El último desconocido

por **Lochan** Miér 10 Sep 2014, 8:02 pm

Ficha:: Nombre: El último desconocido
Autor: Lochan
Adaptación: No.
Género: Drama. Romance.
Advertencias: Hace referencia al suicidio.
Otras páginas: Wattpad.

El balanceo incesante de sus pies rasgaba el gélido aire y atraía una mirada curiosa. Ciertamente, su vestimenta no era la más apropiada, y menos lo era el hecho de que estuviera a orillas de un puente en plena mañana de navidad. Sin embargo, ella era completamente ajena al mundo exterior, porque tenía los ojos puestos en el cuaderno que reposaba en su regazo, en donde ya había escrito varias notas y, arracando las hojas con furia, las había lanzado a un lado.

Tomó el bolígrafo por milésima vez en el día, sin dejar de mover sus piernas, un tic nervioso que no podía evitar. Sabía que su tiempo era limitado, a pesar de que todo el mundo estuviera en casa celebrando, aún quedaban unos pocos automóviles y transeúntes y la policía patrullaba las calles, no faltaba mucho para que la obligarán a abandonar el lugar, y eso no era un lujo que pudiera permitirse.

—Lo estas haciendo mal. —Escuchó que decían.

—Ya lo sé —contestó.

No levantó la vista para ver quién, a juzgar por el sonido de la voz profunda, era el recién llegado.

«No es tu culpa. Hiciste las cosas bien, es sólo que...» Tachó las palabras hasta volverlas ilegibles. Se quedó en silencio por unos minutos, su cuerpo convulsionó en reacción al frío. Una más, se dijo a sí misma.

Exhaló una nube grisácea y retomó la misión.

—No hagas eso —susurró—. No trates de hacer que se sienta mejor. Nada puede hacer eso.

Asintió, un movimiento imperceptible.

Intentó otra vez.

«No había otra forma, si pudiese haber hecho otra cosa...»

—Sigues haciéndolo.

Bufó, molesta y cansada.

—¿Qué se supone que deba escribir? —preguntó, al mismo tiempo en que colocaba el papel en el suelo con rabia y daba pequeños golpes sobre él con el bolígrafo.

Los miró. Respiró otra vez. No alzó la vista.

El extraño se sentó a su lado y tomó una de las hojas blancas.

—No debes decir lo que debes decir, debes decir lo que quieres decir.

Frunció el ceño. Sus ojos clavados en el negro suelo.

—¿Shakespeare?

Lo oyó sonreír.

—Yo.

Él le tendió la mano y ella le entregó el bolígrafo.

—Bien. —Su voz formó una bruma de niebla—. ¿Por qué? —murmuró.

No parecía esperar una respuesta.

El silencio fue roto por el sonido agonizante del papel siendo rasgado.

No alzó la vista. No miró al lado. Simplemente respiró profundamente y esperó.

No paso mucho tiempo antes de que el cuaderno cayera en su regazo.

Era una joven, sentada a orillas de un puente, con un brillo en los ojos creado por el pequeño espacio sin pintar en el iris. La pintura estaba constituida por una inmensa gama de colores que variaban desde el blanco más puro, hasta el negro más sólido.

Había construido un arcoíris con un solo lápiz.

Guardó silencio, por el simple hecho de que a veces existen bellezas que no se pueden describir. El dibujo en sus manos era una de ellas.

Reconoció sus intenciones de inmediato.

—¿Acaso eres psicólogo? —cuestionó con cierta ironía.

Su sombra se movió en señal de negación.

—Sólo dime. —Su voz fue coloreada por una pequeña pizca de humor.

Las líneas estaban firmemente trazadas alrededor de su cuerpo; la curva de su mejilla, su mentón, sus labios finos un poco más oscuros del resto de la piel, la suave curvatura de su nariz. Era como si el desconocido hubiese captado toda la belleza que la joven poseía y en equivalente hubiera quitado toda imperfección. Sin embargo, no era así. Notó las líneas hundidas bajo sus ojos producto de las largas noches en vela, y los trazos más suaves en sus manos a causa de los temblores de su cuerpo, un importante detalle que convertía a los seres de carne y hueso en humanos: la inseguridad.

No hizo falta decir nada. Tomó el bolígrafo dispuesta a decir la verdad por primera y última vez, y escribió. Escribió acerca de ella, de su vida, de lo que le gustaba y lo que no. Acerca de sus amigos, su familia, aquellos que fingieron ser lo que no fueron. Escribió sobre la ciudad en donde vivía, de su lugar favorito, de su mejor y más feliz recuerdo. Y finalmente, escribió acerca de las palabras no dichas, de los silencios que nunca se atrevió a llenar, de las miles de cosas nunca le contó a nadie y que habían sido el motivo de que una bomba explotara dentro de ella. De las miles de veces que había pensado ya en escribir algo así. Entonces, dobló la hoja en cuatro y se quitó el gorro rojo que había recibido la navidad del año anterior. Podría haber tardado horas, pero no importaba. Ya no tenía tiempo de menos ni de más.

Se puso en pie, dejando sus cosas a un lado, apoyando la mano izquierda en el suelo para tomar impulso. El extraño la imitó.

Pensó en decir gracias o usar algún sinónimo, en cambio, alzó la vista por primera vez en la noche, y no fue capaz de sonreír.

Él era como su perfecto día de invierno. El cabello más negro que hubiera visto, los ojos tan grises como el cielo en los días nublados, la piel tan blanca como la nieve, y la familiar sensación de melancolía que no lograba esconder con su sonrisa. Pero iba más allá de eso.

Junto a él también vinieron recuerdos.

Él tomó su mano, y le mostró la sonrisa torcida que tan bien conocía. Ella la presionó fuerte, como había deseado hacerlo hace años. Y ambos avanzaron en sincronía, un paso hacía el vacío, sellando miles de promesas hechas cuando no entendían bien el mundo.

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