escuela secundaria. —Apuntó enfáticamente—. Y no deambulo mi camino por nada. De hecho, la razón por la que estaba celebrando esta noche es porque acabo de tomar mi examen eliminatorio para convertirme en candidato a doctorado.
—Impresionante. En el futuro, podrías querer abrir con esa línea en vez de la patética rutina de adivina mi especialización —Ella sonrió encantadoramente—. Sólo es una sugerencia.
Joe alzó las manos.
—Lo juro, nunca más. Esto es lo que consigo por acercarme a una chica extraña en un bar. Escojo a la sarcástica. —Se alejó frustrado.
Rylann lo dejó alejarse unos cuantos metros antes de llamarlo.
—Te estás dirigiendo en la dirección equivocada. —Cuando él se dio la vuelta, ella apuntó inocentemente—. Mi apartamento está en esa dirección.
Él cambió de dirección y pasó fríamente delante de ella.
Rylann observó divertida como caminaba. A ella como que le gustaba este lado malhumorado de Joe. Se sentía mucho más real que la rutina de falso encanto de Hoyuelos Presumidos.
—No creo que cuente como acompañarme a casa si estás media manzana delante de mí —le gritó ella—. Estoy bastante segura de que hay una regla de metro y medio o algo.
Joe se detuvo pero no se giró. Esperó en silencio hasta que ella lo alcanzó.
Cuando lo hizo, ella hizo una pausa ante él, parándose un poco más cerca que antes.
—Supongo que las felicitaciones están en el orden del día. Cuéntame más sobre tu examen de doctorado.
—Oh, ahora quieres ser amable —dijo él.
—Lo estoy considerando.
Continuaron caminando en dirección a su apartamento.
—Estoy en el programa de posgrado de ciencias de la computación —dijo Joe—. Mi enfoque está en sistemas y redes de investigación, específicamente en seguridad. Protectores contra ataques DoS.
—Eso suena muy… técnico.
Viendo que ella no entendía, se explicó.
—DoS significa ‘denegación de servicio’. En términos básicos, es un tipo de piratería informática. Las empresas los ven principalmente como molestias, pero mi predicción es que este tipo de ataques seguirá creciendo más avanzadamente en los próximos años. Recuerda mis palabras, un día alguien causará mucho pánico y caos si los sitios web no empiezan a tomar estas amenazas seriamente.
—Tu padre debe estar muy orgulloso de que sigas en el negocio familiar —comentó Rylann.
Él hizo una mueca.
—En realidad, ése es un tema un poco delicado. No planeo trabajar para él. En su lugar, me gustaría enseñar. —Atrapó la mirada de sorpresa de Rylann y se encogió de hombros causalmente—. No hay nada que pueda vencer a un trabajo que te permite tener los veranos libres, ¿no?
—¿Por qué haces eso? —preguntó ella.
—¿Hacer qué?
—Emitir toda esta vibración de relajado y no me tomen muy en serio. Asumo que ésa es la razón para el atuendo de botas de trabajador y franelas.
—No, uso botas de trabajador y franelas porque son cómodas. En caso de que no lo hayas notado, estudiamos en medio de un campo de maíz. El traje de etiqueta no es exactamente un requisito por aquí. —Ladeó la cabeza—. Además, ¿por qué te importa qué clase de vibración emito?
—Porque sospecho que hay más del ilustre Joe Jonas de lo que parece.
Se detuvieron en una esquina, sólo a dos manzanas del apartamento de Rylann. Una brisa fría sirvió como un rápido recordatorio de que ella estaba usando una camisa húmeda. Con un leve escalofrío, cruzó los brazos sobre su pecho y los frotó para mantenerlos cálidos.
—Nop, sigo siendo el mismo idiota que pensaste que era con la patética frase para ligar. —Sin discusión, Joe se sacó su camisa de franela y se la entregó a Rylann. Debajo, llevaba una camiseta gris que abrazaba los tonificados músculos de su pecho, abdominales, y bíceps.
Rylann ignoró la camisa, intentando no mirar fijamente su cuerpo. Y falló miserablemente.
—Oh, no gracias. Sólo estamos a dos manzanas de mi casa. Estaré bien.
—Sólo tómala. Si mi madre supiera que dejé a una mujer caminar a casa temblando con la camisa mojada, me mataría.
Rylann le aceptó la camisa y deslizó sus brazos en ella. Estaba tibia por su cuerpo.
—Veintitrés años y todavía escuchando a mamá. Eso es tierno.
Joe se acercó y le ajustó el cuello de la camisa, que había quedado debajo de la línea del escote.
—Veinticuatro. Y mi mamá es bastante asombrosa, tú también la escucharías. —Asintió, satisfecho con el cuello—. Ahí tienes.
Cuando su mano rozó el cuello de Rylann, su estómago dio un pequeño salto.
Importantes chispas.
Demonios.
—Gracias —dijo ella. Éste no, se recordó firmemente. Este tipo no tenía lugar en su plan de seis años. Demonios, no tenía lugar en su plan de seis días.
Joe la observó desde arriba.
—Mentí cuando dije que te seguí a la barra porque eres sexy. —Tocó su mejilla—. Te vi riendo con tus amigos, y tu sonrisa me absorbió.
Oh… hombre. El corazón de Rylann hizo un salto extraño. Ella se debatió por un momento mientras miraba esos increíbles ojos azules, entonces se decidió, ¿qué demonios? Después del año que había pasado, se había ganado un pequeño regalo.
Se puso de puntillas, alzó sus labios hasta los de él, y lo besó.
El beso fue de prueba y gentil al principio, él tomó su mejilla mientras lenta y seductoramente reclamaba su boca con la de él. Ella deslizó una mano por su pecho, momentáneamente olvidando, o sin importarle, que estuvieran parados en una esquina donde cualquiera podría pasar. Se presionó contra él, y el beso se profundizó cuando su lengua se arremolinó con la de ella, lo suficientemente ardiente como para hacer que su cuerpo se sintiera como si se estuviera derritiendo.
Se sintió como una eternidad antes de que ella se las arreglase para alejar lentamente sus labios.
Su mano todavía estaba en su mejilla mientras sus bocas se cernían a centímetros de distancia. Los ojos de él eran profundos y ardientes cafes oscuros.
—¿Qué te hizo hacer eso?
—Pensé en improvisar sobre la marcha para variar.9 —contestó ella, un poco sin aliento.
Él alzó una ceja.
—¿Y?
Estimulante. Rylann sonrió para sí misma, teniendo la pequeña sospecha de que Joe Jonas ya había escuchado elogios suficientes sobre su forma de besar para que le durase una vida. Así que se encogió de hombros sin comprometerse.
—No ha estado mal.
Joe se burló.
—¿No ha estado mal? Abogada, hay dos cosas en las que tengo grandes habilidades. Y ciencias de la computación es la otra.
Muy bien, entonces. Rylann rodó los ojos.
—En serio, ¿de dónde sacas esas líneas? —Ella se giró y comenzó a caminar las restantes dos manzanas hacia su casa, pensando que no había espacio suficiente para ella, Joe Jonas, y su ego en la acera.
Había dado algunos pasos cuando lo escuchó gritar.
—No cuenta como que te acompaño si estás a media manzana por delante de mí —dijo, juguetonamente repitiendo sus palabras anteriores.
—Te estoy liberando de tus obligaciones —gritó ella sin mirar atrás. Podía escuchar su risa, cálida y rica, viniendo detrás de ella.
Cuando alcanzó su edificio, cortó por el patio y caminó directamente hacia las escaleras de madera descolorida por la intemperie que la llevarían al apartamento del segundo piso que compartía con Rae.
—Rylann.
Ella se volteó y vio a Joe de pie al final de las escaleras.
—¿Me estaba preguntando si te quedarás por este campo de maíz durante el verano? —dijo él.
—No es que importe, pero sí. —resopló ella—. Tengo una pasantía en la Oficina del Fiscal.
Joe subió los escalones para encontrarla a mitad de camino en la escalera.
—En ese caso, cena conmigo mañana.
—No creo que sea una buena idea.
Él tironeó el cuello de la camisa que estaba usando ella.
—¿Simplemente vas a coger mi camisa y correr?
Ella se había olvidado completamente de eso. Comenzó a deslizarse de la camisa.
—Lo siento. Yo…
Joe puso sus manos sobre las de ella.
—Quédatela. Me gusta cómo se ve en ti.
Malditas chispas se dispararon hasta los dedos de sus pies. Ella le dio su mejor y más sensata mirada.
—Se suponía que iba a ser sólo un paseo.
—Es sólo una cita, abogada. Comeremos alitas de pollo y cerveza y nos quejaremos de cómo nos vamos a aburrir viviendo aquí este verano.
En realidad, eso no sonaba mal para nada.
—¿Y si hubiera dicho que no me quedaría aquí el verano? —preguntó Rylann—. ¿Qué pasa si tú tenías razón, y mañana me iba a Chicago a mudarme a mi pintoresco y caro apartamento de dos habitaciones en Wrigleyville?
Él sonrió, una sonrisa que podría derretir la capa de hielo polar.
—Entonces supongo que tendría que conducir dos horas para ir a recogerte para esas alitas de pollo. Te veo mañana, abogada. A las ocho en punto. —Con eso, se giró y bajó las escaleras.
Unos minutos después, instalada y segura dentro de su apartamento, Rylann apoyó la cabeza contra la puerta principal, reflexionando sobre el giro de los eventos de la noche. Cerró los ojos y una sonrisa curvó la comisura de sus labios a pesar de todos sus intentos por evitarla.
Wow.
* * * * *
El destino lo quiso, sin embargo, los buenos sentimientos no duraron.
Rylann esperó hasta las diez, dos horas después del tiempo en que Joe había dicho que pasaría a buscarla. Entonces finalmente se dio por vencida y se deslizó fuera de sus jeans y tacones.
La había dejado plantada.
Estaba bien, se aseguró a sí misma. Su pasantía, que había estado esperando por meses, empezaba en una semana, y no necesitaba distraerse con primeras citas con el algunas veces encantador multimillonario sexy nerd de computación y todo el embrollo de si él me va a llamar.
La pobre Rae estará destrozada, pensó. Antes de irse por el verano, le había dejado a Rylann sus Manolos negros específicamente para la ocasión.
—No puedo tenerte corriendo por ahí en sandalias para tu cita con un multimillonario —La había regañado Rae, haciéndose la tranquila e intentando no parecer muy sentimental mientras le entregaba la caja de zapatos a Rylann antes de meterse en su auto.
Rylann había abrazado a su amiga.
—Tú y el resto de tus zapatos tenéis que volver aquí pronto.
—Llámame mañana y dime cómo fue la cita —había dicho Rae—. Tal vez te lleve en un avión a Italia por una pizza o reserve todo un restaurante para tu primera cita.
O tal vez simplemente se olvide de todo el asunto.
Resolviendo ignorar la decepción que sentía, Rylann se cambió a una camisola y pantalones de pijama. No tenía sentido estar bien vestida si no tenía que ir a ningún lado.
Se puso cómoda en el sillón y distraídamente pasó los canales de televisión. La sorprendió cuan silenciosa estaba su casa, y al momento siguiente, se dio cuenta de cuan peligrosamente cerca estaba de revolcarse en autocompasión.
De ninguna manera, se dijo, negándose a ir por ese camino. No era como si Kyle Rhodes fuera tan bueno. Para empezar, era engreído y muy confiado, y se
vestía como si acabara de caerse de un tractor. ¿Y toda el asunto de la informática? Ése era un tema de conversación para dormirse si alguna vez había escuchado uno.
Honestamente, ni siquiera le había gustado mucho el tipo.
En serio.
* * * * *
A la mañana siguiente, Rylann salió de su habitación vestida y lista para ir a correr. Con todo el estudio que había hecho en el último par de meses, apenas se había ejercitado y sentía la necesidad de rectificar esa situación. Sospechaba que ese entusiasmo duraría unos quince minutos, hasta que colapsara en un cúmulo de jadeos en alguna parte en medio del tercer kilómetro.
Estaba de muy buen humor para una mujer a la que habían dejado plantada anoche. La mayoría provenía del hecho que tenía la intención de tirar la camisa de franela de Joe Jonas en el basurero en su camino de salida, y también por el hecho de que tenía esta gran línea planeada en el caso de que se volviera a encontrar con él, sobre cómo no había tenido la oportunidad de poner su camisa donde ella realmente quería, la metió en el otro lugar donde el sol no brillaba.
Cuando salió de su apartamento, reproductor MP3 en una mano y camisa de franela pronto a ser olvidada en la otra, vio el periódico tirado al frente de su puerta. Mientras lo levantaba, el sol de la mañana la hizo parpadear, y en alguna parte, en el fondo de su mente, estaba pensando que sería un hermoso y cálido día de mayo. Un día perfecto para la piscina, pensó. Tal vez iré…
Le tomó un momento para que el titular del periódico se registrara. Al principio parecía como cualquier otro titular trágico, del tipo que hace que una persona se detenga ante la breve tristeza que siente cuando escucha tales cosas. Entonces se dio cuenta.
ESPOSA DE EX ALUMNO MUERE EN ACCIDENTE DE AUTO
Denise Jonas.
La madre de Joe.
Sin levantar la mirada del periódico, Rylann cerró su puerta, se sentó en la mesa de la cocina, y comenzó a leer.
NUEVE AÑOS DESPUES...
Zuly González
Re: About that night
CAPITULO TRES
El viento frío de marzo atravesó el lago Michigan, una picadura helada que fácilmente podría hacerte soltar una lágrima. Pero Joe apenas lo notó. Cuando corría, desconectaba.
Afuera estaba oscuro, pasaban las siete de la noche, y la temperatura rondaba los cuatro grados. Todos los días durante las últimas dos semanas, las había pasado en la pista de jogging que se ubicaba a lo largo del lago y corría un circuito de diecinueve kilómetros de ida y vuelta a su apartamento. Su portero, Miles, le había comentado ayer sobre la rutina, y para simplificar, Joe le había dicho que se entrenaba para una maratón.
En realidad, sólo le gustaba la tranquila soledad de correr. Sin mencionar, que se deleitaba con la libertad que había llegado a apreciar mientras corría. Ah… tal gloriosa libertad. El saber que podría continuar, con nada más que el agotamiento físico para detenerlo.
Y, por supuesto, un equipo de alguaciles armados de Estados Unidos si se alejaba a más de dieciséis kilómetros de casa.
Un tecnicismo menor.
Joe rápidamente se había percatado de que existía un inconveniente con su rutina de correr, algo que había comprendido cerca de los cuatro kilómetros la primera mañana: El dispositivo de monitoreo electrónico atado a su tobillo raspaba como una perra al correr. Probó rociar un poco de talco en él, pero todo lo que consiguió fue un desorden blanco que lo dejó oliendo como un bebé. Y si había algo a lo que un soltero convencido en sus treinta no necesitaba oler, era a bebés. Una mujer olía a un poco de eso y repentinamente toda clase de relojes biológicos salían de su siesta y comenzaban a sonar con fuerza.
Pero, como Joe muy bien sabía, un hombre podía tener problemas peores que irritaciones y talco de bebé. Un hombre podía ser arrestado, supongamos, procesado por múltiples cargos federales y terminar en prisión. O podía enterarse de que su terca y molesta hermana gemela casi se había hecho matar trabajando con el FBI como parte de un acuerdo para obtener su libertad anticipada de dicha prisión.
Todavía quería estrangular a Jordan por eso.
Joe revisó su reloj y aceleró el ritmo para el último medio kilómetro de su carrera. Según los términos de su detención domiciliaria, le permitían noventa minutos al día para diligencias personales, siempre y cuando se quedase dentro de un radio de dieciséis kilómetros de su domicilio. Técnicamente, se suponía que usaba esos noventa minutos para comprar comida e ir a la lavandería, pero había comprendido cómo funcionaba el sistema: Ordenaba sus compras por internet y se las entregaban en su puerta, y utilizaba la tintorería localizada en el vestíbulo del rascacielos donde vivía. Eso le daba noventa minutos al día fuera de su apartamento de lujo, noventa minutos donde la vida parecía casi normal.
Esa noche, logró regresar a su edificio con ocho minutos de sobra. Pudo haber jugado con el sistema, pero no estaba dispuesto a probarlo. Dios no permitiese que se retrasase por un calambre en la pierna y una alarma se activara en el monitor de su tobillo. Lo que menos necesitaba era a un equipo SWAT asaltando la playa y colocándole unas esposas sólo porque no había estirado correctamente.
La ráfaga de aire caliente golpeó a Joe en cuanto entró al sofocante edificio. O quizás fue simplemente el saber que su entrada por esas puertas significaba que estaría atrapado en su apartamento por las siguientes veintidós horas y treinta y dos minutos.
Sólo tres días más, se recordó a sí mismo.
En poco más de setenta y dos horas, había comenzado a pensar en términos de horas después de sus días en prisión, oficialmente sería un hombre libre.
Suponiendo, por supuesto, que la Oficina del Fiscal General cumpliera con su parte del trato, lo cual era una gran suposición. Se podría afirmar con cierta seguridad que él y la Oficina del Fiscal General no estaban en los mejores términos estos días, a pesar de los acuerdos que habían hecho con su hermana en cuanto a su liberación anticipada del Centro Correccional Metropolitano, la prisión federal donde había servido cuatro meses de una condena de dieciocho. Ellos, después de todo, lo habían llamado “terrorista” tanto en el tribunal como ante los medios, y en la libreta de Joe, eso le conseguía a la gente un billete de ida a su lista de mierda. Porque un “terrorista” como cualquier imbécil con un diccionario sabía, es una persona que usa la violencia, el terror, y la intimidación para lograr un resultado.
Él, por otra parte, había acabado involucrándose por su estupidez.
Miles, el portero, comprobó su reloj cuando Joe pasó por el escritorio del vestíbulo.
—¿Ni siquiera puedes tomarte un descanso un sábado por la noche?
—No hay descanso para el malvado —contestó Joe con una sonrisa fácil.
Se metió en el ascensor y presionó el botón hacia el piso treinta y cuatro, el ático. Justo antes de que las puertas se cerrasen, entró un hombre a finales de sus veinte vistiendo pantalones vaqueros y un jersey de esquí. Parpadeó reconociendo a Joe cuando lo vio pero no dijo nada mientras presionaba el botón hacia el piso veintitrés.
Montaron en el ascensor en silencio, pero Joe sabía que eso no duraría. Al final, el otro tipo le diría algo. Algunos lo ignoraban, otros le chocaban los cinco, pero siempre decían algo.
Cuando el ascensor llegó al piso veintitrés, el tipo lo recorrió con la mirada un instante antes de salir.
—Por si sirve de algo, pensé que todo el asunto fue bastante gracioso.
Uno de los que le chocaban los cinco.
—Demasiado malo que no estuvieras en el gran jurado —replicó Joe.
Montó el elevador hacia el último piso, espacio que compartía con otros dos áticos de lujo. Entró en el apartamento, se quitó la chaqueta sudada de nailon que llevaba puesta, y la lanzó a la espalda de uno de los taburetes de la barra delante del mostrador de su cocina. Por instrucciones suyas, el lugar había sido diseñado como un espacio abierto, exceptuando los dormitorios juntos, generando una percepción espaciosa que se complementaba con ventanas panorámicas que corrían a lo largo de dos paredes. Contaba con una vista espectacular del lago, aunque durante la mayor parte del día todo era aburrido y gris. Lo equivalente a Chicago en marzo.
—Si alguna vez tienes que hacer un trato de nuevo para que pueda cumplir mi condena en arresto domiciliario —Había bromeado con su hermana Jordan, cuando ella y su padre lo visitaron la semana pasada—, asegúrate de que los Federales incluyan una cláusula que diga que pasaré los meses de invierno en una playa en Malibú.
A su padre, a quien aparentemente no le había hecho gracia, salió de la habitación para atender una llamada telefónica.
—Demasiado pronto —había dicho Jordan, negando.
—Tú no tienes problemas para hacer bromas de la prisión —recalcó Joe a la defensiva. De hecho, su hermana había desarrollado últimamente una molesta destreza natural por ellas.
Jordan había sacudido la galleta de la señora Fields que había sustraído de una lata en su despensa.
—Sí, pero sé desde que teníamos tres años que eres un imbécil. Extrañamente, le tomó mucho tiempo a papá comprender eso. —Le había sonreído dulcemente mientras daba otro mordisco.
—Gracias. Hey, genio, esa galleta tiene cinco meses —Joe se había reído entre dientes cuando su hermana tomó desesperadamente una toalla de papel.
Más tarde, cuando salía por la puerta, Jordan había vuelto a tratar el asunto, más seriamente esta vez.
—No te preocupes por papá. Lo aceptará al final.
Joe esperaba que Jordan tuviera razón. En gran parte, su padre había manejado de forma pública el arresto de Joe y su condena tan bien como cabía esperar. Como Jordan, Paul había estado presente en todas las sesiones del tribunal de Joe y lo había visitado en prisión cada semana. Aun así, las cosas estaban un poco incómodas con su padre estos días, y no había duda de que una conversación de hombre a hombre estaba en la agenda.
En algún momento.
Empujando aquella cuestión temporal a un lado, Joe se quitó la ropa de ejercicio y tomó una ducha rápida. Revisó su reloj y vio que contaba con una buena media hora antes de que llegasen sus visitas, por lo que se instaló en el escritorio de su oficina para leer las noticias nocturnas en su monitor de pantalla plana de treinta pulgadas.
Después de leer detenidamente las noticias nacionales, examinó rápidamente la sección de Tecnología del Wall Street Journal. Exhaló irritado cuando vio que su próxima aparición en el tribunal era la segunda historia en la página.
Al menos no había sido uno de los titulares, aunque no dudaba que su fotografía estaría otra vez estampada en todos los diarios el próximo martes, cuando el juez pronunciara la moción del gobierno. Era ridículo, realmente, que un error estúpido, sí, la había jodido, lo admitía completamente, hubiera llamado tanto la atención. La gente infringía la ley todos los días. Bueno, varias leyes federales en su caso, pero aun así.
Joe ignoró la noticia del Wall Street Journal, no necesitaba recordar los espeluznantes detalles. Sabía muy bien lo que había hecho, diablos, medio mundo sabía lo que había hecho. En términos legales, había sido declarado culpable de múltiples cargos por el envío de códigos maliciosos para causarle daño a computadoras protegidas. En términos técnicos, lenguaje que prefería por encima de toda esa jerga legal, cinco meses atrás había orquestado un ataque de denegación de servicios contra una red global de comunicaciones a través del uso de un “botnet”, una red de computadoras infectadas vía software nocivo sin el conocimiento o consentimiento de sus dueños.
O, en el lenguaje común, había hackeado Twitter y causado la caída del sitio durante dos días en lo que fue indudablemente el movimiento más estúpido de su vida.
Y todo había empezado con una mujer.
Había conocido a Daniela, una modelo de Victoria’s Secret que vivía en Nueva York, en la exposición de arte de un amigo en Soho, y habían congeniado de inmediato. Ella era hermosa, tenía un aprecio genuino por el arte y la fotografía, podía hablar apasionadamente sobre el tema por horas, y no se tomaba a sí misma demasiado en serio. Habían pasado juntos el fin de semana entero en Nueva York, un torbellino de sexo, restaurantes, bares, y diversión, que era lo único que Joe había estado buscando en ese momento.
Habían comenzado a salir casualmente a larga distancia después de eso, con Joe volando a Nueva York un par de veces durante los siguientes meses para encontrarse con Daniela, y la prensa sensacionalista había comenzado a chismear sobre su relación. La supermodelo y el heredero multimillonario.
—Imagina eso. Mi hermano está saliendo con otra modelo —Jordan lo había llamado para decirle eso después de haber visto que él y Daniela habían sido mencionados en la columna de Scene and Heard del Tribune—. ¿Alguna vez piensas diversificar tu portafolio? —le había preguntado ella con sequedad.
—¿Por qué? —Le había dicho él con total naturalidad—. Me gusta salir con modelos.
—No lo suficiente como para presentárnosla a mí o a papá —le había respondido ella.
Su hermana siempre tenía la forma más irritante de señalarle cosas como esas.
Era cierto, nunca había tenido una relación a largo plazo, y había una razón simple para eso: Le gustaba estar soltero. Como debería. Durante el transcurso de los últimos nueve años, se había adaptado a su vida en la Jonas Corporation, trepando por la escalera corporativa hasta convertirse en el vicepresidente ejecutivo de seguridad en la red. Trabajaba duro, pero también le gustaba jugar duro, y no veía una razón para atarse a una mujer. Siempre mantenía las cosas claras y fáciles, nunca prometía nada más que pasar un buen rato sin importar cuánto tiempo durase.
Sin embargo, el comentario de Jordan lo fastidió. La vida de soltero había comenzado a hacerlo sentir un poco... viejo a veces. Seguro, un hombre en su posición generalmente nunca tenía problemas para conocer mujeres, pero comenzaba a preguntarse si los encuentros casuales y citas ardientes eran suficientes. Siempre había asumido que se asentaría en algún punto; había crecido en una familia feliz, cariñosa y sabía que era algo que quería para sí al final, de modo que pensaba, quizás, que era hora de dar algunos pasos hacia esa meta.
Con eso en mente, había comenzado a pasar más fines de semana con Daniela, ya fuese volando a Nueva York para visitarla o pagando para que ella viniera a Chicago. No era tan ingenuo como para pensar que su relación era perfecta, pero en los nueve años que había jugado en ese campo, le había faltado encontrar ese llamado “encaje perfecto” con una mujer. Así que ignoró esas preocupaciones, después de todo, a un hombre le podría ir mucho peor que tener a una modelo de Victoria’s Secret en su cama de forma asidua.
Pero aproximadamente a los seis meses de su relación, cuando Daniela le preguntó sobre conocer a su familia, Joe vaciló. Porque nunca antes les había presentado una mujer, eso le parecía un paso enorme. Gigantesco. Por años, habían sido solamente ellos tres: Su padre, Jordan y él. Juntos habían navegado bajo el foco, a menudo surrealista, en el que habían sido empujados por la riqueza de su padre y, milagrosamente, habían llegado casi normales al otro lado. Así que, a pesar del hecho que había estado saliendo con Daniela más tiempo que con cualquier otra, e incluso había usado dos veces la palabra novia al describirla, se sintió atrapado por lo que había cambiado de tema sin darle una repuesta directa.
Quizá ésa había sido la primera señal de problemas.
La semana siguiente, Daniela lo había llamado, hablando tan rápido que apenas pudo comprenderla con su acento brasileño. Le dijo que había sido elegida para un video de música, algo que la entusiasmaba mucho, ya que quería hacer la transición hacia la actuación. En su camino a Los Ángeles, había sorprendido a Joe deteniéndose en Chicago por una noche para celebrar. Un pensamiento dulce, pero lamentablemente, él había tenido un conflicto de trabajo esa tarde.
