tres tipos de té. {one shot.

Hoy, mañana, pasado y toda tu vida, te habla Thomas. Yo. ¿Qué busco? Hacerte sonreír. A ti, a él, a ella, a todo aquel que lea las siguientes palabras. Pero, la gran pregunta es, por qué. Por qué alguien tomaría parte de su tiempo en los demás, en personas totalmente desconocidas para él. ¿Con qué fin? El fin de sonreír.
Sí, sonaba raro pero, la sonrisa de los demás, es la mía. Con 17 años ya pasé bastante, no maduré, pero viví bastantes problemas que me quitaban el aliento, o las simples ganas de vivir. Cuando el cuerpo no tiene modo de expresión para algo sublime llora, cuando conoce las lagrimas está listo para saber que es la alegría. La sonrisa es la semilla que crece en el corazón y florece en los labios. Pese a que muchas personas estaban en contra mío o sólo me odiaban, yo seguía, sonriendo. Yo admiro al hombre que puede sonreír ante los problemas, que puede sacar fuerza de la desgracia, y que en la reflexión crece en valentía. Es característico de las mentes pequeñas encogerse, pero aquél que es firme en su corazón, y cuya conciencia aprueba su conducta, persevera en sus principios hasta la muerte. Sólo pienso en beber tres tipos de té, para volver, a sonreír. 

hi:

Día de escuela, día de infierno para muchos. En parte estaba emocionado, siempre lo estoy y no veo razón para no estarlo. Sí, secundaria, a veces un asco por el simple hecho de estudiar, pero para otros por la gente que lo hace un asco. Esos típicos chicos que se dedican a molestar a los más débiles. A mi me molestaban siempre, y eso a mi no me molestaba. La costumbre supongo. 
Si el día te sonríe, sonriele tu a él. Eso me habían dicho un día que la cara larga abundaba en mi, obviamente, le hice caso. Sirvió, y mucho. Sabes, sonreírle a un desconocido tampoco estaba mal, llevar buenas vibras a todos lados. Las alegrías son como flores que la lluvia mancha y el viento deshoja. La mejor manera de demostrarle a la vida lo bien que la pasamos es una sonrisa.
Pero también viene el lado malo en todo. Me considero una persona muy positiva, y claro, tengo mis momentos negativos. Como ahora. El sol brilla, las personas no me miran como siempre lo hacen cuando me ven entrando a la secundaria feliz y el clima esta perfecto, no me sorprendería si fuese un sueño.  Aún así, deberíamos dejar nuestros problemas a un lado, creo en la pequeña teoría de la sonrisa para la sonrisa de otro.

—Miren quién está ahí, ¡el joven sonrisa! ¿Cómo va todo Thomas? ¿Hiciste mi tarea?—preguntó el irremediable caso de John Fitchard, un chico insoportable que lo único que sabe hacer es molestarme, ¿curioso?
—Te dije detalladamente que no la haría, ahora, con permiso.—traté de correrme e irme, pero él volvió a ponerse entre mío de brazos cruzados. Sí, era fuerte, jugador de algún deporte que se base en golpearse hasta quedar en el suelo y claro, admirado por la platea femenina. Básicamente él era el león, y yo el ratón.
—No te vas hasta que me des las malditas hojas, ¿entendido?—
—No. Adiós.—traté de volver a safarme de esta pero él tomó mi cuello y me estampó contra la pared. Al frente de mi cara tenía su puño. Lo gracioso de todo esto es que tal vez mi sonrisa iba a desaparecer en cualquier momento. 
—Voy a golpearte hasta que no vuelvas a contar todos los malditos universos que cuentas en clase.—
—Entonces eso será mucho ¿no?—volvió a amenazarme y pensé que los chistes en estas situaciones no servían.—Vale vale, suéltame y termino tu tarea ¿sí?—iba a soltarme cuando la profesora de físico, la admirado de John. Esas profesoras que le regalan puntos a sus alumnos por su reputación, y vaya que le regalaba puntos a John. ¿A mi? Meh. Los puntos los ganaba solos, me había acostumbrado a eso hace mucho mucho tiempo. 
La mujer sólo nos dio un sermón, pero Fitchard se salió con la suya acusándome a mi de tratar de golpearlo y de empezar con la pelea. ¿A quién le creyeron? ¡Ding ding! ¡Fitchard ha ganado! 
De todas formas, lo hecho esta hecho, una simple pelea y un castigo con el director no tirarían mi sonrisa, abajo.


