— L U C I U S.

Natalie & Taylor | Los últimos secretos.

— No suelo hablar de estas cosas, ni pensar en ellas, pero este año ha sido extraño. Se supone que solo debo pensar en cosas concretas pero esa figura  y esa mirada solo me desconcentran; es como si lo hiciera con intención ¿sabes? como si ella sintiera que me vuelve loca, no lo sé.
— ¿Te gusta, cierto?
— Me encanta.

Era jueves y la casa se sentía helada, las escaleras rechinaban y la señora Marie se encontraba mal humorada. Solo ella estaba tranquila y apacible sumergida en ese libro de tapa roja empeñada en conseguir calor al lado de la pequeña estufa rosácea. Ya llevaba un mes con ese libro en mano y no comprendía porque demoraba tanto en leerlo, siempre estaba fija en una página, con los ojos hundidos con maña. Era hermosa esa imagen; ella atenta en algo.

Era simplemente su voz. Ese sonido guía, capas de elevarla y hacerla caminar a grandes zancadas. Ella sabía que se le hacía imposible algunas cosas, había sido así desde un largo tiempo pero ese sonido puro, grato e inocente la ayudaba. Le daba esperanza, se sentía feliz y podía imaginarse diversos colores que con el pasar de los años se fueron marchitando. Ahora todo estaba renaciendo nuevamente, su monotonía se estaba despedazando y podía sentir como el negro cada vez se hacía más blanco.

Natalie & Michele | Los últimos secretos.

— Eres tímida ¿no?
— Creo serlo.
— ¿Por qué?
— No me gusta hablar con extraños.
— Pero tienes 18 años.
— Lo sé.

Recuerdo cuando vi su rostro triste y al mismo tiempo sereno, eso logre dilucidar al verla cantar con los ojos cerrados y los parpados apretados. Estaba ahí, parada en la pequeña sala donde todos la observábamos, aún conservaba el collar con su nombre. Yo sabía que lo traería en aquella ocasión, sabía que no podía desprenderse de ese pequeño y significativo objeto porque había estado con ella prácticamente desde el día en que lo conoció.  
No quiero aparentar ser un conocedor de todas sus vivencias junto a él pero cuando la vi entrar a dialogar en un momento de suma tragedia vi pasar ante mis ojos casi todos sus momentos. Vi cuando él le canto por primera vez y cuando ella lo observo hacerlo, pude hasta imaginar lo que sintió cada uno en ese momento, un dolor atravesó mi pecho.

La verdad es que él no podía dejar de comer.  Comía y comía en diferentes horarios, lugares y circunstancias pero siempre terminaba en lo mismo. Siempre terminaba en esa solitaria habitación haciendo algo que le resultaba divertido.
Todo había iniciado de una manera inocente e experimental ¿Qué se siente introducir dos dedos a tu garganta? Se cuestionó él. Poco a poco la respuesta fue tropezando a sus pies.