darling.

Harry había llegado a la típica casa de playa, ésa que mostraban en las películas de romance, donde dos jóvenes caían completamente en el amor. A su parecer era una cursilería que muchos deberían tener en cuenta, los productores y futuros más que nada. En una meditación clara que, esa idea estaba tan quemada como los besos bajo la lluvia. Sin embargo, en ése minuto que entró a la casa de los señores Collins comprendió que era justo lo que pensaba pero que, era excelente. 
¿Por qué estaba allí?, la interrogante que cualquiera que lo conociera a él y a sus pensamientos en un principio trazaría. Los días de verano parecían traer hasta los amores, porque de las fiestas y aventuras entre amigos nada podía faltar. Y Louis, como buen mejor amigo que era, no dudaría en llevar a Harry a la casa de los Collins, o mejor dicho, a la excursión con sus amigos. Sin embargo, él había preferido quedarse los diez días válidos que estarían antes de volver; todo por esa chica, y el amanecer.

El número doscientos firmaba en la puerta, y de repente Katie comenzó a sentir lo que a su amiga le pasaba cada vez que venían. Una opresión en su pecho se instaló, profunda, como una estaca que le clavaban sin piedad. 
Ella podía gritar, sin embargo los sonidos no escapaban de su boca. De repente, quería estallar; miles de sensaciones la atacaban, su sensibilidad débil lo hizo. Sintió sus ojos picar, negó con la cabeza aturdida; no quería, ni debía llorar. ¿Por qué hacerlo? Niall despertaría, hablaría con ellas. Por su parte, sonreía feliz, una máscara que usaba para esconder la nostalgia que la embargaba. 
Era una prisión. Podía sentir como todo se encogía, el miedo —de vaya saber qué. — apoderándose lentamente. La respiración agitada, los sentimientos escondidos que se encendían y dolían al mismo tiempo.  

Luego, terminé parado frente a la puerta de la señora Styles. Medité por unos segundos antes de tocar el timbre, con miles de pensamientos cruzando por mi cabeza sin parar. Idiotas a mi parecer, en realidad así lo asumí luego de dirigirme a la sala con Anne, —la mujer con el cabello oscuro y potente sonrisa— pero nadie podía decirme nada, aún me preguntaba: ¿le caeré bien? 
Esperaba a un niño de una edad mínima, no a un adolescente. Mucho menos a uno atractivo. Mi ceño fruncido debió ser bastante obvio, mas no me importó mucho; ¡cuidaría a un adolescente, hombre! Tal vez tendría alrededor de mi edad, ¿debía cuidarme a mí mismo? Bueno, no técnicamente pero se entiende. 
Él estaba allí, sentado en un sillón claro. No me pondría a describir los colores porque, era lo que menos me importaba en ése momento. Tenía el cabello rizado, —algo muy satisfactorio para él debo decir— castaño e impresionantes ojos verdes. Sí, dije que no describiría colores pero, se trataba de él. Se veía desganado, o era sólo mi impresión y por el contrario se encontraba totalmente aburrido de la situación. Yo, me encontraba intrigado, curioso, frustrado.