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Release Me - Harry Styles y Tu (+18)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: Release Me - Harry Styles y Tu (+18)
Otra vez me dejaste sin palabras, y te voy a decir algo a pesar de que tengo casi 13 años me gusta leer muy Hot
NoeliadeTomlinson
Re: Release Me - Harry Styles y Tu (+18)
NoeliadeTomlinson escribió:Otra vez me dejaste sin palabras, y te voy a decir algo a pesar de que tengo casi 13 años me gusta leer muy Hot
Si ya la sigo, I don't care si tienes 13 hahahaaha.
:sersi:
:sersi:
leyla_nicole
Re: Release Me - Harry Styles y Tu (+18)
Capítulo 4
Cruzo todo el salón y me detengo con el corazón latiendo a mil por hora. Cincuenta y cinco pasos.
Los he contado todos y cada uno, y como no tengo otro sitio adonde ir, sencillamente me quedo de pie y
miro otro de los cuadros de Blaine. Se trata también de un desnudo, en este caso el de una mujer tendida
de costado en una cama totalmente blanca. Solo está enfocado el primer plano, el resto de la habitación
—muebles y paredes— no es más que una sucesión de capas de gris y formas indefinidas.
La mujer tiene la piel muy pálida, como si nunca hubiera visto el sol; pero su rostro es otra cosa:
refleja tal éxtasis que parece resplandecer.
En el lienzo hay únicamente un toque de color: una larga cinta roja. La mujer la tiene atada al cuello,
y desciende entre sus grandes pechos y más abajo; se desliza entre sus piernas y después continúa.
La imagen se disuelve contra el fondo justo en el borde de la tela. Sin embargo, en la cinta se aprecia
cierta tensión, y salta a la vista lo que pretende contar el artista: que el amante de la mujer está fuera del
cuadro, sosteniendo la cinta, deslizándola sobre su piel y haciendo que ella se enrosque alrededor en su
desesperada necesidad de hallar el placer con el cual él la está provocando.
Trago saliva e imagino la sensación de ese suave y frío satén acariciándome entre las piernas,
excitándome y haciendo que me corra…
Y en mi fantasía es Harry Styles el que sujeta la cinta.
Esto no es bueno.
Me alejo del cuadro y me dirijo hacia el bar, que es el único sitio de toda la estancia donde no me
bombardean imágenes eróticas.
Sinceramente, necesito un respiro. Por lo general, el arte erótico no suele hacer que me derrita, claro
que en este caso no es el arte lo que me pone a tope.
«Aun así, la quiero a mi lado.»
¿Qué habrá querido decir con eso?
Más exactamente: ¿qué quiero yo que signifique? Pero es una pregunta absurda porque sé lo que
quiero: lo mismo que quería hace seis años. Y también sé que nunca ocurrirá. Incluso como fantasía es
una pésima idea.
Observo la sala mientras me digo que solo estoy contemplando arte. Al parecer esta es la noche del
autoengaño. Busco a Styles, pero cuando lo encuentro desearía no haberme tomado la molestia. Está junto
a una esbelta mujer de cabello moreno y corto que se parece a Audrey Hepburn en Sabrina, vivaz y
hermosa. Sus pequeñas facciones resplandecen de placer mientras ríe y alarga la mano para tocarlo con
un gesto íntimo y natural. Me duele el estómago solo de contemplarlos. Por Dios, si ni siquiera lo
conozco, ¿cómo es posible que esté celosa?
Sopeso dicha posibilidad y, siguiendo la tendencia de la noche, me engaño a mí misma una vez más y
me digo que no son celos, sino indignación. Me fastidia que Styles haya podido flirtear tan cortésmente
conmigo cuando está obviamente fascinado por otra mujer, una mujer hermosa, encantadora y radiante.
—¿Un poco más de champán?
El barman me alarga una copa en forma de flauta. Es muy tentadora, pero declino su ofrecimiento con
un gesto de cabeza. No necesito emborracharme. Lo que necesito es salir de aquí.
Llegan más invitados, y la sala se llena de gente. Busco nuevamente a Styles, pero ha desaparecido
entre la multitud. Tampoco veo a Audrey Hepburn por ninguna parte. No me cabe duda que lo estarán
pasando en grande estén donde estén.
Me deslizo entre la pared de un pasillo y un vestíbulo que está cerrado al paso por una gruesa cuerda
de terciopelo. Sin duda conduce al resto de la casa de Evelyn. En estos momentos es lo más parecido que
tengo a un rincón de intimidad.
Saco el móvil, accedo al marcado rápido y espero a que Jamie conteste.
—No te lo vas a creer —dice sin preámbulo alguno—, pero acabo de montármelo con Douglas.
—Dios, mío, Jamie, ¿por qué?
De acuerdo, el comentario me ha salido sin pensar. De todas maneras, y aunque esa revelación acerca
de Douglas no sea una buena noticia, no deja de ser un alivio verme arrastrada a los problemas de mi
amiga. Los míos pueden esperar.
Douglas es nuestro vecino, y la pared de su dormitorio es también la del mío. A pesar de que solo
llevo cuatro días en el apartamento ya me he hecho una idea de lo mucho que folla. Saber que mi mejor
amiga se ha convertido en una muesca más en el cabezal de su cama no me entusiasma.
Naturalmente, desde la perspectiva de Jamie, él también es una muesca en el cabezal de ella.
—Estábamos en la piscina, bebiendo vino. Luego nos metimos en el jacuzzi y entonces… —Ya me
imagino el «entonces».
—¿Sigue ahí o estás en su casa?
—No, para nada. Lo he enviado a su apartamento hace una hora.
—Jamie…
—¿Qué? Solo necesitaba quemar energías. Es bueno, créeme.
Ahora me encuentro tan relajada que no te lo creerías.
Tuerzo el gesto. Al igual que una jovencita que se dedica a recoger perros abandonados, Jamie lleva
a casa a un montón de hombres. Sin embargo, no los conserva durante mucho tiempo. Ni siquiera hasta la
mañana siguiente. Como la compañera de piso que soy me parece muy bien —hay pocas cosas tan
desagradables como toparse con un hombre medio desnudo, sin afeitar ni duchar que se dedica a hurgar
en tu nevera a las tres de la mañana—; sin embargo, como amiga, me inquieta.
Por su parte, a ella le preocupa de mí exactamente lo contrario.
Nunca he llevado a un hombre a casa y aun menos lo he puesto de patitas en la calle. En lo que a
Jamie se refiere, semejante conducta me convierte en anormal.
Aunque no es el momento de discutir con mi mejor amiga me pregunto: ¿Douglas? ¿Tenía que escoger
a Douglas?
—¿Voy a tener que mirar hacia otra parte cuando me lo encuentre por ahí?
—Es un buen tío —me contesta—. Tranquila.
Cierro los ojos y meneo la cabeza. El mero hecho de que esté desnuda de ese modo, tanto física como
emocionalmente, me abruma.
¿Que no pasa nada? ¡Y un cuerno que no!
— Y ¿qué me dices de ti? ¿Esta vez has conseguido articular palabra?
Frunzo el entrecejo.
Como mi mejor amiga de toda la vida que es, Jamie conoce todos mis secretos y algunos más. En su
momento le conté mi ambiguo encuentro con el súper sexy Harry Styles en el desfile de belleza. Su
reacción fue típica de Jamie: según ella si le hubiera dicho algo, él se habría desembarazado de Carmela
y se habría marchado conmigo. Le contesté que eso era una locura, pero sus palabras avivaron las ascuas
de mi fantasía.
—He hablado con él —le confieso.
—¿En serio? —Su voz se llena de curiosidad.
—Y va a venir a la presentación.
—Y ¿qué más?
No puedo evitar reírme.
—Eso es todo, Jamie. El único propósito era ese.
—Bueno, vale, está bien. Oye, ahora en serio, es fabuloso,__.
Acabas de apuntarte un tanto.
Si lo expresa así, no tengo más remedio que estar de acuerdo.
—Y ¿qué aspecto tiene ahora?
Sopeso la pregunta. No resulta fácil de contestar.
—Es… apasionado.
Y está como un tren, y es sexy y sorprendente e inquietante.
No, Styles no es inquietante; pero mi reacción ante él, sí.
—¿Apasionado? —repite Jamie—. Menudo descubrimiento.
Quiero decir que ese tío es dueño de medio mundo. Me cuesta creer que pueda ser tierno y cariñoso.
Más bien debe de ser siniestro y peligroso.
Arqueo una ceja. Jamie acaba de describir perfectamente a Harry Styles —¿Algo más de lo que informar? —me pregunta—. ¿Qué tal los cuadros? No voy a preguntarte si has
visto a algún famoso porque no conoces ninguno que sea más joven que Cary Grant. Quiero decir que
podrías darte de bruces con Bradley Cooper y ni te enterarías.
—La verdad es que Rip y Lyle están aquí y a pesar de sus desavenencias se muestran corteses el uno
con el otro. Será interesante comprobar si la cadena acaba manteniendo su programa en antena una
temporada más.
El silencio al otro lado de la línea me indica que acabo de apuntarme otro tanto, y tomo nota
mentalmente para dar las gracias a Evelyn. No resulta fácil sorprender a mi compañera de piso.
—¡Serás zorra! —exclama finalmente—. Si no vuelves con un autógrafo de Rip Carrington ya puedes
irte buscando una nueva mejor amiga.
—Lo intentaré —le prometo—. La verdad es que podrías pasarte por aquí. Necesito que alguien me
lleve a casa.
—¿Es porque a Carl le ha dado un ataque al corazón cuando Styles ha dicho que asistirá
personalmente a la presentación?
—Más o menos. Se ha marchado precipitadamente para prepararla. La reunión se ha adelantado a
mañana.
—Y ¿tú sigues en la fiesta? ¿Cómo es eso?
— Styles quería que me quedara.
—¿Ah, sí? ¡No me digas!
—No es lo que piensas. Tiene intención de comprar uno de los cuadros y quiere un consejo femenino.
—Claro, y como tú eres la única mujer que hay en la fiesta…
Me acuerdo de Audrey Hepburn y me siento confundida. Está claro que no soy la única mujer allí. ¿A
qué juega Styles?
—Lo único que necesito es que me lleven —replico y descargo injustamente mi irritación con Jamie
—. ¿Puedes venir a buscarme?
—¿Lo dices en serio? ¿Carl te ha dejado tirada en Malibú y ni siquiera te ha dado dinero para el taxi?
¡Pero si hay una hora de coche!
Vacilo un segundo de más.
—¿Qué pasa? —insiste Jamie.
—Es solo que… Bueno, que Styles dijo que él se ocuparía de llevarme a casa.
—Y ¿qué problema hay? ¿Su Ferrari no es lo bastante bueno para ti y prefieres un paseo en mi viejo
Corolla?
Tiene razón. Si estoy todavía aquí es por culpa de Styles. ¿Por qué debería molestar a una de mis
amigas o tener que pagar una pasta por un taxi si me ha dicho que me llevaría a casa? ¿Realmente me
pone tan nerviosa estar a solas con él?
Sí, así es. Lo cual resulta ridículo. La hija de Elisabeth Fairchild no se pone nerviosa cuando hay
hombres cerca. La hija de Elisabeth Fairchild los maneja a su antojo. Es posible que haya pasado toda mi
vida intentando escapar del dominio de mi madre, pero eso no significa que ella no me haya inculcado a
fondo sus lecciones.
—Tienes razón —contesto a pesar de que no acabo de tener clara la idea de que una mujer sea capaz
de manejar a su antojo a Harry Styles—. Nos veremos en casa.
—Despiértame si estoy dormida. Quiero que me lo cuentes todo.
—No hay nada que contar.
—Mentirosa —me reprocha antes de colgar.
Guardo el móvil en el bolso y vuelvo al bar. Ahora sí que quiero esa copa de champán. Me quedo
junto a la barra, sosteniendo mi bebida mientras miro en derredor. Enseguida localizo a Styles. A él y a
Audrey Hepburn. Él sonríe, ella ríe, y yo empiezo a ponerme de malhumor. Ese hombre no solo es la
razón de que me encuentre tirada aquí, sino que ni siquiera ha hecho el menor esfuerzo por hablar
nuevamente conmigo, no ha intentado disculparse por su desagradable comentario acerca de que sea su
condenada decoradora y tampoco se ha molestado en procurarme un medio de transporte. Si tengo que
coger un taxi pienso enviar la factura a Styles International.
Evelyn pasa junto a mí del brazo de un individuo con el cabello tan blanco que me recuerda al
Coronel Sanders. Le da una palmadita en el brazo, le susurra algo y se separa de él. El coronel sigue
caminando mientras Evelyn se acerca.
—¿Te estás divirtiendo?
—Claro —contesto.
Suelta un bufido.
—Lo siento, miento fatal.
—Quizá, pero no se puede decir que te hayas esforzado mucho.
—Lo siento, es que…
No acabo la frase y me coloco un mechón de pelo tras la oreja.
Llevo el cabello recogido en un moño y se supone que debo llevar sueltos unos cuantos mechones,
pero en estos momentos no hacen más que ponerme nerviosa.
—La verdad es que resulta inescrutable —comenta Evelyn.
—¿Quién?
Señala a Harry con la cabeza, y yo miro en su dirección. Sigue hablando con Audrey Hepburn, pero
tengo la certeza de que hace un instante me estaba observando. De todas maneras carezco de fundamentos
en qué basar semejante afirmación y me contraría el hecho de no saber si solo estoy expresando
mentalmente un deseo o si se trata de simple paranoia.
—¿Inescrutable, dices?
—Es un hombre difícil de interpretar —me dice Evelyn—. Lo conozco desde que era un chaval. Su
padre me contrató para que lo representara cuando cierta marca de cereales quiso que su cara apareciera
en sus anuncios de televisión. Como si lo que necesitáramos fuera a Harry Styles con un subidón de
azúcar. Ni hablar. El caso es que le encontré unos cuantos patrocinadores estupendos y lo ayudé a
hacerse condenadamente famoso. Aun así, la mayor parte de las veces no sé qué pensar de él.
—¿Por qué no?
—Te lo acabo de decir, Texas, porque es i-nes-cru-ta-ble —me contesta subrayando todas y cada una
de las sílabas—. En cualquier caso no lo culpo, no con la mierda que le echaron encima siendo niño.
Cualquiera habría salido mal parado.
—¿Te refieres a la fama? Supongo que siendo tan joven tuvo que resultarle difícil.
Styles ganó el Grand Slam junior a la edad de quince años y eso lo puso en lo más alto, pero la prensa
ya llevaba tiempo cebándose con él. Con su buena planta y sus orígenes de clase trabajadora había sido
elegido entre los talentos emergentes como el niño de oro del circuito.
—No, no es eso. —Evelyn hace un gesto con la mano para descartar la idea—.Harry siempre ha
sabido manejar a la prensa.
Es muy bueno a la hora de proteger sus secretos. Siempre lo ha sido.
—Me mira y se echa a reír, como para darme a entender que solo estaba bromeando; pero no creo
que lo estuviera—. Vaya, creo que estoy divagando. No, cariño, lo que ocurre es que Styles es uno de esos
individuos callados y sombríos. Sí, Texas, es igual que un iceberg: lo más profundo de él no se ve, y lo
que se ve resulta duro y frío.
Ríe su propia ocurrencia y saluda con la mano a alguien que la ha oído y la mira. Observo a Styles en
busca de alguna evidencia del niño traumatizado que Evelyn ha mencionado, pero lo único que veo es la
misma fuerza y seguridad en sí mismo del primer momento. Me pregunto si estaré contemplando una
máscara o al hombre que hay detrás.
—Lo que quiero decir, cariño —prosigue Evelyn—, es que no deberías tomártelo como algo
personal. Me refiero a cómo se ha comportado. No creo que pretendiera ser grosero. Seguramente estaba
pensando en otra cosa y ni siquiera se dio cuenta de lo que hacía.
Yo me he olvidado del desaire de nuestra primera presentación, pero Evelyn no se ha dado cuenta. En
estos momentos mis dificultades con Harry Styles son numerosas y variadas y abarcan desde un simple
problema de transporte hasta un montón de emociones mucho más complicadas que no me apetece
analizar.
—Tenías razón con lo de Rip y Lyle —le digo porque sigue mirando a Styles , y yo deseo descartar
cualquier sugerencia de meternos en esa conversación—. Mi compañera de piso se ha quedado de piedra
cuando le he contado que estoy en la misma habitación que ellos.
—¿Ah, sí? Pues ven, te los presentaré.
Las dos estrellas, pulcros y de punta en blanco como si la vida les fuera en ello, resultan ser
perfectamente educados y perfectamente aburridos. No tengo nada que decirles y ni siquiera sé de qué
trata su programa de televisión. Evelyn parece incapaz de asimilar que alguien no esté ni desee estar al
tanto de las comidillas de Hollywood, de manera que atribuye mi actitud a la timidez y se dispone a
dejarme en compañía de esos dos.
La ___social sonreiría educadamente y hablaría de nimiedades. Sin embargo, en estos momentos la
____social empieza a estar un poco harta, así que alargo la mano y cojo a Evelyn por la manga del
vestido antes de que esté demasiado lejos. Me mira con expresión interrogadora, pero no sé qué decirle.
El pánico empieza a crecer en mi interior: la___ social acaba de hacer mutis por el foro.
Y entonces la veo: mi excusa, mi salvación. Aparece tan inesperadamente, tan de sopetón, que me
pregunto si sufro alucinaciones.
—Ese hombre de ahí… —digo al tiempo que señalo a un joven de unos veintitantos años, delgado,
con el cabello largo y ondulado y gafas de montura metálica, que por su aspecto debería estar en
Woodstock y no en una inauguración de arte. Contengo el aliento mientras espero que la visión se esfume
en cualquier instante—. ¿No es Orlando McKee?
—¿Conoces a Orlando? —me pregunta Evelyn antes de responder ella misma a su pregunta—. Ah,
claro, es ese amigo tuyo que trabaja para Charles. ¿Dónde os conocisteis?
Se despide de Rip y Lyle, a quienes nuestra marcha tiene sin cuidado y siguen discutiendo mientras
sonríen alegremente a la joven que se ha acercado para hacerse una foto con ellos.
—Crecimos juntos —le explico mientras me guía por entre la multitud.
Lo cierto es que nuestras familias fueron vecinas antes de que Ollie se marchara a la universidad. A
pesar de que es dos años mayor que yo, fuimos inseparables hasta que cumplió los doce y sus padres lo
enviaron interno a un colegio de Austin, y yo me morí de envidia.
Hace años que no lo he visto, pero es la clase de amigo con el que no necesito hablar todos los días.
Podemos estar meses sin llamarnos, pero cuando me telefonea reanudamos nuestra conversación como si
nada. Él y Jamie son mis mejores amigos en este mundo y me llena de alegría ver que se encuentra aquí,
justo cuando lo necesito desesperadamente.
Estamos cerca, pero no ha reparado en nuestra presencia. Sigue charlando de no sé qué programa de
televisión con otro joven vestido muy en plan californiano, con vaqueros, americana de sport y una
camisa rosa pálido. Ollie gesticula con las manos porque es su modo de hablar y cuando apunta en mi
dirección sin querer, me mira y me ve. Se queda de piedra, deja caer la mano y viene hacia mí con los
brazos extendidos.
—¡___i! ¡Qué guapa estás! —exclama mientras me da uno de sus abrazos de oso. Luego retrocede un
paso sin retirar las manos de mis hombros y me mira de arriba abajo.
—¿Qué, prueba superada? —pregunto.
—Desde luego, ¿cuándo no?
—¿Cómo es que no estás en Nueva York?
—El bufete me trasladó la semana pasada. Iba a llamarte cualquier día de estos, pero no estaba
seguro de cuándo te mudabas.
—Me estrecha fuertemente de nuevo, y yo sonrío tanto que casi me duele la boca—. No sabes cómome alegro de verte.
—Vaya, veo que os conocéis —comenta alegremente el joven de los vaqueros.
—Lo siento —se disculpa Ollie—.___, te presento a Jeff.
Trabajamos juntos en Bender, Twain & McGuire.
—Lo que quiere decir con eso es que yo trabajo para él —añade Jeff—. Acabo de incorporarme
como asociado, y Jeff lleva ya tres años. Creo que Maynard lo hará socio de pleno derecho cualquier día
de estos.
—Muy gracioso —protesta Ollie que a pesar de todo se siente halagado.
—¡Pero mírate! —le digo—. Mi pequeño pececito se ha convertido en todo un tiburón.
—Ah, no. Ya conoces las normas: por cada chiste de abogados que hagas me corresponden dos de
Chicas tontas.
—Está bien, lo retiro.
