just another brick on the wall. {novela.

Just another brick on the wall

Prólogo.

ellos subestimaron a cualquiera, a los más débiles, creyendo que no podrían levantarse.

"No había nada más que hacer", repetían la misma respuesta, y sinceramente no era la que buscaba Estaba harto, harto de todas las condiciones que teníamos para vivir, la sociedad o la misma escuela volvían a los niños en maquinas de hacer dinero, destruyendo su cabeza, llenándola de realidad, cuando deberían lograr ver la sonrisa de uno de esos niños. "¡Hey, profesores! ¡Dejen a los niños en paz!" gritaba cada vez que pasaba por la escuela Scott Parish, vieja, aburrida, abrumadora y opresiva. Esos pequeños tienen un futuro que construir y no iba a ser arruinado por el regimen superior, al cual le faltaba cerebro. Hasta un drogadicto asmatico tendría más cerebro que ellos mismos, gobierno, no me agrado nunca. No necesitamos ninguna educación, no necesitamos que controlen nuestros pensamientos, ni sarcasmo oscuro en el salón de clases.

Me conocían en las calles como el señor pink, patético, lo sé pero estoy en contra de toda negación a cumplir sueños o ser uno mismo, parece que si cierta persona quiere ser pintor no puede serlo, no, eso no es justo. Ver las avionetas volar por ahí, ver a los soldados caminar y empujar a los demás como si no importáramos, eso es lo que más molesta. Todo parece tranquilo, adorable y dicho de admirar, pero usted esta más que equivocado. Puede que este loco, que sea "rebelde", que haga lo que quiera, que no sea responsable, ¿y qué crees? no me importa la opinión de los demás. ¿Anarquía es lo que quiero? Aun no lo sé, pero, yo, Simon, me encargaré de poder lograr traer sonrisa de un niño, poder terminar la opresión, y créanme que hasta ahora, no ha sido para nada fácil.

Caminaba, sonriendo, sarcástico, pero ¿más que feliz? solo era yo, con mis oídos y mi mente concentrados en la melodía de "top of the world" de the carpenters. Un poco torpe de mi parte, pero solía alegrar mi día. Las miradas posadas en mi, era raro no verme cuestionando algo, molestando a algún policía, demasiado raro para ser exactos pero ellos no verían venir nada. Iba directo a la biblioteca central, donde solo buscaba libros para aclarar dudas y luego justificar mis propias respuestas cuando se me presente una discusión. ¿Debería estar estudiando? ¿Tengo trabajo? No y sí. No voy a la universidad a pesar de tener 20 recién cumplidos, pero trabajo en un taller de arte. ¿Tengo algún papel importante en aquella institución? No, para nada, aún así no me importaba, con los 150$ que conseguía, me bastaba. No tenía compañero, mi única bicicleta a mi lado y la sonrisa que daba a tener una vida feliz con una ideología perfecta, eran las formas que usaba para demostrar que no era solo un perdedor, una persona que odia la política, no, no era solo eso, aquí esta Simon presente, limpio y listo para un nuevo día. Entré a la biblioteca sin antes dejar con candado la bicicleta, era un tanto patético, me vine caminando con un método de transporte a mi lado, patético y común en un chico único, como yo. Saludé a mis conocidos, el señor Hoffman, la señorita Angie, y aquel hombre de mantenimiento. Saqué algunos libros de la sección "historia" y me senté en una de esas mesas largas cuyo televisor esta en frente. Mi atención de lector se desvaneció cuando las noticias mostraban a gente preparándose, soldados, esas mierdas que tanto odiaba. No tome decisión alguna a que ir hacía aya y colocarme en huelga, pues mostraban a la gente en contra de todo aquello que me molestaba a tal punto de enrojecer de la furia y no de la vergüenza.
Iba a tomar un estrecho camino hacía donde se encontraban aquellas personas, solo para hacerles saber lo que en verdad estaba pasando, casi toda mi vida lo hecho, pero cuando me acerque bufando hacia la puerta, Hoffman me paró.

—Simon, ¿te encuentras bien?—preguntó, más que dudoso y preocupado. Al final y cabo, era buena gente, no solía tomar conversaciones largas cuando estaba apurado, pero él me conocía bien, y si quería saber algo, saber mi humor, mi estado, mi salud, lo preguntaba aunque sepa que no era capaz de contar todo, pierdo confianza con el tiempo.
—Señor Hoffman, de hecho no, tengo que ir corriendo.—traté de salirme por la puerta pero no hubo caso.
—Oye oye, muchachito, ¿a dónde? ¿te has vuelto loco?—posó sus manos en mis hombros, tal vez así me calmaría pero mi respiración estaba agitada y cada vez mis fuerzas se iban.
—Pero ¡¿no los ves?! ¡podrían matar a alguien posando con esas armas a sus costados! Se pondría pero que el muro en Berlin, llámenme loco pero tengo que pararlos.—
—Joven, he estado viviendo aquí durante 20 años y créeme, nunca va a pasar nada, puede que no sea un viejo sabio pero podría pasarte algo a ti.—me señaló colocando su dedo indice en mi pecho y luego dejando el paso sobre el camino, no iría a volverme loco sobre estas circunstancias, pero debía ir ahí, debía.