—Debiste llamarme primero, esta noche cenaré con todo mi equipo administrativo —le había informado él disculpándose. Como vicepresidente ejecutivo de la seguridad en la red, le gustaba reunirse al menos dos veces al año con sus gerentes en un ambiente no laboral—. Hablaremos sobre prevención de intrusiones, control de acceso a la red, y la respuesta a las amenazas de los productos —le había guiñado el ojo— cosas muy sexys.
Daniela mostró un nulo interés en el tema, lo cual era bastante usual. En verdad, a Joe le faltaba hallar a una chica que mostrase algún interés genuino por su trabajo, aunque muchas estaban bastante cautivadas por el ático y el Mercedes SLS AMG que éste se permitía.
—Pero si te lo hubiera dicho, no habría sido una sorpresa —Daniela hizo un mohín—. ¿No puedes saltártelo? ¿Qué hará tu padre? ¿Encerrarte porque no fuiste a una reunión con un grupo de nerds informáticos?
Como era lógico, ese comentario no le había caído muy bien a Joe.
Quizá sus conversaciones se perdían en la traducción, o tal vez a ella realmente no le importaba. Pero Daniela nunca había parecido entender que su trabajo en Rhodes Corporation era un puesto real. No hacía alarde de sí mismo, pero era una estrella brillante en la compañía, y no porque fuera el hijo del jefe. Era, simplemente, así de bueno en lo que hacía.
Nueve años atrás, Joe habían tenido sus razones, razones muy privadas y personales, para dejar su programa de doctorado y unirse a Jonas Corporation, pero la razón por la que se había quedado en la compañía tanto tiempo era debido a la experiencia de trabajo. En su industria, no había mejor hombre de quien aprender que Grey Rhodes, el imperio de mil millones de dólares que había construido desde cero era prueba concreta de eso.
Habiendo dicho eso, no todo había ido viento en popa. Su padre podía ser el director general de la compañía, pero Joe era responsable de la seguridad de las redes e insistía en su autonomía: manejaba su departamento de la forma que quería. Era verdad, de vez en cuando él y su padre chocaban cabezas y se pisaban los dedos el uno al otro… bueno, en realidad, eso pasaba mucho. Pero eran profesionales, y arreglaban las cosas del mismo modo que otros directores generales y vicepresidentes ejecutivos arreglaban sus asuntos. Su padre respetaba sus opiniones y había llegado a ver a Joe como su mano derecha.
El problema era que Joe ya no quería ser su mano derecha. Era bueno, estaba listo, y en ascenso. Pero en Jonas Corporation, sólo podría haber uno a la cabeza. Y ese lugar estaba ocupado.
Él tenía ideas. Proyectos para el futuro que probablemente no correspondían con los de su padre. Y el momento para poner esos planes en marcha estaba llegando rápidamente.
Esa tarde, Daniela y él habían discutido sobre su comentario durante casi una hora. Al final, sin embargo, Joe había tratado de compensarla. Ella había volado a Chicago para sorprenderlo, después de todo. Él no quería pasar la noche entera peleando, sobre todo cuando hacía un par de semanas que no se veían.
—Te diré una cosa —le había dicho, rodeándola con sus brazos y tirando de ella más cerca—. Recogeré una botella de champaña cuando vuelva a casa de la reunión. Podemos tener una fiesta privada cuando vuelva.
—Aw, bebé, me tientas —le había respondido ella, besándole cariñosamente la mejilla—. Pero me siento como… ¿cuál es la expresión? Para pasarlo en grande esta noche. Creo que le haré a una llamada a Janelle. Está en Chicago para una sesión con Macy. Recuerdas a Janelle, ¿verdad? La conociste en Nueva York la noche que tomamos unas copas en Boom Boom Room… —Su voz se desvaneció mientras ingresaba al cuarto de baño, cargando su enorme bolsa de maquillaje.
Esa noche, Daniela no regresó a casa de Joe hasta las cinco de la mañana, sólo media hora antes de que él se despertara para su carrera diaria. Había entrado en su casa con la llave que él le había dado y se había desmayado completamente en su cama, sobre las sábanas y roncando, con sus Christian Louboutins todavía puestos. Joe no se molestó en despertarla, y ella ya se había ido a L.A., para cuando él volvió a casa del trabajo.
Ésa había sido probablemente la segunda señal de problemas.
Él no tuvo noticias de Daniela por los siguientes cuatro días. Al principio, asumió que estaba ocupada con la filmación del video musical, pero cuando no devolvió ninguna de sus llamadas o mensajes del texto, comenzó a preocuparse. Sabía que ella algunas veces se divertía sin limitarse con sus amigos, y comenzó a tener visiones de pesadilla de ella convirtiéndose en una de esas historias trágicas reportadas en Access Hollywood, la supermodelo que bebió en exceso y murió cuando entró al baño del hotel y dejó caer su bolsa de cinco mil kilos de maquillaje en su cabeza.
En la cuarta noche de su viaje, finalmente obtuvo una respuesta.
Vía Twitter.
@JoeJonas Sient q no vya a fncionr xa nstrs. Regrso a LA xa rlajarm cn alguien q conocí. Piens q ers una dulzra xo habls dmasiad sobre ordnadors10.
Joe tenía que otorgarle cierto crédito; se necesitaba habilidad, además de no tener corazón y un abuso serio de la lengua inglesa, para romper con alguien en menos de 140 caracteres. Ella ni siquiera había tenido la decencia de enviarle un mensaje privado; nop, acababa de twittear esa mierda de forma pública y todos los que quisieran podían verlo. Pero eso no era lo peor. Veinte minutos más tarde, Daniela le envió otro mensaje, esta vez con un enlace de video de ella besándose con la estrella de cine Scott Casey en un jacuzzi.
Eso había apestado.
Joe sintió que le habían golpeado las tripas cuando vio el video. Sabía que habían tenido sus problemas, pero lo que Daniela había hecho era ni más ni menos… despiadado. Sobre todo porque había logrado hacerle parecer un total y completo imbécil. Podía ver los tabloides:
¡¡¡TORRIDO ESCÁNDALO EN UN SAUNA!!!
Supermodelo Engaña a Heredero Multimillonario.
Él trabajaba en computadoras, sabía lo qué sucedería, el video se volvería viral en cuestión de minutos. Entre la mojada supermodelo con un bikini diminuto, la estrella de cine, y el hecho de que la maldita cosa era incluso cinematográficamente agradable con la vista arrolladora de las colinas de Hollywood al fondo; todo el mundo lo vería.
No en su guardia.
10 Siento que no vaya a funcionar para nosotros. Regreso a LA para relajarme con alguien que conocí. Pienso que eres una dulzura pero hablas demasiado sobre ordenadores
Joe agarró la botella de whisky del bar que tenía en su oficina central y tomó un trago. Y cuatro más después de ese por si acaso. Un pensamiento seguía sonando en su cabeza.
Jódete Daniela.
Podía no ser una estrella de cine, o el presidente de una corporación multimillonaria, o la portada del Time o del Newsweek, pero no era un perdedor. Era Joe Jonas, y era un dios de la tecnología. Su especialidad era la seguridad de la red, por el amor de Dios, simplemente hackearía Twitter, suprimiría el tweet de Daniela y el video del sitio, y nadie nunca lo descubriría.
Y podría haber salido impune, si sólo se hubiera detenido allí.
Excepto que en alguna parte a lo largo del camino, mientras estaba sentado en su computadora con su vaso en la mano, ebrio y furioso, mirando fijamente ese tweet, ese estúpido tweet de fue divertido mientras duró: pero jódete, tuvo un momento de claridad inducido por el whisky. Se dio cuenta de que el problema real yacía en los medios sociales en sí mismos, en la perpetuación de un mundo en el cual la gente se había vuelto tan antisocial que creían que las rupturas con menos de 140 caracteres eran aceptables.
Por lo que hizo colapsar completamente la página web.
En realidad, no fue tan difícil. Para él, por supuesto. Todo lo que necesitó fue un virus informático listo y unos cincuenta mil ordenadores infectados sin saberlo, y puso manos a la obra.
-Tomen eso, twitteros.
Después que la página web colapsó, decidió cortar con todo. Lanzó su laptop, su pasaporte, y una muda de ropa a una mochila y se la colgó a la espalda, tomó un vuelo nocturno hacia Tijuana, y procedió a emborracharse completamente con tequila barato durante los siguientes dos días.
—¿Por qué Tijuana? —le había preguntado Jordan durante el alboroto que siguió a su arresto.
—Parecía ser el tipo de lugar en el que una persona podría ir sin que le hicieran preguntas —le había explicado con un encogimiento de hombros.
Y ciertamente, lo era. En Tijuana, nadie sabía, o le importaba, quién era. No era el tipo que había sido engañado por su ex novia supermodelo. No era un heredero, un nerd, un hombre de negocios, un hijo, o un hermano. No era nadie, y a él le gustaron las cuarenta y ocho horas de anonimato, ser el hijo de un multimillonario lo había privado de aquella libertad hacía mucho tiempo.
En la segunda noche de su viaje, Joe estaba sentado en el bar que había hecho su hogar por los últimos dos días, cuidando lo que había decidido sería su último trago de la noche. Nunca se había ido de juerga antes y, como la mayoría de los hombres, lo había encontrado como un medio efectivo para ocuparse de sus problemas. Pero tarde o temprano, tendría que regresar al mundo real.
El cantinero, Esteban, le disparó a Joe una mirada de reojo mientras limpiaba algunos vasos.
—¿Crees que van a agarrar a ese tipo? —le preguntó con un fuerte acento mexicano.
Joe parpadeó sorprendido. Eran más palabras de las que Esteban le había dirigido en dos días. Momentáneamente debatió si esa pregunta violaba alguna política de no hacer preguntas, entonces finalmente la encontró aceptable. Después de todo, no era como si estuvieran hablando de él.
—¿A qué tipo? —preguntó.
—A ese terrorista de tweeder —respondió Esteban.
Joe agitó su vaso delante de él.
—No tengo idea de lo que es un tweeder, o cómo aterrorizar a uno, pero suena como a una gran historia, amigo.
—Oh, eres un tipo chistoso, ¿eh? —Esteban señaló una televisión montada en la pared detrás de Joe—. Twee-ter, pendejo.
Por curiosidad, Joe observó la televisión y vio un noticiero mexicano. Sus cuatro años de español en la secundaria fueron de poca ayuda; la locutora hablaba demasiado rápido como para que comprendiera lo que decía. Pero cuatro palabras escritas en negrita en la parte inferior de la pantalla no necesitaban traducción.
El Terrorista de Twitter.
Joe se atragantó con su tequila.
Oh... mierda. Contempló la pantalla con creciente frustración mientras trataba de comprender lo que el reportero decía. Era difícil, en particular por el hecho que estaba completamente ebrio, pero logró atrapar las palabras policía y FBI.
Su estómago se revolvió, y apenas logró apartarse de la barra antes de expulsar los siete chupitos de tequila, empalando en el proceso su frente en un cactus antes invisible.
Eso lo despejó sumamente rápido.
En pánico, se abrió paso volviendo a la posada barata en la que había alquilado un cuarto con dinero en efectivo, ninguna identificación había sido necesaria, y llamó a la única persona con la que podía contar estando completamente borracho en Tijuana, con la frente sangrando, y siendo buscado por el FBI.
—Jordo, la jodí —dijo tan pronto ella contestó el teléfono.
Probablemente al oír la ansiedad en su voz, ella llegó al meollo del asunto.
—¿Lo puedes solucionar?
Joe supo que tenía que hacerlo, lo antes posible. Así que tan pronto como colgó el teléfono, encendió su laptop y detuvo el ataque del botnet al servicio.
Había sólo un problema: Esta vez el FBI lo estaba esperando.
Y contaban con nerds de computadoras, también.
A la mañana siguiente, Joe, sobrio y abochornado, cargó su mochila en su espalda y tomó un taxi hacia el aeropuerto de Tijuana. Hubo un momento antes de embarcarse, cuando entregó su boleto al asistente del vuelo de Aeroméxico, cuando pensó, no tengo que regresar. Pero huir no era la respuesta. Supuso que un hombre necesitaba responsabilizarse de esos momentos en la vida cuando uno actúa como un redomado idiota, pase lo que pase.
Cuando el avión aterrizó en el Aeropuerto O'Hare, los asistentes de vuelo les pidieron a los pasajeros que se quedaran en sus asientos. Sentado ocho filas detrás, Joe observó cómo dos hombres vistiendo trajes estándar, claramente agentes del FBI, abordaron el avión y le entregaron un documento al piloto.
—Sip, ése sería yo —exclamó Joe, tomando su mochila que estaba debajo del asiento delante de él.
El hombre mayor hispanoamericano que se sentaba junto a él bajó la voz a un susurro.
—¿Drogas?
—Twitter — le susurró Joe.
Él se puso de pie, mochila en mano, y asintió a los agentes del FBI que se habían detenido en su fila.
—Buenos días, caballeros.
El agente más joven le tendió su mano, completamente profesional.
—Entregue la computadora, Jonas.
—Supongo que nos saltaremos las amabilidades —le respondió Joe, entregando su mochila.
El agente mayor tiró bruscamente los brazos de Joe a su espalda y le colocó las esposas. Mientras le leían sus derechos, Joe vio momentáneamente lo que tenían que ser cincuenta pasajeros tomándole fotos con sus celulares, fotos que más tarde bombardearían todo Internet.
Y desde ese momento en adelante, dejó de ser Joe Jonas, el hijo del multimillonario, y se convirtió en Joe Jonas, el Terrorista de Twitter.
Probablemente no era la mejor manera de forjarse un nombre.
Lo llevaron a las oficinas del FBI en el centro y lo abandonaron en el cuarto de interrogatorios durante dos horas. Él llamó a sus abogados, quienes llegaron rápidamente y muy serios establecieron los cargos que el FBI planeaba presentar a la Oficina del Fiscal. Media hora después de que se fueran sus abogados, fue trasladado al Centro Correccional Metropolitano para su fichaje.
—Tienes a una visita, Jonas —le informó el guardia esa misma tarde.
Lo condujeron a una celda, donde esperó en una mesa de acero intentando acostumbrarse a verse con esposas y un mono naranja. Cuando la puerta se abrió y su hermana entró, él sonrió tímidamente.
—Jordo —dijo, su apodo para ella cuando eran niños.
Ella se acercó y lo abrazó fuertemente, un ejercicio algo embarazoso con las esposas. Luego ella retrocedió y le abofeteó la frente con la palma de su mano.
—Tú, idiota.
Joe se restregó la frente.
—Ouch. Allí es donde el cactus me golpeó.
—¿En qué estabas pensando? —demandó ella.
En el curso de las dos semanas siguientes, esa fue la pregunta que le harían a Joe cientos de veces, amigos, familiares, sus abogados, la prensa, y cualquier persona que se lo cruzara por la calle. Se podría decir que tenía algo que ver con el orgullo, o su ego, o el hecho que siempre había tenido algo de mal genio cuándo le provocaban. Pero al final, realmente se reducía a una cosa.
—Yo sólo... cometí un error —admitió honestamente a su hermana. No era el primer hombre en reaccionar exageradamente cuando descubría que su chica lo engañaba, ni sería el último. Desafortunadamente, había estado en la posición única para echar a perder todo a un nivel global.
—Le dije a los abogados que me declararé culpable —le informó. No tenía sentido desperdiciar el dinero de los contribuyentes por un simulacro de juicio, o desperdiciar su dinero en los honorarios adicionales de los abogados. Especialmente porque no tenía defensa.
—Están diciendo en las noticias que probablemente irás a la cárcel. —La voz de Jordan se quebró en la última palabra, y sus labios temblaron.
Diablos, no. La última vez que Joe había visto a su hermana llorar había sido nueve años atrás, tras la muerte de su madre, y estaría condenado si la dejaba hacer eso ahora. Él apuntó con énfasis.
—Escúchame, Jordo, porque ésta es la única vez que te diré esto. Búrlate de mí, haz todos los chistes que quieras, llámame idiota, pero no derrames ni una lágrima por esto. ¿Entendido? Pase lo que pase, lo manejaré.
Jordan asintió y respiró profundamente.
—Bien. —Lo examinó, notando las esposas y el mono anaranjado. Entonces inclinó su cabeza inquisitivamente—. Entonces, ¿cómo estuvo México?
Afuera estaba oscuro, pasaban las siete de la noche, y la temperatura rondaba los cuatro grados. Todos los días durante las últimas dos semanas, las había pasado en la pista de jogging que se ubicaba a lo largo del lago y corría un circuito de diecinueve kilómetros de ida y vuelta a su apartamento. Su portero, Miles, le había comentado ayer sobre la rutina, y para simplificar, Joe le había dicho que se entrenaba para una maratón.
En realidad, sólo le gustaba la tranquila soledad de correr. Sin mencionar, que se deleitaba con la libertad que había llegado a apreciar mientras corría. Ah… tal gloriosa libertad. El saber que podría continuar, con nada más que el agotamiento físico para detenerlo.
Y, por supuesto, un equipo de alguaciles armados de Estados Unidos si se alejaba a más de dieciséis kilómetros de casa.
Un tecnicismo menor.
Joe rápidamente se había percatado de que existía un inconveniente con su rutina de correr, algo que había comprendido cerca de los cuatro kilómetros la primera mañana: El dispositivo de monitoreo electrónico atado a su tobillo raspaba como una perra al correr. Probó rociar un poco de talco en él, pero todo lo que consiguió fue un desorden blanco que lo dejó oliendo como un bebé. Y si había algo a lo que un soltero convencido en sus treinta no necesitaba oler, era a bebés. Una mujer olía a un poco de eso y repentinamente toda clase de relojes biológicos salían de su siesta y comenzaban a sonar con fuerza.
Pero, como Joe muy bien sabía, un hombre podía tener problemas peores que irritaciones y talco de bebé. Un hombre podía ser arrestado, supongamos, procesado por múltiples cargos federales y terminar en prisión. O podía enterarse de que su terca y molesta hermana gemela casi se había hecho matar trabajando con el FBI como parte de un acuerdo para obtener su libertad anticipada de dicha prisión.
Todavía quería estrangular a Jordan por eso.
Joe revisó su reloj y aceleró el ritmo para el último medio kilómetro de su carrera. Según los términos de su detención domiciliaria, le permitían noventa minutos al día para diligencias personales, siempre y cuando se quedase dentro de un radio de dieciséis kilómetros de su domicilio. Técnicamente, se suponía que usaba esos noventa minutos para comprar comida e ir a la lavandería, pero había comprendido cómo funcionaba el sistema: Ordenaba sus compras por internet y se las entregaban en su puerta, y utilizaba la tintorería localizada en el vestíbulo del rascacielos donde vivía. Eso le daba noventa minutos al día fuera de su apartamento de lujo, noventa minutos donde la vida parecía casi normal.
Esa noche, logró regresar a su edificio con ocho minutos de sobra. Pudo haber jugado con el sistema, pero no estaba dispuesto a probarlo. Dios no permitiese que se retrasase por un calambre en la pierna y una alarma se activara en el monitor de su tobillo. Lo que menos necesitaba era a un equipo SWAT asaltando la playa y colocándole unas esposas sólo porque no había estirado correctamente.
La ráfaga de aire caliente golpeó a Joe en cuanto entró al sofocante edificio. O quizás fue simplemente el saber que su entrada por esas puertas significaba que estaría atrapado en su apartamento por las siguientes veintidós horas y treinta y dos minutos.
Sólo tres días más, se recordó a sí mismo.
En poco más de setenta y dos horas, había comenzado a pensar en términos de horas después de sus días en prisión, oficialmente sería un hombre libre.
Suponiendo, por supuesto, que la Oficina del Fiscal General cumpliera con su parte del trato, lo cual era una gran suposición. Se podría afirmar con cierta seguridad que él y la Oficina del Fiscal General no estaban en los mejores términos estos días, a pesar de los acuerdos que habían hecho con su hermana en cuanto a su liberación anticipada del Centro Correccional Metropolitano, la prisión federal donde había servido cuatro meses de una condena de dieciocho. Ellos, después de todo, lo habían llamado “terrorista” tanto en el tribunal como ante los medios, y en la libreta de Joe, eso le conseguía a la gente un billete de ida a su lista de mierda. Porque un “terrorista” como cualquier imbécil con un diccionario sabía, es una persona que usa la violencia, el terror, y la intimidación para lograr un resultado.
Él, por otra parte, había acabado involucrándose por su estupidez.
Miles, el portero, comprobó su reloj cuando Joe pasó por el escritorio del vestíbulo.
—¿Ni siquiera puedes tomarte un descanso un sábado por la noche?
—No hay descanso para el malvado —contestó Joe con una sonrisa fácil.
Se metió en el ascensor y presionó el botón hacia el piso treinta y cuatro, el ático. Justo antes de que las puertas se cerrasen, entró un hombre a finales de sus veinte vistiendo pantalones vaqueros y un jersey de esquí. Parpadeó reconociendo a Joe cuando lo vio pero no dijo nada mientras presionaba el botón hacia el piso veintitrés.
Montaron en el ascensor en silencio, pero Joe sabía que eso no duraría. Al final, el otro tipo le diría algo. Algunos lo ignoraban, otros le chocaban los cinco, pero siempre decían algo.
Cuando el ascensor llegó al piso veintitrés, el tipo lo recorrió con la mirada un instante antes de salir.
—Por si sirve de algo, pensé que todo el asunto fue bastante gracioso.
Uno de los que le chocaban los cinco.
—Demasiado malo que no estuvieras en el gran jurado —replicó Joe.
Montó el elevador hacia el último piso, espacio que compartía con otros dos áticos de lujo. Entró en el apartamento, se quitó la chaqueta sudada de nailon que llevaba puesta, y la lanzó a la espalda de uno de los taburetes de la barra delante del mostrador de su cocina. Por instrucciones suyas, el lugar había sido diseñado como un espacio abierto, exceptuando los dormitorios juntos, generando una percepción espaciosa que se complementaba con ventanas panorámicas que corrían a lo largo de dos paredes. Contaba con una vista espectacular del lago, aunque durante la mayor parte del día todo era aburrido y gris. Lo equivalente a Chicago en marzo.
—Si alguna vez tienes que hacer un trato de nuevo para que pueda cumplir mi condena en arresto domiciliario —Había bromeado con su hermana Jordan, cuando ella y su padre lo visitaron la semana pasada—, asegúrate de que los Federales incluyan una cláusula que diga que pasaré los meses de invierno en una playa en Malibú.
A su padre, a quien aparentemente no le había hecho gracia, salió de la habitación para atender una llamada telefónica.
—Demasiado pronto —había dicho Jordan, negando.
—Tú no tienes problemas para hacer bromas de la prisión —recalcó Joe a la defensiva. De hecho, su hermana había desarrollado últimamente una molesta destreza natural por ellas.
Jordan había sacudido la galleta de la señora Fields que había sustraído de una lata en su despensa.
—Sí, pero sé desde que teníamos tres años que eres un imbécil. Extrañamente, le tomó mucho tiempo a papá comprender eso. —Le había sonreído dulcemente mientras daba otro mordisco.
—Gracias. Hey, genio, esa galleta tiene cinco meses —Joe se había reído entre dientes cuando su hermana tomó desesperadamente una toalla de papel.
Más tarde, cuando salía por la puerta, Jordan había vuelto a tratar el asunto, más seriamente esta vez.
—No te preocupes por papá. Lo aceptará al final.
Joe esperaba que Jordan tuviera razón. En gran parte, su padre había manejado de forma pública el arresto de Joe y su condena tan bien como cabía esperar. Como Jordan, Paul había estado presente en todas las sesiones del tribunal de Joe y lo había visitado en prisión cada semana. Aun así, las cosas estaban un poco incómodas con su padre estos días, y no había duda de que una conversación de hombre a hombre estaba en la agenda.
En algún momento.
Empujando aquella cuestión temporal a un lado, Joe se quitó la ropa de ejercicio y tomó una ducha rápida. Revisó su reloj y vio que contaba con una buena media hora antes de que llegasen sus visitas, por lo que se instaló en el escritorio de su oficina para leer las noticias nocturnas en su monitor de pantalla plana de treinta pulgadas.
Después de leer detenidamente las noticias nacionales, examinó rápidamente la sección de Tecnología del Wall Street Journal. Exhaló irritado cuando vio que su próxima aparición en el tribunal era la segunda historia en la página.
Al menos no había sido uno de los titulares, aunque no dudaba que su fotografía estaría otra vez estampada en todos los diarios el próximo martes, cuando el juez pronunciara la moción del gobierno. Era ridículo, realmente, que un error estúpido, sí, la había jodido, lo admitía completamente, hubiera llamado tanto la atención. La gente infringía la ley todos los días. Bueno, varias leyes federales en su caso, pero aun así.
Joe ignoró la noticia del Wall Street Journal, no necesitaba recordar los espeluznantes detalles. Sabía muy bien lo que había hecho, diablos, medio mundo sabía lo que había hecho. En términos legales, había sido declarado culpable de múltiples cargos por el envío de códigos maliciosos para causarle daño a computadoras protegidas. En términos técnicos, lenguaje que prefería por encima de toda esa jerga legal, cinco meses atrás había orquestado un ataque de denegación de servicios contra una red global de comunicaciones a través del uso de un “botnet”, una red de computadoras infectadas vía software nocivo sin el conocimiento o consentimiento de sus dueños.
O, en el lenguaje común, había hackeado Twitter y causado la caída del sitio durante dos días en lo que fue indudablemente el movimiento más estúpido de su vida.
Y todo había empezado con una mujer.
Había conocido a Daniela, una modelo de Victoria’s Secret que vivía en Nueva York, en la exposición de arte de un amigo en Soho, y habían congeniado de inmediato. Ella era hermosa, tenía un aprecio genuino por el arte y la fotografía, podía hablar apasionadamente sobre el tema por horas, y no se tomaba a sí misma demasiado en serio. Habían pasado juntos el fin de semana entero en Nueva York, un torbellino de sexo, restaurantes, bares, y diversión, que era lo único que Joe había estado buscando en ese momento.
Habían comenzado a salir casualmente a larga distancia después de eso, con Joe volando a Nueva York un par de veces durante los siguientes meses para encontrarse con Daniela, y la prensa sensacionalista había comenzado a chismear sobre su relación. La supermodelo y el heredero multimillonario.
—Imagina eso. Mi hermano está saliendo con otra modelo —Jordan lo había llamado para decirle eso después de haber visto que él y Daniela habían sido mencionados en la columna de Scene and Heard del Tribune—. ¿Alguna vez piensas diversificar tu portafolio? —le había preguntado ella con sequedad.