—Vamos, Jeff —dice Evelyn—. Dejemos que estos dos se pongan al día y vayamos a buscar nuestros
propios problemas.
Lo educado sería decirles que no se molesten, pero estamos demasiado entregados a nuestros
recuerdos. En cualquier caso doy saltos de alegría por tener a Ollie conmigo.
Hablamos de todo y de nada mientras nos encaminamos hacia la puerta porque hemos decidido
tácitamente llevarnos fuera nuestra conversación. Estoy completamente absorta en los cálidos recuerdos
que el familiar rostro de Ollie despierta en mí; pero cuando llego a la puerta no puedo evitar volverme y
mirar hacia la sala. No sé por qué lo hago. Puede que sea un simple acto reflejo, pero creo que se trata de
algo más. Creo que busco a alguien. Creo que lo busco a él.
Como no podía ser de otra manera, mis ojos localizan al instante a Harry Styles . Ya no está con
Audrey Hepburn, sino que habla con un individuo bajo y calvo. Parece concentrado en la conversación,
pero en ese momento levanta la cabeza, y nuestras miradas se cruzan.
Es entonces, en ese preciso instante, cuando comprendo que si me pidiera que me olvidara de mi
amigo y me fuera con él, lo haría.
Maldito Styles y maldita yo, pero me iría con él.
leyla_nicole
Re: Release Me - Harry Styles y Tu (+18)
Capítulo 5
Llevo la chaqueta de Ollie sobre los hombros y sujeto mis sandalias de tacón por las tiras mientras
caminamos por la playa privada que hay detrás de la casa de Evelyn. Estoy segura de que no podemos
estar aquí, pero me da igual. Empujo las olas con la punta del pie y lanzo gotas de agua de mar en todas
direcciones. Es una travesura. Es agradable.
—¿Cómo está Courtney? —le pregunto—. ¿Se alegra de que hayas vuelto?
En lo que concierne a Ollie se trata de una pregunta delicada.
Courtney es su novia de a ratos sí y a ratos no. «A ratos sí» porque es fantástica, y Ollie sería un
idiota si cometiera la estupidez de echarlo todo por la borda. «A ratos no» porque el muy tonto ya ha
cruzado esa línea más de una vez.
—Está comprometida —me dice.
—Oh, vaya…
Soy incapaz de disimular el tono de decepción de mi voz.
Debería sonar consoladora y decirle que encontrará a otra igual de fantástica, pero lo único que se me
ocurre pensar es qué habrá hecho.
De repente suelta una carcajada.
—¡Te lo has creído, boba!
—Menudo susto me has dado —le digo y le doy un puñetazo amistoso en el hombro—. Por un
momento pensaba que habíais roto.
Su expresión se torna seria.
—Estuve a punto. Nueva York ha sido duro. Estar sin ella y sentirse tentado… Pero se acabó. Es la
única mujer para mí. Joder, ___, no sé cómo lo he hecho para conseguirla.
—La has conseguido porque eres un tío estupendo.
—Soy un desastre, y tú lo sabes.
—Todo el mundo es un poco desastre, pero Courtney ha sabido ver el Ollie que hay debajo y te
quiere.
—Es verdad que me quiere —contesta con una sonrisa maliciosa—. Me asombra pero es cierto. —
Me mira de reojo—. Y hablando de desastres, ¿qué tal estás tú?
Me envuelvo un poco más en su chaqueta.
—Estupendamente, ya te lo he dicho.
Me detengo y hundo los dedos en la arena. Las olas llegan y me bañan los pies desnudos antes de
retirarse y dejarme ligeramente más hundida en una arena que se ha vuelto inestable.
Junto a mí, Ollie me mira de esa manera, como si conociera todos mis secretos. Yo tuerzo el gesto
porque es verdad, pero acabo encogiéndome de hombros.
—Ahora es más fácil. Durante un tiempo la universidad fue complicada, pero después mejoró. —Le
sonrío porque él tuvo mucho que ver en esa mejora—. Ahora no estoy segura, pero me siento bien
estando lejos de Texas. Las cosas me van estupendamente, de verdad.
Me encojo de hombros nuevamente. En este momento no me apetece hablar.
Doy media vuelta y sigo andando.
—Deberíamos volver.
Asiente y camina conmigo.
Paseamos un rato en silencio. Las luces de casa de Evelyn se van aproximando. El sonido del mar
llena el vacío entre nosotros. Es rítmico y profundo, y me da la sensación de que podría perderme en él.
De hecho ya estoy un poco perdida.
Un poco más adelante Ollie se detiene.
—Bueno, ¿qué opinas de los esmóquines? —me pregunta como si fuera la cosa más normal del
mundo.
—Me gustan —contesto—. El esmoquin es toda una tradición cuando se trata de vestir con
formalidad. De todas maneras debo quitarle puntos porque resulta poco práctico. Por ejemplo, es
complicado hacer surf con esmoquin; factible, pero complicado.
Ollie se echa a reír.
—Quiero que seas mi padrino de bodas —me anuncia, y se me hace un nudo en la garganta—. A
Courtney le parece muy bien —prosigue—, pero dice que las fotos quedarán mejor si llevas esmoquin.
Ya sabes, por parte del novio alguien vestido de pingüino y por parte de la novia una chica vestida de
gasas y satén. ¿Qué te parece?
Me arrebujo en la chaqueta y parpadeo para contener las lágrimas.
—Te quiero. Lo sabes, ¿verdad?
—Por eso te lo pregunto. O me caso con Courtney o me caso contigo, y me parece que la segunda
opción mosquearía bastante a Courtney. —Me observa como si esperara verme reír, pero cuando ve que
no lo hago su expresión se suaviza—. Gracias —me dice.
—¿Por qué?
—Por alegrarte por mí.
—Es que me alegro —le digo.
Sin embargo estoy hablando con la sonrisa de la ___social puesta. Lo cierto es que las cosas están
cambiando deprisa, y no quiero que Ollie también cambie. Ha sido mi roca durante demasiado tiempo.
¿Qué será de mí si esa roca de repente desaparece?
De todas maneras no estoy siendo justa y lo sé.
Sigo caminando.
—__…
Me enjugo una lágrima errante.
—No hagas caso. Solo me estoy dejando llevar por la emociones como una tonta. Las bodas y las
chicas, ya sabes, ¿no?
—Nada va a cambiar,___—dice porque sabe que la excusa de las hormonas es solo eso: una mala
excusa—. Estoy contigo para lo que quieras y cuando quieras. A Courtney no le importa.
El miedo hace presa en mí.
—¿No sabrá lo de…?
—Claro que no —me contesta—. Bueno…, sabe lo de Ashley.
No pasa nada. Ollie ya salía con Courtney cuando el inesperado suicidio de Ashley me dejó
destrozada. Para mí era mucho más que mi hermana: era la vía de escape de la vida que mi madre me
tenía preparada. Aunque Elisabeth ya se había casado y mudado de residencia cuando ella murió, su
pérdida hizo que me hundiera. Jamie y Ollie fueron mis salvavidas, de manera que es natural que él se lo
contara a Courtney.
—Solo le he dicho que murió y que tú lo sentiste mucho —se apresura a añadir—. Sabes que nunca
compartiría tus secretos con nadie.
El alivio que me invade es tan grande que ni siquiera me siento culpable por haber pensado que Ollie
podía haber traicionado mi confianza.
—Mira, parece que no hemos sido los únicos que han querido escapar del bullicio.
Señala hacia la casa de Evelyn. Hay gente en la terraza, iluminada por la luz que sale de los
ventanales, pero Ollie no se refiere a ellos. Tardo un momento en ver lo que él ve, y cuando lo hago doy
un respingo.
Una escalera de caracol desciende entre las sombras desde la terraza hasta el suelo de tablas de la
playa, y hay un hombre sentado en el último escalón. No alcanzo a ver su rostro, solo una oscura silueta,
pero no me cabe duda de quién se trata.
Cuando nos acercamos, se levanta y compruebo que no me equivocaba.
—Señorita Fairchild, la estaba buscando —me dice Styles acercándose a nosotros.
No mira a Ollie en absoluto, sino que tiene los ojos clavados en mí, uno ámbar y ardiente; el otro
negro y peligroso.
—¿Ah, sí? ¿Por qué? —contesto mientras intento aparentar una indiferencia que estoy lejos de sentir.
—Porque soy responsable de usted.
Río alegremente.
—No veo cómo puede ser eso. Apenas lo conozco, señor Styles
—Prometí a su jefe que la dejaría sana y salva en su casa.
Ollie se sitúa a mi lado y me rodea los hombros con gesto protector. Noto la presión de sus dedos a
través del tejido de la chaqueta.
—Yo me voy, así que puedo llevar a ___.Considérese liberado de su responsabilidad.
Sin decir palabra, Styles se acerca y coge la solapa de la americana con dos dedos, como si examinara
la calidad de la tela.
Entonces me doy cuenta de lo íntima que ha debido de parecerle la situación: los dos paseando por la
playa y yo con la chaqueta de Ollie sobre los hombros.
Siento la absurda necesidad de explicarle que no hay nada ni romántico ni sexual entre nosotros y
debo hacer un notable esfuerzo para mantener la boca cerrada. Miro a Ollie y le digo:
—Eso sería estupendo. ¿De verdad que no es una molestia?
—Ninguna en absoluto.
Noto la presión de su mano en el hombro, como si me apremiara, pero Styles no se ha movido y nos
impide el paso. El aire entre los tres parece cargado de electricidad. Es ridículo, pero por mi mente
cruza la idea de que si me muevo acabaré prendida en su red.
El pensamiento no es del todo desagradable.
—No pretendo que me libere de nada —le dice Styles a Ollie—, pero necesito que la señorita
Fairchild se quede. Tenemos asuntos que tratar.
Sopeso discutir, pero recuerdo su anterior comentario en el sentido de que si mi obligación era
buscar inversores para Carl lo estaba haciendo de pena. Me vuelvo hacia Ollie y le hago un gesto
afirmativo con la cabeza.
—No pasa nada.
— ¿Estás segura? —me pregunta en tono preocupado.
—De verdad. Vete tranquilo.
Vacila un instante, pero al final asiente.
—De acuerdo, te llamaré mañana —me dice sin apartar los ojos de Styles.
Ha asumido el papel de hermano mayor y el mensaje subyacente en sus palabras está claro: «Y será
mejor que llegue a casa sin problemas o de lo contrario tendremos un lío de los gordos».
Tengo la impresión de que mi imaginación anda desbocada.
Ollie se despide con un beso y se dirige hacia la escalera de caracol.
—Un momento —dice Styles, y él se detiene.
Contengo el aliento mientras me pregunto si voy a presenciar uno de esos rituales cargados de
testosterona, pero Styles se limita a alargar la mano para que le entregue las sandalias de tacón que
sostengo por las tiras. Lo hago y me siento confundida hasta que se acerca un poco más y me quita
suavemente de los hombros la chaqueta de Ollie.
—Quédatela —dice Ollie—. Ya me la devolverás.
Sin embargo ya no la llevo porque me he movido rápidamente con tal de aumentar la distancia entre
Styles y yo.
—No hará falta —dice este mientras se la entrega a Ollie con una sonrisa amistosa.
Mi amigo vacila una fracción de segundo. Luego la coge, se la pone y me mira.
—Ten cuidado —me dice antes de desaparecer por la oscura escalera.
«¿Cuidado?, pero ¿qué demonios…?»
Miro a Styles para ver si está tan sorprendido como yo, pero salta a la vista que las palabras de Ollie
no le interesan lo más mínimo.
Toda su atención está concentrada en mí.
Recupero mis zapatos y le pregunto:
—¿De verdad tenemos asuntos que tratar?
En mi opinión mis obligaciones me esperan en el centro, con Carl, para preparar la reunión que se
celebrará dentro de menos de dieciséis horas.
—Pues sí, los cuadros. Creía que iba a ayudarme.
—Me temo que se ha confundido. Recuerdo claramente haber rechazado su petición de que lo
ayudara.
—Entonces es que me he equivocado. Creí que había cambiado de parecer cuando le dije que su
opinión me resultaría valiosa.
—¿Creía que había cambiado de parecer, dice? ¿Qué le hizo pensar eso? ¿Fue la forma en que lo
dejé plantado o mi manera de ignorarle?
Se limita a arquear una ceja para hacerme saber que mis subrepticias miradas hacia él y Audrey
Hepburn no han sido tan subrepticias como yo pensaba.
Me observa, seguramente esperando alguna réplica punzante, pero no tengo intención de complacerlo.
En estos momentos el silencio es sin duda la mejor táctica.
Alzo un poco la cabeza para observar su rostro. La escasa iluminación que llega de la terraza deja
sus facciones sumidas en las sombras; sin embargo, sus ojos parecen absorber la luz: el ámbar, salvaje y
ardiente; el otro, negro y rodeado de lava derretida, tan oscuro y profundo que podría caer dentro y
perderme. «Los ojos son las ventanas del alma.» Me estremezco solo de pensarlo.
—Tiene frío —me dice mientras recorre mi brazo con la yema del dedo—. Se le ha puesto la carne
de gallina.
Bueno, si antes no, ahora desde luego.
—Estaba mejor cuando llevaba una chaqueta —contesto.
Él se echa a reír, y me gusta como suena, tan libre, tan natural y siempre inesperado.
Se quita la americana y me la pone sobre los hombros sin hacer caso de mis protestas.
—Vamos a volver dentro —le digo mientras me la quito y se la devuelvo—. Estoy bien, de verdad.
Sigue sosteniendo mis sandalias, pero se niega a aceptar la chaqueta.
—Póngasela. No quiero que coja frío.
—¡Por amor de Dios! —exclamo metiendo los brazos en las mangas—. ¿Acaso siempre consigue lo
que quiere?
Me mira con los ojos muy abiertos y me doy cuenta de que lo he sorprendido.
—Pues sí —contesta.
Cinco puntos por sinceridad.
—Muy bien. Vayamos dentro y echemos un vistazo a los cuadros. Le indicaré cuáles me gustan y
después podrá hacer lo que le plazca.
Me mira con expresión ligeramente perpleja.
—¿Perdón…?
—Pues que no parece la clase de persona que acepta consejos de nadie.
—Se equivoca,___. —En sus labios mi nombre suena dulce como chocolate con leche—. Tengo
muy en cuenta todas las opiniones que considero importantes.
El calor que desprende su persona resulta palpable. Ya no necesito la chaqueta. Qué demonios, la
maldita chaqueta me asfixia.
Vuelvo la cabeza y contemplo la arena, el mar y el firmamento.
Cualquier cosa menos a ese hombre. Estoy hecha un lío, pero ese no es el problema. El problema es
que me gusta esa sensación.
—___, míreme —me pide amablemente.
Lo miro sin pensar, y entre los dos no hay ___ninguna social.
Me hallo tan desnuda como si me hubiera quitado el vestido.
—Ese hombre con el que estaba… ¿Qué representa para usted?
¡Paf! ___ La social vuelve al trabajo. Noto que mi rostro se endurece y que mis ojos se tornan fríos.
Harry Styles se me antoja igual que una araña, y yo soy el ingenuo insecto al que va a devorar.
Aparto la mirada, pero solo un segundo. Cuando me vuelvo luzco la misma sonrisa estúpida que le
obsequié hace seis años en el desfile de belleza. Debería subir el volumen y decirle que Ollie no es
asunto suyo.
Pero no lo hago.
No estoy segura de comprender el instinto que pone en mis labios esa respuesta, pero es el que viene
con mi persona. Tan pronto como he contestado doy la espalda a Styles y empiezo a subir por la escalera
mientras mis palabras flotan en el aire tras de mí:
—Es Orlando McKee. Solíamos acostarnos juntos.
Mañana subo tres capitulos mas!!!
leyla_nicole
Re: Release Me - Harry Styles y Tu (+18)
nane de Styles :3 escribió:Nueva lectora siguela !!
Holaa!!! Nane de Styles, Ahorita la sigo!!
leyla_nicole
Re: Release Me - Harry Styles y Tu (+18)
Capitulo 6
Primera Parte
No es exactamente cierto, pero se aproxima bastante. En cualquier caso es una historia cuya trama
puedo tejer y destejer sin alejarme demasiado de la realidad.
Se trata de una capa más de mi armadura, y en lo que se refiere a Harry Styles necesito todas las
corazas posibles.
Me sigue mientras subo por la escalera porque es demasiado estrecha para que podamos hacerlo
juntos.
—___… —dice en tono que suena igual que una orden.
Me detengo y me vuelvo para mirarlo desde mi posición, tres peldaños por encima de él. Constituye
una perspectiva interesante. No creo que abunden los que han tenido la oportunidad de mirar a Harry
Styles por encima del hombro.
—¿Qué significa Orlando McKee para usted ahora? —me pregunta.
Es posible que solo sea mi imaginación, pero creo ver algo vulnerable en los ojos de Styles.
—Es un amigo —respondo—. Un gran amigo.
Creo que es alivio lo que veo en su rostro, y la combinación de ambas emociones —alivio y
vulnerabilidad— hace que se me corte la respiración.
Sin embargo, desaparece rápidamente, y a continuación su pregunta «¿Se acuesta con él ahora?»
resulta decididamente glacial.
Me masajeo las sienes. Estos cambios de caliente a frío y viceversa me marean.
—¿Qué pasa, estoy es un concurso de televisión? ¿Ha invertido todos sus millones en un programa de
cámara indiscreta o algo así?
Parece totalmente sorprendido.
—¿De qué está hablando? —pregunta.
—De que primero se muestra amable y después insoportable.
—¿Ah, sí?
—Por favor, no finja que no sabe a qué me refiero. A veces es usted tan grosero que me dan ganas de
abofetearlo y…
—Pero no lo hace, ¿no?
Lo fulmino con la mirada y paso por alto la interrupción.
—Y a continuación se vuelve todo amabilidad y dulzura.
Arquea las cejas.
—¿Dulzura?
—De acuerdo. La palabra «dulce» no es la que le describe mejor. Olvide lo de «amabilidad y
dulzura» y mejor quédese con «temperamental y apasionado».
—Apasionado… —murmura y logra que parezca mucho más sensual de lo que yo pretendía—. Me
gusta como suena.
Y también a mí.
De repente tengo la boca seca.
—La cuestión es que usted me confunde.
Me mira con franca jovialidad.
—Pues también me gusta cómo suena eso.
—Y además es exasperante e impertinente.
—¿Impertinente? —repite.
No sonríe, pero juraría que noto cierto tono de sarcasmo en su voz.
—Hace preguntas que no tiene derecho a formular.
—Y usted marea la perdiz de un modo muy elegante, pero sigue sin responder a mi impertinente
pregunta.
—Creía que un hombre tan inteligente como usted se habría dado cuenta de que la estoy evitando.
—Mire, señorita Fairchild, un hombre no llega donde yo he llegado sin prestar atención a los
detalles. Soy tan diligente como persistente. —Me tiene atrapada, inmovilizada en su punto de mira—.
Cuando me interesa comprar algo aprendo todo lo que puedo sobre ese algo y a continuación lo
persigo sin descanso.
Tengo que tomarme un par de segundos para recordar cómo se articulan las palabras.
—¿De verdad?
—Si no me equivoco, la revista Forbes de este mes publica una entrevista mía, y no me cabe duda de
que el periodista subraya mi tenacidad.
—Me aseguraré de leerla.
—Y yo de que mi secretaria le envíe una copia. Puede que entonces comprenda lo insistente que
puedo llegar a ser.
—Lo he comprendido, no se preocupe. Lo que no acabo de entender es por qué le fascina tanto con
quién me acuesto y con quién no.
De repente intuyo que estoy pisando terreno peligroso y recuerdo el refrán que habla de jugar con
fuego.
Styles sube un peldaño y con él aumenta la proximidad de su cuerpo.
—Hay muchas cosas de usted que me fascinan.
Ay Dios. Asciendo cuidadosamente al siguiente escalón.
—Soy un libro abierto, señor Styles.
—Usted y yo sabemos que eso no es cierto, señorita Fairchild, pero algún día…
Deja la frase sin terminar y, aunque sé que no debería, no tengo más remedio que preguntar:
—Algún día, ¿qué?
—Algún día se abrirá para mí, señorita Fairchild, en más de un sentido.
Deseo responder pero creo que he perdido la facultad del habla.
Harry Styles desea algo de mí. Es más, desea quitarme mi coraza y conocer mis secretos.
La idea me resulta aterradora y al mismo tiempo extrañamente atractiva.
Desconcertada subo otro escalón hacia la terraza y hago una mueca. Styles se pone a mi lado de un
salto.—
¿Qué le ocurre?
—Nada, me he pinchado con algo.
Mira mis pies desnudos, y yo le pido que me entregue las sandalias de tacón alto.
