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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
vanilla ice cream.
O W N :: Originales :: Originales :: One Shot's (originales)
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vanilla ice cream.
nombre;; vanilla ice cream.
autor;; yo, mainstream.
adaptación;; neh.
género;;drama; romance.
advertencias;; neh.
otras páginas;; neh.
autor;; yo, mainstream.
adaptación;; neh.
género;;
advertencias;; neh.
otras páginas;; neh.
Caspar era un simple chico que vivía en la no tan tranquila Paris, ya saben, la ciudad del amor, aunque eso no es siempre cierto. Su madre, quién había conseguido que la reasignaran, había hecho un escándalo acerca de si Caspar iba con ella o se quedaba con su padre en Paris. Su padre, quien había sugerido el divorcio, quería que Caspar se quedara con él y con su amante, la causante del divorcio, para que Caspar "reiniciara su vida" sin su madre biológica. Pero Caspar no era idiota, y aunque esa chica 10 años más joven que su padre, a pesar de ser amable y dulce con él, y amar verdaderamente a su padre, nunca reemplazaría su histérica e intranquila madre. Con una sonrisa tranquila, un niño de tan sólo 10 años calmó a la señora Lee con un simple "Iré contigo, madre", una sonrisa tranquila y un leve movimiento de manos.
Cuando llegó a Londres, lugar de la reasignación de su madre, no fue aceptado inmediatamente por los chicos de su barrio. Su acento era raro, y muchas veces terminaba hablando francés al no saber qué palabras utilizar en inglés. Sus vecinos no eran del todo pacientes y por eso prefirieron no hablar con él, al menos hasta que pudiera hablar inglés decentemente.
El hecho de que nadie en su cuadra quería hablar con él lo volvió un poco antisocial, por lo que le fue difícil relacionarse con otras personas cuando comenzó la escuela. A veces se llenaba de valor y le dirigía la palabra a alguno de sus compañeros, pero este sólo le ignoraba. Nadie tenía la mínima intención de relacionarse con el extranjero. Un tiempo después, Caspar aceptó la realidad y también dejó de intentar hablar con otros.
Su capacidad de ser antisocial logró que Caspar desarrollara gustos algo extraños. Lo único que él hacía era dormir todo el día y estar en la computadora de madrugada. También, su actitud al hablar con alguien no era la mejor, por lo que prefería mostrarse indiferente, aún cuando le estuvieran hablando. Ya que ni su madre soportaba su horrible personalidad, le dio todos los lujos que él quiso, con tal de permanecer alejado de ella lo mayormente posible. Uno pensaría dos veces al regalarle la taza con el logo de "Mi madre es la #1" el día de las madres, pero a Caspar ya le daba igual eso, él tenía todo lo que quería y necesitaba.
Aún siendo una persona antisocial, mal educada y caprichosa, él seguía siendo Caspar, un chico de 13 años que quería vivir como un adolescente normal, con amigos, risas y diversión. Por eso, una solución para el problema de su incapacidad para socializar, fue internet.
Él tenía miles de amigos en línea, muchos de ellos medianamente famosos en sus ciudades por razones que nunca le dijeron a Caspar, pero a pesar del misterio ellos eran la solución perfecta para la vida horrible y desastrosa en la que Caspar vivía. Pero, aún si eran la solución, sólo eran una fantasía con la que hablar en la noche y en los recesos de la escuela. Caspar no podía escapar de su realidad siendo una persona solitaria.
Un día, uno de sus amigos, el más cercano a Caspar, le aconsejó que pusiera un poco de su parte cuando hablara con otros.
“Si tú te sigues manteniendo indiferente nadie va a querer hablarte, y en parte es por eso que nadie te habla y te muestras indiferente. Como un círculo vicioso”.
Caspar se mantuvo pensando en ello toda la noche y parte de la madrugada. Y tenía razón. Nunca lograría nada mostrándose así.
Ese mismo día, Caspar amaneció con una gran sonrisa en el rostro, para luego volver a dormir como hacía normalmente.
Hasta ahora no había tenido oportunidad de poner en práctica lo que había decidido hacer hace unas semanas. Nadie le había hablado más que su madre, y no había tenido oportunidad de entablar una conversación con ella, aunque no es como si quisiera. Pero había intentado, sin logro alguno.
Estaba por darse por vencido. Era como si él no existiera, y nadie hablaría con un fantasma, ¿no? No, nadie lo haría. Eso estaba claro para él.
Ahora mismo se encontraba en el banco de una plaza que daba hacia la calle. Hacía calor y él se encontraba comiendo un cono de helado mientras revisaba su celular. No había nadie en línea, por lo que lo guardó y siguió comiendo su cono. Se imaginó a sí mismo en esa situación, pero a los ojos de otra persona, y era simplemente patético. Entendía el por qué nadie le hablaba.
