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Cincuenta Sombras Más Oscuras Ziam
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Cincuenta Sombras Más Oscuras Ziam
Capítulo IV:
Cuando recobro la cordura, abro los ojos y alzo la mirada a la cara del hombre que amo. Zayn tiene una expresión suave, tierna. Frota su nariz contra la mía, se apoya en los codos y, tomando mis manos entre las suyas, las coloca junto a mi cabeza. Sospecho que, por desgracia, lo hace para que no le toque. Me besa los labios con dulzura mientras sale de mí.
—He echado de menos esto —dice en voz baja.
—Yo también —susurro.
Me coge por la barbilla y me besa con fuerza. Un beso apasionado y suplicante, ¿pidiendo qué? No lo sé, y eso me deja sin aliento.
—No vuelvas a dejarme —me implora, mirándome con seriedad a lo más profundo de mis ojos.
—Vale —murmuro, y le sonrío. Me responde con una sonrisa deslumbrante: de alivio, euforia y placer adolescente, combinados en una mirada encantadora que derretiría el más frío de los corazones—. Gracias por el iPad.
—No se merecen, Liam.
—¿Cuál es tu canción favorita de todas las que hay?
—Eso sería darte demasiada información. —Sonríe satisfecho—. Venga, prepárame algo de comer, muchacho, estoy hambriento —añade, incorporándose de repente en la cama y arrastrándome con él.
—¿Muchacho? —digo con una risita.
—Muchacho. Comida, ahora, por favor.
—Ya que lo pide con tanta amabilidad, señor… Me pondré ahora mismo.
Al levantarme rápidamente de la cama, la almohada se mueve y aparece debajo el globo deshinchado del helicóptero. Zayn lo coge y me mira, desconcertado.
—Ese es mi globo —digo con afán posesivo mientras cojo mi sábana y me envuelvo con ella.
Oh, Dios… ¿por qué ha tenido que encontrar eso?
—¿En tu cama? —murmura.
—Sí. —Me ruborizo—. Me ha hecho compañía.
—Qué afortunado, Charlie Tango —dice con aire sorprendido.
Sí, soy un sentimental, Malik, porque te quiero.
—Mi globo —digo otra vez, doy media vuelta y me encamino hacia la cocina, y él se queda sonriendo de oreja a oreja.
Zayn y yo estamos sentados en la alfombra persa de Harry, comiendo con palillos salteado de pollo con fideos de unos boles blancos de porcelana y bebiendo Pinot Grigio blanco frío. Zayn está apoyado en el sofá con sus largas piernas estiradas hacia delante. Tiene el pelo alborotado, lleva los vaqueros y la camisa, y nada más. De fondo suena el Buena Vista Social Club del iPod de Zayn.
—Esto está muy bueno —dice elogiosamente mientras ataca la comida.
Yo estoy sentada a su lado con las piernas cruzadas, comiendo vorazmente como si estuviera muerto de hambre y admirando sus pies desnudos.
—Casi siempre cocino yo. Harry no sabe cocinar.
—¿Te enseñó tu madre?
—La verdad es que no —digo con sorna—. Cuando empecé a interesarme por la cocina, mi madre estaba viviendo con su marido número tres en Mansfield, Texas. Y Ray… bueno, él habría sobrevivido a base de tostadas y comida preparada de no ser por mí.
Zayn se me queda mirando.
—¿No vivías en Texas con tu madre?
—Su marido, Steve, y yo… no nos llevábamos bien. Y yo echaba de menos a Ray. El matrimonio con Steve no duró mucho. Creo que mi madre acabó recuperando el sentido común. Nunca habla de él —añado en voz baja.
Creo que esa es una etapa oscura de su vida de la que nunca hablamos.
—¿Así que te quedaste en Washington a vivir con tu padrastro?
—Viví muy poco tiempo en Texas y luego volví con Ray.
—Lo dices como si hubieras cuidado de él —observa con ternura.
—Supongo —digo encogiéndome de hombros.
—Estás acostumbrado a cuidar a la gente.
El deje de su voz me llama la atención y levanto la vista.
—¿Qué pasa? —pregunto, sorprendido por su expresión cauta.
—Yo quiero cuidarte.
En sus ojos luminosos brilla una emoción inefable.
El ritmo de mi corazón se acelera.
—Ya lo he notado —musito—. Solo que lo haces de una forma extraña. Arquea una ceja.
—No sé hacerlo de otro modo —dice quedamente.
—Sigo enfadado contigo porque compraras SIP.
Sonríe.
—Lo sé, pero no me iba a frenar porque tú te enfadaras, nene.
—¿Qué voy a decirles a mis compañeros de trabajo, a Jack?
Entorna los ojos.
—Ese cabrón más vale que vigile.
—¡Zayn! —le riño—. Es mi jefe.
Zayn aprieta con fuerza los labios, que se convierten en una línea muy fina. Parece un colegial tozudo.
—No se lo digas —dice.
—¿Que no les diga qué?
—Que soy el propietario. El principio de acuerdo se firmó ayer. La noticia no se puede hacer pública hasta dentro de cuatro semanas, durante las cuales habrá algunos cambios en la dirección de SIP.
—Oh… ¿me quedaré sin trabajo? —pregunto, alarmado.
—Sinceramente, lo dudo —dice Zayn con sarcasmo, intentando disimular una sonrisa.
—Si me marcho y encuentro otro trabajo, ¿comprarás esa empresa también? —insinúo burlon.
—No estarás pensando en irte, ¿verdad?
Su expresión cambia, vuelve a ser cautelosa.
—Posiblemente. No creo que me hayas dejado otra opción.
—Sí, compraré esa empresa también —dice categórico.
Yo vuelvo a mirarle ceñudo. Es una situación en la que tengo las de perder.
—¿No crees que estás siendo excesivamente protector?
—Sí, soy perfectamente consciente de que eso es lo que parece.
—Que alguien llame al doctor Flynn —murmuro.
Él deja en el suelo el bol vacío y me mira impasible. Suspiro. No quiero discutir. Me levanto y lo recojo.
—¿Quieres algo de postre?
—¡Ahora te escucho! —dice con una sonrisa lasciva.
—Yo no. —¿Por qué yo no? La diosa que llevo dentro despierta de su letargo y se sienta erguida, toda oídos—. Tenemos helado. De vainilla —digo con una risita.
—¿En serio? —La sonrisa de Zayn se ensancha—. Creo que podríamos hacer algo con eso.
¿Qué? Me lo quedo mirando estupefacto y él se pone de pie ágilmente.
—¿Puedo quedarme? —pregunta.
—¿Qué quieres decir?
—Toda la noche.
—Lo había dado por sentado —digo ruborizándome.
—Bien. ¿Dónde está el helado?
—En el horno.
Le sonrío con dulzura.
Inclina la cabeza a un lado, suspira y cabecea.
—El sarcasmo es la expresión más baja de la inteligencia, joven Payne.
Sus ojos centellean.
Oh, Dios. ¿Qué planea?
—Todavía puedo tumbarte en mis rodillas.
Yo pongo los boles en el fregadero.
—¿Tienes esas bolas plateadas?
Él se palpa el torso, el estómago y los bolsillos de los vaqueros.
—Muy gracioso. No voy por ahí con un juego de recambio. En el despacho no me sirven de mucho.
—Me alegra mucho oír eso, señor Malik, y creí que habías dicho que el sarcasmo era la expresión más baja de la inteligencia.
—Bien, Liam, mi nuevo lema es: «Si no puedes vencerles, únete a ellos». Le miro boquiabierto. No puedo creer que acabe de decir eso. Y él me sonríe satisfecho y por lo visto perversamente encantado consigo mismo. Se da la vuelta, abre el congelador y saca una tarrina del mejor Ben amp; Jerry’s de vainilla.
—Esto servirá. —Me mira con sus ojos turbios—. Ben amp; Jerry’s amp; Li —añade, diciendo cada palabra muy despacio, pronunciando claramente todas las sílabas.
Ay, madre. Creo que nunca más podré cerrar la boca. Él abre el cajón de los cubiertos y coge una cuchara. Cuando levanta la vista, tiene los ojos entornados y desliza la lengua por encima de los dientes de arriba. Oh, esa lengua. Siento que me falta el aire. Un deseo oscuro, atrayente y lascivo circula abrasador por mis venas. Vamos a divertirnos, con comida.
—Espero que estés calentito —susurra—. Voy a enfriarte con esto. Ven. Me tiende la mano y le entrego la mía.
Una vez en mi dormitorio, coloca el helado en la mesita, aparta el edredón de la cama, saca las dos almohadas y las apila en el suelo.
—Tienes sábanas de recambio, ¿verdad?
Asiento, observándole fascinado. Zayn coge el Charlie Tango.
—No te enredes con mi globo —le advierto.
Tuerce el labio hacia arriba a modo de media sonrisa.
—Ni se me ocurriría, nene, pero quiero enredar contigo y esas sábanas. Siento una convulsión en todo el cuerpo.
—Quiero atarte.
Oh.
—De acuerdo —susurro.
—Solo las manos. A la cama. Necesito que estés quieto.
—De acuerdo —asiento otra vez, incapaz de nada más.
Él se acerca a mí, sin dejar de mirarme.
—Usaremos esto.
Coge el cinturón con destreza lenta y seductora.
Se me abre las sábanas, y yo permanezco paralizado bajo su ardiente mirada. Al cabo de un momento, me quita la prenda por los hombros. Esta cae a mis pies, de manera que quedo desnudo ante él. Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos, y su roce resuena en lo más profundo de mi entrepierna. Se inclina y me besa los labios fugazmente.
—Túmbate en la cama, boca arriba —murmura, y su mirada se oscurece e incendia la mía.
Hago lo que me dice. Mi habitación está sumida en la oscuridad, salvo por la luz tenue y desvaída de mi lamparita.
Normalmente odio esas bombillas que ahorran energía, porque son muy débiles, pero estando desnudo aquí, con Zayn, agradezco esa luz vaga. Él está de pie junto a la cama, contemplándome.
—Podría pasarme el día mirándote, Liam —dice, y se sube a la cama, sobre mi cuerpo, a horcajadas—. Los brazos por encima de la cabeza —ordena. Obedezco y él me ata el extremo del cinturón en la muñeca izquierda y pasa el resto entre las barras metálicas del cabezal de la cama. Tensa el cinturón, de forma que mi brazo izquierdo queda flexionado por encima de mí, y luego me ata la mano derecha, y vuelve a tensar la banda.
En cuanto me tiene atado, mirándole, se relaja visiblemente. Le gusta amarrarme. Así no puedo tocarle. Se me ocurre entonces que tampoco ninguno de sus sumisos deben de haberle tocado nunca… y lo que es más, nunca deben de haber tenido la posibilidad de hacerlo. Él nunca ha perdido el control y siempre se ha mantenido a distancia. Por eso le gustan sus normas.
Se baja de encima de mí y se inclina para darme un besito en los labios. Luego se levanta y se quita la camisa por encima de la cabeza. Se desabrocha los vaqueros y los tira al suelo.
Está gloriosamente desnudo. La diosa que llevo dentro hace un triple salto mortal para bajar de las barras asimétricas, y de pronto se me seca la boca. Realmente es extraordinariamente hermoso. Tiene una silueta de trazo clásico. Espaldas anchas y musculosas y caderas estrechas: el triángulo invertido. Es obvio que lo trabaja. Podría pasarme el día entero mirándole. Se desplaza a los pies de la cama, me sujeta los tobillos y tira de mí hacia abajo, bruscamente, de manera que tengo los brazos tirantes y no puedo moverme.
—Así mejor —asegura.
Coge la tarrina de helado, se sube a la cama con delicadeza y vuelve a ponerse a horcajadas encima de mí. Retira la tapa de la tarrina muy despacio y hunde la cuchara en ella.
—Mmm… todavía está bastante duro —dice arqueando una ceja. Saca una cucharada de vainilla y se la mete en la boca—. Delicioso —susurra y se relame—. Es asombroso lo buena que puede estar esta vainilla sosa y aburrida. —Baja la vista hacia mí y sonríe, burlón—. ¿Quieres un poco?