—Soy muy bonitas —me dice—. Quizá debería ponérselas.
—¿Bonitas? —repito—. No son bonitas, son fabulosas. Me recogen el pie, realzan mi pedicura,
hacen que mis piernas parezcan más delgadas y dan a mi culo el aire respingón necesario para que este
vestido me quede de muerte.
Una sonrisa le curva la comisura de la boca.
—Me he dado cuenta. Tiene razón, son fabulosas.
—Y también son el único derroche que me he permitido en mi primera salida de compras por Los
Ángeles.
—Seguro que los daños que ha sufrido su cuenta corriente han valido la pena.
—Completamente, pero son una tortura cuando se trata de andar, y ahora que me las he quitado no sé
si podré ponérmelas de nuevo. Mejor dicho: no sé si podré ponérmelas de nuevo y caminar.
—Entiendo su dilema. Afortunadamente me he especializado en hallar solución a tan espinosos
problemas.
—¿De verdad? Pues ilumíneme, se lo ruego.
—Tiene tres opciones: puede quedarse en la escalera, puede volver a la fiesta descalza o puede
ponerse las sandalias y sufrir.
—No sé por qué esperaba algo mejor del gran Harry Styles. Si esta es toda la inteligencia que hace
falta para convertirse en el líder de un imperio empresarial, debería tener el mío propio hace tiempo.
—Lamento decepcionarla.
—Para empezar, quedarme en la escalera no es una opción —le digo—. Hace frío y deseo
despedirme de Evelyn.
—Mmm… —Asiente con el entrecejo fruncido—. Tiene razón, no he examinado debidamente el
problema.
—Por eso es un problema. En cuanto a volver a la fiesta descalza, la hija de Elizabeth Fairchild no
tiene por costumbre aparecer descalza en ninguna recepción, por mucho que le pueda apetecer. Sin duda
se trata de un rasgo genético.
—En ese caso su alternativa está clara: va a tener que ponerse sus sandalias de tacón.
—¿Y sufrir? No gracias, no me va el dolor.
Mis palabras son frívolas y no del todo ciertas. Styles me mira larga y fijamente, y por un momento
recuerdo las palabras de despedida de Ollie: «Ten cuidado». Luego su rostro se despeja y vuelve a
mirarme con expresión divertida. Casi me derrito de alivio.
—Hay otra opción más.
—¿Lo ve? Me la estaba ocultando.
—Puedo cogerla en brazos y llevarla a la fiesta.
—Sí, claro —respondo—. Bueno, voy a ponerme otra vez estas monadas y a sufrir.
Me siento en la escalera y me ato las sandalias. Resulta poco agradable. No han cedido, y mies pies
protestan. He disfrutado paseando por la playa, pero tendría que haber sabido que todo tiene un precio.
Me pongo en pie, hago una mueca de dolor y sigo subiendo.
Styles me sigue y cuando llegamos a la terraza se sitúa a mi lado, me coge del brazo y se inclina sobre
mí hasta que noto su aliento en mi oreja.
—Algunas cosas valen la pena el dolor que causan. Me alegro de que haya decidido ponerse esos
tacones.
Me vuelvo bruscamente y lo miro.
—¿Qué?
—Solo digo que me alegro de que se los haya puesto.
—¿Aunque eso signifique que yo haya rechazado su ofrecimiento de cargar conmigo y pasearme por
la fiesta en plan cavernícola?
—No recuerdo haber mencionado ningún estilo cavernícola, pero la idea resulta claramente
interesante.
Saca su iPhone y teclea algo.
—Y ¿ahora qué hace?
—Tomo nota.
Río y meneo la cabeza.
—Le diré una cosa, señor Styles: puede hacer lo que le dé la gana, pero siempre consigue
sorprenderme. —Lo miro de arriba abajo—. No llevará un par de chanclas encima, ¿verdad? Esa sería la
clase de sorpresa que me vendría estupendamente.
—Me temo que no, pero es posible que en el futuro las lleve, aunque solo sea para asegurarme. No
había caído en la cuenta de que el calzado cómodo puede convertirse en una valiosa moneda de cambio.
Me doy cuenta de que estoy en modo seducción con Harry Styles , el hombre que ha sido todo frío y
ardor durante toda la fiesta, el hombre que desprende poder y es dueño de un imperio que le permite tener
a cualquier mujer que desee con solo chasquear los dedos. Y en estos momentos, esa mujer soy yo.
Resulta un pensamiento asombroso y también halagador. Y por qué no, excitante.
—La verdad es que sé exactamente cómo se siente —dice.
Lo miro boquiabierta mientras me pregunto si me habrá leído el pensamiento.
—Siempre he odiado las zapatillas de tenis —prosigue—. Solía presentarme en los entrenamientos
descalzo, y mi entrenador se ponía frenético.
—¿De verdad? —Ese pequeño cotilleo sobre la verdadera vida de Styles me resulta fascinante—.
Pero usted patrocinaba una marca de zapatillas, ¿no?
—Sí, la única marca que no me dejaba marcas.
—Bonita frase. Podría haberla empleado en el anuncio.
—Cierto, lástima que no estuviera usted en el equipo de publicistas.
Alarga la mano y recorre el perfil de mi mandíbula con el pulgar.
Me estremezco y dejo escapar un suspiro. Fija sus ojos en mi boca y tengo la certeza de que va a
besarme, aunque no quiero de ninguna manera que lo haga, pero ¡maldita sea! ¿Por qué no me ha besado
todavía?
En ese momento se abren las puertas de la terraza y sale una pareja del brazo. Harry retira la mano,
y el hechizo se rompe. Siento deseos de gritar a los recién llegados, pero no solo porque me han dejado a
medias y llena de deseo insatisfecho. No, se ha perdido algo más. Me gusta el Harry Styles que ríe y
bromea en la penumbra, que coquetea tan delicadamente y a la vez con tanta decisión. El Harry que me
deja mirar en sus ojos.
Pero nuestro momento se ha esfumado, y estoy segura de que si volvemos dentro se pondrá de nuevo
su máscara, tan segura como de que yo me pondré otra vez la mía.
Estoy a punto de proponer que volvamos a bajar a la playa, pero Styles me sostiene la puerta abierta, y
su rostro vuelve a ser un conjunto de líneas rectas y ángulos. Entro en el salón con un nudo de tristeza en
el estómago.
La fiesta está en su apogeo, puede que incluso más que antes porque los invitados van por su segunda,
tercera o cuarta copa. El ambiente se nota cargado y resulta casi claustrofóbico. Cuando me quito la
americana de Styles y se la devuelvo, él pasa la mano por el forro de seda.
—Está caliente —me dice antes de ponérsela con un movimiento totalmente normal pero
inexplicablemente erótico.
Una camarera se materializa junto a mí con una bandeja llena de copas de vino espumoso. Cojo una
de las copas alargadas, la vacío de un trago, y antes de que la joven haya podido alejarse se la devuelvo
y cojo otra.
—Es con fines medicinales —le digo a Styles, que también tiene una copa en la mano pero todavía no
la ha probado.
No comparto sus reservas así que vacío la mitad de un largo trago. Las burbujas parecen subir
directamente a mi cabeza y hacen que me sienta ligeramente mareada. Es una sensación agradable a la
que no estoy demasiado acostumbrada. Bebo, desde luego, pero no a menudo y casi nunca champán. Esta
noche me siento vulnerable, vulnerable y llena de ansia. Con un poco de suerte el alcohol aplacará esa
sed. O eso o me dará valor para ponerle remedio.
Ni hablar.
Estoy a punto de tirar el resto del champán. No pienso meterme en ese berenjenal ni con la ayuda de
las burbujas.
Echo la cabeza hacia atrás para beber otro sorbo y veo que Styles tiene sus ojos puestos en mí. Son
oscuros, expertos y depredadores. Siento la urgencia de dar un paso atrás, pero me limito a sujetar con
fuerza el tallo de la copa y a quedarme clavada en el sitio.
La comisura de sus labios dibuja una leve sonrisa cuando se inclina sobre mí, y respiro el fresco
aroma de su colonia, como el de un bosque tras la lluvia. Me aparta de la mejilla un mechón de cabello, y
me pregunto por qué no me he derretido allí mismo.
Todo mi cuerpo se ha vuelto hipersensible. Mi piel, los latidos de mi corazón. Me estremezco por
completo. El vello de los brazos y de la nuca se me eriza como si estuviera en medio de una tormenta
eléctrica. Lo que percibo es el poder de Styles, naturalmente, y lo percibo en toda su intensidad por culpa
de la creciente necesidad que late entre mis muslos.
—¿En qué está pensando, señorita Fairchild?
Noto la ironía de su voz. Me irrita resultar tan transparente.
Esa punzada de irritación es buena porque me saca de mi ensimismamiento. Por eso y porque estoy
achispada por el champán lo miro a los ojos y le contesto:
—En usted, señor Styles.
Sus labios se abren en un gesto de sorpresa, pero se rehace rápidamente.
—No sabe cómo me alegra.
Primera Parte
No es exactamente cierto, pero se aproxima bastante. En cualquier caso es una historia cuya trama
puedo tejer y destejer sin alejarme demasiado de la realidad.
Se trata de una capa más de mi armadura, y en lo que se refiere a Harry Styles necesito todas las
corazas posibles.
Me sigue mientras subo por la escalera porque es demasiado estrecha para que podamos hacerlo
juntos.
—___… —dice en tono que suena igual que una orden.
Me detengo y me vuelvo para mirarlo desde mi posición, tres peldaños por encima de él. Constituye
una perspectiva interesante. No creo que abunden los que han tenido la oportunidad de mirar a Harry
Styles por encima del hombro.
—¿Qué significa Orlando McKee para usted ahora? —me pregunta.
Es posible que solo sea mi imaginación, pero creo ver algo vulnerable en los ojos de Styles.
—Es un amigo —respondo—. Un gran amigo.
Creo que es alivio lo que veo en su rostro, y la combinación de ambas emociones —alivio y
vulnerabilidad— hace que se me corte la respiración.
Sin embargo, desaparece rápidamente, y a continuación su pregunta «¿Se acuesta con él ahora?»
resulta decididamente glacial.
Me masajeo las sienes. Estos cambios de caliente a frío y viceversa me marean.
—¿Qué pasa, estoy es un concurso de televisión? ¿Ha invertido todos sus millones en un programa de
cámara indiscreta o algo así?
Parece totalmente sorprendido.
—¿De qué está hablando? —pregunta.
—De que primero se muestra amable y después insoportable.
—¿Ah, sí?
—Por favor, no finja que no sabe a qué me refiero. A veces es usted tan grosero que me dan ganas de
abofetearlo y…
—Pero no lo hace, ¿no?
Lo fulmino con la mirada y paso por alto la interrupción.
—Y a continuación se vuelve todo amabilidad y dulzura.
Arquea las cejas.
—¿Dulzura?
—De acuerdo. La palabra «dulce» no es la que le describe mejor. Olvide lo de «amabilidad y
dulzura» y mejor quédese con «temperamental y apasionado».
—Apasionado… —murmura y logra que parezca mucho más sensual de lo que yo pretendía—. Me
gusta como suena.
Y también a mí.
De repente tengo la boca seca.
—La cuestión es que usted me confunde.
Me mira con franca jovialidad.
—Pues también me gusta cómo suena eso.
—Y además es exasperante e impertinente.
—¿Impertinente? —repite.
No sonríe, pero juraría que noto cierto tono de sarcasmo en su voz.
—Hace preguntas que no tiene derecho a formular.
—Y usted marea la perdiz de un modo muy elegante, pero sigue sin responder a mi impertinente
pregunta.
—Creía que un hombre tan inteligente como usted se habría dado cuenta de que la estoy evitando.
—Mire, señorita Fairchild, un hombre no llega donde yo he llegado sin prestar atención a los
detalles. Soy tan diligente como persistente. —Me tiene atrapada, inmovilizada en su punto de mira—.
Cuando me interesa comprar algo aprendo todo lo que puedo sobre ese algo y a continuación lo
persigo sin descanso.
Tengo que tomarme un par de segundos para recordar cómo se articulan las palabras.
—¿De verdad?
—Si no me equivoco, la revista Forbes de este mes publica una entrevista mía, y no me cabe duda de
que el periodista subraya mi tenacidad.
—Me aseguraré de leerla.
—Y yo de que mi secretaria le envíe una copia. Puede que entonces comprenda lo insistente que
puedo llegar a ser.
—Lo he comprendido, no se preocupe. Lo que no acabo de entender es por qué le fascina tanto con
quién me acuesto y con quién no.
De repente intuyo que estoy pisando terreno peligroso y recuerdo el refrán que habla de jugar con
fuego.
Styles sube un peldaño y con él aumenta la proximidad de su cuerpo.
—Hay muchas cosas de usted que me fascinan.
Ay Dios. Asciendo cuidadosamente al siguiente escalón.
—Soy un libro abierto, señor Styles.
—Usted y yo sabemos que eso no es cierto, señorita Fairchild, pero algún día…
Deja la frase sin terminar y, aunque sé que no debería, no tengo más remedio que preguntar:
—Algún día, ¿qué?
—Algún día se abrirá para mí, señorita Fairchild, en más de un sentido.
Deseo responder pero creo que he perdido la facultad del habla.
Harry Styles desea algo de mí. Es más, desea quitarme mi coraza y conocer mis secretos.
La idea me resulta aterradora y al mismo tiempo extrañamente atractiva.
Desconcertada subo otro escalón hacia la terraza y hago una mueca. Styles se pone a mi lado de un
salto.—
¿Qué le ocurre?
—Nada, me he pinchado con algo.
Mira mis pies desnudos, y yo le pido que me entregue las sandalias de tacón alto.
—Soy muy bonitas —me dice—. Quizá debería ponérselas.
—¿Bonitas? —repito—. No son bonitas, son fabulosas. Me recogen el pie, realzan mi pedicura,
hacen que mis piernas parezcan más delgadas y dan a mi culo el aire respingón necesario para que este
vestido me quede de muerte.
Una sonrisa le curva la comisura de la boca.
—Me he dado cuenta. Tiene razón, son fabulosas.
—Y también son el único derroche que me he permitido en mi primera salida de compras por Los
Ángeles.
—Seguro que los daños que ha sufrido su cuenta corriente han valido la pena.
—Completamente, pero son una tortura cuando se trata de andar, y ahora que me las he quitado no sé
si podré ponérmelas de nuevo. Mejor dicho: no sé si podré ponérmelas de nuevo y caminar.
—Entiendo su dilema. Afortunadamente me he especializado en hallar solución a tan espinosos
problemas.
—¿De verdad? Pues ilumíneme, se lo ruego.
—Tiene tres opciones: puede quedarse en la escalera, puede volver a la fiesta descalza o puede
ponerse las sandalias y sufrir.
—No sé por qué esperaba algo mejor del gran Harry Styles. Si esta es toda la inteligencia que hace
falta para convertirse en el líder de un imperio empresarial, debería tener el mío propio hace tiempo.
—Lamento decepcionarla.
—Para empezar, quedarme en la escalera no es una opción —le digo—. Hace frío y deseo
despedirme de Evelyn.
—Mmm… —Asiente con el entrecejo fruncido—. Tiene razón, no he examinado debidamente el
problema.
—Por eso es un problema. En cuanto a volver a la fiesta descalza, la hija de Elizabeth Fairchild no
tiene por costumbre aparecer descalza en ninguna recepción, por mucho que le pueda apetecer. Sin duda
se trata de un rasgo genético.
—En ese caso su alternativa está clara: va a tener que ponerse sus sandalias de tacón.
—¿Y sufrir? No gracias, no me va el dolor.
Mis palabras son frívolas y no del todo ciertas. Styles me mira larga y fijamente, y por un momento
recuerdo las palabras de despedida de Ollie: «Ten cuidado». Luego su rostro se despeja y vuelve a
mirarme con expresión divertida. Casi me derrito de alivio.
—Hay otra opción más.
—¿Lo ve? Me la estaba ocultando.
—Puedo cogerla en brazos y llevarla a la fiesta.
—Sí, claro —respondo—. Bueno, voy a ponerme otra vez estas monadas y a sufrir.
Me siento en la escalera y me ato las sandalias. Resulta poco agradable. No han cedido, y mies pies
protestan. He disfrutado paseando por la playa, pero tendría que haber sabido que todo tiene un precio.
Me pongo en pie, hago una mueca de dolor y sigo subiendo.
Styles me sigue y cuando llegamos a la terraza se sitúa a mi lado, me coge del brazo y se inclina sobre
mí hasta que noto su aliento en mi oreja.
—Algunas cosas valen la pena el dolor que causan. Me alegro de que haya decidido ponerse esos
tacones.
Me vuelvo bruscamente y lo miro.
—¿Qué?
—Solo digo que me alegro de que se los haya puesto.
—¿Aunque eso signifique que yo haya rechazado su ofrecimiento de cargar conmigo y pasearme por
la fiesta en plan cavernícola?
—No recuerdo haber mencionado ningún estilo cavernícola, pero la idea resulta claramente
interesante.
Saca su iPhone y teclea algo.
—Y ¿ahora qué hace?
—Tomo nota.
Río y meneo la cabeza.
—Le diré una cosa, señor Styles: puede hacer lo que le dé la gana, pero siempre consigue
sorprenderme. —Lo miro de arriba abajo—. No llevará un par de chanclas encima, ¿verdad? Esa sería la
clase de sorpresa que me vendría estupendamente.
—Me temo que no, pero es posible que en el futuro las lleve, aunque solo sea para asegurarme. No
había caído en la cuenta de que el calzado cómodo puede convertirse en una valiosa moneda de cambio.
Me doy cuenta de que estoy en modo seducción con Harry Styles , el hombre que ha sido todo frío y
ardor durante toda la fiesta, el hombre que desprende poder y es dueño de un imperio que le permite tener
a cualquier mujer que desee con solo chasquear los dedos. Y en estos momentos, esa mujer soy yo.
Resulta un pensamiento asombroso y también halagador. Y por qué no, excitante.
—La verdad es que sé exactamente cómo se siente —dice.
Lo miro boquiabierta mientras me pregunto si me habrá leído el pensamiento.
—Siempre he odiado las zapatillas de tenis —prosigue—. Solía presentarme en los entrenamientos
descalzo, y mi entrenador se ponía frenético.
—¿De verdad? —Ese pequeño cotilleo sobre la verdadera vida de Styles me resulta fascinante—.
Pero usted patrocinaba una marca de zapatillas, ¿no?
—Sí, la única marca que no me dejaba marcas.
—Bonita frase. Podría haberla empleado en el anuncio.
—Cierto, lástima que no estuviera usted en el equipo de publicistas.
Alarga la mano y recorre el perfil de mi mandíbula con el pulgar.
Me estremezco y dejo escapar un suspiro. Fija sus ojos en mi boca y tengo la certeza de que va a
besarme, aunque no quiero de ninguna manera que lo haga, pero ¡maldita sea! ¿Por qué no me ha besado
todavía?
En ese momento se abren las puertas de la terraza y sale una pareja del brazo. Harry retira la mano,
y el hechizo se rompe. Siento deseos de gritar a los recién llegados, pero no solo porque me han dejado a
medias y llena de deseo insatisfecho. No, se ha perdido algo más. Me gusta el Harry Styles que ríe y
bromea en la penumbra, que coquetea tan delicadamente y a la vez con tanta decisión. El Harry que me
deja mirar en sus ojos.
Pero nuestro momento se ha esfumado, y estoy segura de que si volvemos dentro se pondrá de nuevo
su máscara, tan segura como de que yo me pondré otra vez la mía.
Estoy a punto de proponer que volvamos a bajar a la playa, pero Styles me sostiene la puerta abierta, y
su rostro vuelve a ser un conjunto de líneas rectas y ángulos. Entro en el salón con un nudo de tristeza en
el estómago.
La fiesta está en su apogeo, puede que incluso más que antes porque los invitados van por su segunda,
tercera o cuarta copa. El ambiente se nota cargado y resulta casi claustrofóbico. Cuando me quito la
americana de Styles y se la devuelvo, él pasa la mano por el forro de seda.
—Está caliente —me dice antes de ponérsela con un movimiento totalmente normal pero
inexplicablemente erótico.
Una camarera se materializa junto a mí con una bandeja llena de copas de vino espumoso. Cojo una
de las copas alargadas, la vacío de un trago, y antes de que la joven haya podido alejarse se la devuelvo
y cojo otra.
—Es con fines medicinales —le digo a Styles, que también tiene una copa en la mano pero todavía no
la ha probado.