Ya el la dirección me senté junto a una chica con cabellos coloridos. La conocía. Todos hablaban de ella, como si fuesen a conocerla, supongo. La joven tenía todo tipo de rumores atrás de ella. La tachaban de rebelde, psicópata y sí, rebelde era pero psicópata no, espero que no. Se veía mala, o tal vez mala conmigo porque no para de insultarme y preguntarme por qué la miraba tanto. No le respondí, sólo le sonreí. 
Y pasaba la hora del "castigo" que ambos teníamos. Según ella, estaba aquí gracias a la pelea que tuvo con una de las jovencitas del club de cocina. Chicas sencillas y tranquilas, delicadas y positivas, todo lo contrario a Anne, sí Anne. Annabelle Josford, así se llamaba la chica del cabello colorido. Y era una mujer como todas las que iban a esta secundaria, no entiendo porque nadie comprende eso. Normal, como todos. 
Me preguntó varias veces por qué era tan positivo con la vida y los problemas que se cruzaban en nuestro camino.

—Digo, siempre sonríes, con todo. El dolor, con las adicciones, con los problemas en casa, siempre encuentras una solución para todo.—
—Y es eso, sonreír. 
—Nunca te he visto con problemas de amor, por ejemplo.—
—Si exagerásemos nuestras alegrías, como hacemos con nuestras penas, nuestros problemas perderían importancia. Y con el amor, pues, nunca me atrajo. Si lo considero genial, pero, no lo sé.—
—Eres gay ¿no?—
—¡No! Claro que no lo soy, sólo no encontré el amor. Dicen que no debes dejar que te roben el corazón, deja las puertas abiertas para que lo tomen con amor.
—Eso es estúpido tanto como tu teoría al sonreír por todo. No sirve, no dura.—
—Si bien es cierto que las alegrías son cortas, tampoco nuestros pesares son muy largos.—fue así como terminó el día, y siguieron los demás. 
Pasaba más tiempo con Annabelle, pensé que me odiaba, pero no fue así. Y nos divertíamos mucho. Ambos en un mismo mundo, fumando, riendo, leyendo, hablando, todo. A veces pensé que estaba enamorada de mi, o que yo de ella. Que va, estoy diciendo estupideces. Ella nunca sentiría algo por mi, nunca.

Luego de un par de meses, y de pasarla con Ana, me dediqué más a conseguir amigos hombres. Cosa que era, remotamente, imposible. La mayoría de los mariscales de campo me odian, luego están los chicos ¿normales? Que sí, me odian. Por otro lado, están los, llamados, débiles. No me odian, nunca me lo dijeron pero, asumo que es usual odiarme en esta escuela. "Oh ahí va el sonrisitas, vamos a molestarlo" "Oh mira, sonrisas viene para acá, corramos" y otras frases más que sabía de memoria. 
¿Me enojaba? A veces sí. Claro que sí. Llegaba a tal punto de enojarme de la rabia, me volvían loco, pero no, no todo el tiempo. Por suerte podía calmarme y volver a la realidad. 
Aún así, no sólo ellos me colmaban la paciencia, sino que también, mis padres. Como todo adolescente, tengo mis peleas con ellos, mis discusiones y contradicciones. La dosis de rebeldía me llevaba a decir cosas que no quería decir. Como un "púdrete" o un "mañana me voy de casa" cosa que, obviamente, no lograría por el simple hecho de que siempre fui un poco capullo y sensible para vivir solo. 
Lo malo de todo esto, es que hoy era un día de esos en los que odias al mundo entero y quieres irte de este mismo. Donde te colocas auriculares hasta las 12:00 am, con tal de ignorar a todo aquel ser vivo que quiera, arruinarte aún más el día. La gente se divertían intentando hacerme enojar hasta tener el rostro rojo. Les parecía divertido ver a un chico con buen humor, llorando de furia. 

—Wow wow, ¿y esa cara Celani?—me sorprendió la pregunta de uno de los secuaces de Fitchard, Allan Badillo. No me habla casi nada con él, pero me caía bien. Era como el bueno del grupo, a veces lo veía discutiendo con John. Este mismo lo manipulaba para que siguiera sus horribles planes. Tal vez Allan no quería irse del grupo,p pero tampoco molestar a los demás. 
—Esta cara la tengo por la culpa de tu amiguito, John.—
—Sí, es un dolor de huevos, pero ya sabes lo que dicen, si no estas de su lado, a cuidarse.—
—¿Y tú estas de su lado? Me refiero a estar de acuerdo con todo lo que hace.—
—No, para nada, pero no quiero ser un fracasado, entiendes a lo que me refiero ¿no?—
—Sí.. algo.—dije un poco decepcionado, pensé que Allan tenía un poco de más conciencia, pero no era así. Si bien es un poco torpe, pero yo tampoco soy Einstein.
—Hey, no te pongas mal, que tal si hoy vamos a alguna fiesta ¿qué me dices?—
—No estoy de muy buen humor para eso Allan.—
—¿Thomas Celani con poco humor? Esto es el fin del mundo. Pero bueno, si cambias de opinión, la fiesta es en la casa de Andrew a las 12:00, el tipo que vende cosas ilegales en los basureros de la ciudad, tu sabes. Nos vemos luego sonrisas.—y así se fue, tal vez, mi nuevo ¿amigo?