Está tan absolutamente sexy, tan joven y desenfadado… sentado sobre mí y comiendo de una tarrina de helado, con los ojos brillantes y el rostro resplandeciente. Oh, ¿qué demonios va a hacerme? Como si no lo supiera…
Asiento, tímido.
Saca otra cucharada y me la ofrece, así que abro la boca, y entonces él vuelve a metérsela rápidamente en la suya.
—Está demasiado bueno para compartirlo —dice con una sonrisa pícara.
—Eh —protesto.
—Vaya, joven Payne, ¿le gusta la vainilla?
—Sí —digo con más energía de la pretendida, e intento en vano quitármelo de encima.
Se echa a reír.
—Tenemos ganas de pelea, ¿eh? Yo que tú no haría eso.
—Helado —ruego.
—Bueno, porque hoy me has complacido mucho, joven Payne.
Cede y me ofrece otra cucharada. Esta vez me deja comer.
Me entran ganas de reír. Realmente está disfrutando, y su buen humor es contagioso. Coge otra cucharada y me da un poco más, y luego otra vez. Vale, basta.
—Mmm, bueno, este es un modo de asegurarme de que comes: alimentarte a la fuerza. Podría acostumbrarme a esto.
Coge otra cucharada y me ofrece más. Esta vez mantengo la boca cerrada y muevo la cabeza, y él deja que se derrita lentamente en la cuchara, de manera que empieza a gotear sobre mi cuello, sobre mi pecho. Él lo recoge con la lengua, lo lame muy despacio. El anhelo incendia mi cuerpo.
—Mmm… Si viene de ti todavía está mejor, joven Payne.
Yo tiro de mis ataduras y la cama cruje de forma alarmante, pero no me importa… ardo de deseo, me está consumiendo. Él coge otra cucharada y deja que el helado gotee sobre mis pechos. Luego, con el dorso de la cuchara, lo extiende sobre cada pecho y pezón.
Oh… está frío. Ambos pezones se yerguen y endurecen bajo la vainilla fría.
—¿Tienes frío? —pregunta Zayn en voz baja y se inclina para lamerme y chuparme todo el helado, y su boca está caliente comparada con la temperatura de la tarrina.
Es una tortura. A medida que va derritiéndose, el helado se derrama en regueros por mi cuerpo hasta la cama. Sus labios siguen con su pausado martirio, chupando con fuerza, rozando suavemente… ¡Oh, Dios! Estoy jadeando.
—¿Quieres un poco?
Y antes de que pueda negarme o aceptar su oferta, me mete la lengua en la boca, y está fría y es hábil y sabe a Zayn y a vainilla. Deliciosa.
Y justo cuando me estoy acostumbrando a esa sensación, él vuelve a sentarse y desliza una cucharada de helado por el centro de mi cuerpo, sobre mi vientre y dentro de mi ombligo, donde deposita una gran porción. Oh, está más frío que antes, pero, extrañamente, me arde sobre la piel.
—A ver, no es la primera vez que haces esto. —A Zayn le brillan los ojos—. Vas a tener que quedarte quieto, o toda la cama se llenará de helado.
Me besa ambos pechos y me chupa con fuerza los dos pezones, luego sigue el reguero del helado por mi cuerpo, hacia abajo, chupando y lamiendo por el camino.
Y yo lo intento: intento quedarme quieto, pese a la embriagadora combinación del frío y sus caricias que me inflaman. Pero mis caderas empiezan a moverse de forma involuntaria, rotando con su propio ritmo, atrapadas en el embrujo de la vainilla fría. Él baja más y empieza a comer el helado de mi vientre, gira la lengua dentro y alrededor de mi ombligo.
Gimo. Dios… Está frío, es tórrido, es tentador, pero él no para. Sigue el rastro del helado por mi cuerpo hasta abajo, hasta mi vello púbico, hasta mi pene. Y grito, fuerte.
—Calla —dice Zayn en voz baja, mientras su lengua mágica procede a lamer la vainilla, y ahora lo ansío calladamente.
—Oh… por favor… Zayn.
—Lo sé, nene, lo sé —musita, y su lengua sigue obrando su magia.
No para, simplemente no para, y mi cuerpo asciende… arriba, más arriba. Él desliza un dedo dentro de mí, luego otro, y con lentitud agónica, los mueve dentro y fuera.
—Justo aquí —murmura, y acaricia rítmicamente la pared frontal de mi entrada, mientras sigue lamiendo y chupando de un modo implacable y exquisito.
E inesperadamente estallo en un orgasmo alucinante que aturde todos mis sentidos y arrasa todo lo que sucede ajeno a mi cuerpo, mientras no paro de retorcerme y gemir. Santo Dios, qué rápido ha sido…
Soy vagamente consciente de que él ha parado. Está sobre mí, poniéndose un condón, y luego me penetra, rápido y enérgico.
—¡Oh, sí! —gruñe al hundirse en mí.
Está pegajoso: los restos de helado derretido se desparraman entre los dos. Es una sensación extrañamente perturbadora, pero en la que no puedo sumergirme más de unos segundos, cuando de pronto Zayn sale de mi cuerpo y me da la vuelta.
—Así —murmura, y bruscamente vuelve a estar en mi interior, pero no inicia su habitual ritmo de castigo inmediatamente.
Se inclina sobre mí, me desata las manos y me incorpora con un movimiento enérgico, de manera que quedo prácticamente sentado encima de él. Sube las manos, cubre con ellas mis pechos y tira levemente de mis pezones. Yo gimo y echo la cabeza hacia atrás, sobre su hombro. Me roza el cuello con la boca, me muerde, y flexiona las caderas, deliciosamente despacio, colmándome una y otra vez.
—¿Sabes cuánto significas para mí? —me jadea otra vez al oído.
—No —digo sin aliento.
Él sonríe de nuevo pegado a mi cuello, me rodea la barbilla y el cuello con los dedos, y me retiene con fuerza durante un momento.
—Sí, lo sabes. No te dejaré marchar.
Gruño cuando él incrementa el ritmo.
—Eres mío, Liam.
—Sí, tuyo —jadeo.
—Yo cuido de lo que es mío —sisea, y me muerde la oreja.
Grito.
—Eso es, nene, quiero oírte.
Me pasa una mano por la cintura mientras con la otra me sujeta la cadera y me penetra con más fuerza, obligándome a gritar otra vez. Y empieza su ritmo de castigo. Se le acelera la respiración, es más brusca, entrecortada, acompasada con la mía. Siento en las entrañas esa sensación apremiante y familiar. ¡Otra vez! Solo soy sensaciones. Esto es lo que él me provoca: toma mi cuerpo y lo posee totalmente, de modo que solo puedo pensar en él. Su magia es poderosa, arrebatadora. Yo soy una mariposa presa en su red, sin capacidad ni ganas de escapar. Soy suyo… absolutamente suyo.
—Vamos, nene —gruñe entre dientes cuando llega el momento y, como la aprendiza de brujo que soy, me libero y nos dejamos ir juntos.
Estoy acurrucado en sus brazos sobre sábanas pegajosas. Él tiene la frente pegada a mi espalda y la nariz hundida en mi pelo.
—Lo que siento por ti me asusta —susurro.
—A mí también —dice en voz baja y sin moverse.
—¿Y si me dejas?
Es una idea terrorífica.
—No me voy a ir a ninguna parte. No creo que nunca me canse de ti, Liam.
Me doy la vuelta y le miro. Tiene una expresión seria, sincera. Me inclino y le beso con cariño. Él sonríe y extiende la mano para recogerme el pelo detrás de la oreja.
—Nunca había sentido lo que sentí cuando te fuiste, Liam. Removería cielo y tierra para no volver a sentirme así.
Suena muy triste, abrumado incluso.
Vuelvo a besarle. Quiero animarnos de algún modo, pero Zayn lo hace por mí.
—¿Vendrás mañana a la fiesta de verano de mi padre? Es una velada benéfica anual. Yo dije que iría.
Sonrío, con repentina timidez.
—Claro que iré.
Oh, no. No tengo nada que ponerme.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—Dime —insiste.
—No tengo nada que ponerme.
Zayn parece momentáneamente incómodo.
—No te enfades, pero sigo teniendo toda esa ropa para ti en casa. Estoy seguro de que hay un par de trajes.
Frunzo los labios.
—¿Ah, sí? —comento en tono sardónico.
PipeAlejandroMalik
Re: Cincuenta Sombras Más Oscuras Ziam
No quiero pelearme con él esta noche. Necesito una ducha.
El chico que se parece a mí espera fuera frente a la puerta de SIP. Un momento… el es yo. Estoy pálido y sucio, y la ropa que llevo me viene grande. La estoy mirando a el, que viste mi ropa… saludable y feliz.
—¿Qué tienes tú que yo no tenga? —le pregunto.
—¿Quién eres?
—No soy nadie… ¿Quién eres tú? ¿También eres nadie…?
—Pues ya somos dos…no lo digas, nos harían desaparecer, sabes…
Sonríe despacio, con una mueca diabólica que se extiende por toda su cara, y es tan escalofriante que me pongo a chillar.
—¡Por Dios, Li!
Zayn me zarandea para que despierte.
Estoy tan desorientado. Estoy en casa… a oscuras… en la cama con Zayn. Sacudo la cabeza, intentando despejar la mente.
—Nene, ¿estás bien? Has tenido una pesadilla.
—Ah.
Enciende la lámpara y nos baña con su luz tenue. Él baja la vista hacia mí con cara de preocupación.
—El chico —murmuro.
—¿Qué pasa? ¿Qué chico? —pregunta con dulzura.
—Había un chico en la puerta de SIP cuando salí esta tarde. Se parecía a mí… bueno, no.
Zayn se queda inmóvil, y cuando la luz de la lámpara de la mesita se intensifica, veo que está lívido.
—¿Cuándo fue eso? —susurra consternado.
Se sienta y me mira fijamente.
—Cuando salí de trabajar esta tarde. ¿Tú sabes quién es?
—Sí.
Se pasa la mano por el pelo.
—¿Quién?
Sus labios se convierten en una línea tensa, pero no dice nada.
—¿Quién? —insisto.
—Es Neil.
Yo trago saliva. ¡El ex sumiso! Recuerdo que Zayn habló de él antes de que voláramos en el planeador. De pronto, su cuerpo emana tensión. Algo pasa.
—¿El chico que puso «Toxic» en tu iPod?
Me mira angustiado.
—Sí. ¿Dijo algo?
—Dijo: «¿Qué tienes tú que yo no tenga?», y cuando le pregunté quién era, dijo: «Nadie».
Zayn cierra los ojos, como si le doliera. ¿Qué ha pasado? ¿Qué significa para él?
Me pica el cuero cabelludo mientras la adrenalina me recorre el cuerpo. ¿Y si le importa mucho? ¿Quizá lp echa de menos? Sé tan poco de sus anteriores… esto… relaciones. Seguro que el firmó un contrato, e hizo lo que él quería, encantado de darle lo que necesitaba.
Oh, no… y yo no puedo. La idea me da náuseas.
Zayn sale de la cama, se pone los vaqueros y va al salón. Echo un vistazo al despertador y veo que son las cinco de la mañana. Me levanto, me pongo su camisa blanca y le sigo.
Vaya, está al teléfono.
—Sí, en la puerta de SIP, ayer… por la tarde —dice en voz baja. Se vuelve hacia mí y, mientras me dirijo hacia la cocina, me pregunta—: ¿A qué hora exactamente?
—Hacia… ¿las seis menos diez? —balbuceo.
¿A quién demonios llama a estas horas? ¿Qué ha hecho Neil? Zayn transmite esa información a quien sea que esté al aparato, sin apartar los ojos de mí, con expresión grave y sombría.
—Averigua cómo… Sí… No me lo parecía, pero tampoco habría pensado que el haría eso. —Cierra los ojos, como si sintiera dolor—. No sé cómo acabará esto… Sí, hablaré con ella… Sí… Lo sé… Averigua cuanto puedas y házmelo saber. Y encuéntralo, Welch… tiene problemas. Encuéntralo.