No comparto sus reservas así que vacío la mitad de un largo trago. Las burbujas parecen subir
directamente a mi cabeza y hacen que me sienta ligeramente mareada. Es una sensación agradable a la
que no estoy demasiado acostumbrada. Bebo, desde luego, pero no a menudo y casi nunca champán. Esta
noche me siento vulnerable, vulnerable y llena de ansia. Con un poco de suerte el alcohol aplacará esa
sed. O eso o me dará valor para ponerle remedio.
Ni hablar.
Estoy a punto de tirar el resto del champán. No pienso meterme en ese berenjenal ni con la ayuda de
las burbujas.
Echo la cabeza hacia atrás para beber otro sorbo y veo que Styles tiene sus ojos puestos en mí. Son
oscuros, expertos y depredadores. Siento la urgencia de dar un paso atrás, pero me limito a sujetar con
fuerza el tallo de la copa y a quedarme clavada en el sitio.
La comisura de sus labios dibuja una leve sonrisa cuando se inclina sobre mí, y respiro el fresco
aroma de su colonia, como el de un bosque tras la lluvia. Me aparta de la mejilla un mechón de cabello, y
me pregunto por qué no me he derretido allí mismo.
Todo mi cuerpo se ha vuelto hipersensible. Mi piel, los latidos de mi corazón. Me estremezco por
completo. El vello de los brazos y de la nuca se me eriza como si estuviera en medio de una tormenta
eléctrica. Lo que percibo es el poder de Styles, naturalmente, y lo percibo en toda su intensidad por culpa
de la creciente necesidad que late entre mis muslos.
—¿En qué está pensando, señorita Fairchild?
Noto la ironía de su voz. Me irrita resultar tan transparente.
Esa punzada de irritación es buena porque me saca de mi ensimismamiento. Por eso y porque estoy
achispada por el champán lo miro a los ojos y le contesto:
—En usted, señor Styles.
Sus labios se abren en un gesto de sorpresa, pero se rehace rápidamente.
—No sabe cómo me alegra.
leyla_nicole
Re: Release Me - Harry Styles y Tu (+18)
Capitulo 6
Segunda Parte
Apenas oigo sus palabras porque estoy absorta en su boca. Es hermosa, grande y sensual.
Se aproxima un poco más, y la tormenta que ruge entre nosotros se intensifica. El ambiente está
cargado, tanto que casi puedo ver como saltan chispas.
—Señorita Fairchild, creo que debería saber que la habré besado antes de que esta noche termine.
—Oh.
No sé si esa palabra constituye una expresión de sorpresa o de asentimiento, pero me pregunto cómo
será sentir sus labios en los míos, su lengua abriéndose paso en mi boca y las ardientes exploraciones
cuando las manos se entrelazan y los cuerpos se estrechan.
—Debo decir que me alegro de que también le apetezca.
Sus palabras me arrancan de mis fantasías y esta vez sí que retrocedo. Primero un paso y después
otro, hasta que la tormenta se calma y puedo volver a pensar con claridad.
—No estoy segura de que sea buena idea —le digo, porque las fantasías están muy bien, pero esta no
debe llegar más lejos y es importante que no me olvide de eso.
—Al contrario, creo que es una de mis mejores ideas.
Trago saliva. Para ser sincera deseo que siga adelante allí mismo, pero afortunadamente es el propio
Styles quien me rescata de mis locos deseos. O mejor dicho: su fama. Al parecer Carl no es el único que
cree en el poder de hacer contactos y enseguida nos vemos rodeados por un montón de gente que desea
disfrutar de su favor: inversores, inventores, aficionados al tenis, mujeres solas. Se acercan y parlotean, y
Styles se los quita educadamente de encima. La única que sigue a su lado soy yo. Yo y un interminable
desfile de camareras con más champán helado para que sea capaz de apagar el fuego que arde en mi
interior.
Sin embargo, la sala empieza a darme vueltas, de modo que doy un golpecito en el brazo de Styles e
interrumpo su conversación con un ingeniero de robótica que parece lanzado.
—Disculpe un momento —le digo y acto seguido me dirijo hacia un pequeño sofá de un rincón.
Styles me da caza tan rápidamente que no puedo evitar pensar que el ingeniero debe de estar hablando
solo porque no habrá tenido tiempo de darse cuenta de que su presa se ha esfumado.
—Debería bajar un poco el ritmo —me dice como si hablara con uno de sus subordinados.
Pero no lo soy.
—Estoy bien y tengo un plan —le digo.
Lo que no menciono es que mi plan consiste en sentarme y no levantarme de nuevo.
—Si ese plan supone emborracharse hasta caer desmayada, diría que va por buen camino.
—No me venga con esos aires de superioridad.
Me detengo en medio del salón y miro en derredor para contemplar la colección de cuadros que
llenan el espacio. Entonces me vuelvo hacia Styles con deliberada lentitud y lo miro a los ojos.
—Supongo que lo que busca es un desnudo.
Percibo el calor que asciende y lucha por abrasarle la máscara y debo hacer un esfuerzo para no
sonreír en señal de victoria. Styles alza una ceja.
—Creía que no deseaba ayudarme.
—Es que me siento generosa —contesto—. Bueno, ¿qué?
¿Desnudos, paisajes, naturalezas muertas con fruta? Supongo que ya que estamos en la fiesta de
Evelyn estará pensando en un desnudo, ¿no?
—Sí, es precisamente en lo que pienso.
—¿Y ve alguno por aquí que le guste?
—La verdad es que sí.
Me mira directamente. Creo que quizá he jugado a este juego con excesiva caballerosidad. Me consta
que debería dar marcha atrás, pero no lo hago. Puede que sean las burbujitas las que hablan, pero me
gusta ver el deseo en él. No, eso no es verdad. Lo que me gusta es ver que me desea a mí.
Es una ocurrencia sencilla pero sorprendente. Me aclaro la garganta y digo:
—Pues muéstremelo.
—Perdón, ¿cómo dice?
Tengo que obligarme a sonar indiferente.
—Ya me ha oído, muéstreme el que le gusta.
—Me encantará hacerlo, señorita Fairchild, créame.
El mensaje oculto en sus palabras está muy poco oculto. Respiro hondo. He sido yo quien ha abierto
esa puerta —y de una patada, se podría añadir—, así que ahora me toca cruzarla. Incómoda, cambio de
postura… y tropiezo con uno de mis tacones.
Styles me coge del brazo, y doy un respingo cuando el contacto de su mano en mi piel desnuda me
recorre todo el cuerpo como un estremecimiento.
—Será mejor que se descalce, no vaya a hacerse daño.
—Ni hablar. No me paseo descalza por las fiestas.
—Está bien.
Me coge de la mano y me lleva hacia el pasillo cerrado por la cuerda de terciopelo. Camina despacio
por consideración a mis doloridos pies, pero entonces me mira con una sonrisa traviesa.
—¿No sería mejor que sencillamente cargara con usted en plan cavernícola?
Mi expresión ceñuda se torna en boquiabierta cuando lo veo retirar la cuerda y pasar al oscuro y
privado vestíbulo que hay al otro lado. Titubeo un instante y lo sigo. Vuelve a enganchar el cordón y se
sienta en un sofá tapizado de terciopelo. Me mira sin la menor expresión de disculpa, como si fuera el
dueño del mundo y de todo lo que este contiene, y da una palmadita al asiento contiguo. Estoy mareada y
me duelen los pies, de modo que tomo asiento sin discutir.
—Bien, ahora quítese esos tacones. No diga nada —añade antes de que yo tenga tiempo de protestar
—, hemos pasado al otro lado de la cuerda de modo que oficialmente no estamos en la fiesta y usted no
infringe ninguna norma.
Esto último lo dice con una sonrisa maliciosa a la que correspondo sin pensar.
—Siéntese de lado y coloque los pies en mi regazo —me indica.
Aunque la ___social protestaría, pongo los pies sobre sus piernas.
—Y ahora cierre los ojos y relájese.
Obedezco, pero durante un momento no noto nada y temo que me esté gastando una broma pesada.
Entonces la yema de su dedo empieza a recorrerme la planta del pie. Arqueo la espalda, entre
sorprendida y encantada. Su toque es como el de una pluma y casi me hace cosquillas. Cuando repite el
movimiento dejo escapar un suspiro estremecido, y todo mi cuerpo se pone tenso mientras me concentro
en ese punto. Noto como si me atravesaran alfileres y me doy cuenta de que estoy excitada.
Me agarro al borde del sofá y echo la cabeza más hacia atrás.
Unos mechones de cabello rozan mi nuca. La combinación de esas dos sensaciones —su tacto en mis
pies y la suave caricia de mi pelo— resulta irresistible. La cabeza me da vueltas de verdad, y no es por
el champán.
Él aumenta la presión y utiliza los pulgares para calmar el dolor de mis pies, y a continuación
masajea suavemente los puntos donde las sandalias me rozaban. Resulta lento e íntimo. Y también
endiabladamente confuso.
Respiro pesadamente y no puedo pasar por alto el pequeño nudo de miedo que se está formando en mi
estómago. He bajado la guardia. He permitido que las cosas siguieran adelante y me estoy acercando
peligrosamente al punto donde nunca llego; pero desconozco si tengo la fuerza para retroceder, maldita
sea.
—Ahora —me dice.
Abro los ojos, confundida, y la arrebatada expresión de sus ojos está a punto de acabar conmigo.
—Voy a besarla —me dice, y noto su mano en mi nuca sin apenas haber tenido tiempo de asimilar sus
palabras.
De alguna manera ha cambiado de posición, y ya no son mis pies los que están en su regazo, sino mis
muslos. Nuestros cuerpos se han acercado y él está inclinado hacia mí, con sus labios apretados contra
los míos. Me sorprende la suavidad de su boca y al mismo tiempo su firmeza. Se ha hecho con el mando
de la situación, exigente, y toma exactamente lo que desea…, que es lo mismo que yo estoy dispuesta a
darle. Me oigo gemir, y él aprovecha que entreabro los labios para hundir su lengua entre ellos.
Es un experto besando, y me dejo arrastrar por el placer. No sé cuándo, pero en un momento
determinado me doy cuenta de que una de mis manos lo coge por la camisa y la otra se hunde en su pelo.
Es denso y suave. Lo agarro entre mis dedos y empujo para aplastar aún más su boca contra la mía.
Deseo perderme en ese beso. Deseo que el fuego que arde en mi interior crezca más. Quizá me consuma,
y renazca cual ave Fénix tras haber sido incinerada por el contacto de Harry Styles.
Su lengua acaricia la mía y despierta chispas eróticas que bailan por todo mi cuerpo. Mi piel, que ya
estaba sensible debido a su proximidad, parece haberse convertido en un instrumento de tortura, porque
la expectación del contacto de Styles resulta insoportable. Una ansia sorda e imperiosa crece entre mis
muslos, y debo apretar las piernas tanto para defenderme como para intentar satisfacerla.
Él deja escapar un gruñido y me hace cambiar de postura en sus brazos. De repente, su mano está en
mi cadera, y el suave tejido de mi falda me acaricia la piel mientras él lo desliza hacia mi entrepierna.
Estoy excitada y nerviosa y me pongo tensa, pero no hago nada por apartar a Styles. Mi cuerpo se
estremece, mi clítoris palpita y deseo el alivio. Deseo a Harry.
Noto su cuerpo firme contra el mío. Me mantiene pegada a él y me besa más profundamente mientras
su mano baja hacia mi sexo con lentitud suficiente para hacerme enloquecer. Cambio de postura y dejo
una pierna sobre sus muslos, pero nuestra posición es incómoda, y mi otra pierna resbala. Apoyo el pie
descalzo en el suelo para equilibrarme y en ese momento noto que una corriente de aire se abre camino
bajo mi falda para jugar con mis bragas húmedas.
Me encuentro abierta y vulnerable. Styles apoya su mano en mi sexo al tiempo que deja escapar un
gemido en mi boca. Noto su calor a pesar del vestido y del satén de mis bragas. Me acaricia a través de
la ropa, y sus dedos juguetean con mi clítoris. Estoy tan húmeda que creo que voy a derretirme.
Tengo la falda subida, pero sigue cubriéndome los muslos. No obstante, él está cerca, muy cerca de
ciertos secretos que no quiero compartir, y sé que si intenta acariciarme la entrepierna saltaré. Estoy
nerviosa, incluso asustada, pero el miedo y el peligro han añadido un plus a mi excitación. No recuerdo
haber estado tan caliente en mi vida.
Sus dedos me provocan y desencadenan una fiebre salvaje que me envuelve. Estoy a punto, solo un
poco más y…
Pero entonces su mano desaparece. Abro los ojos y durante un fugaz instante su expresión sigue
siendo cálida y franca. Creo que soy la única cosa del mundo que ve, pero entonces algo cambia y la
máscara vuelve a ocupar su lugar. Me hace cambiar de postura y me levanta del tal modo que quedo
medio sentada en su regazo.
—Harry, ¿qué…?
Es en ese momento cuando oigo una voz a mis espaldas, una voz alegre y femenina que dice:
—Te he estado buscando por todas partes. ¿Estás listo?
«Oh, Dios mío. ¿Acaba de aparecer? ¿Cuánto rato llevará ahí?»
Miro a Harry sin poder hacer nada, pero no se da cuenta. Está mirando por encima del hombro y
hablando con alguien.
—Tengo que ocuparme de que lleven a su casa a la señorita Fairchild —dice.
Me vuelvo y me encuentro mirando a Audrey Hepburn. Me saluda con un gesto de cabeza, sonríe a
Harry y da media vuelta y se aleja.
Este me baja de sus piernas con suavidad, se levanta y me tiende la mano.
—Vámonos.
Me tiemblan las piernas. De hecho todo mi cuerpo tiembla por culpa de sus atenciones. Aun así
vuelvo a ponerme los tacones y lo sigo sin hacer preguntas. Me siento confundida y avergonzada y no sé
qué pensar exactamente.
Localizamos a Evelyn entre la multitud que empieza a menguar, y me despido. Me da un abrazo. Le
prometo que la llamaré en un par de días. Es una promesa que tengo intención de cumplir.
Cuando salimos, Styles me pone su chaqueta sobre los hombros.
Caminamos hasta una limusina que nos espera aparcada en una rotonda junto al camino de acceso. Un
chófer con librea abre la puerta, y Harry me hace un gesto para que entre. No había estado en un coche
así desde que era niña, y me detengo un momento para admirarlo. Un gran sofá de cuero negro ocupa todo
el fondo y un lateral. En el otro hay un bar completo con un decantador de cristal tallado y copas a juego
que centellean bajo las luces escondidas tras la madera barnizada. Una gruesa moqueta cubre el suelo.
Todo el interior es una declaración de lujo, dinero y elegancia.
Me siento en la parte del fondo para no dar la espalda al conductor. El cuero es suave y cálido y
parece envolver mi cuerpo.
Miro hacia la puerta mientras espero a que Harry entre.
Salvo que no lo hace.
—Buenas noches,___—dice en el mismo tono protocolario que ha utilizado en otros momentos de
la velada—. Espero con impaciencia la presentación de mañana.
Entonces cierra la puerta y vuelve a casa de Evelyn y a Audrey Hepburn, a la que veo perfilada en la
puerta, tendiéndole la mano para hacerlo pasar.
leyla_nicole
Re: Release Me - Harry Styles y Tu (+18)
Capitulo 7
Estoy sola, estoy enfadada, me siento mortificada y avergonzada.
También estoy caliente, de ahí la vergüenza.
Es por mi maldita culpa, desde luego. He estado jugando con fuego y lo sabía.
Harry Styles está fuera de mi alcance. Más aún, resulta peligroso. ¿Por qué Ollie se ha dado cuenta y
yo no?
Pero sí me he dado cuenta.
La dureza de su mirada, la máscara que se coloca con tanta habilidad. Lo primero que me dijo el
instinto fue que enviara al cuerno a Harry Styles ¿Por qué demonios no le hice caso?
¿Porque creí haber visto algo más de lo que había en realidad?
¿Porque yo también llevo una máscara y creí haber encontrado una especie de alma gemela?
¿Porque está como un tren y me deseaba abiertamente?
¿Porque una parte de mí ansía el peligro?
Cierro los ojos. Si esto fuera un test de opción múltiple tendría que marcar «todas las anteriores».
Me digo que da igual. Como mucho Harry Styles desea conquistarme del mismo modo que ha
conquistado el mundo de la industria, pero por mucho que pueda anhelar el contacto de su cuerpo contra
el mío, en este momento estoy convencida de que no debo permitir que eso ocurra. No me expondría de
esa manera ante un hombre que solo pretende echar un polvo rápido. Qué demonios, no quiero mostrarme
a nadie de ese modo. No quiero escuchar las preguntas ni dar explicaciones. Guardo celosamente mis
secretos.
Me desprendo de mis tacones de un puntapié y después echo la cabeza hacia atrás y mantengo los
ojos cerrados. Doy gracias por la suavidad con la que se desplaza la limusina porque la cabeza me da ya
suficientes vueltas.
El champán, que tan buena idea parecía en su momento, ahora se me antoja una estupidez.
Empiezo a adormilarme cuando el móvil me despierta bruscamente. Doy un respingo y rebusco en mi
bolso diminuto. No reconozco la llamada, pero si teniendo en cuenta que únicamente he dado mi nuevo
número a Jamie y a Carl, no necesito un título en estadística para deducir que o es uno de ellos, desde
otro teléfono, o se trata de un teleoperador.
—Estoy cansada —contesto, porque si es un teleoperador se lo merece.
—No me extraña —contesta una voz que me resulta familiar—.
Me parece recordar que le recomendé que se lo tomara con calma.
—¡Señor Styles! ¿Cómo ha conseguido este número? —pregunto mientras me incorporo demasiado
rápidamente.
—Quería escuchar su voz.
El tono de Styles es grave y sensual. Cae sobre mí igual que calor líquido a pesar de todo lo que
estuviera diciéndome a mí misma.
—Ah…
—Y también quiero verla otra vez.
Me obligo a respirar.
—Pues me verá mañana porque asistiré a la reunión —respondo convencida de que debo cortar esto
de raíz.
—Aguardo ese momento con impaciencia. Quizá habría sido más prudente por mi parte esperar hasta
entonces para hablar con usted, pero al imaginármela recostada en el asiento de cuero de mi limusina,
relajada y algo bebida… Bueno, era una imagen que no podía pasar por alto.
Estoy hecha un lío. ¿Qué ha sido del hombre que me depositó en este coche con tanta frialdad?
—Quiero verla otra vez —repite en tono más categórico.
No me molesto en fingir que no lo entiendo. Está claro que no habla de asuntos de trabajo.
—¿Consigue siempre lo que quiere?
—Sí —responde sencillamente—. En especial cuando el deseo es mutuo.
—No lo es —miento.
—¿De verdad?
Percibo interés en su voz. Para él esto no es más que un juego.
Es lo que soy para él: solo un juego. La idea me irrita y eso es bueno.
Una ___irritada tiene mucho más autocontrol que una ___cansada.
—De verdad.
—¿Cómo se sentía cuando la dejé en la limusina?
Cambio de postura, incómoda. No sé adónde nos lleva esta conversación, pero estoy segura de que no
me va a gustar.
—____…
—¡No me llame así! —espeto.
—Muy bien, ___—contesta como si supiera que está curando una herida muy profunda—. ¿Cómo
se sentía cuando la dejé en la limusina?
—Muy disgustada, y usted lo sabía perfectamente.
—¿Porque la estaba enviando a casa sola en una limusina? ¿O porque la estaba enviando a casa sola
en una limusina para poder atender una cita con una mujer hermosa?
—Por si no se ha fijado, apenas nos conocemos. Tiene todo el derecho de salir con quien quiera y
cuando quiera.
—Y usted tiene todo el derecho de sentirse celosa.
—No estoy celosa y no tengo derecho a estarlo. Permítame que le recuerde lo principal: apenas lo
conozco.
—Ya veo. ¿Eso significa que el hecho de que nos deseemos mutuamente no cuenta? ¿Y tampoco
cuenta que haya hecho que se excitara, que tuviera su sexo en mi mano y la hiciera gemir?
Está a punto de hacerme gemir de nuevo, pero me las arreglo para mantener un valiente silencio.
—Está bien —prosigue—, dígame, ¿qué nivel de intimidad es necesario alcanzar para que los celos
puedan asomar la cabeza?
—Mire, señor Styles, esta noche he bebido más champán que en toda mi vida. No tengo intención de
responder a semejante pregunta.
Se echa a reír, y su risa suena fresca y auténtica. Me gusta. Y sí, también me gusta Harry Styles. No
es como esperaba, pero tiene algo fascinante, y no se trata de que esté como un queso ni de que haya
hecho que me excitara hasta casi correrme. Parece un hombre que se halla cómodo consigo mismo. Me
recuerda a Evelyn, cuando dijo que si a sus invitados no les gustaba cómo organizaba las fiestas ya se
podían largar y se quedó tan ancha. Me dejó boquiabierta, pero me impresionó favorablemente. En
cambio, a mi madre le habría dado un infarto allí mismo.
