Crazy, stupid, love.

So... this is my life.

Terminó de pintarse los labios de rojo y se volvió a observar al espejo por milésima vez. Definitivamente no reconocía a esa chica que sonreía, y no creí poder acostumbrarme a esta imagen.

—Sácatelo, te queda horrible —espeté. Susie saltó en su lugar al escuchar mi voz, para luego revolear los ojos y largar un suspiro.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no entres a mi habitación sin permiso? —se vuelve hacia a mí.

—Sácatelo —repetí.

—No lo haré, Niall. Deja de molestar —murmuró irritada.

—Vas a la escuela, Suzanne. No a un desfile o algo parecido —traté de que me escuchara, pero ella sólo siguió arreglándose —. ¿Te lo vas a sacar o esperas a que yo lo haga? —estaba al borde del enfado.

—¡Bien! —chilló —. Maldito infeliz, ¿por qué no te ahogué cuándo te bañaba de niño? —dijo en voz baja, pero lo suficientemente alta cómo para que yo lo escuche. Sólo me dedique a sonreírle.

—Maldito infeliz, ¿por qué no te ahogué cuándo te bañaba de niño? —imité su voz exageradamente.

—¡Te escuché!

—¡Ése era el punto! —grité para terminar la discusión con un portazo.

Estuve un tiempo jugando a los vídeo juegos en el ordenador antes de ir a la escuela. Me había levantado tan temprano que hasta a mí me sorprendió. Cuándo se hizo la hora, abrí la puerta de mi habitación al mismo tiempo que mi hermana. Sin embargo, ninguno de los dos dijo nada, pero si las miradas matarán, yo ya estaría a tres metros bajo tierra en un ataúd y sin flores, ya que ella las habría quemado a todas. Bajó las escaleras y yo la seguí. Saludamos a mamá y tomamos nuestras mochilas para irnos. Susie obtuvo su permiso de conducir hace poco; se lo había ganado. Por lo tanto, ella me llevaba a todos lados. Claro... si es que a ella le daba la gana. Pero mamá hizo un trato con ella y es obligatorio que me lleve a la escuela.

Apenas salimos de casa, nos sorprendimos al ver una camioneta de mudanzas en la casa de al lado. Había varias cajas en el jardín y se podía notar que en el camión casi no quedaba nada. La puerta se abrió y salió una señora de unos cuarenta y tantos. Vestía un vestido de verano y su cabello estaba completamente desarreglado en lo que parecía ser un rodete. Ésta se acercó al camión y le espetó algo que no logré entender, pero apenas se alejó, el camión se fue.

—¿Tú sabías que la Sra. Kingsley se mudó? —le pregunté a mi hermana confundido. Ella sólo se encogió de hombros y me indicó que subiera al auto. Volví mi mirada hacia la mujer y, por alguna extraña razón nos saludó, por lo que tuvimos que hacer lo mismo.  

Con miedo de que se acercara, subí al auto y Susie arrancó apenas colocó las llaves.  

—¿Crees que esté muerta? —inquirí.

—¡Por Dios, Niall! No digas eso —elevó la voz un tanto asustada.

Me encogí de hombros. —De todas maneras, odiaba a esa vieja —confesé, para tomar mi manzana y comerla en el camino.

Después de varios minutos, llegamos a la escuela. Estábamos algo atrasados, ya que Susie había parado para alejar a un perro que se había cruzado en nuestro camino. Lo peor de todo es que a ella le encantan los animales, así que fue un largo rato.
Ya casi no había buenos lugares en el estacionamiento, en realidad, ni siquiera podíamos encontrar uno.

—Es tu culpa —dijo mi hermana sin dejar de mirar hacia al frente.

—¿Mi culpa? ¡Tú fuiste la que se bajó por ese maldito perro, Suzanne!

—¡Sí, pero era tu deber no dejarme hacerlo!

Estaba a punto de contestarle, cuándo encuentro un lugar para estacionar y lo señalo inmediatamente. Ella ni lo piensa y acelera, haciendo que casi choquemos.

Apenas cruzamos las puertas y suena el timbre. Hora de la tortura.

Corrí hasta la clase de Biología y al doblar un pasillo, sin querer, tropiezo con alguien. Veo cómo miles de hojas caen a mi alrededor, pero no tengo tiempo para ayudar.

—¡Lo siento! —logré decir antes de largarme. Lo único que pude ver fue la intensa mirada de aquella chica rubia que, de seguro, iba a matarme. Creí que tendría que pedirle unas mejores disculpas luego.

Llegué a mi clase y me senté al final de todo. Gracias a Dios que el profesor aún no había llegado. La puerta se abrió y escuché el típico tono de aburrimiento del profesor Dallas diciendo: Saquen sus libros.

Después de una larga hora de escuchar al profesor, el timbre sonó, avisando que la clase había terminado.

Junté mis cosas sin mucho apuro, ya que no tenía nada que hacer. Estaba a punto de irme cuándo el profesor me llama.

—Horan —espeta. No, por favor.

—¿Sí? —me di la vuelta y me acerqué a su escritorio.

—Quería pedirle que ayude a una compañera nueva con sus tareas, así ella no se atrasé y se oriente mejor en la clase —murmuró juntando unos papel con despreocupación.

—Claro, ¿quién es? —indagué intrigado.

—Maxine Longgaster —señaló hacia la puerta sin siquiera mirar. Elevé la mirada y me encontré con una chica rubia que me observaba con enojo.

La misma chica que me había cruzado en el pasillo. Mierda.