Cuelga.
—¿Quieres un té? —pregunto.
Té, la respuesta de Ray a cualquier crisis y la única cosa que sabe hacer en la cocina. Lleno el hervidor de agua.
—La verdad es que me gustaría volver a la cama.
Su mirada me dice que no es para dormir.
—Bueno, yo necesito un poco de té. ¿Te tomarías una taza conmigo?
Quiero saber qué está pasando. No conseguirás despistarme con sexo.
Él se pasa la mano por el pelo, exasperado.
—Sí, por favor —dice, pero veo que esto le irrita.
Pongo el hervidor al fuego y me ocupo de las tazas y la tetera. Mi ansiedad ha superado el nivel de ataque inminente. ¿Va a explicarme el problema? ¿O voy a tener que sonsacárselo?
Percibo que me está mirando: capto su incertidumbre, y su rabia es palpable. Levanto la vista, y sus ojos brillan de aprensión.
—¿Qué pasa? —pregunto con cariño.
Él sacude la cabeza.
—¿No piensas contármelo?
Suspira y cierra los ojos.
—No.
—¿Por qué?
—Porque no debería importarte. No quiero que te veas involucrado en esto.
—No debería importarme, pero me importa. El me encontró y me abordó a la puerta de mi oficina. ¿Cómo es que me conoce? ¿Cómo es que sabe dónde trabajo? Me parece que tengo derecho a saber qué está pasando.
Él vuelve a pasarse la mano por el pelo, con evidente frustración, como si librara una batalla interior.
—¿Por favor? —pregunto bajito.
Su boca se convierte en una línea tensa, y me mira poniendo los ojos en blanco.
—De acuerdo —dice, resignado—. No tengo ni idea de cómo te encontró. A lo mejor por la fotografía de nosotros en Portland, no sé.
Vuelve a suspirar y noto que dirige su frustración hacia sí mismo.
Espero con paciencia y vierto el agua hirviendo en la tetera, mientras él camina nervioso de un lado para otro. Al cabo de un momento, continúa:
—Mientras yo estaba contigo en Georgia, Nei se presentó sin avisar en mi apartamento y le montó una escena a Gail.
—¿Gail?
—La señora Jones.
—¿Qué quieres decir con que «le montó una escena»?
Me mira, tanteando.
—Dime. Te estás guardando algo.
Mi tono suena más contundente de lo que pretendía.
Él parpadea, sorprendido.
—Li, yo…
Se calla.
—¿Por favor?
Suspira, derrotado.
—Hizo un torpe intento de cortarse las venas.
—¡Oh, Dios!
Eso explica el vendaje de la muñeca.
—Gail la llevó al hospital. Pero Neil se marchó antes de que yo llegara. Santo Dios. ¿Qué significa eso? ¿Suicida? ¿Por qué?
—El psiquiatra que la examinó dijo que era la típica llamada de auxilio. No creía que corriera auténtico peligro. Dijo que en realidad no quería suicidarse. Pero yo no estoy tan seguro. Desde entonces he intentado localizarlo para proporcionarle ayuda.
—¿Le dijo algo a la señora Jones?
Me mira fijamente. Se le ve muy incómodo.
—No mucho —admite finalmente, pero sé bien que me oculta algo.
Intento tranquilizarme sirviendo el té en las tazas. ¿Así que Neil quiere volver a la vida de Zayn y opta por un intento de suicidio para llamar su atención? Santo cielo… resulta aterrador. Pero efectivo. ¿Zayn se va de Georgia para estar a su lado, pero el desaparece antes de que él llegue? Qué extraño…
—¿No puedes localizarlo? ¿Y qué hay de su familia?
—No sabe dónde está. Ni su marido tampoco.
—¿Marido?
—Sí —dice en tono abstraído—, lleva unos dos años casado.
¿Qué?
—¿Así que estaba casado cuando estuvo contigo?
Dios. Realmente, Zayn no tiene escrúpulos.
—¡No! Por Dios, no. Estuvo conmigo hace casi tres años. Luego se marchó y se casó con ese tipo poco después.
—Oh. Entonces, ¿por qué trata de llamar tu atención ahora?
Mueve la cabeza con pesar.
—No lo sé. Lo único que hemos conseguido averiguar es que hace unos meses abandonó a su marido.
—A ver si lo entiendo. ¿No fue tu sumiso hace unos tres años?
—Dos años y medio más o menos.
—Y quería más.
—Sí.
—Pero ¿tu no querías?
—Eso ya lo sabes.
—Así que te dejó.
—Sí.
—Entonces, ¿por qué quiere volver contigo ahora?
—No lo sé.
Sin embargo, el tono de su voz me dice que, como mínimo, tiene una teoría.
—Pero sospechas…
Entorna los ojos con rabia evidente.
—Sospecho que tiene algo que ver contigo.
¿Conmigo? ¿Qué puede querer de mí? «¿Qué tienes tú que yo no tenga?» Miro fijamente a Cincuenta, esplendorosamente desnudo de cintura para arriba. Le tengo: es mío. Esto es lo que tengo, y sin embargo el se parecía a mí: el mismo cabello oscuro y la misma piel pálida. Frunzo el ceño al pensar en eso. Sí… ¿Qué tengo yo que el no tenga?
—¿Por qué no me lo contaste ayer? —pregunta con dulzura.
—Me olvidé de el. —Encojo los hombros en un gesto de disculpa—. Ya sabes, la copa después del trabajo para celebrar mi primera semana. Luego llegaste al bar con tu… arranque de testosterona con Jack, y luego nos vinimos aquí. Se me fue de la cabeza. Tú sueles hacer que me olvide de las cosas.
—¿Arranque de testosterona? —dice torciendo el gesto.
—Sí. El concurso de meadas.
—Ya te enseñaré yo lo que es un arranque de testosterona.
—¿No preferirías una taza de té?
—No, Liam, no lo prefiero.
Sus ojos encienden mis entrañas, me abrasa con esa mirada de «Te deseo y te deseo ahora». Dios… es tan excitante.
—Olvídate de el. Ven.
Me tiende la mano.
Cuando le doy la mano, la diosa que llevo dentro da tres volteretas sobre el suelo del gimnasio.
* * *
Me despierto, tengo demasiado calor, y estoy abrazado a Zayn Malik, desnudo. Aunque está profundamente dormido, me tiene sujeta entre sus brazos. La débil luz de la mañana se filtra por las cortinas. Tengo la cabeza apoyada en su pecho, la pierna entrelazada con la suya y el brazo sobre su vientre.
Levanto un poco la cabeza, temeroso de despertarle. Parece tan joven, y duerme tan relajado, tan absolutamente bello. No puedo creer que este Adonis sea mío, todo mío.
Mmm… Alargo la mano y le acaricio el torso con cuidado, deslizando los dedos sobre su vello, y él no se mueve. Dios santo. Casi no puedo creerlo. Es realmente mío… durante estos preciosos momentos. Me inclino sobre él y beso tiernamente una de sus cicatrices. Él gime bajito, pero no se despierta, y sonrío. Le beso otra y abre los ojos.
—Hola —digo con una sonrisita culpable.
—Hola —contesta receloso—. ¿Qué estás haciendo?
—Mirarte.
Deslizo los dedos siguiendo el rastro hacia su vello púbico. Él atrapa mi mano, entorna los ojos y luego sonríe con su deslumbrante sonrisa de Zayn satisfecho. Entonces me relajo. Mis caricias secretas siguen siendo secretas.
Oh… ¿por qué no me dejarás tocarte?
De pronto se coloca encima de mí, apoyando mi espalda contra el colchón y sujetándome las manos, a modo de advertencia. Me roza la nariz con la suya.
—Me parece que ha estado haciendo algo malo, joven Payne —me acusa, pero sin perder la sonrisa.
—Me encanta hacer cosas malas cuando estoy contigo.
—¿Te encanta? —pregunta, y me besa levemente los labios—. ¿Sexo o desayuno? —pregunta con sus ojos oscuros, pero rebosantes de humor. Clava su erección en mí y yo levanto la pelvis para acogerla.
—Buena elección —murmura con los labios pegados a mi cuello, y sus besos empiezan a trazar un sendero hasta mi pecho.
* * *
Estoy de pie delante de mi cómoda, mirándome al espejo e intentando dar algo de forma a mi pelo… pero es demasiado largo. Llevo unos vaqueros y una camiseta, y detrás de mí Zayn, recién duchado, se está vistiendo. Contemplo ávidamente su cuerpo.
—¿Con qué frecuencia haces ejercicio? —pregunto.
—Todos los días laborables —dice mientras se abrocha la bragueta.
—¿Qué haces?
—Correr, pesas, kickboxing…
Se encoge de hombros.
—¿Kickboxing?
—Sí, tengo un entrenador personal, un ex atleta olímpico que me enseña. Se llama Claude. Es muy bueno. Te gustará.
Me doy la vuelta para mirarle, mientras empieza a abotonarse la camisa blanca.
—¿Qué quieres decir con que me gustará?
—Te gustará como entrenador.
—¿Para qué iba a necesitar yo un entrenador personal? Tú ya me mantienes en forma —le digo en broma.
Se acerca con andar pausado, me rodea con sus brazos, y sus ojos turbios se encuentran con los míos en el espejo.
—Pero, nene, yo quiero que estés en forma para lo que tengo pensado. Recuerdos del cuarto de juegos invaden mi mente y me ruborizo. Sí… el cuarto rojo del dolor es agotador. ¿Va a llevarme allí otra vez? ¿Quiero yo volver allí? ¡Pues claro que quieres!, me grita la diosa que llevo dentro.
Yo miro fijamente esos ojos marrones fascinantes e indescifrables.
—Sé que tienes ganas —me susurra.
Enrojezco, y la desagradable idea de que probablemente Neil era capaz de hacerlo se cuela de forma involuntaria e inoportuna en mi mente. Aprieto los labios y Zayn me mira inquieto.
—¿Qué? —pregunta preocupado.
—Nada. —Niego con la cabeza—. Está bien, conoceré a Claude.
—¿En serio?
El rostro de Zayn se ilumina con incrédulo asombro. Su expresión me hace sonreír. Parece que le ha tocado la lotería, aunque seguramente él nunca ha comprado un billete… no lo necesita.
—Sí, vaya… Si te hace tan feliz… —digo en tono burlón.
Él tensa los brazos que me rodean y me besa el cuello.
—No tienes ni idea —susurra—. ¿Y qué te gustaría hacer hoy?
Me acaricia con la boca, provocándome un delicioso cosquilleo por todo el cuerpo.
—Me gustaría cortarme el pelo y… mmm… tengo que ingresar un talón y comprarme un coche.
—Ah —dice con cierto deje de sufuciencia, y se muerde el labio.
Aparta una mano de mí, la mete en el bolsillo de sus vaqueros y me entrega las llaves de mi pequeño Audi.
—Aquí tienes —dice en voz baja con gesto incierto.
—¿Qué quieres decir con «Aquí tienes»?
Vaya. Parezco enfadado. Maldita sea. Estoy enfadado. ¡Cómo se atreve!
—Higgins lo trajo ayer.
Abro la boca y la cierro, y repito dos veces el proceso, pero me he quedado sin palabras. Me está devolviendo el coche. Maldición, maldición… ¿Por qué no lo he visto venir? Bueno, yo también puedo jugar a este juego. Rebusco en el bolsillo de mis pantalones y saco el sobre con su talón.
—Toma, esto es tuyo.
Zayn me mira intrigado, y al reconocer el sobre levanta ambas manos y se separa de mí.
—No, no. Ese dinero es tuyo.
—No. Me gustaría comprarte el coche.
Cambia completamente de expresión. La furia —sí, la furia— se apodera de su rostro.
—No, Liam. Tu dinero, tu coche —replica.
—No, Zayn. Mi dinero, tu coche. Te lo compraré.
—Yo te regalé ese coche por tu graduación.