Por lo que estoy viendo, Harry Styles comparte esta misma actitud pero la lleva al extremo.
—Se llama Giselle —me dice, con su suave voz—. Es la propietaria de la galería de arte que expone
las obras de Blaine.
—Creía que era Evelyn la que se encargaba de eso.
—Evelyn ha organizado la fiesta porque se ha convertido en una especie de mecenas para Blaine,
pero mañana los cuadros volverán a la galería de Giselle. Hace más de una semana que anoté en mi
agenda la cita de esta noche con ella y con su marido. Se trata de un asunto de negocios que no podía
dejar de atender, pero he salido un momento para llamarla.
—Ah… —«Su marido»—. Ah…
Por un lado, me revienta ser tan transparente; pero por el otro Styles me ha llamado para
tranquilizarme, y lo gentil del gesto me conmueve. Naturalmente no debería permitirlo. Debería ser fuerte
y decirle que no tenía que haberse molestado. Es necesario cortar de raíz cualquier cosa que haya surgido
entre nosotros.
—¿Dónde está ahora? —pregunto haciendo caso omiso de mis propios y sabios consejos.
—En el Sur la Mer —dice, refiriéndose a un bar y restauran te de Malibú tan distinguido que incluso
yo he oído hablar de él.
—Tengo entendido que es fantástico.
—La cocina es exquisita, pero lo que marca la diferencia es el ambiente. Resulta encantador a la par
que íntimo. Es el lugar idóneo para tomar una copa y hablar de negocios sin que a uno lo puedan
escuchar. O para hablar de otras cosas que no sean negocios.
Su voz ha recuperado cierto tono de intimidad, y siento un leve cosquilleo.
—Y ¿está ahí exclusivamente por negocios?
Su risa sofocada es como una sacudida.
—Le aseguro que entre mis compromisos no figura una aventura con Giselle y su marido. No me
interesan los hombres y tampoco las mujeres casadas.
No digo nada.
—Quiero verla de nuevo,___. Creo que la comida de aquí le gustará.
—¿Solo la comida? —En mi cabeza, las palabras habían resultado juguetonas, pero dichas en voz
alta han resultado dulces y provocativas. Cierro los ojos e intento mantener el equilibrio antes de
precipitarme por esa resbaladiza pendiente.
—Bueno, el café tampoco está mal.
—Me gusta el café —reconozco y respiro hondo—, pero no me parece buena idea.
—Miles de plantadores de café de todo el mundo discreparían de usted.
—Cenar, café, una cita con usted… No creo que sea buena idea.
—¿De verdad? Yo la encuentro sumamente atrayente.
—Señor Styles…
—Señorita Fairchild… —dice, y puedo percibir la sonrisa en su voz.
—Es usted exasperante.
—Eso me han dicho, pero prefiero la palabra persistente. No acepto un no por respuesta.
—A veces no hay otra respuesta.
—Puede, pero esta no es una de esas veces.
No puedo evitar sonreír mientras me pongo cómoda sobre la suave tapicería de cuero.
—¿Ah, no? Creo que olvida que soy yo la que dice sí o no.
Además, ya le he dado mi respuesta y no tengo intención de cambiar de parecer.
—¿No?
—Lo siento, señor Styles, pero me temo que acaba de encontrarse con la horma de su zapato.
—La verdad es que espero que así sea, señorita Fairchild.
Frunzo ligeramente el entrecejo mientras intento adivinar adónde quiere llevar la conversación. Sé
perfectamente que no está dispuesto a ceder. Para ser sincera, me decepcionaría que fuera de otro modo.
—Se lo pregunté antes y evitó contestar, así que permítame insistir: ¿se siente atraída hacia mí?
—¿P… Perdón?
Su risa resulta grave y sedosa.
—Estoy seguro de que me ha entendido, pero en aras del juego limpio le repetiré la pregunta lenta y
claramente: ¿se siente atraída por mí?
Abro la boca para decir algo pero no tengo la menor idea de qué debo contestar.
—No se trata de una pregunta con trampa —me dice, aunque sé que lo es.
—Sí —digo al fin porque es la verdad y porque no me cabe duda de que lo sabe—. Pero ¿y qué? Ya
me dirá qué mujer en sus cabales de este planeta no lo estaría. Aun así, no voy a salir con usted.
—Siempre consigo lo que quiero,___. Creo que es mejor que lo sepa desde el principio.
—¿Y lo que quiere es cenar conmigo? Pensaba que alguien de su posición desearía algo un poco más
impresionante. Como colonizar Marte, por ejemplo.
—Cenar es solo el principio. Quiero tocarla —dice en tono grave y autoritario—. Quiero recorrer
todo su cuerpo con mis manos. Quiero acabar lo que empezamos, señorita Fairchild. Quiero hacer que se
corra.
Estoy sola, estoy enfadada, me siento mortificada y avergonzada.
También estoy caliente, de ahí la vergüenza.
Es por mi maldita culpa, desde luego. He estado jugando con fuego y lo sabía.
Harry Styles está fuera de mi alcance. Más aún, resulta peligroso. ¿Por qué Ollie se ha dado cuenta y
yo no?
Pero sí me he dado cuenta.
La dureza de su mirada, la máscara que se coloca con tanta habilidad. Lo primero que me dijo el
instinto fue que enviara al cuerno a Harry Styles ¿Por qué demonios no le hice caso?
¿Porque creí haber visto algo más de lo que había en realidad?
¿Porque yo también llevo una máscara y creí haber encontrado una especie de alma gemela?
¿Porque está como un tren y me deseaba abiertamente?
¿Porque una parte de mí ansía el peligro?
Cierro los ojos. Si esto fuera un test de opción múltiple tendría que marcar «todas las anteriores».
Me digo que da igual. Como mucho Harry Styles desea conquistarme del mismo modo que ha
conquistado el mundo de la industria, pero por mucho que pueda anhelar el contacto de su cuerpo contra
el mío, en este momento estoy convencida de que no debo permitir que eso ocurra. No me expondría de
esa manera ante un hombre que solo pretende echar un polvo rápido. Qué demonios, no quiero mostrarme
a nadie de ese modo. No quiero escuchar las preguntas ni dar explicaciones. Guardo celosamente mis
secretos.
Me desprendo de mis tacones de un puntapié y después echo la cabeza hacia atrás y mantengo los
ojos cerrados. Doy gracias por la suavidad con la que se desplaza la limusina porque la cabeza me da ya
suficientes vueltas.
El champán, que tan buena idea parecía en su momento, ahora se me antoja una estupidez.
Empiezo a adormilarme cuando el móvil me despierta bruscamente. Doy un respingo y rebusco en mi
bolso diminuto. No reconozco la llamada, pero si teniendo en cuenta que únicamente he dado mi nuevo
número a Jamie y a Carl, no necesito un título en estadística para deducir que o es uno de ellos, desde
otro teléfono, o se trata de un teleoperador.
—Estoy cansada —contesto, porque si es un teleoperador se lo merece.
—No me extraña —contesta una voz que me resulta familiar—.
Me parece recordar que le recomendé que se lo tomara con calma.
—¡Señor Styles! ¿Cómo ha conseguido este número? —pregunto mientras me incorporo demasiado
rápidamente.
—Quería escuchar su voz.
El tono de Styles es grave y sensual. Cae sobre mí igual que calor líquido a pesar de todo lo que
estuviera diciéndome a mí misma.
—Ah…
—Y también quiero verla otra vez.
Me obligo a respirar.
—Pues me verá mañana porque asistiré a la reunión —respondo convencida de que debo cortar esto
de raíz.
—Aguardo ese momento con impaciencia. Quizá habría sido más prudente por mi parte esperar hasta
entonces para hablar con usted, pero al imaginármela recostada en el asiento de cuero de mi limusina,
relajada y algo bebida… Bueno, era una imagen que no podía pasar por alto.
Estoy hecha un lío. ¿Qué ha sido del hombre que me depositó en este coche con tanta frialdad?
—Quiero verla otra vez —repite en tono más categórico.
No me molesto en fingir que no lo entiendo. Está claro que no habla de asuntos de trabajo.
—¿Consigue siempre lo que quiere?
—Sí —responde sencillamente—. En especial cuando el deseo es mutuo.
—No lo es —miento.
—¿De verdad?
Percibo interés en su voz. Para él esto no es más que un juego.
Es lo que soy para él: solo un juego. La idea me irrita y eso es bueno.
Una ___irritada tiene mucho más autocontrol que una ___cansada.
—De verdad.
—¿Cómo se sentía cuando la dejé en la limusina?
Cambio de postura, incómoda. No sé adónde nos lleva esta conversación, pero estoy segura de que no
me va a gustar.
—____…
—¡No me llame así! —espeto.
—Muy bien, ___—contesta como si supiera que está curando una herida muy profunda—. ¿Cómo
se sentía cuando la dejé en la limusina?
—Muy disgustada, y usted lo sabía perfectamente.
—¿Porque la estaba enviando a casa sola en una limusina? ¿O porque la estaba enviando a casa sola
en una limusina para poder atender una cita con una mujer hermosa?
—Por si no se ha fijado, apenas nos conocemos. Tiene todo el derecho de salir con quien quiera y
cuando quiera.
—Y usted tiene todo el derecho de sentirse celosa.
—No estoy celosa y no tengo derecho a estarlo. Permítame que le recuerde lo principal: apenas lo
conozco.
—Ya veo. ¿Eso significa que el hecho de que nos deseemos mutuamente no cuenta? ¿Y tampoco
cuenta que haya hecho que se excitara, que tuviera su sexo en mi mano y la hiciera gemir?
Está a punto de hacerme gemir de nuevo, pero me las arreglo para mantener un valiente silencio.
—Está bien —prosigue—, dígame, ¿qué nivel de intimidad es necesario alcanzar para que los celos
puedan asomar la cabeza?
—Mire, señor Styles, esta noche he bebido más champán que en toda mi vida. No tengo intención de
responder a semejante pregunta.
Se echa a reír, y su risa suena fresca y auténtica. Me gusta. Y sí, también me gusta Harry Styles. No
es como esperaba, pero tiene algo fascinante, y no se trata de que esté como un queso ni de que haya
hecho que me excitara hasta casi correrme. Parece un hombre que se halla cómodo consigo mismo. Me
recuerda a Evelyn, cuando dijo que si a sus invitados no les gustaba cómo organizaba las fiestas ya se
podían largar y se quedó tan ancha. Me dejó boquiabierta, pero me impresionó favorablemente. En
cambio, a mi madre le habría dado un infarto allí mismo.
Por lo que estoy viendo, Harry Styles comparte esta misma actitud pero la lleva al extremo.
—Se llama Giselle —me dice, con su suave voz—. Es la propietaria de la galería de arte que expone
las obras de Blaine.
—Creía que era Evelyn la que se encargaba de eso.
—Evelyn ha organizado la fiesta porque se ha convertido en una especie de mecenas para Blaine,
pero mañana los cuadros volverán a la galería de Giselle. Hace más de una semana que anoté en mi
agenda la cita de esta noche con ella y con su marido. Se trata de un asunto de negocios que no podía
dejar de atender, pero he salido un momento para llamarla.
—Ah… —«Su marido»—. Ah…
Por un lado, me revienta ser tan transparente; pero por el otro Styles me ha llamado para
tranquilizarme, y lo gentil del gesto me conmueve. Naturalmente no debería permitirlo. Debería ser fuerte
y decirle que no tenía que haberse molestado. Es necesario cortar de raíz cualquier cosa que haya surgido
entre nosotros.
—¿Dónde está ahora? —pregunto haciendo caso omiso de mis propios y sabios consejos.
—En el Sur la Mer —dice, refiriéndose a un bar y restauran te de Malibú tan distinguido que incluso
yo he oído hablar de él.
—Tengo entendido que es fantástico.
—La cocina es exquisita, pero lo que marca la diferencia es el ambiente. Resulta encantador a la par
que íntimo. Es el lugar idóneo para tomar una copa y hablar de negocios sin que a uno lo puedan
escuchar. O para hablar de otras cosas que no sean negocios.
Su voz ha recuperado cierto tono de intimidad, y siento un leve cosquilleo.
—Y ¿está ahí exclusivamente por negocios?
Su risa sofocada es como una sacudida.
—Le aseguro que entre mis compromisos no figura una aventura con Giselle y su marido. No me
interesan los hombres y tampoco las mujeres casadas.
No digo nada.
—Quiero verla de nuevo,___. Creo que la comida de aquí le gustará.
—¿Solo la comida? —En mi cabeza, las palabras habían resultado juguetonas, pero dichas en voz
alta han resultado dulces y provocativas. Cierro los ojos e intento mantener el equilibrio antes de
precipitarme por esa resbaladiza pendiente.
—Bueno, el café tampoco está mal.
—Me gusta el café —reconozco y respiro hondo—, pero no me parece buena idea.
—Miles de plantadores de café de todo el mundo discreparían de usted.
—Cenar, café, una cita con usted… No creo que sea buena idea.
—¿De verdad? Yo la encuentro sumamente atrayente.
—Señor Styles…
—Señorita Fairchild… —dice, y puedo percibir la sonrisa en su voz.
—Es usted exasperante.
—Eso me han dicho, pero prefiero la palabra persistente. No acepto un no por respuesta.
—A veces no hay otra respuesta.
—Puede, pero esta no es una de esas veces.
No puedo evitar sonreír mientras me pongo cómoda sobre la suave tapicería de cuero.
—¿Ah, no? Creo que olvida que soy yo la que dice sí o no.
Además, ya le he dado mi respuesta y no tengo intención de cambiar de parecer.
—¿No?
—Lo siento, señor Styles, pero me temo que acaba de encontrarse con la horma de su zapato.
—La verdad es que espero que así sea, señorita Fairchild.
Frunzo ligeramente el entrecejo mientras intento adivinar adónde quiere llevar la conversación. Sé
perfectamente que no está dispuesto a ceder. Para ser sincera, me decepcionaría que fuera de otro modo.
—Se lo pregunté antes y evitó contestar, así que permítame insistir: ¿se siente atraída hacia mí?
—¿P… Perdón?
Su risa resulta grave y sedosa.
—Estoy seguro de que me ha entendido, pero en aras del juego limpio le repetiré la pregunta lenta y
claramente: ¿se siente atraída por mí?
Abro la boca para decir algo pero no tengo la menor idea de qué debo contestar.
—No se trata de una pregunta con trampa —me dice, aunque sé que lo es.
—Sí —digo al fin porque es la verdad y porque no me cabe duda de que lo sabe—. Pero ¿y qué? Ya
me dirá qué mujer en sus cabales de este planeta no lo estaría. Aun así, no voy a salir con usted.
—Siempre consigo lo que quiero,___. Creo que es mejor que lo sepa desde el principio.
—¿Y lo que quiere es cenar conmigo? Pensaba que alguien de su posición desearía algo un poco más
impresionante. Como colonizar Marte, por ejemplo.
—Cenar es solo el principio. Quiero tocarla —dice en tono grave y autoritario—. Quiero recorrer
todo su cuerpo con mis manos. Quiero acabar lo que empezamos, señorita Fairchild. Quiero hacer que se
corra.
leyla_nicole
Re: Release Me - Harry Styles y Tu (+18)
Capitulo 8
De repente en la limusina hace mucho, mucho calor, y tengo la sensación de haber olvidado los pasos
necesarios para respirar.
«No creo que…»
Me doy cuenta de que esas palabras solo están en mi cabeza y lo intento de nuevo.
—No creo que sea una buena idea.
—Es una idea fantástica. No he pensado en otra cosa desde que la acompañé hasta la limusina.
Tocarla otra vez, acariciarla, besarla…
Me vuelvo, decidida a mantenerme firme. Sin embargo me siento débil y estoy bastante bebida. Mi
voluntad flaquea.
—Dígame que no ha pensado lo mismo que yo.
—No lo he pensado.
—No me mienta,___. Esa es la regla número uno: nunca me mienta.
«¿Reglas?»
—¿Se trata de un juego?
—¿Acaso no lo es todo?
No contesto.
—«Simon dice»,___. ¿Nunca ha jugado?
Su voz es suave como una caricia.
—Sí.
—¿Está subida la pantalla de privacidad?
Levanto la vista. Estoy sentada al fondo de la limusina pero alcanzo a ver al chófer al volante, los
hombros de su chaqueta negra y el blanco contraste del cuello de su camisa. La gorra apenas deja ver el
cabello rojizo. Me da la impresión de que se halla a millones de kilómetros, pero no es así. Está aquí
mismo y seguramente puede oír todo lo que decimos.
—Es muy discreto —dice Harry , como si me hubiera leído el pensamiento—, pero ¿por qué
atormentarlo? El botón plateado que hay detrás de usted, en la consola, controla la pantalla, ¿lo ve?
Me doy la vuelta y veo una serie de botones empotrados en un panel.
—Sí.
—Púlselo.
—No ha dicho «Simon dice».
Su risa contenida me encanta.
—Buena chica. ¿Me está sugiriendo que preferiría dejar la pantalla bajada? Piénselo antes de
contestar,___. La mayoría de mujeres preferirían disfrutar de cierta intimidad para lo que he planeado.
Me humedezco los labios. Si pulso ese botón estaré diciendo que sí a mucho más que a esa maldita
pantalla.
¿Es eso lo que deseo? Styles está hablando de verme desnuda, de tocarme, de besarme y de recorrer
mi piel con sus manos.
Apoyo levemente el dedo en el botón mientras recuerdo el tacto de su mano y cómo le permití
acercarse demasiado, cómo estuve a punto de revelarle demasiado.
Pero no está en el coche, de modo que puedo hacerlo. Puedo dejarme llevar por los efectos de la
noche y el champán, y por el atractivo de Harry Styles.
Pero ¿y si lo estoy incitando, haciéndole pensar que la fantasía se convertirá en realidad?
Trago saliva nuevamente porque no me importa. Deseo el dejarme llevar. Deseo su voz en mi cabeza
y la fantasía de sus manos por todo mi cuerpo. Transigirá. ¿Dice que hay reglas?, pues al cuerno con
ellas. En estos momentos soy yo quien las marca.
Pulso el botón.
La pantalla se levanta despacio, y quedo aislada en la lujosa comodidad de la limusina de Harry
Styles.—
Ya la he subido. —Hablo tan bajo que no estoy segura de que me haya oído.
—Quítese las bragas.
Sí, al parecer me ha oído.
—Y ¿si le dijera que ya lo he hecho?
—Estoy en un lugar público, señorita Fairchild. No me atormente.
—Es usted quien me atormenta —replico.
—Bien. Ahora quíteselas.
Me levanto la falda y me quito las bragas. Estoy descalza, de modo que resulta fácil. Las dejo en el
asiento, junto a mí.
—Me las he quitado —digo y puesto que también forma parte de mi fantasía añado—: estoy húmeda.
Su grave gemido me produce escalofríos de placer.
—No hable. Y no se toque a menos que yo se lo diga. Ese es el juego,___. Haga lo que le diga y
solo eso. ¿Queda claro?
—Sí —murmuro.
—Sí, señor —me corrige.
Su tono es amable pero firme.
«¿Señor?»
No digo nada.
—Si lo prefiere puedo colgar. —Su tono es firme, pero creo percibir en él ciertos aires de triunfo.
Frunzo el entrecejo porque no quiero darle la satisfacción de ganar esta batalla, pero tampoco que
termine el juego. Estoy segura de que míster Hielo y Fuego habla en serio, así que me trago el orgullo.
—Sí, señor.
—Buena chica. Me desea, ¿verdad?
—Sí, señor.
—Yo también la deseo. ¿Eso la pone húmeda?
—Sí.
La palabra me sale ahogada. Lo cierto es que estoy a tope, caliente, húmeda y desesperadamente
cachonda. No sé qué puede haber planeado, pero no me cabe duda de que diré sí a todo con tal de que
vaya más allá, de que me lleve más lejos.
—Conecte el altavoz de su móvil y déjelo en el asiento, junto a usted. Luego levántese la falda y
recuéstese en el asiento. Quiero su culo desnudo en el cuero. La quiero bien húmeda y lubricada en ese
asiento para que cuando yo suba a la limusina un poco más tarde pueda deleitarme con su olor.
—Sí, señor —consigo articular mientras hago lo que me ha dicho.
El roce de la falda en mis muslos desnudos resulta dolorosamente erótico y la sensación del cálido
cuero en mis nalgas desnudas me hace gemir.
—Abra las piernas y súbase la falda hasta la cintura. —Su voz me rodea. Su tono es grave y
autoritario, poderosamente sensual—.