Volvió a revisar su celular. Nadie en línea.
Había un silencio extraño en el lugar. Cada tanto pasaban uno o dos autos por esa calle, y lo único que podía escucharse era el cantar de algunas pocas aves, algo extraño para la ajetreaba ciudad en la que se encontraba. Tanto silencio lo estaba desesperando, pero tenía un helado que comer y él era muy estricto con la comida. A pesar de estar delgado, comía mucho y nunca dejaba una comida a medio comer. Más ahora, con el calor que hacía solo un helado podía refrescarte.
Escuchó unos pasos extraños a lo lejos que iban acercándose y miró de dónde provenían. Un chico venía corriendo por la vereda, pero Caspar simplemente lo ignoró. Estaba lamiendo la punta de su helado de vainilla cuando escuchó un ruido sordo proviniendo de enfrente de él. El chico se había caído, y parecía que se había lastimado.
Caspar reaccionó al instante. Dejó su helado a un lado y se paró para ayudarlo, sin importarle que el cono se había volteado y ahora estaba desparramado por toda la banca.
—¿Estás bien? —dijo, arrodillándose a su lado. Probablemente este fuera el acto más heroico y significativo que hizo en toda su vida, pero poco importaba ahora, el chico parecía haberse doblado el tobillo, y su muñeca estaba raspada—. Estás herido.
—Sí —el chico de nombre desconocido tenía el ceño fruncido y miraba con dolor su pierna mientras masajeaba su tobillo.
—Espera —Caspar sacó la servilleta que venía con el helado que había guardado en uno de los bolsillos de su pantalón y se lo ofreció a la chico—. Toma.
Al principio el chico miró el pañuelo improvisado sin entender, hasta que su muñeca ardió sorpresivamente y se dio cuenta de que sangraba.
Un poco ruborizado, aceptó la servilleta pronunciando un leve “Gracias” y comenzó a limpiar su herida, para luego presionar sobre ella intentando parar el leve sangrado que tenía. El chico levantó la cabeza para mirar a quien le había ayudado, y se encontró con el rostro de un chico manchado en la zona de la barbilla con lo que parecía helado. No pudo evitar soltar una pequeña risa.
—Perdón —volvió a mirar al chico que estaba confundido del por qué la risa—, pero te hubieras guardado la servilleta —comentó mirando con una sonrisa a Caspar.
Él frunció el ceño mientras el extraño señalaba su boca. Él la tocó para encontrar helado derretido en sus dedos y se sonrojó fuertemente por la vergüenza.
El muchacho quitó el papel de su herida y, al ver que no sangraba más, abrió la servilleta y limpió la comida de la cara del chico con delicadeza mientras éste se sonrojaba.
—¿Vainilla? —había preguntado, mientras Caspar se sonrojaba aún más fuerte y el chico sólo reía. Cuando se aseguró de que ya no estaba manchado volvió a doblar la servilleta y se paró, ofreciendo su mano para que el chico también se levantara. Él, aún sonrojado, la aceptó y pronto ambos estuvieron frente a frente sin decir ni una palabra.
—Eh… —Caspar quiso decir algo, pero las palabras simplemente no salían.
—Gracias por ayudarme —dijo él, al ver que Caspar no diría nada— y perdón por molestarte mientras estabas comiendo; algún día te pagaré ese helado.
—Oh no, no es necesario —negó rápidamente.
—Lo haré —él sonrió y él no pudo negarse al ver esos ojos que demostraban que en serio quería pagar por molestarlo, aunque no había sido ninguna molestia.
—E-está bien… si tú lo dices.
—Bueno, lamento mucho lo que pasó, pero debo irme. Adiós.
Sin decir una palabra más, él le dio una última sonrisa y luego se alejó caminando hacia donde se dirigía, intentando no forzar su pierna. Caspar lo miró alejarse hasta que la perdió de vista.
¿Qué rayos había pasado?
Esa noche Caspar no dejó de pensar en el encuentro con el chico. Su cuerpo había actuado por si solo, y se sentía tremendamente avergonzado. Aunque sea un desconocido, lo habían visto en las condiciones en las que se encontraba. Tal y como él se había imaginado: patético. Si pudiera, desearía que ese chico nunca se hubiera caído, y él nunca le hubiera ayudado. Pero no podía, lo único que podía hacer era pretender que nunca pasó, pero sería inútil si él no hacía lo mismo.
Ahogando su cara en la almohada, sacó su teléfono y se conectó. Había un conectado, y era el mismo que le había dado el consejo de ser social. Ahora que lo pensaba, tal vez ayudó al chico porque su subconsciente quería hacerle caso a su contacto y ser más social, pero mira lo que pasó.