—Si me hubieras comprado una pluma… eso hubiera sido un regalo de graduación apropiado. Tú me compraste un Audi.
—¿De verdad quieres discutir esto?
—No.
—Bien… pues aquí tienes las llaves.
Las deja sobre la cómoda.
—¡No me refería a esto!
—Fin de la discusión, Liam. No me presiones.
Le miro airado y entonces se me ocurre una cosa. Cojo el sobre y lo parto en dos trozos, y luego en dos más, y lo tiro a la papelera. Ah, qué bien sienta esto. Zayn me observa impasible, pero sé que acabo de prender la mecha y que debería retroceder. Él se acaricia la barbilla.
—Desafiante como siempre, joven Payne —dice con sequedad.
Gira sobre sus talones y se va a la otra habitación. Esta no es la reacción que esperaba. Yo me imaginaba una catástrofe a gran escala. Me miro al espejo, encojo los hombros.
Me pica la curiosidad. ¿Qué estará haciendo Cincuenta? Le sigo a la otra habitación, y veo que está hablando por teléfono.
—Sí, veinticuatro mil dólares. Directamente.
Me mira, sigue impasible.
—Bien… ¿El lunes? Estupendo… No, eso es todo, Andrea.
Cuelga el teléfono.
—Ingresado en tu cuenta, el lunes. No juegues conmigo.
Está enfurecido, pero no me importa.
—¡Veinticuatro mil dólares! —casi grito—. ¿Y tú cómo sabes mi número de cuenta?
Mi ira coge a Zayn por sorpresa.
—Yo lo sé todo de ti, Liam —dice tranquilamente.
—Es imposible que mi coche costara veinticuatro mil dólares.
—En principio te daría la razón, pero tanto si vendes como si compras, la clave está en conocer el mercado. Había un lunático por ahí que quería ese cacharro, y estaba dispuesto a pagar esa cantidad de dinero. Por lo visto, es un clásico. Pregúntale a Higgins si no me crees.
Lo fulmino con la mirada y él me responde del mismo modo, dos tontos tozudos y enfadados desafiándose con los ojos.
Y entonces lo noto: el tirón, esa electricidad entre nosotros, tangible, que nos arrastra a ambos. De pronto él me agarra y me empuja contra la puerta, con su boca sobre la mía, reclamándome con ansia. Con una mano en mi trasero apretándome contra su entrepierna, y con la otra en la nuca tirándome del pelo y la cabeza hacia atrás. Yo enredo los dedos en su cabello y me aferro a él con fuerza. Con la respiración entrecortada, Zayn presiona su cuerpo contra el mío, me aprisiona. Le siento. Me desea, y al notar que me necesita, la excitación se me sube a la cabeza y empieza a darme vueltas.
—¿Por qué… por qué me desafías? —masculla entre sus apasionados besos. La sangre bulle en mis venas. ¿Siempre tendrá ese efecto sobre mí? ¿Y yo sobre él?
—Porque puedo —digo sin aliento.
Siento más que veo su sonrisa pegada a mi cuello, y entonces apoya su frente contra la mía.
—Dios, quiero poseerte ahora, pero ya no me quedan condones. Nunca me canso de ti. Eres un hombre desquiciante, enloquecedor.
—Y tú me vuelves loco —murmuro—. En todos los sentidos.
Sacude la cabeza.
—Ven. Vamos a desayunar. Y conozco un local donde puedes cortarte el pelo.
—Vale —asiento, y sin más se acaba nuestra pelea.
—Pago yo.
Y cojo la cuenta del desayuno antes que él.
Me pone mala cara.
—Hay que ser más rápido, Malik.
—Tienes razón —dice en tono agrio, pero me parece que está bromeando.
—No pongas esa cara. Tengo veinticuatro mil dólares más que esta mañana. Puedo permitírmelo. —Echo un vistazo a la cuenta—. Veintidós dólares con sesenta y siete centavos por desayunar.
—Gracias —dice a regañadientes.
Oh, el colegial tozudo ha vuelto.
—¿Y ahora adónde?
—¿De verdad quieres cortarte el pelo?
—Sí, míralo.
—Yo te veo guapísimo. Como siempre.
Me ruborizo y bajo la mirada a mis dedos, entrelazados en el regazo.
—Y esta noche es la gala benéfica de tu padre.
—Recuerda que es de etiqueta.
—¿Dónde es?
—En casa de mis padres. Hay una carpa. Ya sabes, con toda la parafernalia.
—¿Para qué fundación benéfica es?
Zayn se pasa las manos por los muslos, parece incómodo.
—Se llama «Afrontarlo Juntos». Es una fundación que ayuda a los padres con hijos jóvenes drogadictos a que estos se rehabiliten.
—Parece una buena causa —comento.
—Venga, vamos.
Se levanta. Consigue eludir el tema de conversación y me tiende la mano. Cuando se la acepto, entrelaza sus dedos con los míos, fuerte.
Resulta tan extraño… Es tan abierto en ciertos aspectos y tan cerrado en otros… Me lleva fuera del restaurante y caminamos por la calle. Hace una mañana cálida, preciosa. Brilla el sol y el aire huele a café y a pan recién hecho.
—¿A dónde vamos?
—Sorpresa.
Ah, vale. No me gustan nada las sorpresas.
Recorremos dos manzanas y las tiendas empiezan a ser claramente más exclusivas. Aún no he tenido oportunidad de explorar los alrededores, pero la verdad es que esto está a la vuelta de la esquina de donde yo vivo. A Harry le encantará. Está lleno de pequeñas boutiques que colmarán su pasión por la moda. De hecho, yo necesito un par de trajes.
Zayn se para frente a un gran salón de belleza de aspecto refinado, y me abre la puerta. Se llama Esclava. El interior es todo blanco y tapicería de piel. En la blanca y austera recepción hay sentada una chica rubia con un uniforme blanco impoluto. Nos mira cuando entramos.
—Buenos días, señor Malik —dice vivaz, y el color aflora a sus mejillas mientras le mira arrobada.
Es el usual efecto Malik, ¡pero ella le conoce! ¿De qué?
—Hola, Greta.
Y él la conoce a ella. ¿Qué pasa aquí?
—¿Lo de siempre, señor? —pregunta educadamente.
Lleva un pintalabios muy rosa.
—No —dice él enseguida, y me mira de reojo, nervioso.
¿Lo de siempre? ¿Qué significa eso?
Santo Dios. ¡Es la regla número seis, el puñetero salón de belleza! ¡Toda esa tontería de la depilación… maldita sea!
¿Aquí es donde traía a todas sus sumisas? ¿Quizá también a Neil? ¿Cómo demonios se supone que tengo que reaccionar a esto?
—El joven Payne te dirá lo que quiere.
Le miro airado. Está endilgándome las normas disimuladamente. He aceptado lo del entrenador personal… ¿y ahora esto?
—¿Por qué aquí? —le siseo.
—El local es mío, y tengo tres más como este.
—¿Es tuyo? —farfullo, sorprendido.
Vaya, esto no me lo esperaba.
—Sí. Es como actividad suplementaria. Cualquier cosa, todo lo que quieras, te lo pueden hacer aquí, por cuenta de la casa. Todo tipo de masajes: sueco, shiatsu, con piedras volcánicas, reflexología, baños de algas, tratamientos faciales, todas esas cosas que le gustan a las mujeres… todo. Aquí te lo harán.
Agita con aire displicente su mano de dedos largos.
—¿Depilación?
Se echa a reír.
—Sí, depilación también. Completa —susurra en tono conspiratorio, disfrutando de mi incomodidad.
Me ruborizo y miro a Greta, que me observa expectante.
—Querría cortarme el pelo, por favor.
—Por supuesto, joven Payne.
Greta, toda ella carmín rosa y resolutiva eficiencia germánica, consulta la pantalla de su ordenador.
—Franco estará libre en cinco minutos.
—Franco es muy bueno —dice Zayn para tranquilizarme.
Yo intento asimilar todo esto. Zayn Malik, presidente ejecutivo, posee una cadena de salones de belleza.
Le miro y de repente le veo palidecer: algo, o alguien, ha llamado su atención. Me doy la vuelta para ver qué está mirando. Por una puerta del fondo del salón acaba de aparecer una sofisticada rubia platino. La cierra y se pone a hablar con una de las estilistas.
La rubia platino es alta y encantadora, está muy bronceada y tendrá unos treinta y cinco o cuarenta años, resulta difícil de decir. Lleva el mismo uniforme que Greta, pero en negro. Es despampanante. Su cabello, cortado en una melena cálida y recta, brilla como un halo. Al darse la vuelta, ve a Zayn y le dedica una sonrisa, una sonrisa cálida y resplandeciente.
—Perdona —balbucea Zayn, apurado.
Cruza el salón con zancadas rápidas, pasa junto a las estilistas, todas de blanco, junto a las aprendizas de los lavacabezas, hasta llegar junto a ella. Estoy demasiado lejos para oír la conversación. La rubia platino le saluda con evidentes muestras de afecto, le besa en ambas mejillas, apoya las manos en sus antebrazos, y los dos hablan animadamente.
—¿Joven Payne?
Greta, la recepcionista, intenta que le haga caso.
—Un momento, por favor.
Observo a Zayn, fascinado.
La rubia platino se da la vuelta y me mira. Él está explicándole algo, y ella asiente, levanta las manos entrelazadas y le sonríe. Él le devuelve la sonrisa: está claro que se conocen bien. ¿Quizá trabajaron juntos durante un tiempo? Tal vez ella regente el local; al fin y al cabo, desprende cierto aire de autoridad. Entonces caigo en la cuenta. Resulta obvio, demoledor, y lo comprendo de un modo visceral en el fondo de mis entrañas. Es ella. Despampanante, mayor, preciosa.
Es la señora Robinson.
PipeAlejandroMalik
Re: Cincuenta Sombras Más Oscuras Ziam
la sigo ahora mismo :Dpashaline_05 escribió:CONTINUALA PRONTO PLEASE!!! :C esta muy buenaaa!!
PipeAlejandroMalik
Re: Cincuenta Sombras Más Oscuras Ziam
Capítulo V
Greta, ¿con quién está hablando el señor Malik?
Mi rebelde cabellera empieza a picarme y quiere abandonar el edificio, mientras mi subconsciente me grita que le haga caso. Pero yo aparento bastante indiferencia.
—Ah, es la señora Lincoln. Es la propietaria, junto con el señor Malik.
Greta parece muy dispuesta a hablar.
—¿La señora Lincoln?
Creía que la señora Robinson estaba divorciada. Quizá haya vuelto a casarse con algún pobre infeliz.
—Sí. No suele venir, pero hoy uno de nuestros especialistas está enfermo, y ella le sustituye.
—¿Sabe usted el nombre de pila de la señora Lincoln?
Greta levanta la vista, me mira ceñuda y frunce esos labios rosa brillante, censurando mi curiosidad. Maldita sea, puede que haya ido demasiado lejos.
—Elena —dice de mala gana.
Al verificar que mi sexto sentido no me ha abandonado, me invade una extraña sensación de alivio.
¿Sexto sentido?, se burla mi subconsciente. ¡Sentido pedófilo!
Ellos siguen inmersos en la conversación. Zayn le cuenta algo apresuradamente a Elena. Ella parece preocupada, asiente, hace muecas y menea la cabeza. Alarga la mano y le acaricia el brazo con dulzura mientras se muerde el labio. Asiente de nuevo, me mira y me dedica una sonrisa tranquilizadora.
Yo solo soy capaz de mirarla con cara de palo. Creo que estoy escandalizado. ¿Cómo se le ha ocurrido traerme aquí?
Ella le susurra algo a Zayn, que dirige la mirada brevemente hacia donde yo estoy, y luego se vuelve hacia Elena y contesta. Ella asiente y creo que le desea suerte, pero mi habilidad para leer los labios no es muy buena.
Cincuenta vuelve con paso firme y la ansiedad marcada en el rostro. Maldita sea, claro. La señora Robinson vuelve a la trastienda y cierra la puerta.
Zayn frunce el ceño.