Era fácil perderle todo, se iba, venía, volvía, nunca nadie lo sabía. Pasé por los callejones, cada mirada, ignorada por uno mismo. Podrían conocerme como él loco protestante, lo que sea, obviamente me daba igual aún así, no dejaría que violen derechos humanos, ¿no es así?. ¡Ay dios! ¡Simon! ¡Estas hablando solo! Basta de drogas, basta de perder la cordura en un momento de enojo, aunque quisiera, no podría parar. Mis nudillos dieron contra la pared, me estaba volviendo loco, y no quería demostrar que podrían acabar conmigo, oh, hoy no. Era como tener "bohemian rhapsody" de queen en mi cuerpo, por todas partes, ¡todas! ¿Es esto la vida real? ¿Es esto simplemente fantasía? Atrapado en un derrumbamiento, no hay escape de la realidad. No podía estar todo el tiempo así, no sería una persona estable, tal vez el señor Hoffman tenía razón, un poco de descanso de la protesta y la misma justicia no me vendrían mal, aún así, estaba que estallaba. Prendí un cigarrillo y lo pegué a mis labios mientras caía por la pared al suelo, hoy tal vez, solo hoy, habían llevado mi cabeza a otra parte antes de que yo haga eso con la suya.

✖✖✖
Comencé a caer en un profundo sueño hasta que sentí una pequeña mano, del tamaño de la de un monito, sí, una mano de un niño. Entre abrí los ojos mientras el posaba esos ojos celestes fuertes sobre mi. Me miró moviendo de una forma que daba gracia la cabeza para el costado, mientras su pequeña boina de pied de poule sobresalía y caía a un costado de su cuerpo. Articulo palabras preguntándome si me encontraba bien, a lo que respondí con un "sí", él se sentó a mi lado, sinceramente nunca había visto a alguien tan confianzudo, y más de una corta edad.

—¿Cómo te llamas? Tienes cara de llamarte Robert, como mi padre, ¿ese es tu nombre?—volvió a mirarme con curiosidad mientras cruzaba sus piernas para sentarse más al frente mío.
—Pues, no, no me llamo así.—reí y tomaba la postura que él tenía.—Hablando de padres, ¿el tuyo? ¿por qué andas solo?—solté el cigarrillo para no molestar al pequeño con el humo que largaba, no quería perjudicar a un alma que tenía la pinta de estar perjudicada.
—Él, él murió, mamá me llevaba para la escuela pero unos hombres se la llevaron.—
—¿Disculpa?—me cambié de posición y posé mis brazos en sus hombros, tal vez no estaba psicológica mente para contarme un suceso de ese tipo.
—Me dijeron que la iban a investigar, por algo "malo" que logró hacer, sabes, me dan miedo, ellos se llevaron a mi padre, hace mucho mucho.—alargo la oración mientras ente cerraba los ojos, el sol lograba pegarle.
—Bien, de por el momento, quédate conmigo. ¿Vale?—me levanté y tomé su mano para pegarlo a mi costado y no perderle.

Durante el camino, él me pidió si podía acercarlo a su llamativa escuela, y ¿cuál créenme que era? La famosísima Scott Parish. Demonios, no iba a meter a un pobre niño en ese infierno, además, me reconocerían y me odiarían aún más de lo que me odian, ¿qué esperaban? No me acercaría, puede que aya policías, a los cuales odio. Tomé una escusa de que era tarde para llegar a tiempo a la hora escolar, él solo bufó y cruzo sus brazos, si supiera bien lo que es eso. Llegamos a uno de esos cafés y pedí una pequeña leche para él, aún no sabía su nombre y él ya me había titulado como su tutor, en que me habré metido.

—Aún no me has dicho tú nombre.—dijo y se llevó el sorbete a la boca, mis manos estaban al rededor del café que me habían servido, lo miré y decidí responder, también quería saber de él.
—Simon, Simon Ritchie, ¿y tu? pequeño.—sonreí mientras él se confundía, era tierno verlo así.
—Thomas, me llamo Thomas.—dijo y se asumo a la ventana, saludando como si nada pasara, era lindo ver alguien tan despreocupado, ¿sería posible que contagie despreocupación? ojala, saben, ojala.

Hey! Teachers! Leave the kids alone.

Tenía conmigo al niño mientras caminábamos y pisábamos cada baldosa. En si era una linda tarde, no tenía policías corriéndome ni menos gente discutiendo encima de mí, tenía que cuidar de un niño y la preocupación se había ido, ¿genial no? Pero la tranquilidad se esfumó como  se esfuma un político de su propio país en el peor momento. Alemania, concentrada en protesta, gente golpeándose, carteles por todas partes y un enorme muro que separaba a la gente de sus conocidos. Alemania destruida. Sí, vale que ya veníamos mal, no sólo Alemania, Inglaterra entera. Con la segunda guerra mundial, la opresión de la educación británica, los fracasos sentimentales, lo tenía claro, estábamos mal.