—¿Por qué? —Le había dicho él con total naturalidad—. Me gusta salir con modelos.
—No lo suficiente como para presentárnosla a mí o a papá —le había respondido ella.
Su hermana siempre tenía la forma más irritante de señalarle cosas como esas.
Era cierto, nunca había tenido una relación a largo plazo, y había una razón simple para eso: Le gustaba estar soltero. Como debería. Durante el transcurso de los últimos nueve años, se había adaptado a su vida en la Jonas Corporation, trepando por la escalera corporativa hasta convertirse en el vicepresidente ejecutivo de seguridad en la red. Trabajaba duro, pero también le gustaba jugar duro, y no veía una razón para atarse a una mujer. Siempre mantenía las cosas claras y fáciles, nunca prometía nada más que pasar un buen rato sin importar cuánto tiempo durase.
Sin embargo, el comentario de Jordan lo fastidió. La vida de soltero había comenzado a hacerlo sentir un poco... viejo a veces. Seguro, un hombre en su posición generalmente nunca tenía problemas para conocer mujeres, pero comenzaba a preguntarse si los encuentros casuales y citas ardientes eran suficientes. Siempre había asumido que se asentaría en algún punto; había crecido en una familia feliz, cariñosa y sabía que era algo que quería para sí al final, de modo que pensaba, quizás, que era hora de dar algunos pasos hacia esa meta.
Con eso en mente, había comenzado a pasar más fines de semana con Daniela, ya fuese volando a Nueva York para visitarla o pagando para que ella viniera a Chicago. No era tan ingenuo como para pensar que su relación era perfecta, pero en los nueve años que había jugado en ese campo, le había faltado encontrar ese llamado “encaje perfecto” con una mujer. Así que ignoró esas preocupaciones, después de todo, a un hombre le podría ir mucho peor que tener a una modelo de Victoria’s Secret en su cama de forma asidua.
Pero aproximadamente a los seis meses de su relación, cuando Daniela le preguntó sobre conocer a su familia, Joe vaciló. Porque nunca antes les había presentado una mujer, eso le parecía un paso enorme. Gigantesco. Por años, habían sido solamente ellos tres: Su padre, Jordan y él. Juntos habían navegado bajo el foco, a menudo surrealista, en el que habían sido empujados por la riqueza de su padre y, milagrosamente, habían llegado casi normales al otro lado. Así que, a pesar del hecho que había estado saliendo con Daniela más tiempo que con cualquier otra, e incluso había usado dos veces la palabra novia al describirla, se sintió atrapado por lo que había cambiado de tema sin darle una repuesta directa.
Quizá ésa había sido la primera señal de problemas.
La semana siguiente, Daniela lo había llamado, hablando tan rápido que apenas pudo comprenderla con su acento brasileño. Le dijo que había sido elegida para un video de música, algo que la entusiasmaba mucho, ya que quería hacer la transición hacia la actuación. En su camino a Los Ángeles, había sorprendido a Joe deteniéndose en Chicago por una noche para celebrar. Un pensamiento dulce, pero lamentablemente, él había tenido un conflicto de trabajo esa tarde.
—Debiste llamarme primero, esta noche cenaré con todo mi equipo administrativo —le había informado él disculpándose. Como vicepresidente ejecutivo de la seguridad en la red, le gustaba reunirse al menos dos veces al año con sus gerentes en un ambiente no laboral—. Hablaremos sobre prevención de intrusiones, control de acceso a la red, y la respuesta a las amenazas de los productos —le había guiñado el ojo— cosas muy sexys.
Daniela mostró un nulo interés en el tema, lo cual era bastante usual. En verdad, a Joe le faltaba hallar a una chica que mostrase algún interés genuino por su trabajo, aunque muchas estaban bastante cautivadas por el ático y el Mercedes SLS AMG que éste se permitía.
—Pero si te lo hubiera dicho, no habría sido una sorpresa —Daniela hizo un mohín—. ¿No puedes saltártelo? ¿Qué hará tu padre? ¿Encerrarte porque no fuiste a una reunión con un grupo de nerds informáticos?
Como era lógico, ese comentario no le había caído muy bien a Joe.
Quizá sus conversaciones se perdían en la traducción, o tal vez a ella realmente no le importaba. Pero Daniela nunca había parecido entender que su trabajo en Rhodes Corporation era un puesto real. No hacía alarde de sí mismo, pero era una estrella brillante en la compañía, y no porque fuera el hijo del jefe. Era, simplemente, así de bueno en lo que hacía.
Nueve años atrás, Joe habían tenido sus razones, razones muy privadas y personales, para dejar su programa de doctorado y unirse a Jonas Corporation, pero la razón por la que se había quedado en la compañía tanto tiempo era debido a la experiencia de trabajo. En su industria, no había mejor hombre de quien aprender que Grey Rhodes, el imperio de mil millones de dólares que había construido desde cero era prueba concreta de eso.
Habiendo dicho eso, no todo había ido viento en popa. Su padre podía ser el director general de la compañía, pero Joe era responsable de la seguridad de las redes e insistía en su autonomía: manejaba su departamento de la forma que quería. Era verdad, de vez en cuando él y su padre chocaban cabezas y se pisaban los dedos el uno al otro… bueno, en realidad, eso pasaba mucho. Pero eran profesionales, y arreglaban las cosas del mismo modo que otros directores generales y vicepresidentes ejecutivos arreglaban sus asuntos. Su padre respetaba sus opiniones y había llegado a ver a Joe como su mano derecha.
El problema era que Joe ya no quería ser su mano derecha. Era bueno, estaba listo, y en ascenso. Pero en Jonas Corporation, sólo podría haber uno a la cabeza. Y ese lugar estaba ocupado.
Él tenía ideas. Proyectos para el futuro que probablemente no correspondían con los de su padre. Y el momento para poner esos planes en marcha estaba llegando rápidamente.
Esa tarde, Daniela y él habían discutido sobre su comentario durante casi una hora. Al final, sin embargo, Joe había tratado de compensarla. Ella había volado a Chicago para sorprenderlo, después de todo. Él no quería pasar la noche entera peleando, sobre todo cuando hacía un par de semanas que no se veían.
—Te diré una cosa —le había dicho, rodeándola con sus brazos y tirando de ella más cerca—. Recogeré una botella de champaña cuando vuelva a casa de la reunión. Podemos tener una fiesta privada cuando vuelva.
—Aw, bebé, me tientas —le había respondido ella, besándole cariñosamente la mejilla—. Pero me siento como… ¿cuál es la expresión? Para pasarlo en grande esta noche. Creo que le haré a una llamada a Janelle. Está en Chicago para una sesión con Macy. Recuerdas a Janelle, ¿verdad? La conociste en Nueva York la noche que tomamos unas copas en Boom Boom Room… —Su voz se desvaneció mientras ingresaba al cuarto de baño, cargando su enorme bolsa de maquillaje.
Esa noche, Daniela no regresó a casa de Joe hasta las cinco de la mañana, sólo media hora antes de que él se despertara para su carrera diaria. Había entrado en su casa con la llave que él le había dado y se había desmayado completamente en su cama, sobre las sábanas y roncando, con sus Christian Louboutins todavía puestos. Joe no se molestó en despertarla, y ella ya se había ido a L.A., para cuando él volvió a casa del trabajo.
Ésa había sido probablemente la segunda señal de problemas.
Él no tuvo noticias de Daniela por los siguientes cuatro días. Al principio, asumió que estaba ocupada con la filmación del video musical, pero cuando no devolvió ninguna de sus llamadas o mensajes del texto, comenzó a preocuparse. Sabía que ella algunas veces se divertía sin limitarse con sus amigos, y comenzó a tener visiones de pesadilla de ella convirtiéndose en una de esas historias trágicas reportadas en Access Hollywood, la supermodelo que bebió en exceso y murió cuando entró al baño del hotel y dejó caer su bolsa de cinco mil kilos de maquillaje en su cabeza.
En la cuarta noche de su viaje, finalmente obtuvo una respuesta.
Vía Twitter.
@JoeJonas Sient q no vya a fncionr xa nstrs. Regrso a LA xa rlajarm cn alguien q conocí. Piens q ers una dulzra xo habls dmasiad sobre ordnadors10.
Joe tenía que otorgarle cierto crédito; se necesitaba habilidad, además de no tener corazón y un abuso serio de la lengua inglesa, para romper con alguien en menos de 140 caracteres. Ella ni siquiera había tenido la decencia de enviarle un mensaje privado; nop, acababa de twittear esa mierda de forma pública y todos los que quisieran podían verlo. Pero eso no era lo peor. Veinte minutos más tarde, Daniela le envió otro mensaje, esta vez con un enlace de video de ella besándose con la estrella de cine Scott Casey en un jacuzzi.
Eso había apestado.
Joe sintió que le habían golpeado las tripas cuando vio el video. Sabía que habían tenido sus problemas, pero lo que Daniela había hecho era ni más ni menos… despiadado. Sobre todo porque había logrado hacerle parecer un total y completo imbécil. Podía ver los tabloides:
¡¡¡TORRIDO ESCÁNDALO EN UN SAUNA!!!
Supermodelo Engaña a Heredero Multimillonario.
Él trabajaba en computadoras, sabía lo qué sucedería, el video se volvería viral en cuestión de minutos. Entre la mojada supermodelo con un bikini diminuto, la estrella de cine, y el hecho de que la maldita cosa era incluso cinematográficamente agradable con la vista arrolladora de las colinas de Hollywood al fondo; todo el mundo lo vería.
No en su guardia.
10 Siento que no vaya a funcionar para nosotros. Regreso a LA para relajarme con alguien que conocí. Pienso que eres una dulzura pero hablas demasiado sobre ordenadores
Joe agarró la botella de whisky del bar que tenía en su oficina central y tomó un trago. Y cuatro más después de ese por si acaso. Un pensamiento seguía sonando en su cabeza.
Jódete Daniela.
Podía no ser una estrella de cine, o el presidente de una corporación multimillonaria, o la portada del Time o del Newsweek, pero no era un perdedor. Era Joe Jonas, y era un dios de la tecnología. Su especialidad era la seguridad de la red, por el amor de Dios, simplemente hackearía Twitter, suprimiría el tweet de Daniela y el video del sitio, y nadie nunca lo descubriría.
Y podría haber salido impune, si sólo se hubiera detenido allí.
Excepto que en alguna parte a lo largo del camino, mientras estaba sentado en su computadora con su vaso en la mano, ebrio y furioso, mirando fijamente ese tweet, ese estúpido tweet de fue divertido mientras duró: pero jódete, tuvo un momento de claridad inducido por el whisky. Se dio cuenta de que el problema real yacía en los medios sociales en sí mismos, en la perpetuación de un mundo en el cual la gente se había vuelto tan antisocial que creían que las rupturas con menos de 140 caracteres eran aceptables.
Por lo que hizo colapsar completamente la página web.
En realidad, no fue tan difícil. Para él, por supuesto. Todo lo que necesitó fue un virus informático listo y unos cincuenta mil ordenadores infectados sin saberlo, y puso manos a la obra.
-Tomen eso, twitteros.
Después que la página web colapsó, decidió cortar con todo. Lanzó su laptop, su pasaporte, y una muda de ropa a una mochila y se la colgó a la espalda, tomó un vuelo nocturno hacia Tijuana, y procedió a emborracharse completamente con tequila barato durante los siguientes dos días.
—¿Por qué Tijuana? —le había preguntado Jordan durante el alboroto que siguió a su arresto.
—Parecía ser el tipo de lugar en el que una persona podría ir sin que le hicieran preguntas —le había explicado con un encogimiento de hombros.
Y ciertamente, lo era. En Tijuana, nadie sabía, o le importaba, quién era. No era el tipo que había sido engañado por su ex novia supermodelo. No era un heredero, un nerd, un hombre de negocios, un hijo, o un hermano. No era nadie, y a él le gustaron las cuarenta y ocho horas de anonimato, ser el hijo de un multimillonario lo había privado de aquella libertad hacía mucho tiempo.
En la segunda noche de su viaje, Joe estaba sentado en el bar que había hecho su hogar por los últimos dos días, cuidando lo que había decidido sería su último trago de la noche. Nunca se había ido de juerga antes y, como la mayoría de los hombres, lo había encontrado como un medio efectivo para ocuparse de sus problemas. Pero tarde o temprano, tendría que regresar al mundo real.
El cantinero, Esteban, le disparó a Joe una mirada de reojo mientras limpiaba algunos vasos.
—¿Crees que van a agarrar a ese tipo? —le preguntó con un fuerte acento mexicano.
Joe parpadeó sorprendido. Eran más palabras de las que Esteban le había dirigido en dos días. Momentáneamente debatió si esa pregunta violaba alguna política de no hacer preguntas, entonces finalmente la encontró aceptable. Después de todo, no era como si estuvieran hablando de él.
—¿A qué tipo? —preguntó.
—A ese terrorista de tweeder —respondió Esteban.
Joe agitó su vaso delante de él.
—No tengo idea de lo que es un tweeder, o cómo aterrorizar a uno, pero suena como a una gran historia, amigo.
—Oh, eres un tipo chistoso, ¿eh? —Esteban señaló una televisión montada en la pared detrás de Joe—. Twee-ter, pendejo.
Por curiosidad, Joe observó la televisión y vio un noticiero mexicano. Sus cuatro años de español en la secundaria fueron de poca ayuda; la locutora hablaba demasiado rápido como para que comprendiera lo que decía. Pero cuatro palabras escritas en negrita en la parte inferior de la pantalla no necesitaban traducción.
El Terrorista de Twitter.
Joe se atragantó con su tequila.
Oh... mierda. Contempló la pantalla con creciente frustración mientras trataba de comprender lo que el reportero decía. Era difícil, en particular por el hecho que estaba completamente ebrio, pero logró atrapar las palabras policía y FBI.
Su estómago se revolvió, y apenas logró apartarse de la barra antes de expulsar los siete chupitos de tequila, empalando en el proceso su frente en un cactus antes invisible.
Eso lo despejó sumamente rápido.
En pánico, se abrió paso volviendo a la posada barata en la que había alquilado un cuarto con dinero en efectivo, ninguna identificación había sido necesaria, y llamó a la única persona con la que podía contar estando completamente borracho en Tijuana, con la frente sangrando, y siendo buscado por el FBI.
—Jordo, la jodí —dijo tan pronto ella contestó el teléfono.
Probablemente al oír la ansiedad en su voz, ella llegó al meollo del asunto.
—¿Lo puedes solucionar?
Joe supo que tenía que hacerlo, lo antes posible. Así que tan pronto como colgó el teléfono, encendió su laptop y detuvo el ataque del botnet al servicio.
Había sólo un problema: Esta vez el FBI lo estaba esperando.
Y contaban con nerds de computadoras, también.
A la mañana siguiente, Joe, sobrio y abochornado, cargó su mochila en su espalda y tomó un taxi hacia el aeropuerto de Tijuana. Hubo un momento antes de embarcarse, cuando entregó su boleto al asistente del vuelo de Aeroméxico, cuando pensó, no tengo que regresar. Pero huir no era la respuesta. Supuso que un hombre necesitaba responsabilizarse de esos momentos en la vida cuando uno actúa como un redomado idiota, pase lo que pase.
Cuando el avión aterrizó en el Aeropuerto O'Hare, los asistentes de vuelo les pidieron a los pasajeros que se quedaran en sus asientos. Sentado ocho filas detrás, Joe observó cómo dos hombres vistiendo trajes estándar, claramente agentes del FBI, abordaron el avión y le entregaron un documento al piloto.
—Sip, ése sería yo —exclamó Joe, tomando su mochila que estaba debajo del asiento delante de él.
El hombre mayor hispanoamericano que se sentaba junto a él bajó la voz a un susurro.
—¿Drogas?
—Twitter — le susurró Joe.
Él se puso de pie, mochila en mano, y asintió a los agentes del FBI que se habían detenido en su fila.
—Buenos días, caballeros.
El agente más joven le tendió su mano, completamente profesional.
—Entregue la computadora, Jonas.
—Supongo que nos saltaremos las amabilidades —le respondió Joe, entregando su mochila.
El agente mayor tiró bruscamente los brazos de Joe a su espalda y le colocó las esposas. Mientras le leían sus derechos, Joe vio momentáneamente lo que tenían que ser cincuenta pasajeros tomándole fotos con sus celulares, fotos que más tarde bombardearían todo Internet.
Y desde ese momento en adelante, dejó de ser Joe Jonas, el hijo del multimillonario, y se convirtió en Joe Jonas, el Terrorista de Twitter.
Probablemente no era la mejor manera de forjarse un nombre.
Lo llevaron a las oficinas del FBI en el centro y lo abandonaron en el cuarto de interrogatorios durante dos horas. Él llamó a sus abogados, quienes llegaron rápidamente y muy serios establecieron los cargos que el FBI planeaba presentar a la Oficina del Fiscal. Media hora después de que se fueran sus abogados, fue trasladado al Centro Correccional Metropolitano para su fichaje.
—Tienes a una visita, Jonas —le informó el guardia esa misma tarde.
Lo condujeron a una celda, donde esperó en una mesa de acero intentando acostumbrarse a verse con esposas y un mono naranja. Cuando la puerta se abrió y su hermana entró, él sonrió tímidamente.
—Jordo —dijo, su apodo para ella cuando eran niños.
Ella se acercó y lo abrazó fuertemente, un ejercicio algo embarazoso con las esposas. Luego ella retrocedió y le abofeteó la frente con la palma de su mano.
—Tú, idiota.
Joe se restregó la frente.
—Ouch. Allí es donde el cactus me golpeó.
—¿En qué estabas pensando? —demandó ella.
En el curso de las dos semanas siguientes, esa fue la pregunta que le harían a Joe cientos de veces, amigos, familiares, sus abogados, la prensa, y cualquier persona que se lo cruzara por la calle. Se podría decir que tenía algo que ver con el orgullo, o su ego, o el hecho que siempre había tenido algo de mal genio cuándo le provocaban. Pero al final, realmente se reducía a una cosa.
—Yo sólo... cometí un error —admitió honestamente a su hermana. No era el primer hombre en reaccionar exageradamente cuando descubría que su chica lo engañaba, ni sería el último. Desafortunadamente, había estado en la posición única para echar a perder todo a un nivel global.
—Le dije a los abogados que me declararé culpable —le informó. No tenía sentido desperdiciar el dinero de los contribuyentes por un simulacro de juicio, o desperdiciar su dinero en los honorarios adicionales de los abogados. Especialmente porque no tenía defensa.
—Están diciendo en las noticias que probablemente irás a la cárcel. —La voz de Jordan se quebró en la última palabra, y sus labios temblaron.
Diablos, no. La última vez que Joe había visto a su hermana llorar había sido nueve años atrás, tras la muerte de su madre, y estaría condenado si la dejaba hacer eso ahora. Él apuntó con énfasis.
—Escúchame, Jordo, porque ésta es la única vez que te diré esto. Búrlate de mí, haz todos los chistes que quieras, llámame idiota, pero no derrames ni una lágrima por esto. ¿Entendido? Pase lo que pase, lo manejaré.
Jordan asintió y respiró profundamente.
—Bien. —Lo examinó, notando las esposas y el mono anaranjado. Entonces inclinó su cabeza inquisitivamente—. Entonces, ¿cómo estuvo México?
Joe le dio una gran sonrisa y le tiró de la barbilla.
—Eso está mejor. —Volvió al tema en el que había evitado pensar desde que lo arrestaron—. ¿Cómo se tomó papá la noticia?
Jordan le lanzó una mirada familiar un tanto torcida.
—¿Recuerdas tu segundo año, la noche que saliste por la ventana de la cocina para ir a la fiesta de Jenny Garrett?
Joe se encogió. Como no acordarse. Había dejado la ventana abierta para poder regresar fácilmente, y su padre había bajado a investigar después de oír un ruido extraño. Había encontrado que Joe no estaba y a un mapache comiendo Cacao Puffs en la despensa.
—Tan malo, ¿eh?
Jordan apretó su hombro.
—Yo diría que veinte veces peor.
Mierda.
* * * * *
Después de terminar de revisar las noticias de la noche, Joe cayó en el error de comprobar su correo electrónico. Su dirección de correo electrónico en la Jonas Corporation era accesible desde el sitio Web, y aunque ya no trabajaba para la compañía, había presentado su renuncia escrita el día que le dieron libertad bajo fianza y evitado la incomodidad de su padre de tener que despedirlo, los mensajes que recibió allí fueron retransmitidos a su cuenta personal.
Todos los días desde que había sido puesto en libertad, había recibido cientos de mensajes: Pedidos de entrevistas de la prensa, correos ofensivos de algunas personas muy enfadadas que seriamente necesitaban tomarse un descanso de Twitter (Hey @JoeJonas—¡¡¡APESTAS, imbécil!!!!!), y extrañas insinuaciones coquetas de mujeres al azar que parecían demasiado interesadas en conocer a un ex convicto.
Después de revisar para asegurarse que no hubiera nada de real importancia que necesitara contestar, Joe eliminó la totalidad de los correos electrónicos. No daría entrevistas, el correo ofensivo no era digno de contestarse, y aunque podía haber estado preso durante cuatro meses y medio, el más largo período de celibato en su vida adulta, encontraba generalmente prudente evitar tener relaciones sexuales con gente loca.
El teléfono de su casa sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Dio dos timbrazos, indicando que la llamada provenía de la oficina de seguridad en el vestíbulo de abajo.
—Dex está aquí para verte —le indicó Miles, el portero, cuándo Kyle contestó el teléfono, refiriéndose al mejor amigo de Joe, Gavin Dexter. Dex era un visitante frecuente de Casa Rhodes, y Miles consecuentemente había descartado la rutina de “Señor Dexter” años atrás.
—Y tiene a varios amigos consigo —prosiguió Miles con una nota de diversión.
—Gracias, Miles. Hazlos a subir.
Dos minutos más tarde, Joe abrió la puerta y encontró a su mejor amigo y a un grupo de al menos veinte personas en su umbral. El grupo dejó salir un fuerte grito de alegría cuándo lo vieron.
Dex sonrió.
—Si Joe Jonas no puede venir a la fiesta, entonces la fiesta vendrá a Joe Jonas —Palmeó a Joe en el hombro, al estilo campechano—. Bienvenido a casa, amigo.
* * * * *
Cerca de la medianoche, Joe finalmente tuvo la posibilidad de escapar del gentío. Sus veintiún invitados casi se habían triplicado, y el ático estaba lleno ahora.
Necesitando algunos momentos a solas, Joe se marchó sigilosamente a su oficina, donde tenía una pequeña barra, y se sirvió un vaso de whisky. Bebió un sorbo y cerró los ojos, saboreando el momento antes de que necesitase regresar a la fiesta. A sus llamados amigos.
Ninguno de ellos, exceptuando a Dex, se molestaron en visitarlo en prisión.
El Centro Correccional Metropolitano, o MCC11, como los residentes lo llamaban, estaba convenientemente ubicado en el centro de la ciudad de Chicago, y Joe había estado allí cuatro meses. Sin embargo, en todo ese tiempo, sólo tres personas habían ido a visitarlo: Su padre, su hermana, y Dex. Para todos los demás, él había estado lejos. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Aparentemente, Joe Jonas no era el hombre del momento cuando vivía en la Cárcel en lugar de en un ático.
Aquellos cuatro meses en los que estuvo encerrado fueron una auténtica revelación. Al principio estuvo enojado, después decidió que no valía la pena el esfuerzo. Ahora comprendió el tipo de amigos que eran, gente con quienes se divertía y festejaba, pero no había nada más profundo que eso. Él seguiría adelante, nunca más caería en el error de pensar otra cosa.
Muchas cosas habían cambiado desde el día en que Joe había sido arrestado, y sinceramente, no estaba seguro de haberlo procesado por completo. Cinco meses atrás, había tenido una carrera acertada en Rhodes Corporation, salía con una modelo de Victoria’s Secret, y había pensado que tenía un círculo de amigos con quienes podría contar. Ahora no tenía trabajo, ninguna perspectiva, ya que nadie en su campo consideraría alguna vez contratar a un hacker convicto con antecedentes penales.
Y no hacía falta ser un genio tecnológico para saber que había dado su primer paso en falso.
Claramente, él y las relaciones no se mezclaban bien. Su primer y único intento real de compromiso serio y lo habían engañado, lo habían dejado públicamente y había acabado en prisión. Pero aunque estaba tentado de culpar a Daniela de todo, no la podía culpar de su estupidez. Había sido el idiota que había hackeado Twitter; nadie lo había obligado a hacer eso. Tampoco la podía culpar por terminar con su relación. Sí, era una perra de corazón frío por la forma que había elegido para terminar las cosas. Pero había comprendido, mientras pasaba despierto esas frías y largas noches en la prisión, que él sólo había tenido un pie en la relación desde el principio. Se había convencido de que estaba listo para un compromiso, pero él, y la mitad del mundo libre, habían visto lo equivocado que estaba sobre eso.
Era un error que no repetiría. Al menos, no durante mucho, mucho tiempo.
Pero había una parte positiva: era genial no comprometerse. ¿Aventuras casuales? Él sacudió esa escena. ¿Sexo? Sin duda alguna nunca había tenido una queja. Así que de ahora en adelante, permanecería en su vereda. Haciendo lo que hacía mejor. Citas, flirteos, seducciones, sexo sin limitaciones, poniendo todo sobre la mesa. Sin embargo cualquier sentimiento más profundo que una sensación de bienestar quedaba fuera.
En ese instante, Dex asomó su cabeza en la oficina.
—Pensé que podrías estar aquí dentro —dijo, entrando en la habitación.
Joe sostuvo en alto su vaso.
—Entré por una recarga. Creí que sería mejor que enfrentarme a la multitud allí afuera.
—¿Es demasiado la fiesta?
Joe se alejó del escritorio y se encaminó hacia la puerta. Tal vez la fiesta era un poco demasiado, pero reconocía que Dex había tenido buenas intenciones.
—Para nada —mintió con una sonrisa fácil—. La fiesta es justo lo que necesitaba.
— ¿Qué piensas que dirán tus amigos en la Oficina del Fiscal si se enterasen de esto? —le preguntó Dex con una sonrisa.
—Hey, esto se llama arresto domiciliario. Estoy en mi casa, ¿verdad? —Y mientras acatara los acuerdos de su libertad condicional, le importaba una mierda lo que la Oficina del Fiscal pensara. En tres días, estaría libre de ellos.
—Hablando de tus amigos... Selene Márquez acaba de llegar —le informó Dex—. Está preguntando por ti.