—¿Estás bien? —pregunta, tenso y cauto.
—La verdad es que no. ¿No has querido presentarme?
Mi voz suena fría, dura.
Él se queda con la boca abierta, como si hubiera tirado de la alfombra debajo de sus pies.
—Pero yo creía…
—Para ser un hombre tan brillante, a veces… —Me fallan las palabras—. Me gustaría marcharme, por favor.
—¿Por qué?
—Ya sabes por qué —digo, poniendo los ojos en blanco.
Él baja su mirada ardiente hacia mí.
—Lo siento, LI. No sabía que ella estaría aquí. Nunca está. Ha abierto una sucursal nueva en el Bravern Center, y normalmente está allí. Hoy se ha puesto alguien enfermo.
Doy media vuelta y me dirijo hacia la puerta.
—Greta, no necesitaremos a Franco —espeta Zayn cuando cruzamos el umbral. Tengo que reprimir el impulso de salir corriendo. Quiero huir lejos de aquí. Siento unas irresistibles ganas de llorar. Lo único que necesito es escapar de toda esta jodida situación.
Zayn camina a mi lado sin decir palabra, mientras yo trato de aclararme la mente. Me abrazo el cuerpo como para protegerme y avanzo con la cabeza gacha, esquivando los árboles de la Segunda Avenida. Él, prudente, no intenta tocarme. Mi mente hierve de preguntas sin respuesta. ¿Se dignará hablar el señor Evasivas?
—¿Solías traer aquí a tus sumisos? —le increpo.
—A algunos sí —dice en voz baja y crispada.
—¿A Neil? —Sí.
—El local parece muy nuevo.
—Lo han remodelado hace poco.
—Ya. O sea que la señora Robinson conocía a todas tus sumisos.
—Sí.
—¿Y ellas conocían su historia?
—No. Ninguno. Solo tú.
—Pero yo no soy tu sumiso.
—No, está clarísimo que no lo eres.
Me paro y le miro. Tiene los ojos muy abiertos, temerosos, y aprieta los labios en una línea dura e inexpresiva.
—¿No ves lo jodido que es esto? —digo en voz baja, fulminándolo con la mirada.
—Sí. Lo siento.
Y tiene la deferencia de aparentar arrepentimiento.
—Quiero cortarme el pelo, a ser posible en algún sitio donde no te hayas tirado ni al personal ni a la clientela.
No rechista.
—Y ahora, si me perdonas…
—No te marchas, ¿verdad?
—No, solo quiero que me hagan un puñetero corte de pelo. En un sitio donde pueda cerrar los ojos, y que alguien me lave el pelo, y pueda olvidarme de esta carga tan pesada que va contigo.
Él se pasa la mano por el cabello.
—Puedo hacer que Franco vaya a mi apartamento, o al tuyo —sugiere.
—Es muy atractiva.
Parpadea, un tanto extrañado.
—Sí, mucho.
—¿Sigue casada?
—No. Se divorció hace unos cinco años.
—¿Por qué no estás con ella?
—Porque lo nuestro se acabó. Ya te lo he contado.
De repente arquea una ceja. Levanta un dedo y se saca la BlackBerry del bolsillo de la americana. Debe de estar en silencio, porque no la he oído sonar.
—Welch —dice sin más, y luego escucha.
Estamos parados en plena Segunda Avenida y yo me pongo a contemplar el árbol joven que tengo delante, uno verde de hojas ternísimas.
La gente pasa con prisa a nuestro lado, absorta en sus obligaciones propias de un sábado por la mañana. Pensando en sus problemas personales, sin duda. Me pregunto si incluirán el acoso de ex sumisos, a ex amas despampanantes y a un hombre que no tiene ningún respeto por la ley sobre privacidad vigente en Estados Unidos.
—¿Que murió en un accidente de coche? ¿Cuándo?
Zayn interrumpe mis ensoñaciones.
Oh, no. ¿Quién? Escucho con más atención.
—Es la segunda vez que ese cabrón no lo ha visto venir. Tiene que saberlo. ¿Es que no siente nada por el? —Zayn, disgustado, menea la cabeza—. Esto empieza a cuadrar… no… explica el porqué, pero no dónde.
Mira a nuestro alrededor como si buscara algo, y, sin darme cuenta, yo hago lo mismo. Nada me llama la atención. Solo hay transeúntes, tráfico y árboles.
—El está aquí —continúa Zayn—. Nos está vigilando… Sí… No. Dos o cuatro, las veinticuatro horas del día… Todavía no he abordado eso.
Zayn me mira directamente.
¿Abordado qué? Frunzo el ceño y me mira con recelo.
—Qué… —murmura y palidece, con los ojos muy abiertos—. Ya veo. ¿Cuándo?… ¿Tan poco hace? Pero ¿cómo?… ¿Sin antecedentes?… Ya. Envíame un e- mail con el nombre, la dirección y fotos si las tienes… las veinticuatro horas del día, a partir de esta tarde. Ponte en contacto con Higgins.
Cuelga.
—¿Y bien? —pregunto, exasperado.
¿Va a explicármelo?
—Era Welch.
—¿Quién es Welch?
—Mi asesor de seguridad.
—Vale. ¿Qué ha pasado?
—Neil dejó a su marido hace unos tres meses y se largó con un tipo que murió en un accidente de coche hace cuatro semanas.
—Oh.
—El imbécil del psiquiatra debería haberlo previsto —dice enfadado—. El dolor… ese es el problema. Vamos.
Me tiende la mano y yo le entrego la mía automáticamente, pero enseguida la retiro.
—Espera un momento. Estábamos en mitad de una conversación sobre «nosotros». Sobre ella, tu señora Robinson.
Zayn endurece el gesto.
—No es mi señora Robinson. Podemos hablar de esto en mi casa.
—No quiero ir a tu casa. ¡Quiero cortarme el pelo! —grito.
Si pudiera concentrarme solo en eso…
Él vuelve a sacarse la BlackBerry del bolsillo y marca un número.
—Greta, Zayn Malik. Quiero a Franco en mi casa dentro de una hora. Consúltalo con la señora Lincoln… Bien. —Guarda el teléfono—. Vendrá a la una.
—¡Zayn…! —farfullo, exasperada.
—Liam, es evidente que Neil sufre un brote psicótico. No sé si va detrás de mí o de ti, ni hasta dónde está dispuesto a llegar. Iremos a tu casa, recogeremos tus cosas, y puedes quedarte en la mía hasta que la hayamos localizado.
—¿Por qué iba a querer yo hacer eso?
—Así podré protegerte.
—Pero…
Me mira fijamente.
—Vas a volver a mi apartamento aunque tenga que llevarte arrastrándote de los pelos.
Le miro atónito… esto es alucinante. Cincuenta Sombras en glorioso tecnicolor.
—Creo que estás exagerando.
—No estoy exagerando. Vamos. Podemos seguir nuestra conversación en mi casa.
Me cruzo de brazos y me quedo mirándole. Esto ha ido demasiado lejos.
—No —proclamo tercamente.
Tengo que defender mi postura.
—Puedes ir por tu propio pie o puedo llevarte yo. Lo que tú prefieras, Liam.
—No te atreverás —le desafío.
No me montará una escenita en plena Segunda Avenida…
Esboza media sonrisa, que sin embargo no alcanza a sus ojos.
—Ay, nene, los dos sabemos que, si me lanzas el guante, estaré encantado de recogerlo.
Nos miramos… y de repente se agacha, me coge por los muslos y me levanta. Y, sin darme cuenta, me carga sobre sus hombros.
—¡Bájame! —chillo.
Oh, qué bien sienta chillar.
Él empieza a recorrer la Segunda Avenida a grandes zancadas, sin hacerme el menor caso. Me sujeta fuerte con un brazo alrededor de los muslos y, con la mano libre, me va dando palmadas en el trasero.
—¡Zayn! —grito. La gente nos mira. ¿Puede haber algo más humillante? —. ¡Iré andando! ¡Iré andando!
Me baja y, antes de que se incorpore, salgo disparado en dirección a mi apartamento, furioso, sin hacerle caso. Naturalmente al cabo de un momento le tengo al lado, pero sigo ignorándole. ¿Qué voy a hacer? Estoy furioso, aunque no estoy del todo seguro de qué es lo que me enfurece… son tantas cosas. Mientras camino muy decidido de vuelta a casa, pienso en la lista:
1. Cargarme a hombros: inaceptable para cualquiera mayor de seis años.
2. Llevarme al salón que comparte con su antigua amante: ¿cómo puede ser tan estúpido?
3. El mismo sitio al que llevaba a sus sumisos: de nuevo, tremendamente estúpido.
4. No darse cuenta siquiera de que no era buena idea: y se supone que es un tipo brillante.
5. Tener ex novios locas. ¿Puedo culparle por eso? Estoy tan furioso… Sí, puedo.
6. Saber el número de mi cuenta corriente: eso es acoso, como mínimo.
7. Comprar SIP: tiene más dinero que sentido común.
8. Insistir en que me instale en su casa: la amenaza de Neil debe de ser peor de lo que él temía… ayer no dijo nada de eso.
Y entonces caigo en la cuenta. Algo ha cambiado. ¿Qué puede ser? Me paro en seco, y Zayn se detiene a mi lado.
—¿Qué ha pasado? —pregunto.
Arquea una ceja.
—¿Qué quieres decir?
—Con Neil.
—Ya te lo he contado.
—No, no me lo has contado. Hay algo más. Ayer no me insististe para que fuera a tu casa. Así que… ¿qué ha pasado?
Se remueve, incómodo.
—¡Zayn! ¡Dímelo! —exijo.
—Ayer consiguió que le dieran un permiso de armas.
Oh, Dios. Le miro fijamente, parpadeo y, en cuanto asimilo la noticia, noto que la sangre deja de circular por mis mejillas. Siento que podría desmayarme. ¿Y si quiere matarle? ¡No!
—Eso solo significa que puede comprarse un arma —musito.
—Li —dice con un tono de enorme preocupación. Apoya las manos en mis hombros y me atrae hacia él—. No creo que haga ninguna tontería, pero… simplemente no quiero que corras el riesgo.
—Yo no… pero ¿y tú? —murmuro.
Me mira con el ceño fruncido. Le rodeo con los brazos, le abrazo fuerte y apoyo la cara en su pecho. No parece que le importe.
—Vamos a tu casa —susurra.
Se inclina, me besa el cabello, y ya está. Mi furia ha desaparecido por completo, pero no está olvidada. Se disipa ante la amenaza de que pueda pasarle algo a Zayn. La sola idea me resulta insoportable.
* * *
Una vez en casa, preparo con cara seria una maleta pequeña, y meto en mi mochila el Mac, la BlackBerry, el iPad y el globo del Charlie Tango.
—¿El Charlie Tango también viene? —pregunta Zayn.
Asiento y me dedica una sonrisita indulgente.
—Ethan vuelve el martes —musito.
—¿Ethan?
—El hermano de Hary. Se quedará aquí hasta que encuentre algo en Seattle.
Zayn me mira impasible, pero capto la frialdad que asoma en sus ojos.
—Bueno, entonces está bien que te vengas conmigo. Así él tendrá más espacio —dice tranquilamente.
—No sé si tiene llaves. Tendré que volver cuando llegue.
Zayn no dice nada.
—Ya está todo.
Coge mi maleta y nos dirigimos hacia la puerta. Mientras nos encaminamos a la parte de atrás del edificio para acceder al aparcamiento, noto que no dejo de mirar por encima del hombro. No sé si me he vuelto paranoico o si realmente alguien me vigila. Zayn abre la puerta del copiloto del Audi y me mira, expectante.
—¿Vas a entrar? —pregunta.
—Creía que conduciría yo.
—No. Conduciré yo.
—¿Le pasa algo a mi forma de conducir? No me digas que sabes qué nota me pusieron en el examen de conducir… no me sorprendería, vista tu tendencia al acoso.
A lo mejor sabe que pasé por los pelos la prueba teórica.
—Sube al coche, Liam —espeta, furioso.
—Vale.
