I don't know who you are

La brisa seguía meciendo los cabellos de Ana con violencia. Sentía la humedad en su fina, tersa y muy blanca piel. El aroma salino del mar impregnado en su propia esencia, adhiriéndose sin remedio a su ropa. La arena escondiéndose en los pliegues de su piel, entre los dedos de sus pies. Pero, lo que en verdad perduraba, era la presencia de Él. Desconocía si había sido una alucinación, un sueño, una fantasía… O si en verdad el chico había estado a su lado; con sus brazos apretados alrededor de su cuerpo. Se preguntaba si esa nariz en realidad había estado enterrada en su cabello y lo que más se cuestionaba, era, ¿Cómo era posible que sus manos fueran tan perfectas? La calma había embargado su ser, desterrando todas las emociones que había transcurrido hacía apenas unas horas. Él era como el sol: inalcanzable. Sabía de él, pero no lo conocía en realidad, ni si quiera sabía si existía, si ese aroma a manzanilla, a hombre, a amor habitaba en los rincones de su ropa oscura, de su pecho desnudo y cálido. Sentía la irrefrenable necesidad de besar los rizos oscuros que cubrían ligeramente sus pectorales, pasar sus manos delicadas y temblorosas por esas hebras marrones, sus cabellos salvajes y despeinados, descansando perfectamente en esos anchos hombros, rizándose en las puntas y ondulándose desde la raíz, cayendo como una cascada de chocolate. Quería acariciar sus brazos musculosos, perderse en él, besar sus gruesos labios rosados. Quería conocer de qué color eran sus ojos con aspecto sensual. Aún no sabía si eran grises, verdes, azules, o eran una paleta de todos esos colores. No sabía si sus ángulos eran tan irregulares y preciosos como ella pensaba, si su mandíbula era tan cuadrada, si en verdad la barba incipiente y oscura la cubría. Quería explorarlo con las yemas de sus dedos, besar cada centímetro de su piel, así como las olas del mar lo hacían. Así como las sábanas de su cama lo hacían. Ella quería ser la única descansando entre sus brazos, la única a la que amara y venerara. Ella quería ser su todo, así como él lo era para ella desde ese mismo instante.
—Alejandro —susurró desesperada, lanzando una plegaria al momento de pronunciar su nombre. Y como si hubiese sido un hechizo, su aliento mentolado cubrió su boca con ternura. Introduciendo su lengua con sabor a tabaco, danzando con la suya, explorando su ser en un solo beso. Amándola. Amándolo.

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