Caspar comenzó a hablarle, lo regañó y le contó todo lo que había pasado, con una extraña sonrisa en el rostro. Y también se lo imaginaba a él con una sonrisa, leyendo las incoherencias de Caspar y cómo él le contaba su terrible vergüenza, sin guardar nada.
A eso de las dos de la mañana, ellos se despidieron, no sin antes el chico decirle a Caspar que estaría unos días en Londres, y que tenía un nuevo sabor de helado preferido.
Cuando llegó a Londres, lugar de la reasignación de su madre, no fue aceptado inmediatamente por los chicos de su barrio. Su acento era raro, y muchas veces terminaba hablando francés al no saber qué palabras utilizar en inglés. Sus vecinos no eran del todo pacientes y por eso prefirieron no hablar con él, al menos hasta que pudiera hablar inglés decentemente.
El hecho de que nadie en su cuadra quería hablar con él lo volvió un poco antisocial, por lo que le fue difícil relacionarse con otras personas cuando comenzó la escuela. A veces se llenaba de valor y le dirigía la palabra a alguno de sus compañeros, pero este sólo le ignoraba. Nadie tenía la mínima intención de relacionarse con el extranjero. Un tiempo después, Caspar aceptó la realidad y también dejó de intentar hablar con otros.
Su capacidad de ser antisocial logró que Caspar desarrollara gustos algo extraños. Lo único que él hacía era dormir todo el día y estar en la computadora de madrugada. También, su actitud al hablar con alguien no era la mejor, por lo que prefería mostrarse indiferente, aún cuando le estuvieran hablando. Ya que ni su madre soportaba su horrible personalidad, le dio todos los lujos que él quiso, con tal de permanecer alejado de ella lo mayormente posible. Uno pensaría dos veces al regalarle la taza con el logo de "Mi madre es la #1" el día de las madres, pero a Caspar ya le daba igual eso, él tenía todo lo que quería y necesitaba.
Aún siendo una persona antisocial, mal educada y caprichosa, él seguía siendo Caspar, un chico de 13 años que quería vivir como un adolescente normal, con amigos, risas y diversión. Por eso, una solución para el problema de su incapacidad para socializar, fue internet.
Él tenía miles de amigos en línea, muchos de ellos medianamente famosos en sus ciudades por razones que nunca le dijeron a Caspar, pero a pesar del misterio ellos eran la solución perfecta para la vida horrible y desastrosa en la que Caspar vivía. Pero, aún si eran la solución, sólo eran una fantasía con la que hablar en la noche y en los recesos de la escuela. Caspar no podía escapar de su realidad siendo una persona solitaria.
Un día, uno de sus amigos, el más cercano a Caspar, le aconsejó que pusiera un poco de su parte cuando hablara con otros.
“Si tú te sigues manteniendo indiferente nadie va a querer hablarte, y en parte es por eso que nadie te habla y te muestras indiferente. Como un círculo vicioso”.
Caspar se mantuvo pensando en ello toda la noche y parte de la madrugada. Y tenía razón. Nunca lograría nada mostrándose así.
Ese mismo día, Caspar amaneció con una gran sonrisa en el rostro, para luego volver a dormir como hacía normalmente.
Hasta ahora no había tenido oportunidad de poner en práctica lo que había decidido hacer hace unas semanas. Nadie le había hablado más que su madre, y no había tenido oportunidad de entablar una conversación con ella, aunque no es como si quisiera. Pero había intentado, sin logro alguno.
Estaba por darse por vencido. Era como si él no existiera, y nadie hablaría con un fantasma, ¿no? No, nadie lo haría. Eso estaba claro para él.
Ahora mismo se encontraba en el banco de una plaza que daba hacia la calle. Hacía calor y él se encontraba comiendo un cono de helado mientras revisaba su celular. No había nadie en línea, por lo que lo guardó y siguió comiendo su cono. Se imaginó a sí mismo en esa situación, pero a los ojos de otra persona, y era simplemente patético. Entendía el por qué nadie le hablaba.
Volvió a revisar su celular. Nadie en línea.
Había un silencio extraño en el lugar. Cada tanto pasaban uno o dos autos por esa calle, y lo único que podía escucharse era el cantar de algunas pocas aves, algo extraño para la ajetreaba ciudad en la que se encontraba. Tanto silencio lo estaba desesperando, pero tenía un helado que comer y él era muy estricto con la comida. A pesar de estar delgado, comía mucho y nunca dejaba una comida a medio comer. Más ahora, con el calor que hacía solo un helado podía refrescarte.
