catarsis.

Muy fácil es, de manera desmedida, recobrar todos los sentimientos. Como una ola furiosa que surge de la calma, como el viento feroz que no veíamos avecinarse, o una colosal tormenta que nos desvela al amanecer, súbita, implacable.

Muy fácil es, entonces, correr hacia vos una vez más. Con los brazos abiertos y el corazón desenjaulado. Con el pelo atado y la felicidad encerrada. Con la esperanza de quererse arrojada una vez más.

Muy fácil es, sin dudarlo, enamorarme otra vez. Como correr descalzo a mediodía en el pavimento, como saborear una fruta envejecida.

Muy fácil es, sí, condenarme al dolor por vos.

Ojalá. Ojalá, algún día, solo extrañe tu presencia. Que compone el anhelo más peligroso y conformista de todos, pues me obliga a volver a aquellos lugares donde pueda encontrarte, pero que se calma una vez que, aún a la lejanía, te he visto. Es aquél deseo que motoriza mis pensamientos y termina dejándome devastada, en medio de la calle, bajo la lluvia, susurrando cualquier canción que haya sido tu favorita.

Ojalá. Ojalá solo alguna que otra noche tu recuerdo se recueste a mi lado. Cuando te vuelvas memoria y me ames así, tan incondicionalmente como alguna vez lo hiciste. Cuando suspires con la imaginación excitada de tantos mañanas a mi lado, de todos aquellos posibles momentos que has deseado transcurrir junto a mí. Cuando cuentes, antes de dormir, todas las cosas que creas que me hacen especial y que nunca termines. 

Y ojalá, ojalá alguna vez desmarque tus retratos y los cubra con sábanas blancas, para ya no ver tu rostro a donde vaya. Que se me olvide de recordar tus ojos, y ya no imagine la curva de tu sonrisa. Que cada dolor se oculte bajo el telón de una vieja obra y actúe por última vez esta parte de mí que ha crecido con una parte de ti. Que florezca, como nunca antes, y ojalá, tan fuerte como para olvidarte.

Vivimos en mi último acto. Un guión salpicado de varipintas gotitas azul melancolía, con furiosas escrituras de a ratos y finos trazos románticos. 
Vivimos en mi último acto, donde lágrimas navegaron las páginas amarillentas, percudidas de tanto tiempo ocultas en el primer cajón de mi mesita de luz. Las noches de tormenta, nieva dentro de la habitación, y fuera, brillan las estrellas. 
Vivimos en mi último acto. Uno del cual debí despedirme tan pronto cayeron las páginas de un viejo calendario colgado en la pared, tan pronto comenzaron a pesar las hojas en mi corazón agotado. 
Vivimos en mi último acto, y ya no puedo rasguñar finales, ni ocultar tu rostro bajo el agujereado telón de esta tragicomedia. 
Vivimos en mi último acto, y los fantasmas me abandonan y el público se despide. Vivíamos en mi último acto y, ahora, mi pluma garabatea una nueva obra. Libertad.

Uno.

Susurré tu nombre creyéndome viajar a la velocidad de la luz, pero ni el vacío nos unió. Me hundí en el colchón atrapada en las sombras de tus manos.

Dos.

Era nuevamente ese diminuto punto y aparte que dejas cada vez que escribes en mi cuerpo. Desgarré a gritos cada rincón en mí que llevara tu firma. Caí.

Tres.

Hice promesas que no cumplí. Me convertí en tu lado más oscuro, le di rienda suelta a todos los pecados que habitaban tu nombre en lo más primitivo de mí. Nos rompimos en cada gemido. Nos quebramos en todas las veces que mi aliento se deslizó por la curva de tu cuello.

Cuatro.

Las yemas de mis dedos se perdieron en cada arruga de las sábanas que exhumaban tu perfume. Me ahogué en cada pliegue. Cada recuerdo fragmentado se fusionaba con el presente. Juntos éramos la máquina del tiempo perfecta, la ilusión que condenaba cada futuro donde era feliz.

Cinco.