Me apresuro a subir. Francamente, ¿quién no lo haría?
Quizá él tenga la misma sensación inquietante de que alguien siniestro nos observa… bueno, un moreno pálido de ojos castaños que tiene un aspecto perturbadoramente parecido al mío, y que seguramente esconde un arma. Zayn se incorpora al tráfico.
—¿Todos tus sumisos eran morenas?
Inmediatamente frunce el ceño y me mira.
—Sí —murmura.
Parece vacilar, y lo imagino pensando: ¿Adónde quiere llegar con esto?
—Solo preguntaba.
—Ya te lo dije. Prefiero a los morenos.
—La señora Robinson no es morena.
—Seguramente sea esa la razón —masculla—. Con ella ya tuve bastantes rubias para toda la vida.
—Estás de broma —digo entre dientes.
—Sí, estoy de broma —replica, molesto.
Miro impasible por la ventanilla, en todas direcciones, buscando chicos morenos, pero ninguno es Neil.
Así que solo le gustan morenos… me pregunto por qué. ¿Acaso la extraordinariamente glamurosa (a pesar de ser mayor) señora Robinson realmente le dejó sin más ganas de rubias? Sacudo la cabeza… El paranoico Zayn Malik.
—Cuéntame cosas de el.
—¿Qué quieres saber?
Tuerce el gesto, intentando advertirme con su tono de voz.
—Háblame de vuestro acuerdo empresarial.
Se relaja visiblemente, contento de hablar de trabajo.
—Yo soy el socio capitalista. No me interesa especialmente el negocio de la estética, pero ella ha convertido el proyecto en un éxito. Yo me limité a invertir y la ayudé a ponerlo en marcha.
—¿Por qué?
—Se lo debía.
—¿Ah?
—Cuando dejé Harvard, ella me prestó cien mil dólares para empezar mi negocio. Vaya… Es rica, también.
—¿Lo dejaste?
—No era para mí. Estuve dos años. Por desgracia, mis padres no fueron tan comprensivos.
Frunzo el ceño. El señor Malik y la doctora Grace Trevelyan en actitud reprobadora… soy incapaz de imaginarlo.
—No parece que te haya ido demasiado mal haberlo dejado. ¿Qué asignaturas escogiste?
—Ciencias políticas y Economía.
Mmm… claro.
—¿Así que es rica? —murmuro.
—Era una esposa florero aburrida, Liam. Su marido era un magnate… de la industria maderera. —Sonríe con aire desdeñoso—. No la dejaba trabajar. Ya sabes, era muy controlador. Algunos hombres son así.
Me lanza una rápida sonrisa de soslayo.
—¿En serio? ¿Un hombre controlador? Yo creía que eso era una criatura mítica.
—No creo que mi tono pudiera ser más sarcástico.
La sonrisa de Zayn se expande.
—¿El dinero que te prestó era de su marido?
Asiente, y en sus labios aparece una sonrisita maliciosa.
—Eso es horrible.
—Él también tenía sus líos —dice Zayn misteriosamente, mientras entra en el aparcamiento subterráneo del Escala.
Ah…
—¿Cuáles?
Zayn mueve la cabeza, como si recordara algo especialmente amargo, y aparca al lado del Audi Quattro SUV.
—Vamos. Franco no tardará.
* * *
En el ascensor, Zayn me observa.
—¿Sigues enfadado conmigo? —pregunta con naturalidad.
—Mucho.
Asiente.
—Vale —dice, y mira al frente.
Cuando llegamos, Higgins nos está esperando en el vestíbulo. ¿Cómo consigue anticiparse siempre? Coge mi maleta.
—¿Welch ha dicho algo? —pregunta Zayn.
—Sí, señor.
—¿Y?
—Todo está arreglado.
—Excelente. ¿Cómo está tu hija?
—Está bien, gracias, señor.
—Bien. El peluquero vendrá a la una: Franco De Luca.
—Joven Payne —me saluda Higgins haciendo un gesto con la cabeza.
—Hola, Higgins. ¿Tienes una hija?
—Sí, señor.
—¿Cuántos años tiene?
—Siete años.
Zayn me mira con impaciencia.
—Vive con su madre —explica Higgins.
—Ah, entiendo.
Higgins me sonríe. Esto es algo inesperado. ¿Higgins es padre? Sigo a Zayn al gran salón, intrigado por la noticia.
Echo un vistazo alrededor. No había estado aquí desde que me marché.
—¿Tienes hambre?
Niego con la cabeza. Zayn me observa un momento y decide no discutir.
—Tengo que hacer unas llamadas. Ponte cómodo.
—De acuerdo.
Desaparece en su estudio, y me deja plantado en la inmensa galería de arte que él considera su casa, preguntándome qué hacer.
¡Ropa! Cojo mi mochila, subo las escaleras hasta mi dormitorio y reviso el vestidor. Sigue lleno de ropa: toda por estrenar y todavía con las etiquetas de los precios. Tres smokings. Tres trajes sastres, y tres más de diario. Todo esto debe de haber costado una fortuna.
Miro la etiqueta de uno de los trajes de noche: 2.998 dólares. Madre mía. Me siento en el suelo.
Este no soy yo. Me cojo la cabeza entre las manos e intento procesar todo lo ocurrido en las últimas horas. Es agotador. ¿Por qué, ay, por qué me he enamorado de alguien que está tan loco… guapísimo, terriblemente sexy, más rico que Creso, pero que está como una cabra?
Saco la BlackBerry de la mochila y llamo a mi madre.
—¡Li, cariño! Hace mucho que no sabía nada de ti. ¿Cómo estás, cielo?
—Oh, ya sabes…
—¿Qué pasa? ¿Sigue sin funcionar lo de Zayn?
—Es complicado, mamá. Creo que está loco. Ese es el problema.
—Dímelo a mí. Hombres… a veces no hay quién les entienda. Bob está pensando ahora si ha sido buena idea que nos hayamos mudado a Georgia.
—¿Qué?
—Sí, empieza a hablar de volver a Las Vegas.
Ah, hay alguien más que tiene problemas. No soy el único.
Zayn aparece en el umbral.
—Estás aquí. Creí que te habías marchado.
Levanto la mano para indicarle que estoy al teléfono.
—Lo siento, mamá, tengo que colgar. Te volveré a llamar pronto.
—Muy bien, cariño… Cuídate. ¡Te quiero!
—Yo también te quiero, mamá.
Cuelgo y observo a Cincuenta, que tuerce el gesto, extrañamente incómodo.
—¿Por qué te escondes aquí? —pregunta.
—No me escondo. Me desespero.
—¿Te desesperas?
—Por todo esto, Zayn.
Hago un gesto vago en dirección a toda esa ropa.
—¿Puedo pasar?
—Es tu vestidor.
Vuelve a poner mala cara y se sienta, con las piernas cruzadas, frente a mí.
—Solo son trajes. Si no te gustan, los devolveré.
—Es muy complicado tratar contigo, ¿sabes?
Él parpadea y se rasca la barbilla… la barbilla sin afeitar. Mis dedos se mueren por tocarla.
—Lo sé. Me estoy esforzando —murmura.
—Eres muy difícil.
—Tú también, joven Payne.
—¿Por qué haces esto?
Abre mucho los ojos y reaparece esa mirada de cautela.
—Ya sabes por qué.
—No, no lo sé.
Se pasa una mano por el pelo.
—Eres un hombre frustrante.
—Podrías tener a un precioso sumiso moreno. Una que, si le pidieras que saltara, te preguntaría: «¿Desde qué altura?», suponiendo, claro, que tuviera permiso para hablar. Así que, ¿por qué yo, Zayn? Simplemente no lo entiendo.
Me mira un momento, y no tengo ni idea de qué está pensando.
—Tú haces que mire el mundo de forma distinta, Liam. No me quieres por mi dinero. Tú me das… esperanza —dice en voz baja.
¿Qué? El señor Críptico ha vuelto.
—¿Esperanza de qué?
Se encoge de hombros.
—De más. —Habla con voz queda y tranquila—. Y tienes razón: estoy acostumbrado a que los hombres hagan exactamente lo que yo digo, cuando yo lo digo, y estrictamente lo que yo quiero que hagan. Eso pierde interés enseguida. Tú tienes algo, Liam, que me atrae a un nivel profundo que no entiendo. Es como el canto de sirena. No soy capaz de resistirme a ti y no quiero perderte. —Alarga la mano y toma la mía—. No te vayas, por favor… Ten un poco de fe en mí y un poco de paciencia. Por favor.
Parece tan vulnerable… Es perturbador. Me arrodillo, me inclino y le beso suavemente en los labios.
—De acuerdo, fe y paciencia. Eso puedo soportarlo.
—Bien. Porque Franco ha llegado.
Franco es bajito, moreno y gay. Me encanta.
—¡Qué pelo tan bonito! —exclama con un acento italiano escandaloso y probablemente falso.
Apuesto a que es de Baltimore o de un sitio parecido, pero su entusiasmo es contagioso. Zayn nos conduce a ambos a su cuarto de baño, sale a toda prisa y vuelve a entrar con una silla de su habitación.
—Os dejo solos —masculla.
—Grazie, señor Malik. —Franco se vuelve hacia mí—. Bene, Liam, ¿qué haremos contigo?
Zayn está sentado en su sofá, revisando algo que parecen hojas de cálculo con mucha concentración. Una melodiosa pieza de música clásica suena de fondo en la habitación. Una mujer canta apasionadamente, vertiendo su alma en la canción. Es desgarrador. Zayn levanta la mirada y sonríe, distrayéndome de la música.
—¡Ves! Te dije que le gustaría —comenta Franco, entusiasmado.
—Estás precioso, Li —dice Zayn, visiblemente complacido.
—Mi trabajo aquí ya ha acabado —exclama Franco.
Zayn se levanta y se acerca a nosotros.
—Gracias, Franco.
Franco se gira, me da un abrazo exagerado y me besa en ambas mejillas.
—¡No vuelvas a dejar que nadie más te corte el pelo, bellissimo Li!
Me echo a reír, ligeramente avergonzada por esa familiaridad. Zayn le acompaña a la puerta del vestíbulo y vuelve al cabo de un momento.
—Me alegro de que te lo hayas dejado largo —dice mientras avanza hacia mí con una mirada centelleante.
Coge un mechón entre los dedos.
—Qué suave —murmura, y baja los ojos hacia mí—. ¿Sigues enfadado conmigo?
Asiento y sonríe.
—¿Por qué estás enfadado, concretamente?
Pongo los ojos en blanco.
—¿Quieres una lista?
—¿Hay una lista?
—Una muy larga.
—¿Podemos hablarlo en la cama?
—No —digo con un mohín infantil.
—Durante el almuerzo, pues. Tengo hambre, y no solo de comida —añade con una sonrisa lasciva.
—No voy a dejar que me encandiles con tu destreza sexual.
Él reprime una sonrisa.
—¿Qué te molesta concretamente, joven Payne? Suéltalo.
Muy bien.
—¿Qué me molesta? Bueno, está tu flagrante invasión de mi vida privada, el hecho de que me llevaras a un sitio donde trabaja tu ex amante y donde solías llevar a todos tus amantes para que las depilaran, el que me cargaras a hombros en plena calle como si tuviera seis años… y, por encima de todo, ¡que dejaras que tu señora Robinson te tocara!
Mi voz ha ido subiendo en un crescendo.
Él levanta las cejas, y su buen humor desaparece.
—Menuda lista. Pero te lo aclararé una vez más: ella no es mi señora Robinson.
—Ella puede tocarte —repito.
Tuerce los labios.
—Ella sabe dónde.
—¿Eso qué quiere decir?
Se pasa ambas manos por el pelo y cierra un segundo los ojos, como si buscara algún tipo de consejo divino. Traga saliva.
—Tú y yo no tenemos ninguna norma. Yo nunca he tenido ninguna relación sin normas, y nunca sé cuándo vas a tocarme. Eso me pone nervioso. Tus caricias son completamente… —Se para, buscando las palabras—. Significan más… mucho más.