Escuchó unos pasos extraños a lo lejos que iban acercándose y miró de dónde provenían. Un chico venía corriendo por la vereda, pero Caspar simplemente lo ignoró. Estaba lamiendo la punta de su helado de vainilla cuando escuchó un ruido sordo proviniendo de enfrente de él. El chico se había caído, y parecía que se había lastimado.
Caspar reaccionó al instante. Dejó su helado a un lado y se paró para ayudarlo, sin importarle que el cono se había volteado y ahora estaba desparramado por toda la banca.
—¿Estás bien? —dijo, arrodillándose a su lado. Probablemente este fuera el acto más heroico y significativo que hizo en toda su vida, pero poco importaba ahora, el chico parecía haberse doblado el tobillo, y su muñeca estaba raspada—. Estás herido.
—Sí —el chico de nombre desconocido tenía el ceño fruncido y miraba con dolor su pierna mientras masajeaba su tobillo.
—Espera —Caspar sacó la servilleta que venía con el helado que había guardado en uno de los bolsillos de su pantalón y se lo ofreció a la chico—. Toma.
Al principio el chico miró el pañuelo improvisado sin entender, hasta que su muñeca ardió sorpresivamente y se dio cuenta de que sangraba.
Un poco ruborizado, aceptó la servilleta pronunciando un leve “Gracias” y comenzó a limpiar su herida, para luego presionar sobre ella intentando parar el leve sangrado que tenía. El chico levantó la cabeza para mirar a quien le había ayudado, y se encontró con el rostro de un chico manchado en la zona de la barbilla con lo que parecía helado. No pudo evitar soltar una pequeña risa.
—Perdón —volvió a mirar al chico que estaba confundido del por qué la risa—, pero te hubieras guardado la servilleta —comentó mirando con una sonrisa a Caspar.
Él frunció el ceño mientras el extraño señalaba su boca. Él la tocó para encontrar helado derretido en sus dedos y se sonrojó fuertemente por la vergüenza.
El muchacho quitó el papel de su herida y, al ver que no sangraba más, abrió la servilleta y limpió la comida de la cara del chico con delicadeza mientras éste se sonrojaba.
—¿Vainilla? —había preguntado, mientras Caspar se sonrojaba aún más fuerte y el chico sólo reía. Cuando se aseguró de que ya no estaba manchado volvió a doblar la servilleta y se paró, ofreciendo su mano para que el chico también se levantara. Él, aún sonrojado, la aceptó y pronto ambos estuvieron frente a frente sin decir ni una palabra.
—Eh… —Caspar quiso decir algo, pero las palabras simplemente no salían.
—Gracias por ayudarme —dijo él, al ver que Caspar no diría nada— y perdón por molestarte mientras estabas comiendo; algún día te pagaré ese helado.
—Oh no, no es necesario —negó rápidamente.
—Lo haré —él sonrió y él no pudo negarse al ver esos ojos que demostraban que en serio quería pagar por molestarlo, aunque no había sido ninguna molestia.
—E-está bien… si tú lo dices.
—Bueno, lamento mucho lo que pasó, pero debo irme. Adiós.
Sin decir una palabra más, él le dio una última sonrisa y luego se alejó caminando hacia donde se dirigía, intentando no forzar su pierna. Caspar lo miró alejarse hasta que la perdió de vista.
¿Qué rayos había pasado?
Esa noche Caspar no dejó de pensar en el encuentro con el chico. Su cuerpo había actuado por si solo, y se sentía tremendamente avergonzado. Aunque sea un desconocido, lo habían visto en las condiciones en las que se encontraba. Tal y como él se había imaginado: patético. Si pudiera, desearía que ese chico nunca se hubiera caído, y él nunca le hubiera ayudado. Pero no podía, lo único que podía hacer era pretender que nunca pasó, pero sería inútil si él no hacía lo mismo.
Ahogando su cara en la almohada, sacó su teléfono y se conectó. Había un conectado, y era el mismo que le había dado el consejo de ser social. Ahora que lo pensaba, tal vez ayudó al chico porque su subconsciente quería hacerle caso a su contacto y ser más social, pero mira lo que pasó.
Caspar comenzó a hablarle, lo regañó y le contó todo lo que había pasado, con una extraña sonrisa en el rostro. Y también se lo imaginaba a él con una sonrisa, leyendo las incoherencias de Caspar y cómo él le contaba su terrible vergüenza, sin guardar nada.
A eso de las dos de la mañana, ellos se despidieron, no sin antes el chico decirle a Caspar que estaría unos días en Londres, y que tenía un nuevo sabor de helado preferido.
soy sophie, u know. shippeo faspar, so, disfruten.
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