See you soon, darling

Los rayos del sol se perdían entre el hermoso azul del mar, las gaviotas tenían paso entre las nubes y sólo se escuchaba el sonar de las olas. Desde pequeña éste lugar siempre ha sido el mejor lugar. El silencio, la blanca arena, los atardeceres, todo hacía una perfecta armonía. Me deshice de mis sandalias y caminé hasta el agua. La arena entre mis pies siempre ha sido una de mis sensaciones preferidas, sentir las cosquillas que hace entre mis dedos y el calor del sol no tiene precio. Jugué un poco con el agua y mis dedos mientras veía el hermoso paisaje; aquí había conocido mi primer amor, era apenas una niña y yo estaba jugando en la arena cuando un pequeño niño de cabello rizado y ojos verdes tropezó con mi castillo, “lo siento” había dicho con una hermosa sonrisa y unas mejillas de color rosa pálido, en ese momento quedé tan maravillada con el chico que sólo pude asentir.
Desde ese día habíamos sido los mejores amigos, hacíamos todo juntos como si fuésemos uña y mugre. Llevé mi mano a mi mejilla al sentir que las lágrimas se deslizaban por ellas, él había sacado lo mejor de mí en los peores momentos. Sabía exactamente cómo hacerme reír y cómo hacerme enojar, era como un hermano, como una parte de mí.
Salí del agua y me senté en la arena con la vista al mar, era tan pacífico estar aquí, nada de gritos ni peleas. Nada como en casa. Suspiré y encogí mis rodillas rodeándolas con las manos, coloqué mi cabeza entre ellas y volví a llorar en silencio, ya nada era lo mismo, no sin él.
Hacía ya tres meses desde su partida. Todavía escucho sus últimas palabras, cómo las susurraba en mi oído postrado en aquella camilla de hospital, su mano tomando la mía y las caricias sobre las mismas. Su media sonrisa marcando su hermoso hoyuelo en la mejilla derecha, pero lo que más daño me hace y no puedo olvidar es el horrible recuerdo de sus ojos cerrándose. Sabía que aquello era para siempre, que ya no volvería a abrirlos jamás, ya nunca volvería a escuchar su hermosa voz ni su angelical risa, ya no jugaríamos fútbol hasta el cansancio o cantaríamos nuestra canción preferida. 
Sollocé aún más que antes, mi respiración se entrecortaba y mi labio inferior temblaba. Levanté la  cabeza y miré el mar una vez más. Sequé mis lágrimas con brusquedad y me levanté de mi lugar con un poco de dificultad. No había venido aquí para lamentarme o sólo para apreciar el lugar, así que aquí vamos. 
Caminé hacia una de las gigantes piedras que adornaban la orilla y tomé mi bolso. Saqué de allí una pequeña cuchilla, comprada específicamente para éste día, la saqué de su empaque y me senté sobre aquella roca. Coloqué mis pies en forma de indio y pasé mi mano por el metal de la cuchilla. 
Frío y duro. Aquel metal se sentía igual a mi corazón. Sin sentimientos, sin alegría, nada más que el cascarón de lo que una vez fue algo. Lo levanté y lo postré justo frente a luz del sol, la cual se reflejó de inmediato en el metal segándome al instante, muy inteligente de mi parte.
– Pronto estaré contigo amor – Susurré colocando la navaja en mi muñeca y deslizándola delicadamente por la misma. La sangre comenzó a recorrer mi mano con la misma velocidad que las lágrimas recorrían mis mejillas. Volví pasarla con más profundidad que antes, ya no estaría más aquí, ya no debía vivir un día más sin ver su sonrisa o escuchar aquella hermosa voz que una vez salvó mi vida. Ya no debía preocuparme más por si sonreír o no, porque ya no estaría más aquí. Un último corte de manera horizontal se hizo presente y aún más sangre salió de mi cuerpo. 
– Nos volveremos a ver, amor – Susurré una vez más mientras todo lo que una vez vi y conocí se volvía negro.