Pañuelo de seda {audiciones cerradas}

Estaba sentado en aquel taburete de cuero rojo con perfectas puntadas doradas, esperando la copa de coñac que pedí hace unos minutos. Observando el escenario encontré al músico que tanto ansiaba, un prestigioso violinista reconocido por toda la ciudad. Afinaba el violín con una delicadeza y una sutileza espeluznante.

El camarero se acercó con sigilo colocando la copa del preciado coñac a la izquierda de la barra. Al coger la copa aprecié el frescor del hielo en las yemas de mis dedos, era una maravilla aquella sensación. Bebí un poco cerrando los ojos y expulsando un leve suspiro.

El ambiente era excitante, la luz apagada, solo quedaron encendidas aquellas bombillas de los extremos del escenario, reflejando una increíble luz magenta. Las ventanas tapadas por unas cortinas sedosas armoniosamente arrugadas, tenían un color cremoso, beige diría yo. Se apreciaba el amargo olor de los cigarrillos y el alcohol.

En aquel momento en el que pensaba actuar, una hermosa mujer se acercó jugando con los rizos de su cabello, no pude dejar de observarla. Aquellos labios eran fruto de una belleza inigualable. 

Mientras se alejaba observaba su figura, era algo mágico.

Entonces los focos dieron un chasquido antes de prender e iluminar el escenario y al cuarteto de músicos. El violinista rogó silencio, seguidamente colocó la costilla de su violín en una posición cómoda y alzó el brazo dando comienzo a la actuación. El pianista comenzó con unos sencillos acordes mientras el batería daba leves toques a la membrana de su instrumento para crear una armonía, pero eso no me interesaba... ya era turno del maestro. El violinista dejó caer el brazo friccionando las cuerdas con el arco, creando así unas notas maravillosas que consiguieron que mi vello se pusiera de punta.

Al terminar el violinista cayó del escenario. El pánico se apoderó de las personas que salían gritando de la impotencia. Mientras veía aquel desolador panorama, observé el arma que tenía entre mis manos, repitiéndome por qué hice eso, pero la respuesta fue sencilla: el crimen de mi pequeño a manos de aquel prodigioso violinista.

Antes de dar la oportunidad a la policía de arrestarme, pensé en mi hijo, y me despedí por última vez de él.