Cromañón: las puertas del infierno.

Todo se prestaba para el desastre. El humo espeso de las bengalas, no permitidas, inundaba el lugar, que había doblado la capacidad de gente admitida, repleto de jóvenes, adultos y niños que solo habían ido por una noche de diversión antes de año nuevo. La primera canción había comenzado y sabía que en tan solo un minuto y medio exactos debería de comenzar con mi trabajo. Entonces una bengala cayó sobre el escenario y la llama de otra bengala, que se encontraba totalmente fuera del alcance de la primera, tocó la media sombra del techo. El bajista sobre el escenario había comenzado a gritar; toda una melodía para mis oídos huecos. En menos de treinta segundos más de tres mil personas comenzaron a correr en busca de una salida, pero, ¿acaso podían ver? O, ¿acaso las puertas estaban abiertas? Pobres niños, no tenían idea de nada. Los materiales con los que estaba hecha la construcción comenzaban a consumirse, hediendo humos similares a los usados en las Guerras Mundiales, no les quedaba nada de tiempo. Los pocos que lograron encontrar las salidas en medio del humo y el fuego fueron aplastados por otros que también querían escapar. Las puertas no cedían y uno a uno fueron cayendo los cuerpos intoxicados, sin embargo ninguno fue tocado por el fuego. Entonces entendí que ya debía ponerme manos a la obra y uno por uno fui tomándolos por los pies y colocándolos sobre mis hombros. Cuando me tocó visitar el hospital podía ver de lejos, e incluso oler, la desesperación y la agonía. La magnitud del accidente había hecho mezclar vivos y muertos en una sola sala, las bolsas de cadáveres saltaban de un lado a otro con algún afortunado que se me había escapado, y así también los cuerpos en descomposición ocupaban una cama con respirador. Horrible y hermoso a la vez, sin nadie a quién culpar y sabiendo muy dentro de su consciencia que fueron más de tres mil los culpables. Así fue como Cromañón me dio 194 almas que llevar. No desesperes, pronto, muy pronto, iré a por ti de la misma manera que llegué a ellos. ¿Aún sigues sin entender mi trabajo? Bueno, puedo decir que presto mis servicios a la corrupción y a la negligencia, o pero así también ayudo al asesino que vive a la vuelta de la esquina. Seguro ya te visité, y ya te conozco y ya me conoces pero aún no tengo la oportunidad de tenerte entre mis brazos, que parecen frágiles e insulsos, pero son fuertes y perseverantes. No desesperes, pronto iré a por ti.