—¿En serio? —Joe conocía bien a Selene, bastante bien. Tenía veinticinco años, era modelo con sede en Chicago, trabajaba localmente e intentaba irrumpir en la escena de Nueva York, y tenía unas piernas que llegaban al cielo. Daniela, él y Selene se habían reunido de vez en cuando y siempre habían pasado un buen rato.
—Tal vez debería ir a decirle hola. Ser un buen anfitrión y eso —Joe alzó una ceja curiosa— ¿Cómo se ve?
—Bueno, si fuera un ex convicto despojado de sexo que hubiese estado encerrado en prisión los últimos cuatro meses, diría que se ve bastante bien —Dex se golpeó la cabeza—. Oh... espera.
—Eso es muy gracioso, amigo. Hacer bromas de un lugar donde viví con miedo constante de ser acuchillado.
La expresión de Dex cambió, y se vio instantáneamente abochornado.
—Eso está mejor. —Volvió al tema en el que había evitado pensar desde que lo arrestaron—. ¿Cómo se tomó papá la noticia?
Jordan le lanzó una mirada familiar un tanto torcida.
—¿Recuerdas tu segundo año, la noche que saliste por la ventana de la cocina para ir a la fiesta de Jenny Garrett?
Joe se encogió. Como no acordarse. Había dejado la ventana abierta para poder regresar fácilmente, y su padre había bajado a investigar después de oír un ruido extraño. Había encontrado que Joe no estaba y a un mapache comiendo Cacao Puffs en la despensa.
—Tan malo, ¿eh?
Jordan apretó su hombro.
—Yo diría que veinte veces peor.
Mierda.
* * * * *
Después de terminar de revisar las noticias de la noche, Joe cayó en el error de comprobar su correo electrónico. Su dirección de correo electrónico en la Jonas Corporation era accesible desde el sitio Web, y aunque ya no trabajaba para la compañía, había presentado su renuncia escrita el día que le dieron libertad bajo fianza y evitado la incomodidad de su padre de tener que despedirlo, los mensajes que recibió allí fueron retransmitidos a su cuenta personal.
Todos los días desde que había sido puesto en libertad, había recibido cientos de mensajes: Pedidos de entrevistas de la prensa, correos ofensivos de algunas personas muy enfadadas que seriamente necesitaban tomarse un descanso de Twitter (Hey @JoeJonas—¡¡¡APESTAS, imbécil!!!!!), y extrañas insinuaciones coquetas de mujeres al azar que parecían demasiado interesadas en conocer a un ex convicto.
Después de revisar para asegurarse que no hubiera nada de real importancia que necesitara contestar, Joe eliminó la totalidad de los correos electrónicos. No daría entrevistas, el correo ofensivo no era digno de contestarse, y aunque podía haber estado preso durante cuatro meses y medio, el más largo período de celibato en su vida adulta, encontraba generalmente prudente evitar tener relaciones sexuales con gente loca.
El teléfono de su casa sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Dio dos timbrazos, indicando que la llamada provenía de la oficina de seguridad en el vestíbulo de abajo.
—Dex está aquí para verte —le indicó Miles, el portero, cuándo Kyle contestó el teléfono, refiriéndose al mejor amigo de Joe, Gavin Dexter. Dex era un visitante frecuente de Casa Rhodes, y Miles consecuentemente había descartado la rutina de “Señor Dexter” años atrás.
—Y tiene a varios amigos consigo —prosiguió Miles con una nota de diversión.
—Gracias, Miles. Hazlos a subir.
Dos minutos más tarde, Joe abrió la puerta y encontró a su mejor amigo y a un grupo de al menos veinte personas en su umbral. El grupo dejó salir un fuerte grito de alegría cuándo lo vieron.
Dex sonrió.
—Si Joe Jonas no puede venir a la fiesta, entonces la fiesta vendrá a Joe Jonas —Palmeó a Joe en el hombro, al estilo campechano—. Bienvenido a casa, amigo.
* * * * *
Cerca de la medianoche, Joe finalmente tuvo la posibilidad de escapar del gentío. Sus veintiún invitados casi se habían triplicado, y el ático estaba lleno ahora.
Necesitando algunos momentos a solas, Joe se marchó sigilosamente a su oficina, donde tenía una pequeña barra, y se sirvió un vaso de whisky. Bebió un sorbo y cerró los ojos, saboreando el momento antes de que necesitase regresar a la fiesta. A sus llamados amigos.
Ninguno de ellos, exceptuando a Dex, se molestaron en visitarlo en prisión.
El Centro Correccional Metropolitano, o MCC11, como los residentes lo llamaban, estaba convenientemente ubicado en el centro de la ciudad de Chicago, y Joe había estado allí cuatro meses. Sin embargo, en todo ese tiempo, sólo tres personas habían ido a visitarlo: Su padre, su hermana, y Dex. Para todos los demás, él había estado lejos. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Aparentemente, Joe Jonas no era el hombre del momento cuando vivía en la Cárcel en lugar de en un ático.
Aquellos cuatro meses en los que estuvo encerrado fueron una auténtica revelación. Al principio estuvo enojado, después decidió que no valía la pena el esfuerzo. Ahora comprendió el tipo de amigos que eran, gente con quienes se divertía y festejaba, pero no había nada más profundo que eso. Él seguiría adelante, nunca más caería en el error de pensar otra cosa.
Muchas cosas habían cambiado desde el día en que Joe había sido arrestado, y sinceramente, no estaba seguro de haberlo procesado por completo. Cinco meses atrás, había tenido una carrera acertada en Rhodes Corporation, salía con una modelo de Victoria’s Secret, y había pensado que tenía un círculo de amigos con quienes podría contar. Ahora no tenía trabajo, ninguna perspectiva, ya que nadie en su campo consideraría alguna vez contratar a un hacker convicto con antecedentes penales.
Y no hacía falta ser un genio tecnológico para saber que había dado su primer paso en falso.
Claramente, él y las relaciones no se mezclaban bien. Su primer y único intento real de compromiso serio y lo habían engañado, lo habían dejado públicamente y había acabado en prisión. Pero aunque estaba tentado de culpar a Daniela de todo, no la podía culpar de su estupidez. Había sido el idiota que había hackeado Twitter; nadie lo había obligado a hacer eso. Tampoco la podía culpar por terminar con su relación. Sí, era una perra de corazón frío por la forma que había elegido para terminar las cosas. Pero había comprendido, mientras pasaba despierto esas frías y largas noches en la prisión, que él sólo había tenido un pie en la relación desde el principio. Se había convencido de que estaba listo para un compromiso, pero él, y la mitad del mundo libre, habían visto lo equivocado que estaba sobre eso.
Era un error que no repetiría. Al menos, no durante mucho, mucho tiempo.
Pero había una parte positiva: era genial no comprometerse. ¿Aventuras casuales? Él sacudió esa escena. ¿Sexo? Sin duda alguna nunca había tenido una queja. Así que de ahora en adelante, permanecería en su vereda. Haciendo lo que hacía mejor. Citas, flirteos, seducciones, sexo sin limitaciones, poniendo todo sobre la mesa. Sin embargo cualquier sentimiento más profundo que una sensación de bienestar quedaba fuera.
En ese instante, Dex asomó su cabeza en la oficina.
—Pensé que podrías estar aquí dentro —dijo, entrando en la habitación.
Joe sostuvo en alto su vaso.
—Entré por una recarga. Creí que sería mejor que enfrentarme a la multitud allí afuera.
—¿Es demasiado la fiesta?
Joe se alejó del escritorio y se encaminó hacia la puerta. Tal vez la fiesta era un poco demasiado, pero reconocía que Dex había tenido buenas intenciones.
—Para nada —mintió con una sonrisa fácil—. La fiesta es justo lo que necesitaba.
— ¿Qué piensas que dirán tus amigos en la Oficina del Fiscal si se enterasen de esto? —le preguntó Dex con una sonrisa.
—Hey, esto se llama arresto domiciliario. Estoy en mi casa, ¿verdad? —Y mientras acatara los acuerdos de su libertad condicional, le importaba una mierda lo que la Oficina del Fiscal pensara. En tres días, estaría libre de ellos.
—Hablando de tus amigos... Selene Márquez acaba de llegar —le informó Dex—. Está preguntando por ti.
—¿En serio? —Joe conocía bien a Selene, bastante bien. Tenía veinticinco años, era modelo con sede en Chicago, trabajaba localmente e intentaba irrumpir en la escena de Nueva York, y tenía unas piernas que llegaban al cielo. Daniela, él y Selene se habían reunido de vez en cuando y siempre habían pasado un buen rato.
—Tal vez debería ir a decirle hola. Ser un buen anfitrión y eso —Joe alzó una ceja curiosa— ¿Cómo se ve?
—Bueno, si fuera un ex convicto despojado de sexo que hubiese estado encerrado en prisión los últimos cuatro meses, diría que se ve bastante bien —Dex se golpeó la cabeza—. Oh... espera.
—Eso es muy gracioso, amigo. Hacer bromas de un lugar donde viví con miedo constante de ser acuchillado.
La expresión de Dex cambió, y se vio instantáneamente abochornado.
—Rayos, soy un idiota. No debí haber dicho... —Hizo una pausa, notando la sonrisa de Joe— Y... me estás tomando el pelo totalmente, ¿verdad?
—Sí. Ahora, como un ex convicto que estuvo encerrado en prisión los últimos cuatro meses, creo que veré por mí mismo cómo se ve Selene —Joe agarró el hombro de Dex mientras salía—. Gracias, Dex. Por todo. No lo olvidaré.
Dex asintió, sabiendo exactamente lo que él quería decir. Habían sido amigos desde la universidad, y no necesitaban decir nada más.
—En cualquier momento.
Joe dejó la oficina y se abrió paso por el gentío. Encontró a Selene en el vestíbulo de la puerta principal, viéndose espectacular en un mini vestido plateado y tacones de ocho centímetros.
Ella sonrió cuando vio a Joe acercándose.
—Ésta es una gran fiesta.
Los ojos de Joe la recorrieron.
—Ese es un gran vestido.
—Gracias, lo llevo puesto especialmente para la ocasión. —Ella dio un paso más cerca, bajando su voz a un ronco susurro—. Tal vez después, pueda mostrarte lo que hay debajo de esto. —Se deslizó por delante de él, su mano rozó provocativamente la suya, y se dirigió a la fiesta.
Joe miró por encima de su hombro, observando el balanceo de sus caderas mientras se marchaba.
Así es como deberían ser las cosas. Simples. Fáciles. Sin sentimientos enmarañados o confusos.
Podía no entender todo desde que había salido de prisión, pero al menos sabía eso.
—Sí. Ahora, como un ex convicto que estuvo encerrado en prisión los últimos cuatro meses, creo que veré por mí mismo cómo se ve Selene —Joe agarró el hombro de Dex mientras salía—. Gracias, Dex. Por todo. No lo olvidaré.
Dex asintió, sabiendo exactamente lo que él quería decir. Habían sido amigos desde la universidad, y no necesitaban decir nada más.
—En cualquier momento.
Joe dejó la oficina y se abrió paso por el gentío. Encontró a Selene en el vestíbulo de la puerta principal, viéndose espectacular en un mini vestido plateado y tacones de ocho centímetros.
Ella sonrió cuando vio a Joe acercándose.
—Ésta es una gran fiesta.
Los ojos de Joe la recorrieron.
—Ese es un gran vestido.
—Gracias, lo llevo puesto especialmente para la ocasión. —Ella dio un paso más cerca, bajando su voz a un ronco susurro—. Tal vez después, pueda mostrarte lo que hay debajo de esto. —Se deslizó por delante de él, su mano rozó provocativamente la suya, y se dirigió a la fiesta.
Joe miró por encima de su hombro, observando el balanceo de sus caderas mientras se marchaba.
Así es como deberían ser las cosas. Simples. Fáciles. Sin sentimientos enmarañados o confusos.
Podía no entender todo desde que había salido de prisión, pero al menos sabía eso.
Zuly González
Re: About that night
Hola! primera lectoraaaa!
me encanta como escribeees!
Denise murio :c
siguelaaa
pd: si quieres pasate tambien por mis noves, los links estan en mi firma ;) estoy haciendo audiciones para una si quieres puedes pasarte por ahi tambien.
me encanta como escribeees!
Denise murio :c
siguelaaa
pd: si quieres pasate tambien por mis noves, los links estan en mi firma ;) estoy haciendo audiciones para una si quieres puedes pasarte por ahi tambien.
EmilyBorja:p
Re: About that night
CAPITULO 4
Rylann casi había terminado de deshacer sus maletas antes de darse cuenta de que su ropa colgada no llenaba ni la mitad del armario.
Claramente, su subconsciente necesitaba ponerse al corriente.
Su nuevo apartamento en Chicago tenía exactamente uno de cada cosa: un dormitorio, un estudio, un vestidor, una plaza de aparcamiento, un juego de platos, un cepillo de dientes y, lo más importante, un propietario. No había otra mitad.
Tomó varios de sus trajes del estante superior y los colgó en el lado vacío del armario. Después pensó que se veían tristes y patéticos tan solos, así que colgó algunos suéteres del estante encima de ellos para rellenar. Luego sus pantalones de yoga y ropa de entrenamiento.
Todavía no era suficiente.
Se apresuró a volver a su habitación, donde había una maleta abierta en la cama, sacó dos vestidos negros de cóctel que eran parte de su vestimenta estándar para eventos nocturnos. En San Francisco, había sido miembro activo del Colegio de Abogados de California, incluso había servido en el comité de ética y como parte de eso, a menudo asistía a cócteles y cenas con los grandes de la comunidad jurídica de la ciudad. Como una de los asistentes del fiscal de San Francisco, fiscales que manejaban crímenes federales y eran considerados como la mejor élite de abogados en el sistema de justicia criminal, era un círculo en el que se movía cómodamente.
Pero tenía que encontrar nuevos círculos en estos días. Ya que, después de todo, ése era el objetivo de haberse mudado a Chicago.
Rylann colgó los vestidos de cóctel en un estante junto a los trajes y dio un paso atrás para examinar el resultado. Con la mezcla ecléctica de suéteres, trajes ropa de entrenamiento, y vestidos, no era el armario más organizado que hubiera visto, pero serviría.
Veinte minutos antes, cuando se había tomado un breve momento para deshacer la maleta, vaciló un segundo. Había tropezado con el vestido, ese vestido escarlata con cuello en V que había usado la noche de La Propuesta Que Nunca Fue, un vestido que probablemente debería haber quemado por su mal karma, excepto por el hecho que hacía que su pecho se viera más grande. Mal karma o no, era un bonito vestido mágico.
Además, Rylann dudaba que Jon, su ex-novio, alguna vez tuviera los ojos llorosos en su apartamento de Roma al mirar la ropa que llevaba puesta en su última noche como pareja, ¿por qué iba a hacerlo ella? De hecho, dada su total falta de contacto a lo largo de los últimos cinco meses, se aventuró a pensar que él ni siquiera recordaba lo que había estado usando.
Rylann se detuvo, dándose cuenta de que tampoco recordaba lo que él había estado usando.
Sí. Era un progreso.
Tenía un plan de seis meses para superar a su ex y estuba contenta de ver que estaba dentro del calendario. En realidad, era antes de lo previsto, había planeado que por dos días tendría una recaída temporal después de su traslado a Chicago, pero hasta el momento parecía estar haciéndolo muy bien.
Traje gris oscuro, camisa azul, la corbata a rayas que le había comprado "sólo porque sí" el día después de que se habían mudado juntos.
Maldita sea. Se acordaba de lo que él había usado esa noche.
En su plan de seis meses, se suponía que debía olvidar detalles como esos. La forma de su pelo, el mismo que sobresalía de la parte posterior de su cabeza todas las mañanas. Las manchas color oro en sus ojos avellana. Cómo se había retorcido en su asiento cuando le había dicho que no sabía si quería casarse.
En realidad, probablemente recordaría ese detalle en especial por un largo tiempo.
Estaban cenando en Jardinière, un romántico restaurante en el centro de San Francisco. Jon había planeado la cena como una sorpresa, sin darle ninguna pista. Pero cuando se sentaron y él pidió una botella de Cristal champagne12, ella lo supo. Era cierto que ambos disfrutaban del vino, y habían comprado botellas de vino y champán en el pasado, pero el Cristal iba más allá de su habitual derroche. Sólo podía significar una cosa.
Él se lo iba a proponer.
Perfecta sincronización, había sido el primer pensamiento de Rylann. Era septiembre, lo que significaba que tendría nueve meses para planificar su boda en junio. No era que quisiera particularmente junio, pero tenía problemas de trabajo en los cuales pensar: dos de las asistentes femeninas del fiscal en su oficina dieron la noticia de que estaban embarazadas y planeaban pedir su licencia de maternidad en mayo. Si ella y Jon se casaban en junio, después de que las AUSAs13 volvieran a la oficina, podrían tomarse dos semanas enteras para su luna de miel sin sentirse culpable por darle a alguien más un número extra de casos.
Después de que el camarero sirvió el champán, Jon chocó su copa con la suya.
Por un nuevo comienzo dijo con una mirada pícara.
Rylann sonrió.
Por un nuevo comienzo.
Cada uno tomó un sorbo, luego Jon se inclinó sobre la mesa y le tomó la mano. Como siempre, se veía guapo con su traje y con el pelo oscuro perfectamente peinado. En la muñeca llevaba el reloj que ella le había comprado para su último cumpleaños. Había gastado más dinero en el regalo de lo que pretendía, pero él parecía extrañamente desanimado por los treinta y cinco, y había decidido derrochar dinero para animarlo.
Así que, hay algo que quiero preguntarte Él le acarició los dedos con el pulgar. Sabes que mi último cumpleaños fue significativo para mí. Desde entonces, he estado pensando mucho acerca de la dirección en que mi vida se dirige. Y a pesar de que sé qué es lo quiero, creo que estoy asustado porque es un gran paso. Hizo una pausa y respiró hondo.
Rylann le apretó la mano para tranquilizarlo.
Estás nervioso.
Él se rio entre dientes.
Un poco, tal vez.
—Sólo déjalo salir bromeó ella. Ya tenemos el champán.
Con eso, Jon la miró a los ojos.
Quiero mudarme a Italia.
Rylann parpadeó.
A Italia? repitió ella.
Jon asintió, las palabras le salieron más fácil ahora.
Se ha abierto un puesto en nuestra oficina en Roma, y ya puse mi nombre. Alzó las manos y se echó a reír como un niño que acababa de decir que a iba a Disneylandia. ¡Italia! ¿Cuán grandioso es eso?
Eso es... algo Rylann negó mentalmente, tratando de darle sentido a las cosas. Jon era socio de McKinzey Consulting, y había trabajado duro para llegar allí. A veces, recientemente, su trabajo lo hacía parecer apático, pero nunca, ni una vez había mencionado su traslado a Italia.
¿A qué viene todo esto? preguntó ella, sintiéndose como si estuviera hablando con un simple conocido y no con el hombre con el que había estado saliendo durante los últimos tres años.
Jon tomó un abundante sorbo de champán.
Ha estado en mi mente por un rato. No sé... tengo 35 años, y nunca he hecho nada. Fui a la facultad; conseguí un trabajo. Eso básicamente resume mi vida hizo un gesto sin importancia hacia ella— lo mismo que tú.
Rylann sintió un destello de actitud defensiva ante eso.
Me mudé a San Francisco después de la facultad de derecho, sin conocer una sola persona aquí. Diría que soy bastante aventurera.
¿Aventurera? se burló Jon. Te mudaste aquí porque conseguiste un empleo con el juez federal de apelaciones. Además, eso fue hace siete años. Tal vez sea hora de una nueva aventura Agarró su mano de nuevo. Piensa en ello. Podremos conseguir un apartamento cerca de la Piazza Navona14. ¿Recuerdas la trattoria15 que encontramos allí, la del toldo amarillo? Te encantó ese lugar.
Bueno, sí, lo hizo. Es un lugar agradable para visitar en vacaciones.
Y aquí viene el sarcasmo —dijo Jon, reclinándose en su silla.
Rylann detuvo otro chiste que salía de su lengua. Bastante justo. El sarcasmo no iba a ayudar a la situación en ese mismo momento.
—Sólo estoy tratando de ponerme al día aquí. Este plan de Italia me parece que no puede venir de la nada.
—Bueno, tenías que saber que algo estaba pasando, con el champán y todo —dijo Jon.
Rylann lo miró fijamente. Wow. Él realmente no tenía ni idea.
—Pensé que me ibas a proponer matrimonio.
El silencio siguió, tenía que ser uno de los momentos más incómodos y embarazosos de su vida. De repente, supo que Italia era el menor de sus problemas.
—No pensé que el matrimonio fuera algo que quisieras —dijo Jon finalmente.
Rylann se alejó con incredulidad.
—¿Qué quieres decir? Hemos hablado de casarnos. Incluso hemos hablado acerca de tener hijos.
También hemos hablado de conseguir un perro y comprar un nuevo sofá para la sala de estar —dijo Jon—. Hablamos de un montón de cosas.
¿Esa es tu respuesta? —preguntó Rylann—. ¿Hablamos de un montón de cosas?
Era seguro decir que el tono sarcástico estaba de vuelta.
—Pensé que estabas enfocada en tu carrera —dijo Jon.
Rylann ladeó la cabeza. Hombre, realmente estaba aprendiendo toda clase de cosas interesantes esta noche.
—No era consciente de que tener una familia y una carrera eran términos mutuamente excluyentes.
Jon se movió incómodamente en su silla.
—Sólo quería decir que supuse que el matrimonio y los niños eran algo para más tarde. Tal vez.
Rylann captó la última palabra que él pronunció. Era cierto, se había centrado en su carrera en los últimos siete años, y no tenía ningún remordimiento al respecto. Y tampoco, francamente, dejaría de estar orientada a su carrera. Por mucho que le gustasen los típicos planes, no había sentido la necesidad de apresurar las cosas con Jon. No tenía un cronograma específico en mente, simplemente había supuesto que iban a casarse y comenzar una familia en algún momento a mediados de sus treinta. Pero ahora, al ver la forma en que él jugaba incómodo con su copa de champán, se dio cuenta de que esa situación se había convertido en un “si” no en un “cuando.” Y no estaba dispuesta a conformarse con eso.
—¿Tal vez? —le preguntó ella.
Jon movió su mano, haciendo un gesto hacia el restaurante lleno de gente.
¿Realmente necesitamos tener esta conversación ahora?
Sí, yo creo que sí.
Está bien. ¿Qué quieres que te diga, Ry? He estado teniendo dudas. El matrimonio es un montón de trabajo. Los niños son mucho trabajo. Yo ya me mato en mi trabajo. Gano buen dinero, pero nunca tengo tiempo para disfrutarlo. No voy a abandonar o a tomar un permiso para ausentarme en esta economía, por lo que este traslado parecía la oportunidad perfecta para hacer algo por mí mismo. —Se inclinó y su expresión era seria—. No hagas un drama mayor de esto de lo que tiene que ser. Te amo. Al final del día, ¿no es lo que realmente importa? Ven conmigo a Italia.
Pero Rylann se sentó allí, mirando fijamente sus ojos castaños oscuro, sabía que no era así de simple.
—Jon... Sabes que no puedo ir.
—¿Por qué no?
—Por un lado, soy asistente del fiscal federal. Y pienso que no tienen una gran cantidad de puestos de trabajo de esos en Roma.
Él se encogió de hombros.
—Gano un montón de dinero. No necesitas trabajar.
Rylann agudizó su mirada.
—Si supuestamente estoy enfocada en mi carrera, eso me haría venderme por ese viaje, ¿no es así?
Jon se recostó en su silla, sin decir nada por un momento.
—¿Así que eso es todo? —Hizo un gesto furioso—. El ir a Italia no encaja en tu plan de diez años o lo que sea, ¿así que sólo vas a elegir tu trabajo sobre mí?
En realidad, se trataba de un plan de doce años, y desprenderse de todo para trasladarse a Roma, sin trabajo y sin perspectivas definitivamente no era para ella, pero Jon estaba dejando convenientemente a un lado la cuestión.
—Mudarse a Italia podría ser tu sueño, pero... no es el mío —dijo ella.
—Tenía la esperanza de que pudiera ser nuestro sueño.
¿En serio? Rylann apoyó los brazos sobre la mesa. En algún momento, esto había comenzado a sentirse como un interrogatorio.
—Dijiste que solicitaste el traslado. ¿Les dijiste que necesitabas discutirlo conmigo antes de que te comprometieras a ir?
Jon miró a Rylann a los ojos con una mirada de culpa que ella reconocía bien, una que había visto varias veces en la cara de sus acusados enjuiciados.
—No —dijo en voz baja.
Eso apoyó su caso.
* * * * *
Casi seis meses después de esa noche, Rylann estaba sentada en el suelo de la sala, desenvolviendo media vajilla Villeroy & Boch16, que ella y Jon habían comprado por capricho. Jon había insistido en tener el conjunto de diez, pero como un final "púdrete, tú y tu compasión," sólo había tomado su parte. Ahora, sin embargo, estaba preguntándose qué diablos haría con un conjunto de vajilla incompleto.
Maldito orgullo.
Su móvil sonó, así que puso el acertijo de la vajilla en espera. Buscó por el suelo y finalmente encontró su teléfono bajo una pila de papel de embalaje.
Comprobó la pantalla y vio que era Rae.
—Hola, tú.
—¿Cómo va el nuevo apartamento? —preguntó Rae.
Rylann puso el teléfono en su hombro, liberando sus manos para poder continuar desembalando la caja mientras hablaba.
—Sobre todo en estos momentos es un desastre, he comenzado tarde. Pasé el día paseando por ahí, conociendo el vecindario. —Y casi se había congelado el trasero con su pequeño abrigo. Al parecer, nadie le había dicho a la ciudad de Chicago que estaban en primavera—. Si mal no recuerdo, alguien se había ofrecido a venir a ayudarme a desembalar —dijo en broma.
Rae sonó culpable.
—Lo sé. Soy la peor amiga del mundo. Todavía estoy atrapada en el trabajo. Tengo un juicio sumario en marcha para la próxima semana, y el borrador que me envió el de segundo año es un pedazo de mierda. He estado reescribiendo la declaración de hechos toda la tarde. Pero creo que puedo estar allí en unas horas. Mira el lado positivo, tengo pastelitos.
Rylann sacó un plato de postre de la caja.
—Ooh, estupendo. Podemos comer en mi conjunto muy elegante e incompleto de vajilla —Miró a su alrededor— en serio, ¿qué voy hacer con cinco partes de un juego de vajilla?
—Podrías... ¿hacer una elaborada cena para mi novio imaginario, para tu novio imaginario, y para un tercer amigo imaginario quien aparentemente nunca tiene nada mejor que hacer?
Ouch.