Recuéstese y cierre los ojos. Ahora deje una mano en el asiento y ponga la otra justo por encima de
su rodilla.
Obedezco. Noto mi piel ardiendo.
—Mueva el pulgar —dice—. Muévalo lentamente, hacia delante y hacia atrás. Despacio, muy
despacio. ¿Lo está haciendo?
—Sí, señor.
—¿Tiene los ojos cerrados?
—Sí, señor.
—Es a mí a quien nota. Mi mano en su pierna, mi dedo acariciándole la piel. Es muy suave, y usted
resplandece abriéndose para mí. ¿Me desea,__?
—Sí.
—Sí, ¿qué?
Mi sexo se tensa ante el gruñido exigente de su voz. Hay algo delicioso en el hecho de rendirme ante
él.
—Sí, señor.
—Quiero tocarle los pechos,___. Quiero acariciarle los pezones. Quiero acercar mi boca y
chupárselos hasta que se corra sin haberle tocado siquiera el clítoris. ¿No lo desea también,___?
«Dios mío, sí.»
—Solo si después me toca ahí, señor.
Su risa me mortifica. Mi clítoris parece a punto de reventar, y deseo desesperadamente tocarme, pero
el juego no me lo permite.
Todavía no.
—Me la ha puesto dura, ___, ¿lo sabía?
—Eso espero, señor, porque me está torturando de mala manera.
—Bájese la cremallera del vestido —dice—. Luego levante la mano que descansa en el asiento y
chúpese el dedo índice. —Cierro los ojos y me introduzco el dedo en la boca dejando escapar un leve
gemido—. Así, muy bien. Utilice la lengua y chupe con fuerza.
Oigo la tensión de su voz, y mi cuerpo se estremece. Estoy tan mojada que el cuero del asiento
empieza a resbalar.
—Ahora deslice esa mano bajo el escote y tóquese un pezón.
¿Lo nota duro?
—Sí.
—Acarícielo, pero muy ligeramente. Como un beso de mariposa.
¿Lo nota? ¿Hace que se humedezca aún más?
—Sí —susurro.
—Ahora mueva la mano de la pierna, pero hágalo lentamente y vaya aumentando el movimiento.
¿Nota esa suave caricia?
—Sí.
Imagino que mis dedos son los suyos y que está trazando un camino de fuego por mi cuerpo agitado y
caliente.
—Soy yo, son mis manos las que están ahí. Las tengo sobre sus piernas. ¿Me nota, acariciándole el
interior de los muslos, provocándola y haciendo que esté cada vez más y más húmeda?
Retiro la mano del pecho y la pongo en la otra pierna. Lenta y sensualmente me acaricio el interior de
los muslos con suaves y delicadas caricias. Es territorio prohibido. Ahí es donde se esconden mis
secretos. Pero ahora no. En este momento no hay nada prohibido y estoy a salvo.
Soy capaz de perderme en esa voz. Puedo cerrar los ojos e imaginar a Harry arrodillado ante mí.
Sus ojos mirándome. Sus manos por todo mi cuerpo.
—Oh, Dios, sí.
—Abra más las piernas —me ordena—. La quiero completamente abierta y con su sexo húmedo ante
mí. ¿Desea tocarse,
___?
—Sí —susurro.
Me doy cuenta de que me ruborizo por reconocerlo abiertamente, y no alcanzo a comprender cómo
puedo notarlo si me arde toda la piel.
—Todavía no —dice, y percibo una pizca de diversión en su voz.
Sabe que me está atormentando y disfruta.
—Es usted un sádico, señor Styles.
—Y yo diría que usted se presta voluntariamente. ¿En qué la convierte eso?
«En una masoquista.» Un estremecimiento me recorre el cuerpo entregado a la erótica dulzura de mis
caricias.
—Estoy excitada —admito.
—Somos deliciosamente compatibles.
—Si median las telecomunicaciones —digo sin pensar.
—Siempre, señorita Fairchild. No discuta o aquí se acaba el juego, y sería una lástima.
Permanezco callada.
—Bien. Me gusta que sea obediente. La quiero bien abierta y lista para mí. La quiero bien mojada —
añade, y estoy a punto de deshacerme sobre la tapicería—. Ponga las manos en el asiento, a ambos lados
de las caderas. ¿Lo ha hecho?
—Sí.
El silencio resulta ominoso.
—Quiero decir que sí lo he hecho, señor.
Tengo las manos apretadas contra el asiento de piel. El clítoris me arde, me exige. Me retuerzo, pero
solo consigo aumentar el deseo.
Mis dedos se contraen. Me muero por correrme y juro que si no me permite tocarme enseguida…
¿Por qué no? Ni siquiera se enteraría.
—No se toque,___. Aún no.
—¿Cómo lo ha…? ¡Por Dios, no habrá una cámara escondida!
La idea me resulta mortificante y excitante al mismo tiempo.
—No —contesta tajantemente—, aunque en este momento desearía que la hubiera. Digamos que ha
sido un comentario afortunado.
El maldito rubor vuelve a aparecer y me estremezco un poco más mientras intento procurarme una
satisfacción que se encuentra dolorosa y frustrantemente fuera de mi alcance.
—No sé si lo sabe, señorita Fairchild, pero me está manteniendo alejado de un whisky estupendo y de
unos canapés muy apetitosos.
—No lo lamento lo más mínimo —replico—, pero si tiene prisa sé cómo acabar con esto
rápidamente.
—¿Es eso lo que desea? ¿Que acabe?
—Bueno, no —admito.
Es una tortura, pero una tortura increíblemente placentera.
—¿Se ha fijado en el bar cuando ha entrado en la limusina?
—Sí.
—Quiero que se mueva lo suficiente para abrir la cubierta de hielo y coger un cubito. Luego vuelva a
sentarse con las piernas bien abiertas para mí.
—Sí, señor.
Me incorporo y aunque sé que no debo hacerlo, aprovecho para apretar un poco los muslos. La
presión me resulta deliciosa y me lleva más allá. Sin embargo mi frustración va en aumento porque estoy
más excitada de lo que recuerdo haber estado jamás y al mismo tiempo, lejos de cualquier satisfacción.
No dejo de preguntarme qué vendrá a continuación. ¿Cubitos de hielo…?
Sonrío y comprendo que si algo tengo claro es que Harry Styles será capaz de hacer interesante la
experiencia.
—¿Se ha sentado de nuevo?
—Sí.
—¿En qué mano tiene el hielo?
—En la derecha.
—Quítese el tirante izquierdo del vestido hasta que su pecho quede al descubierto. Cierre los ojos y
trace círculos con el cubito alrededor de la areola, pero sin tocar el pezón. Todavía no. Así, muy bien.
Imagino su piel, tersa y perfecta, tensándose por efecto del frío.
Estoy duro y deseo tocarla.
—Ya me está tocando —susurro.
—Sí. —El deseo en su voz iguala el mío.
—Deslice la mano izquierda por su muslo —dice, y lo celebro en silencio.
¿Lo tenía todo planeado o acaso es que he superado alguna prueba? Echo la cabeza hacia atrás
mientras mis ansiosos dedos acarician el interior del muslo y van subiendo hacia donde la carne ya no es
tersa como Harry imagina, sino que dibuja las cicatrices de mis secretos.
El cubito de hielo se derrite sobre mi piel ardiente.
—Lo imagino lamiendo las gotitas —le digo—. Su lengua jugando con mi duro pezón, tentándome
hasta que no puede más y lo mordisquea. Noto el roce de sus dientes antes de que empiece a chuparlo con
fuerza, con tanta fuerza que acaba siendo como un cable al rojo vivo que me atraviesa hasta el clítoris.
—¡Jesús! —exclama con sorpresa—. ¿Quién está jugando ahora?
—Es que soy muy competitiva —contesto. Sin embargo me cuesta hablar. Mi mano ha subido un poco
más, y mis dedos acarician la suave piel donde termina el muslo y empieza mi sexo—.Harry por
favor… —suplico.
El hielo se ha derretido.
—Un dedo. Extiendo un dedo y lo deslizo por su sexo, su sexo húmedo y abierto. Noto que se
estremece de deseo.
—Sí —susurro.
—¿Está mojada?
—Estoy empapada.
—Quiero estar dentro de usted —me dice.
Antes de que me dé permiso deslizo dos dedos hasta lo más profundo de mí, y mi cuerpo reacciona al
instante llevándome un poco más allá. Estoy caliente y lubricada, borracha de placer. Me froto el clítoris
con la palma de la mano y no puedo evitarlo: dejo escapar un gemido. Styles ya conoce mi secreto.
—Ha infringido las reglas —dice.
Me arqueo, estoy a punto, pero no me atrevo a seguir acariciándome. No tras haber oído su tono de
mando.
—Las reglas están para saltárselas —consigo responder a duras penas con voz ahogada.
—Desde luego que sí, siempre que esté dispuesta a aceptar el castigo que le corresponde. ¿Debo
castigarla,___? ¿Debo ponerla sobre mis rodillas y darle unos azotes en el culo?
—Yo…
Me estremezco. Sus palabras me excitan aún más. Nunca he jugado este tipo de juegos, pero en este
momento la idea de ser tan vulnerable ante Harry Styles me pone a cien.
—No sé, quizá debería ordenarle que retirara la mano y dejarla con las ganas, para que se quede sin
placer.
—No, por favor.
—Debería —dice—. Debería dejarla colgada.
No es mi intención, pero gimoteo un poco. ¿Por qué? Si lo que deseo es correrme no tengo más que
hacerlo. Mis dedos funcionan perfectamente, y yo estoy a punto, tan a punto…
Pero no. Se trata de un juego, y lo estoy jugando con un compañero. No deseo correrme sin más.
Deseo correrme porque Harry haga que me corra.
Ríe por lo bajo, sabedor de la tortura que me está infligiendo.
—Suplique —me dice.
—Por favor…
—Por favor, ¿qué?
—Por favor, señor.
—¿Eso es lo mejor que sabes hacerlo?
—Quiero correrme,Harry. Y quiero conseguirlo porque su voz me arrastre a ello. Estoy tan al
límite que creo que si la limusina coge un bache voy a estallar de placer.
He perdido toda vergüenza y todo recato. Pero no me importa.
Lo único que deseo es explotar sabiendo que Harry escucha mis gritos al otro lado del teléfono.
—¿Se está tocando? —Su voz sigue siendo cortante, pero en este momento también suena ronca,
ansiosa.
—Sí.
—Quiero saborearla. Chúpese los dedos. —Obedezco e imagino que mis dedos húmedos y
lubricados son sus labios—. Cuénteme —añade.
—Están mojados y son dulces, pero Harry yo quiero…
—Lo sé, lo sé. Ahora soy yo quien la toca. Estoy arrodillado delante de usted, y la tengo abierta para
mí. La noto mojada y deliciosa, y mi lengua se desliza por todo su sexo, tocando y saboreando. ¿La siente
cuando juguetea con su clítoris?
—Sí —respondo mientras me acaricio con los dedos.
—Sabe tan bien, y se me ha puesto tan duro… Deseo estar dentro de usted, pero no puedo parar de
saborearla.
—No pare.
Me arqueo mientras un orgasmo se eleva dentro de mí igual que la obertura de una gran ópera.
—Nunca —responde—, pero ahora necesito que se corra para mí. Estamos a punto, y es el momento.
La estoy tocando. La estoy llevando al clímax. Ahora,___. Córrase para mí ahora.
Lo hago.
Que alguien me ayude pero es como si su voz me llevara más allá del clímax, y estallo contra un cielo
de terciopelo negro mientras me atraviesan haces de luz abrasadores de tan poderosos e intensos.
—Oh, sí —dice con voz ahogada y relajante—. Eso es.
Me doy cuenta de que jadeo y de que mis gritos se ahogan en gemidos donde se mezclan el placer y
cierta sensación de abandono.
Todo ha acabado. Estoy sola en el asiento trasero de una limusina, y el hombre que ha hecho que me
corra se encuentra al otro lado del hilo telefónico.
Aparto un solitario mechón de pelo pegado a la cara. Estoy cubierta por una pátina de sudor. Me
siento usada y poseída.
Me siento bien.
Me siento capaz de cualquier cosa.
—Ya ha llegado —dice Harry .
Vuelvo la cabeza y miro por la ventanilla ahumada. En efecto, la limusina se dispone a aparcar frente
a mi bloque de apartamentos. Me doy cuenta de que no se refería a mi orgasmo, sino a mi casa.
Frunzo el entrecejo porque acabo de caer en la cuenta de que no he dado mi dirección al chófer. ¿Lo
habrá hecho Harry?
Seguramente, pero cómo sabía dónde vivo.
Me recompongo la falda y el escote lo mejor que puedo en un absurdo intento de aparentar recato.
Quiero preguntarle cómo conoce mi dirección, pero Styles se me adelanta.
—Nos veremos mañana, señorita Fairchild —dice en un tono formal que no me impide apreciar cierta
sonrisa de satisfacción en su voz.
—Espero la reunión con impaciencia, señor Styles —respondo con la misma formalidad a pesar de
que el corazón todavía me late con fuerza.
Se produce un momento de silencio, pero me consta que sigue al aparato. Al cabo de unos segundos
lo oigo reír.
—Cuelgue, señorita Fairchild —ordena.
—Sí, señor —contesto y cuelgo.
«Mañana…»
La realidad me golpea con la fuerza de un tsunami. ¿Cómo demonios se me ocurre tener sexo por
teléfono con alguien con quien me voy a ver en persona dentro de unas horas? Y no solo lo voy a ver,
sino que también voy a presentarle un plan de negocio.
¿Es que me he vuelto loca?
Sí, creo que sí.
Loca. Insensata. Idiota.
Audaz.
Me estremezco.
Sí, pero la audacia me ha hecho sentir tan bien…
La limusina se ha detenido por completo, y veo cómo el chófer se apea para abrirme la puerta.
Recojo mis bragas con la intención de guardarlas en el bolso, pero se me ocurre una idea mejor.
Ya puestos a ser audaces…
Las meto debajo del reposabrazos de tal modo que la puntilla y el satén asoman ligeramente. Me subo
la cremallera del vestido, compruebo que cubre todo lo que debe cubrir y me acerco a la puerta justo
cuando el chófer la abre.
Salgo de la limusina, alzo la cabeza hacia el cielo e imagino que mil millones de estrellas me miran
con su parpadeo. Les devuelvo una sonrisa cómplice. Cuando amanezca es probable que me muera de
remordimiento, pero ahora pienso disfrutar del instante. Al fin y al cabo ha sido una noche increíblemente
buena.
leyla_nicole
Re: Release Me - Harry Styles y Tu (+18)
Capitulo 9
Giro la llave en la cerradura tan sigilosamente como puedo, doy la vuelta al picaporte y abro la
puerta lentamente. Lo único que deseo es meterme en mi habitación y dormir, pero Jamie tiene el sueño
más ligero del mundo, de modo que no sé si lo conseguiré.
El apartamento está en silencio y prácticamente a oscuras. La única claridad proviene de una luz de
emergencia que insistí en dejar siempre encendida en el cuarto de baño. Brinda una claridad mínima,
suficiente para proporcionar cierta orientación y no sumir el apartamento en una oscuridad total.
La silenciosa penumbra parece una buena señal. Puede que Jamie haya bajado al bareto que hay en la
esquina, junto al Stop’n Shop. Ambos locales huelen un poco a cloaca y sudor, pero nada de eso detiene a
mi amiga cuando le apetece alcohol o chocolate. Llevo menos de una semana viviendo aquí y ya hemos
visitado la tienda dos veces (para aprovisionarnos de Diet Coke y Chips Ahoy), y el bar, una (para
bourbon a palo seco porque no es la clase de sitio donde preparan martinis).
Cierro la puerta con cuidado y echo el pestillo, pero no pongo la cadena de seguridad con la
esperanza de que mis conjeturas sobre el paradero de Jamie sean correctas. Acto seguido me dirijo de
puntillas a mi habitación por si acaso.
Resulta fácil orientarse por el apartamento. Era un piso normal antes de que los propietarios
decidieran dividirlo y no supera los ochenta metros cuadrados. La sala principal cumple la triple función
de vestíbulo, salón y comedor. También hay una cocina, un baño y dos dormitorios. El salón se halla a la
izquierda y está cómodamente amueblado con un sillón y un sofá. En la pared principal destacan una
chimenea que nunca se usa y una televisión de pantalla plana.
Justo delante de la puerta principal, más allá del metro y medio que constituye el vestíbulo, se halla
el comedor que cuenta con una mesa de color naranja realmente fea y cuatro sillas de madera
desparejadas. Es posible que Jamie alquilara el apartamento cuando los precios estaban bajos, pero eso
no significa que haya desembolsado más dinero. Lo ha amueblado con la mirada puesta en el coste, no en
lo bien que pudiera quedar. No me importa, pero ya le he dicho que cuando me lo pueda permitir quiero
pintar el interior y darle un aire un poco más Ikea. El estilo Casa y Jardín queda totalmente descartado.
La cocina está a la izquierda del salón y separada de este por una pared que algún día me encantaría
derribar y convertir en zona de paso. Hasta que llegue ese momento, la cocinera no solo no puede ver la
televisión, sino que se encuentra atrapada en un espacio claustrofóbico. Entre el comedor y la cocina hay
dos peldaños que parecen no servir de nada, pero que conducen a dos dormitorios separados por un
baño. He recorrido más o menos un metro y estoy pasando de la entrada al comedor cuando una luz se
enciende a mi izquierda. Me vuelvo y veo a Jamie hecha un ovillo en el viejo sillón que Lady Miau-Miau
utiliza para rascarse.
—¿Te encuentras bien? —pregunto, porque una Jamie meditando en la oscuridad no es cosa buena.
Estira los brazos, bosteza y despierta a Lady Miau-Miau que es una bola de pelo acurrucada en su
regazo.
—Estoy bien. Debo de haberme dormido.
Cambia de postura sin moverse del sillón y estira el cuello para aliviar los calambres. La observo en
busca de alguna señal que indique que me está tomando el pelo, pero parece encontrarse perfectamente.
Me siento aliviada. Pueden llamarme egoísta, pero no estoy de humor para ocuparme de otros dramas que
no sean los míos.
—Bueno, ¿y…? —me pregunta mientras la gata salta al suelo y se dirige sigilosamente a la cocina en
busca de comida.
Me encojo de hombros sin moverme del sitio, con mi pequeño vestido negro y las sandalias de tacón
colgando de mis dedos mientras mi culo desnudo se ventila bajo la falda con vuelo.
—Estoy cansada —le digo, necesito poner en orden mis pensamientos. Jamie siempre ve más de lo
que yo desearía, y no quiero lanzarme a una conversación sin estar preparada—. ¿Qué te parece si
mañana desayunamos juntas en Du-par’s y te hago un informe completo? Eso sí, tendrá que ser pronto. —
Señalo mi dormitorio con el pulgar—. Necesito irme a dormir.
—¿De verdad no vas a contarme nada? Entonces ¿para qué demonios te he esperado despierta?
—No estabas despierta. Estabas dormida.
Hace un gesto despectivo con la mano, como si mi lógica fuera irrelevante.
—Por la mañana —le digo y antes de que pueda replicar doy media vuelta y me dirijo a mi
dormitorio.
Aguardo un segundo, por si Jamie decide entrar, pero cuando veo que no lo hace me quito el vestido y
me quedo de pie, desnuda durante un momento mientras noto cómo el aire acondicionado acaricia mi piel
todavía ardiente. Mi pantalón de pijama favorito está doblado sobre la almohada. Me lo pongo, y la
sensación del tejido contra mi sexo, todavía sensible, resulta fantástica. Pienso en Damien y me acaricio
los pechos desnudos. Los pezones se me endurecen, y siento la tentación de coger el móvil y llamarlo.
«Por Dios, ___, contrólate.»
Desconozco lo que Harry Styles puede querer de mí, pero la verdad es que no me importa porque
esta historia no va a llegar a ninguna parte. No voy a descubrirme ante Harry Styles. Eso está claro. Pero
que lo esté no significa que no pueda apreciar la fantasía que me ha ofrecido, envuelta en papel de plata
con un orgasmo brillante y reluciente.
Me meto entre las sábanas y deslizo una mano por dentro del pijama. Ya no estoy borracha, solo
agradablemente mareada, y no se me ocurre mejor manera de conciliar el sueño.
El agudo sonido del timbre de la entrada corta ese plan de raíz.
Saco la mano de mi entrepierna y me pongo en pie de un salto como si fuera una adolescente
sorprendida por sus padres.
—¿Es Douglas? —grito a Jamie.
—¡Pero qué dices! Yo los tengo bien enseñados.
—Entonces ¿quién…?
