Max Vandenburg || Ideas

Hubo un tiempo en el que me tome la libertad de malgastar las hojas de una libreta, escribiendo las tonterías que se me ocurrían y lo que pensaba en algunos momentos. Jamás me separaba de esa libreta.
Todo eso quedo en el olvido, hasta que un día mientras limpiaba mi  habitación encontré aquel cuaderno que en algún momento significo mucho para mí. Hoy en día es mi mayor tesoro, el cual he compartido con muy pocas personas.
He cometido el mayor error de mi vida, porque he destruido esas hojas. Un accidente que, me lastimo muchísimo, del cual me arrepiento y del cual jamás podre olvidar.
Prometí que jamás volvería a perder algo tan valioso como lo son las palabras. Por eso he decidido crear un espacio para poder guardar ese pequeño tesoro que he podido rescatar. Y con el tiempo seguir agregando más.
Decidí que lo mejor sería llamarlo como la persona que me hizo amar las palabras.

—«¿De verdad eres tú?, preguntó el joven» —dijo Liesel—. «¿Fue de tu
mejilla de donde recogí la semilla?»
Max Vandenburg permaneció firme.
No se cayó de rodillas.
La gente, los judíos y las nubes, todos se detuvieron. A mirar.
Max observó a la joven y luego volvió la vista hacia el vasto y
resplandeciente cielo azul. Contundentes rayos —columnas de sol— alcanzaban
maravillados la calzada al azar. Las nubes arquearon la espalda para echar un
vistazo atrás al reanudar la marcha.
—Hace un día precioso —dijo Max con voz quebrada.
Un gran día para morir. Un gran día para morir así.
Liesel se acercó y esta vez encontró el valor para alargar una mano y
acariciar su barbuda mejilla.
—¿De verdad eres tú, Max?
Qué espléndido día alemán, con su atenta multitud.
Max dejó que sus labios besaran la palma de la joven.
—Sí, Liesel, soy yo.
Con su mano, sostuvo la de Liesel sobre su mejilla y lloró entre sus dedos.
Lloraba mientras los soldados se acercaban y un pequeño grupo de insolentes
judíos los miraba.
Lo azotaron, en pie.
—Max —sollozó la niña.
Pronunció su nombre otra vez, en silencio, mientras la sacaban a rastras:
Max.
El púgil judío.
En su interior, Liesel lo dijo todo.
Maxi Taxi. Así es como ese amigo tuyo te llamaba en Sttutgart cuando
peleabas en la calle, ¿te acuerdas? ¿Te acuerdas, Max? Tú me lo contaste. Lo
recuerdo todo...
Ese eras tú, el chico de los puños de acero, y dijiste que la muerte sentiría tu
puño en su cara cuando viniera a por ti.
¿Recuerdas el muñeco de nieve, Max?
¿Lo recuerdas?
¿En el sótano?
¿Recuerdas la nube blanca de corazón gris?
El Führer todavía baja algunas veces preguntando por ti. Te echa de menos.
Todos te echamos de menos.