—No te burles. Después de que Jon y yo nos separamos y se mudó a Roma, yo era ese tercer amigo en la rueda —dijo Rylann. Sus amigos más cercanos en San Francisco habían sido amigos de la "pareja," y después de la ruptura, simplemente no los tuvo más. Ésa era una de las muchas razones por las que había estado buscando un nuevo comienzo en Chicago—. Al menos en esta ciudad, yo soy la primera rueda. Un monociclo.
Rae echó a reír.
—Es un negocio muy complicado, monociclo. Sobre todo en la treintena.
—No es como si nunca lo hubiera hecho antes de Jon. ¿Qué tan diferente puede ser?
—Oh, tanta ingenuidad —Rae suspiró dramáticamente—. Recuerdo cuando yo también era tan optimista e ingenua —Su tono se volvió más serio— ¿Crees que estás lista para todo esto?
Rylann miró el estado caótico de su apartamento, su nuevo apartamento, las palabras de Jon vinieron a su cabeza.
Tal vez es hora de una nueva aventura.
—Creo que tengo que estarlo —le dijo a Rae.
Porque había una pieza final del plan de seis meses y estaba absolutamente decidida a seguir adelante con esto.
Sin arrepentimientos, y sin mirar atrás.
CAPITULO 5
Claramente, su subconsciente necesitaba ponerse al corriente.
Su nuevo apartamento en Chicago tenía exactamente uno de cada cosa: un dormitorio, un estudio, un vestidor, una plaza de aparcamiento, un juego de platos, un cepillo de dientes y, lo más importante, un propietario. No había otra mitad.
Tomó varios de sus trajes del estante superior y los colgó en el lado vacío del armario. Después pensó que se veían tristes y patéticos tan solos, así que colgó algunos suéteres del estante encima de ellos para rellenar. Luego sus pantalones de yoga y ropa de entrenamiento.
Todavía no era suficiente.
Se apresuró a volver a su habitación, donde había una maleta abierta en la cama, sacó dos vestidos negros de cóctel que eran parte de su vestimenta estándar para eventos nocturnos. En San Francisco, había sido miembro activo del Colegio de Abogados de California, incluso había servido en el comité de ética y como parte de eso, a menudo asistía a cócteles y cenas con los grandes de la comunidad jurídica de la ciudad. Como una de los asistentes del fiscal de San Francisco, fiscales que manejaban crímenes federales y eran considerados como la mejor élite de abogados en el sistema de justicia criminal, era un círculo en el que se movía cómodamente.
Pero tenía que encontrar nuevos círculos en estos días. Ya que, después de todo, ése era el objetivo de haberse mudado a Chicago.
Rylann colgó los vestidos de cóctel en un estante junto a los trajes y dio un paso atrás para examinar el resultado. Con la mezcla ecléctica de suéteres, trajes ropa de entrenamiento, y vestidos, no era el armario más organizado que hubiera visto, pero serviría.
Veinte minutos antes, cuando se había tomado un breve momento para deshacer la maleta, vaciló un segundo. Había tropezado con el vestido, ese vestido escarlata con cuello en V que había usado la noche de La Propuesta Que Nunca Fue, un vestido que probablemente debería haber quemado por su mal karma, excepto por el hecho que hacía que su pecho se viera más grande. Mal karma o no, era un bonito vestido mágico.
Además, Rylann dudaba que Jon, su ex-novio, alguna vez tuviera los ojos llorosos en su apartamento de Roma al mirar la ropa que llevaba puesta en su última noche como pareja, ¿por qué iba a hacerlo ella? De hecho, dada su total falta de contacto a lo largo de los últimos cinco meses, se aventuró a pensar que él ni siquiera recordaba lo que había estado usando.
Rylann se detuvo, dándose cuenta de que tampoco recordaba lo que él había estado usando.
Sí. Era un progreso.
Tenía un plan de seis meses para superar a su ex y estuba contenta de ver que estaba dentro del calendario. En realidad, era antes de lo previsto, había planeado que por dos días tendría una recaída temporal después de su traslado a Chicago, pero hasta el momento parecía estar haciéndolo muy bien.
Traje gris oscuro, camisa azul, la corbata a rayas que le había comprado "sólo porque sí" el día después de que se habían mudado juntos.
Maldita sea. Se acordaba de lo que él había usado esa noche.
En su plan de seis meses, se suponía que debía olvidar detalles como esos. La forma de su pelo, el mismo que sobresalía de la parte posterior de su cabeza todas las mañanas. Las manchas color oro en sus ojos avellana. Cómo se había retorcido en su asiento cuando le había dicho que no sabía si quería casarse.
En realidad, probablemente recordaría ese detalle en especial por un largo tiempo.
Estaban cenando en Jardinière, un romántico restaurante en el centro de San Francisco. Jon había planeado la cena como una sorpresa, sin darle ninguna pista. Pero cuando se sentaron y él pidió una botella de Cristal champagne12, ella lo supo. Era cierto que ambos disfrutaban del vino, y habían comprado botellas de vino y champán en el pasado, pero el Cristal iba más allá de su habitual derroche. Sólo podía significar una cosa.
Él se lo iba a proponer.
Perfecta sincronización, había sido el primer pensamiento de Rylann. Era septiembre, lo que significaba que tendría nueve meses para planificar su boda en junio. No era que quisiera particularmente junio, pero tenía problemas de trabajo en los cuales pensar: dos de las asistentes femeninas del fiscal en su oficina dieron la noticia de que estaban embarazadas y planeaban pedir su licencia de maternidad en mayo. Si ella y Jon se casaban en junio, después de que las AUSAs13 volvieran a la oficina, podrían tomarse dos semanas enteras para su luna de miel sin sentirse culpable por darle a alguien más un número extra de casos.
Después de que el camarero sirvió el champán, Jon chocó su copa con la suya.
Por un nuevo comienzo dijo con una mirada pícara.
Rylann sonrió.
Por un nuevo comienzo.
Cada uno tomó un sorbo, luego Jon se inclinó sobre la mesa y le tomó la mano. Como siempre, se veía guapo con su traje y con el pelo oscuro perfectamente peinado. En la muñeca llevaba el reloj que ella le había comprado para su último cumpleaños. Había gastado más dinero en el regalo de lo que pretendía, pero él parecía extrañamente desanimado por los treinta y cinco, y había decidido derrochar dinero para animarlo.
Así que, hay algo que quiero preguntarte Él le acarició los dedos con el pulgar. Sabes que mi último cumpleaños fue significativo para mí. Desde entonces, he estado pensando mucho acerca de la dirección en que mi vida se dirige. Y a pesar de que sé qué es lo quiero, creo que estoy asustado porque es un gran paso. Hizo una pausa y respiró hondo.
Rylann le apretó la mano para tranquilizarlo.
Estás nervioso.
Él se rio entre dientes.
Un poco, tal vez.
—Sólo déjalo salir bromeó ella. Ya tenemos el champán.
Con eso, Jon la miró a los ojos.
Quiero mudarme a Italia.
Rylann parpadeó.
A Italia? repitió ella.
Jon asintió, las palabras le salieron más fácil ahora.
Se ha abierto un puesto en nuestra oficina en Roma, y ya puse mi nombre. Alzó las manos y se echó a reír como un niño que acababa de decir que a iba a Disneylandia. ¡Italia! ¿Cuán grandioso es eso?
Eso es... algo Rylann negó mentalmente, tratando de darle sentido a las cosas. Jon era socio de McKinzey Consulting, y había trabajado duro para llegar allí. A veces, recientemente, su trabajo lo hacía parecer apático, pero nunca, ni una vez había mencionado su traslado a Italia.
¿A qué viene todo esto? preguntó ella, sintiéndose como si estuviera hablando con un simple conocido y no con el hombre con el que había estado saliendo durante los últimos tres años.
Jon tomó un abundante sorbo de champán.
Ha estado en mi mente por un rato. No sé... tengo 35 años, y nunca he hecho nada. Fui a la facultad; conseguí un trabajo. Eso básicamente resume mi vida hizo un gesto sin importancia hacia ella— lo mismo que tú.
Rylann sintió un destello de actitud defensiva ante eso.
Me mudé a San Francisco después de la facultad de derecho, sin conocer una sola persona aquí. Diría que soy bastante aventurera.
¿Aventurera? se burló Jon. Te mudaste aquí porque conseguiste un empleo con el juez federal de apelaciones. Además, eso fue hace siete años. Tal vez sea hora de una nueva aventura Agarró su mano de nuevo. Piensa en ello. Podremos conseguir un apartamento cerca de la Piazza Navona14. ¿Recuerdas la trattoria15 que encontramos allí, la del toldo amarillo? Te encantó ese lugar.
Bueno, sí, lo hizo. Es un lugar agradable para visitar en vacaciones.
Y aquí viene el sarcasmo —dijo Jon, reclinándose en su silla.
Rylann detuvo otro chiste que salía de su lengua. Bastante justo. El sarcasmo no iba a ayudar a la situación en ese mismo momento.
—Sólo estoy tratando de ponerme al día aquí. Este plan de Italia me parece que no puede venir de la nada.
—Bueno, tenías que saber que algo estaba pasando, con el champán y todo —dijo Jon.
Rylann lo miró fijamente. Wow. Él realmente no tenía ni idea.
—Pensé que me ibas a proponer matrimonio.
El silencio siguió, tenía que ser uno de los momentos más incómodos y embarazosos de su vida. De repente, supo que Italia era el menor de sus problemas.
—No pensé que el matrimonio fuera algo que quisieras —dijo Jon finalmente.
Rylann se alejó con incredulidad.
—¿Qué quieres decir? Hemos hablado de casarnos. Incluso hemos hablado acerca de tener hijos.
También hemos hablado de conseguir un perro y comprar un nuevo sofá para la sala de estar —dijo Jon—. Hablamos de un montón de cosas.
¿Esa es tu respuesta? —preguntó Rylann—. ¿Hablamos de un montón de cosas?
Era seguro decir que el tono sarcástico estaba de vuelta.
—Pensé que estabas enfocada en tu carrera —dijo Jon.
Rylann ladeó la cabeza. Hombre, realmente estaba aprendiendo toda clase de cosas interesantes esta noche.
—No era consciente de que tener una familia y una carrera eran términos mutuamente excluyentes.
Jon se movió incómodamente en su silla.
—Sólo quería decir que supuse que el matrimonio y los niños eran algo para más tarde. Tal vez.
Rylann captó la última palabra que él pronunció. Era cierto, se había centrado en su carrera en los últimos siete años, y no tenía ningún remordimiento al respecto. Y tampoco, francamente, dejaría de estar orientada a su carrera. Por mucho que le gustasen los típicos planes, no había sentido la necesidad de apresurar las cosas con Jon. No tenía un cronograma específico en mente, simplemente había supuesto que iban a casarse y comenzar una familia en algún momento a mediados de sus treinta. Pero ahora, al ver la forma en que él jugaba incómodo con su copa de champán, se dio cuenta de que esa situación se había convertido en un “si” no en un “cuando.” Y no estaba dispuesta a conformarse con eso.
—¿Tal vez? —le preguntó ella.
Jon movió su mano, haciendo un gesto hacia el restaurante lleno de gente.
¿Realmente necesitamos tener esta conversación ahora?
Sí, yo creo que sí.
Está bien. ¿Qué quieres que te diga, Ry? He estado teniendo dudas. El matrimonio es un montón de trabajo. Los niños son mucho trabajo. Yo ya me mato en mi trabajo. Gano buen dinero, pero nunca tengo tiempo para disfrutarlo. No voy a abandonar o a tomar un permiso para ausentarme en esta economía, por lo que este traslado parecía la oportunidad perfecta para hacer algo por mí mismo. —Se inclinó y su expresión era seria—. No hagas un drama mayor de esto de lo que tiene que ser. Te amo. Al final del día, ¿no es lo que realmente importa? Ven conmigo a Italia.
Pero Rylann se sentó allí, mirando fijamente sus ojos castaños oscuro, sabía que no era así de simple.
—Jon... Sabes que no puedo ir.
—¿Por qué no?
—Por un lado, soy asistente del fiscal federal. Y pienso que no tienen una gran cantidad de puestos de trabajo de esos en Roma.
Él se encogió de hombros.
—Gano un montón de dinero. No necesitas trabajar.
Rylann agudizó su mirada.
—Si supuestamente estoy enfocada en mi carrera, eso me haría venderme por ese viaje, ¿no es así?
Jon se recostó en su silla, sin decir nada por un momento.
—¿Así que eso es todo? —Hizo un gesto furioso—. El ir a Italia no encaja en tu plan de diez años o lo que sea, ¿así que sólo vas a elegir tu trabajo sobre mí?
En realidad, se trataba de un plan de doce años, y desprenderse de todo para trasladarse a Roma, sin trabajo y sin perspectivas definitivamente no era para ella, pero Jon estaba dejando convenientemente a un lado la cuestión.
—Mudarse a Italia podría ser tu sueño, pero... no es el mío —dijo ella.
—Tenía la esperanza de que pudiera ser nuestro sueño.
¿En serio? Rylann apoyó los brazos sobre la mesa. En algún momento, esto había comenzado a sentirse como un interrogatorio.
—Dijiste que solicitaste el traslado. ¿Les dijiste que necesitabas discutirlo conmigo antes de que te comprometieras a ir?
Jon miró a Rylann a los ojos con una mirada de culpa que ella reconocía bien, una que había visto varias veces en la cara de sus acusados enjuiciados.
—No —dijo en voz baja.
Eso apoyó su caso.
* * * * *
Casi seis meses después de esa noche, Rylann estaba sentada en el suelo de la sala, desenvolviendo media vajilla Villeroy & Boch16, que ella y Jon habían comprado por capricho. Jon había insistido en tener el conjunto de diez, pero como un final "púdrete, tú y tu compasión," sólo había tomado su parte. Ahora, sin embargo, estaba preguntándose qué diablos haría con un conjunto de vajilla incompleto.
Maldito orgullo.
Su móvil sonó, así que puso el acertijo de la vajilla en espera. Buscó por el suelo y finalmente encontró su teléfono bajo una pila de papel de embalaje.
Comprobó la pantalla y vio que era Rae.
—Hola, tú.
—¿Cómo va el nuevo apartamento? —preguntó Rae.
Rylann puso el teléfono en su hombro, liberando sus manos para poder continuar desembalando la caja mientras hablaba.
—Sobre todo en estos momentos es un desastre, he comenzado tarde. Pasé el día paseando por ahí, conociendo el vecindario. —Y casi se había congelado el trasero con su pequeño abrigo. Al parecer, nadie le había dicho a la ciudad de Chicago que estaban en primavera—. Si mal no recuerdo, alguien se había ofrecido a venir a ayudarme a desembalar —dijo en broma.
Rae sonó culpable.
—Lo sé. Soy la peor amiga del mundo. Todavía estoy atrapada en el trabajo. Tengo un juicio sumario en marcha para la próxima semana, y el borrador que me envió el de segundo año es un pedazo de mierda. He estado reescribiendo la declaración de hechos toda la tarde. Pero creo que puedo estar allí en unas horas. Mira el lado positivo, tengo pastelitos.
Rylann sacó un plato de postre de la caja.
—Ooh, estupendo. Podemos comer en mi conjunto muy elegante e incompleto de vajilla —Miró a su alrededor— en serio, ¿qué voy hacer con cinco partes de un juego de vajilla?
—Podrías... ¿hacer una elaborada cena para mi novio imaginario, para tu novio imaginario, y para un tercer amigo imaginario quien aparentemente nunca tiene nada mejor que hacer?
Ouch.
—No te burles. Después de que Jon y yo nos separamos y se mudó a Roma, yo era ese tercer amigo en la rueda —dijo Rylann. Sus amigos más cercanos en San Francisco habían sido amigos de la "pareja," y después de la ruptura, simplemente no los tuvo más. Ésa era una de las muchas razones por las que había estado buscando un nuevo comienzo en Chicago—. Al menos en esta ciudad, yo soy la primera rueda. Un monociclo.
Rae echó a reír.
—Es un negocio muy complicado, monociclo. Sobre todo en la treintena.
—No es como si nunca lo hubiera hecho antes de Jon. ¿Qué tan diferente puede ser?
—Oh, tanta ingenuidad —Rae suspiró dramáticamente—. Recuerdo cuando yo también era tan optimista e ingenua —Su tono se volvió más serio— ¿Crees que estás lista para todo esto?
Rylann miró el estado caótico de su apartamento, su nuevo apartamento, las palabras de Jon vinieron a su cabeza.
Tal vez es hora de una nueva aventura.
—Creo que tengo que estarlo —le dijo a Rae.
Porque había una pieza final del plan de seis meses y estaba absolutamente decidida a seguir adelante con esto.
Sin arrepentimientos, y sin mirar atrás.
CAPITULO 5
El lunes por la mañana, balanceando su maletín a su lado, Rylann bajó del ascensor en el piso veintiuno del Edificio Federal Dirksen. Se dirigió hacia un par de puertas de cristal que tenían el familiar sello del Departamento de Justicia; un águila llevando el escudo de Estados Unidos con el lema Qui Pro Domina Justitia Sequitur, “quien enjuicia en el nombre de la justicia”
Ver el sello, ayudaba a Rylann a estar a gusto. Claro, estaba un poco nerviosa por su primer día en la oficina de Chicago, y se sentía extraño ser la chica nueva del lugar otra vez, pero ya no era una joven litigante recién salida de una pasantía. Había procesado casos como asistente del fiscal en San Francisco durante los últimos seis años; había avanzado a su manera en la división de procesamiento especial, y tenía una de las mejores actas de juicio en el distrito.
Pertenecía detrás de esas puertas de cristal, se recordó. Y cuanto antes se lo demostrara a los demás, mejor se sentiría. Así que tomó un profundo y silencioso respiro, prometiéndose derribarlos, y entró en la oficina.
La recepcionista detrás del mostrador sonrió en señal de saludo.
—Es bueno verte de nuevo Rylann. La señorita Lynde dijo que empezabas hoy. Le haré saber que estás aquí.
—Gracias, Katie —Rylann dio un paso a un lado, de pie ante una fotografía panorámica del horizonte de Chicago. Estaba algo familiarizada con la oficina, habiendo hecho una visita el mes pasado cuando voló a la entrevista para el puesto vacante de AUSA. Emplazada a lo largo de cuatro pisos del Edificio Federal, la oficina empleaba aproximadamente a 170 abogados, dos docenas de asistentes legales, y un gran personal administrativo y de apoyo.
En cuanto al momento, Rylann había tenido suerte con este traslado. Había estado buscando un nuevo comienzo después de romper con Jon, y por ello se había sentido aliviada cuando escuchó que el Departamento de Justicia había abierto un nuevo puesto AUSA para el Distrito Norte de Illinois. Ya que se había criado en los suburbios de Chicago y siempre había considerado la posibilidad de regresar un día para estar más cerca de su familia y Rae, así que había tomado la oportunidad.
Rylann sonrió cuando vio una mujer atractiva con pelo castaño largo y una mirada de bienvenida en sus ojos aguamarina viniendo por el pasillo. Tal como lo había estado durante su entrevista, se sorprendió de lo relativamente joven que era Cameron Lynde para ser una Fiscal de treinta y tres años, sólo un año mayor que la misma Rylann. Antiguamente fue la mejor Asistente del Fiscal en Chicago, y Cameron había sido nombrada para el puesto después de que el ex Fiscal Federal, Silas Briggs, fuera arrestado y acusado de cargos de corrupción pública. El arresto de una figura política prominente había causado un gran revuelo; tanto dentro del Departamento de Justicia como en los medios de comunicación, y había sido el tema de los chismes entre todos los asistentes fiscales durante semanas.
En el momento de ser entrevistada, había sido una preocupación para Rylann el trasladarse a una oficina que recientemente había experimentado una conmoción significativa, pero se había ido de la reunión sólo con impresiones positivas de Cameron. Por lo que ella suponía, la nueva Fiscal era ambiciosa, estaba decidida y deseosa de restaurar el buen nombre la oficina de Chicago.
Cameron extendió la mano.
—Es bueno verte de nuevo, Rylann —dijo efusivamente—. Hemos estado contando los días para tu llegada —Hizo un gesto hacia la pila de expedientes que llevaba en la otra mano—. Como puedes ver, estamos inundados aquí. Ven conmigo, te mostraré tu oficina.
Mientras tenían una pequeña charla, Rylann siguió a Cameron a una escalera interior hacia el piso veinte. La configuración de la oficina era similar a la de San Francisco, con los asistentes fiscales en las oficinas exteriores, y el personal de apoyo y asistentes legales trabajando desde escritorios y cubículos en el espacio interior. Si recordaba correctamente, los veintisiete asistentes del fiscal en la división de procesamiento especial se encontraban en este piso.
—Así que cuando hablé con Bill después de tu entrevista —dijo Cameron, refiriéndose al anterior jefe de Rylann, el fiscal para el Distrito Norte de California—, me dijo que se supone que debo preguntarte por qué los agentes del FBI de San Francisco te llaman “Rylann, laboratorio de metanfetaminas”
Rylann gimió. Aunque secretamente, no le importaba mucho el apodo.
—Me pusieron ese apodo mi primer año en el trabajo, y nunca he podido sacármelo.
Cameron la miró curiosa.
—¿Entonces? Oigamos la historia.
—Te daré la versión abreviada. Fui segunda abogada en un caso múltiple de crimen organizado y drogas, y tenía previsto conocer a los dos agentes del FBI que habían manejado la investigación en ese laboratorio subterráneo de metanfetaminas. Lo que los agentes no mencionaron antes que llegara ahí fue que la única manera de entrar al laboratorio de metanfetaminas era escalar a través de una trampilla en el suelo y bajar una desvencijada escalera de cuatro metros y medio. Y como tenía que estar en el tribunal temprano esa mañana, se me ocurrió vestir un traje de falda y tacones. Muy inconveniente.
Cameron rio entre dientes.
—Vamos. Los agentes tuvieron que estar jugando contigo, ¿cómo pudieron olvidar mencionarlo?
Caminando al lado de Cameron, Rylann no estuvo en desacuerdo.
—Creo que podrían haber estado probando a la chica nueva, seguro
—¿Qué hiciste?
—Lo único que podía hacer —dijo Rylann con naturalidad—. Subí por la trampilla con mi traje de falda y bajé esa desvencijada escalera de cuatro metros y medio.
Cameron se rio.
—Bien por ti —Se detuvo frente a una oficina de tamaño medio—. Aquí estamos.
La placa de bronce fuera de la puerta lo decía todo:
RYLANN PIERCE
Asistente del fiscal
Rylann entró. No era una oficina glamurosa, con alfombrado azul oscuro y muebles bastante baratos, pero como asistente experimentada, al menos tenía vista del edificio Hancock y del Lago Michigan.
—Todo debería ser prácticamente igual a tu antigua oficina —dijo Cameron—. Afortunadamente, no tenemos que perder tiempo entrenándote en los teléfonos y el computador, ya que estás familiarizada con todo. Oh, una cosa de la que quería asegurarme: te has dado de alta en el Colegio de Abogados de Illinois, ¿cierto?
Rylann asintió.
—Sí. Estoy lista. —Había pasado el examen del Colegio de Abogados de Illinois el verano después de graduarse en la facultad de leyes y había vuelto al estatus activo tan pronto se enteró que había obtenido el puesto en Chicago.
—Perfecto. Con eso dicho… —Cameron le entregó el montón de archivos a Rylann—. Bienvenida a Chicago. —Ladeó la cabeza—. ¿Voy demasiado rápido?
—Para nada —le aseguró Rylann—. Sólo ponme en la dirección de las salas de audiencias, dime dónde está el Starbucks más cercano y estaré lista.
—El Starbucks está justo cruzando la calle, sigue la manada de gente escondiéndose de la oficina a las tres en punto cada tarde y lo encontrarás. Las salas de audiencias están desde el piso doce al dieciocho —Señaló el montón de archivos que tenía Rylann—. ¿Por qué no te tomas la mañana para revisar los expedientes de los casos? Siéntete libre de pasar por mi oficina esta tarde con cualquier pregunta que tengas.
—Eso suena bien, Cameron. Gracias.
—En realidad eres la primera asistente que contrato desde que asumí el cargo. ¿Cómo lo estoy haciendo hasta ahora con el discurso de bienvenida?
—Nada mal. La parte en la que me ablandaste preguntándome acerca de la historia del laboratorio de metanfetaminas fue un toque agradable.
Con una carcajada, Cameron la miró con aprobación.
—Creo que vas a encajar muy bien aquí, Rylann —Se detuvo en la puerta antes de salir—. Casi lo olvido. Probablemente deberías revisar el archivo de arriba primero, es una vista para mañana temprano. Al asistente que originalmente manejaba el caso le reprogramaron inesperadamente un juicio para esta semana, así que necesito a alguien en los procesamientos especiales para cubrirlo. Es una petición de mutuo acuerdo, así que espero que no tengas ningún problema. Habrá reporteros, pero ve sólo con la respuesta usual, que estamos satisfechos con la resolución del asunto, no tenemos más comentarios, ese tipo de cosas. Has estado haciendo esto por un tiempo, así que conoces la rutina.
La abogada en Rylann estuvo instantáneamente intrigada. ¿Reporteros por una petición de mutuo acuerdo? ¿Qué clase de caso es este? Curiosa, abrió la carpeta de arriba del montón de archivos y leyó el título.
Estados Unidos contra Joseph Jonas.
Gracias a Dios, sus seis años como abogada litigante le habían dado una buenísima cara de póker; de otra manera, su mandíbula habría golpeado en el suelo en ese mismo momento.
Debe ser una broma.
Sólo con ver el nombre salieron repentinamente a la luz una oleada de recuerdos. Increíbles ojos cafes oscuros y una sonrisa sexy. El delgado y musculoso cuerpo hecho para el pecado. Esa boca cubriendo la de ella mientras se apretaba más cerca de él a la luz de la luna.
Probablemente no era el mejor momento para dejarle saber a su nueva jefa, en su primer caso, que había besado a la parte demandada.
—El caso del terrorista de Twitter —dijo Rylann casualmente. Seguro, estaba sorprendida por el giro inesperado de estos acontecimientos, pero nadie más sabía eso. Hubo un tiempo en el que Joe Jonas había hecho que su corazón dejara de latir con sólo un beso, pero eso fue casi una década atrás. Ahora era Rylann “Laboratorio de Metanfetaminas”, y en el trabajo, nunca dejaba que nadie la viera nerviosa.
—Pensé que sería una cosa divertida para darle a la chica nueva. —Cameron se detuvo fuera de la puerta—. Siéntete libre de pasar por mi oficina en cualquier momento. Mi puerta siempre está abierta.