—¡Joder! —exclama no por miedo ni enfado, sino de perplejidad—.___, cariño, será mejor que
vengas.
Me pongo una camiseta y voy corriendo al salón sin imaginar siquiera quién puede ser a estas horas.
Sin embargo resulta que no es nadie, solo un enorme ramo de flores que alguien ha dejado ante
nuestra puerta. Hay margaritas, girasoles, escrofularias y otras flores que no reconozco. Son preciosas,
alegres, cálidas y salvajes.
Son perfectas.
«Harry —pienso como si todo mi cuerpo sonriera—. Tiene que haber sido Harry.»
Jamie se agacha, coge el sobre y saca la tarjeta antes de que haya tenido tiempo de adelantarme. Me
muero de rabia en silencio mientras ella me mira y una sonrisa maliciosa le curva la comisura de la boca.
Extiendo la mano para que me entregue la tarjeta, y lo hace con ojos chispeantes.
Solo hay una palabra escrita: «Delicioso». Debajo veo las iniciales H. S.
Entonces yo, la chica que nunca se ruboriza, me pongo como un tomate por enésima vez esta noche.
Jamie recoge el ramo y lo lleva a la mesa del comedor. Me asomo al rellano, pero está desierto.
—Bueno, parece que te has divertido en la fiesta, ¿no?
—No ha sido en la fiesta —contesto, porque si no cuento a Jamie lo ocurrido ya puedo ir buscándome
una nueva amiga—. Ha sido en el trayecto de vuelta a casa.
Me dejo caer en el sofá adosado a la pared que separa el salón de la cocina, recojo los pies y me
cubro con mi manta afgana púrpura.
De repente me siento muy cansada. Ha sido un día largo e interesante.
—Ni se te ocurra —me dice Jamie mientras se sienta en la mesa de madera de cerezo que traje
conmigo de Texas. Aunque eso la sitúa justo enfrente de mí se inclina más hasta que la tengo ante mis
narices—. Ni se te ocurra decir que tienes sueño. No puedes soltar un bombazo como este y no dar
explicaciones. El trayecto de vuelta a casa, vale, ¿y qué más? ¿Subisteis a Mulholland para pasar un buen
rato?—
Me envió a casa en su limusina —le espeto porque me apetece ver su reacción—. Sola.
—Valiente mentirosa estás hecha —responde, pero cuando ve mi expresión pregunta—: ¿Lo dices en
serio?
Hago un gesto afirmativo y entonces, maldita sea, se me escapa la risa.
—Fue un viaje increíble.
—¿En serio? —Tiene los ojos como platos—. Vamos, desembucha y no me vengas con esas tonterías
de que hay ciertas cosas que las damas no deben contar. No eres tu madre, así que quiero oír todos los
detalles. Todos.
Se lo cuento. Bueno, no todo, pero sí lo más importante, empezando por nuestra extraña y fría
presentación en la fiesta de Evelyn y siguiendo por el testosterónico encuentro entre Styles y Ollie.
—Hace siglos que no he visto a Ollie —me interrumpe Jamie—.
El muy sinvergüenza… ¿Por qué no ha llamado?
En realidad la respuesta no le interesa, así que me apremia para que prosiga con mi relato. Sigo. Mi
cansancio parece haberse esfumado junto con mi reticencia. Jamie es mi mejor amiga y me siento bien
compartiendo lo sucedido. Sin embargo, me sorprendo farfullando y recurriendo a eufemismos al
empezar el capítulo donde los protagonistas somos yo, mi móvil, la imperiosa voz de Styles y el asiento
trasero de la limusina.
—¡Joder, tía! —exclama cuando acabo.
Es la tercera vez que lo dice.
—Y dejé las bragas bajo el reposabrazos —añado.
Me siento traviesa por admitirlo y aún más cuando veo que Jamie me mira con ojos como platos y se
desternilla.
—¡Joder, tía! —repite con más entusiasmo incluso—. ¿Y dices que durante todo el rato estaba en un
restaurante? ¡Pues lo ha debido de pasar fatal!
Me invade una punzada de satisfacción femenina al pensarlo, pero entonces frunzo el entrecejo
cuando caigo en la cuenta de un detalle.
—Lo que no sé es cómo ha podido enviarme las flores tan deprisa. No hacía ni diez minutos que
había llegado a casa.
Me parece raro, igual que el hecho de que supiera dónde vivo.
—Y ¿eso qué importa?
Jamie tiene razón. Cambio de postura para poder ver la mesa y el ramo, y mi sonrisa aparece de
nuevo.
—Tienes que llevar condones en el bolso —comenta Jamie.
—¿Qué?
—Tengo una caja en el cuarto de baño. Coge unos cuantos. El sexo telefónico es el único seguro,
querida. Puede que tu amigo esté como un queso, pero no sabes dónde puede haber estado. —Frunce los
labios para contener la risa—. Ni tampoco dentro de quién.
La idea me resulta incómoda por varias razones, y una de ellas es la desagradable punzada que noto
al pensar que Harry Styles pueda estar en la cama con otra mujer. Aparto semejante idea y me centro en
cuestiones más prácticas.
—No necesito condones porque no me acuesto con él —aseguro.
—___, por favor.
A pesar de que es mi mejor amiga no sé si su tono denota súplica o compasión.
—No empieces, Jamie. No soy como tú.
—Lo cual es bueno porque no creo que el mundo pudiera soportar tanta maravilla. —Me sonríe, pero
no estoy de humor. Al cabo de unos segundos su sonrisa se desvanece y deja caer un poco los hombros
—. Escucha, ya sabes que te quiero y que siempre estaré de tu parte, pase lo que pase.
—¿Pero…?
—Pero piensa un poco en qué te ha traído a Los Ángeles.
—He venido por negocios.
Lo digo porque es cierto. Deseo aprender de Carl. Quiero encontrar inversores para la aplicación de
internet que he estado desarrollando. Y entonces, cuando esté segura de tener lo que hace falta para
dirigir un negocio, quiero lanzarme a la piscina de verdad.
—Sí, di lo que quieras, pero yo estoy hablando de Harry Styles.
Si lo que buscas es empezar de cero podrías escoger a alguien mucho peor.
Meneo la cabeza. Lo de «una nueva vida, una nueva ___» no se aplica cuando se trata de
desnudarse ante Harry Styles.
—Ese es un jardín que no tengo intención de pisar —le digo con firmeza—. Lo de la limusina ha sido
increíble, pero ha funcionado según mis condiciones. En persona yo no sería más que una muesca más en
el cabezal de su cama. Ya sé que eso es lo que te gusta, pero a mí no me va.
—Vale, ahí me has pillado, pero todo lo demás son chorradas.
—¿Qué?
—Dices que no quieres que te ponga las manos encima. Vale. —Hago una mueca por la habilidad con
que ha puesto el dedo en la llaga de mis neurosis personales—. Pero al menos reconócelo,___.
Mira, yo no he estado en esa fiesta pero te aseguro que Styles piensa en ti como en algo más que en un
simple culo. —Señala las flores—.
Ahí tienes la prueba número uno.
—Eso solo significa que es un multimillonario educado. Lo de las flores no le ha costado más que
hacer una llamada. Seguramente han llegado tan deprisa porque en la floristería tienen un ramo preparado
para cada una de sus intervenciones telefónicas.
Sé que estoy siendo injusta, pero nada más decirlo comprendo que seguramente tengo razón. Aun así
la idea no me hace feliz.
—Ni hablar. Te quiere a ti, por tu desplante, por tu actitud.
¿Acaso no te dijo abiertamente que no eres como las mujeres con las que suele ir? Lo he investigado
en Google, ¿sabes?
Mi incredulidad me hace parpadear.
—No me lo creo. ¿Cuándo?
—Después de que me dijeras que te iba a llevar a casa. Parece un tío bastante celoso de su intimidad
porque no encontré gran cosa, aunque la verdad es que tampoco busqué a fondo. No es de los que salen
mucho. Ha tenido muchas mujeres, desde luego, pero ninguna en serio salvo esa famosilla, hace unos
meses, pero que ahora está muerta.
—¿Muerta? ¿Qué dices? ¿Cómo?
—Sí, qué lástima, ¿no? Creo que fue un accidente, pero esa no es la cuestión.
La cabeza me da vueltas.
—¿Ah, no? ¿Y cuál es?
—Tú —me dice—. ¿Qué más da si no eres más que una muesca en el cabezal de su cama? Después
de todo no eres una monja.
Estoy a punto de preguntarle si estaba atenta cuando le explicaba el rollo telefónico-sexual en la
limusina, pero me muerdo la lengua muy sabiamente.
—Y sinceramente —prosigue Jamie—, no me parece que seas ninguna muesca en el cabezal de su
cama. Creo que le gustas de verdad.
Arqueo una ceja.
—Y ¿basas tu diagnóstico en el profundo conocimiento que has adquirido de Styles después de cinco
minutos navegando por internet?
—Lo he deducido de lo que me has contado —replica—. Te pidió tu opinión sobre un cuadro, se
puso en plan macho alfa con Ollie, ¡y encima hizo que te corrieras! Y no olvidemos el masaje de pies.
Por Dios, ___, yo me follaría al primer tío que me hiciera un masaje de pies. ¡Qué digo, me casaría con
él!
No puedo evitar una sonrisa. Por desgracia Jamie no exagera.
—No todos los tíos son unos cretinos como Kurt —añade, y tratándose de ella su tono es
sorprendentemente amable—. No puedes seguir viviendo como si llevaras un maldito cinturón de
castidad.
Me encojo por dentro.
—Déjalo estar, por favor.
Me mira, masculla un seco «maldita sea» y frunce los labios. Su mirada se torna triste, y me doy
cuenta de que sabe que ha ido demasiado lejos.
Se levanta y va hasta la chimenea. Dado que una chimenea en el valle de San Fernando es una
completa tontería, Jamie la ha convertido en el bar. Botellas en lugar de troncos, vasos en la repisa.
Coge una botella de Knob Creek.
—¿Te apetece un poco?
Sí, pero digo que no con la cabeza. Ya he bebido bastante por esta noche.
—Estoy cansada —le digo mientras me levanto del sofá con esfuerzo.
—Lo siento mucho. Ya sabes que yo no…
—Lo sé —respondo—. No pasa nada, de verdad. Solo necesito dormir.
Una sonrisa se dibuja en su boca, y sé que hemos hecho las paces.
—Claro. Mañana tienes una reunión, ¿no? Y por cierto, ¿con quién has dicho que la tienes?
—Déjalo estar, Jamie —respondo, pero le sonrío antes de entrar en mi dormitorio.
Tiene razón. Me espera una reunión importante. Con Styles . En sus oficinas. Mi jefe estará entre
nosotros.
Rememoro lo ocurrido esta noche.
Me entretengo pensando en las bragas que he dejado en la limusina.
Y cuando me dejo caer boca abajo en el colchón, un único pensamiento cruza mi mente: «¿Qué
demonios he hecho?».
leyla_nicole
Re: Release Me - Harry Styles y Tu (+18)
Capitulo 10
Tengo los brazos estirados por encima de la cabeza, y las muñecas atadas por algo suave pero
resistente. Mi cuerpo desnudo se halla tendido sobre seda fresca. No puedo mover las piernas.
Aunque mis ojos están cerrados sé qué me ata: una cinta roja enroscada alrededor de mis muñecas y
anudada con fuerza en mis tobillos. Forcejeo, pero no tengo adónde ir; y en realidad no deseo escapar.
Algo frío roza mi pezón erecto, y me arqueo de sorpresa y placer.
—Chis… —Su voz parece envolverme como una caricia.
—Por favor… —susurro.
Él no responde, pero me asalta de nuevo un dulce escalofrío. Sin embargo, esta vez no lo retira. Se
trata de un cubito de hielo con el que recorre mis pezones y el escote. Noto las gotas deslizándose entre
mis pechos a medida que el hielo se derrite. Traza figuras con el hielo goteante pero sin que sus manos
me toquen. Solo noto algo helado y duro que se derrite al contacto con mi piel.
—Por favor… —susurro mientras me arqueo de nuevo. Deseo más, pero mis ligaduras me retienen.
—Eres mía —me dice.
Abro los ojos porque necesito ver su rostro, pero alrededor de mí todo es grisáceo y borroso. Me
encuentro perdida en un mundo imaginario.
Soy la joven del cuadro, excitada y exhibida para que todo el mundo pueda verme.
—Mía —repite.
Su cuerpo es una mancha difusa sobre mí.
Sus manos en mis pechos son fuertes y encallecidas, pero al mismo tiempo tan suaves que deseo
gritar. Las desliza hacia abajo y recorre cada centímetro de mi cuerpo mientras resigue el contorno de
mis senos, de mi caja torácica, de mi vientre. Me tenso cuando se acerca a mi pubis, repentinamente
asustada, pero alza las manos y las vuelve a poner en mis muslos. Ese contacto me hace tocar el cielo y
me pierdo y floto mientras bailo en una bruma de placer.
Pero en ese momento sus manos cambian de posición. Me coge las rodillas y abre suavemente mis
piernas. Entonces, despacio, muy despacio, las desliza por el interior de mis muslos.
Me tenso porque ya no se trata de un baile de placer sino de un angustioso torbellino. Intento zafarme,
pero estoy atrapada, y él se está acercando a mis secretos. A mis cicatrices.
Sigo forcejeando. Tengo que escapar. Las sirenas de alarma suenan en la habitación como
apremiantes bocinazos.
—¿… despierta?
La voz de Jamie me arranca bruscamente del sueño.
—¿Qué? Lo siento, ¿qué?
Mi móvil suena con fuerza en la mesita de noche, y Jamie grita desde el otro lado de la puerta.
—¡Pregunto si estás despierta, porque si lo estás será mejor que cojas el maldito teléfono!
Me siento como si me hubieran dado una paliza, pero veo el nombre de Carl en la pantalla y me
apresuro a descolgar. Sin embargo llego demasiado tarde, y se conecta el buzón de voz.
Dejo escapar un gruñido, me siento en la cama y me estiro mientras pongo los pies en el suelo. Miro
la hora en el móvil. Las malditas seis y media.
«No puede ser. ¿Ha amanecido ya?»
Me dispongo a devolver la llamada a Carl cuando el teléfono vuelve a sonar y el nombre de mi jefe
parpadea en la pantalla igual que un anuncio de neón.
—Estoy aquí —respondo—. Ahora iba a llamarte.
—¡Por Dios, Fairchild! ¿Dónde te has metido?
—Pero si casi ni ha amanecido. Estaba en la cama.
—Vale, pues ya puedes venirte porque tenemos un montón de trabajo que hacer. No consigo que el
puñetero PowerPoint funcione como es debido, tenemos que imprimir un montón de PDF con las
características del producto y preparar varios kits con todo para Styles y sus ejecutivos. Te necesito aquí
¡ya!, eso suponiendo que anoche no le arrancaras la firma de nuestro contrato, ¿o me vas a decir que la
llamada que te hizo anoche no fue por negocios?
En la última pregunta hay un tono lascivo que no me gusta nada, pero al menos sé cómo consiguió
Styles mi dirección y mi número de teléfono.
—Me llamó para cerciorarse de que había llegado a casa sana y salva —miento—. Pero la próxima
vez te agradecería que no dieras mi número a nadie sin consultármelo primero.
—Sí, vale. Ahora vístete y ven. Saldremos del despacho a la una y media para ir a ver a Styles.
Frunzo el entrecejo porque C-Squared ocupa una esquina del piso dieciocho del Logan Bank
Building, y Styles Tower se encuentra a la vuelta de la esquina. De hecho, ambos edificios comparten un
jardín interior y el aparcamiento subterráneo.
—¿La reunión no es a las dos? Un caracol podría llegar en media hora, así que supongo que nosotros
podemos conseguirlo en cinco minutos.
—No quiero dejar nada al azar —responde Carl.
Sé que es mejor no discutir.
—Está bien. Llegaré en menos de una hora.
Jamie me mira mientras corro a la cocina para meter un bagel en la tostadora.
—¿El jefe se desmanda?
—A lo grande —respondo mientras acaricio a Lady Miau-Miau, que se enrosca entre mis tobillos—.
Y encima se pone borde porque Styles me pidió anoche que me quedara.
—Bueno, si no recuerdo mal volviste en su limusina.
La fulmino con la mirada y decido darme una ducha mientras el bagel se tuesta. Al pasar por el
comedor me fijo en el ramo de flores y suspiro. Naturalmente, Jamie tiene razón.
Dejo que el agua salga lo bastante caliente para enrojecerme la piel, luego me meto en la ducha y me
encojo mientras las primeras gotas azotan mi cuerpo, pero enseguida me relajo bajo el efecto del calor.
Cierro los ojos y dejo que el agua fluya sobre mí. Tengo la sensación de que debería estar enfadada
conmigo misma por haber permitido que anoche la situación se descontrolara, pero no logro
convencerme. Resulta evidente que no fue lo más prudente que he hecho en mi vida, pero ya soy
mayorcita, y Styles también; además, entre nosotros hubo compenetración y consentimiento. En cualquier
caso no es asunto de Carl.
Y todo esto estaría muy bien si no tuviera que reunirme hoy con Styles; o mejor dicho, con él y con mi
jefe. Uno es un cretino lascivo, y en cuanto al otro me temo que va a distraerme y a conseguir que me
olvide de mis objetivos.
¿Y si me enseña disimuladamente mis bragas?
«Ya basta.»
No puedo seguir pensando en eso o me volveré loca, de modo que me concentro en acabar de
ducharme y en vestirme. Elijo una falda negra, una blusa blanca y una chaqueta a juego. Nada de traje,
porque es sábado y porque trabajo en un área técnica. Unos vaqueros estarían tan a la última como
siempre, pero no puedo presentarme en una reunión de trabajo en vaqueros. Los zapatos son un problema
porque todavía me duelen los pies. De todas maneras consigo calzarme mis zapatos de salón negros
favoritos. Me aplico un ligero maquillaje, me recojo el pelo en una cola de caballo y voilà, vestida y
lista en quince minutos. Creo que es mi récord.
Cojo el bolso y mi bagel, pero descarto la crema de queso. Con un poco de suerte se me caerá y
pasaré todo el día con una mancha cremosa y blanca en mi falda. Digo adiós a Jamie a gritos y salgo por
la puerta.
Me detengo en el acto porque acabo de pisar un gran sobre de papel Manila que alguien ha dejado en
el felpudo. Lo recojo. No pesa y abulta lo mínimo. Deben de ser papeles o algo parecido. Le doy la
vuelta y veo que tiene mi nombre escrito junto con el sello de un servicio de mensajería local. Alzo los
ojos al cielo.
«Carl.»
Me dirijo a mi coche con el sobre bajo el brazo. Si quiero llegar a tiempo tendré que leerlo en los
semáforos. Mi entretenimiento habitual durante el trayecto son las noticias, pero ese día no me apetecen,
de manera que cuando enfilo por Ventura Boulevard dejo que la radio haga un barrido por las emisoras
evangélicas, las tertulias y la música rap. Necesito una radio nueva, de las que llevan un conector para el
iPod. Al final el aparato capta una emisora de canciones antiguas y, cuando me incorporo a la 101,
canturreo con Mick mientras canta «(I can’t Get No) Satisfaction». Sonrío para mis adentros. Al menos
anoche, yo sí.
Han transcurrido exactamente cuarenta y siete minutos desde que Carl me llamó cuando aparco el
coche en mi plaza situada en un alejado rincón del aparcamiento subterráneo, lo cual significa que
seguramente habré batido algún récord de velocidad de Los Ángeles.
De todas maneras no me apeo enseguida porque todavía no he abierto el sobre. Si se trata de algo
relacionado con la presentación, Carl esperará que me sepa todos los detalles de memoria.
Meto el dedo por debajo de la solapa, lo abro y vuelco el contenido del sobre. Un ejemplar de
Forbes cae en mi regazo, y me doy cuenta de que sonrío traviesamente. Lleva una nota sujeta con un clip.
«Le dije que era tenaz. Lea y aprenda.» No está firmada, pero que lleve impreso el membrete de Harry
Styles es una pista más que suficiente.
Todavía sonrío cuando guardo el ejemplar en mi amplio bolso.
Conque es tenaz, ¿no? Sin duda, pero eso no cambia mi decisión. Tal como le dije a Jamie, no puedo
permitir que esta historia siga adelante.
Sin embargo eso no significa que el gesto no me conmueva. No solo se ha acordado de un comentario
hecho de pasada durante nuestra conversación en la fiesta, sino que se ha molestado en enviarme la
revista a mi casa.