Tenía planeado ir tal vez. Papá me había dado de esos sermones en donde no tienes que beber, drogarte ni fumar algo sospechoso, mientras que mamá lloraba de alegría porque al fin, iba a salir con "amigos".
Estaba nervioso, pues mi humor seguía malo y si alguno de los amigos de Fitchard, o él me molestaban, perdería la paciencia. Nunca golpee a alguien tan fuerte como esa vez que tuve una pelea con el primo de John, que había estado todo un fin de semana largo tratando de que me suicidara, sí, suicidara. 
Dentro de todo ya no podía cambiar de opinión, me había subido al coche y ya estaba conduciendo para la casa del ilegal de Andrew. Quién sabe qué me esperaba.


Luego de varios tragos, discusiones, golpes en mi cuerpo y claro, un moretón en mi ojo izquierdo, la fiesta terminaba. No fue nada inusual, eso de molestar a Thomas, oh vayan a molestar a Thomas, emborrachen a Thomas, y así. Estoy enojado sólo por el hecho de haber tomado, no debí hacerlo, si no lo hacía podría haberme defendido. Y ahora sigo siendo, un simple debilucho. 

Sí, Thomas Celani en prisión. Bueno, básicamente mi vida después de la fiesta en lo del ignorante de Andrew, había termino mal. Me drogué, varias veces, de hecho casi muero por esto. Anabelle me odiaba y John ahora era mi mejor amigo, al igual que Allan. Y mi vida había dado un giro muy brusco, tanto que no vengo con el librito de sonrisas cada mañana. Podría decirse que ahora me gustaría tirarme de un puente, morir, y olvidarme de todo.
Anne me quiso ayudar unas reiteradas veces, le dije que todo en mi estaba bien pero no me creyó. Y ella tenía razón. Me transformé en otro idiota. Ella me dijo que antes era diferente. Que tenía buenas notas, bastantes neuronas y un cerebro para pensar. ¿Y ahora? Ahora no era nadie. Mis padres también se había decepcionado un poco de mi, pero por suerte, seguían apoyándome. Eso me gustaba, mi familia, definitivamente. 
Apenas quedé en prisión, le avisé a mi padre, él seguramente me iba a sacar, y lo hizo. Pagó la fianza y ya me encontraba en mi hogar, dulce, hogar.
Muchos me dijeron que la depresión me estaba comiendo vivo, pero no creo en eso, no, no tengo depresión y nunca lo tendré. Necesitaba sonreír como antes, eso si. Esa sonrisa sincera, no la de ahora, es que irónica, y sin sentimiento alguno. Si alguna vez no te dan la sonrisa esperada, sé generoso y da la tuya. Porque nadie tiene tanta necesidad de una sonrisa, como aquel que no sabe sonreír a los demás. Sonreír es muy importante. Si no somos capaces de sonreír, entonces el mundo no tendrá paz. No es mediante manifestaciones en contra de las bombas atómicas que podemos lograr la paz. Es con nuestra capacidad de sonreír, respirar, y la paz que podemos lograr con esa actitud. 


Me encontraba en camino a la secundaria cuando, Anne, me tomó del brazo y, me besó. Así como así. Sin ningún diálogo antes, sólo apareció en mi camino, y me besó. En ese momento, al verle sonreír, caí en la cuenta de que deseaba gustarle. Del resto, de su mano sobre mi cara, de sus dedos recorriéndome el brazo.. aún no estaba seguro en absoluto. Pero deseaba agradarle y que ella pensara bien de mi, porque lo hacía, pero temía que dejara de hacerlo. Tenía los labios inmóviles, pero cuando la miré parecieron sonreír sin hacer el más mínimo movimiento. La miré más fijamente, convencido de que se trataba de una poderosa ilusión en la que yo no podía penetrar. Y, cuanto más miraba, más parecía sonreír y, por último, se animó con un susurro, un murmullo, un cántico mudo.

—Te extrañé.—
—¿Por qué? ¿Por qué sigues con la idea de que tengo algún cambio? Sigo siendo el mismo fracaso.—
—Todos cambian, siempre se va a mejorar. Hasta el más "perfecto" debe mejorar, hasta el más profesional. Los cambios son parte de una etapa, tú las viviste todas, ahora es turno de cambiar.—
—¡¿Lo dices en serio?!—sonreí muy sorpresivamente.
—Así me gusta, que sonrías así, muy sencilla pero sinceramente. No quiero que cambies en algo malo, y distinto. Quiero que cambies en bien, pero que sigas siendo así, como eres. Porque me encanta, tanto, que no dejo de sonreír. —