Wake Up.

Siempre he creído que la muerte es algo que se deja para el final. No te acuerdas de ella hasta el final de tus días. Cuando una enfermedad terminal sacude tu cuerpo en tu vejez. Ahí es cuando recuerdas a la muerte y le das un abrazo como si fueran mejores amigas desde un largo tiempo.
Pero yo no pensé que ella vendría por Henry antes. Ahí es cuando me di cuenta que no sólo abrazas a la muerte para ti mismo, sino lo haces por los demás. La muerte ha venido pero no por mí.

—Cariño, ¿cómo te sientes?
—Fatal–sonríe–.

Siempre he amado eso de Henry. Le sonríe a los malos tiempos, aunque fueran peor que malos. Desearía tener esa voluntad, pero cada vez que lo veo a él, simplemente me contengo las lágrimas para después.
Leucemia, o cáncer en la sangre, es lo que lleva dañando a Henry. Es raro ver este tipo de casos en adultos. El porcentaje es muy bajo en estos casos. Mala suerte que Henry haya caído en ese porcentaje.
Hoy me han dicho que estos días pueden ser las últimas de Henry. Ya me había preparado para eso, por lo que no derramé ninguna lágrima o deje escapar algún sollozo. Aunque sí quise tirarme al suelo y mecerme.

—¿Qué te han dicho?

Volteo a Henry. No me había dado cuenta que había estado mirando detenidamente a su monitor de pulso. Parpadeó una, dos, tres veces antes de abrir mi boca.

—Estos podrían ser tus últimos días.

Ahí esta. Lo dije sin titubear o sollozar. Estoy impresionada de lo fuerte que puedo ser en estos momentos.

—Oh si, me lo han dicho hoy en la mañana–se acomoda de lado en su cama–. ¿Cómo te sientes al respecto?

Separo mis labios para pronunciar una mentira, pero simplemente mi organismo no me lo permite, por lo que no sale nada de estas. Me trabo. Empiezo a sentir las lágrimas acumularse en mis párpados. Inhalo bruscamente y me llevo las manos a mi cara. Mi última oportunidad de verme fuerte se ha ido.

—Oye, oye, oye. Tranquila–Henry se había levantado de su cama, con una fuerza prestada–, todo va a estar bien.

Me reconfortaba su esencia, por débil que fuera, pero ahí estaba. Estar a su lado por la eternidad era lo único que había pedido, pero me lo iban a arrebatar en unos días.





Henry, como última voluntad, había pedido un permiso para pasar sus últimos días a mi lado. En casa. Yo no me opuse a la idea. De hecho, me reconfortaba que viniera para estar a mi lado cuando la situación acabase.
Llegamos al apartamento donde solíamos corretearnos cuando éramos recién casados. No nos movimos de aquel lugar, no era necesario.
Siempre tratamos de tener un bebé, pero resultó que yo tenía una probabilidad de miles para poder concebir uno. En pocas palabras, soy infertil. Es por eso que no nos molestamos en cambiar a una residencia.

—Mi amor, ven aquí a mi lado.

Hago lo que dice y me acomodó enseguida de él. Me hace una seña para recostarme en él, lo cual hago con cuidado para no causarle ningún daño.
Empieza a cepillar mi cabello con sus dedos, haciendo un masaje muy reconfortante. Cierro mis ojos y me dejo llevar por su suave tacto.





Ya pasaron tres días y Henry parece como nuevo. Me dice que se siente maravilloso y con mucha energía, y eso me hace sentir alegre.
Nos correteamos por todo el apartamento, dejándome atrapar a propósito. Después de eso me hace cosquillas, como si fuéramos una pareja de adolescentes; pero somos una pareja que apenas van a entrar a los treinta. No somos muy viejos para ello entonces.
Al final del día, me recargo en él mientras miramos una película. Me vuelve a cepillar el cabello, como últimamente lo suele hacer al final del día.

—¿Cariño?
—¿Mhm?
—¿Sí sabes por qué parece como si no tuviera nada?–niego con la cabeza– Se dice que cuando alguien o algo va a morir, para sus últimos días recupera toda su energía para poder disfrutarlos–dice en un susurro–. La vida me esta dando la oportunidad de pasar mis últimos días contigo como se debe.





Cinco días ya han pasado.
No quiero que termine. Quiero que se quede de esta forma por siempre. Que el tiempo se congelé por siempre. Pero hay veces que los deseos no se cumplen del todo.
Hoy en la mañana decidimos no levantarnos de la cama por nada del mundo, sólo nos levantaríamos para ir a hacernos algo de comer o para ir al baño, pero fuera de eso, estaríamos en la cama. Acurrucados y abrazados. Platicamos y reímos. Nos besamos y nos miramos. Era lo único que hacíamos.





Ya terminó el séptimo día. Era de noche y Henry me miraba intensamente a los ojos. Yo sabía lo que sus ojos decían y no quería que fuera verdad.

—Te amo–susurra–. Te ame, te amo y te amaré por siempre.

No podía llorar ni reír. Sólo sonreír. Se estaba despidiendo, era nuestra despedida. Nos besamos hasta caer los dos en un profundo sueño.





Desperté, pero él no. Por más que trate de despertarlo, no lo hizo. Primero le susurraba, y después iba aumentando mi tono hasta el punto en que le gritaba, implorando a que despertara. Le rogaba que abriera sus ojos. Pero nunca lo hizo.
Lloré, al fin pude llorar todo lo que no pude llorar en esta semana. Lo abrazaba fuerte, con mi mejilla en su pecho, para poder escuchar sus latidos. Su corazón nunca latió.
Lo abrace aún más fuerte, con la esperanza de que me devolviera el abrazo de la misma manera. Nunca lo hizo.
Los vecinos entraron a la fuerza por los gritos que yo expulsaba. En cuanto entraron a la habitación, ellos supieron de inmediato que estaba sucediendo, por lo que llamaron al hospital para avisar que ya había sucedido lo que tenía que suceder.
Yo seguía gritando, llorando y abrazando a Henry, tratando de hacer que volviera, que despertará.

Pero para ese entonces, ya nunca lo haría.