Conoce el otro lado de la religión musulmana. | audiciones abiertas. |n.c

La mejilla de Birdie ardía, y no solo por el golpe que su madre le había dado, sino porque ella se había secado las lágrimas tan bruscamente, que se pasó a dar un fuerte golpe. Suspiró, una y otra vez, y como siempre, se sentó en la cama. Su gato, Gaz, se recostó en su regazo y la miró con piedad. Hasta un gato, que era el único que sabía todo lo que pasaba, se apiadaba de ella.

− Mira, si algun día llego a pensarlo, te iré a dejar en casa de Emily, ella sabrá cuidarte, Gaz. Hasta mañana.

Birdie, como todas las noches, dejó al gato en el piso y caminó hasta el baño. Secó sus lagrimas, lavó su cara y con ella, el maquillaje, ató su cabello y mirándose al espejo en la pared, afirmada en en lavado, se puso a llorar de nuevo. No, ella no era infeliz. Su madre no era una maltratadora, ella no era golpeada... O eso quería creer Birdie.

Al otro día, como todos, ella se levantó y se cambió de ropa. Peinó su cabello y maquilló nuevamente la herida del día anterior. Después puso unas cuantas prendas en su bolso, los libros del día en su mochila y entre su abrigo iba escondido Gaz, quien sabía que debía hacer silencio.

− ¿Qué es todo eso, Birdie? - Preguntó su madre, frunciendo sus labios y sosteniendo la taza de porcelana con el dedo meñique levantado.

− Es mi uniforme de deportes, estaba sucio y quise lavarlo aquí, mamá - Sonrió y se alejó por la puerta.

Birdie llevaba la ropa necesaria para dos días. Nada más. Y apenas dinero para un pasaje en bus. Eso lo sabía, pero también sabía que Nirvana le debía un poco de dinero, y que tal vez podría pagárselo hoy si ella le contaba las verdaderas razones.

Al final del pasillo de la biblioteca, Nirvana estaba sentada, afirmada en una de las estanterías. Birdie relajó su cuerpo, y con paso firme caminó hacia ella. Parecía eterno. Quizás era su miedo, de que Nirvana se negara a pagarle, o el miedo de que alguien las escuchara y se lo contara al director, o las típicas cosas que piensa uno cuando se asusta.

− Antes de que digas que no puedes pagarlo, debo contarte para qué lo necesito - Dijo ladeando su boca. Nirvana cerró el libro e indicó el piso, para que la morena tomara asiento − Yo... quiero huir de mi casa, sabes el problema con mi madre, estuviste allí, lo viste. Nirvana, ella quiere que sea perfecta, y todo el mundo sabe que estoy bastante lejos de poder cumplir con su estatus de perfección - Nirvana entrecerró su ojos y suspiró.

− ¿Por qué no vienes con nosotros?


Birdie de nuevo sentía miedo. No, no era una cobarde. La rusa estaba lejos de serlo. Pero era algo desconfiada, más aún cuando las personas con quienes escaparía eran chicos con quienes solo se había cruzado unas veces en la escuela, y otros que ni conocía. La única persona que le inspiraba confianza era Mathias, pero a él nunca lo había visto, aparte en el ring de pelea de la escuela.

Mathias era un chico bastante raro, pero llamativo. Birdie recordaba haberlo ido a ver en un ring de la escuela, él ganó. Se vieron otras veces en la cafetería y también en algunas clases que compartían, pero nunca se hablaron. Quizás cruzaron miradas algunas veces, nada más.

Este día no sería la excepción. Mathias la estuvo mirando mientras se subían para aclarar algunas cosas, como las reglas.

− ¿Y tú que haces aquí? - Preguntó Lola - Digo, tu tienes una vida normal. Ya sabes, tu madre y tu padre trabajan, tus calificaciones son buenas, perteneces al grupo de los neutrales y tienes amigos, ¿Cuál es tu razón para estar aquí? - Mathías se unió a la conversación, mirando aténtamente a la morena, cómo casi todos en el bus.

− Yo... ah... mi madre es...

− ¿Tiene que ver con tu marca en la mejilla el día anterior? - La interrumpió Leilaine. Birdie asintió - Oh, comprendí.

− Igual yo - Dijeron todos. Se acomodaron y cada uno conversó con la persona a su lado. Birdie, por otro lado, decidió ser ella quien se fuera en la parte de atrás, junto a los bolsos.

Acomodó su cabeza en el asiento y comenzó a dormitar. Sintió unos gemidos de queja, y de pronto algo chocó con su pierna. Era Mathias. Birdie lo miró con una ceja alzada y volvió a cerrar sus ojos. No tenía ganas de conversar, no ahora.

− Oh, bien, la ley del hielo. Comprendo - Dijo sarcástico.

− Cállate, Styles - Dijo en tono de súplica - Tengo sueño.

− ¿Es verdad que tu madre te golpea? - Dijo de golpe. Birdie abrió sus ojos y lo miró un rato. Asintió - Oh, bueno, entonces no nos diferenciamos mucho. A tí te golpean, a mi igual y de vez en cuando yo doy los golpes - Sonrió incómodo. Birdie lo miró confundida - Mi padre... él me obligaba a estar en el ring y luego me quitaba el dinero, ya sabes como es eso - Suspiró - Bueno, Birdie no-sé-tu-apellido, espero que podamos ser amigos.