Después de que se fuera, Rylann miró hacia abajo a la ficha policial de Joe que estaba con clips en la parte superior del archivo. Como era de esperar, lucía serio y disgustado en la fotografía, muy lejos del encantador diablo que podía cuidarte y que una vez la había acompañado a su casa en una cálida noche de mayo en Champaign.
Se preguntó si él siquiera la recordaría.
No era que eso importara demasiado, obviamente. No dudaba que Joe Jonas había besado a muchas mujeres en los últimos nueve años, y hecho malditamente más que eso, por lo que consideró que era muy probable que no hiciera mucho más que parpadear cuando ella entrara en la sala del tribunal mañana. Lo cual estaba bien para ella. Después de todo, lo que ella recordaba acerca de esa noche era que su primera impresión de él no había sido del todo favorable.
Y aunque su segunda y tercera impresiones habían sido muy diferentes… bueno, siempre podría invocar la Quinta17 en este caso. Porque una abogada federal seria como ella, no se ponía toda molesta y caliente con los acusados que enfrentaba en los tribunales.
Ni siquiera un acusado que alguna vez hubiese dicho que podría conducir dos horas para llevarla a comer alitas de pollo.
Por fortuna, esa era historia antigua. Sí, las circunstancias de esa reunión eran irónicas, quizás incluso divertidas, pero al final del día trataría a Joe Jonas de igual manera que a muchos otros delincuentes que había encontrado durante su carrera como abogada asistente. Era una profesional después de todo.
Y mañana, probaría justo eso.
—Lo único que podía hacer —dijo Rylann con naturalidad—. Subí por la trampilla con mi traje de falda y bajé esa desvencijada escalera de cuatro metros y medio.
Cameron se rio.
—Bien por ti —Se detuvo frente a una oficina de tamaño medio—. Aquí estamos.
La placa de bronce fuera de la puerta lo decía todo:
RYLANN PIERCE
Asistente del fiscal
Rylann entró. No era una oficina glamurosa, con alfombrado azul oscuro y muebles bastante baratos, pero como asistente experimentada, al menos tenía vista del edificio Hancock y del Lago Michigan.
—Todo debería ser prácticamente igual a tu antigua oficina —dijo Cameron—. Afortunadamente, no tenemos que perder tiempo entrenándote en los teléfonos y el computador, ya que estás familiarizada con todo. Oh, una cosa de la que quería asegurarme: te has dado de alta en el Colegio de Abogados de Illinois, ¿cierto?
Rylann asintió.
—Sí. Estoy lista. —Había pasado el examen del Colegio de Abogados de Illinois el verano después de graduarse en la facultad de leyes y había vuelto al estatus activo tan pronto se enteró que había obtenido el puesto en Chicago.
—Perfecto. Con eso dicho… —Cameron le entregó el montón de archivos a Rylann—. Bienvenida a Chicago. —Ladeó la cabeza—. ¿Voy demasiado rápido?
—Para nada —le aseguró Rylann—. Sólo ponme en la dirección de las salas de audiencias, dime dónde está el Starbucks más cercano y estaré lista.
—El Starbucks está justo cruzando la calle, sigue la manada de gente escondiéndose de la oficina a las tres en punto cada tarde y lo encontrarás. Las salas de audiencias están desde el piso doce al dieciocho —Señaló el montón de archivos que tenía Rylann—. ¿Por qué no te tomas la mañana para revisar los expedientes de los casos? Siéntete libre de pasar por mi oficina esta tarde con cualquier pregunta que tengas.
—Eso suena bien, Cameron. Gracias.
—En realidad eres la primera asistente que contrato desde que asumí el cargo. ¿Cómo lo estoy haciendo hasta ahora con el discurso de bienvenida?
—Nada mal. La parte en la que me ablandaste preguntándome acerca de la historia del laboratorio de metanfetaminas fue un toque agradable.
Con una carcajada, Cameron la miró con aprobación.
—Creo que vas a encajar muy bien aquí, Rylann —Se detuvo en la puerta antes de salir—. Casi lo olvido. Probablemente deberías revisar el archivo de arriba primero, es una vista para mañana temprano. Al asistente que originalmente manejaba el caso le reprogramaron inesperadamente un juicio para esta semana, así que necesito a alguien en los procesamientos especiales para cubrirlo. Es una petición de mutuo acuerdo, así que espero que no tengas ningún problema. Habrá reporteros, pero ve sólo con la respuesta usual, que estamos satisfechos con la resolución del asunto, no tenemos más comentarios, ese tipo de cosas. Has estado haciendo esto por un tiempo, así que conoces la rutina.
La abogada en Rylann estuvo instantáneamente intrigada. ¿Reporteros por una petición de mutuo acuerdo? ¿Qué clase de caso es este? Curiosa, abrió la carpeta de arriba del montón de archivos y leyó el título.
Estados Unidos contra Joseph Jonas.
Gracias a Dios, sus seis años como abogada litigante le habían dado una buenísima cara de póker; de otra manera, su mandíbula habría golpeado en el suelo en ese mismo momento.
Debe ser una broma.
Sólo con ver el nombre salieron repentinamente a la luz una oleada de recuerdos. Increíbles ojos cafes oscuros y una sonrisa sexy. El delgado y musculoso cuerpo hecho para el pecado. Esa boca cubriendo la de ella mientras se apretaba más cerca de él a la luz de la luna.
Probablemente no era el mejor momento para dejarle saber a su nueva jefa, en su primer caso, que había besado a la parte demandada.
—El caso del terrorista de Twitter —dijo Rylann casualmente. Seguro, estaba sorprendida por el giro inesperado de estos acontecimientos, pero nadie más sabía eso. Hubo un tiempo en el que Joe Jonas había hecho que su corazón dejara de latir con sólo un beso, pero eso fue casi una década atrás. Ahora era Rylann “Laboratorio de Metanfetaminas”, y en el trabajo, nunca dejaba que nadie la viera nerviosa.
—Pensé que sería una cosa divertida para darle a la chica nueva. —Cameron se detuvo fuera de la puerta—. Siéntete libre de pasar por mi oficina en cualquier momento. Mi puerta siempre está abierta.
Después de que se fuera, Rylann miró hacia abajo a la ficha policial de Joe que estaba con clips en la parte superior del archivo. Como era de esperar, lucía serio y disgustado en la fotografía, muy lejos del encantador diablo que podía cuidarte y que una vez la había acompañado a su casa en una cálida noche de mayo en Champaign.
Se preguntó si él siquiera la recordaría.
No era que eso importara demasiado, obviamente. No dudaba que Joe Jonas había besado a muchas mujeres en los últimos nueve años, y hecho malditamente más que eso, por lo que consideró que era muy probable que no hiciera mucho más que parpadear cuando ella entrara en la sala del tribunal mañana. Lo cual estaba bien para ella. Después de todo, lo que ella recordaba acerca de esa noche era que su primera impresión de él no había sido del todo favorable.
Y aunque su segunda y tercera impresiones habían sido muy diferentes… bueno, siempre podría invocar la Quinta17 en este caso. Porque una abogada federal seria como ella, no se ponía toda molesta y caliente con los acusados que enfrentaba en los tribunales.
Ni siquiera un acusado que alguna vez hubiese dicho que podría conducir dos horas para llevarla a comer alitas de pollo.
Por fortuna, esa era historia antigua. Sí, las circunstancias de esa reunión eran irónicas, quizás incluso divertidas, pero al final del día trataría a Joe Jonas de igual manera que a muchos otros delincuentes que había encontrado durante su carrera como abogada asistente. Era una profesional después de todo.
Y mañana, probaría justo eso.
Zuly González
Re: About that night
wooow me encanto todo!
he reido mucho con lo del traje de falda y la espalera jajaja
siguelaaa
he reido mucho con lo del traje de falda y la espalera jajaja
siguelaaa
EmilyBorja:p
Re: About that night
CAPITULO 6
—¡Joe! ¡Joe! ¿Cuáles son tus planes para el futuro ahora que eres un hacker convicto?
—¿Has hablado con Daniela desde tu arresto?
Sentado en la mesa de la defensa frente a el tribunal, Joe ignoró las preguntas y los flashes de las cámaras detrás de él. Se aburrirán de mí, se dijo. En menos de una hora, tendría su libertad, y entonces todo esto habría terminado.
—¿Tienes planes para hacer de Facebook tu próximo objetivo? —gritó otro reportero.
—¿Te gustaría hacer una declaración antes que el juez entre? —gritó alguien.
—Por supuesto, he aquí una declaración —gruñó Joe en voz baja— que empiece la función, así no tendré que escuchar sus estúpidas preguntas.
Sentado junto a él, uno de sus abogados, inexplicablemente había cinco de ellos hoy, se inclinó y le habló en voz baja.
—Tal vez deberíamos manejar nosotros todas las preguntas de la prensa.
La puerta del tribunal se abrió de repente, y las cámaras comenzaron a tomar fotos frenéticamente. Un murmullo se extendió entre la multitud, y Joe supo que sólo podía significar una cosa: o su hermana o su padre habían entrado.
Miró por encima de su hombro y vio a Jordan caminando por el pasillo con sus exageradas gafas de sol y abrigo de cachemir. Llevaba el pelo rubio, que era varios tonos más claro que el suyo, recogido en una especie de nudo o moño, e ignoró descaradamente a los periodistas mientras se sentaba en la primera fila de la galería, justo detrás de Joe.
Joe se dio la vuelta hacia ella y parpadeó ante la multitud de destellos que al instante estallaron ante sus ojos.
—Te dije que no dejaras el trabajo por esto —se quejó.
—¿Y perderme tu gran final? De ninguna manera. —Jordan sonrió—. Estoy en twitter para ver cómo resulta todo.
Ja, ja. Joe abrió la boca para replicar, cinco meses antes le había dado a su hermana licencia libre de hacer bromas y, hombre ahora, siempre lo hacía, cuando ella se quitó sus gafas de sol, revelando un gran moretón de feo color amarillo en la mejilla.
Ah... demonios.
De ninguna manera iba a decir algo sarcástico ahora. Joe dudaba que alguna vez fuera a dejar de sentirse culpable por el hecho de que su hermana hubiese obtenido ese moretón y una fractura en la muñeca, y hubiera estado a punto de ser asesinada, mientras trabajaba con el FBI como parte de un acuerdo para sacarlo de la cárcel.
Sus dedos se cerraron instintivamente en un puño, pensando que era algo bueno que el imbécil que le había causado las lesiones estuviera detrás de las rejas. Porque una mejilla amoratada y una fractura en la muñeca sería el menor de los problemas de Xander Eckhart si alguna vez Joe se encontraba cinco minutos a solas con él. Sí, Jordan era un dolor en el trasero, pero aun así... Joe había establecido claramente las reglas en sexto grado, cuando le había puesto un ojo negro a Robbie Wilmer por bajarle los pantalones a Jordan en el patio en frente de toda la escuela.
Nadie se metía con su hermana.
Así que le siguió la corriente a la broma de Jordan con una sonrisa.
—Eso es lindo, Jordan. —Luego frunció el ceño cuando un hombre moreno y fornido que llevaba un traje de gobierno edición estándar entró en la sala del tribunal.
—¿Invitaste a Alto, Misterioso y Sarcástico? —le preguntó Joe a Jordan mientras el agente especial Nick McCall se acercaba a ellos. A pesar del hecho de que su hermana estaba ahora prácticamente viviendo con el chico, él y Nick seguían dando vueltas alrededor del otro con recelo. Como Joe había estado en la cárcel todo el tiempo durante el cual Jordan y el agente del FBI había estado saliendo, no había estado presente para ver el desarrollo de su relación. Lo único que sabía era que Nick McCall estaba de repente en sus vidas, y por lo tanto, Joe estaba siendo un poco... cauteloso antes de darle la bienvenida a la familia.
—Se agradable, Joe —le advirtió Jordan.
—¿Qué? —preguntó él inocentemente—. ¿Cuándo no he sido agradable con Alto, Misterioso y Sarcástico? No puedes estar hablando en serio.
—Me gusta. Acostúmbrate a ello.
—Es del FBI. Los chicos que me arrestaron, ¿recuerdas? ¿Dónde está tu sentido de la lealtad a la familia?
Ella fingió pensar.
—Refréscame la memoria, ¿por qué fue que te arrestaron? Oh, cierto. Debido a que rompiste unas dieciocho leyes federales.
—Seis leyes federales. ¡Y era Twitter! —le respondió él, tal vez un poco demasiado fuerte.
Al ver a sus cinco abogados intercambiar miradas de “si este tipo explota aún tenemos nuestros 5 mil por hora”, Joe se echó hacia atrás en la silla y se ajustó la corbata.
—Sólo estoy diciendo que todos podemos usar un poco de perspectiva.
—Oye, Sawyer. Te recomendaría no usar el “era Twitter” de argumento cuando salga el juez —dijo Nick con una sonrisa confiada mientras tomaba asiento junto a Jordan.
Kyle miró hacia el techo y contó hasta diez.
—Dile a tu amigo del FBI que no respondo a ese nombre, Jordan. —De hecho, odiaba ese apodo, uno que se había ganado en la cárcel debido a un parecido que supuestamente tenía con un cierto personaje de Lost.
—Pero el apodo 'Jonas’ ya está tomado —dijo Nick. Tomó la mano de Jordan, la que tenía el yeso, y suavemente acarició sus dedos mientras sus ojos se encontraban.
Cuando Joe vio a Jordan sonreírle al agente del FBI, una especie de broma personal, tuvo que admitir de mala gana que los dos parecían muy enamorados. Era extraño tener que verlos siendo todo cariñosos, y bastante asqueroso en realidad, siendo ella su hermana, pero dulce, no obstante.
En ese momento, otro murmullo sonó entre la multitud, y todo el mundo se detuvo y miró cómo el empresario y multimillonario Paul Jonas entraba con un traje azul marino hecho a la medida.
Él se sentó al otro lado de Jordan.
—Espero no haberme perdido nada. He estado twitteando con emoción toda la mañana.
Jordan se echó a reír.
—Muy buena, papá.
Moviendo la cabeza, Joe se dio la vuelta en su asiento y miró al frente de la sala. De verdad, había momentos en los que pensaba que su familia realmente estaría decepcionada cuando toda esta debacle terminara. Había esperado verlos sacar palomitas y coca-colas mientras esperaban el inicio del show de “Joe definitivamente es divertido como un idiota”.
Hablando de idiotas, Joe comprobó su reloj y miró hacia la mesa vacía de la acusación.
—¿Dónde está Morgan? —preguntó a sus abogados, en referencia al asistente del Fiscal Federal El que le había llamado terrorista y había pedido la pena máxima para él. No era que Joe hubiera esperado una mera palmada en la muñeca por sus crímenes. Pero no era ningún tonto. Sospechaba que la Oficina del Fiscal Federal había sensacionalizado su caso, no dejando pasar la oportunidad de hacerse un nombre para sí mismos al arrastrar su nombre por el fango. Dudaba mucho que hubieran exigido la pena máxima de prisión si él no hubiera sido el hijo de un multimillonario, y sus abogados habían dicho exactamente lo mismo.
—De hecho, Morgan no vendrá hoy —dijo Mark Whitehead, el jefe de los abogados de su defensa, en respuesta a la pregunta de Joe—. Tuvo un conflicto con otro juicio. Uno nuevo se presentó ayer por la tarde, no me acuerdo de su nombre. Ryan algo.
—¿Así que no podré decirle adiós a Morgan en persona? —preguntó Joe—. Oh, eso es una pena. Teníamos una conexión especial, no todos los días un hombre te llama “cyber amenaza de la sociedad.”
La puerta de la sala se abrió de golpe.
Joe se dio la vuelta, curioso por ver a que perdedor había encontrado la Oficina del Fiscal Federal en tan poco tiempo, y…
Bueno, hola.
Esas ciertamente no parecían las piernas de un perdedor.
Sentado en su silla en la mesa de la defensa, la mirada de Joe viajó desde el piso, pasando su mirada por los zapatos de tacón, piernas elegantes, traje de falda negra y traviesas perlas de niña buena, y finalmente se detuvo en un par de preciosos y sorprendentemente familiares ojos ámbar.
Ojos que mantuvieron su mirada con desconcierto.
Demonios.
Rylann.
Joe observó mientras ella caminaba por el pasillo hacia él, viéndose criminalmente sexy con traje y zapatos de tacón. Había cambiado su cabello, desapareciendo la linda cabellera a la altura de la barbilla. Ahora lo llevaba largo, cayendo sobre sus hombros en gruesas ondas color azabache.
—Buenos días, señores —dijo ella, deteniéndose en la mesa de la defensa—. ¿Sólo son ustedes seis hoy?
Joe reprimió una sonrisa. Sí, seguía siendo tan sarcástica como siempre. Sus cinco abogados inmediatamente prestaron atención y se pusieron de pie. Lentamente, él también lo hizo.
Rylann se presentó mientras estrechaba la mano de Mark.
—Rylann Pierce.
Pierce. Después de nueve años, Joe finalmente tenía su apellido. Ella estrechó la mano con el resto de sus abogados, y luego se dirigió a él. Con los bordes de sus labios curvados en una sonrisa, le tendió la mano. Su voz era baja y ronca, con la misma nota burlona que la noche en que se habían conocido.
—Señor Jonas.
Joe deslizó su mano alrededor de la de ella. El más inocente de los tactos, pero con ella se sentía francamente pecaminoso.
—Abogada —dijo en voz baja, tan íntimo como se atrevió dado su entorno.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Comenzamos esto?
Fue sólo después de que se dio la vuelta y caminó hacia el lado opuesto de la sala del tribunal que Joe se dio cuenta de que había estado hablando con sus abogados, no con él.
Ella dejó el maletín sobre la mesa de la acusación justo cuando la puerta del despacho del juez se abría de golpe.
—¡Todos en pie! —llamó el secretario—. Se abre la sesión, preside el Honorable Reginald Batista.
Todo el mundo en la sala se puso de pie cuando el juez se sentó y el secretario llamó a su caso.
—Estados Unidos contra Joe Jonas.
Rylann subió al podio junto con el principal abogado de Joe.
—Rylann Pierce, representante de la Oficina del Fiscal Federal, su señoría.
—Mark Whitehead, por la defensa.
El juez levantó la vista de la moción que tenía en sus manos.
—Dado que ambas partes y lo que parece ser el cuerpo de prensa de todo Chicago están presentes, deberíamos también ir directo al grano. —Puso los papeles a un lado—. Estamos aquí en una bastante inusual Petición de la Regla 35 presentada por la Oficina del Fiscal Federal, una moción para reducir la pena del acusado, Joe Jonas, a tiempo cumplido. Tengo entendido que el señor Jonas ha cumplido cuatro meses de encarcelamiento de los dieciocho ordenados por este
tribunal. —El juez se volvió a Mark para su confirmación—. ¿Es eso correcto abogado?
—Sí, su señoría —dijo Mark—. Hace dos semanas, por un acuerdo con la Oficina del Fiscal, el señor Jonas fue liberado del Centro Correccional Metropolitano y ha estado cumpliendo su condena en arresto domiciliario.
El juez se quitó las gafas de leer y se volvió hacia Rylann.
—Señorita Pierce, he visto la comparecencia que presentó ayer en la oficina del secretario, y le agradezco que no haya estado involucrada en este caso con anterioridad a estos procedimientos. Pero tengo que decir que estoy un poco sorprendido por este proceso. Durante la vista de sentencia, su oficina argumentó con bastante vehemencia que debía ordenar al señor Jonas cumplir la pena máxima. Creo que “terrorista” y “ciber-amenaza de la sociedad” son dos de los términos que el señor Morgan utilizó para describir a la parte demandada. Ahora, cuatro meses después, desea reducir esa sentencia a tiempo cumplido.
Joe lanzó una mirada nerviosa a los cuatro abogados que se sentaban en su mesa, no le gustaba como sonaba eso. Había tenido la impresión de que este acuerdo era un hecho.
Entonces una hermosa voz habló en su nombre.
—Las circunstancias han cambiado, su señoría —dijo Rylann—. La Oficina del Fiscal, en colaboración con el FBI, hizo un arreglo con la hermana del acusado, Jordan Jonas. A cambio de la ayuda de la señorita Jonas en una investigación encubierta, nuestra oficina acordó solicitar a este tribunal la reducción de la pena impuesta al señor Jonas. La señorita Rhodes mantuvo su parte del trato, y ahora nos gustaría honrar el nuestro.
—Y haciendo la observación de que este tribunal no está ligado a ningún acuerdo que el gobierno haya hecho con la parte demandada, concederé su petición, abogada —dijo el juez—. La sentencia del acusado queda reducida a tiempo cumplido.
Joe parpadeó. Así de sencillo, era libre.
Entonces el juez se volvió hacia él, mirando hacia abajo con severidad desde su banco.
—Pero háganos un favor a todos, señor Jonas: manténgase fuera de Twitter. Porque si lo veo en mi juzgado de nuevo, no habrá ningún acuerdo que lo pueda salvar. —Golpeó su mazo—. Este tribunal hará un receso.
—¡Todos en pie! —gritó el secretario, y la sala entera se puso de pie.
Un pandemónium recorrió la multitud como un rugido de excitación. Cámaras destellaron en los ojos de Joe mientras una masa de cuerpos, incluyendo a sus abogados, Jordan, y su padre, se movían hacia él. Los periodistas se lanzaron hacia delante, ansiosos por una declaración, pero Joe pasó junto a ellos, obteniendo una vista de Rylann mientras ella agarraba su maletín y se volvía para irse.
Se encontraron en el centro del pasillo cuando varios reporteros empujaron micrófonos en sus rostros.
—¡Señorita Pierce! ¿La Oficina del Fiscal Federal tiene algún comentario sobre el hecho de que Joe Jonas vuelva a ser un hombre libre?
Cuando sus miradas se encontraron, Joe sintió como si cada nervio de su cuerpo hubiese sido electrocutado con un Taser18.
Él la miró valientemente, recordando bien a esa mujer que había logrado meterse debajo de su piel, en más de un sentido, con sólo un paseo a casa. Esperó a que ella dijera algo, cualquier tipo de broma o sutil guiño sobre el hecho de que tenían una historia previa.
Pero justo cuando sus labios se separaron, sin duda listos con lo que supuso sería una especie de ingeniosa respuesta, otra cámara brilló.
Ella parpadeó y el brillo desapareció de sus ojos, sustituido por una expresión profesional, se volvió hacia los periodistas.
—Sólo quiero decir que estamos satisfechos con la resolución de este caso.
Luego, sin siquiera una mirada hacia atrás, pasó junto a los periodistas y salió de la sala.
—¿Has hablado con Daniela desde tu arresto?
Sentado en la mesa de la defensa frente a el tribunal, Joe ignoró las preguntas y los flashes de las cámaras detrás de él. Se aburrirán de mí, se dijo. En menos de una hora, tendría su libertad, y entonces todo esto habría terminado.
—¿Tienes planes para hacer de Facebook tu próximo objetivo? —gritó otro reportero.
—¿Te gustaría hacer una declaración antes que el juez entre? —gritó alguien.
—Por supuesto, he aquí una declaración —gruñó Joe en voz baja— que empiece la función, así no tendré que escuchar sus estúpidas preguntas.
Sentado junto a él, uno de sus abogados, inexplicablemente había cinco de ellos hoy, se inclinó y le habló en voz baja.
—Tal vez deberíamos manejar nosotros todas las preguntas de la prensa.
La puerta del tribunal se abrió de repente, y las cámaras comenzaron a tomar fotos frenéticamente. Un murmullo se extendió entre la multitud, y Joe supo que sólo podía significar una cosa: o su hermana o su padre habían entrado.
Miró por encima de su hombro y vio a Jordan caminando por el pasillo con sus exageradas gafas de sol y abrigo de cachemir. Llevaba el pelo rubio, que era varios tonos más claro que el suyo, recogido en una especie de nudo o moño, e ignoró descaradamente a los periodistas mientras se sentaba en la primera fila de la galería, justo detrás de Joe.
Joe se dio la vuelta hacia ella y parpadeó ante la multitud de destellos que al instante estallaron ante sus ojos.
—Te dije que no dejaras el trabajo por esto —se quejó.
—¿Y perderme tu gran final? De ninguna manera. —Jordan sonrió—. Estoy en twitter para ver cómo resulta todo.
Ja, ja. Joe abrió la boca para replicar, cinco meses antes le había dado a su hermana licencia libre de hacer bromas y, hombre ahora, siempre lo hacía, cuando ella se quitó sus gafas de sol, revelando un gran moretón de feo color amarillo en la mejilla.
Ah... demonios.
De ninguna manera iba a decir algo sarcástico ahora. Joe dudaba que alguna vez fuera a dejar de sentirse culpable por el hecho de que su hermana hubiese obtenido ese moretón y una fractura en la muñeca, y hubiera estado a punto de ser asesinada, mientras trabajaba con el FBI como parte de un acuerdo para sacarlo de la cárcel.
Sus dedos se cerraron instintivamente en un puño, pensando que era algo bueno que el imbécil que le había causado las lesiones estuviera detrás de las rejas. Porque una mejilla amoratada y una fractura en la muñeca sería el menor de los problemas de Xander Eckhart si alguna vez Joe se encontraba cinco minutos a solas con él. Sí, Jordan era un dolor en el trasero, pero aun así... Joe había establecido claramente las reglas en sexto grado, cuando le había puesto un ojo negro a Robbie Wilmer por bajarle los pantalones a Jordan en el patio en frente de toda la escuela.
Nadie se metía con su hermana.
Así que le siguió la corriente a la broma de Jordan con una sonrisa.
—Eso es lindo, Jordan. —Luego frunció el ceño cuando un hombre moreno y fornido que llevaba un traje de gobierno edición estándar entró en la sala del tribunal.
—¿Invitaste a Alto, Misterioso y Sarcástico? —le preguntó Joe a Jordan mientras el agente especial Nick McCall se acercaba a ellos. A pesar del hecho de que su hermana estaba ahora prácticamente viviendo con el chico, él y Nick seguían dando vueltas alrededor del otro con recelo. Como Joe había estado en la cárcel todo el tiempo durante el cual Jordan y el agente del FBI había estado saliendo, no había estado presente para ver el desarrollo de su relación. Lo único que sabía era que Nick McCall estaba de repente en sus vidas, y por lo tanto, Joe estaba siendo un poco... cauteloso antes de darle la bienvenida a la familia.
—Se agradable, Joe —le advirtió Jordan.
—¿Qué? —preguntó él inocentemente—. ¿Cuándo no he sido agradable con Alto, Misterioso y Sarcástico? No puedes estar hablando en serio.
—Me gusta. Acostúmbrate a ello.
—Es del FBI. Los chicos que me arrestaron, ¿recuerdas? ¿Dónde está tu sentido de la lealtad a la familia?
Ella fingió pensar.
