Sombras de colores. |One Direction|

El cielo se coloreaba gris tenebroso, las nubes se dejaban llevar por el viento y de vez en cuando un relámpago iluminaba el paisaje fúnebre y típico de Londres. La brisa hacía mover los pinos del patio, estos se tambaleaban hasta dar la sensación de caer, pero se levantaban con impulso y sus ramas golpeaban las ventanas del primer piso. Una vez más, Elizabeth observó como el cielo parecía moverse, cuando eran las nubes de algodón que viajaban a toda prisa, a donde el viento las llevara. Su rostro se reflejó en el cristal gracias a un relámpago y segundos luego un trueno hizo retumbar toda la residencia. A pesar de estar segura bajo las frazadas de su cama, con su amado juguete como protección, Lizzie detestaba las tormentas y en ese momento el temor le erizaba la piel.

Cuando por un momento lo único que escuchaba era la brisa del viento torrentoso y el agua caer, suspiró con irritación. Nuevamente la lluvia lo había arruinado todo. En el colegio y en casa, los adultos intentaban explicarle que la lluvia y las tormentas no eran malas, sino muy necesarias. Pero la mente infantil e inocente de la pequeña no lograba entenderlo y al pasar su infancia mantenía firme su desprecio para con las tormentas. Era viernes, su madre siempre la llevaba a la plaza los viernes y si el clima no mejoraba, tendría que esperar una semana más.  Dejó de pensar y agudizó la mirada viendo más allá de su reflejo. La luz de esperanza en su interior nació con el rayo de sol que se veía a lo lejos, en el horizonte, unas cuadras más allá de donde vivía.

—¡Mamá! ¡Ya no llueve, ya no llueve! ¿Podemos ir? ¿Por favor, por favor, por favor? —La voz aguda de Elizabeth hizo eco en la escalera de la casa. A brincos se dirigió a la planta baja en busca de su madre. Blaire acababa de terminar de limpiar toda la cocina, llevaba un delantal y en sus manos aun estaba el trapo húmedo que había utilizado para su tarea. Un mechón pelirrojo-cobrizo calló en su frente y tranquilizó su respiración agitada.

Blaire era una mujer muy sencilla. Un aspecto de mansedumbre la vestía todas las mañanas; su mirada era tierna, en especial cuando miraba a Elizabeth; su sonrisa delataba bondad y para su hija la melodía de su voz era sinónimo de tranquilidad.

Blaire miró a la pequeña castaña con expectación y ternura. Aguardó unos segundos antes de responder y luego de mirar por la ventana sonrió. —Ve por tu abrigo, cariño.



El agua salpicó los pantalones de la pequeña morena. Sus botas rojas ahora estaban manchadas por el lodo, y aunque el ambiente de humedad era demasiado denso, no le importó en lo absoluto. Durante el par de cuadras que duró su viaje hasta la plaza, mantuvo su brillante sonrisa en su rostro. Ni un solo momento soltó la mano de su madre, aunque ella no corriera como Lizzie lo hacía. Charlaba con ella y le hacía todo tipo de preguntas, casi todas contenían un "¿Por qué?". Admiraba a su madre, la niña de seis —casi siete— años la había calificado como su modelo a seguir, se impresionaba con cada cosa que le enseñaba y a cada momento anhelaba sentir su cariño. No había mejor cosa que pasar una tarde con mamá sentadas en el sofá, mientras el típico clima de Londres hace de las suyas afuera.

Ir a la plaza era una tradición, además de que todos el el jardín de infantes asistían semanalmente, era su momento de recreación.
—Mira, cielo. Allá está Harry. —Elizabet volteó para encontrar a su rizado amigo tomado de la mano de su madre. Él le dedicaba una sonrisa y saludaba con su mano libre en lo alto. Lizz le devolvió el gesto y con la mirada le pidió a su madre el consentimiento para ir a jugar con él. Blaire pronunció un inaudible corre, señal suficiente para que Elizabeth se abriera paso entre los niños hasta llegar a él.

El sol comenzaba a subir al cielo, tan de repente como el aviso de la tormenta anterior. Luego de minutos corriendo y jugando, Lizzie tomó un descanso en una de las bancas de la plaza y Harry la siguió. Todos en el patio de juegos eran conocidos suyos, o al menos la mayoría. Niños con los que horas atrás había compartido la última clase de la semana.

—Harry ¡Mira! El cielo está pintado, ¡Harry, en el cielo hay muchos colores! —Ambos niños miraron con asombro el cielo ahora un poco despejado, admirando el increíble arco que se extendía sobre sus cabezas, de colores variados y muy bien definidos.

—Es un arcoiris, Elizabeth. —Se entrometió otro niño, mirando con desconcierto a la castaña. —Los arcoiris aparecen después de las tormentas.—Explicó mirando al cielo, llamando la atención de los dos. O al menos de Lizz. —¿No lo sabías? Todo el mundo lo sabe. —Habló de manera sobradora el pequeño.

—Déjala, Louis. Lizzie es muy inteligente. —Interfirió el oji-verde llamado Harry.

—Por supuesto que lo sabía. —Mintió Lizz.

—Como digas, Eli. —Sonrió el adorable pero muy sagaz jovencito de mirada azul. —Hasta el lunes. —Se despidió dejando un beso en la mejilla de Lizzie. Harry por una cuestión de instinto se movió hacia él, pero la mano de Lizzie entrelazada en la suya no se lo permitió. Una sonrojada Elizabeth le sonrió tranquilizadoramente, luego de ello tomaron asiento en la banca para mirar el hermoso arcoiris. La pequeña mano de Lizz viajó con inseguridad a su mejilla, donde hace un segundo un niño había planteado un beso, suspiró levemente. El amigo a su lado se dio cuenta de su acción y frunció el ceño, soltando el aire en sus pulmones y llenando su verde mirada con una decepción totalmente genuina, tal y como la de un niño.

Desde esa tormenta, nada fue igual otra vez.