Project: T.

Prólogo

—Me están volviendo loco —exclamo.

Tom, desde hace un par de horas estaba declarando sus sentimientos con el bar ténder que lo atendía. Platicaba el cómo sus hijos lo sacaban de quicio a él y su esposa.

—Otro —volvió a decir.

El rubio bar ténder tomo una botella de tequila añejo y lo vertió en el pequeño vasito en frente de este. Tom tomo el vasito entre sus dedos y de un trago termino con aquella bebida, sintiendo cierto ardor al pasar por su garganta.

— ¿Tom? —escucho justo aun lado de él.

Volteo inmediatamente, intentando reconocer a la persona que había pronunciado su nombre. Pero por algunas copas de más que este había tomado su vista estaba nublada y le era imposible identificarlo.

—Soy yo, Robert —volvió hablar—, Robert White.

Entonces aun con la vista nublada supo quién era con el que estaba hablando, no hacía falta nada más que escuchar aquel apellido. White. Su viejo amigo.

Después de alguna que otras palabras que cruzaron comenzaron a beber juntos y platicando sus penas. Quejándose de sus hijos, su trabajo y otras cosas comunes. Los dos decidieron llamar a su viejo, pero no menos importante, amigo Benjamín. Querían recordar esos momentos en la secundaria cuando eran ellos los más populares de esta y por todo lo que pasaron.


— ¿Y qué dicen? —indago, Ben.

Ya había pasado otro par de horas, Ben había llegado y definitivamente aquel bar estaba a unos cuantos minutos de cerrar.

—A mí me gusta tu idea —dijo, Rob.
—Si, a mí también. Excepto por la parte en la que todo esto lo haremos en mi casa —hablo, Tom.
—Tienes años que no la usas —exclamo, Ben—. Después de todo tiene que servir para algo.
—Sería el proyecto: T. —volvió a decir, Rob.
—Buen nombre, me agrada —lo felicito, Ben.

Al parecer el alcohol y sus desgracias se habían mezclado, creando así aquel proyecto. Habían decidido mandar a todos sus hijos rebeldes a la casa de campo de Tom, no necesariamente a tomar unas vacaciones sin ninguna otra intención de que se enseñen apreciar a sus padres, su vida y todo a su alrededor.

—Pero, ¿y si sucede algo? —decía, Tom. Él era el único que por un momento se arrepentía de tan loca idea. No le gustaba pensar en los peligros que sus hijos correrían.
—No sucederá nada, tenlo por seguro —alentó, Rob.
—Mañana será la última semana de clases —explico, Ben—, compremos los boletos de avión mañana a primera hora, antes de que lleguen de clases —siguió—. En cuanto lleguen a la casa les mostraremos los boletos del avión y les diremos que será un viaje para que conozcan las culturas de Ohio. Pero en realidad el automóvil que los esperara afuera del aeropuerto los llevara a la casa de campo y los dejaran ahí.
— ¿Y si la casa de campo ya no existe? —se volvió a excusar, Tom.
—Es su problema —dijo entre risas, Robert.

Sus hijos habían sido rebeldes, hicieron cosas que quizá en un futuro se arrepentirían. Y era tiempo de hacerlo. Por una semana viajarían a Ohio para tener unas bellas vacaciones entre hermanos, sin padres o tutores a su cargo. Pero sus planes se arruinaran apenas pisen el lodo del bosque y lleguen a una casa posiblemente a punto de caer en ruinas…

— ¿Trato? —cuestiono, Ben.
—Trato —dijeron al unísono Robert y Tomas. Estrechando sus manos entre ellos y saliendo del bar, dirigiéndose cada uno a sus casas.