¿Más? Su respuesta es absolutamente inesperada, me deja perplejo, y esa palabrita con un significado enorme queda suspendida entre los dos.
Mis caricias significan… más. Ay, Dios. ¿Cómo voy a resistirme si me dice esas cosas? Sus ojos marrones buscan los míos y me observan con aprensión. Alargo la mano con cuidado y esa aprensión se convierte en alarma. Zayn da un paso atrás y yo bajo la mano.
—Límite infranqueable —murmura, con una expresión dolida y aterrorizada. No puedo evitar sentir una decepción aplastante.
—¿Cómo te sentirías tú si no pudieras tocarme?
—Destrozado y despojado —contesta inmediatamente.
Oh, mi Cincuenta Sombras. Sacudo la cabeza, le dedico una leve sonrisa tranquilizadora y se relaja.
—Algún día tendrás que contarme exactamente por qué esto es un límite infranqueable, por favor.
—Algún día —murmura, y se diría que en una milésima de segundo ha superado su vulnerabilidad.
¿Cómo puede cambiar tan deprisa? Es la persona más voluble que conozco.
—Veamos el resto de tu lista… Invadir tu privacidad. —Al considerar este tema, tuerce el gesto—. ¿Por qué sé tu número de cuenta?
—Sí, es indignante.
—Yo investigo el historial y los datos de todos mis sumisos. Te lo enseñaré. Da media vuelta y se dirige a su estudio.
Yo le sigo obediente, aturdida. De un archivador cerrado con llave, saca una carpeta. Con una etiqueta impresa: LIAM JAMES PAYNE.
Madre mía. Le miro fijamente.
Él se encoge de hombros a modo de disculpa.
—Puedes quedártelo —dice tranquilamente.
—Bueno, vaya, gracias —replico.
Hojeo el contenido. Tiene una copia de mi certificado de nacimiento, por Dios santo, mis límites infranqueables, el acuerdo de confidencialidad, el contrato — Dios…—, mi número de la seguridad social, mi currículo, informes laborales…
—¿Así que sabías que trabajaba en Clayton’s?
—Sí.
—No fue una coincidencia. No pasabas por allí…
—No.
No sé si enfadarme o sentirme halagado.
—Esto es muy jodido. ¿Sabes?
—Yo no lo veo así. He de ser cuidadoso con lo que hago.
—Pero esto es privado.
—No hago un uso indebido de la información. Esto es algo que puede conseguir cualquiera que esté medianamente interesado, Liam. Yo necesito información para tener el control. Siempre he actuado así.
Me mira inescrutable, con cierta cautela.
—Sí haces un uso indebido de la información. Ingresaste en mi cuenta veinticuatro mil dólares que yo no quería.
Sus labios se convierten en una fina línea.
—Ya te lo dije. Es lo que Higgins consiguió por tu coche. Increíble, ya lo sé, pero así es.
—Pero el Audi…
—Liam, ¿tienes idea del dinero que gano?
Me ruborizo.
—¿Por qué debería saberlo? No tengo por qué saber las cifras de tu cuenta bancaria, Zayn.
Su mirada se dulcifica.
—Lo sé. Esa es una de las cosas que adoro de ti.
Me lo quedo mirando, sorprendido. ¿Que adora de mí?
—Liam, yo gano unos cien mil dólares a la hora.
Abro la boca. Eso es una cantidad de dinero obscena.
—Veinticuatro mil dólares no es nada. El coche, los libros de Tess, la ropa, no son nada.
Su tono es dulce.
Le observo. Realmente no tiene ni idea. Es extraordinario.
—Si fueras yo, ¿cómo te sentirías si te obsequiaran con toda esta… generosidad?
Me mira inexpresivo y ahí está, en pocas palabras, la raíz de su problema: empatía o carencia de la misma. Entre nosotros se hace el silencio.
Al final, se encoge de hombros.
—No sé —dice, y parece sinceramente perplejo.
Se me encoge el corazón. Este es, seguramente, el quid de sus cincuenta sombras: no puede ponerse en mi lugar. Bien, ahora lo sé.
—Pues no es agradable. Quiero decir… que eres muy generoso, pero me incomoda. Ya te lo he dicho muchas veces.
Suspira.
—Yo quiero darte el mundo entero, Liam.
—Yo solo te quiero a ti, Zayn. Lo demás me sobra.
—Es parte del trato. Parte de lo que soy.
Ah, esto no va a ninguna parte.
—¿Comemos? —pregunto.
La tensión entre los dos es agotadora.
Tuerce el gesto.
—Claro.
—Cocino yo.
—Bien. Si no, hay comida en la nevera.
—¿La señora Jones libra los fines de semana? ¿O sea que la mayoría de los fines de semana comes platos fríos?
—No.
—¿Ah, no?
Suspira.
—Mis sumisos cocinan, Liam.
—Ah, claro. —Me sonrojo. ¿Cómo puedo ser tan tonto? Le sonrío con dulzura—. ¿Qué le gustaría comer al señor?
—Lo que el señor encuentre —dice con malicia.
Inspecciono el impresionante contenido del frigorífico. Me decido por una tortilla española. Incluso hay patatas congeladas, perfecto. Es rápido y fácil. Zayn sigue en su estudio, sin duda invadiendo la privacidad de algún pobre e ingenuo idiota y recopilando información. La idea es desagradable y me deja mal sabor de boca. La cabeza me da vueltas. Realmente no tiene límites.
Si voy a cocinar necesito música, ¡y voy a cocinar de forma insumisa! Me acerco al equipo que hay junto a la chimenea y cojo el iPod de Zayn. Apuesto a que aquí hay más temas seleccionados por Neil, y me da terror pensarlo.
¿Dónde estará el?, me pregunto. ¿Qué quiere?
Me estremezco. Menudo legado, no me cabe en la cabeza.
Repaso la larga lista. Quiero algo animado. Mmm. Beyoncé… no parece muy del gusto de Zayn. «Crazy in Love.» ¡Oh, sí! Muy apropiado. Aprieto el botón y subo el volumen.
Vuelvo dando pasitos de baile hasta la cocina, encuentro un bol, abro la nevera y saco los huevos. Los casco y empiezo a batir, sin parar de bailar.
Vuelvo a repasar el contenido del frigorífico, cojo patatas, jamón y —¡sí! — guisantes del congelador. Todo esto irá bien. Localizo una sartén, la pongo sobre el fuego, añado un poco de aceite de oliva y vuelvo a batir.
Empatía cero, medito. ¿Eso solo le pasa a Zayn? Quizá todos los hombres sean así, y a todos les desconcierten las mujeres. No lo sé. Puede que no sea una revelación tan importante.
Ojalá Harry estuviera en casa; el lo sabría. Lleva demasiado tiempo en Barbados. Debería estar de vuelta el fin de semana próximo, después de esas vacaciones extra con Louis. Me pregunto si seguirán sintiendo la misma atracción sexual mutua.
«Una de las cosas que adoro de ti.»
Dejo de batir. Lo dijo. ¿Quiere decir eso que hay otras cosas? Sonrío por primera vez desde que vi a la señora Robinson… una sonrisa genuina, de corazón, de oreja a oreja.
Zayn me rodea con sus brazos sigilosamente y doy un respingo.
—Interesante elección musical —ronronea, y me besa detrás de la oreja—. Qué bien huele tu pelo.
Hunde la nariz e inspira profundamente.
El deseo se desata en mi vientre. No. Rechazo su abrazo.
—Sigo enfadado.
Frunce el ceño.
—¿Cuánto más va a durar esto? —pregunta, pasándose una mano por el pelo.
Me encojo de hombros.
—Por lo menos hasta que comamos.
Un gesto risueño se dibuja en su boca. Se da la vuelta, coge el mando de la encimera y apaga la música.
—¿Pusiste tú eso en tu iPod? —pregunto.
Niega con la cabeza, con expresión lúgubre, y entonces sé que fue el: el Chico Fantasma.
—¿No crees que en aquel momento intentaba decirte algo?
—Bueno, visto a posteriori, probablemente —dice en tono inexpresivo.
Lo cual demuestra mi teoría: empatía cero. Mi subconsciente cruza los brazos y chasquea los labios con gesto de disgusto.
—¿Por qué la tienes todavía?
—Me gusta bastante la canción. Pero si te incomoda la borro.
—No, no pasa nada. Me gusta cocinar con música.
—¿Qué te gustaría oír?
—Sorpréndeme.
Sonríe satisfecho y se dirige hacia el iPod mientras yo continúo batiendo. PipeAlejandroMalik
Re: Cincuenta Sombras Más Oscuras Ziam
Al cabo de un momento la voz dulce, celestial y conmovedora de Nina Simone inunda el salón. Es una de las preferidas de Ray: «I Put a Spell on You». Te he lanzado un hechizo…
Me ruborizo y me vuelvo a mirar a Zayn. ¿Qué intenta decirme? Él me lanzó un hechizo hace mucho tiempo. Oh, Dios… su mirada ha cambiado, la levedad del momento ha desaparecido, sus ojos son más oscuros, más intensos.
Le miro, embelesado, mientras despacio, como el depredador que es, me acecha al ritmo de la lenta y sensual cadencia de la música. Va descalzo, solo lleva una camisa blanca por fuera de los vaqueros, y tiene una actitud provocativa. Nina canta «Tú eres mío» mientras él se pone a mi lado, con intenciones claras.
—Zayn, por favor —susurro, con el batidor ya inútil en mi mano.
—¿Por favor qué?
—No hagas eso.
—¿Hacer qué?
—Esto.
Se planta frente a mí y baja la vista para mirarme.
—¿Estás seguro?
Exhala y alarga la mano, me coge el batidor y lo vuelve a dejar en el bol con los huevos. Mi corazón da un vuelco. No quiero esto… Sí quiero esto… desesperadamente.
Resulta tan frustrante. Es tan atractivo y deseable… Aparto la mirada de su embrujador aspecto.
—Te deseo, Liam —musita—. Lo adoro y lo odio, y adoro discutir contigo. Esto es muy nuevo para mí. Necesito saber que estamos bien. Solo sé hacerlo de esta forma.
—Mis sentimientos por ti no han cambiado —murmuro.
Su proximidad es irresistible, excitante. Esa atracción familiar está ahí, todas mis terminaciones nerviosas me empujan hacia él, la diosa que llevo dentro se siente de lo más libidinosa. Contemplo la sombra del vello asomando por su camisa y me muerdo el labio, indefenso, dominado por el deseo… quiero saborearle, justo ahí. Está muy cerca, pero no me toca. Su ardor calienta mi piel.
—No voy a tocarte hasta que me digas que sí, que lo haga —murmura—. Pero ahora mismo, después de una mañana realmente espantosa, quiero hundirme en ti y olvidarme de todo excepto de nosotros.
Oh… Nosotros. Una combinación mágica, un pequeño y potente pronombre que zanja el asunto. Levanto la cabeza para contemplar su hermoso aunque grave semblante.
—Voy a tocarte la cara —suspiro.
Y veo la sorpresa reflejada brevemente en sus ojos antes de percibir que lo acepta.
Levanto la mano, le acaricio la mejilla, y paso los dedos por su barba incipiente. Él cierra los ojos, suspira y acerca la cara a mi caricia.
Se inclina despacio, y automáticamente mis labios ascienden para unirse a los suyos. Se cierne sobre mí.
—Sí o no, Liam.
—Sí.
Su boca se cierra suavemente sobre la mía, logra separar mis labios mientras sus brazos me rodean y me atrae hacia sí. Me pasa la mano por la espalda, enreda los dedos en el cabello de mi nuca y tira con delicadeza, mientras pone la otra mano sobre mi trasero y me aprieta contra él. Yo gimo bajito.
—Señor Malik.
Higgins tose y Zayn me suelta inmediatamente.
—Higgins —dice con voz gélida.
Me doy la vuelta y veo a Higgins, incómodo, de pie en el umbral. Zayn y Higgins se miran y se comunican de algún modo, sin palabras.
—En mi estudio —espeta Christian.
Y Higgins cruza con brío el salón.