—Refréscame la memoria, ¿por qué fue que te arrestaron? Oh, cierto. Debido a que rompiste unas dieciocho leyes federales.
—Seis leyes federales. ¡Y era Twitter! —le respondió él, tal vez un poco demasiado fuerte.
Al ver a sus cinco abogados intercambiar miradas de “si este tipo explota aún tenemos nuestros 5 mil por hora”, Joe se echó hacia atrás en la silla y se ajustó la corbata.
—Sólo estoy diciendo que todos podemos usar un poco de perspectiva.
—Oye, Sawyer. Te recomendaría no usar el “era Twitter” de argumento cuando salga el juez —dijo Nick con una sonrisa confiada mientras tomaba asiento junto a Jordan.
Kyle miró hacia el techo y contó hasta diez.
—Dile a tu amigo del FBI que no respondo a ese nombre, Jordan. —De hecho, odiaba ese apodo, uno que se había ganado en la cárcel debido a un parecido que supuestamente tenía con un cierto personaje de Lost.
—Pero el apodo 'Jonas’ ya está tomado —dijo Nick. Tomó la mano de Jordan, la que tenía el yeso, y suavemente acarició sus dedos mientras sus ojos se encontraban.
Cuando Joe vio a Jordan sonreírle al agente del FBI, una especie de broma personal, tuvo que admitir de mala gana que los dos parecían muy enamorados. Era extraño tener que verlos siendo todo cariñosos, y bastante asqueroso en realidad, siendo ella su hermana, pero dulce, no obstante.
En ese momento, otro murmullo sonó entre la multitud, y todo el mundo se detuvo y miró cómo el empresario y multimillonario Paul Jonas entraba con un traje azul marino hecho a la medida.
Él se sentó al otro lado de Jordan.
—Espero no haberme perdido nada. He estado twitteando con emoción toda la mañana.
Jordan se echó a reír.
—Muy buena, papá.
Moviendo la cabeza, Joe se dio la vuelta en su asiento y miró al frente de la sala. De verdad, había momentos en los que pensaba que su familia realmente estaría decepcionada cuando toda esta debacle terminara. Había esperado verlos sacar palomitas y coca-colas mientras esperaban el inicio del show de “Joe definitivamente es divertido como un idiota”.
Hablando de idiotas, Joe comprobó su reloj y miró hacia la mesa vacía de la acusación.
—¿Dónde está Morgan? —preguntó a sus abogados, en referencia al asistente del Fiscal Federal El que le había llamado terrorista y había pedido la pena máxima para él. No era que Joe hubiera esperado una mera palmada en la muñeca por sus crímenes. Pero no era ningún tonto. Sospechaba que la Oficina del Fiscal Federal había sensacionalizado su caso, no dejando pasar la oportunidad de hacerse un nombre para sí mismos al arrastrar su nombre por el fango. Dudaba mucho que hubieran exigido la pena máxima de prisión si él no hubiera sido el hijo de un multimillonario, y sus abogados habían dicho exactamente lo mismo.
—De hecho, Morgan no vendrá hoy —dijo Mark Whitehead, el jefe de los abogados de su defensa, en respuesta a la pregunta de Joe—. Tuvo un conflicto con otro juicio. Uno nuevo se presentó ayer por la tarde, no me acuerdo de su nombre. Ryan algo.
—¿Así que no podré decirle adiós a Morgan en persona? —preguntó Joe—. Oh, eso es una pena. Teníamos una conexión especial, no todos los días un hombre te llama “cyber amenaza de la sociedad.”
La puerta de la sala se abrió de golpe.
Joe se dio la vuelta, curioso por ver a que perdedor había encontrado la Oficina del Fiscal Federal en tan poco tiempo, y…
Bueno, hola.
Esas ciertamente no parecían las piernas de un perdedor.
Sentado en su silla en la mesa de la defensa, la mirada de Joe viajó desde el piso, pasando su mirada por los zapatos de tacón, piernas elegantes, traje de falda negra y traviesas perlas de niña buena, y finalmente se detuvo en un par de preciosos y sorprendentemente familiares ojos ámbar.
Ojos que mantuvieron su mirada con desconcierto.
Demonios.
Rylann.
Joe observó mientras ella caminaba por el pasillo hacia él, viéndose criminalmente sexy con traje y zapatos de tacón. Había cambiado su cabello, desapareciendo la linda cabellera a la altura de la barbilla. Ahora lo llevaba largo, cayendo sobre sus hombros en gruesas ondas color azabache.
—Buenos días, señores —dijo ella, deteniéndose en la mesa de la defensa—. ¿Sólo son ustedes seis hoy?
Joe reprimió una sonrisa. Sí, seguía siendo tan sarcástica como siempre. Sus cinco abogados inmediatamente prestaron atención y se pusieron de pie. Lentamente, él también lo hizo.
Rylann se presentó mientras estrechaba la mano de Mark.
—Rylann Pierce.
Pierce. Después de nueve años, Joe finalmente tenía su apellido. Ella estrechó la mano con el resto de sus abogados, y luego se dirigió a él. Con los bordes de sus labios curvados en una sonrisa, le tendió la mano. Su voz era baja y ronca, con la misma nota burlona que la noche en que se habían conocido.
—Señor Jonas.
Joe deslizó su mano alrededor de la de ella. El más inocente de los tactos, pero con ella se sentía francamente pecaminoso.
—Abogada —dijo en voz baja, tan íntimo como se atrevió dado su entorno.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Comenzamos esto?
Fue sólo después de que se dio la vuelta y caminó hacia el lado opuesto de la sala del tribunal que Joe se dio cuenta de que había estado hablando con sus abogados, no con él.
Ella dejó el maletín sobre la mesa de la acusación justo cuando la puerta del despacho del juez se abría de golpe.
—¡Todos en pie! —llamó el secretario—. Se abre la sesión, preside el Honorable Reginald Batista.
Todo el mundo en la sala se puso de pie cuando el juez se sentó y el secretario llamó a su caso.
—Estados Unidos contra Joe Jonas.
Rylann subió al podio junto con el principal abogado de Joe.
—Rylann Pierce, representante de la Oficina del Fiscal Federal, su señoría.
—Mark Whitehead, por la defensa.
El juez levantó la vista de la moción que tenía en sus manos.
—Dado que ambas partes y lo que parece ser el cuerpo de prensa de todo Chicago están presentes, deberíamos también ir directo al grano. —Puso los papeles a un lado—. Estamos aquí en una bastante inusual Petición de la Regla 35 presentada por la Oficina del Fiscal Federal, una moción para reducir la pena del acusado, Joe Jonas, a tiempo cumplido. Tengo entendido que el señor Jonas ha cumplido cuatro meses de encarcelamiento de los dieciocho ordenados por este
tribunal. —El juez se volvió a Mark para su confirmación—. ¿Es eso correcto abogado?
—Sí, su señoría —dijo Mark—. Hace dos semanas, por un acuerdo con la Oficina del Fiscal, el señor Jonas fue liberado del Centro Correccional Metropolitano y ha estado cumpliendo su condena en arresto domiciliario.
El juez se quitó las gafas de leer y se volvió hacia Rylann.
—Señorita Pierce, he visto la comparecencia que presentó ayer en la oficina del secretario, y le agradezco que no haya estado involucrada en este caso con anterioridad a estos procedimientos. Pero tengo que decir que estoy un poco sorprendido por este proceso. Durante la vista de sentencia, su oficina argumentó con bastante vehemencia que debía ordenar al señor Jonas cumplir la pena máxima. Creo que “terrorista” y “ciber-amenaza de la sociedad” son dos de los términos que el señor Morgan utilizó para describir a la parte demandada. Ahora, cuatro meses después, desea reducir esa sentencia a tiempo cumplido.
Joe lanzó una mirada nerviosa a los cuatro abogados que se sentaban en su mesa, no le gustaba como sonaba eso. Había tenido la impresión de que este acuerdo era un hecho.
Entonces una hermosa voz habló en su nombre.
—Las circunstancias han cambiado, su señoría —dijo Rylann—. La Oficina del Fiscal, en colaboración con el FBI, hizo un arreglo con la hermana del acusado, Jordan Jonas. A cambio de la ayuda de la señorita Jonas en una investigación encubierta, nuestra oficina acordó solicitar a este tribunal la reducción de la pena impuesta al señor Jonas. La señorita Rhodes mantuvo su parte del trato, y ahora nos gustaría honrar el nuestro.
—Y haciendo la observación de que este tribunal no está ligado a ningún acuerdo que el gobierno haya hecho con la parte demandada, concederé su petición, abogada —dijo el juez—. La sentencia del acusado queda reducida a tiempo cumplido.
Joe parpadeó. Así de sencillo, era libre.
Entonces el juez se volvió hacia él, mirando hacia abajo con severidad desde su banco.
—Pero háganos un favor a todos, señor Jonas: manténgase fuera de Twitter. Porque si lo veo en mi juzgado de nuevo, no habrá ningún acuerdo que lo pueda salvar. —Golpeó su mazo—. Este tribunal hará un receso.
—¡Todos en pie! —gritó el secretario, y la sala entera se puso de pie.
Un pandemónium recorrió la multitud como un rugido de excitación. Cámaras destellaron en los ojos de Joe mientras una masa de cuerpos, incluyendo a sus abogados, Jordan, y su padre, se movían hacia él. Los periodistas se lanzaron hacia delante, ansiosos por una declaración, pero Joe pasó junto a ellos, obteniendo una vista de Rylann mientras ella agarraba su maletín y se volvía para irse.
Se encontraron en el centro del pasillo cuando varios reporteros empujaron micrófonos en sus rostros.
—¡Señorita Pierce! ¿La Oficina del Fiscal Federal tiene algún comentario sobre el hecho de que Joe Jonas vuelva a ser un hombre libre?
Cuando sus miradas se encontraron, Joe sintió como si cada nervio de su cuerpo hubiese sido electrocutado con un Taser18.
Él la miró valientemente, recordando bien a esa mujer que había logrado meterse debajo de su piel, en más de un sentido, con sólo un paseo a casa. Esperó a que ella dijera algo, cualquier tipo de broma o sutil guiño sobre el hecho de que tenían una historia previa.
Pero justo cuando sus labios se separaron, sin duda listos con lo que supuso sería una especie de ingeniosa respuesta, otra cámara brilló.
Ella parpadeó y el brillo desapareció de sus ojos, sustituido por una expresión profesional, se volvió hacia los periodistas.
—Sólo quiero decir que estamos satisfechos con la resolución de este caso.
Luego, sin siquiera una mirada hacia atrás, pasó junto a los periodistas y salió de la sala.
Zuly González
Re: About that night
Capítulo Siete
El jueves por la noche después del trabajo, Rylann y Rae se encontraron para cenar en el restaurante RL en la avenida Michigan. Ambas habían tenido un par de días muy ocupados, con Rylann instalándose en su primera semana en su nueva oficina y Rae luchando para conseguir un acuerdo en un caso, por lo que esta era la primera oportunidad que tenían de estar juntas desde que Rylann se había encontrado con Joe en el tribunal.
Un encuentro en el que había pensado en estos dos últimos días más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—No puedo creer que no hayas dicho nada aún —dijo Rylann después de que el camarero trajera las bebidas—. ¿Al menos has estado siguiendo las noticias esta semana? ¿Tal vez has escuchado algún comentario acerca de un presumido ex convicto? —Se moría por hablar con alguien acerca de su experiencia en el tribunal y, por supuesto, esa persona era Rae.
Rae dejó el menú que había estado leyendo.
—Oh Dios, sí… he tenido la intención de preguntarte sobre esto desde el martes. He estado tan abrumada con el sumario de la moción para el juicio. Vi que el juez redujo la sentencia de Joe Jonas a tiempo cumplido.
Rylann sonrió, saboreando las delicias del chisme que estaba a punto de compartir.
—Esa es la verdad. ¿Pero supongo que no has oído hablar sobre las miles de millones de fotografías que circularon por el tribunal? —Había una foto en particular que se destacaba en todos los medios y que la tenía un poco preocupada, una foto de ella a la derecha de Joe en el preciso momento que se habían encontrado en el pasillo de la sala de audiencias. Tal vez estaba siendo paranoica, pero había algo en la forma en que Joe la miraba que parecía un poco... íntimo. Como si compartieran un secreto.
El cual, por supuesto, compartían.
—Lo siento. Me lo perdí —dijo Rae tímidamente—. He estado viviendo en un agujero desde el lunes.
—Un agujero que obviamente, también te impidió enterarte del nombre de la asistente del fiscal que manejó la moción —dijo Rylann.
Ella estaba disfrutando esto.
Rae se encogió de hombros.
—Supongo que es el mismo abogado que manejó el resto del caso.
Rylann casualmente tomó un sorbo del Pinot Noir que había pedido.
—Uno podría suponer eso, sí. Salvo que oh, por un pequeño problema el primer abogado asignado al caso tuvo en el último minuto un conflicto, y a mi oficina se le hizo necesario enviar un reemplazo. —Sonrió con picardía.
Rae la miró fijamente durante un momento, luego sus ojos se abrieron de par en par.
—No bromees. ¿Te enviaron a ti?
—De hecho lo hicieron.
—¿Te enfrentaste a Joe Jonas en el tribunal? —Rae se echó a reír—. Bueno, esa es ciertamente una forma interesante de volver a conectarse después de nueve años. ¿Qué fue lo que dijo cuándo te vio?
—Me llamó “abogada”.
Rae se sentó en su silla, decepcionada.
—¿Eso es todo? ¿Qué le dijiste?
—Le dije, “Señor Jonas” y le estreché la mano.
—Oh... que brillante.
Rylann le lanzó una mirada significativa.
—Estábamos en el tribunal, delante de un centenar de periodistas. ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Escribir mi número de teléfono en su mano y decirle que me llamara?
Rylann sonrió.
—A que hubiera sido lindo.
—No soy linda. Especialmente en los tribunales —dijo Rylann—. Aunque lo de “abogada” es una especie de broma personal entre nosotros.
—¿Verdad? —El tono de Rae se volvió de repente misterioso—. Entonces, ¿cómo se ve él, abogada?
Como el pecado con traje. Rylann se mordió la lengua, sintiendo frio.
—Lleva el pelo un poco más largo. Aparte de eso, no me di cuenta. Estaba en la zona.
—¿Qué zona es esa?
—La zona de la fiscalía, por supuesto.
—¿Entonces por qué te sonrojas?
Porque, además de tener la maldita piel clara de su madre irlandesa, dudaba que existieran muchas mujeres que no tuvieran alguna reacción física ante Joe Jonas. Con esa sonrisa diabólica y esas miradas pícaras, cualquier chica tendría que ser muy dura para no sonrojarse al pensar en él.
Aun así, Rylann cubrió su vaso con un gesto.
—Es el antioxidante en el vino tinto. Abre los poros.
Rae sonrió, no creyendo eso ni por un segundo.
—Vale. Entonces ¿qué pasó después?
—Nada pasó después. Él es el terrorista del Twitter. Yo soy una fiscal de la oficina que lo condenó. Creo que más o menos así termina la historia.
Rae pensó acerca de eso.
—Una clase de final decepcionante.
Rylann se encogió de hombros, adoptando una expresión de inocencia.
—Él me acompañó a casa una vez, y nos besamos. Tiempo atrás. Apenas si recuerdo esa noche.
Rae alzó una ceja.
—Hay algunas cosas que una chica nunca olvida, Ry. Y una de ellas es un beso del chico correcto.
* * * * *
Cuando Rylann regresó a su apartamento más tarde, puso su maletín en el sofá de la sala de estar y se desabrochó la gabardina mientras se abría camino hasta el dormitorio. Al entrar en su amario y colgar el abrigo, las palabras de Rae se hicieron eco a través de su cabeza.
Hay algunas cosas que una chica nunca olvida, Ry. Y una de ellas es un beso del chico correcto.
La idea era un poco sentimental para su gusto.
Ella era una mujer adulta de treinta y dos años de edad, no de trece. Rylann, Laboratorio de Metanfetaminas, no mostraría debilidad en sus rodillas por un miserable beso, por muy fastidiosamente encantador que Joe Jonas hubiera sido esa noche.
Aun así... instintivamente, sus ojos se posaron en el estante superior del armario.
Empujada hacia el fondo, había una vieja caja de zapatos, una que había guardado durante años. El día en que se habían mudado a vivir juntos en San Francisco, Jon le había preguntado qué había dentro.
—Sólo algunas cartas viejas que mi madre me envió cuando me fui a la universidad —le había dicho ella, tal vez la única vez que le había mentido a Jon en todo el tiempo que estuvieron saliendo.
Al llegar arriba, Rylann agarró la caja de la estantería y quitó la tapa.
En el interior estaba la camisa de franela azul marino que Joe le había dado nueve años atrás.
Ella pasó los dedos por el cuello, recordando el momento en el que le había pasado la camisa por encima de ella. La manera en que su estómago le había dado un pequeño tirón cuando su mano rozó su cuello.
Está bien, está bien. Tal vez se acordaba de unos diminutos, pequeños detalles sobre esa noche.
Rylann sacudió la cabeza, se quedó mirando la franela queriendo reírse de sí misma. Era tan... tonto. Era una camisa. En realidad, no tenía idea de por qué había guardado la maldita cosa todo este tiempo. Se había mudado desde Champaign a San Francisco, y luego a un apartamento diferente cuando ella y Jon habían decidido vivir juntos, y cada vez había contemplado tirarla a la basura. Pero algo la retenía.
Te vi reír con tus amigos y tu sonrisa me llegó muy dentro.
Había habido una chispa entre ella y Joe, quisiera admitirlo o no. Habían pasado menos de treinta minutos juntos, pero ella lo había sentido. Mariposas instantáneas. Con ningún otro hombre, incluyendo Jon, había tenido esa experiencia de nuevo.
—Tiremos esto juntas, Pierce —susurró para sí misma. Este no era un camino que necesitaba transitar.
Porque, simplemente, ya no importaba.
Ya no eran estudiantes de posgrado con caras juveniles. Joe Jonas era un ex convicto, y ella una abogada asistente del fiscal. No había lugar para ir allí. Ella no se acercaría a él, y después de la forma en que lo había tratado cuando había llegado a la sala, dudaba que él tratara de ponerse en contacto con ella, tampoco. Así que eso era... todo.
Poco a poco, Rylann puso la tapa en la caja de zapatos y la regresó a su lugar en la parte posterior de su estante. Fuera de la vista. Y esta vez, fuera de su mente. Para siempre.
Zuly González
Re: About that night
wooooow
le dijo abogada!
que gracioso Joe hakeando twitter jajaja y su hermana con Nick sdhdshj falta kevin!
Lo ha dejado libre wow
se deshizo de todas esas cosas? y lo de joe, ojala si la busque, si no la busca no hay historia no?
siguelaaa
le dijo abogada!
que gracioso Joe hakeando twitter jajaja y su hermana con Nick sdhdshj falta kevin!
Lo ha dejado libre wow
se deshizo de todas esas cosas? y lo de joe, ojala si la busque, si no la busca no hay historia no?
siguelaaa
EmilyBorja:p
Re: About that night
CAPITULO OCHO
A la mañana siguiente, Rylann llamó a la puerta de Cameron, deteniéndose al ver que la otra mujer estaba al teléfono. Con una mirada de bienvenida, Cameron le hizo un gesto a Rylann para que se sentara en una de las sillas frente a su escritorio.
―Tengo que dejarte, Collin, hay alguien en mi oficina ―Cameron le explicó a la persona del otro lado de la línea―. Sí, soy alguien muy importante. Sé que te mata compartir el ser el centro de atención ―le sonrió a Rylann mientras colgaba el teléfono―. Lo siento. Un viejo amigo.
Ella cruzó las manos sobre el escritorio.
―Entonces. Tengo un asunto interesante que me gustaría discutir contigo. Pero antes quiero saber cómo ha estado tu primera semana.
―Va bien. Creo que he conocido a casi todos los expertos judiciales de AUSA y parecen un gran grupo. ―De hecho, el único al que no había conocido todavía era al escurridizo Cade Morgan, el fiscal que en un principio llevaba el caso del Terrorista de Twitter.
―Es un gran grupo ―coincidió Cameron―. Yo estaba con los expertos judiciales antes de que me trasladaran aquí.
Rylann contuvo una carcajada, apreciando su modestia. El presidente de Estados Unidos había nombrado a Cameron para el cargo de Fiscal, lo cual era un poco más que simplemente ser “trasladada”.
Cameron cambió de tema, dispuesta a ponerse a trabajar.
―El FBI me informó acerca de una investigación en la que me gustaría que trabajaras. Es un asunto un tanto delicado y sospecho que requerirá de una AUSA experimentada, debido a ciertas circunstancias que te explicaré a continuación.
Rylann se interesó al momento.
―¿Qué tipo de caso es?
―Un caso de homicidio. Hace dos semanas, se halló muerto en su celda a un preso llamado Darius Brown, en el Centro Correccional Metropolitano. Al parecer, Brown fue atacado en mitad de la noche por su compañero de celda, un hombre llamado Ray Watts. Quien golpeó a Brown hasta la muerte con un arma improvisada, un candado unido a un cinturón. Para cuando los guardias se dieron cuenta del ataque y fueron hasta la celda, Brown ya estaba inconsciente. Lo llevaron a la clínica, donde murió poco después.
Cameron alcanzó un archivo de su escritorio y le mostró una foto policial de un hombre de casi treinta años con el pelo rubio muy corto.
―Ese es Watts, el compañero de celda. Actualmente cumple dos cadenas perpetuas por asesinato en primer grado e incendio provocado. Es un miembro de la Hermandad, un grupo local de supremacía blanca. Fue condenado hace cuatro años después de que él y dos miembros del grupo bombardearan la casa de un afroamericano, que había abierto una tienda de 24 horas en el barrio de Watts. Tanto el propietario de la tienda como su esposa fueron asesinados.
―Suena como si Watts fuera un ciudadano modelo ―dijo Rylann de mal humor. No importaba cuántas veces oyera historias como esta, aún continuaban. Y si alguna vez dejaban de suceder, habría llegado el momento de colgar su maletín.
―También es un preso modelo ―dijo Cameron ásperamente―. Al parecer tiene reputación de violento en el MCC. Por eso estuvo en una celda solo para él hasta que se trasladó a Brown.
Apoyó los brazos sobre la mesa y continuó.
―Aquí sobre mi escritorio consta como terminó todo eso. El FBI tiene a un hombre, al agente Griegs, que ha estado trabajando en secreto, infiltrado como preso en el MCC, en otra investigación no relacionada. Todo este tiempo ha estado pasando al FBI la información que creía que podría interesarles. Tras el asesinato de Brown, el agente infiltrado informó a su contacto que el ataque parecía sospechoso. Otro agente, el Agente especial Wilkins, fue asignado después para que se hiciera cargo de la investigación.
―El momento de la muerte de Brown fue lo que inmediatamente llamó la atención del agente Wilkins. Brown, que es afroamericano, fue trasladado a la celda de Watts solo dos días antes del ataque, hecho que había organizado un guardia de la prisión llamado Adam Quinn. Naturalmente, el agente Wilkins entrevistó a Quinn, y aquí es donde el asunto se puso realmente interesante. Durante la entrevista, Quinn se puso muy nervioso cuando le preguntaron por qué había trasladado a Brown a la celda de Watts. El guardia dijo que había organizado el traslado, ya que, según la política del lugar, los presos no debían tener celdas exclusivas. Pero Quinn no pudo dar ningún motivo por el cual decidió de repente seguir esa supuesta política, cuando Watts llevaba ya tres meses solo en una celda. Quinn tampoco tenía una explicación de por qué había elegido a Brown para ser compañero de celda de Watts.
―Lo cual es sospechoso de por sí, dado el historial de violencia por motivos raciales de Watts. ―Rylann se detuvo. Su mente estaba ya trabajando sobre el patrón de los hechos―. ¿El agente Wilkins confirmó si existe una política en relación con que los presos no puedan estar solos en una celda?
―El director dijo que, aunque es la regla general, han hecho excepciones como en el caso de Watts, por ser extremadamente agresivo ―continuó Cameron―. No me sorprende que el agente Wilkins haya intentado llegar más allá. Al revisar los archivos de Brown encontró algo muy inusual. Brown atacó a Quinn, el guardia, dos semanas antes de que fuera asesinado.
Rylann puso su radar de fiscal en alerta máxima.
―¿Cuáles fueron las circunstancias de ese ataque?
―Al parecer, Brown agarró a Quinn por el antebrazo cuando este trataba de recoger su bandeja de comida, consiguiendo dislocarle la muñeca.
Rylann se recostó en la silla.
―Recapitularé para ver que todo esté en orden. Brown ataca a un guardia de la prisión y le disloca la muñeca. Dos semanas más tarde, ese guardia traslada a Brown a la celda de uno de los reclusos más violentos de la prisión, nada menos que a la de un supremacista blanco, y es golpeado hasta la muerte ―Miró a Cameron―. Supongo que pensamos lo mismo: que Quinn diseñó ese ataque como represalia.
―Eso es exactamente lo que el agente Wilkins sospechaba, así que siguió investigando ―dijo Cameron―. Como era de esperarse, trasladaron a Brown a aislamiento disciplinario durante una semana. Cuando salió, le dijo a alguno de sus amigos que una noche el guardia se acercó a su celda y lo amenazó.
Rylann ladeó la cabeza.
―¿Con qué tipo de amenaza?
―Brown explicó que Quinn le había dicho: Pagarás por lo que me hiciste en la muñeca, pedazo de mierda.
―¿Sabemos si alguien más escuchó esa amenaza? ―preguntó Rylann.
―No lo sabemos aún. Pero retomaré eso en un minuto ―dijo Cameron―. Después de eso, el agente Wilkins echó un vistazo a los archivos personales de Quinn y descubrió que en el último año el guardia había participado en un par de altercados más con presos. Y en ambas ocasiones, poco después, otros prisioneros habían atacado y golpeado a esos presos.
Le concedió a Rylann un momento para que procesara la información.
―Así que tenemos un guardia de la prisión al que no le gusta que los reclusos se pasen de la raya ―dijo Rylann―. Pero en vez de ensuciarse sus propias manos para tomar represalias, utiliza a otro interno para que haga el trabajo por él. Sin embargo, esta vez se pasó, escogió al recluso equivocado y un hombre acabó muerto.
―Afortunadamente, el agente infiltrado nos avisó. De lo contrario, esto habría pasado desapercibido, como una simple pelea entre dos presos que acabó mal ―Los ojos de Cameron centellearon―. Lo que me lleva de vuelta a tu pregunta, si alguien oyó a Quinn amenazando a Brown.
Rylann sabía lo que significaba esa mirada.
―Supongo que tenemos un testigo.
