Yo soy el arquitecto... de mi propia destrucción. ∆

¿Te has preguntado alguna vez de dónde viene aquella figura que nosotros siempre hemos reconocido como un corazón? ¿Esa figura extraña, pero a la vez totalmente conocida por nosotros, que siempre dibujamos cuando estamos enamorados —o creemos estarlo— y que vemos incesantemente en revistas, tarjetas, imágenes e innumerables lugares? Pues aquella forma tiene una razón de ser, no es un sinsentido que, de un momento a otro se le ocurrió a alguna persona, en realidad se trata de la forma que aparece ante la unión de dos corazones. La forma en que se unen desde un costado, conectando sus latidos, entregándose energía el uno al otro y comportándose como un único ser. Se unen como si fueran un rompecabezas de dos piezas. Pero es realmente difícil que una de las partes se encuentre con la otra, es tan difícil que dos piezas encajen perfectamente la una con la otra que, cuando llega a suceder, nada es suficiente para poder separar la conexión que crece en ambos corazones.
La vida y el destino se encarga de juntar a las dos piezas de este rompecabezas, pero en algunos casos, la suerte los traiciona y les arranca el gozo de estar el uno con el otro.
Eso sucedió con la feliz pareja de Phoebe y Miller, dos jóvenes enamorados que comenzaban una vida juntos, enamorados, conectados de corazón y alma, danzando juntos en la delicada y delgada cuerda floja de la felicidad, hasta que de manera abrupta lo que lo mantenía unidos se les escapó de las manos y Phoebe se hundió fuertemente en un abrazo con la Muerte. Pero ni siquiera la partida repentina de ella fue suficiente para romper el lazo invisible que los unía a ambos y el amor que se sentían seguía vivo dentro de Miller, aumentando cada día, presentándose con él en cada latido de su herido corazón.
La vida para él se apagó, pero luego de unos años el destino volvió a dar una vuelta inesperada y sólo bastó una mirada para que él volviera a enamorarse. ¿Crees en los milagros? pues es hora de empezar a creer, ya que Stelle llegó a la vida de Miller como un rayo de luz que iluminaba todo a su paso. Para él, ella era, como su nombre lo decía, una estrella. Un ser inmensamente luminoso que, con su propia energía, curaba poco a poco el alma malherida de él. Pero qué extrañas podían resultar las cosas en esta vida, ya que el corazón que latía justo en medio del pecho de Stelle no le pertenecía a ella. Resultaba ser el corazón de el antiguo y único amor que Miller había conocido jamás y que aún se mantenía intacto, irradiando amor para Miller, sanando sus heridas silenciosamente. Ese era el trato que el universo había pactado en aquella historia. El corazón de Phoebe, aquella que yacía aún sujetada a la muerte, le daba vida a Stelle, quién a su vez, sonriendo y amando, mantenía vivo y feliz a Miller, el hombre con el alma rota y el corazón unido a alguien que él creía, jamás iba a volver a ver. Pero debería estar atento, porque los ojos que ahora lo miraban con amor, tenían la fuerza y el mismo color intenso que alguna vez le habían entregado paz y armonía, los mismos ojos que lo miraban desde el corazón. Aquellos ojos inolvidables de Phoebe.