—¿Por qué sonríes? —me pregunta Carl cuando empujo la puerta de cristal y entro en la sala de
reuniones con aspecto de pecera que constituye el corazón de C-Squared. De todas maneras mi respuesta
no le interesa. Me mira de arriba abajo, asiente y añade—: Bien, muy bien. Tienes un aspecto de lo más
profesional. Sí, te daría mi pasta, así que no estropees la presentación.
—No lo haré —contesto, aliviada porque no mencione la noche anterior, a Harry ni sus llamadas a
altas horas.
Carl vibra con la energía de un abogado criminalista que se dispone a comparecer en el juicio del
siglo. Su sistema de trabajo es digno de admiración y en el escaso tiempo que ha tenido desde el día
anterior ha rehecho por completo el perfil de nuestra presentación.
Le hago un montón de preguntas y otras tantas sugerencias y él, en lugar de ponerse en plan capullo,
responde con aire pensativo, acepta mis propuestas cuando le parecen sensatas y se toma la molestia de
explicarme por qué rechaza las demás.
Tengo la sensación de estar en el paraíso. He revisado lo suficiente las especificaciones del
programa de modelaje en 3D para saber que podría ser un miembro valioso del equipo técnico, incluso
su líder. Pero mi objetivo no es ser líder de equipo, ni siquiera director.
Quiero ser Carl. Qué demonios, quiero ser Harry Styles. Y para llegar a eso necesito saber cómo se
monta una presentación impactante, y ser capaz de procurarme financiación para cualquiera de los
proyectos en los que llevo entreteniéndome desde mi último año en la Te.
Dentro de poco voy a tener la oportunidad de ver a dos emprendedores en acción: a Carl, que casi
siempre consigue financiación para los proyectos que decide lanzar; y a Harry Styles, que nunca ha dado
su visto bueno a un proyecto sin que después este superara sus expectativas y lo hiciera millonario tanto a
él como a la empresa contratada.
La mesa de reuniones está llena de papeles, tabletas electrónicas, y ordenadores portátiles. Mientras
el resto del equipo va de un lado a otro, Brian y Dave, los dos programadores principales que han
trabajado con Carl para desarrollar el software, trabajan contra reloj simulando todo tipo de
combinaciones para afinar la presentación.
Carl camina arriba y abajo sin quitar ojo a nadie.
—Vamos a hacer esto como Dios manda —dice—. Nada de pifias, nada de meter la pata. Quiero que
todo vaya como la seda. —Se vuelve hacia David—. Encarga unos cuantos sándwiches para comer, pero
juro por Dios que si alguien se presenta en la reunión con una mancha de mostaza en la camisa lo despido
en el acto, ¿entendido?
A la una y media en punto, Carl, Brian, Dave y yo recogemos nuestras cosas y nos dirigimos al
ascensor sin el menor rastro de mostaza en nuestras prendas. Carl no para de moverse durante el
descenso de los dieciocho pisos y se mira tantas veces en las paredes de espejo que me siento tentada de
decirle que parece una novia el día de su boda. Por suerte mantengo la boca cerrada.
Naturalmente, nada más cruzar el patio y entrar en la ultramoderna Styles Tower soy yo la que no deja
de moverse. El nerviosismo me afecta a tantos y tan distintos niveles que me cuesta poner en orden mis
pensamientos. Por un lado está el cosquilleo evidente de ver otra vez a Styles; luego está el miedo a lo
que este pueda decir durante la reunión, aunque no sea necesariamente algo sugestivo. Dios no quiera que
pronuncie la palabra «teléfono» o «hielo» porque me descolocaría del todo.
Consigo dejar de preocuparme lo suficiente para firmar ante el mostrador de seguridad, que se parece
más a una consola estilizada y funcional. Hay dos guardias sentados detrás, y uno de ellos teclea algo en
el ordenador mientras el otro coge nuestros carnets de conducir y los escanea.
—Ya está —nos dice el vigilante en cuya placa de identificación se lee el nombre de «Joe»—.
Pueden subir al ático —añade mientras nos entrega nuestras acreditaciones de visitantes.
—¿El ático? —repite Carl—. Se supone que nuestra reunión es en Styles Applied Technology.
La empresa es una de las muchas que Styles tiene en el edificio.
Empresas de tecnología, fundaciones benéficas, compañías que se dedican a cosas que ni siquiera
logro imaginar… Miro el directorio que aparece en la consola y comprendo que todas ellas están
relacionadas con Styles International de un modo u otro. En otras palabras, que pertenecen a Harry
Styles. Sea cual sea la idea que me he hecho hasta este momento estaba equivocada: no alcanzo a abarcar
el poder y la riqueza que el señor Harry Styles acumula.
—Sí —dice Joe—, pero los sábados al señor Styles le gusta despachar en la sala de reuniones de la
última planta. Tienen que subir del todo. Pueden utilizar los ascensores del fondo. Aquí tienen sus pases
para acceder al ático.
Mi nerviosismo regresa en el ascensor, y esta vez no solo se debe a volver a ver a Harry, sino
también a la presentación. Me aferro a esto último. Los nervios por cuestiones de trabajo son mucho
mejores que los relativos al sexo.
Llegamos al ático con rapidez, tal como Joe nos ha dicho. Carl y yo nos encontramos cerca de las
puertas del ascensor cuando estas se abren. Brian y Dave están detrás de nosotros y arrastran las maletas
con ruedas donde llevamos los materiales de la presentación.
Al principio no puedo sino quedarme donde estoy y contemplar boquiabierta un vestíbulo que resulta
impresionante y cómodo al mismo tiempo.
Un gran ventanal, que ocupa toda una pared, ofrece unas magníficas vistas de las colinas de Pasadena.
El resto de las paredes están cubiertas por al menos una docena de cuadros impresionistas enmarcados
de manera que la vista se centre en la obra y no en el envoltorio. Cada uno cuenta con su propia
iluminación y entre todos ellos presentan un conjunto de paisajes y escenas de naturaleza: verdes campos,
lagos centelleantes, vibrantes puestas de sol y cordilleras impresionantes.
Las pinturas consiguen que la pulcra recepción resulte acogedora, lo mismo que el pequeño bar cafetería
que hay en un rincón y que invita a los visitantes a que se sirvan ellos mismos y se pongan
cómodos en los sofás de cuero negro. Una selección de revistas que abarca temas que van desde el
deporte hasta la ciencia y de las finanzas al cotilleo de famosos cubre la mesa de centro. Me pregunto si
Styles dispone de una recepcionista especial para los fines de semana cuando una joven alta, esbelta y
morena aparece en el pasillo que se abre a la izquierda. Nos sonríe y nos muestra unos dientes perfectos.
—Buenos días, señor Rosenfeld —dice mientras le tiende la mano a Carl—. Soy la señorita Peters, la
ayudante del señor Styles durante los fines de semana. Quiero darle la bienvenida a usted y a los
miembros de su equipo al ático. El señor Styles está impaciente por ver su presentación.
—Gracias —responde Carl, que parece ligeramente intimidado.
Detrás de mí, Brian y David organizan un ruido de pies que se mueven y roce de ropa. En su caso no
hay duda de que están ligeramente impresionados.
La señorita Peters nos conduce por el espacioso pasillo de la derecha hasta una sala de reuniones tan
grande que incluso podría albergar los entrenamientos de un equipo de la NFL. Es entonces cuando me
doy cuenta de que las oficinas del ático ocupan la mitad de la planta. El ascensor sube por el centro del
edificio, y el ala donde nos encontramos tiene forma rectangular, con la recepción en medio, la sala a un
lado y el despacho de Styles al otro.
Eso significa que detrás de nosotros hay media planta más.
¿Estará ocupada por otras oficinas de Styles o habrá alquilado el espacio?
No sé por qué siento tanta curiosidad, pero el caso es que no puedo contenerme y pregunto a la
señorita Peters por la distribución del ático.
—Tiene razón —me dice—. La zona de oficinas del ático solo ocupa la mitad del piso. El resto
constituye una de las residencias del señor Styles . La llamamos el Tower Apartment.
—Ah —respondo mientras me pregunto cuántas residencias tendrá, pero no digo nada más porque ya
he sido bastante fisgona.
La señorita Peters nos señala el bar empotrado en la pared.
—Podrán encontrar lo que deseen. Sírvanse a su gusto: zumos de frutas, café, agua, refrescos. Si
necesitan aplacar los nervios encontrarán algo más fuerte.
Esto último lo dice con una sonrisa y en clave de humor, pero la verdad es que en estos momentos me
parece que un bourbon doble a palo seco sería lo más apropiado.
—Los dejo para que se organicen —prosigue—. Si necesitan cualquier cosa no duden en llamarme.
El señor Styles se encuentra ocupado atendiendo una llamada. Estará con ustedes dentro de diez minutos.
Resulta que son doce. Doce largos minutos durante los cuales alterno entre trabajar febrilmente para
montar la presentación y angustiarme por cómo reaccionaré cuando lo vea de nuevo.
Al cabo de doce minutos Styles hace su aparición en la sala con paso firme. Nada más entrar, el
ambiente cambia. Está en su territorio y, aunque no dice una palabra, desprende tal aire de poder y
autoridad que los dos ejecutivos que lo acompañan parecen meros comparsas.
Todos sus gestos son controlados, todas sus miradas tienen una finalidad. No cabe la menor duda de
que Styles está al mando, y siento un indiscutible orgullo porque este hombre excepcional no solo me haya
deseado sino que me haya tocado tan íntimamente.
Lleva vaqueros y una americana marrón sobre una camisa azul claro con el botón del cuello
desabrochado. Me pregunto si se habrá vestido de esa manera para hacer que sus invitados se sientan más
cómodos y rápidamente confirmo que así es. Me resulta imposible imaginar que Styles haga algo sin tener
en cuenta lo que supone.
—Gracias por reunirse aquí conmigo. Los fines de semana me gusta trabajar en el ático. El cambio de
ritmo me recuerda que es hora de aflojar un poco.
Se vuelve y nos presenta a sus ejecutivos. Uno es Preston Rhodes, el nuevo responsable de
adquisiciones; el otro, Mac Talbot, un nuevo miembro del departamento de compras. A continuación,
Styles estrecha la mano de David y Brian y cruza unas pocas palabras con ellos. Siguen estando nerviosos,
pero tengo la impresión de que Styles los ha tranquilizado lo suficiente para que ninguno de ellos estropee
la presentación dándole a la tecla equivocada con un dedo tembloroso.
A continuación me da la bienvenida y se muestra correcto, educado y profesional. No obstante,
cuando retira la mano, su dedo se curva y me acaricia ligeramente la palma de la mano. Puede que sea mi
imaginación, pero decido interpretarlo en el sentido de que es consciente de lo ocurrido anoche pero que
esta tarde lo importante es la presentación.
Y todo con ese simple gesto. Sonrío y mientras ocupo mi asiento me doy cuenta de que estoy mucho
más tranquila. Ignoro si era su intención, pero su caricia me ha sosegado.
Por último estrecha la mano de Carl y lo saluda como si fueran viejos amigos. Hablan sobre discos
de vinilo antiguos —al parecer Carl los colecciona—, del tiempo y del tráfico en la 405. Su intención es
evidente, está haciendo que mi jefe se sienta a gusto, pero lo hace con tanta habilidad que no puedo evitar
admirar su técnica. Al fin Styles se sienta a la mesa de reuniones, pero no en la cabecera, sino enfrente de
mí con las piernas estiradas. Hace un gesto a Carl para que ocupe la silla principal y le pide que empiece
cuando quiera.
He visto la presentación tantas veces que me olvido de ella y me concentro en las reacciones de
nuestro anfitrión. La tecnología es realmente impresionante. Analiza las filmaciones de los atletas
mediante una serie de algoritmos creados por nosotros que traducen los movimientos anatómicos en una
serie de datos espaciales. Las estadísticas de cada deportista se superponen a los datos y entonces,
teniendo en cuenta la estructura corporal y las medidas del sujeto, el software proporciona una serie de
sugerencias para que este mejore su rendimiento. Sin embargo, lo revolucionario es que dichas
sugerencias se muestran en forma holográfica, de modo que los atletas y sus entrenadores pueden ver
dónde aplicar los ajustes necesarios para la mejora.
Todos los artículos que he leído acerca de Styles mencionan lo brillante que es, pero hoy tengo la
oportunidad de ver esa inteligencia en acción. Formula las preguntas oportunas tanto desde el punto de
vista teórico como del aplicado a la mercadotecnia o a las ventas.
Cuando Carl habla sin parar en lugar de dejar que el producto hable por sí mismo, Styles lo hace
callar con tanto tacto que dudo que mi jefe se haya dado cuenta. Es directo y va al grano, es eficiente sin
ser rudo, es firme sin darse aires de superioridad. Es posible que Styles haya amasado su fortuna en las
pistas de tenis, pero al observarlo no me cabe duda de que lleva los negocios y la ciencia en la sangre.
Nos pregunta a todos, incluyendo a Brian y a Dave, que lo miran boquiabiertos y farfullan pero logran
responder de forma inteligible bajo el tranquilo pero firme control con el que conduce la conversación.
A continuación se vuelve hacia mí y me hace una pregunta técnica sobre una de las ecuaciones clave
del algoritmo principal. Veo a Carl con el rabillo del ojo y estoy segura de que está a punto de sufrir un
ataque al corazón. La pregunta cae claramente fuera del ámbito de mi trabajo, pero he hecho mis deberes
y utilizo la pizarra blanca para mostrar a Styles los fundamentos matemáticos de la ecuación. Voy incluso
un poco más lejos y respondo a las consecuencias de unos cuantos ajustes hipotéticos que Styles plantea.
Carl suspira aliviado en la cabecera de la mesa.
Salta a la vista que he impresionado a mi jefe, pero lo más satisfactorio es que también he
impresionado a Styles. No puedo decir que la satisfacción alcance los niveles de la noche anterior, pero
se acerca bastante.
Cuando la reunión toca a su fin veo claramente que Carl tiene que hacer un esfuerzo para representar
el papel de profesional frío y tranquilo. Sabe perfectamente que todo ha ido a pedir de boca. Styles está
interesado en el producto e impresionado por el equipo. En este negocio las cosas no suelen ir mejor.
Nos disponemos a iniciar la ronda de apretones de manos como despedida cuando la señorita Peters
entra con su expresión de pulcra eficiencia.
—Lamento interrumpir, señor Styles, pero me dijo que le avisara si el señor Padgett volvía al edificio.
—¿Está aquí ahora?
Veo que la expresión de Styles deja de ser tranquila y relajada y se convierte en dura y peligrosa.
—Seguridad acaba de llamar. Supongo que deseará hablar con ellos.
Styles asiente y después se vuelve hacia nosotros.
—Me temo que tendrán que disculparme. Hay una situación que requiere mi atención. La semana que
viene nos pondremos en contacto. —Se vuelve hacia la señorita Peters—. ¿Querrá hacer el favor de
acompañar a nuestros invitados?
—Desde luego, señor.
Sus ojos se cruzan con los míos, pero son inescrutables. A continuación abandona la sala de
reuniones y desaparece por el pasillo. La sensación de abandono que me produce su partida me
sorprende, pero me despido de sus colegas y centro mi atención en ayudar a Brian a recoger el material
de la presentación, temerosa de que alguno de los presentes sea capaz de leer mi expresión.
Cuando la señorita Peters nos deja en el ascensor y las puertas se cierran por completo, Carl da tal
brinco de alegría que no puedo evitar reír.
—Ha sido fantástico —les digo—. Gracias a todos por darme la oportunidad de participar.
Carl extiende los brazos en un gesto de magnanimidad.
—Somos un equipo y todos lo hemos hecho genial.
Las puertas del ascensor se abren en el vestíbulo, y Carl rodea con los brazos a Brian y David, que
intentan caminar con su jefe mientras arrastran las maletas. Estoy a punto de apiadarme de ellos cuando
oigo que alguien me llama.
Alzo la vista y veo que Joe, el guardia de seguridad hace gestos para que me acerque mientras habla
por teléfono.
—¿Sí? —pregunto cuando llego al mostrador.
Joe levanta un dedo en señal de «un momento». Miro como me observa Carl de soslayo con expresión
de no comprender nada. Me encojo de hombros con un gesto de impotencia porque tampoco sé qué está
pensando.
Joe dice algo que no acabo de entender y cuelga.
—Perdone, señorita Fairchild, pero la reclaman arriba.
—¿Arriba?
—Sí, en el ático. El señor Styles quiere verla.
Veo que Brian y Dave intercambian un codazo a mis espaldas.
Estupendo. Al parecer Carl ha compartido sus sospechas con el personal. Incluso es posible que
mañana circule un memorando interno.
—Ahora no puedo —le digo al guardia—. Me espera una reunión con mi equipo.
—El señor Styles ha insistido mucho.
Seguro que sí. Una desagradable sensación se apodera de mí.
He pasado toda mi vida aguantando que me dijeran exactamente dónde debía estar y cómo debía
colocarme, lo que tenía que hacer y cuándo. Cierro el puño derecho con fuerza y me obligo a sonreír a
Joe.
—Estoy segura de que el señor Styles encontrará algo con lo que entretenerse el resto de la tarde. Pero
si tiene la bondad de llamarme a mi despacho estaré encantada de hacerle un hueco en mi agenda para la
semana que viene.
Joe me mira con ojos como platos y con la mandíbula desencajada, como si fuera de goma. Intuyo que
es la primera vez que ocurre algo parecido. La gente no suele decir no a Harry Styles .
Echo los hombros hacia atrás, satisfecha con esta nueva____.
—Qué tal si nos vamos —digo a Carl y a los muchachos.
Mi jefe me mira con expresión dubitativa.
—Quizá deberías…
—No —lo interrumpo—. Si Styles desea hablar del proyecto podemos subir todos.
Oigo a lo lejos la campanilla del ascensor, y el sonido no hace sino reforzar mi decisión.
—¿Y si quiere verte por algo que no está relacionado con el proyecto? —me pregunta Carl
mirándome fijamente.
Le devuelvo la mirada con la misma frialdad.
—En ese caso no necesita verme, ¿verdad?
Me mantengo en mis trece y desafío a Carl a que me obligue a subir. Ya hizo algo parecido durante la
fiesta, pero si repite el intento en el vestíbulo la cosa se va a poner fea.
—De acuerdo —dice al cabo de un rato—. Vámonos, el champán nos espera.
Joe no ha dejado de observarnos con aprensión y cuando ve que nos dirigimos hacia la salida se pone
aún más nervioso.
—Espere. Tengo que llamar al señor Styles. La está esperando arriba.
—Tranquilo, Joe. No pasa nada.
Reconozco la voz antes de ver a la persona. Es, naturalmente, que acaba de salir del ascensor
con aire tranquilo e imperturbable. El solo hecho de verlo hace que me ponga en guardia.
Es como un acto reflejo entre el enfrentamiento y la huida. Tratándose de Styles yo diría que hay un
poco de ambas cosas.
Pasa delante del mostrador de seguridad y estrecha la mano del bueno de Joe y de su compañero antes
de seguir caminando hacia Carl y los chicos.
—Señorita Fairchild —dice y logra que en sus labios mi nombre suene decadente y suave—, mi
decorador acaba de enviarme unas fotos de los cuadros de unos artistas locales. Confiaba en que usted
me ayudaría a elegir algunas.
—¿Anoche no encontró nada que le gustara? —le pregunta Carl.
—Yo no diría eso —responde Styles sin dejar de mirarme—, pero sigo sin estar satisfecho.
Por suerte Carl está mirando a Styles, de lo contrario se habría dado cuenta de que me he puesto como
un tomate.
—Les pido disculpas por no haberles avisado. Seguramente iban a reunirse, ¿no? De todas maneras
me gustaría terminar lo que empezamos.
La boca se me seca cuando oigo esas palabras.
—No teníamos nada pensado —miente Carl—. Es sábado. Solo me resta felicitar a mis
colaboradores por un trabajo bien hecho y desearles un buen fin de semana.
—En ese caso no le molestará que le prive nuevamente de la señorita Fairchild.
Da un paso hacia mí y tal como sucede siempre con Stark noto que el aire que nos separa se carga de
electricidad.
—En absoluto —responde Carl—. Seguro que le será de gran ayuda.
Esto último lo dice en un tono que no me gusta nada, pero teniendo en cuenta que voy a aceptar la
invitación de Styles y no volveré con mis colegas, no puedo quejarme.
Sí, a pesar de mi anterior determinación estoy dispuesta a subir al ático con Styles.
¿Por qué? Por la forma en que el aire se ha encendido entre nosotros.
Por la manera en que mi piel se estremece en su sola presencia.
Porque ha bajado al vestíbulo y me lo ha pedido abiertamente.
Y finalmente porque, si bien es cierto que desea un pedazo de mi culo, lo único que hoy va a
conseguir es un pedazo de mi mente.
leyla_nicole
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