―Podríamos tener un testigo ―dijo Cameron―. El FBI ha identificado a un recluso que estaba también en aislamiento disciplinario la misma noche que Quinn amenazó a Brown. En la celda de la derecha de Brown, está confirmado. Por desgracia, todavía no sabemos lo que este preso realmente escuchó.
―¿Por qué no? ―preguntó Rylann―. ¿Se niega a hablar?
―En primer lugar, este preso no es uno más. Se le puso en libertad del MCC justo antes del asesinato de Brown. Es probable que ni siquiera sepa que Brown ha muerto.
Rylann pensó que estaba perdiéndose algo.
―¿Por qué no habló con él el FBI en su casa?
―Lo intentaron ―dijo Cameron―. Hasta ahora no han podido sino hablar con sus abogados. Por eso nos desvía del caso. Si queremos hablar con este hombre, seguramente necesitaremos una citación judicial. Dudo que vaya a cooperar de forma voluntaria ―Miró a Rylann, con aspecto divertido―.Probablemente esté un poco receloso con la Oficina del Fiscal de Estados Unidos. Sobre todo desde que le llamaron “terrorista” y “ciber-amenaza para la sociedad”.
Rylann parpadeó.
―¿Joe Jonas es nuestro testigo clave?
―En realidad tu testigo clave ―enfatizó Cameron―. Desde ahora, Rylann, el caso es todo tuyo. Con el Terrorista de Twitter incluido.
Demasiado para la vista, para la mente.
―Es curioso como él sigue apareciendo en mis casos estos días ―dijo Rylann. No había visto al chico desde hacía nueve años y ahora regresaba como una moneda falsa.
Como una mala moneda.
Perversa y peligrosamente mala.
Cameron lo afirmó con un movimiento de cabeza.
―Llamarte fue pura casualidad. Necesitaba un AUSA especialista de alto nivel para cubrir a Cade y tú, siendo la chica nueva, tenías un horario flexible. Cuando el FBI me trajo el caso de Brown ayer, lo admito, fuiste la primera persona en la que pensé. Si alguien en esta oficina tiene posibilidad de que Joe Jonas coopere voluntariamente, eres tú. Leí la transcripción del movimiento del martes. Desde el punto de vista de Rhodes, eres la única persona que de verdad ha abogado por su liberación ―Sonrió―. Esperemos que ahora puedas usar tu capacidad de persuasión para hacerlo hablar.
O quizá me cierre la puerta en las narices.
Probablemente no era el mejor momento para decirle a tu nueva jefa que habías besado a la parte demandada de tu primer caso y luego cortaste con él directamente en los tribunales.
―¿Y si no funciona? ―preguntó Rylann―. ¿Hasta dónde quieres que lleve esto?
―Hasta el final ―Cameron se inclinó, poniéndose seria, la fiscal de Estados Unidos surgiendo en ese momento―. Cuando me hice cargo de esta oficina, tras mi inestimado predecesor, juré que acabaría con toda la corrupción del gobierno. Si me baso en lo que el FBI ha dicho, tenemos un funcionario del correccional federal que ha estado impartiendo su propia justicia con los reclusos y sus actos han llevado a la muerte de un hombre. No se librará de está, no mientras yo esté al frente ―miró a Rylann fijamente―. Si Jonas escuchó esa amenaza, creo que tendríamos suficiente para acusarle. Haremos que suceda.
Al ver la mirada de determinación en el rostro de su jefa, Rylann solo tuvo una respuesta.
―Dalo por hecho.
:toosexy:
A la mañana siguiente, Rylann llamó a la puerta de Cameron, deteniéndose al ver que la otra mujer estaba al teléfono. Con una mirada de bienvenida, Cameron le hizo un gesto a Rylann para que se sentara en una de las sillas frente a su escritorio.
―Tengo que dejarte, Collin, hay alguien en mi oficina ―Cameron le explicó a la persona del otro lado de la línea―. Sí, soy alguien muy importante. Sé que te mata compartir el ser el centro de atención ―le sonrió a Rylann mientras colgaba el teléfono―. Lo siento. Un viejo amigo.
Ella cruzó las manos sobre el escritorio.
―Entonces. Tengo un asunto interesante que me gustaría discutir contigo. Pero antes quiero saber cómo ha estado tu primera semana.
―Va bien. Creo que he conocido a casi todos los expertos judiciales de AUSA y parecen un gran grupo. ―De hecho, el único al que no había conocido todavía era al escurridizo Cade Morgan, el fiscal que en un principio llevaba el caso del Terrorista de Twitter.
―Es un gran grupo ―coincidió Cameron―. Yo estaba con los expertos judiciales antes de que me trasladaran aquí.
Rylann contuvo una carcajada, apreciando su modestia. El presidente de Estados Unidos había nombrado a Cameron para el cargo de Fiscal, lo cual era un poco más que simplemente ser “trasladada”.
Cameron cambió de tema, dispuesta a ponerse a trabajar.
―El FBI me informó acerca de una investigación en la que me gustaría que trabajaras. Es un asunto un tanto delicado y sospecho que requerirá de una AUSA experimentada, debido a ciertas circunstancias que te explicaré a continuación.
Rylann se interesó al momento.
―¿Qué tipo de caso es?
―Un caso de homicidio. Hace dos semanas, se halló muerto en su celda a un preso llamado Darius Brown, en el Centro Correccional Metropolitano. Al parecer, Brown fue atacado en mitad de la noche por su compañero de celda, un hombre llamado Ray Watts. Quien golpeó a Brown hasta la muerte con un arma improvisada, un candado unido a un cinturón. Para cuando los guardias se dieron cuenta del ataque y fueron hasta la celda, Brown ya estaba inconsciente. Lo llevaron a la clínica, donde murió poco después.
Cameron alcanzó un archivo de su escritorio y le mostró una foto policial de un hombre de casi treinta años con el pelo rubio muy corto.
―Ese es Watts, el compañero de celda. Actualmente cumple dos cadenas perpetuas por asesinato en primer grado e incendio provocado. Es un miembro de la Hermandad, un grupo local de supremacía blanca. Fue condenado hace cuatro años después de que él y dos miembros del grupo bombardearan la casa de un afroamericano, que había abierto una tienda de 24 horas en el barrio de Watts. Tanto el propietario de la tienda como su esposa fueron asesinados.
―Suena como si Watts fuera un ciudadano modelo ―dijo Rylann de mal humor. No importaba cuántas veces oyera historias como esta, aún continuaban. Y si alguna vez dejaban de suceder, habría llegado el momento de colgar su maletín.
―También es un preso modelo ―dijo Cameron ásperamente―. Al parecer tiene reputación de violento en el MCC. Por eso estuvo en una celda solo para él hasta que se trasladó a Brown.
Apoyó los brazos sobre la mesa y continuó.
―Aquí sobre mi escritorio consta como terminó todo eso. El FBI tiene a un hombre, al agente Griegs, que ha estado trabajando en secreto, infiltrado como preso en el MCC, en otra investigación no relacionada. Todo este tiempo ha estado pasando al FBI la información que creía que podría interesarles. Tras el asesinato de Brown, el agente infiltrado informó a su contacto que el ataque parecía sospechoso. Otro agente, el Agente especial Wilkins, fue asignado después para que se hiciera cargo de la investigación.
―El momento de la muerte de Brown fue lo que inmediatamente llamó la atención del agente Wilkins. Brown, que es afroamericano, fue trasladado a la celda de Watts solo dos días antes del ataque, hecho que había organizado un guardia de la prisión llamado Adam Quinn. Naturalmente, el agente Wilkins entrevistó a Quinn, y aquí es donde el asunto se puso realmente interesante. Durante la entrevista, Quinn se puso muy nervioso cuando le preguntaron por qué había trasladado a Brown a la celda de Watts. El guardia dijo que había organizado el traslado, ya que, según la política del lugar, los presos no debían tener celdas exclusivas. Pero Quinn no pudo dar ningún motivo por el cual decidió de repente seguir esa supuesta política, cuando Watts llevaba ya tres meses solo en una celda. Quinn tampoco tenía una explicación de por qué había elegido a Brown para ser compañero de celda de Watts.
―Lo cual es sospechoso de por sí, dado el historial de violencia por motivos raciales de Watts. ―Rylann se detuvo. Su mente estaba ya trabajando sobre el patrón de los hechos―. ¿El agente Wilkins confirmó si existe una política en relación con que los presos no puedan estar solos en una celda?
―El director dijo que, aunque es la regla general, han hecho excepciones como en el caso de Watts, por ser extremadamente agresivo ―continuó Cameron―. No me sorprende que el agente Wilkins haya intentado llegar más allá. Al revisar los archivos de Brown encontró algo muy inusual. Brown atacó a Quinn, el guardia, dos semanas antes de que fuera asesinado.
Rylann puso su radar de fiscal en alerta máxima.
―¿Cuáles fueron las circunstancias de ese ataque?
―Al parecer, Brown agarró a Quinn por el antebrazo cuando este trataba de recoger su bandeja de comida, consiguiendo dislocarle la muñeca.
Rylann se recostó en la silla.
―Recapitularé para ver que todo esté en orden. Brown ataca a un guardia de la prisión y le disloca la muñeca. Dos semanas más tarde, ese guardia traslada a Brown a la celda de uno de los reclusos más violentos de la prisión, nada menos que a la de un supremacista blanco, y es golpeado hasta la muerte ―Miró a Cameron―. Supongo que pensamos lo mismo: que Quinn diseñó ese ataque como represalia.
―Eso es exactamente lo que el agente Wilkins sospechaba, así que siguió investigando ―dijo Cameron―. Como era de esperarse, trasladaron a Brown a aislamiento disciplinario durante una semana. Cuando salió, le dijo a alguno de sus amigos que una noche el guardia se acercó a su celda y lo amenazó.
Rylann ladeó la cabeza.
―¿Con qué tipo de amenaza?
―Brown explicó que Quinn le había dicho: Pagarás por lo que me hiciste en la muñeca, pedazo de mierda.
―¿Sabemos si alguien más escuchó esa amenaza? ―preguntó Rylann.
―No lo sabemos aún. Pero retomaré eso en un minuto ―dijo Cameron―. Después de eso, el agente Wilkins echó un vistazo a los archivos personales de Quinn y descubrió que en el último año el guardia había participado en un par de altercados más con presos. Y en ambas ocasiones, poco después, otros prisioneros habían atacado y golpeado a esos presos.
Le concedió a Rylann un momento para que procesara la información.
―Así que tenemos un guardia de la prisión al que no le gusta que los reclusos se pasen de la raya ―dijo Rylann―. Pero en vez de ensuciarse sus propias manos para tomar represalias, utiliza a otro interno para que haga el trabajo por él. Sin embargo, esta vez se pasó, escogió al recluso equivocado y un hombre acabó muerto.
―Afortunadamente, el agente infiltrado nos avisó. De lo contrario, esto habría pasado desapercibido, como una simple pelea entre dos presos que acabó mal ―Los ojos de Cameron centellearon―. Lo que me lleva de vuelta a tu pregunta, si alguien oyó a Quinn amenazando a Brown.
Rylann sabía lo que significaba esa mirada.
―Supongo que tenemos un testigo.
―Podríamos tener un testigo ―dijo Cameron―. El FBI ha identificado a un recluso que estaba también en aislamiento disciplinario la misma noche que Quinn amenazó a Brown. En la celda de la derecha de Brown, está confirmado. Por desgracia, todavía no sabemos lo que este preso realmente escuchó.
―¿Por qué no? ―preguntó Rylann―. ¿Se niega a hablar?
―En primer lugar, este preso no es uno más. Se le puso en libertad del MCC justo antes del asesinato de Brown. Es probable que ni siquiera sepa que Brown ha muerto.
Rylann pensó que estaba perdiéndose algo.
―¿Por qué no habló con él el FBI en su casa?
―Lo intentaron ―dijo Cameron―. Hasta ahora no han podido sino hablar con sus abogados. Por eso nos desvía del caso. Si queremos hablar con este hombre, seguramente necesitaremos una citación judicial. Dudo que vaya a cooperar de forma voluntaria ―Miró a Rylann, con aspecto divertido―.Probablemente esté un poco receloso con la Oficina del Fiscal de Estados Unidos. Sobre todo desde que le llamaron “terrorista” y “ciber-amenaza para la sociedad”.
Rylann parpadeó.
―¿Joe Jonas es nuestro testigo clave?
―En realidad tu testigo clave ―enfatizó Cameron―. Desde ahora, Rylann, el caso es todo tuyo. Con el Terrorista de Twitter incluido.
Demasiado para la vista, para la mente.
―Es curioso como él sigue apareciendo en mis casos estos días ―dijo Rylann. No había visto al chico desde hacía nueve años y ahora regresaba como una moneda falsa.
Como una mala moneda.
Perversa y peligrosamente mala.
Cameron lo afirmó con un movimiento de cabeza.
―Llamarte fue pura casualidad. Necesitaba un AUSA especialista de alto nivel para cubrir a Cade y tú, siendo la chica nueva, tenías un horario flexible. Cuando el FBI me trajo el caso de Brown ayer, lo admito, fuiste la primera persona en la que pensé. Si alguien en esta oficina tiene posibilidad de que Joe Jonas coopere voluntariamente, eres tú. Leí la transcripción del movimiento del martes. Desde el punto de vista de Rhodes, eres la única persona que de verdad ha abogado por su liberación ―Sonrió―. Esperemos que ahora puedas usar tu capacidad de persuasión para hacerlo hablar.
O quizá me cierre la puerta en las narices.
Probablemente no era el mejor momento para decirle a tu nueva jefa que habías besado a la parte demandada de tu primer caso y luego cortaste con él directamente en los tribunales.
―¿Y si no funciona? ―preguntó Rylann―. ¿Hasta dónde quieres que lleve esto?
―Hasta el final ―Cameron se inclinó, poniéndose seria, la fiscal de Estados Unidos surgiendo en ese momento―. Cuando me hice cargo de esta oficina, tras mi inestimado predecesor, juré que acabaría con toda la corrupción del gobierno. Si me baso en lo que el FBI ha dicho, tenemos un funcionario del correccional federal que ha estado impartiendo su propia justicia con los reclusos y sus actos han llevado a la muerte de un hombre. No se librará de está, no mientras yo esté al frente ―miró a Rylann fijamente―. Si Jonas escuchó esa amenaza, creo que tendríamos suficiente para acusarle. Haremos que suceda.
Al ver la mirada de determinación en el rostro de su jefa, Rylann solo tuvo una respuesta.
―Dalo por hecho.
:toosexy:
Zuly González
Re: About that night
Capítulo Nueve
Al no tener planes para esa tarde, Rylann se quedó en la oficina hasta las ocho y cuando llegó a casa ordenó comida china para llevar. Se cambió a unos jeans y una camiseta, entonces se acomodó en el sofá para llamar a sus padres. Se habían jubilado hacía varios años y ahora pasaban los inviernos en una casa de dos pisos que habían comprado cerca de Naples, Florida. Después de algunos años, Rylann se enteró de que la definición de “invierno” de sus padres parecía haberse expandido significativamente, y tenía la sospecha de que los vería al norte de la línea Mason-Dixon19 antes de Junio.
—Bueno, si es la chica del momento —dijo Helen Pierce con una nota de orgullo en la voz cuando atendió el teléfono—. ¿Por qué no me dijiste que estabas trabajando en el caso del terrorista de Twitter?— Le he estado mostrando tu foto a todo el vecindario. La que estás en la sala de el tribunal con Joe Jonas.
—Fue una cosa de último momento —explicó Rylann—. Mi jefa necesitaba que cubriera a alguien.
—Creo que él te estaba mirando lo senos.
A Rylann le tomó un momento. Cierto, la fotografía de Joe y ella.
—Él no estaba mirando mis pechos, mamá.
—Entonces ¿qué pasa con esa mirada? Esa es la mirada de un hombre que te imagina desnuda o quiere verte desnuda.
Inmediatamente, Rylann recordó que Joe la había mirado atrevidamente en el momento en que había sido tomada la foto.
Él la recordaba, muy bien.
—No noté nada extraño en cómo me miraba —mintió.
Helen no pareció enteramente convencida.
—Hum. Es bueno que tu trabajo en este caso haya terminado, o probablemente te tendría que dar una especie de conferencia sobre estar lejos de chicos así. Deber de madre y eso.
Rylann sonrió.
—Joe Jonas es apenas un chico, mamá.
—Oh, créeme, lo noté.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Rylann estaba a punto de cambiar de tema, fallando deliberadamente en mencionar que su trabajo con Joe no estaba totalmente terminado, cuando su madre se le adelantó.
—Entonces aparte del caso del Terrorista del Twitter; ¿en qué más estás trabajando? —le preguntó Helen. Antes de retirarse había trabajado de paralegal20 en defensa criminal en una firma de Chicago y disfrutaba hablando de los casos de Rylann, incluso bromeaba con lo de que su hija jugaba para el ‘otro equipo’.
En la mayor parte de la niñez de Rylann, los roles de género tradicionales habían sido invertidos en la casa Pierce. De hecho, su madre había sido el sostén primario durante la mayoría de esos años.
El padre de Rylann, un reparador de aire acondicionado, se había lesionado la espalda cuando ella tenía siete años, y a pesar del tratamiento y la terapia física, no había podido trabajar más que media jornada después de eso. Así que, su padre era el que la llevaba y recogía del colegio, de vez en cuando hacía algunos trabajos de reparación, y a las seis en punto su madre llegaba por la puerta, se cambiaba su ropa de trabajo, y se unía a ellos para la cena, normalmente entreteniéndolos con historias de los casos en los que ella y “sus abogados” estuvieran trabajando.
Sin embargo desde joven, Rylann se dio cuenta rápidamente de una cosa sobre esas historias: No le gustaba cuando los chicos malos ganaban. Y de esa semilla, había brotado su carrera como asistente del Fiscal Federal
Rylann habló con su madre unos minutos más, hasta que el portero eléctrico sonó. Entonces corrió abajo a buscar su comida, y se acomodó para pasar la noche con los expedientes de su caso, con un cartón de pollo kung pao y una copa de Riesling que se había ganado en la división post-ruptura de la colección de vinos que Jon y ella habían tenido. Otro tranquilo viernes por la tarde, como muchos otros que había tenido en los pasados seis meses.
Y, wow, estaba peligrosamente cerca de sentir lástima de sí misma. Era bueno que tuviera trabajo en el cual enfocarse, eso, al menos, nunca cambiaba.
Sentada en la barra de la cocina, leyó los archivos. A pesar del hecho de que el caso Brown no era ni el más grande ni el más glamoroso que alguna vez había manejado, ya había saltado rápidamente al primer puesto en su lista de prioridades. Primero y principal, el hombre había sido brutalmente golpeado hasta la muerte. No le tomaba mucho más a la fiscalía asumir eso. Segundo, el caso era claramente importante para el Fiscal Federal y si era importante para Cameron, de ninguna manera Rylann, “la chica nueva”, iba a estropearlo.
Lo que significaba que Joe Jonas y ella tenían algunos asuntos pendientes que atender.
* * * * *
El lunes por la mañana, Rylann irrumpió en la oficina cargada y lista para enfrentarse al heredero multimillonario ex convicto.
Tan pronto como se sentó en su escritorio, tecleo el número de teléfono de la firma de abogados que representaba a Joe. Técnicamente, tenía permitido contactarse con él directamente, debido a que el tema del que quería hablar no era por el que había contratado a un abogado ni estaba bajo investigación. Sin embargo, pensaba que era prudente consultar a sus abogados primero por cortesía.
Cortesía, que desafortunadamente, no le fue devuelta.
—Le diré lo mismo que al FBI, señorita Pierce. Está malditamente loca si piensa que la dejaré hablar con mi cliente —Fue la feroz réplica de Mark Whitehead, el abogado defensor de Joe—. No después de la manera en que su oficina lo trató hace cinco meses.
—Esto no tiene que ver con el caso del señor Jonas —dijo Rylann con su mejor voz de “seamos amigos”—. Me gustaría hablar con él acerca de una investigación en curso relacionada con un incidente ocurrido hace dos semanas en el Centro Correccional Metropolitano. El cual preferiría no especificar por teléfono, le puedo asegurar que su cliente no es sospechoso de ninguna actividad criminal en este caso.
Mark se mofó de eso.
—Mi cliente no estaba en la MCC hace dos semanas. Fue liberado antes.
—Aún más razón para que confíe en mí cuando digo que él no está bajo sospecha.
—Sigue siendo un no. Si quiere hablar con Joe Jonas, consiga una cita —dijo Mark.
—Con todo el debido respeto, los dos sabemos que no necesito su permiso. Contactaré directamente al señor Rhodes si tengo que hacerlo —dijo Rylann.
Mark sonó divertido.
—Buena suerte con eso. Estoy seguro de que el terrorista de Twitter tiene varias cosas que le encantará decirle a oficina del Fiscal Federal Aunque dudo que alguna la ayude con su investigación.
—Podemos hacer esto de la forma fácil Mark, o puedo ir al gran jurado y arrastrarlo dentro. Y si tengo que hacer eso, no usted no podrá estar allí —Rylann puntualizó. Era la mejor carta que podía haber jugado, el hecho de que los testigos no tenían permitido tener a su abogado en la sala de el tribunal.
—¿Habla en serio? —Mark suspiró—. Y yo pensaba que Morgan era un dolor en el trasero. Está bien, llamaré a Jonass. Pero yo que usted no tendría muchas esperanzas.
Rylann colgó el teléfono, satisfecha de haber hecho al menos algún progreso. No estaba segura de la respuesta de Joe dada la historia con su oficina, aunque estaba totalmente preparada para algo en la línea de bese mi criminal trasero, abogada.
Sonrió a ese pensamiento. Dejaría que él tratara de ignorarla. Podía ser bastante persistente cuando quería.
Unos minutos después, Rylann escuchó que tocaban a su puerta, vio a un hombre alto y muy atractivo de pelo marrón parado fuera de su puerta, un hombre que reconocía por la cobertura de la prensa del caso del terrorista del Twitter.
El evasivo Cade Morgan finalmente había hecho su aparición.
—Me parece que te debo una taza de café —dijo él con una sonrisa.
Rylann hizo un ademán hacia su vaso de Starbucks ya en su escritorio.
—Perdiste la oportunidad. Estoy totalmente llena de cafeína.
Él se acercó para darle un apretón de manos.
—Cade Morgan. Oí que cubriste mi caso el martes.
—Sin ningún problema. Estoy feliz de poder ayudar.
—Siento no haber podido pasar a presentarme antes —dijo— estuve en un juicio la semana pasada. Justo dieron el veredicto.
—¿Cómo salió?
—Culpable en los cinco cargos.
—Eso explica el brillo victorioso. Felicitaciones.
—Gracias. He oído que elegiste un interesante caso de homicidio —dijo Cade—. Parece que desde que remataste el caso del Terrorista de Twitter, Cameron piensa que podrías hacer que Joe Jonas sea uno de sus testigos. —Se apoyó contra la estantería, viéndose casual con su traje diplomático azul marino a rayas—. No sé si Camerón te advirtió que no esperaras cooperación por parte de Rhodes. Probablemente quemé ese puente llamándolo terrorista.
Personalmente, Rylann siempre pensó que eso fue extremo. Pero generalmente trataba de evitar juzgar a otros AUSAS por como manejaban sus casos, por lo que respondió diplomáticamente.
—Fuiste obviamente muy apasionado sobre ese caso.
—Es justo decir que el caso del Terrorista de Twitter estaba en la cima de la agenda de alguien más. No solo mía.
Rylann lo miró socarronamente.
—Me perdiste.
—No me entiendas mal, estaba detrás de todos los cargos archivados contra Joe Jonas —dijo Cade—. Él cometió un delito y causó muchos problemas. Problemas mundiales. De ninguna manera lo iba a dejar pasar con un simple tirón de orejas.
Ella levantó una ceja.
—¿Pero?
—Pero esta oficina era diferente hace cinco meses. Y supongo que podría decirse que fuimos un poco viciosos en la manera en que manejamos esa persecución. —La expresión de Cade cambió a un tono de molestia—. Mi antiguo jefe, Silas Briggs, dejó claro que no esperaba menos de mí. Yo esperaba una oportunidad para poner a esta oficina, y a él, en los ojos del público, y supongo que el caso del Terrorista de Twitter fue la oportunidad perfecta para eso. A nadie le importa cuando eliges a un heredero millonario.
—Excepto al heredero millonario —acotó Rylann.
—Bueno, no estaba pensando exactamente que necesitaríamos su ayuda al final del camino.
Cade le dirigió una sonrisa bondadosa.
—Es bueno que ahora sea problema tuyo y no mío. —Se alejó de la estantería e hizo una pausa camino a la puerta—. Oye en serio, si necesitas algo, estoy al final del pasillo. Siéntete libre de pasar en cualquier momento, chica nueva. —Le señaló—. Y mañana el café lo pagaré yo.
Nada mal, Rylann musitó apreciativamente después de que Cade se fuera. Él era definitivamente bien parecido al estilo americano. Quizás un poco demasiado confiado, pero eso era común entre los AUSAs, especialmente en los de la división de procesamientos especiales. A pesar de todo, Cade Morgan estaba fuera de los límites, y ella había sabido eso incluso antes de que pasara por su puerta. Los romances de oficina tendían a complicarse fácilmente, y, como regla, no dejaba que las cosas se complicaran cuando se trataba de trabajo.
Justo en ese momento, sonó su teléfono.
—Rylann Pierce —contestó.
—Soy Mark Whitehead. Hablé con mi cliente —dijo, no sonaba contento—. Para que cuente, estoy total y completamente en contra de esto.
—Me parece justo. Eso será anotado en el registro. —No tenía idea de lo que estaba hablando.
—El señor Jonas accedió a reunirse con usted esta tarde, en su oficina. A solas —dijo Mark con énfasis—. Fue bastante claro en ese punto, a pesar de todos mis intentos para persuadirlo.
Ciertamente, ésa no era la respuesta que Rylann había esperado. Juzgando por los cinco abogados que se habían presentado en la vista del martes pasado, un hecho que seguía encontrando ridículo, ella había tenido la impresión de que el multimillonario Joe Jonas nunca accedería a reunirse con la Oficina del Fiscal sin un abogado presente.
Aun así… este resultado favorecía sus intereses, también. No estaba exactamente publicando su anterior conexión con Joe, y podrían hablar más libremente sin público presente.
—Bien. Puedo encontrarme con el señor Rhodes más tarde. —Tomó una pluma—. ¿Dónde está ubicada su oficina?
—Bueno, señorita Pierce, viendo que mi cliente está desempleado, su oficina actual es su casa. North Lake Shore Drive al 800. El ático. El señor Jonas estará esperándola a las 4:30, en punto.
Zuly González
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