La cara de Thomas cambió al ver a la gente posando armas como si digno de admirar. Lo tomé en mis brazos y me lo llevé a cuestas de ahí, no iba a dejar que pasara toda su vida viendo el estado en el que estábamos. Aún así, él comenzó a gritar.

—¡Mi padre, él es mi padre!—sacudió mis hombros y golpeaba mi espalda, venía un nuevo problema para mi, Simon, prepárate.

—Vale vale, ya voy a buscarlo, sólo quédate ahí, en esa tienda y no salgas, volveré. —era impresionante que gracias a una huelga, a la revolución, pasen estas cosas, y más a la luz de los niños.

Corrí entre todas esas personas que luchaban por derechos que posiblemente no les iban a dar. Todo por el maldito muro, ¿por qué no se puede discutir en paz? joder.  Pues, varios golpes obtuve por empujar durante mi paso, en si, no era nada pero dolía. Dime ¿dolía ser golpeado o ser golpeado por tu pueblo? Hice caso omiso a los gritos de los policías, no quería morir pero tampoco quería que muera el hombre desconocido que era el padre de un inocente niño.  ¿Qué habíamos hecho mal para que sucediera esto?
Caí en silencio cuando vi al hombre por el que corría, en el suelo. Supuse que estaba lastimado, pues no quería imaginarme lo peor, no ahora, no así. Tomé su cuerpo y fui con él lejos de la multitud furiosa y de los ignorantes llamados policías. Aún respiraba, muy buena señal. Me miraba con preocupación pero a la vez se lo veía deshidratado, estaba en mal estado.

—¿Quién.. quién eres?—dijo secamente y con una enorme dificultad para respirar, debía llevarlo al hospital lo más rápido posible.
—Descuide, estoy con su hijo, Thomas. —

Me encontraba sentado en una pequeña y delicada silla en dicho hospital, esperando los resultados del hombre al que ayudé, padre de Thomas . Por suerte tomé a tiempo a Thomas de la tienda en la que él se escondió, estaba preocupado y había lágrimas en su rostro. No paraba de preguntarme como se encontraba su padre, y lo entendía, era un niño asustado ¿qué más podría importarle además de su familia? Todo en mi cabeza daba vueltas, quería justicia e iría a quejarme y a pelear por ella. Decidí llevar a Thomas conmigo, su madre ya estaba al tanto de la nueva compañía de su hijo y de todo lo sucedido.

Y llegamos a un lugar donde juntaban quejas del estado, era algo así como un banco, pero peor y con muchos más políticos a los cuales odiar. Entré con Thomas aferrado a mi mano y me acerqué a un mostrador para hablar con la jovencita que estaba detrás de él.

—¿Esta aquí el que debería encargarse del país?—dije sarcásticamente levantando ambas cejas y apoyando mi codo en el mostrador. La joven me fulminó y escribió notas en una aburrida libreta, para luego, espero, responderme.

—¿Te refieres al gobernador?—

—Mm no, al panadero de la esquina. Quiero establecer una queja por falta de cuidado de salud y escasa acción de derechos al pueblo.—

—¿Me dice su nombre completo por favor?—

—Simon Ritchie, el amado por todas.—sonreí mientras la joven sólo trataba de concentrarse en su trabajo y no olvidar la querida palabra “paciencia”.

—Déjeme decirle que no se aceptarán quejas de su parte.—

—Espere espere, ¿por qué?—

—El gobierno no está para eso.—

—A pero ¿si está para observar desde un balcón privado y lujoso como la gente se mata por un maldito muro? ¿No es así?—cambié el tono de voz, genial, ya me encontraba molesto.

—Primero, ¿su niño no debería estar estudiando?—

—No me cambie el tema, y no, no le importa.—

—Nos estamos preocupando por la salud y educación del “pueblo” ¿no quería eso señor?—

—Dios ¡no! ¡no entiende!—tiré de mi cabello y luego golpeé el mostrador logrando asustar a la jovencita y captar la atención  de la gente alrededor.

—Escuche, si sigue con esta actitud, llamaré a seguridad y al niño, lo llevaremos a la escuela donde se le autorice ¿vale?—

—Llame a toda la seguridad que quiera, a mi no me importa.—tomé a Thomas y lo cargué en mis brazos dejando a la mujer hablar sola, ya iban a ver con quién se metían, el señor pink no se quedaría callado, no esta vez.
Lo tenía claro, en una revolución se triunfa o se muere, si es verdadera. El hombre justo no es aquel hombre que no comete injusticia, sino es aquel que pudiendo ser injusto no quiere serlo. No puedes hacer una revolución con guantes de seda. La revolución no pasa por la universidad, y esto hay que entenderlo, la revolución pasa por las grandes masas, la revolución la hacen los pueblos, la revolución la hacen, esencialmente, los trabajadores y que sea torpe no me impediría nada.