—Lo dejaremos para otro momento —me susurra Zayn, antes de salir detrás de Higgins.
Yo respiro profundamente para tranquilizarme. ¿Es que no soy capaz de resistirme a él ni un minuto? Sacudo la cabeza, indignado conmigo mismo, agradeciendo la interrupción de Higgins, y me avergüenza pensarlo.
Me pregunto qué haría Higgins para interrumpir en el pasado. ¿Qué habrá visto? No quiero pensar en eso. Comida. Haré la comida. Me dedico a cortar las patatas. ¿Qué querría Higgins? Mi mente se acelera… ¿tendrá que ver con Neil?
Diez minutos después, reaparecen, justo cuando la tortilla está lista. Zayn me mira; parece preocupado.
—Les informaré en diez minutos —le dice a Higgins.
—Estaremos listos —contesta Higgins, y sale de la estancia.
Yo saco dos platos calientes y los coloco sobre la encimera de la isla de la cocina.
—¿Comemos?
—Por favor —dice Zayn, y se sienta en uno de los taburetes de la barra. Ahora me observa detenidamente.
—¿Problemas?
—No.
Tuerzo el gesto. No va a contármelo. Sirvo la comida y me siento a su lado, resignado a seguir sin saberlo.
Zayn da un mordisco y dice, complacido:
—Está muy buena. ¿Te apetece una copa de vino?
—No, gracias.
He de mantener la cabeza clara contigo, Malik.
La tortilla sabe bien, pero no tengo mucha hambre. Sin embargo, como, sabiendo que si no Zayn me dará la lata. Al final él interrumpe nuestro silencio reflexivo y pone la pieza clásica que oí antes.
—¿Qué es? —pregunto.
—Canteloube, Canciones de la Auvernia. Esta se llama «Bailero».
—Es preciosa. ¿Qué idioma es?
—Francés antiguo; occitano, de hecho.
—Tú hablas francés. ¿Entiendes lo que dice?
Recuerdo el francés perfecto que habló durante la cena con sus padres…
—Algunas palabras, sí. —Zayn sonríe, visiblemente relajado—. Mi madre tenía un mantra: «un instrumento musical, un idioma extranjero, un arte marcial». Louis habla español; Mia y yo, francés, Louis toca la guitarra, yo el piano, y Mia el violonchelo.
—Wow. ¿Y las artes marciales?
—Louis hace yudo. Mia se plantó a los doce años y se negó.
Sonríe al recordarlo.
—Ojalá mi madre hubiera sido tan organizada.
—La doctora Grace es formidable en lo que se refiere a los logros de sus hijos.
—Debe de estar muy orgullosa de ti. Yo lo estaría.
En la cara de Zayn aparece un destello sombrío, y parece momentáneamente incómodo. Me mira receloso, como si estuviera en un territorio ignoto.
—¿Has decidido qué te pondrás esta noche? ¿O he de escoger yo algo por ti? —dice en un tono repentinamente brusco.
¡Uf! Parece enfadado. ¿Por qué? ¿Qué he dicho?
—Eh… aún no. ¿Tú escogiste toda esa ropa?
—No, Liam, no. Le di una lista y tu talla a una asesora personal de compras de Neiman Marcus. Debería quedarte bien. Para tu información, he contratado seguridad adicional para esta noche y los próximos días. Neil anda deambulando por las calles de Seattle y es impredecible, así que lo más sensato es ser precavido. No quiero que salgas sola. ¿De acuerdo?
Pestañeo.
—De acuerdo.
¿Qué ha pasado con lo de «Tengo que poseerte ahora», Malik?
—Bien. Voy a informarles. No tardaré mucho.
—¿Están aquí?
—Sí.
¿Dónde?
Recoge su plato, lo deja en el fregadero y sale de la estancia. ¿De qué demonios ha ido todo eso? Es como si hubiera varias personas distintas en un mismo cuerpo. ¿No es eso un síntoma de esquizofrenia? Tengo que buscarlo en Google. Recojo mi plato, lo lavo rápidamente, y vuelvo a mi dormitorio llevando conmigo el dossier LIAM JAMES PAYNE. Entro en el vestidor y saco los tres smokings. A ver… ¿cuál?
Tumbado en la cama, contemplo mi Mac, mi iPad y mi BlackBerry. Estoy abrumado con tanta tecnología. Empiezo a transferir la lista de temas de Zayn del iPad al Mac, luego abro Google para navegar por la red.
Estoy echado sobre la cama enfrascada en la pantalla del Mac cuando entra Zayn.
—¿Qué estás haciendo? —inquiere con dulzura.
Paso un momento de pánico, preguntándome si debo dejarle ver la web que estoy consultando: «Trastorno de personalidad múltiple: los síntomas».
Se tumba a mi lado y echa un vistazo a la página, divertido.
—¿Esta web es por algún motivo? —pregunta en tono despreocupado.
El brusco Zayn ha desaparecido; el juguetón Zayn ha vuelto. ¿Cómo voy a seguir este ritmo?
—Investigo. Sobre una personalidad difícil.
Le dedico mi mirada más inexpresiva.
Tuerce el labio reprimiendo una sonrisa.
—¿Una personalidad difícil?
—Mi proyecto favorito.
—¿Ahora soy un proyecto? Una actividad suplementaria. Un experimento científico, quizá. Y yo que creía que lo era todo. Joven Payne, está hiriendo mis sentimientos.
—¿Cómo sabes que eres tú?
—Mera suposición.
—Es verdad que tú eres el único jodido y volátil controlador obsesivo que conozco íntimamente.
—Creía que era la única persona que conocías íntimamente —dice arqueando una ceja.
Me ruborizo.
—Sí, eso también.
—¿Has llegado ya a alguna conclusión?
Me giro y le miro. Está tumbado de lado junto a mí, con la cabeza apoyada en el codo y con una expresión tierna, alegre.
—Creo que necesitas terapia intensiva.
Alarga la mano y me recoge cariñosamente un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Yo creo que te necesito a ti. Aquí.
Me entrega una barra de pintalabios.
Yo frunzo el ceño, perplejo. Es un rojo fulana, no es mi color en absoluto.
—¿Quieres que me ponga esto? —grito.
Se echa a reír.
—No, Liam, si no quieres, no. No creo que te vaya este color —añade con sequedad.
Se sienta en la cama con las piernas cruzadas y se quita la camisa. Oh, Dios…
—Me gusta tu idea de un mapa de ruta.
Le miro desconcertado. ¿Mapa de ruta?
—De zonas restringidas —dice a modo de explicación.
—Oh. Lo dije en broma.
—Yo lo digo en serio.
—¿Quieres que te las dibuje, con carmín?
—Luego se limpia. Al final.
Eso significa que puedo tocarle donde quiera. Una sonrisita maravillada asoma en mis labios.
—¿Y con algo más permanente, como un rotulador?
—Podría hacerme un tatuaje.
Hay una chispa de ironía en sus ojos.
¿Zayn Malik con un tatuaje? ¿Estropear su precioso cuerpo que ya tiene tantas marcas? ¡Ni hablar!
—¡Nada de tatuajes! —digo riendo, para disimular mi horror.
—Pintalabios, pues.
Sonríe.
Apago el Mac, lo dejo a un lado. Esto puede ser divertido.
—Ven. —Me tiende la mano—. Siéntate encima de mí.
Me quito los zapatos, me siento y me arrastro hacia él. Zayn se tumba en la cama, pero mantiene las rodillas dobladas.
—Apóyate en mis piernas.
Me siento encima de él a horcajadas, como me ha dicho. Tiene los ojos muy abiertos y cautos. Pero también divertidos.
—Pareces… entusiasmado con esto —comenta con ironía.
—Siempre me encanta obtener información, señor Malik, y más si eso significa que podrás relajarte, porque yo ya sabré dónde están los límites.
Menea la cabeza, como si no pudiera creer que está a punto de dejarme dibujar por todo su cuerpo.
—Destapa el pintalabios —ordena.
Oh, está en plan supermandón, pero no me importa.
—Dame la mano.
Yo le doy la otra mano.
—La del pintalabios —dice poniendo los ojos en blanco.
—¿Vas a ponerme esa cara?
—Sí.
—Eres muy maleducado, señor Malik. Yo sé de alguien que se pone muy violento cuando le hacen eso.
—¿Ah, sí? —replica irónico.
Le doy la mano con el pintalabios, y de repente se incorpora y estamos frente a frente.
—¿Preparado? —pregunta con un murmullo quedo y ronco, que tensa y comprime todas mis entrañas.
Oh, Dios.
—Sí —musito.
Su proximidad es seductora, su cuerpo torneado tan cerca, ese aroma Zayn mezclado con mi gel. Conduce mi mano hasta la curva de su hombro.
—Aprieta —susurra.
Me lleva desde el contorno de su hombro, alrededor del hueco del brazo y después hacia un lado de su torso, y a mí se me seca la boca. El pintalabios deja a su paso una franja ancha, de un rojo intenso. Zayn se detiene bajo sus costillas y me conduce por encima del estómago. Se tensa y me mira a los ojos, aparentemente impasible, pero, bajo esa expresión pretendidamente neutra, detecto autocontrol.
Contiene su aversión, aprieta la mandíbula, y aparece tensión alrededor de sus ojos. En mitad del estómago murmura:
—Y sube por el otro lado.
Y me suelta la mano.
Yo copio la línea que he trazado sobre su costado izquierdo. La confianza que me está dando es embriagadora, pero la atempera el hecho de que llevo la cuenta de su dolor. Siete pequeñas marcas blancas y redondas salpican su torso, y es profundamente mortificador contemplar esa diabólica y odiosa profanación de su maravilloso cuerpo. ¿Quién le haría eso a un niño?
—Bueno, ya estoy —murmuro, reprimiendo la emoción.
—No, no estás —replica, y dibuja una línea con el dedo índice alrededor de la base de su cuello.
Yo resigo la línea del dedo con una franja escarlata. Al acabar, miro la inmensidad gris de sus ojos.
—Ahora la espalda —susurra.
Se remueve, de manera que he de bajarme de él, luego se da la vuelta y se sienta en la cama con las piernas cruzadas, de espaldas a mí.
—Sigue la línea desde mi pecho, y da toda la vuelta hasta el otro lado — dice con voz baja y ronca.
Hago lo que dice hasta que una línea púrpura divide su espalda por la mitad, y al hacerlo cuento más cicatrices que mancillan su precioso cuerpo. Nueve en total. Santo cielo. Tengo que reprimir un abrumador impulso de besar cada una de ellas, y evitar que el llanto inunde mis ojos. ¿Qué clase de animal haría esto? Mientras completo el circuito alrededor de su espalda, él mantiene la cabeza gacha y el cuerpo rígido.
—¿Alrededor del cuello también? —musito.
Asiente, y dibujo otra franja que converge con la primera que le rodea la base del cuello, por debajo del pelo.
—Ya está —susurro, y parece que lleve un peculiar chaleco de color piel con un ribete de rojo fulana.
Baja los hombros y se relaja, y se da la vuelta para mirarme otra vez.
—Estos son los límites —dice en voz baja.
Las pupilas de sus ojos oscuros se dilatan… ¿de miedo? ¿De lujuria? Yo quiero caer en sus brazos, pero me reprimo y le miro asombrado.
—Me parece muy bien. Ahora mismo quiero lanzarme en tus brazos — susurro.
Me sonríe con malicia y levanta las manos en un gesto de consentimiento.
—Bien, joven Payne, soy todo tuyo.
Yo grito con placer infantil, me arrojo a sus brazos y le tumbo en la cama. Se gira y suelta una carcajada juvenil llena de alivio, ahora que la pesadilla ha terminado. Y, sin saber cómo, acabo debajo de él.
—Y ahora, lo que habíamos dejado para otro momento… —murmura, y su boca reclama la mía una vez más.
PipeAlejandroMalik
Re: Cincuenta Sombras Más Oscuras Ziam
Okey entre seguir esta y seguir He nacido para ti tine MUUUCHA tarea señor MalikPayneKahloLennon de Lover90(???? ke.
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